Como todos los cantares de gesta, también este se difundió por el cántico de los juglares, a lo largo de los caminos y lo ancho de las plazas de Castilla. Pero si bien es cierto que el público no los conocía sino por el conducto de la palabra cantada, solían los juglares hacer copias para aprenderse su recitación. Estas, como es natural, habían de ser muy deficientes, a veces fragmentarias y nunca escrupulosas. Algunas de estas copias sirvieron como documento informativo a los cronistas, que las prosificaron en sus crónicas, si los hechos que las gestas narraban tenían, a su juicio, interés histórico, como sabemos que una copia muy antigua del Cantar fue empleada por Alfonso X para prosificarla en la Crónica general de España que mandó componer bajo su dirección.
No se ha encontrado rastro alguno del manuscrito del Cantar de mío Cid en la versión original que diera el juglar de San Esteban de Gormaz, pero sí el texto, ya refundido por el de Medinaceli, tomado de una copia de las más antiguas, aunque, probablemente, no el original de 1140. Es un manuscrito hecho tardíamente, aunque con espíritu arcaizante, llevado a cabo por un tal Per Abbat, nombre que conocemos porque así lo consigna él mismo al final del manuscrito, añadiendo la fecha, que, reduciéndola a la cronología actual, es la del mes de mayo de 1307. Ningún dato más tenemos de este copista, sino que tal era su nombre, ya que el abbat que consigna es el apellido, y no un cargo monacal, como se ha querido ver por algún historiador.
Es un pequeño códice de grueso pergamino de 74 hojas, escritas por ambas caras, que consta de 3.731 versos anisosilábicos continuadamente escritos. Falta la primera hoja del códice, así como otras dos hacia el final. Aunque el copista no hace separación ninguna, se han podido distinguir 152 tiradas o series asonantadas monorrimas de muy variado número de versos. Igualmente se distinguen tres partes bien definidas, y de muy parecidas dimensiones, que no llevan epígrafe alguno que las separe, así como no se consigna el título general del Cantar, que, de existir en alguna parte, debía constar en la primera hoja, que desconocemos.
Esta es la razón por la que se le conoce indistintamente con el título de Cantar o Poema. A cada una de las tres partes de que consta se les ha asignado, generalmente, los títulos de cantar del Destierro del Cid, cantar de las Bodas de las hijas del Cid y cantar de La afrenta de Corpes.
La historia de este manuscrito no deja de tener interés. Se sabe que estuvo en el Concejo de Vivar desde tiempo inmemorial; de allí pasó al convento de monjas del lugar, donde fue descubierto, en 1775, por don Eugenio Llaguno y Amírola, secretario del Consejo de Estado, que lo entregó al erudito don Tomás Antonio Sánchez, quien, después de estudiarlo, lo publicó por primera vez en 1779, formando el tomo I de su Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV. El manuscrito quedó en poder del señor Llaguno, de quien pasó, después, al ilustre historiador de nuestra literatura don Pascual de Gayangos, a cuya muerte el Museo Británico, de Londres, inició gestiones para adquirirlo, lo que sin duda hubiese sucedido si el marqués de Pidal, que lo había estudiado con entusiasmo, no se hubiese interpuesto, comprándolo.
Heredado, pro indiviso, por los descendientes del marqués de Pidal, se nombró depositario a don Roque Pidal y Bernaldo de Quirós, que lo exhibió en varios actos académicos y culturales.
Fallecido el señor Pidal, la Fundación Juan March lo adquirió a sus herederos por la cantidad de diez millones de pesetas, para entregarlo al Estado, depositándolo en la Biblioteca Nacional, en acto solemne, el 20 de diciembre de 1960.
La Dirección de Archivos y Bibliotecas costeó una edición facsímil de esta «gloriosa antigualla», como la calificó con veneración don Marcelino Menéndez Pelayo.