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Historia de un ómnibus, de una mora y de un rosario de jazmines

Aquella primera aventura hubiera sido bastante para desalentar a muchas personas; pero los hombres del temple de Tartarín no se dejan abatir fácilmente.

«Los leones están en el sur —pensó el héroe—. Pues iré al sur».

Y con el último bocado en la boca, se levantó, dio gracias al tabernero y un beso a la vieja, sin rencor alguno; vertió la última lágrima sobre el infortunado Negrillo y se volvió de prisa y corriendo a Argel con la firme intención de liar los bártulos y marcharse al sur aquel mismo día.

Desgraciadamente, la carretera de Mustafá parecía que se había alargado desde la víspera; ¡hacía un sol y un polvo!… ¡Pesaba tanto la tienda de campaña!… Tartarín no se sintió con valor para ir a pie hasta la ciudad, y al primer ómnibus que vio pasar le hizo seña y subió.

¡Pobre Tartarín de Tarascón! Cuánto mejor hubiera sido para su nombre y para su gloria no haber entrado en aquel fatal armatoste y continuar de manera pedestre su camino, a riesgo de caer asfixiado bajo el peso de la atmósfera, la tienda de campaña y sus pesadas escopetas rayadas, de dos cañones…

Con la subida de Tartarín, el ómnibus quedó completo. En el fondo, con la nariz en su breviario, iba un vicario de Argel, de larga barba negra. Enfrente, un joven comerciante moro, fumando cigarrillos rechonchos. Además, un marinero maltés, y envueltas en blancos mantos, cuatro o cinco moras tapadas hasta los ojos. Venían aquellas señoras de hacer sus devociones en el cementerio de Ab-el-Kader; mas con la fúnebre visita no parecían haberse entristecido. Oíaseles reír y charlar bajo sus máscaras, y no dejaban de mascar golosinas.

Tartarín creyó advertir que le miraban mucho. Especialmente una, la que estaba sentada enfrente de él, había clavado la mirada en la suya y no la separó en todo el camino. Aunque la dama iba velada, la vivacidad de aquellos grandes ojos negros, alargados por el k’hol; una muñeca deliciosa y fina, cargada de brazaletes de oro, que de vez en cuando asomaba por entre los velos; el sonido de la voz; los movimientos graciosos, casi infantiles, de la cabeza, decíanle que estaba en presencia de una mujer joven, bonita y adorable… El desgraciado Tartarín no sabía dónde meterse. La caricia muda de aquellos hermosos ojos orientales le turbaba y le agitaba, le ponía en trance de muerte; ya sentía calor, ya frío…

Y, para colmo, la babucha de la dama vino a tomar cartas en el asunto. El héroe sentía correr por sus recias botas de caza aquella linda babucha, la sentía corretear y dar saltitos como si fuese un ratoncillo colorado… ¿Qué hacer? ¿Contestar a aquella mirada, a aquella presión? Sí; pero ¿y las consecuencias?… ¡Una intriga de amor en Oriente es cosa terrible!… Y con su imaginación novelesca y meridional, el bravo Tartarín veíase ya en manos de eunucos, decapitado, o quizá peor, cosido en un saco de cuero y arrojado al mar, con la cabeza separada del tronco. Aquello le quitaba entusiasmo… Pero la babucha continuaba su tejemaneje, y los ojos se abrían frente a él todo lo grandes que eran, como dos flores de terciopelo negro, y parecían decirle:

—¡Cógenos!…

El ómnibus se paró. Estaban en la Plaza del Teatro, a la entrada de la calle de Bab-Azún. Las moras bajaron una tras otra, trabadas en sus anchos pantalones y apretujándose en los velos con gracia salvaje. La vecina de Tartarín fue la última que se levantó, y al levantarse, su rostro pasó tan cerca de la cara del héroe, que lo rozó con su aliento, verdadero aroma de juventud, de jazmín, de almizcle y de golosinas.

El tarasconés no pudo resistir. Ebrio de amor y dispuesto a todo, se lanzó detrás de la mora… Al ruido de su correaje, la mora se volvió, llevose un dedo a la máscara, como para decirle: «¡Chitón!», y con la otra mano le arrojó vivamente un rosarito perfumado, hecho de jazmines. Tartarín de Tarascón se bajó a recogerlo; pero como nuestro héroe estaba un poco pesado e iba muy cargado con su armamento, la operación fue bastante larga…

Cuando se levantó, con el rosario de jazmines junto al corazón, la mora había desaparecido.