Sí claro, me iba a quedar en casita para cuidarme. En fin, ¡hombres!

Mientras confiaba en que me mandara por mail o fax el informe de Marcos, llamé al laboratorio del Consejo (y que pagaran ellos la factura; total, se iban a quedar con el resultado) para que mandaran a un mensajero con una neverita que recogiese la muestra de sangre. Esperaba que no se hubiera estropeado desde el bar hasta mi casa, porque a única precaución que yo había podido tomar había sido no exponerla a la luz del sol. A continuación, fui a la cocina a prepararme un zumo con tostadas. Como estaba pletórica por el alma que había tomado hacia unas horas, me apetecía un desayuno más humano.

—Hola, Marta —le dije cuando, entre bocado y bocado de tostada, marqué su número y ella me cogió el teléfono.

—Dos veces en menos de una semana. ¿No estás siendo un poquito traviesa?

—Marta, corta el rollo, que no es por comida. Además, ¿me meto yo en tus hábitos sexuales?

Acabé las tostadas y tome un sorbo de zumo.

—Pero bueno —protesto en broma—, ¿no se supone que precisamente esta conversación continúa cuando te metes con mi novio?

—Vale. El otro día tú tenías sueño y no estabas para hablar. Hoy es al revés.

—¿Te he despertado al coger tu llamada? —la oí reírse.

—¿Es que tu novio humano ha fijado por fin la fecha, que estas de muy buen humor? —ironicé.

Ambas sabíamos que las brujas no se casaban. Ni tenían novios, sólo hombres que usaban. Pero Marta no hacía mucho caso a la segunda regla.

—¡Esa ya es mi violeta! Anda dime qué quieres antes de que te cambies de bruja.

—De acuerdo. Algún día ya quedaremos para tomar un café o lo que sea, de verdad.

Lo que decía en serio. La Moon-Wolf me caía bien. De hecho, era la única hembra con la que me bromeaba.

—¿Tú preocupada por haberme molestado? ¿Tienes fiebre?

—No. Tengo un vampiro de más de dos mil años que ha entrado a mi casa sin mi permiso. ¿Se te ocurre cómo? ¿Y cuándo puedes volver a venir a lanzar un hechizo para restaurar la protección?

—Eh, por partes, chica. A ver, ¿hablamos de Casio?

Suspiré. Me tomé un par de segundos para acabar el zumo y pensar cuántos vampiros de más de dos mil años conocía.

—¿Tú qué crees?

—¿Y qué hace ese vampiro tan sexi en tu casa?

Note como de repente parecía mucho más interesada en la conversación. Genial. Como si no tuviera bastante con que se metiera conmigo, ahora iba a querer cotillear sobre mi vida.

—Cuando lo sepa te lo diré. Por ahora se limita a invitarme a cenar.

—¡A cenar! El poderoso miembro del Triunvirato. Chica, tú sí que sabes cómo cazar a un hombre.

—Tienes suerte que a ti te pase estas bromas. Y ahora en serio. Pretende sellar un contrato de sangre conmigo.

—Pues conmigo puede hacerlo cuando quiera. Sin problemas —me contesto ignorando de manera deliberada mi tono seco.

—Como si no tuvieras novio.

—Pero ni tan guapo, ni tan poderoso, ni tan excitante como tu vampiro.

—¿Y te resignarías a formar parte de su línea como uno más de sus esbirros?

¿Sabes aquello que mejor sirvienta rica que dueña pobre? Además, una bruja como yo, de un clan débil y que ni siquiera es matrona, tampoco es que esté ahora mismo demasiado bien considerada entre las mías.

Eso era cierto. Las suyas estaban regidas por un matriarcado compuesto por siete matronas (una matrona es la regente de un clan o casa), que eran las brujas más poderosas de las siete casas con más poder de las cuarenta y nueve existentes.

—Sí. Bueno… Si se cansa de mí ya le diré que estas interesada.

La escuche reírse. Como si no estuviera enamorada de un humano. En fin, supuse que estas eran las típicas conversaciones de chicas. Porque no podía relacionarme mucho con mujeres. Sería porque todos los hombres tendían a perder la cabeza por mí. Y a veces de manera literal.

—Ya me contaras, guapa. Pero no me sorprende lo de la casa.

¿Y eso? ¿Ahora vas a decirme que el fantasma de su anterior dueña lo ha dejado entrar?

—No. Te diré que lo has hecho tú.

Bufe.

—Sí, hombre. Y se me había olvidado el pequeño detalle, ¿no?

—No sé cómo decirte esto, chica dura. A ver si te vas a enfadar conmigo.

—Que yo sepa, te da igual que yo me enfade. Tu clan y el Matriarcado te protegen. Así que dime.

—No sé yo. Contigo igual en vez de protegerme tendrían que empezar una guerra para vengarme. Pero confiaré en nuestra amistad, así que escucha. Tú le has dejado entrar porque estás colgada por él.

—¿Qué?

—¿Me estaba diciendo que estaba enamorada? ¿Cómo el blando de mi padre? ¿De qué cojones estaba hablando Marta?

—Eso. Y como comprenderás, para revocar la invitación mediante un hechizo primero debes dejar de quererlo.

—Marta, no te pases —silabeé cabreada—. Esto no tiene gracia.

—No es una broma. Y antes de rematarte, quiero que sepas que voy a desconectar mi teléfono unas horas. Te lo diré sin más. A causa de poder entrar a tu casa, él sabe lo que sientes. Que descanses.

Y me colgó.

¡AAAAAAAAAAAAAH! ¡Mecagüendios!

¿Yo enamorada? ¡Mentira! ¿Y que él lo sabía? Pues si se creía semejante patraña no me extrañaba que últimamente estuviera tan encima de mí. Aun se pensaría que eso le iba a dar una comida de semisúcubo gratis. ¡Será cretino pagado de sí mismo!

Echando pestes, deje con brusquedad el vaso y el plato de las tostadas en el fregadero (no se rompieron de milagro), y arrojé la servilleta contra le encimera. Enamorada… eso explicaría algunas cosas, como la estúpida tendencia de mi corazón a acelerarse cada vez que pensaba en él. Quizás hubiera algo de verdad y por eso había podido entrar en mi casa. Pero fuera o no fuera verdad, si él creía que mi enamoramiento era la explicación de que pudiera entrar sin mi permiso, estaba jodida. Y no necesariamente de un modo literal. Porque si un vampiro creía que tenía tu corazón, para él era una irresistible invitación a exprimirlo hasta su última gota de sangre.

«En fin, vuelvo a tener dos opciones —pensé—. O me centro en reprocharle su autosuficiencia y arrogancia para así poder sentirme irritada con él e ignorar que estoy enamorada. O. lo afronto y santas pascuas. Me quedo por la segunda opción. No me gustan las medias tintas. Puede que mi corazón haya estado latiendo desbocado, y que mis venas le hayan estado tentando de manera irresistible. De acuerdo. Pero a partir de ahora mis ojos se unirán al juego, ambarinos y lujuriosos, y mi cuerpo se tensará exuberante ante él. Y muy pronto veremos quién seduce a quien, si el puñetero chupasangre o yo».

sep

El informe sobre Marcos seguía sin llegar. Como nada me retenía en casa, Ya que el mensajero hace un rato que había venido y se había marchado con la sangre, decidí investigar por mi cuenta. Si se pensaba Casio que por tardar en mandarme el informe me iba quedar esperándolo sentada.

Supuse que debería haber accedido a su expediente de la universidad y demás información relativamente fácil de obtener; pero aparte de meterme unos minutos en Facebook, donde comprobé que no había ningún Marcos Valle, no hice nada para facilitarme el siguiente paso. ¿Y para qué? Si de todas formas estaba convencida de que el chico se había largado por miedo a mí y a los vampiros, y que no me deseaba ningún mal. Con corazonadas así no sabía cómo había llegado a vivir medio siglo. Bueno, si no cabreaba un poco a Casio, alias, «sé que estas colada por mis huesos y quédate en casa», ¿dónde estaba la gracia de poder hacerse vieja?

Así que, con los mismos vaqueros y camisetas desgastados que llevaba por casa, me calce las botas y me dirigí a la puerta. Por supuesto, miré antes por la ventana del salón hacia la calle, por si veía a Lucas. Aunque suponía que estaría bien escondido. De todos modos, asome la cabeza y guiñe un ojo. Por si este también se había creído que pensaba quedarme en casita obedeciendo a su padre.

Sintiéndome más segura que nunca con mi súper guardaespaldas invisible, me fui taconeando por las estrechas calles de mi barrio hasta la parada del 38 más cercana. Mientras esperaba al autobús comprobé el correo desde mi móvil. Casio no me había mandado aún el informe, con seguridad adrede, estaría muy ocupado, pero tenía una gran memoria y muchos empleados. Así que yo no conocía todavía el domicilio de mi rubio misterioso. Pero por suerte era día laboral y, en esta ciudad, facultades de Medicina solamente había una. Así que confié en que el susto no le hubiese quitado las ganas de ir a clase.

sep

Llegué al campus poco después de las diez y media. Le cantidad de estudiantes que había por el pasillo me indicó que estaba en un descanso entre clases. Como no lo vi en la zona que, al preguntar, me dijeron correspondía a las aulas de los cursos superiores, me dirigí a la cafetería. Y allí estaba, sentado solo en una mesa, tomándose una Coca Cola y un enorme bocadillo mientras ojeaba lo que parecía un libro técnico. Me lo quede mirando con curiosidad. Estaba tan adorable como el día anterior, aunque le habían salido una feas moraduras en la frente y en la mejilla derecha. Se notaba que había intentado ocultarlas en vano peinándose el pelo hacia delante. Llevaba un jersey de punto grueso, unos vaqueros azules descoloridos y unos enormes zapatos marrones de cordones. No era mi tipo, (yo era más de morenos con personalidad magnética), pero no poda negar que estaba conectada a él de algún modo extraño. Y después de enterarme que me había enamorado de Casio, veía claro que esto no era ningún tipo de atracción sexual ni romántica. Era algo más. Y estaba deseando averiguar qué.

—Hola.

Lo sobresalté al acercarme a él.

—Tú.

Se perdió en mi mirada y sentí con mayor intensidad esa unión que había entre nosotros.

—Hola —repetí como una tonta.

¡Genial! Ahora si no había duda de que tenía los quince años que aparentaba.

—¿Cómo me has encontrado?

Sin dejar de mirarlo a los ojos me senté su lado.

—Más bien como me has encontrado tú y que quieres de mí.

—Ya te dije que te seguí.

—¿Y cómo entraste al bar?

—Por la puerta. Con llave —se encogió de hombros—. Conozco al dueño del Circe y quería quedar contigo en un lugar que conocieras y donde pudiéramos hablar sin ser molestados.

«Ya… pues te salió genial. Sobre todo lo de no ser molestados».

—Vale. ¿Y aquel primer día en el Circe?, ¿cómo me encontraste?

—Te buscaba por los bares. Sé lo que eres.

—¿Por eso te fuiste ayer? Cuando se te pasó un poco el cuelgue, ¿te asustó ver con tus propios ojos lo que habías averiguado?

—Sí.

Me decía la verdad. Sus ojos marrones y profundos eran sinceros.

—¿Cómo te enteraste? ¿Porque me buscas?

Demasiadas preguntas sin repuesta. Aunque yo sólo podía pensar en nuestra extraña conexión.

Roce con mis dedos su mano, la que estaba cerca de la tasa de café. Era una sensación fascinante y desconocida, como si de algún modo tuviera que protegerlo y yo fuera parte de esa piel. La anoté mentalmente en mi catálogo de sensaciones humanas desconocidas. Y justo entonces me di cuenta de que no me era desconocida del todo, de que hace mucho tiempo me había sentido así. Pero de un modo mucho más arrebatador.

—Creo que sé quién eres —le dije antes de que decidiese a cuál de mis dos preguntas anteriores contestar primero.

—¿Lo sabes?

Asentí.

—¿Dónde está ella?

«¿Ves cómo lo sé?».

Antes de que pudiera contestarme, se le acercaron dos rubias de unos diecinueve años. Genial. Seguro que se iban detrás de él, (si es que alguna no era su novia), y me veían como la competencia, pese a mi ridícula edad aparente. Era la historia de mi vida, a los quince años, me había mudado a esta ciudad.

—¡Hola Marcos!

Chicas. Que hasta yo podía oler el exceso de entusiasmo.

—Eh, hola.

—No te habíamos visto hoy. ¿Qué tal? —preguntó la otra con su mejor sonrisa, desarrollando su lenguaje gestual para ignorarme por completo.

—Bueno, es que acabo de llegar. He pasado una mala noche.

—Pobrecito ¿los exámenes?

—Eh.

«Eso, chaval —pensé—, diles que estuvimos cazando vampiros».

—En realidad no —continuo—. No me… encontraba bien. Sí, me dolía la tripa.

Yo pensaba que los jóvenes de hoy mentían mejor. Y en cuanto a ellas. ¿Es que estaban tan cegadas por su sonrisa que no eran capaces de observar los moratones?

—¿Y esta? —cabeceó la primera hacia mí—, ¿tu hermanita pequeña?

¿Si lo agarraba y decía «No, su novia» se me enfadaría mucho? Debería ser más madura y que no me molestaran estas situaciones. Pero estaba harta de que, a excepciones de Marta, todas las mujeres del mundo me vieran como rivales. Desde los quince… desde que decapitaron a mi padre, poco después de que yo tomara mi primera alma. Los quince. El fin de la niñez para un demonio.

—Chicas —intervine—, me llamo Violeta y soy una amiga. Y, si no os importa, esto era una conversación privada antes que os acercarais.

—Que borde la niña, ¿no, Marcos?

Me la quede mirando y le sonreí con toda mi malicia, dejando que mis ojos chispearan en ámbar.

—Sí, bueno —le estaba contestando Marcos—, es que., es que ha venido a preguntarme qué tal es la carrera de Medicina, por si decide a pedirla cuando abran el plazo de preinscripción.

—Da igual —le contestó ella apresurada—, ya nos vamos.

—¿Ya? —protesto su amiga.

—Sí, nos vemos luego Marcos. Eh… adiós —me dijo sin atreverse a mirarme mientras tiraba del brazo de su amiga.

—¿Qué le has hecho? —me preguntó una vez que volvimos a estar sin compañía—, parecía asustada.

—Tranquilo, sólo le he dejado entrever algo de mi parte demoníaca. Nada grave. Necesito hablar contigo —cambie de tema—, ¿hay aquí algún sito dónde podemos hacerlo sin ser molestados?

—Si en la sala de la tuna. A estas horas es muy probable que esté vacía.

—¿La tuna? —no pude evitar sonreírle—, ¿es que te dedicas a cantar serenatas a las muchachas? No me extraña que ese par no te quitara el ojo —le guiñe uno de los míos.

—Más o menos.

—No pasa nada —le cogí de la mano, tenía el típico callo del estudiante y era agradable, la sentí mía—. Vamos, tenemos mucho de lo que hablar, primo.

Apreté emocionada su mano. Quién iba a decir que, después de todo, mi lado humano tenía familia.