Sabido es que los cantares de gesta son anónimos, obra popular, que acaban haciéndose tradicionales; enraizados en el pasado y con vitalidad que los proyecta hacia el porvenir. Se sabe que aparecieron en boca de los juglares, sin poder precisar el tiempo exacto, ni poder vaticinar tampoco hasta cuándo habían de perdurar en la tradición del pueblo. Pero es evidente que alguien, un individuo, hubo de ser quien los compusiera, si bien posteriores transmisores, al difundirlos, verificaran una inevitable acción refundidora, que ha de proseguir a través de sucesivas transmisiones orales.
A la crítica filológica e histórica puede incumbir la labor de ir desentrañando el texto en busca de los orígenes de cualquier obra literaria que se expresa en una lengua y refleja una época determinadas.
Frente a la realidad del Cantar de mío Cid, su más ilustre investigador, don Ramón Menéndez Pidal, hubo de plantearse este problema de autoría de nuestro más antiguo y representativo cantar de gesta. Basándose, pues, en las características del lenguaje que el juglar emplea, así como en el conocimiento geográfico que demuestra tener, pudo llegar a la conclusión de que el desconocido autor había de ser de las altas tierras de la actual provincia de Soria. Indudablemente, había nacido y vivido en el sector entre San Esteban de Gormaz y Luzón, tal vez en Medinaceli, o muy cerca de allí, centro que describe muy pormenorizadamente, con tanto detalle como cariño. Al sureste tal vez alcanzó hasta Molina; al este, hasta Calatayud; al oeste, hasta Castejón, y al noroeste hasta el robledo de Corpes, junto a San Esteban. Sus correrías no rebasaron el valle del Arbujuelo, afluente del Jalón, punto central en la geografía del poema. El conocimiento que tiene de estos parajes es exacto, y sus detalladas descripciones contrastan con las que hace de las lejanas tierras de levante, precisamente aquellas en las que acaecen los hechos más trascendentales del cantar. Este carácter localista induce a precisar el posible lugar en que vivía y se movía el desconocido poeta, que por aquellas mismas tierras difundiría en sus recitaciones por plazas abiertas y castillos cerrados, de las tierras cercanas.
La constante preocupación por los estudios cidianos y el afán de aquilatar su investigación han llevado a Menéndez Pidal a una profundización en el problema de la autoría del Cantar, de la que saca lúcidas consecuencias. «La primera impresión que produce la lectura de este poema —nos dice— es la de su perfecta unidad de plan y la de su inspiración altamente nacional. Sin embargo, un atento examen ha podido descubrir en él cierto carácter local muy bien definido. Hay en él dos regiones descritas con detalles de toponimia mayor y menor, reveladores de afección muy singular a la tierra, y son la de San Esteban de Gormaz y la de Medinaceli, dos villas, municipios, de la actual provincia de Soria. En una línea de 20 kilómetros se nombran diez lugares y lugarejos en las cercanías de San Esteban, varios de ellos hoy desconocidos. En las cercanías de Medinaceli se nombran cinco lugares, y tres de ellos son campos y montes deshabitados. De ninguna otra región de España más importante, sea Burgos, Valencia o Toledo, describe el poema pormenor alguno de lugares vecinos. Los hechos del Cid aparecen en el Cantar frecuentemente vistos desde San Esteban de Gormaz, unos; y desde Medinaceli, otros. Nos sentimos obligados a distinguir dos poetas.»
A esta conclusión llega Menéndez Pidal, después de haber estudiado, con su habitual maestría, esta ya anteriormente apuntada duplicidad de autores, cuyas diferenciadas personalidades va determinando, no solo en cuanto al distinto enfoque que hacen del héroe, sino en cuanto a la tendencia y aun a la técnica que cada uno de ellos emplea.
El poeta de San Esteban enumera con todo detalle y amor las cercanías de su villa, mientras el poeta de Medinaceli no se siente tan enraizado a su tierra; el de San Esteban demuestra conocer la historia, y aun la leyenda de sus parajes habituales, así como la situación histórica en la época a que se refiere, en tanto el poeta de Medinaceli recuerda muy confusamente el estado histórico de su tierra en el tiempo de la acción poemática que narra.
En cuanto al propósito de ambos poetas, podemos advertir cómo el primer poeta procura ajustarse a un verismo geográfico e histórico, cuando, por el contrario, el segundo tiende deliberadamente hacia una novelización, empleando elementos fantásticos en busca de un mayor interés de los oyentes.
Ambos poetas difieren también en la técnica poética, pues mientras el de San Esteban se esmera en una versificación variada, cambiando con frecuencia el asonante para hacer muchas tiradas de versos, aunque sean de cortas dimensiones, el de Medinaceli emplea una versificación de más sencillez, que suprime las asonantes difíciles y mantiene las más fáciles para lograr tiradas más extensas. Tenemos, pues, hasta una diferenciación técnica entre los dos poetas, como observa Menéndez Pidal.
Por todo lo hasta aquí apuntado podemos deducir que el Cantar de mío Cid fue uno de aquellos que, al transferirse de una a otra generación, sufrió una indudable elaboración, en unos pasajes más y en otros menos, al pasar de las manos de un juglar a las de otro posterior, que no tuvo escrúpulo en transformarlo a su capricho en busca del mayor éxito para su recitación ante un público cada vez más ávido de novedades.
En resumen, dos poetas distintos, con la propia personalidad de cada uno bien acusada, con tendencia el primero al verismo épico y con preocupación novelizadora el segundo; inconciliables en cuanto al propósito y que «se hermanan muy concordes en el terreno de la creación literaria». Se da el caso de un poeta primitivo cuyo genio atrae hacia sí e impulsa al sucesivo refundidor, constituyendo una continuidad de inspiración a través de los tiempos, fundada en una continuidad de gustos, propósitos y ambiente cultural, que debe de tener muy en cuenta la moderna crítica tradicionalística, como opina Menéndez Pidal, propulsor de esta escuela entre nosotros.
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El problema de la doble autoría del Cantar de mío Cid nos lleva al de la fecha de su composición, ya que, como acabamos de ver, no es obra —tal como la conocemos— de un solo autor, sino de dos, que se suceden, distantes en el tiempo.
Cuando, en 1908, publicó Menéndez Pidal el primer tomo de su estudio fundamental sobre el Cantar de mío Cid, al tratar en él de la posible fecha en que se compuso el poema, precisó que pudo ser en el año 1140, argumentando su aserto con el estudio del lenguaje dialectal empleado en el texto, así como en las deducciones sacadas de las circunstancias históricas que en el Cantar se reflejan. Esto, suponiendo que el autor fue uno solo, precisamente aquel juglar de Medinaceli, cuyo localismo tan evidente se muestra en el texto. Mas la sospecha que el sabio maestro comenzó a manifestar desde su citada obra respecto a una dualidad de autores, afianzándose cada vez más a medida que profundizaba en tal estudio, acabó por convertirse en la certeza de que son indudables ya los dos autores: el de San Esteban de Gormaz, como creador del cantar, y el refundidor de Medinaceli, que amplió el texto, novelizándolo en busca de un mayor interés de los públicos oyentes.
Siendo bastante anterior el poeta de San Esteban, la fijación de la fecha en que este juglar realizara la primera versión del Cantar ha de ser el problema a solucionar, y del que se preocupa Menéndez Pidal en un estudio (1961), en el que da las razones por las que se decide a admitir la existencia de los dos autores.
En dicho estudio nos apunta la fecha en que escribió el poeta primitivo, que debió de ser «muy a raíz de la muerte del Campeador»; y teniendo en cuenta que, a poco de fallecer el héroe, la historia escrita produjo la llamada Historia Roderici (entre 1103 y 1109), el poeta, llevado del interés popular por el extraordinario caballero invencible, compuso en su honor el Cantar sobre el héroe, cuyo recuerdo aún estaba vivo por aquellos parajes, que él conocía tan bien y con tanto cariño describe, así como nos habla de personajes, muchos de los cuales —que habían intervenido en la acción poemática— todavía vivían, tales como doña Jimena, Alfonso VI, y otros muchos que seguían vivos en el recuerdo del poeta.
La refundición del Cantar por el juglar de Medinaceli, bastante más alejada de los sucesos que narra, se separa del verismo de la primera versión en busca de la novelación, añadiendo al texto detalles que lo distancian de la realidad histórica, y que el poeta cree que ya no pueden interesar a su público, más ávido de dramatismo, sin reparar en anacronismos, que los años transcurridos no dejan percibir a los oyentes. Así podemos ver que, mientras en la primera parte apenas modifica el texto primitivo, es más intensa la modificación en la segunda, y casi por completo transformada la tercera parte, intensificando el patetismo de la escena de Corpes, punto culminante de la dramatización de todo el Cantar.
Esta refundición, como ya estableció Menéndez Pidal en su estudio primero a que nos hemos referido, se debió componer precisamente en 1140, en la coyuntura de un hecho histórico resonante, como fue el desposorio del hijo de Alfonso VII con la hija del rey de Navarra, Blanca, bisnieta del Cid, con lo que la dinastía de Castilla entroncaba con la descendencia del Campeador. El poeta de Medinaceli quiso en tal acontecimiento rememorar las glorias del héroe castellano, del que, para hacer la glorificación, dice, finalizando el Cantar:
«Oy los reyes d’España sos parientes son,
a todos alcança ondra por el que en buena naçió».
No han faltado historiadores modernos que han pretendido rectificar esta fecha, que Menéndez Pidal ha mantenido, rebatiendo contundentemente las aparentes razones aducidas que pretendían adelantar o retrasar esa fecha.