—¿Hola? —me preguntó una mujer morena y atractiva.
Su rostro, con arrugas incipientes, mostraba una expresión de intriga.
Me devolvió a mi realidad tras mi breve pero intenso escarceo con el diezmo de mi abuelo.
Arranqué uno de los rectángulos de mi falda para anudármelo en forma de banda y que así me tapara el pecho. Tampoco era cuestión de ser exhibicionista sin necesidad. Y menos con esa mujer que tenía todas las papeletas de rival.
Esa morena que seguía mirándome. Debía de ser la celta, la amiguita, compañera de trabajo o lo que fuera de Casio. Qué pena que no me quedara poder para cargármela. Aunque, si me concentraba, podía notar que estaba unida a la fuente de poder como un cordón umbilical (y no era una metáfora) que me permitía nutrirme de él, pero sin excesos de antes. Vamos, que volvía a estar más o menos como siempre, pero sin que se me acabara el alma de la cena. Me pregunté qué tendría que hacer para recuperar los brutales niveles de energía del segundo 300.
—He oído la pelea, ¿quién eres? —continúo preguntándome—. Porque la única súcubo que trabaja para nosotros es el juguete de Casio, y no podría llegar tan lejos.
Vale ahora sí que me estaba fastidiando eso de no poder cargármela.
—Soy el juguete. Pero tranquila, no he venido a salvarte a ti, sino a mi hermana.
De hecho, la puerta, la dichosa puerta de la trampa, de cuyo umbral aún no me había movido, daba a una sala pequeña de cuatro metros cuadrados donde había tres mujeres y dos hombres encadenados a la pared. Por brazos, cintura y piernas. Y por razas. A ver.
Dos vampiros (contando a la triunviro), un licántropo, una demonio banshee, y mi hermana. Si no fuera porque Andrea estaba allí, diría que parecían una gran familia.
Ignorando a todos los demás prisioneros, me dirigí hacia mi hermana. Por cierto, debían de haber usado una magia muy poderosa para que, sin estacarlos, los vampiros no se soltaran de los grilletes. Y los lobos, si como parecía las cadenas no eran de plata.
Andrea resultó ser una mujer de unos sesenta años, de aspecto frágil. Me invadió la ira al verla retenida así. La dejé ir. (Debería haber integrado a mis dos mitades mucho antes). De nada serbia enfadarse. Ya acabaría de cargármelos. Sí hacía falta, incluso dejaría que Casio me contratara gratis para ello. En ese momento lo importante era sacarla de allí y llevarla a su casa. Con su hijo. Y hablando de marcos, no se me había ocurrido, pero Andrea debió de haber sido madre a los cuarenta. Bastante común hoy en día, y en sus tiempos supongo que también, si el vástago era inesperado y tardío (se llevaba más de diez años con sus hermanas). Sería una historia que me gustaría escuchar. Pero no ahora. Ni siquiera sabía si alguna vez habría un hueco para este tipo de cosas en mi vida.
—Tranquila —le susurré en la voz más serena e inofensiva que conseguí poner—. Tranquila, soy Violeta Abós, tu hermana, todo está bien.
Por más que deseara abrazarla, no me atrevía ni a tocarla, no fuera a interpretarlo como una agresión más de las que debía haber sufrido. No obstante, sus ojos reflejaban cordura. Me observaban con desconfianza, al tener una apariencia demasiado joven para ser su hermana. Eso me dio esperanzas. Porque descubrir a su edad que existen los demonios y que encima te rapten varios de ellos.
Con movimientos pausados, cerré mis manos en torno de sus grilletes y los arranqué de la pared. Me habría gustado a través de la energía que vibraba en ese cordón místico, pero podría haberle hecho daño.
—¿Y nosotros? —inquirió divertida la triunviro mientras Andrea y yo salíamos por la puerta, con las cadenas incluidas.
A mí que me explicaran dónde estaba lo gracioso. Quizás en que no pensaba soltarla. Sonreí con malicia.
—Enseguida vendrán del consejo para sacarlos. Lucas, el hijo de Casio, ha ido a buscarlos —suponía que habría hecho eso tras vencer a los vampiros, porque por aquí no había aparecido—. No creo que tarden mucho —le di la espalda y redirigí la atención a quien la necesitaba—. Ya casi estamos, enseguida buscaremos un coche y te llevaré con tu hijo. O a un hospital. No te preocupes.
—Marcos —su voz era débil y trabajosa, a través de una garganta reseca.
Esa escoria se iba a enterar. Torturando ancianas. Más les valía que fuera por la escasez de agua y que sólo la hubiesen obligado a estar encadenada de pie. Porque como que me llamaba Klynth’ Atz Vsru Innova que no pensaba dejar esta afrenta sin respuesta, por muy poco maduro que fuera centrarme en la venganza en vez de ligarme a Casio. Mientras quedara un mutado vivo, ni mi madre ni Andrea estarían vengadas.
Quizás la venganza me impidiera disfrutar de la vida, pero siempre me había considerado indigna de lo segundo, por mi carácter semidemoníaco y todo eso. Uno de los dos alicientes de mi vida había sido torturarme por el dolor de haber matado a mi madre, aunque ahora supiera que no había sido así y hubiera aprendido a aceptar su pérdida. El otro había sido intentar limpiar el mundo de escoria para redimirme por haber nacido medio demonio. Una existencia sin ilusiones. No me había dado cuenta de que mi parte humana, desde que era una niña, había añorado algo más. Había permitido que la presencia de Casio fuera personificándose en parte de ese algo. Me había enamorado de él. Y estos últimos y frenéticos días el descubrimiento me había mordido el culo. Además, me había enterado de que tenía familia humana y de que Marcos me aceptaba como era. Todo ello, unido a mi posibilidad, por la mayoría de edad, de ser madre, me había hecho añorar otras cosas. Ya sabía que tiraría todo por la borda (no el ligarme a Casio, eso lo podía intentar de todos modos, sino esas otras cosas que podría vivir con él) si volvía a embarcarme en una vendetta personal. Pero los años te hacían más sabia, no menos tonta. Y esta hermana mayor y maltratada que se apoyaba en mí mientras nos dirigíamos hacia la salida, esta que tan sólo deseaba volver a ver a sus hijos una última vez como si fuera a palmarla, clamara a gritos docenas de cabezas cortadas.
Esa era yo, Violeta una seductora semisúcubo. Y tan bruta que nadie lo diría.
Justo cuando llegamos a la verja de entrada del unifamiliar, donde por cierto estaba Lucas de una pieza, varios coches estaban aparcados en la calle. Y visto y no visto, las puertas abiertas, y doce vampiros a mi lado. ¿Por qué no habrían venido corriendo? Habría sido más rápido. Supuse que quizás para poder llevar de un modo cómodo a los heridos. En todo caso, con sus reflejos eran capaces de conducir de un modo mucho más veloz que los mortales. Y debían de haberlos usado, porque habían tardado poco.
—Violeta.
Casio. Su voz, acariciadora, suave, rica en matices, profunda, sugería alivio al verme viva.
Lo miré a los ojos, me dejé envolver por el poder que irradiaba su cuerpo. Deseaba abrazarlo, sentirlo piel contra piel. Debió notar que algo había cambiado en mi actitud hacia él, porque el desconcierto se manifestó en sus pupilas. No había nada como estar a punto de morir para recapacitar sobre el hombre de tu vida.
Seguidamente, se fijó en la mujer que se apoyaba en mí.
—Dámela, acomodémosla en el coche.
Hizo una seña con los ojos a los demás vampiros y estos, junto con Lucas, fueron entrando al jardín mientras él me tendía los brazos para coger a Andrea.
—Es mi hermana.
No sabía qué otra cosa decir. De repente sólo podía pensar en que casi me habían matado varias veces y él no había estado allí. Y yo, pese a mis sierras y mi corazón de acero, siempre habría creído que, cuando las cosas se pusieran difíciles, él estaría allí. Como tantas otras veces.
—Lo supongo. Lucas me trasmitió tu mensaje. Tranquila, colócala tú.
Me indicó la puerta trasera de su Ford S-Max negro.
Espacioso. La senté con mucho cuidado y tras decirle que enseguida nos íbamos dejé la puerta entre abierta. No quería que se sintiese sola.
—¿Ves cómo yo no necesito nada de ti? La he encontrado sin tu ayuda —le comenté al sexi triunviro.
—Tranquila, veo que estás cansada.
Cansada sí, pero agotada como debería tras haber usado tanto poder, no.
—No te preocupes ahora por eso —continúo diciéndome.
Considerando que mi hermana era lo prioritario, por una vez le hice caso. Esperaba que no se acostumbrase.
—¿Llevas móvil? —le pregunté—. Me gustaría llamar a Marcos.
—Ten —me tendió su iPhone—, por cómo vas menos mal que no llevas el tuyo.
Me miré. Decir que mi ropa estaba hecha jirones era ser muy optimista. El chaleco antibalas y la camiseta habían sido sustituidos por un trozo de seda negra de la falda manchada de sangre. Falda a la que, por cierto, le quedaba una pieza que colgaba de la cadera derecha. Eso sí mis botas, excepto por la sangre y un par de arañazos, estaban como nuevas. Y, por supuesto, mis atributos femeninos eran mucho más generosos y redondeados ahora que físicamente ya no tenía quince años.
—Por eso no he cogido el mío. No me apetecía que acabara convertido en chatarra de un espadazo —estuve de acuerdo con él.
—Estás muy guapa, radiante más bien, ahora que has madurado algo. Aunque no creo que fuera el momento más indicado para hacerme caso.
Pobre, se le veía tan extrañado. Me daría pena si no fuera un jodido manipulador que pretendía hacerme firmar un contrato para mandar sobre mí y mis poderes.
—Casio, no he crecido adrede, créeme.
Curve mis labios en un asomo de sonrisa. Era tan raro ver al triunviro desconcertado. Y estaba tan guapo. Y lo estaría más cuando demostrase que mi cuerpo era lo único a lo que iba a echarle mano.
—En todo caso, me alegra que lo hayas hecho.
Ahora sí me miró apreciativo, deteniéndose en cada una de mis nuevas y sugerentes curvas.
—Bueno —le sonreí—, ya te alegrarás en la cena.
No pensaba perderme esa cena por nada en el mundo.
—En la cena… ¿tengo tu palabra?
Sonó seductor. Ojalá pudiera saber que no era únicamente el deseo de robarme mi poder. Ese que él creía que yo aún poseía.
—¿La humana o la súcubo? —le pregunté.
—Las dos.
Ensanché mi sonrisa. Después de todo, deseaba estar conmigo. Y con eso de casi haberme muerto varias veces, yo tampoco deseaba otra cosa, Amor, pareja. Menuda manera de comportarme, como una auténtica idiota.
—Las tienes.
Le sonreí insinuante y al instante me pregunté qué coño estaba haciendo. Mi hermana estaba en el coche y tenía que llevarla sin más demoras a su casa. O al hospital. A donde fuera. No era el momento de ponérselo en bandeja.
—Pero ahora escucha —continué diciéndole—, tu hermano no ha sido cobertura suficiente. Yo pensaba que cuando él te dijera que yo salía de casa tú me seguirías. ¿Dónde estabas? —le reproché.
—Lo siento, bella —o sea yo ahora era bella. ¿Y antes?—. Puedes creerme si te digo que era por motivos muy importantes, una reunión urgente del consejo. Y además, no tendrías que haberte movido de tu casa.
—¿Más importantes que yo y un triunviro?
Sus ojos se oscurecieron apenados. Más le valía que ese dolor fuera por mí. Porque ahora que me reconocía enamorada de Casio, como él lo estuviera de la celta morena yo me lo cargaba. Y esta vez tenía el poder de hacerlo (si era capaz de aprender cómo volver a tomarlo).
—Si llego a saber lo que planeabas, jamás habrías venido.
—Lo sé. Por eso no te dije nada.
—Y no puedes esperar que no tenga otra cosa que hacer que vigilar si sales de casa para hacer alguna locura.
Ya estaba otra vez ese maldito tono de superioridad.
Nos miramos fijamente, como si ambos estuviéramos renegando en nuestras mentes del otro. Lo cual, en mi caso, era todo cierto.
—Violeta… —sus puños se cerraron como si estuviera frustrado—, ¿sabes que casi te matan?
—¿Quién eres para decirme que no tengo talento, mi padre? Porque entérate, él sabe que tenía que hacerlo.
—Sí, ya me he informado Lucas. Al igual que la presencia de un señor demoníaco. No me imaginaba que los científicos tuvieran semejantes alianzas. Pero en algo tienes razón, tienes talento. Ya va siendo hora de que tú y yo hablemos seriamente. En la cena.
—¿Y me obligaras a no volver a meterme en la guarida del lobo sin refuerzos?
Arqueé una ceja. Él no tenía la más mínima idea de que mi cumpleaños no era mañana: había sido hoy. Ah, Casio, por fin sé por qué tanto interés en ese pacto de sangre para controlarme.
—Sí.
¡Guau!, sonaba tan mayor y tan convencido. Para que luego dijeran que las carcas eran los del siglo pasado.
—De acuerdo.
—¿De acuerdo? —se sorprendió.
—Claro, estoy deseando aclarar algunas cosas contigo, sobre todo eso del contrato de sangre.
Habría dejado mis pestañas y mi mirada con falsa timidez, pero considerando que ya no aparentaba ser una niña, para qué. No tendría el mismo impacto. Así que me limité a sonreír con cordialidad, como si no hubiera nada extraño en que deseara ser suya para siempre y someterme a su voluntad para toda la puñetera eternidad.
—De acuerdo, las llaves del coche están puestas.
No parecía muy convencido, para mí que se olía algo. Pobre Casio, por una vez casi me daba pena. No tenía ni idea de lo que se le venía encima. Sobre todo si estaba enamorado de otra.
—Ya me devolverás el carro mañana. Y el teléfono —concluyó al ver que no tenía intención de llamar a Marcos delante de él—. Te espero al anochecer en mi casa. Ya te daré mi dirección.
«Como si no hubieras intentando llevarme antes —pensé—. Pero no soy tonta, no entro en la casa de un vampiro poderoso si deseo seguir viva a la mañana siguiente. A no ser que por una vez tenga mejores ases escondidos en la manga que tú».
—Ten cuidado. Como ya supondrás, mi padre ha liberado a los prisioneros —le comenté mientras posaba la mano en su coche.
Lo vi asentir como si eso fuera algo evidente. Hombres. Ni se le ocurría que yo también podía haber contribuido en algo.
—Hay una vampiresa que está algo mosqueada porque no la hemos soltado. ¿Es amiga tuya? —continué como si nada, aunque los nervios me revolvieron el estómago al pensar que a lo mejor me enteraba sin tener que esperar mañana. En fin, por lo menos mi corazón siguió latiendo con normalidad y no pudo darse cuenta de cómo me afectaba (¡bien por el control emocional!).
—Sí, es la triunviro desaparecida.
Joder, qué parco. Me le quede mirando. ¿Más de dos mil años y aún no sabía cazar una indirecta cuando le golpeaba en la frente?
—¿Hay algo más que quieras decirme? —se extrañó.
—No. Nos vemos.
Me pregunte si todos los vampiros eran tan cortos. En fin, igual era que yo esperaba demasiado.
—Oops, espera, en ese informe que no me pasaste. —Caí de repente en que, como mi habitual sentido de la previsión, había olvidado pedirle a mi sobrino su número de teléfono.
—¿El que te he mandado hace unas horas? —me interrumpió con suficiencia.
—¿Eh? Vaya. Sí. Supongo que ese.
Como volviera otra vez a mostrar su típica superioridad, mañana se iba a enterar. Pensaba ser aún más dura con él.
—¿Qué le ocurre? Aparte de que no lo has podido leer porque estabas desobedeciendo mis órdenes y jugándote estúpidamente tu vida.
«Vale. Me resarciré mañana, guapo», pensé.
—Tú hijo me seguía. Supongo que te avisó. Y tú podrías haber venido con él.
—Lo hizo. Y creyó que te ibas a comer, y no al escondite secreto de nuestros enemigos —matizó con retintín—. Aunque en algo tienes razón —se puso tan serio que sus palabras lograron estremecerme—, si llego a imaginar que esos nuevos vampiros habían descubierto un modo de impedir nuestra convocación de la línea de sangre, si llego a saber que podías morir, te aseguro que por muy insistente que hubiera sido el Consejo JAMÁS te habría dejado sola.
¡Joder! Sentí un agradable calorcillo por todo el cuerpo. No pensaba que Casio pudiera ser tan vehemente. Violeta uno, celta morena cero.
—No te quejes. Si no hubiera chicas indefensas como yo que van por ahí metiéndose en los peores peligros sin darse cuenta, los caballeros andantes como tú se morirían de hambre.
No sabía que estupidez le estaba diciendo. Bien, por lo menos ya no aparentaba esa superioridad tan odiosa. Y yo ya me había recuperado de aquello de que jamás me habría dejado sola. Maldita mierda de enamoramiento.
—¿Tú indefensa?, ¿yo caballero? En fin, ¿qué quieres?
—En número móvil de Marcos. Seguro que estaba en ese informe. Y que lo leíste. Y conociéndote, dudo mucho que no lo hayas conservado.
—Está en mi iPhone. En la carpeta de otros. Es típico de ti localizar a tu sobrino y luego no pedirle ni el teléfono. ¿A que tampoco sabes dónde vive?
—¿A qué no lo necesito? Adiós, Casio. Hasta mañana. Recuerda que la carne me gusta poco hecha.
Pues no, tampoco lo sabía. Pero si se creía que le iba a pedir la dirección para que pudiera seguir creciéndose, lo tenía claro. Sobre todo si podía dedicar mis pensamientos a algo mucho más interesante, como imaginármelo cocinando. Seguro que encargaba mi cena, pero, la imagen del triunviro en la cocina haciéndome un filete poco hecho tenía su punto.
Me gire hacia el coche, su móvil todavía en mi mano. ¿Dónde iba a guardarlo si no me quedaba ropa? Tras comprobar que mi hermana seguía bien, le abroché el cinturón de seguridad y cerré la puerta. Para cuando me metí en el asiento del conductor, Casio ya se había ido. Casio. Me permití un suspiro. Y luego solté un juramento en voz inaudible. No era cuestión de que mi hermana se asustara. «¿Será posible que mañana él y yo en vez de matarnos mutuamente, podamos hacer algo más convencional como quizás, comprometernos?». Sonreí, dejé el teléfono en la guantera y metía la primera. Quién iba a decir que la dura súcubo Violeta iba a acabar como tantas otras mujeres: planeando como cazar a un hombre. Ahogando una carcajada ante lo absurdo tanto del rol femenino como de la situación, aceleré hasta el hospital más cercano.
—¿Marcos? —lo llamé con el manos libres mientras conducía—. ¿Violeta?, ¿eres tú?, ¿qué ha pasado? —Todo está bien tranquilo. Estoy con tu madre. Silencio.
—¿Marcos?, ¿estás allí?
—Sí, sí —se le oía sollozar, supuse que de alivio. Debía de habérsela imaginado muerta.
—Voy al hospital que está cerca de tu facultad. Lo más seguro es que esté bien, pero me quedare más tranquila si le echan un vistazo. ¿Te parece?
—Sí, claro. Voy enseguida —me contestó con vos rota.
—Ssh, todo está bien. En breve podrás estar con ella.
—Gracias, tía.
—Anda, deja de llorar y ten cuidado si vienes conduciendo. Ya me darás las gracias más tarde.
Le habría dicho que cuando todo esto hubiera acabado. Pero no sabía cuántos años podrían ocuparme cazarlos. Esos científicos en parte vampiro y en parte demonio llevaban tiempo en las sombras e iba a ser difícil descubrirlos a todos.
—Y por cierto —agregue—, tráele algo de ropa por si la ingresan.
El teléfono sonó a los cinco minutos. Aún no habíamos llegado al hospital.
—¿Sí?, ¿eres tú otra vez, Marcos?
—Soy yo —me contestó la varonil voz de Casio.
Aunque ahora ya no era lo mismo. Así no era capaz de hacerme perder el control con tan sólo esas dos palabras. Sonreí. Tendría que sudarlo un poco más.
—Dime.
—Aldana dice que.
—¿Quién? —lo interrumpí.
Juré para mis adentros, porque con esto de ir con cuidado para no hacer movimientos bruscos que pudieran molestar a mi pasajera, acababa de pillar otro semáforo en rojo.
—La triunviro.
—Ah, ya —esa Aldana.
Todavía no la conocía y ya me caía mal. No negaré que soy sumamente rencorosa.
—Bueno, dice que la puerta la abriste tú, no tu padre. Y que desapareciste en un estallido de azufre para luego volver. ¿Qué paso?
—Fácil, mi padre se fue justo antes de que yo abriera la puerta —le mentí. Era muy sencillo, al no estar cerca no podía percibir mis constantes vitales—. Pero por lo visto olvidó darme algo, una daga mágica que dice que es un regalo anticipado de mi cumpleaños, y me convocó a nuestro plano para entregármela —¿íncubos teleportándose? Ridículo. Joder. Mejor despístalo antes que se diera cuenta—. Por lo visto mi padre no está muerto. No me preguntes —me aceleré en la típica charla-monólogo que me encantaba tanto usar cuando todavía encajaba con mi anterior físico de adolescente—, no tengo ni idea. Parece ser que tenía planeado mi nacimiento. A saber. Porque no creo yo que se pueda planear joderle la vida así a una humana como mi madre. Y más le vale, porque no se lo perdonaría nunca. A ninguno de los dos. Me refiero a mi padre y a mi abuelo, claro, porque.
—Violeta.
Puse voz inocente mientras arrancaba de nuevo su coche. El semáforo ya estaba en verde.
—Mañana hablamos.
—Claro, Casio. Considérate lenta y sensualmente besado —me despedí con voz seductora, arrastrando las palabras.
—¿Qué? —sé extrañó—, ¿es que pretendes tentarme?
—¿Yo arriesgarme a que el gran vampiro se lance a por mí yugular antes de sellar el contrato? —insinué—. ¡Qué va!