CAPÍTULO VI

1

LAS SEIS de la mañana. El ómnibus de Thudaumot a Saigón saltaba y brincaba a lo largó del camino a Saigón. Estaba lleno de productos para el mercado que se amontonaban en el imperial y brotaban por las ventanillas. Muchos campesinos, con sus ropas negras de trabajo, se apeñuscaban en el ómnibus como sardinas en lata. Se prendían de sus mercancías, sonriendo nerviosos cuando cada salto del ómnibus los tiraba con violencia contra sus vecinos.

Incrustada entre una mujer vieja prendida de una gran canasta con caña de azúcar y un viejo hediondo que sostenía seis cepillos hechos con plumas de pato. Nhan soportaba los barquinazos del camino.

Apenas si se daba cuenta de todas las molestias. Su mente y su cuerpo delgado estaban helados de terror mientras rememoraba los acontecimientos de la noche.

El viaje en bicicleta hasta Thudaumot había sido una experiencia de pesadilla. Durante el último interminable kilómetro, Steve tuvo que empujarla; sentía las piernas tan flojas que le fue imposible seguir pedaleando.

¡Qué agradecida se sintió al entrar en la casa del abuelo! ¡Qué bueno fue el viejito con ella! Había notado su terror y la había calmado, abrazándola, asegurándole que no tenía por qué asustarse tanto.

Cuando le contó lo de Steve, quien esperaba afuera, el abuelo siguió sosteniéndola en sus brazos, pasándole la mano por la cabeza y acariciándola como solía hacerlo cuando ella era chiquita, hasta que se sintió completamente segura y ya sin miedo.

Después Steve entró y conversó con el abuelo mientras ella descansaba en el otro cuarto, mirando el oscuro cielo raso mientras escuchaba el zumbido de las voces.

Al rato el abuelo entró donde ella estaba. Le manifestó que ocultaría a Steve. Nhan no tenía por qué preocuparse por nada. Steve vendría ahora a hablar con ella, pero él había querido decirle antes que no tenía necesidad de asustarse. Se encargaría de su enamorado y también quería decirle que pensaba que el americano alto sería para ella un marido de lo mejorcito.

Le había sonreído, acariciándole la mano.

—Nunca creí que llegaría el día en que tendría tan buenas noticias para ti. En este país no tienes ningún porvenir. Sólo en América encontrarás prosperidad. Hay, todavía, por supuesto, mucho que arreglar, pero todo se solucionará bien al final. Tienes que ejercitarte en paciencia y coraje. Debes recordar que las cosas de valor no se consiguen con facilidad.

Steve estuvo impaciente y brusco, pero Nhan lo disculpaba. Tenía muchas complicaciones y estaba muy preocupado. No debía esperar de él muchas atenciones. Naturalmente, tenía que pensar en sí mismo.

Le había dicho que ella debía volver a Saigón lo más pronto posible. Ya le averiguó al abuelo qué ómnibus podría llevarla. Había uno a las seis de la mañana, dentro de una hora. Debía volver en ése. Bajo ningún concepto les contaría ni a su madre, ni a su tío, ni a sus hermanos dónde estuvieron.

Nhan se sentó acurrucada contra la pared, mirando fijo a Steve mientras éste hablaba. Un frío terror volvió a paralizarle la mente. Seguía asintiendo con la cabeza mientras Steve hablaba, tratando de aparecer atenta y comprensiva. Quería con tanta desesperación ser fuerte y merecer la aprobación de Steve, pero mientras éste le hablaba, podía ver que allí estaba esa expresión exasperada y de enojo que siempre se mostraba en su rostro cada vez que le hablaba de algo que ella no captaba inmediatamente.

—¿Me estás escuchando? —le preguntó—. ¡Por el amor del cielo, no te quedes ahí sentada como un maldito conejo hipnotizado! Todo lo que tienes que decirles es que fuimos al río, estuvimos conversando y te llevé de vuelta a tu casa a las veintitrés. Luego me fui y no me has vuelto a ver desde entonces. Es algo bastante sencillo, ¿no te parece?

¿Lo era? Pensó con terrible desesperación en su madre y en su tío cuando tratara de persuadirlos para que creyeran que estuvo durmiendo desde las veintitrés en adelante cuando ni siquiera se había acostado. Su tío era un hombre sencillo y difícil. Siempre la esperaba levantado hasta que volvía del Paradise Club. Sabía que tendría que hablar horas antes de la más leve esperanza de convencerle de que estuvo en la cama desde las veintitrés. A menos que le dijera la verdad, y eso ni pensarlo, no creía que pudiera convencerlo.

—¡Levántate! —dijo Steve con dureza sacudiéndola del brazo—. Es bastante sencillo, ¿no?

Porque tenía miedo de provocar su desprecio, asintió con la cabeza sin decir ni una palabra.

—Y no debes contarle a nadie lo de los diamantes —continuó bajando la voz—. A nadie. ¿Has comprendido, no?

Volvió a asentir con la cabeza.

Jaffe hizo un movimiento de exasperación, luego se paró y empezó a pasearse por la pequeña habitación.

—Necesito cigarrillos —le dijo—. Tráeme doscientos Lucy. Espero que puedas tomar un ómnibus que te traiga de vuelta a la tarde y no te olvides de comprar un diario.

Volvió a asentir con la cabeza.

—Mientras tanto para cuando vuelvas probablemente ya habré decidido qué voy a hacer —continuó—. Mucho cuidado con Blackie Lee. Seguramente te hará preguntas. Tendré que decidir si puedo confiar en él o no. Si te hace preguntas, mucho cuidado en no dejarle saber dónde estoy —había echado una mirada por la pequeña habitación escasamente amueblada—. Cuanto antes salga de este agujero, mejor, pero no debo correr riesgos. Descansa un rato. Tienes cerca de una hora antes de que salga el ómnibus. Yo voy a deshacerme de esas dos bicicletas.

Empezó a dirigirse a la puerta. Impulsada por el pánico, Nhan lo detuvo.

—No me dejes —suplicó—. Estoy asustada. ¿No sería mejor de alguna otra manera? ¿No sería mejor presentarse a la policía? Si les entregas los…

—¡Basta! —dijo con rudeza, apartándola—. Ya te he dicho: ¡Ni una palabra de los diamantes! ¡Me quedaré con ellos! ¡Te estoy diciendo que todo saldrá bien!

Y la dejó, con la cara entre las manos, desesperada en su aflicción.

Diez minutos antes de la hora fijada para la salida del ómnibus, cuando estaba por aclarar, Jaffe volvió. Le contó que había tirado al río las dos bicicletas.

Cuando el ómnibus llegó al Mercado Central de Saigón, pensó en la despedida de él. De pronto Jaffe se había puesto tierno, pero esa ternura no disminuyó el terror de Nhan. Con él estaba segura de poder enfrentar cualquier cosa, pero tener que superar sola todo ese engaño la volvió a llenar de tremenda desesperación.

Mientras iba presurosa por las calles angostas hacia el departamento, preguntándose cómo podría convencer a su madre y a su tío para que creyeran las mentiras que iba a contarles, el coronel On-dinh-Khuc daba las últimas instrucciones al inspector Ngoc-Linh.

Le decía que tenía razones para pensar que el americano, Steve Jaffe, había sido secuestrado por los del Viet Minh. Por razones todavía desconocidas, Jaffe asesinó al sirviente. Eso era algo definitivamente comprobado. Para Jaffe sería muy conveniente que se creyera que lo habían secuestrado. Había una posibilidad de que Jaffe se hubiera escondido y tratara de salir del país; habría que impedírselo.

El inspector debería hacer averiguaciones. El coronel se conformaría tanto si lo habían secuestrado como si estaba escondido. Si estaba escondido, el inspector debería descubrir dónde. Una vez descubierto el lugar donde se escondía, no debía hacer nada por arrestar al americano. Debería comunicárselo al coronel y éste decidiría la actitud a tomar.

Dong-Ham y My-Lang-To deberían ser llevados a las oficinas de la Policía de Seguridad. No se les permitiría hablar con nadie, se les colocaría en celdas separadas y bajo llave hasta que el coronel los interrogara personalmente. Toda información que obtuviera de ellos se la pasaría al inspector para ayudarlo en la búsqueda del americano.

El coronel informaría al presidente que el americano había sido secuestrado, y sin ninguna duda, el presidente trasmitiría esa información al embajador americano. El inspector debía comprender que estaría en contra de los intereses del Estado el comunicar al embajador americano que Jaffe asesinó al sirviente. Ese desgraciado incidente deberá mantenerse oculto, y el coronel haría responsable al inspector de que se mantuviera el secreto.

Hubo una pausa, luego el coronel continuó:

—El cadáver del sirviente deberá ser encontrado cerca del puesto de policía. Se supondrá entonces que estaba con el americano cuando fueron atacados por los bandidos. Al mismo tiempo que secuestraban al americano, mataron al muchacho. ¿Está comprendido?

Los ojos pequeños y oscuros del inspector Ngoc-Linh pestañearon, pero contestó impasible:

—Está comprendido, señor.

Observó al coronel Khuc y a Lam-Than retirarse de la casa, subir al coche de la policía y alejarse. En cuanto se fueron, aflojó la tensión y caminó por la sala, el rostro sombrío, preocupado. Entonces miró el cuadro de la pared. Acercó una silla, se trepó y levantó la pintura. Se quedó mirando asombrado el boquete de la pared, y luego volvió a colocar el cuadro en su lugar, retiró la silla y muy pensativo cruzó la habitación dirigiéndose a la cocina.

En el otro extremo de la ciudad en un cuarto escasamente amueblado, Nhan abochornada frente a su madre y a su tío les explicaba por segunda vez lo que habrían de decir si la policía les preguntaba dónde estuvo ella la noche anterior.

La madre de Nhan era una mujer pequeñita de cuarenta y seis años. Tenía puesta una bata muy usada y el cabello suelto le enmarcaba un rostro seco lleno de arrugas. Parecía mucho más vieja de lo que era. El marido había trabajado como mozo en el Majestic Hotel. Lo mataron en un accidente de tránsito hacía unos años y ella luchó por mantener el hogar dedicándose a vender flores en el mercado. Había sido una verdadera suerte que Blackie Lee se le acercara y le sugiriera que Nhan podía trabajar en el club. Desde que Nhan empezó a trabajar allí su madre dejó de vender flores. Hasta había invitado a su hermano a vivir con ellos.

El hermano era mucho más viejo que ella. Era un hombre gordo estúpido. Que decía la buenaventura frente a la Tumba del Mariscal Le-van-Duyet. No era muy optimista en su trabajo y en consecuencia ganaba muy poco dinero. Estaba muy contento de tener casa y comida gratis.

—Si viene la policía —decía Nhan hablando con lentitud— deben decirle que volví a casa a las veintitrés y me acosté. Es muy importante que digan eso.

El tío la miró de reojo, frunciendo el ceño.

—¿Cómo voy a decir semejante cosa, si no volviste en toda la noche? —preguntó por último—. Estuve aquí todo el tiempo. Tu cama está sin tocar.

—Eso es cierto —agregó la madre de Nhan—. Las mentiras traen complicaciones. En esta casa no queremos complicaciones.

—Si no cuentan esa mentira —dijo Nhan con desesperación—, en esta casa habrá peores complicaciones.

El tío metió una mano debajo de la chaqueta y se frotó las costillas.

—Si la policía me hace preguntas —contestó obstinado—, le diré que no volviste en toda la noche. De esta manera no me veré envuelto en tus complicaciones. Y tu madre también dirá la verdad. Siempre pensé que ese americano te metería en algún lío. Me gustaría no tener nada que ver en este asunto.

—Si no hacen lo que les pido —insistió Nhan, desesperada—, voy a perder el trabajo y me van a meter presa. Nadie traerá dinero a casa los fines de semana y mi madre tendrá que volver a vender flores otra vez.

El tío se quedó mirando. No había pensado en eso. Hasta tendría que irse de esa casa tan cómoda.

—Aunque tu hija sea muy perversa, no sería conveniente que perdiera el trabajo —dijo después de pensarlo un poco y dirigiéndose a la madre de Nhan—. En cambio tienes que considerar a tus otros hijos. Si no hay dinero, ¿quién les va a dar de comer? Quizás, después de todo, sería mejor decirles esa mentira.

La madre no tenía ningún interés en volver a vender flores. Con un gesto de disgusto, estuvo de acuerdo en que quizás su hermano tuviera razón.

Observándolos, Nhan vio con alivio que había utilizado la táctica correcta.

—¿Entonces, si la policía les pregunta, le dirán que volví a casa a las veintitrés y estuve en cama toda la noche? —preguntó.

—Si eso salva a esta casa de la desgracia de que te metan presa —le contestó el tío—, entonces nos veremos obligados a contar esa mentira —se volvió hacia su hermana—. Tráeme la varilla de bambú. Esta chica tiene metido adentro un demonio perverso. Por ti y por tus hijos, es mi deber sacarle ese demonio.

La madre se levantó y fue hasta el armario donde se guardaba la vara de bambú. Su hermano la usaba a veces con sus tres hijos. Sintió que ahora tenía razón de usarla con su hija.

2

El coronel On-dinh-Khuc mordía una manzana mientras estudiaba el interrogatorio escrito a máquina que Lam-Than le había pasado.

Eran las ocho y cuarto de la mañana. Desde que volvieran a las oficinas se había hecho mucho. Dong Ham y My-Lang-To fueron interrogados. El cadáver de Haum había sido trasladado hasta el deshecho puesto de policía y lo metieron en la zanja cerca de donde se encontraron los dos cadáveres de los Viet Minh. Al secretario privado del presidente se le informó que el americano había sido secuestrado. A su vez al embajador americano también se le informo lo mismo. Tres oficiales de la policía militar de Estados Unidos fueron hasta la escena del ataque donde estuvieron tomando fotografías, examinando al Chrysler y consultando con la policía de Vietnam.

El coronel masticó la manzana mientras estudiaba las contestaciones de Dong-Ham a las preguntas que le hiciera Lam-Than.

—Poca cosa —dijo por fin, poniendo el papel sobre el escritorio—. Mejor es que encontremos a esa muchacha que menciona. Probablemente no sepa nada, pero será mejor asegurarnos. Alguien tiene que saber quién es y dónde vive. Dile a Ngoc-Linh que averigüe en ese club. Allí probablemente sepan como se llama.

Lam-Than inclinó la cabeza.

El coronel tiró el resto de la manzana en el amplio canasto para papeles.

—Nada que valga la pena en el informe de la chica —continuó—. Es una lástima que insista en que el muchacho está todavía en la casa. Ese viejo cocinero también parece pensar lo mismo —levantó la vista para mirar a Lam-Than—. Cuando se diga que el muchacho estaba con el americano y lo mataron los del Viet Minh, estos dos podrían provocar dificultades. Si la policía americana tiene oportunidad de interrogarlos, la situación puede hacerse comprometida.

Lam-Than ya había pensado en esa dificultad.

—El viejo no tiene parientes —observó—. Si le ocurre un accidente no habrá complicaciones. La muchacha tiene padre y madre, pero cuidando que el asunto se maneje con tacto, también puede ser eliminada sin dificultades.

El coronel se frotó las mejillas carnosas.

—Lo dejo en sus manos —le dijo—. Arregle todo. Es mejor para el Estado que no haya complicaciones.

Lam-Than inclinó la cabeza. Recogió los dos interrogatorios y se retiró de la habitación.

Muy poco después de las once, el inspector Ngoc-Linh llegó al Paradise Club.

Al bajarse del coche Yu-Lan lo vio y apretó un botón que encendía una luz roja en la oficina de Blackie, así lo prevenía para que se preparara para la visita del inspector.

El inspector lo encontró leyendo el diario de la mañana.

Blackie se puso de pie, hizo una inclinación y le ofreció una silla. Yu-Lan entró con dos vasos de te que colocó sobre el escritorio. Hizo una inclinación y le sonrió al inspector quien a su vez devolvió la inclinación, con rostro inexpresivo.

Cuando Yu-Lan se retiró, el inspector bebió el té, hizo un comentario elogioso sobre su calidad, luego al ver que Blackie esperaba le dijo:

—¿Conoce a un caballero americano llamado Mr. Jaffe?

Era algo que Blackie no esperaba que le preguntaran. Aunque su rostro permaneció suave y sonriente, sin embargo, su mente se sobresaltó. Inmediatamente recordó las extrañas insinuaciones de Jaffe respecto a conseguir un pasaporte falso. Y ahora el oficial de policía estaba haciendo averiguaciones sobre Jaffe.

—Sí —contestó Blackie—. Viene aquí muy a menudo.

—¿Estuvo aquí anoche?

—Sí, me parece que sí.

—¿A qué hora?

—A eso de las veintiuna. No estoy muy seguro, no me fijé la hora exacta.

Así que Jaffe estuvo aquí, pensó el inspector, cinco horas después de asesinar al sirviente. ¿Qué estuvo haciendo mientras tanto?

Entonces hubo una pausa. Luego Blackie preguntó:

—¿Le ha ocurrido algo a ese caballero? Lo sentiría mucho.

—Ha sido secuestrado por bandidos del Viet Minh. Ya lo sabrá con más detalles por el diario de mañana.

Decir que Blackie estaba asombrado sería decir mucho menos. Se quedó mirando perplejo al inspector.

—¿Secuestrado por bandidos del Viet Minh? —repitió—. ¿Dónde ocurrió eso?

—Lo sabrá por los diarios de mañana —contestó cortante el inspector—. Quisiéramos saber algunas cosas del americano. ¿Cómo se llama la mujer que tenía relaciones con él?

Los ojos de Blackie se hicieron soñolientos. Buscó un cigarrillo y lo encendió.

—No tenía relaciones con ninguna muchacha en especial —dijo—. Venía y contrataba a su antojo a cualquier chica para bailar.

—Tengo razones para creer que favorecía en particular a una mujer —dijo el inspector—. Quiero saber su nombre.

—Si pudiera ayudarlo, lo haría —contestó Blackie, inclinándose—, pero no tengo la menor idea de si mantenía relaciones con alguna chica determinada.

—El sirviente manifiesta que una joven solía ir a su casa dos o tres veces por semana —dijo el inspector mirando fijo a Blackie—. Solía venir muy a menudo a este club. Es razonable presumir que conoció aquí a su amiga.

—Me sorprendería que así fuera —contestó Blackie—. Mis bailarinas no se acuestan con americanos. Es posible que la conociera en algún otro club.

—Tengo que encontrar pronto a esa muchacha —dijo el inspector y se puso de pie—. Hay que hacer averiguaciones. ¿Está completamente seguro de que no la conoce? Se lo vuelvo a preguntar porque si después se descubre que usted la conocía y nos ocultó deliberadamente esa información, el hecho le acarrearía grandes complicaciones. Sería muy sencillo clausurarle el club.

Blackie estaba completamente seguro de que ninguna de las bailarinas que trabajaban en el club delataría a Nhan. Los pocos americanos que iban al club probablemente habrían visto a Jaffe con Nhan pero no sabían cómo se llamaba. Se sintió bastante seguro al negarse a ser embaucado por el inspector.

—Si le puede servir de ayuda, trataré de hacer algunas averiguaciones por mi cuenta —dijo con suavidad—. Es posible que alguien que conozca pueda ser útil. Si consigo el nombre de la chica le hablaré por teléfono.

El inspector tuvo que contentarse con eso. Después que se fue, Blackie salió del club y tomó un pousse-pousse hasta la casa donde vivía Nhan. Era poco después de mediodía: buena hora para hacer una visita. El tío de Nhan estaba en el Templo y la madre con una vecina de la vereda de enfrente.

Llamó a la puerta. Después de esperar unos pocos minutos, volvió a llamar. Nhan le abrió. En seguida se pudo dar cuenta de que Nhan había estado llorando y parecía sumamente nerviosa y asustada.

—Quiero hablarte —dijo Blackie y entró en la habitación—. La policía me hizo una visita esta mañana, para hacer averiguaciones del americano.

Nhan se quedó mirándolo, retrocediendo, los ojos inmensos de terror.

Sin dar muestras de notar el terror, Blackie continuó:

—Me preguntaron el nombre de la joven que lo visitaba.

Nhan se apoyó contra la pared. Ocultó sus manos temblorosas tras su propio cuerpo. Seguía mirando asombrada a Blackie. Parecía incapaz de decir ni una palabra.

—Me dijeron que al americano lo secuestraron unos bandidos, —continuó Blackie—. Pero no lo creo. Decidí venir a verte primero antes de decirles que eres la que están buscando.

Nhan cerró los ojos, luego los abrió lentamente. Seguía sin decir ni una palabra.

Blackie esperó unos minutos, luego le preguntó:

—¿Estuviste con él anoche?

Nhan asintió con la cabeza.

—¿Qué le pasó?

—Fuimos hasta el río en auto y después caminamos hasta las veintitrés. Me trajo a casa y entonces me acosté —dijo Nhan con voz temblorosa; las palabras parecían salir en forma automática, por eso Blackie tuvo la seguridad de que las había ensayado y ensayado.

—¿Dónde está ahora?

Hubo una larga pausa antes que ella contestara:

—No sé.

El hecho de que apartara la mirada con tanta rapidez, le reveló que le estaba mintiendo.

Sacó la cigarrera, tornó un cigarrillo y lo encendió. Durante esa pausa siguió mirándola fijo y Nhan pareció encogerse debajo de su mirada.

—La policía está ansiosa por encontrarte —le dijo—. Me amenazaron con complicaciones si no les decía tu nombre. Si no sabes dónde está y si no lo has visto después de las veintitrés, no veo razón para no dar les tu nombre.

Nhan se puso rígida. Empalideció pero no dijo nada.

—Si la policía cree que estás mintiendo —dijo Blackie—, te van a convencer para que digas la verdad. Tienen muchos modos para convencer a la gente que no quiere contarles nada. Hasta las personas más valientes terminan por decirles todo lo que quieren —hizo una pausa y le preguntó con toda tranquilidad—: ¿Eres muy valiente Nhan?

La muchacha se estremeció.

—Por favor no les diga nada —murmuró.

—¿Sabes dónde está?

Primero vaciló, luego enderezando los hombros y mirándolo fijo, le dijo:

—No, no sé —pero el tono de la voz era tan poco convincente que Blackie le tuvo lástima.

Chupó el cigarrillo y soltó el humo por las narices.

—Anoche, el americano me vino a ver y me preguntó si no podría conseguirle un pasaporte falso. No dijo que fuera para él, pero estoy seguro de que así era. Me contó que queda salir del país y también que estaba en dificultades. No creo que lo hayan secuestrado. Pienso que está escondido en alguna parte. Sin ayuda, llegarán a encontrarlo en algún momento. Es posible que yo pudiera ayudarlo, pero antes de hacerla quiero saber qué pasa y cuánto podría pagar por mi ayuda. Si el problema es muy serio, naturalmente el precio será mayor. Es posible que quiera ponerse en contacto conmigo por tu intermedio. Si lo hace, ¿le vas a decir que estoy dispuesto a ayudarlo?

Nhan seguía rígida. No dijo ni una palabra, pero por la forma en que pestañearon los ojos negros, Blackie se conformó con que hubiera comprendido lo que le decía. Se puso de pie.

—Me parece que sería una imprudencia de tu parte aparecer estos días por el club —agregó—. Si necesitas dinero, estaré encantado de dártelo. Si ves al americano, por favor, no te olvides de repetirle todo lo que te dije.

Entonces, como Nhan seguía sin contestar nada, se puso el sombrero, la saludó y bajó lentamente escalera, internándose en la calle calurosa.

Se detuvo un momento en la esquina, con el ceño fruncido y preocupado, luego haciéndole señas a un pousse-pousse, le dijo al muchacho que lo llevara de vuelta al club.