No había llegado ni a medio camino de mi coche, cuando el vampiro se abalanzó sobre mí.

Qué pesaditos.

Pasar de una gravedad baja donde eres la hostia y si saltabas atravesabas medio kilómetro, a volver a ser una chica con tacones que intentaba avanzar por los campos sin dejarse un zapato clavado en ellos… era como mínimo frustrante. No me extrañaba que me hubiera olvidado de los chupasangres.

Y considerando el borrón apenas perceptible con el que se movía un milenario, no tuve muchas posibilidades aparte de dejarme atrapar. ¿Sería el papá o el hijo? Porque como fuera uno de los aumentados por la ciencia, yo lo llevaba claro.

—Violeta, no lo vuelvas a hacer.

La frase dicha, en tono de enfado, podría ser de cualquiera de los dos. Y los brazos que me habían inmovilizado del cuello y de los codos, también. Pero la voz. Lo sentía, era de Lucas. Lucas. tu voz no era ni la mitad de sexy que la de tu padre. Por más que tuvierais los bíceps igual de fuertes. Y ahora que me concentraba… tú poder tampoco. Aunque te movieras demasiado rápido para mí.

—¿Podrías soltarme? Yo no sé a las humanas, pero a las súcubos no nos gusta mucho que se nos inmovilice. Por lo menos no fuera de la cama.

Últimamente parecía que me estaba sacando un máster en cabrear nosferatus.

—¿Sabes que mi padre me matará cuando se entere que te he perdido?

Uyuyuy. Este se estaba acelerando. A un pasito de sacar los colmillos y morderme. Sería tu hijo, Casio, pero todavía tenía mucho que aprender sobre el control.

—Si no me sueltas y me matas, entonces sí que se va a enfadar contigo. Se apartó, de golpe. Me froté el cuello magullado y me giré para mirarlo.

Y allí estaba. Con su cazadora negra de cuero, sus botas militares y esa cruz de cadena gruesa que llevaba como respuesta irreverente a lo que la iglesia pensaba de nosotros. Lucas era un luchador escultural con los cabellos de un rojo tan oscuro que parecían tinieblas prendidas en fuego. Tenía el tipazo y los pómulos de Casio. Y su cara de mala leche, los dos colmillos fuera. Qué pena que en este plano tuviera que consumir energía para sacar los cuatro míos, porque si no iba a enterarse de quién vacilaba a quién.

Él no estaba bromeando. No había más que mirar el fulgor rojo sangre de sus ojos. Pero qué se le iba a hacer, pese al paseíto por los campos, todavía estaba embriagada con la sensación de poder que me daba regresar a mi plano, donde podría mostrar mis atributos demoníacos sin que me costara el menor esfuerzo.

—Tranquilo, Lucas, todo está bien.

Ni idea si esto lo calmaría o lo pondría más furioso. Su padre seguro que podía conmigo, pero él. Estaba deseando comprobarlo.

Lucas respiro hondo. (Sí, respiro. Ellos necesitaban el oxígeno para metabolizar la sangre. No usaban su estómago, la sangre succionada iba directamente al intestino delgado, pero eso no significaba que el resto de procesos bioquímicos no siguieran igual que en vida).

—Vale. De acuerdo. Perdona.

«Parece, daga mía —pensé decepcionada—, que vas a catar tu primera comida en otro momento. Pero tranquila, el día es muy largo y yo estoy suicida».

—No me ha pasado nada. Ya lo ves. Tan solo he venido a ver a mi abuelo.

—¿Al plano demoníaco? ¿Tú estás loca? ¿Tienes idea de lo peligroso que es?

Me erguí con toda mi estatura. Podía aparentar ser una mocosa humana, pero no lo era. Para nada. Por muy ridícula y reina de opereta que pudiera quedar mi bravata.

—¿Y tú sabes que soy la hija primera del primogénito del rey? Guarda otra vez esos colmillos y piénsatelo dos veces antes de atacarme.

Dejé que mis ojos brillaran en ámbar. Eso siempre era gratis, como los cuernos.

Me miró desafiante y furioso, con el cuerpo tenso, a punto de atacar. Le sonreí burlona. Adelante. Ya estaba cansada de tanto juego.

—De acuerdo —agachó la mirada—, pueda que tengas razón.

—Por supuesto.

«Sobre todo si no sabes nada de mis queridos tíos», ironicé.

—Otra vez avisa antes de abrir un portal aprovechando que estaba arreglando lo de Marcos. Me dirigí hacia a ti lo más rápido que pude en cuanto me di cuenta, pero ya te habías ido. Y no conozco las palabras de apertura.

—Valla, lamento que hayas tenido que estar esperándome sin saber si ibas a tener que decirle a tu papi que habías fracasado en eso de cuidarme —me daba pena—. Pero esas palabras son sólo para demonios.

Omití la coletilla de verdad detrás de demonios, ya me había pasado bastante.

—Soy un demonio —me aclaró.

«¡No! Lucas… ¿en serio?».

—Me refería a los que poblaban la tierra antes de que hubieran hombres —me mordí el labio inferior y lo miré desde debajo del aleto de mis pestañas, en falsa actitud inocente—. Eso excluye vampiros, zombis y toda esa calaña.

Le sonreí burlona. Algún día alguna chica se lo iba a pasar de miedo seduciéndolo.

—Decididamente, mi padre se puede quedar contigo. No sé cómo te aguanta.

No pude evitar reír a carcajadas y él me miro como si estuviera loca.

—Tienes razón —le aseguré en cuanto me serené un poco—. Creo que el truco está en que Casio ha tenido demasiados siglos para aburrirse de las mujeres convencionales. Vampiresas incluidas.

Se limitó a bufar por toda respuesta. Qué mal educado. En fin, me había sentado bien la risa. Había aliviado un poco el deseo ególatra y suicida que parecía haberme poseído desde que dome al wyvern.

—Bueno, Lucas si no te importa me voy a cazar, aunque aún tenga bastante energía dentro, porque tengo una cita importante después. Te diría que me acompañaras, pero, dudo que te gusten los pederastas —añadí para evitar que me preguntará por la cita. No tenía por qué saber que era con Marta.

Me miró con una expresión entre inescrutable y exasperada, inclinó la cabeza a modo de saludo y se fue. Algo sí que se parecía a su padre, sí.

—Y no te preocupes, que no le voy a decir nada a Casio sobre el plano demoníaco —me despedí del borrón de movimiento que se perdía en la distancia. Sin elevar la voz, para qué, si iba a oírme igual.

No le contaría nada a Casio, a menos que me preguntase, claro.

Sonreí maliciosa, aunque me quedara un ratito de avanzar con mis botas de tacón por los campos.

sep

Del coche, a casa, al teléfono, a la ducha, a la cama. Usar mis poderes me dejaba exhausta. Y a medio día, por primera vez en los diez años que la conocía, iba a ver a Marta para algo que no fuera una limpieza de huellas.

Cuando llegue al restaurante, ella ya estaba sentada, con una copa de vino tinto a medio beber en la mesa.

—Hola, Violeta —me saludó—. Me tienes intrigada desde tu llamada telefónica. ¿Tú y yo quedando para comer?

—Hola, Marta.

Me senté a su lado y enarqué una ceja para preguntarle si podía servirme de la botella de cariñena en la copa vacía que había a mi lado.

—Claro, sírvete.

Llené mi copa y me la llevé a los labios. Delicioso. La deje con suavidad sobre el mantel de hilo blanco y mire alrededor. La bruja había elegido un buen sitio. El local estaba poco concurrido, lo cual nos daba bastante intimidad.

—Supongo qué te preguntarás a que viene esto de quedar a comer.

Dejé la pregunta en el aire. Ella soltó una carcajada cordial. Nunca había entendido como a esa Moon-Wolf le podía caer bien. Pero a veces la vida daba regalos. Y yo no era quien era para cuestionarlos.

¿Tú qué crees? ¿Vas a comentarme cotilleos sobre el sexy Casio?

Esta vez fui yo la que se río, Sí., teníamos que haber hecho esto antes. Pero yo siempre tenía cosas mejores que hacer. Como acorazarme contra todo sentimiento.

—No me lo he tirado, si es eso a lo que te refieres. Pero si buscas consejos de sexo… no será por mi poca experiencia.

—No, gracias. Prefiero no saber los detalles escabrosos sobre la manera de comer un súcubos.

—Marta… —me puse seria—. De verdad que tenía que haber tomado contigo este café, comida o lo que sea. Y lo cierto es algo que tengo que pedirte.

—Violeta. ¿De verdad crees que no me lo imaginaba? ¿Una cazarrecompensas dura como tú hablando con una Moon-Wolf sin perseguir algo? ¿Qué es? ¿Otra daga antimagia, quizás?

—No. La que me vendiste es buena. No es que la haya usado mucho, pero me ha servido.

—¿Entonces?

Volvió a enarcar la ceja. Le quedaba bien con sus rasgos delicados.

—Necesito pedir ayuda al matriarcado. Para una redada. ¿Puedes hacerlo por mí y pasarme unas cuantas brujas?

—Uf —resopló—. Eso es difícil, chica. No tengo tanta influencia.

El camarero hizo su aparición en ese momento. Marta, por lo visto, había tenido tiempo para mirar la carta. Pidió unas migas y chuletas de cordero a la brasa. Yo hice lo mismo.

—Bueno —continuó ella una vez estuvimos a solas otra vez—, de verdad que lo haría. Sabes que te tengo aprecio. Eres una buena clienta —sonrió— y tu aura súcubo de devoradora de hombres no me afecta. Tengo al mío bien agarrado.

—Me alegra oírlo. Te diría lo mismo, pero entonces quedaría como una debilucha y tendría que deshacerme de ti —bromeé.

—En fin, Violeta, de verdad que no puedo. Soy bastante poco convencional hasta para mi clan venido a menos. Me gusta demasiado el mundo humano. Supongo que por aquello de que ellas me encontraron. Ya sabes, yo no sabía que era una bruja hasta que me lo dijeron. Y me temo que mi opinión no vale mucho.

—Bueno, tenía que intentarlo —me encogí de hombros—. ¿Puedo al menos usar tu nombre para entrar?

—Claro, aunque dudo mucho que te sirva de algo.

—Gracias.

—De nada. Mucha suerte, chica dura, aunque espero no la necesites.

Parecía preocupada por mí de verdad. Sí, había sido un poco irracional no cultivar esta amistad que no había pedido ni buscado. Pero que allí estaba.

El camarero nos trajo la comida. Durante la cual compartimos viejos cotilleos, sobre todo suyos, de cómo conoció a su chico. Pues yo de Casio no tenía mucho que contar. Todavía. Nos despedimos con un apretón de manos. Después, en lugar de volver a casa, me fui a cazar. Estaba vacía e iba a necesitar una buena alma para lo que me esperaba en el Samhain.