—Muchas gracias por todo, tía. No sé qué habríamos hecho sin ti —me estaba diciendo Marcos a la vez que me abrazaba, sentando como yo en las sillas que había junto a la máquina de café, en la planta donde habían hospitalizado a su madre.

Había habido suerte. Apearte de retenerla encadenada y mal alimentada, no le habían hecho nada. Podría haber sido mucho peor. Podrían haberla torturado. Por lo visto, con mantenerla prisionera ya les valía para sus planes de atraerme. Me alegré de que les hubiera salido tan bien esa parte de su plan. Y además de los que nos habíamos cargado, Casio y los suyos habían matado unos cuantos vampiros más. Esto último lo sabía porque Casio me había mandado un sms mientras Marcos estaba con su madre en la habitación donde los habían ingresado. Parecía ser que habían acabado de limpiar la casa y averiguado varias direcciones interesantes, donde seguramente encontrarían a más de esos científicos asesinos. Se lo merecían. No obstante, mi hermana necesitaba estar unos días en observación para asegurarse de que evolucionaba de modo correcto. Porque no estaba hecho para su edad lo de estar varios días en aquellas lamentables condiciones.

Marcos, que nada más llegar me había dado un efusivo apretón de manos y dos besos, se había metido en la habitación de Andrea, en la que había permanecido un buen rato. A continuación se había ido a hablar con los médicos y al final había vuelto conmigo, a las sillas de al lado de los cafés de las que no me había movido. Y me había abrazado. Su segundo abrazo. Era el segundo que me daban sin connotaciones de otro tipo. Un abrazo que me provocó una agradable sensación que se extendió por todo mi cuerpo. Sonreí. Debería quedarme a ver el agradecimiento de los que salvaba más a menudo. Aunque claro, dudaba que fuera igual si no se trataba de la familia. Familia humana. Estaba bien tenerla mientras no me volviera demasiado blanda. Porque en mi mundo, débil es el sinónimo de cadáver.

—No te preocupes Marcos —le dije cuando nos separamos—. Ya ha pasado. Y por suerte mi mitad demoníaca me ha permitido salvarla —otro punto a favor de que, después de todo, esa mitad no fuera tan mala—. Aunque claro, si consideramos que la secuestraron para llegar a mí.

—Eh —me reprendió—, que eres mi heroína, me has devuelto a mi madre sana y salva. Deberías enterarte de una vez que no puedes tener la culpa de lo que les sucede a tus seres queridos.

—De acuerdo, sobrino, lección aprendida. Ahora voy a irme. A ducharme y dormir un poco. Y después me gustaría hablar con Casio, a ver qué tal ha ido la caza en unas direcciones que encontraron en la casa. Y además —le guiñé un ojo—, tengo una cita esta noche para la que debo ponerme guapa.

—Esta noche. Si aún son las seis de la mañana.

No sé si será suficiente tiempo para todo. Por lo cansada que me siento, dormiría una semana entera. Así que te dejo.

La adrenalina se había retirado hacía mucho, y me encontraba agotada; aunque no tanto como en ocasiones anteriores.

Espera, toma, no te vayas sin esto.

Me tendió una caja que llevaba en la mochila donde había traído las cosas de su madre.

—¿Qué es? —lo cogí. Era una caja de zapatos de las pequeñas. La abrí lo justo para mirar dentro: estaba llena de papeles manuscritos, doblados y apilados.

—Son las cartas. Las de tus padres. Ya ves que te las he guardado bien. Como me dijiste. Y he pensado que querrías tenerlas lo antes posible. Así que, mientras cogía una bata y mudas de mi madre, no me ha costado nada echarlas también en la mochila.

—Muchas gracias —la cerré con cuidado—. Anda, saca tu teléfono y guarda mi número en la agenda. Ante cualquier novedad me llamas.

Hizo lo que le pedía y le di mi número. En cuanto llegara a casa cogería mi móvil para estar al tanto.

Nos dimos sendos besos en las mejillas y, tras asegurarme que podía irme tranquila porque me llamaría si pasaba cualquier cosa, me dirigí a casa, a ducharme y cambiarme de ropa, que no sabía cómo me habían dejado entrar así en el hospital (me había puesto por encima un jersey fino y largo de hombre que había encontrado rebuscando en el maletero del coche de Casio, hum., ropa que había tocado su piel.). Como me llegaba a medio muslo, con el trozo de seda que me quedaba de la falda había improvisado un cinturón para hacerlo pasar por un vestido. Pero así y todo iba horrible. Y por cierto, no sabía cuánto tiempo sostendría la patraña de que Andrea se había caído en un barranco y permanecido allí días hasta que la encontré. En fin, supongo que los chicos del Consejo se encargarían de presentar algo más potable para la Policía. Y sin necesidad de hipnotizar a nadie, porque tenían los hombres infiltrados en el cuerpo.

Conduciendo a casa me di cuenta que mi sencilla manera de eliminar las malas hierbas de la sociedad humana me habían obligado al garete: ya no parecía una niña. Tendría que idear otro modo de elegir la comida que no estuviera basado en si eran o no pedófilos. Aunque a lo mejor no hacía falta, porque ese cordón que me unía al diezmo seguía estando allí. Ya le preguntaría a mi padre. Era posible que me bastase con eso.

Y hablando de padres. Al entrar a mi piso me lo encontré sentado en el salón, cerveza en mano. Otro como Casio; por lo visto hoy en día no hacía falta decirle a nadie puedes pasar ni siéntete como en casa. Lo saludé y fui un momento a dejar las cartas a mi habitación (no me apetecía que las reconociera y me las quitara), y me senté a su lado con otra cerveza.

—Hola, padre. Muy amable por venir a visitarme. Podrías haberlo hecho hace cuarenta años cuando pensaba que te habían decapitado.

Si esperaba rabia porque durante mucho tiempo me había sentido sola y abandonada, ira por cómo me había tratado hacía unas horas o cualquier otro tipo de respuesta emocional que no fuera el sarcasmo, se iba a sentir confundido. Sí, confundido, porque los demonios sin sentimientos como él no podían ni estar decepcionados. Uy., después de todo, un poquito de resentimiento y cabreo sí que me quedaba.

—Veo que sigues en la misma casa que te buscaste tras mi muerte. ¿Sentimentalismo?

Y me lo decía con toda la sangre fría del mundo. ¡Qué huevos!

—No, pragmatismo —yo también sabía poner cara de póquer—. Es más cómodo vivir en el mismo sitio que mudarme. No tiene nada que ver con que esto —señalé a mí alrededor— me traiga recuerdos. ¿Y de qué iba a traérmelos? —no pude evitar que algo de dolor se filtrara en mi voz—, ¿de saberme huérfana a los quince cuando aterricé aquí, en este piso de mala muerte que por aquel entonces estaba en pésimas condiciones, con el poco dinero que me dejaste? No, padre. Si he sido capaz de superar la pérdida de mi madre y el que muriera por mí, por protegerme, lo suyo no ha sido para tanto. Al fin y al cabo, te dejaron vivir quince años más, ¿no? Y tampoco me quejo de que me abandonaras en este plano casi sin recursos materiales. Porque con todo lo que me enseñaste en casa ya ves que me he desenvuelto muy bien. ¿Se trataba de eso? ¿De ver si la nenita era dura? Y yo que pensaba que para un súcubo con estar buena ya valía.

—Más o menos.

Dio un trago de su cerveza y cambió la posición de sus piernas.

«Nada, que por acomodarse no sea —pensé irritada—. Mientras no note que en realidad estoy cabreada (y mucho) con él. Pero se me pasará. Y lo asumiré. Porque eso de acabar de darme cuenta de que orquestó su muerte para él sabrá qué fin, eso, es un poco duro para tenerlo ya asimilado. Aunque sé que no es su culpa. Es un demonio. No sienta nada. Yo para él soy un recurso más o menos valioso en función de si cumplo o no y problema resuelto —seguí mirándolo en silencio, sin permitir que mi rostro delatara mis pensamientos—. Padre. ¿De verdad llegaste a amar a mi madre?».

—¿Más o menos? —le pregunté como si el tema no fuera conmigo.

—En realidad, tu abuelo y yo necesitábamos que crecieras jugándote la vida y saliendo adelante tú solita. Y en el plano humano, para aprender a lidiar con tus emociones. Mi pregunta es si lo hemos conseguido. ¿Tú qué crees?

—¿Me estás preguntando si soy una cabrona insensible? —me quedé unos instantes considerando mi respuesta—. Hasta hace poco te habría dicho que sí. Y me habría equivocado. Porque es lo que pretendía ser, pero me engañaba a mí misma. En realidad, no soy insensible. Aunque sí bastante cabrona. No me importa torturar desmembrar a quien haga falta. Y me encantaría alimentarme del tío más sexy del mundo. Pero prefiero elegir mi comida entre los que sean culpables de algo. Por equilibrar un poco la balanza. En este planeta hay más elementos obrando mal que bien. Supongo que no pasa nada porque un demonio como yo les eche una mano a los segundos. Bueno, en realidad —reconocí—, hasta hace poco también lo hacía por aliviar mi conciencia, por redimirme. Pero me he dado cuenta de que es absurdo torturarme por ser medio demonio. Y sí, me sentí afectada cuando me dejaste y me creí culpable también por tu muerte por haber nacido. Era muy inocente a mis quince años. Como si no hubieras sido tú el que desencadenase todo al no tomar su vida tras acostarte con ella. En fin —continué ante su mirada atenta—, recientemente he asumido muchas cosas y he aprendido a mirar de frente a todos esos sentimientos que me enseñaste a reprimir. Si querías que tuviera control emocional, podrías haberme enseñado alguna estrategia. Pero claro, tú no lo sabías. Y si me hubieras dejado con una familia humana, ¿quién me habría enseñado a conocer la sociedad de los míos o a luchar? —suspiré—. Me parece que no estoy llegando a ninguna parte. Lo que quería decir es que, aunque no me guste, acepto como necesario lo que nos hiciste a mi madre y a mí. Por supuesto, voy a acabar de vengarme de los vampiros que la mataron. Hace poco descubrí que son esos nuevos, esos de los poderes robados. En fin, el caso es que he aprendido a aceptar lo que soy: una semidemonio; así como que por ello ni soy malvada ni estoy condenada sin redención. Y, ya que estamos, que tampoco maté a mi madre por existir Cosas que, lo sé suenan estúpidas e infantiles, pero son lo que llevo creyendo desde mi más tierna infancia. Tú deberías saberlo. Tú me criaste. Así que, te parece que he pasado tu prueba, genial. Y si no, ¿te importa matarme cuando me haya acabado la cerveza? Más que nada por no manchar el sofá.

No por martirizarme con la espera, sino porque quería tomarse su tiempo, mi padre se dedicó a acabarse la bebida y después a chafar la lata. Yo cada vez tenía una idea más clara de para qué había sido concebida. Y aún tenía más claro que si mi padre decidía que yo había sido un intento inútil, mi vida no valía una mierda. ¿Y por qué iba a valer?, solo era una mestiza, una anomalía única que si no servía para nada, mejor olvidarla. ¿Qué era su hija? ¿Y qué? Él era un demonio. Ya había demostrado que sus emociones eran un puto cero a la izquierda. Aunque, era evidente, no esperaría que me dejara matar con facilidad. Porque mi vida sí que valía, al menos para mí. Y mucho. Sobre todo desde que tenía a un vampiro maduro y sexy en el punto de mira. Me pregunté si algún hijo de Casio me estaría vigilando para echarme una mano o convocar a su padre en caso necesario. Eso debía ser lo único bueno del contrato de sangre. Porque si lo hubiera firmado, desde que había entrado en casa y visto a Samuel en el salón, habría llamado mentalmente a Casio. Él solo no habría podido hacer nada contra mi padre, pero con varios de su línea de sangre quizás sí.

Al final, acabó de tomar su decisión y comenzó a contarme una historia.

—Hace muchísimo tiempo, Klynth’ Atz, los demonios poblaban la Tierra. Unos cuantos evolucionamos para pasar de alimentarnos de la carne y la sangre de las criaturas que la compartían con nosotros a hacerlo de sus sueños y deseos, de sus almas. Comenzamos con los primeros homínidos, mucho antes de que existieran los que vosotros llamáis Homo sapiens. El bisabuelo de mi abuelo fue uno de los primeros íncubos. Como ya sabes por lo que te he contado de niña, eran tiempos duros. Las luchas continuas por tener un buen pedazo de tierra donde asentarse físicamente nos desgarraban. Los demonios nos dedicábamos a destrozarnos unos a otros, alcanzábamos inestables equilibrios de poder que no duraban ni mil años. Hasta que uno de los demonios más poderosos descubrió un modo de abrir una grieta dimensional a otros planos. Los siete planos. Y trasladó a la mayoría de los suyos al séptimo y más rico en los componentes que necesitamos para obrar nuestra magia. En cuanto los demás demonios se enteraron, comenzaron las luchas por los planos. Duraron más de diez mil años. Basta con decir que mi padre nació en su transcurso y consiguió conquistar y mantener nuestro actual plano: el sexto. Con el paso de los siglos, la mayoría de los demonios (los menores no, sólo los mayores, los que tenemos acceso a la magia) aprendimos a abrir y controlar esas grietas dimensionales, así como a anclarlas en forma de vórtices. Y se alcanzó un nuevo equilibrio de poder, donde cada una de las razas más poderosas dominábamos un plano. Hasta aquí es más o menos lo que te enseñé hace años. ¿Lo recuerdas?

—Sí.

—Bien. Sigamos. Desde entonces se han sucedido varios pactos entre razas demoníacas para conquistar otros planos. Y a veces lo han logrado. Pero siempre se han roto esas alianzas y el plano se lo ha quedado un único tipo de demonios. Ya lo sabes, sin emociones es difícil ser fiel a alguien o algo, y las traiciones (bueno, si se pueden llamar así siendo que nadie confía en nadie) están al orden del día. Tu abuelo, debido a su gran antigüedad y a que por aquel entonces los homínidos no eran tan complejos como ahora, consiguió poco a poco ir aprendiendo a tener emociones. Es decir, a asimilar las improntas que dejaba la comida como si fueran sus propios sentimientos. Y así surgió una anomalía, un súcubo humanizado. Eso, unido a la estructura política que tomó y mejoró de su padre, le permitió vivir y reinar, y mantener el plano todos estos años.

—¿Mi abuelo, el terrible rey, humanizado? —me sorprendí.

—Que pueda sentir compasión no quita para que gobierne con mano férrea e impasible. Dije humanizado, no estúpido. Y además, su estructura política le ayuda bastante a mantener el poder.

—¿Estructura política?

Arqueé una ceja, interesada, A estas alturas de la conversación, me había relajado. Pues si me estaba contando todo esto tenía que ser porque había decidido que yo servía. Si no para qué perder más tiempo conmigo.

—Me refiero a la corte y sus leyes, a la esclavitud de demonios menores, a la formación del diezmo en almas. Esto último, por cierto, mi abuelo lo comenzó a desarrollar, pero de un modo más básico, no tenía modo de racionar el flujo de almas. Fue mi padre el que desarrolló la magia que permitió que una décima parte de la energía de cada alma recolectada por un íncubo o súcubo fuera a una trampa energética donde se almacenaban hasta que él la requería. Supongo que no has logrado averiguar cómo funciona.

—No. Tuve un gran e ilimitado —o al menos así lo sentí en esos momentos— aporte de poder, y después apenas nada.

—Claro. Cuando mi abuelo me tuvo a mí, hará unos cinco mil años, modificó el diezmo para que sus sucesores también pudieran acceder a él. Pero más despacio. Es decir, imagina una trampa energética llena de almas es como un embalse rebosante de agua. Mi abuelo estaría conectado a través de un canal y una compuerta muy grandes, pudiendo incluso vaciar el estanque entero en breves segundos si así lo deseara. Yo, mis hermanos y ahora tú lo estaríamos a través de canales y compuertas más pequeñas. De tal modo que, aunque abriéramos del todo la compuerta, nos costaría bastante tiempo vaciar el estanque. Cuando llegaste a los cincuenta y cinco, justo en ese instante, te conectaste a la trampa energética. Y como tu canal estaba en proceso de creación, digamos que te viste bombardeada por un montón de energía que llegó a ti unos milisegundos antes de que dicho canal se normalizara. Y te la quedaste. Cuando se te acabó, lo que tienes es lo que tenemos todos: el canal que te corresponde con su compuerta que has de aprender a abrir. Ahora mismo —me miró y frunció un poco el ceño como concentrándose en mí—, lo tienes prácticamente cerrado. Luego te diré como abrirlo. Y a diferentes velocidades. Pero no sueñes que vas a poder hacer lo que me viste hacer hace unas horas: mi canal es mayor que el tuyo, por algo soy el primogénito del rey. Tú recibes el mismo caudal que mis hermanos.

Vaya, me quedé sin palabras, Y tratándose de mí no era fácil.

En todo caso, me quedaba con mi metáfora. Un cordón umbilical unido al pozo de todas las almas. ¿Quién quería imaginar la trampa como un estanque pudiendo tener una sima de profundas aguas oscuras en las que poder saciar tu sed hasta que te crecieran las alas?

—Entonces —continúo—, como te iba diciendo antes de este breve paréntesis, mi padre reinó sin problemas. Al menos hasta que, viendo que nuestro número así como el de otros demonios crecía, pensó que un hijo, que lo ayudara a controlar tanto a la corte como al resto de los íncubos y súcubos, no sería mala cosa. Y me tuvo a mí con una poderosa súcubo de su corte.

—¿Quién?

—Olvídalo. Murió en una de las guerras.

—¿Cuáles? ¿No se supone que ya tenías el plano?

—Sí. Precisamente. En una de las muchas guerras donde demonios de otros planos intentaban arrebatárnoslo.

—Lo siento.

—¿Por qué? Sirvió bien a mi padre.

—Por nada —qué cosas tenía yo, cómo iba a importarle lo que le pasara a su madre—, continúa por favor.

—No creas que no veo las emociones en ti. Y eso es lo que buscábamos. Que las tuvieras y supieras cómo controlarlas. Creo que los humanos lo llaman inteligencia emocional. La tiene tu abuelo, yo paso, y mis hermanos están desquiciados.

—¿Qué? —por lo menos esta vez fui capaz de hilvanar una palabra.

—Luego lo aclaro. Déjame seguir.

Asentí con la cabeza.

—Viendo que yo le era útil y que los vampiros, un tipo de demonios que siempre había sido minoritario y relegado a la Tierra, estaban haciéndose cada vez más fuertes y con ganas de dirigirnos a todos, mi padre decidió tener más hijos. Con los siglos, resultó que ni los vampiros tenían semejante sed de poder, ni mis hermanos fueron una buena idea. Verás, los vampiros tan sólo querían controlar de algún modo nuestros estragos entre los hombres, que ya habían surgido como tales, para evitar que estos se unieran para declararnos guerra. Algo así como que ya luchábamos demasiado entre nosotros. Por supuesto, no lo lograron hasta que, en el siglo XII la Inquisición nos demostró de qué era capaz la humanidad. Mi padre se unió al Consejo vampírico para ayudarles a establecer su Orden.

—¿Qué?

Esto era nuevo. ¿El abuelo ayudando a los chupasangres?

—Alguien tenía que hacerlo. Y como la historia ha demostrado fue una buena decisión. Mira la ciencia humana de hoy en día. Si no hubiera Orden seríamos fáciles de descubrir, y se empezaría una guerra en la que, o pereceríamos por sus armas, o los exterminaríamos y nos quedaríamos sin comida para todos.

—¿Y eso de los clones?

¿Por qué narices pensaba en esa tontería?

—¿Cómo? —lo descontrolé durante un instante—. Ah, lo que pretenden esos locos. No sé tú, pero yo paso de tomar comida directa de la incubadora. No soy un vampiro, pero a mí me gusta primero seducir a mis presas. Y que el sexo sea interesante, no con una tábula rasa.

—Claro.

Seré imbécil. Las distopías futuristas de ciencia ficción, para H. G. Wells. Sólo me faltaría ver a los demonios como el nuevo tipo de obreros.

—Como te iba diciendo, mis hermanos no aprendieron a integrar esas emociones humanas que les venían con la comida y por ello están un poco desquiciados. ¿Creías que de niña eran crueles sin necesidad contigo? —eso era cierto—, pues no sabías nada. De no ser por mí, no es que hubieran buscado cualquier excusa para torturarte, como sé que hicieron, sino que estarías muerta. Ellos conocen el motivo de tu existencia —bueno, por lo menos ahora entendía porque era una amenaza para mis tíos—. Y por ello te envidian y desean tu muerte.

«Sí, señor. Vivan los demonios con emociones. Podrían haber adquirido las buenas, digo yo».

—Eso explica muchas cosas —comenté—. Pero. ¿tú por qué no estás afectado como ellos?

Porque si estaba pirado lo ocultaba muy bien bajo su fría fachada de íncubo normal y corriente. De esos que no tienen acceso al pozo y por tanto apenas están bajo el efecto de la impronta de las almas humanas.

—Yo soy más antiguo. Pude tratar con emociones más básicas, como la de proteger a tus crías o pertenecer a una tribu. Con la ayuda de mi padre aprendí. Pero no demasiado. Lo justo para desarrollar la lealtad a mi rey —claro, sería lo mismo que le enseñara a mi abuelo aprovechándose de esas improntas humanas, como tonto— y contener todas las demás. Lo que yo te enseñé a ti, vamos.

—¿Lealtad?

Esa no me sonaba. La de tener todo bien encerradito sí.

—¿Me matarías? ¿O a mi padre?

—No.

—¿Lo ves?

Asentí. Eran unos demonios cabrones manipuladores, y yo sólo no quería matarlos, sino que estaba deseando unirme a su causa. Eso tenía que ser lealtad. Y de las idiotas.

—Así que ahora yo ayudo a mi padre a controlar a mis hermanos que son los que atan corto a la corte —continúo—. Y la corte controla a los demás demonios de nuestro plano. El problema es que hará un par de siglos nos dimos cuenta de que había demasiada actividad en el plano superior. Tras perder a muchos espías, descubrimos que los señores del séptimo plano pretendían hacernos una guerra a todos: demonios y humanos. Y pensamos que necesitaríamos a alguien más para ayudarnos a comandar nuestros ejércitos. Y adivina quién surgió de eso.

Guau, mi padre imitando un recurso como el sarcasmo. No, si al final había aprendido de lo humanos más de lo que se pensaba.

—Vale. ¿Y lo de que estén aliados con esos nuevos vampiros?

—Eso también lo sabemos, aunque de forma más reciente. Al igual que sabemos ahora que los nuevos vampiros no son simplemente eso. También han capturado a demonios y han tomado sus poderes. El otro día, mientras te observaba antes de intervenir, vi que enfrentabas a algunos de ellos. Supongo que Lucas ya le habrá informado de estas novedades a Casio.

—Supongo —tenía razón aquel mutado del Circe cuando me dijo que ni yo ni el Consejo nos enterábamos de lo que estaba pasando—. Y por cierto, ya que me habías estado observando mientras peleaba, podrías haber intervenido antes, no me habría molestado.

—¿Y quitarte la diversión? —lo dijo con tono peligroso—. Yo jamás le haría eso a mi única descendiente.

—Tienes razón —asentí—. Así los conozco de primera mano. Pero eso de los demonios capturados. ¿Crees que es tan sencillo? A ver si va a haber traidores en nuestras filas.

—Si lo dices por nuestro codiciado plano, sí. Tu abuelo y yo sospechamos algo. Estoy seguro que estarás encantada de cargarte a los renegados, sobre todo a uno de ellos. Pero danos tiempo, es algo demasiado serio como para debilitar nuestra filas si no estamos seguros.

—¡Uf! —fruncí el ceño.

«Yo sí que sé a quién estaría encantada de aplicar un poquito de terapia con la sierra —pensé—. A alguien con la suficiente jerarquía como para no poder acusarlo hasta que mi abuelo y mi padre no estén seguros, a alguien que no ha dudado en torturarme durante mi infancia, a alguien con quien detesto compartir vínculos familiares.».

—Entonces, ¿crees que habrá guerra?

—Si no podemos evitarla, sí. Aunque créeme, si conseguimos suficientes aliados como para conquistar el séptimo plano, tampoco es que nos matemos por evitarla —sonrió, y su perfecta dentadura resultó siniestra y sedienta de carne.

Algo que me encantó.

—Genial.

Y parte de mí lo decía de un modo muy sincero.

«Me encanta ser mestiza. Por un lado quiero vivir tranquila al lado de Casio, luchando juntos contra los vampiros y regresando a casa para calentar la cama. Y por el otro, estoy deseando embarcarme en una cruzada sin descanso de acero y sangre, a lomos de mi wyvern y guiando un ejército hacia la batalla, cuanto más encarnizada mejor. Para que luego se quejen las mujeres normales de que sus hormonas son complicadas».

—Las brujas.

Me miró interrogante.

—La matriarca suprema me dijo que si había guerra que fuera a verla.

Parecían interesadas en luchar a nuestro lado.

Su sonrisa se ensanchaba aún más, hambrienta. Dejaba entrever su naturaleza insaciable y ancestral.

—Entonces ve. Y consíguelas.

No había lugar para vacilación en su tono Era una orden Bien, eso era lo que los príncipes íncubos hacían, ¿no?

—Así será.

Iba a conseguir esa alianza como fuese.

—En fin. Cambiando de tema. Ahora que veo que has aprendido a controlarte y sabes tomar decisiones guiada por el cerebro —mientras no metas a Casio en la ecuación—, lo siguiente es enseñarte a usar tu canal con la trampa mágica. Y luego te dejo para que descanses. Ya vendrás otro día a casa a celebrar tu mayoría de edad y a recibir instrucciones.

Trampa mágica. Yo prefería llamarla el pozo de todas las almas.

—De acuerdo. ¿Y podrías decirme también por qué mi cumpleaños ha sido un día antes de lo que dicen las pulseras de alta del hospital? ¿Es que son falsas? Porque yo estaba convencida de que mi cumpleaños era mañana.

—No. Y tampoco nublé la mente a la mitad del personal del hospital para que pensaran que habías nacido otro día. Sencillamente, la mayoría es a los cincuenta y cinco menos un día. Pensábamos que lo sabías. Y Casio también, por cierto. Nunca fue un secreto. Aunque supongo que en las escuelas de hoy en día no enseñan demonología o costumbre sociales de los íncubos. Mala suerte para el romano. En fin, cuando tu abuelo se dio cuenta, le pareció apropiado mantener el malentendido. Así tú misma puedes encargarte de esos planes que tiene para ti.

Asentí. Y yo que había esperado algo más glamoroso y lleno de persecuciones y magia demoníaca. En fin, no somos nadie.

—¿Podemos pasar ya a lo de la energía de las almas?

—Claro —me metí de nuevo en el tema—. Si dices que tengo el canal cerrado, ¿cómo lo abro?

—Es cuestión de localizar le músculo correcto —se levantó del sofá.

—¿Qué?

—Las alas. ¿Has llegado a tenerlas?

—Sí.

—Bien. A causa de tu parte humana no lo teníamos muy claro. En fin, ¿has volado?

—Sí.

—Y usaste unos nuevos músculos que no tenías antes —asentí—. Pues esto es más o menos igual. Sigue tu instinto, concéntrate en esa acumulación de almas y levanta la compuerta. Practica hacerlo de golpe y poco a poco. Y ahora te dejo, que tengo cosas que hacer.

Se dirigió hacia la puerta del salón. Menuda metodología didáctica más cojonuda. Me levanté.

—Padre, un momento.

—Klynth’ Atz, puedes hacerlo sola. Nos vemos.

—No, no es eso. Quería preguntarte una cosa más. Y sobre la compuerta. ¿Necesito salir a cazar o me basta con el diezmo?

—Supongo que cualquier padre humano te diría que tienes que salir más a divertirte —muy gracioso, y eso que no pretendía serlo—. Pero desde luego, por comida, te basta con las almas de la trampa.

Bien, buena noticia, se acabaron los pederastas y los ancianos.

—De acuerdo, hasta luego.

Contemplé cómo se iba. Me quedé sentada, asimilando toda la información recibida. Joder, mi vida se había tornado de lo más entretenida.