CAPÍTULO X

ERIJ-VANYE intentó levantarse por segunda vez, y con un movimiento repentino Erij se echó atrás y se lo permitió. Entonces guardó de golpe la hoja del Honor en su cinturón y avanzó un poco por la carretera, adonde estaba su caballo junto al negro de Vanye.

Vanye se levantó de la zanja tropezando, cojeando. Intentó en vano alcanzarle e impedirle hacer lo que planeaba. Vio con desmayo que Erij ya había encontrado lo que el caballo negro portaba en su silla.

Una sonrisa salvaje se extendió por el rostro de Erij cuando tomó la espada enfundada entre sus manos. Y con la empuñadura sujeta con la mano y la funda apoyada en el hueco de su brazo esperó la llegada de Vanye.

Vanye no llegó a acercarse ante la amenaza que él representaba. Con miembros aún temblorosos intentó recuperar el aliento y el ingenio, y presentar algún tipo de argumento razonable.

—Hay un qujal que ha salido de Leth —comenzó con una voz que apenas era audible—. Erij, Erij, detrás de mí vienen los lethenos y el mismo diablo. Estamos los dos en peligro. Te acompañaré hasta salir de esta carretera. No intentaré escapar, al menos en esa distancia. Lo juro, Erij. Te lo juro.

Erij le examinó. Sus ojos oscuros resultaban líquidos en la oscuridad. Entonces hizo una inclinación para expresar una decisión abrupta. Enganchó la funda de Bebé Robado a su propio cinturón —manco como era, la llevaba a la cintura antes que al hombro— y saltó sobre la silla.

Vanye arrojó su dolorido cuerpo sobre la silla en un segundo esfuerzo. Puso al negro a galopar carretera abajo en compañía de Erij, adentrándose a través de senderos secundarios en el bosque, aunque a cada paso el bosque resultaba más ominoso en sí mismo. Los caballos avanzaban ahora con paso cuidadoso, tanteando su camino sobre el suelo rocoso. Había todavía zonas con nieve en las que dejar huellas. Pero el bosque y los arbustos eran tan densos que perseguirles no resultaría fácil para cualquier grupo de hombres, y su pista quedaba algo oculta. Este lugar no contenía ningún sentimiento de seguridad. Más bien el tipo de nerviosismo que le habían despertado todas las emboscadas de Erij, de la infancia en adelante, una sensación de alarma que le producía ganas de gritar. Hasta tal punto que pensó que, como en otro sueño de Aenor-Pywn, podría haber cabalgado hasta este lugar en un mal sueño, en el cual hubiese muerto. Los árboles, las rocas se grababan en su vista. Sus sentidos se agarraban a ellos tan fuertemente como sus dedos podrían agarrarse a un último resto de solidez. Estoy perdiendo éstos, pensó y estoy loco acompañándole de esta manera. Pero no le quedaban fuerzas, y Erij tenía Bebé Robado, retenía su deber como ¡Un de rehén! Su esperanza insistía en que Erij era razonable, se podía razonar con él.

Entonces, en un espacio despejado entre los árboles, Erij sujetó las riendas y le ordenó que desmontase.

El pánico le asaltó. Estuvo a punto de espolear el caballo, pero se encontró a sí mismo desmontando, cuidadoso a causa de las rodillas doloridas al tomar el equilibrio en el suelo. Se movió incierto al ordenarle Erij que se dirigiese al centro del claro.

—¿Dónde está ella? —preguntó Erij. Y, mientras hacía la pregunta, desmontó y desenganchó la funda de Bebé Robado.

Entonces supo con certeza que Erij planeaba matarle una vez contestase. Y Bebé Robado se deslizaba, inexorablemente, por su funda. Erij, una vez que conocía la naturaleza de la espada, era bien capaz de manejarla.

Vanye se arrojó contra Erij a la altura de la cintura, se agarró a él y cayeron juntos. Bebé Robado cayó todavía enfundada.

El codo de Erij le golpeó en la cara, cegándole. Vanye se encontró debajo otra vez, repentinamente, perdiendo, como siempre había perdido, con sus hermanos, siempre había sido así. No podía ver, no podía respirar, no pudo sentir por un momento. Con sus últimas fuerzas se agarró y empujó, luchando sólo por hacer palanca. Entonces sus manos estamparon la cabeza de Erij contra el suelo nevado, una y otra vez, hasta que los miembros de Erij se aflojaron y dejó de luchar.

Se levantó para alcanzar Bebé Robado, la cabeza aclarándose mientras alcanzaba el caballo. Sujetaba la funda de la espada, mientras tanteaba ciegamente en busca de las riendas.

El caballo relinchó. El empujón de Erij le hizo aterrizar en la parte inferior de su espalda, arrojándole, atontado, casi debajo de las herraduras. Bebé Robado voló de sus dedos sin fuerzas más allá de su alcance, y cuando intentó alcanzarla, Erij le dio una patada en el cuello, se levantó a medias, atontado, y se encontró con el puño de Erij que le arrojó de espaldas sobre la nieve. Erij se colocó entonces sobre él, con la rodilla sobre su pecho. Su brazo mutilado era lo bastante fuerte como para apartar el de Vanye. Erij sacó la hoja del Honor de su cinturón y la introdujo en las protecciones del cuello de la armadura cortando las correas como hilo podrido.

—Un tercio de Nhi murió en Irn-Svejur —le dijo Erij ronco y sin aliento—. Tu obra y la suya. ¿Dónde está ella?

Vanye tragó bajo la presión de la espada, incapaz de contestar. Luchó instintivamente para respirar y se congeló al notar la humedad goteando por los lados de la garganta. El dolor puro se movió en el filo del cuchillo cuando éste se apartó un poco.

—Contéstame —siseó Erij.

—Leth —movió un brazo pesado como todo un cuerpo, se detuvo—. Qujal… Hombres de Leth la capturaron… para obligarla a entregarles lo que sabe, Erij… Erij, no me mates. Tendrán los conocimientos de ella…, los suyos…, junto los de Thiye… contra nosotros.

La presión se aflojó por completo, pero estaba allí. La débil esperanza de despertar el interés de Erij hacía que le corriese el sudor. La rodilla de Erij entorpecía su respiración. Notó cómo perdía contacto con sus sentidos, mareado y atontado.

—¿Y tú bastardo? —le preguntó Erij—. ¿Qué estás haciendo suelto y solo?

—Hjemur…, la fuente. Eso puede detenerles. Voy a matar a Thiye. Tomar Ra-Hjemur. Erij, déjame ir.

—Bastardo, te he perseguido desde Irn-Svejur. Los otros no tenían estómago para el territorio de Hjemur y las armas de Morgaine, pero les juré que iría hasta donde fuera necesario para volver con tu cabeza. Te hubiera traído vivo entero. Pero, manco como estoy, no puedo. Por Nhi y por Myya, por San y Torin, especialmente por Nhi y sus muertos, haré esto y luego estudiaré la mejor manera de utilizar este regalo que me das. No tengo enemigos a los que deba temer mientras lleve esto. Si podía llevarte a salvo a Ra-Hjemur, también puede hacerlo por mí.

—Acompáñame allí, entonces.

—Una vez te ofrecí la oportunidad de compartir el poder, bastardo, y era de veras. Pero amabas a la bruja más de lo que amabas Morija. Lo bastante como para matar a Nhis por ella.

—Erij, sabes por lo menos que no quebrantaré un juramento. Ayúdame… hasta Ra-Hjemur. Ahora, antes de que nuestro enemigo la tome. Déjame que me vengue de Thiye… por Morgaine. En el qujal también si puedo. Lo que digo tiene sentido, Erij. Escúchame. Seguramente hay armas en Ra-Hjemur. Y si caen en manos de nuestro enemigo, incluso estar en posesión de Bebé Robado puede que no sea suficiente para tomar la ciudadela. Hazlo. Ven conmigo. Ese es mi juramento con ella, ocuparme de Thiye. Después de eso, cualquier cosa que suceda es entre nosotros dos, no me quejaré de nada.

Los sombríos ojos de Erij adquirieron un aspecto cerrado y calculador.

—Fuiste condenado a ser un ilin por la ley de nuestro padre a causa de Kandris. Y quedarás limpio de eso si te escucho. Pero todavía tienes que satisfacerme a mí. Supongamos que te condenase a otro año.

—Creo que eso sería poca cosa para satisfacerte.

—Jura —dijo Erij—, por el mismo juramento que tienes con ella, que te quedarás para ser reclamado por mí. Sin traiciones ni ayuda de ella, si de alguna manera sobrevive. Y ése no será un año que vayas a agradecer, bastardo Chya, y no me impedirá entregarte a los parientes de Paren y Bren cuando haya terminado. Pero vale la pena para ti, me abstendré de cortarte la garganta aquí y ahora. Hasta te acompañaré a Ra-Hjemur. ¿Es eso lo que quieres, bastardo? ¿Pagarás eso?

—Sí —dijo Vanye sin vacilar, con la espada de Erij descansando todavía debajo de su mentón.

—Y me apuesto —dijo Erij— que sabes cómo emplear la espada y que conoces a la bruja mejor que ningún otro ser vivo. Si tomar Hjemur te purga de ella, siendo ése el servicio que ella mencionó y no simplemente un año, entonces acordemos, hermano, que si Hjemur cae, entonces esto es mío y tú eres mío a partir de ese momento. Y tú no mencionarás este juramento ni a ella, ni a Thiye ni a nadie.

Vio entonces la trampa que preparaba para Morgaine. Traición esperando traición en todo el mundo, y admiró la astucia del hombre: Myya en esencia, pensando en todas las posibilidades menos en una, que ninguno de los dos sobreviviese a la toma de Hjemur.

No le gustaba el juramento, estaba formulado de una manera demasiado ajustada.

—Estaré de acuerdo —dijo él.

—Y por tu alma que no me traicionarás —dijo Erij—. Me entregarás a Hjemur, a Thiye, a la bruja y a ese qujal.

—A tantos como sobrevivan —concedió Vanye.

—No me abandonarás ni alzarás la mano contra mí antes de entonces.

—De acuerdo.

—Tu mano —dijo Erij.

No era lo correcto. Por la ley del ilin no debía someterse a otro juramento, y cualquier conflicto entre las dos obligaciones recaía sobre su alma, su fallo. Entregó su mano y apretó los dientes al pasar la hoja de Erij sobre su palma. Entonces, Erij la tocó con su boca y Vanye, igualmente, escupió sangre sobre la nieve. No era una reclamación porque no había firma, pero era un juramento, y vinculante. Y cuando Erij le soltó para ponerse en pie, se arrodilló para apretar la nieve en su puño, como había hecho en una caverna de Aenor-Pywn en una ocasión, temblando ahora en su completa miseria, hasta tal punto que pensó que sus sentidos le abandonarían.

La liyo a quien servía podía, con derecho, condenar su alma a la perdición. Y había concedido a su hermano ese mismo derecho. Y, sin embargo, sabía que recibiría misericordia de Morgaine y ninguna de Erij. Sabía que su liyo, aunque ella fuese cruel de otras maneras, no le maldeciría, y este conocimiento de ella, perversamente, le hizo decidir cuál de los dos juramentos seguiría.

Y matar a su hermano como había matado a un tercio de la familia Nhi.

Y había hecho esto por su liyo, sirviéndola. Su juramento le había vinculado y había matado a parientes. No parecía haber un acto peor que pudiera verse obligado a cometer.

Hasta ahora, que quebrantaba un juramento y mataba a su hermano por medio de su silencio.

Me veo en la obligación de hablaros claramente. Si vos empleáis a Bebé Robado en la manera que os he dicho, moriréis, le había dicho ella.

Bebé Robado no era selectiva en su destrucción.

—Vamos, en pie —llevó la espada al arnés de su silla, desplazando la suya al inútil lado derecho. Entonces tomó las riendas y montó, esperándole.

Vanye se levantó y buscó al negro, que estaba parado con las riendas colgando, a alguna distancia a través del claro. Puso el pie en el estribo y montó, notando un espasmo en sus maltrechos músculos.

—Eres el guía —dijo Erij—. Guíame. Y recuerda tu juramento.

Retrocedió por el camino que había venido y luego giró al norte, planeando volver a la carretera en un lugar diferente del que la habían abandonado. Cuando la tuvieron a la vista entre los árboles, se alegró de ver que todavía no había pisadas sobre ella.

Sólo cuando salieron a la carretera abierta algo revoloteó entre los árboles asustado por su paso, un rápido batir de alas en la oscuridad. Erij lo miró con odio, el honrado asco de un ser humano hacia las cosas que infestaban este bosque.

Vanye había dejado hasta de temblar ante estas cosas. Marchó a buen paso, consciente que estaban dejando una buena pista para que Liell y sus hombres la siguiesen. Pero no podía evitarse. Sólo había un camino rápido al corazón de Hjemur y estaban sobre él.

El negro estaba esforzándose. Era imposible hacer avanzar más al animal, castigado como había sido en el camino a Ivrel. Y por fin, Vanye recogió las riendas, volvió la vista atrás y pensó en detenerse. Era un lugar incómodo, había bosque a un lado y rocas altas al otro.

—Movámonos —dijo Erij.

—No voy a matar este caballo —protestó Vanye, pero mantuvo al animal al paso, Erij espoleó entonces su caballo, y el negro, obediente, igualó el ritmo. Vanye controló su temperamento y esperó que el animal resistiese hasta las puertas de Ra-Hjemur.

Y llegaron a nieve pisoteada, donde una carretera inesperada se interceptaba con la suya formando un ángulo en dirección a Ivrel. Hombres a caballo, a pie. La huella pequeña de los norteños. Hjemurinos mezclados con las huellas más grandes de los andurinos.

Y sangre sobre la nieve y cuerpos abandonados sobre la carretera.

Vanye desmontó, aunque Erij le ordenó lo contrario. Ignoró a su hermano y fue rápidamente de un cuerpo a otro para verles las caras. Eran lethenos. Los otros tres eran los pequeños hombres oscuros de Hjemur, uno pálido como los qujal. Le inundó el alivio.

Erij siseó, llamando su atención. De repente hubo un movimiento, un crujido en la nieve y un chocar de las rocas, y salió de sus pensamientos para ver una sombra oscura cernirse sobre él, sobresaliendo del muro que ceñía la carretera.

Corrió, saltó hacia el caballo, se arrojó sobre la silla y el espantado animal echó a correr. Recogió las riendas torpemente y se inclinó sobre la silla al igual que Erij.

—Erij —le dijo entrecortadamente cuando pudo—, hjemur ha llegado por detrás. Pero Leth y Chya Liell están delante. Los Hjemurinos no pudieron contenerlos. Calma, calma, o nos encontraremos con ellos.

—Entonces —dijo Erij—, tendremos un enemigo menos.

Morgaine y Roh de paso, si es que todavía vivían. Erij, que blandía la espada, les mataría igual que a Chya Liell y a los lethenos. El pleito de sangre entre Nhi y Chya era antiguo y bien ejercitado. Mientras el que tenía con Morgaine era tan reciente como Irn-Svejur, y todavía estaba reciente.

—Dame una espada —le pidió a Erij—, si no la de ella, algún arma —porque no tenía ni una daga.

—No a mis espaldas —dijo Erij, insultando el juramento que había entre ellos. Pero ese era su privilegio y no debilitaba el juramento.

Vanye apretó los labios colérico y le aguantó, considerando a Erij un loco al forzar de esta manera a los caballos, por cabalgar sin protección detrás de un grupo que contenía a Morgaine después de su amarga lección en Irn-Svejur. Lamentó su juramento por un nuevo motivo: que Erij les mataría a los dos y entregaría Bebé Robado al enemigo, más loco que Chya Roh y casi tan idiota.

La carretera era retorcida. No se podía ver más allá de los recodos, los árboles y las rocas impedían la vista a la derecha, los árboles casi ocupaban la carretera a la izquierda.

Y se encontraron inevitablemente con la retaguardia de la columna de Liell. Los hombres, alertados por el ruido que hacían, preparados para recibirlos con un muro de lanzas, una sombra erizada en la oscuridad.

Erij arrancó Bebé Robado de su funda, dejándola caer y perderse, sin vacilaciones. Espoleó al indeciso caballo y le condujo contra las lanzas, mientras la espada ardía opalina y una peculiar oscuridad rutilante aparecía en su punta. Los lethenos que la tocaban se desvanecían rápidamente, otros huyeron; algunos pocos cerraron filas con nueva determinación cuando Vanye intentó abrirse paso. En vez de eso, desde el declive cayeron cuerpos oscuros, vestidos con pieles, interponiéndose en su camino en gran número, hjemurinos que aullaban sus aterradores gritos. En su última visión clara de la columna vio una mancha blanca, Siptah entre los caballos. Y los jinetes de Leth comenzaron a huir, abandonando a los que iban a pie, quizá conscientes de lo que les perseguía.

Cuerpos oscuros ocuparon el espacio intermedio. Vanye espoleó su caballo, mientras él y el animal eran derribados a un tiempo. Una lanza le golpeó las costillas y le hizo bastante daño. Desarmado, agarró la lanza con las dos manos e intentó arrebatársela a su dueño.

Entonces el caballo se derrumbó y se vio rodeado de brazos, arrastrándole al suelo a un tiempo. Una espada brilló y rebotó de su malla, sorprendido a su potencial asesino. Otros lo intentaron con idénticos resultados, dejándole moraduras y sin aliento. Estaba cubierto por cuerpos y sumergido en la oscuridad.

Y repentinamente puesto en libertad.

Intentó ponerse de pie, todavía atontado, y se cayó de bruces sobre la nieve manchada. Había gritos en sus oídos, luego silencio, el aullido del viento hueco y también abruptamente silenciado.

Se levantó sobre una rodilla al acercarse a él el sonido de pasos, miró torpemente a Erij, quien sostenía la espada enfundada en la mano. No se veían cadáveres ni a los hjemurinos, sólo a ellos y a los caballos juntos de pie.

Rápidamente se volvió para mirar la dirección en que habían partido los jinetes. Tampoco había nada que ver allí.

—Los jinetes —preguntó Vanye—. ¿Fugitivos o muertos?

—Fugitivos —respondió Erij—. Si no te hubieses caído… eso debe ser tu sangre Chya, levántate.

Se levantó, ayudado inesperadamente por la mano de Erij. Y se quedó sorprendido al examinar de cerca a su hermano. La misma expresión oscura que había conocido en Ra-Morij, la cólera mezclada con algo violento. Pero la mano que le sostenía era firmemente amable.

—¿Por qué te quedaste por mí? —le espetó Vanye, que en verdad sospechaba que había algún sentimiento fraternal en el hombre—. ¿Tanto deseas tu venganza? —Los labios de Erij temblaron por la cólera.

—Bastardo que eres, no dejaré ni la basura de Nhi para Hjemur. Monta.

Y por lo contradictorio que era Erij, le golpeó y le empujó a un tiempo. No un cachete, sino un golpe que le puso de pie, mareado como estaba. Vanye tomó fuerzas para levantarse, siguió a Erij y se detuvo cuando el propio mandoble de Erij golpeó la nieve frente a él. Lo recogió sin vacilaciones.

Y ahí estaba Erij sobre su caballo, mirándole con odio y miedo a un tiempo.

Si no hubiese conocido a Erij, habría pensado que estaba tan loco como Kasedre. Pero repentinamente reconoció el sentimiento. Uno antiguo y conocido. Erij, en verdad, le temía. Mutilado por él, su anterior habilidad segada, Erij temía. Y probablemente se despertaba en medio de la noche con sueños como los que el propio Vanye tenía. Sueños con Rija, con Kandrys, con una mañana en la armería.

Padre amaba la perfección, le había dicho Erij una vez. Odiaba dejar Nhi a un mutilado.

Tampoco me perdonó a mí, por ser entre sus dos hijos legítimos, el que sobrevino. Y ser menos que perfecto después.

Pero Erij había tenido suficiente inteligencia para armarle, a pesar de todas sus inclinaciones en contrario. Un manco entrando solo en Hjemur… tenía menos miedo de morir que de parecer débil.

Vanye se inclinó con torpe respeto ante su hermano.

—Probablemente muramos —dijo con la seguridad de la culpa en su corazón—. Déjame Bebé Robado. Te juro que lo haré yo mismo. Lo que pueda hacer un hombre portando esa cosa, lo haré. Te entregaré Ra-Hjemur si sobrevivo y, si no, será imposible de todos modos. Erij, es de veras. Te debo esto.

Erij soltó una risa corta y nerviosa, y guardó su brazo sin mano detrás de él.

—Tu gratitud es innecesaria, hermano bastardo. Lo cierto es que dejé caer la funda y volví por ella.

—Volviste a tiempo. —Vanye insistió tercamente—. Erij, no lo conviertas en nada. Sé lo que hiciste y te digo que haré esto.

—Eres experto en traiciones y no voy a confiar en ti, especialmente en lo que a ella concierne. Estás intentando retrasarme y este es el fin de la cuestión. Monta.

No podía seguir el camino que Erij marcaba. Estuvo a punto de caerse, cuando tomaron una cuesta resbaladiza. Se agarró con fuerza, pero se le cayó una rienda. Como consecuencia, el caballo se detuvo al llegar al fondo, al estar bien entrenado se quedó parado, con los costados temblando entre sus rodillas. Y Vanye se inclinó lentamente sobre la silla, intentando aclararse la vista y sin intentar siquiera recuperar la rienda.

Erij se acercó, golpeó su caballo y lo puso en marcha. Se agarró, pero el caballo se detuvo de nuevo, e ignorando a Erij empleó sus últimas fuerzas para desmontar y andar, conduciendo su caballo hacia un lugar en que la roca plana prometía un sitio en que sentarse y descansar. Andaba como un borracho y sentía tanto dolor que se desplomó, más que sentarse, al llegar. Se quedó tumbado de lado, con los miembros encogidos ante el frío y sencillamente ignoró los intentos de Erij de levantarle. Un tiempo para que el dolor abandonase sus entrañas era todo lo que pedía.

Erij tiró de él bruscamente, y Vanye se dio cuenta por fin de que estaba intentando apoyar su cabeza sobre su brazo sin mano. Y él mismo tomó el frasco de vino y bebió.

—Estás congelado —dijo Erij distante—. Levanta, levántate.

Comprendió entonces que Erij estaba intentando colocar su capa alrededor suyo y se apoyó contra su hermano. Se calentó con él, hasta que por fin sus maltratados músculos empezaron a tensarse en reacción frente al frío.

—Bebe —dijo Erij. Él bebió. Entonces durmió brevemente.

Pretendía que fuese breve, sólo una cabezadita. Pero se despertó con el sol calentándole. Y Erij sentado cerca de él, con Bebé Robado entre los brazos, en la postura en que solía descansar Morgaine. Erij no dormía. El primer movimiento de Vanye le puso alerta y con los ojos afilados por las sospechas.

—Hay comida —dijo Erij al rato—. Monta ya, que comeremos en la silla. Ya hemos desperdiciado suficiente tiempo.

No protestó ante la orden, sino que arrastró sus miembros doloridos y obedeció. Había un filo en el viento cuando salieron del repliegue de la colina. Se alegró del trago de vino que Erij había compartido con él, del pan que se hacía migas y del queso fermentado. La comida le dio fuerzas. Miró a su hermano a la luz del día y vio a otro hombre igualmente descuidado, ojeroso, de pómulos salientes y sin afeitar. Pero a un paso razonable, y con provisiones suficientes, sus posibilidades de alcanzar Ra-Hjemur eran mejores de lo que él había pensado la noche anterior.

—Les irá un poco mejor que a nosotros —le dijo a Erij—, delante nuestro como van… todavía tiene que haber un límite para sus caballos y para su fuerza.

—Es posible que les alcancemos —dijo Erij— es posible al menos.

Erij parecía sobriamente cuerdo al haberse agotado los impulsos de la noche. Por un momento parecía haber hasta una disculpa implícita en su tono. Vanye se agarró a ella inmediatamente.

—Estoy más fuerte —dijo Vanye—, podría continuar. Escúchame, has hecho una especie de reclamación sobre mí, y, una vez que esté libre de mi juramento, defenderé tus intereses en ese extremo. Tomaré Ra-Hjemur por ti.

—Y, por supuesto, la bruja te lo permitiría.

—Ella no tiene ambiciones respecto a Ra-Hjemur. Sólo ajustar cuentas con Thiye y seguir su camino. No volverá. No es una amenaza para ti, en absoluto. Erij, te lo ruego, humildemente te lo ruego, no intentes matarla.

—Tienes que pedir esto, siendo ilin de ella; y respeto eso. Pero sabiendo que, lógicamente, tendré que entrar contigo en Ra-Hjemur, no pondré esta espada en tus leales manos, hermano bastardo. Una vez estuve dispuesto a creerte, y eso me ha costado muy caro, en vidas y en honor. No volveré a cometer el mismo error dos veces.

Vanye decidió entonces que debía obtener la espada de Erij robándosela o por la fuerza, o engañar a Erij para que él mismo hiciese lo que debía hacerse: quebrantamiento de juramento y asesinato a un tiempo.

Y desde que había sabido de Morgaine lo que debía hacerse, había sospechado que la muerte sería la suya cuando obedeciese sus órdenes.

Su campo, orientado hacia su propia fuente de poder, conseguiría la ruina de todas las Puertas, había dicho ella. Arrójala a la propia Puerta o desenfúndala y tírala a través. De las dos maneras será bastante.

Bebé Robado se alimentaba de los Fuegos Brujos de Ivrel. El vacío negro que brillaba en la Puerta era la nada diminuta que temblaba en su punta, que tomaba hombres enteros y los arrojaba a través, vientos que soplaban hacia cielos en que los hombres no podían sobrevivir, como el dragón había perecido en la nieve… Otros cielos en los que nunca amanecía. Bebé Robado apuntando a la Puerta sería la nada apuntada a la nada. El viento soplando contra el viento, desgarrando su propia sustancia y arrastrando todas las cosas dentro.

Incluso la propia Ra-Hjemur le seguiría con todo en su interior. La fuerza que había tomado a diez mil hombres en Irien no sería tan delicada de tomar un solo hombre si se desgarraba, destruyéndose a sí misma.

Pensó, con un escalofrío, en las caras que se alejaban, de quienes había visto absorbidos dentro del campo, el horror y la sorpresa, como hombres recién llegados al infierno.

Este sería su final, para los hijos supervivientes de Nhi Rijan, por todo su odio y su rivalidad.

Mantuvo su rostro apartado de Erij hasta que el viento hubo secado sus lágrimas, y se entregó por completo a la tarea que había jurado cumplir.

Se extendía ante ellos el mayor valle del norte y la fortaleza de Hjemur. Una tierra de pastos rodeadas de picos nevados, agradable a la vista, excepto por un lugar. Y ése se veía, desnudo y estéril, incluso a tanta distancia.

—Eso —dijo Vanye, señalando la fealdad y pensando en el desierto que las Puertas creaban en su torno— debe ser Ra-Hjemur.

Y forzando la vista imaginaba ver una colina que debía ser Ra-Hjemur desdibujado por la distancia.

No habían alcanzado a Liell después de todo. Ahí estaba la carretera y nada se movía sobre ella. Parecían estar solos en toda la región.

—Es demasiado hermoso —exclamó Erij—, demasiado abierto. A la luz del día me sentiría desnudo en esa carretera.

—¿De noche?

—Eso parece lo único inteligente.

—Puedo aconsejarte mejor —dijo Vanye persistente hasta el fin—, que aconsejarte que hagas eso.

Erij se le quedó mirando con una expresión tan asustada que Vanye sintió temor de ser descubierto. Casi esperaba alguna palabra brusca, alguna sospecha repentina.

—¿Qué es? —preguntó a Vanye, con tono de sincera curiosidad—. ¿Qué es lo que esperas abajo? ¿De qué te ha avisado?

—Hermano —dijo Vanye—, ambos tenéis mi juramento. Y si mi liyo legítima está con vida entre ellos… tengo una responsabilidad hacia Morgaine, otra hacia ti. Entre los dos seréis mi muerte y podría pensar con más claridad si no estuvieseis en el mismo sitio, dispuestos a arrojaros mutuamente a la garganta uno del otro.

—Te concedo esto —dijo él—, que si no parece necesario matarla, no la mataré; nunca he matado a una mujer y no me gusta la idea.

—Te agradezco esto —dijo Vanye con sinceridad. Y entonces, pensando el Liell.

—Erij, si se plantea la captura… muere. Esas historias de la larga vida de Thiye son ciertas. Si te capturan, tu cuerpo seguiría gobernando Ra-Hjemur o Morija, pero sin tu alma.

—¿Verdad? —exclamó Erij suavemente.

—Por mi bien, tienes una aliada en Morgaine si sigue viva. Ayúdame a liberarla y nuestras posibilidades de vivir se convierten en mil veces mejores.

Erij se le quedó mirando con una expresión dura.

—Soy casi tan ignorante como tú —protestó Vanye—, no conozco la mitad de lo que hay abajo. Creo que ella sí. Y, por su propio bien, se pondría de nuestra parte. Es seguro que nadie más lo haría. Si vas a comenzar matando a nuestro único posible aliado, podrías, también, atarme de pies y manos porque soy suyo todavía por un tiempo…, las manos, de las cuales su ciencia es la mente. Y serías más sabio si utilizases las dos.

Erij no le contestó, aunque le pareció que estudiaba seriamente sus palabras mientras cabalgaban juntos hasta un lugar boscoso desde el cual no veían ya el valle.

—Descansaremos aquí un tiempo —dijo Erij— y nos acercaremos de noche. ¿Se resistirá Thiye a la entrada de Liell?

—No lo sé. Creo que Morgaine piensa que Thiye fue una vez el señor y Liell su sirviente, por lo menos en Irien, y que tuvieron alguna pelea. Pero si Liell le lleva a Morgaine a Thiye, ella puede ser la llave que le abra las puertas. Y entonces, si las mismas ambiciones mueven al qujal que al humano, que no lo sé, puede que haya traiciones, y tendremos aquel que gane la baza para hacernos frente, Thiye o Liell. Creo que es posible que Liell haya estado esperando largo tiempo la llave que le abriría Ra-Hjemur. Pero ésta es mi idea. Morgaine no dijo nada de su punto de vista sobre los planes de ellos. Él añadió, mientras Erij estaba quieto sobre su caballo escuchando:

—No sé si Thiye es un qujal o un ser humano que ha empleado a un qujal como sirviente y está a punto de cosechar su recompensa por entrometerse. Entrometido e ignorante, es lo que le llamó Morgaine y que los Fuegos Brujos no tienen un efecto saludable sobre nada viviente. Por alguna razón, si el rumor es al menos cierto, se ha permitido a si mismo envejecer.

Así que es posible que Thiye no sea un qujal en absoluto. Y Morgaine no lo es, pienses lo que pienses. Pero Liell lo es. Esta es la suma de todo. Thiye es el sujeto de mi juramento, pero lo extiendo, sobre todo, a Liell. Y si eres listo, me dejarás.

—Quieres liberar a la bruja, eso es lo que es.

—Sí. Pero haciéndolo, mataré a Liell, quien representa una amenaza para nuestras dos causas y quiero que me ayudes en eso, Erij. Quiero que comprendas que tengo asuntos en Ra-Hjemur que van más allá de Thiye. Y que liberar a Morgaine no es hacerte traición.

Erij desmontó, Vanye no lo hizo. Erij levantó hacia él su rostro, tensado por el sol invernal.

—Hay una conclusión clara de todo esto: guardarás mi vida y me ayudarás a tomar Ra-Hjemur para mí. Esa es la conclusión que importa.

—Me has tomado juramento —dijo Vanye con tristeza en el corazón— y sé que esa es la conclusión que importa.

No había luna y las nubes se movían sobre ellos. Por lo menos tenían esa ayuda.

Ra-Hjemur se erguía sobre una colina baja y estéril. Se trataba, sin duda, de una fortaleza de los qujal porque era sencillamente un vasto cubo. Sin adornos, sin torres ni muralla ni ninguna otra defensa evidente a la vista. Un sendero de piedras conducía hasta su puerta. Sobre él no crecía la hierba, aunque de todos modos no crecía hierba en ninguna parte de la colina.

Se agazaparon un rato en el borde del otero donde habían dejado los caballos, simplemente vigilando el lugar. No había señal de vida.

Erij le miró como consultando su opinión.

—La espada puede forzar la puerta, pero ten cuidado con las trampas, hermano. Y recuerda que voy detrás tuyo. No me gustaría morir por el mismo accidente que Ryn.

Erij inclinó la cabeza, indicando su asentimiento; se deslizó entonces de su escondite buscando otras sombras. Vanye le siguió deprisa. No fueron directamente hacia la puerta, sino bajo los muros, y desde las sombras se dirigieron a la puerta.

Estaba grabada con runas en sus ejes de metal, pero la puerta era de madera y hierro, como la puerta de muchas fortalezas ordinarias. Y cuando Erij desenfundó Bebé Robado y la tocó con su negro campo en los goznes. El aire resonó con el gruñido del metal. Las puertas se separaron de sus goznes y también sus pilares, y las piedras rugieron al ser arrancadas de la sillería. El polvo les ahogó y, cuando se hubo aclarado, una masa de escombros bloqueaba parcialmente la entrada.

Erij miró brevemente la destrucción que había provocado y entonces trepó sobre los escombros y buscó el interior de aquel lugar lleno de ecos que ardía con luces que no le proporcionaba ningún fuego.

Vanye corrió detrás, sudando de miedo, cogiendo al pasar una roca bastante grande, y mientras Erij comenzaba a volverse la aplastó contra la base de su cráneo cubierto con un casco. No fue suficiente. Erij perdió el equilibrio, pero todavía medio consciente se levantó con la espada.

Vanye la vio venir, se agachó para evitar el temblor y dio una patada al brazo de Erij que arrancó de él un grito de dolor. Y la espada cayó.

La recogió y bajó la vista a su hermano, cuyo rostro se retorcía de furia y dolor. Erij le maldijo, con tanta deliberación e inteligencia que se le heló la sangre en las venas.

Tomó la funda de Erij, que no se resistió. Y llevado de un impulso de pena hacia su hermano le arrojó su propio mandoble.

Las flechas volaron.

Oyó cómo las disparaban antes de volverse, y supo que venían de las escaleras. Pero Bebé Robado en su mano protectora las llevó fácilmente a otra parte y ambos resultaron incólumes. Conocía las propiedades de la espada, había visto a Morgaine manejarla y conocía formas de utilizarla que Erij no imaginaba. Erij podría haber recibido un flechazo fácilmente.

Y quizá Erij comprendió el hecho, o comprendió que continuar con su discusión privada podría resultar fatal para los dos. Erij recogió el mandoble, con una promesa brillándole en los ojos, y empezó a seguir a Vanye.

Matar a un hombre por la espalda era tarea fácil, aunque llevase armadura. Pero Erij necesitaba más que una mano para hacerlo, lo arriesgaba todo en ello.

Y rápidamente olvidó la amenaza de Erij anonadado por el extraño lugar. Casi perdió el aliento al pensar en el tamaño del salón, en la multitud de puertas y escaleras, Morgaine le había enviado aquí ignorante. Y no cabía otra cosa que hacer que buscar en cada habitación, en cada escondite, hasta que encontrase lo que buscaba o sus enemigos encontrasen su espalda.

Aparte de eso, Bebé Robado emitía un brillo más brillante al ser sujetado ante él, y al levantarlo corrían impulsos por la empuñadura dragón, de tal manera que parecía estar vivo.

Con cuidado, con Erij siguiéndole, tomó las escaleras al nivel superior.

Encontró un salón muy parecido al de abajo, excepto que en su extremo había una puerta de metal hecha con un material brillante muy parecido al de los pilares de los Fuegos Brujos. Bebé Robado comenzó a emitir un sonido, un murmullo que taladraba los huesos y que se hizo más fuerte conforme se aproximaba, sus huesos le dolían. Corrió hacia la puerta, pensando que la velocidad sería la mejor defensa frente a un ataque de Hjemur. Y se quedó congelado cuando aquella gran puerta se abrió un poco para recibirlo.

Y se quedó todavía más sorprendido por el panorama, de metal brillante y luz, que se extendía en la distancia, con colores brillantes y zumbando con el poder de los propios fuegos. Bebé Robado latía, su brazo estaba dolorido de sostenerlo.

Su campo, centrado hacia su propia fuente de poder, resultaría en la ruina de todas las Puertas.

El pulso de los poderes enfrentados subió por su brazo hasta su cerebro. No sabía si el grito de la espada estaba en el aire o en sus propios sentidos asaltados.

La levantó esperando morir, descubrió con sorpresa que no era peor, menos cuando la inclinaba hacia la derecha. Entonces, el dolor aumentaba.

—Vanye —le gritó Erij sujetándole el hombro. Vio el miedo puro en el rostro de su hermano.

—Este es el camino —le dijo Vanye—. Quédate aquí, vigílame las espaldas —pero Erij no lo hizo, notó la presencia de su hermano cerca de él al entrar en el salón.

Ahora comprendió. Le había resultado muy contrario a la naturaleza cuidadosa de Morgaine esperar que él hiciese algo tan importante con tan pocas instrucciones. No había habido necesidad. La propia espada les guiaba mediante impulsos de sonido y dolor. Después de un rato de recorrer el pasillo brillante, obra de los qujal, el sonido borró sus otros sentidos hasta que sólo les quedó la vista.

Y ante sus ojos se alzó un viejo, calvo y arrugado, vestido con una túnica gris, que extendió las manos hacia ellos y pronunció palabras que no podían oírse. La sangre manchaba su anciano rostro.

Vanye levantó la espada, amenazándole con la temible punta, pero la visión no se desvanecía, bloqueaba su camino con su propia vida.

Thiye, le dijo algún sentido. Thiye, Thiyez, señor de Hjemur.

De repente, el viejo cayó, agarrando el aire, y había una flecha en las túnicas de su espalda. Y la roja sangre extendiéndose.

Una figura quedó visible detrás, en la habitación, el joven señor de Chya, vestido de gris y verde, bajando su arco. Con prisa repentina, y jadeante, Roh se dirigió hacia ellos, echándose el arco tensado a la espalda.

Vanye buscó la funda de Bebé Robado inmediatamente, con la esperanza naciendo dentro de él. El silencio repentino en el aire, cuando aquella punta encontró su refugio natural, fue impresionante. Sus oídos maltratados apenas podían oír la voz de Roh. Notó las manos ansiosas de Roh agarrarle, distanciado incluso de esa sensación.

—Vanye, primo —gritó Roh, haciendo caso omiso de la amenaza que representaba Erij, su enemigo de sangre, de pie junto a ellos con la espada desenvainada.

—Primo, Thiye y Liell están enfrentados. Morgaine escapó de los dos, pero…

—¿Está viva? —preguntó Vanye.

—Viva en verdad, bien viva. Tiene la fortaleza y planea destruirla. Vamos, vamos. Abandonemos este lugar. Se vendrá abajo, piedra sobre piedra. Corramos.

—¿Dónde está ella?

Los ojos de Roh hicieron un gesto hacia arriba, hacia las escaleras.

—Se ha hecho fuerte ahí arriba, con sus armas de nuevo en su poder y dispuesta a matar a cualquiera que se ponga a su alcance. No intentes alcanzarla, Vanye. Te matará a ti también. Está loca. No se puede razonar con ella.

—¿Liell?

—Muerto. Están todos muertos, y la mayoría de los sirvientes de Thiye han escapado. Estás libre de tu juramento, Vanye. Escapa de este lugar. No es necesaria tu muerte.

Los dedos de Roh tiraron de él, sus ojos oscuros llenos de agonía. Pero, de repente, Vanye rompió la sujeción y empezó a correr escaleras arriba. Entonces miró atrás. Roh vaciló y súbitamente empezó a correr en dirección contraria, desapareciendo rápidamente en la seguridad de las escaleras de bajada, un fantasma vestido de verde. Erij miró en ambas direcciones, como dividido. Entonces empezó a correr escaleras arriba, con el mandoble en la mano, y lo apuntó a Vanye, con ojos salvajes.

—Thiye ha muerto —dijo él—. Está muerto. Tu juramento a la bruja está cumplido. Ahora detenla.

La realidad de aquello le golpeó como un martillo. Miró a Erij impotente, reconociendo la justicia de los que le pedía, intentando decidir dónde residían en verdad sus obligaciones. Entonces apartó todo y dejó de pensar. Su deber hacia ambos consistía en alcanzar a Morgaine a la mayor velocidad posible.

Se dio la vuelta y corrió subiendo las escaleras de dos en dos. Llegó jadeante a otro salón como el de abajo.

Y se enfrentó a Morgaine, sana y salva como Roh les había dicho, y apuntándoles a ambos con la mortífera arma negra que sostenía en la mano.

—¡Liyo! —gritó, y levantó su mano vacía, como si simplemente eso pudiera evitar el daño, mientras con la otra arrojaba Bebé Robado a sus pies.

—¡No! —gritó Erij con furia, pero se mordió el labio al ver cómo ella levantaba la espada enfundada, sin dejarles de apuntar con el arma negra. Que luego bajó.

—Vanye —dijo ella—, dichosos los ojos.

Y se reunió con ellos y empezaron a bajar por las escaleras que habían venido, colocando cuidadosamente a Vanye a su espalda, quien resumió de golpe lo que ella había pretendido averiguar discretamente.

—Thiye ha muerto.

Los ojos grises de ella adoptaron una expresión inesperada de agonía.

—¿Obra tuya?

—No. De Roh.

—No, de Roh. Thiye me liberó, al ser esa su única esperanza de derrotar a Liell y conservar su vida. Me dio esta débil posibilidad. Le habría salvado la vida si hubiese podido. ¿Esta Roh abajo?

—Corrió diciendo que pretendías destruir este lugar.

—Una horrible sospecha se apoderó de él. —¿No era Roh, verdad?

—No. Roh murió en Ivrel, ocupando tu lugar.

Y ella echó a correr escaleras abajo, parándose sólo para tomar las esquinas con cuidado y llegó el terrible salón de diseño qujalin.

Estaba vacío, salvo por el cadáver de Thiye en medio del charco de sangre que aumentaba. La cólera se revolvió en su interior ante la burlona traición a la que le había sometido Liell, y miedo ante lo que Morgaine pudiese planear hacer con estos extraños poderes.

Llegó al fondo del salón, donde se alzaba un pilar doble de luces, y dejó la espada sobre el mostrador un instante, mientras su mano trazaba con pulso firme, producto de la práctica, un dibujo entre las luces. De las paredes salió un sonido como el trueno, voces fantasmas les murmuraron en idiomas extraños. Brillaron luces a lo largo de los pilares, que empezaron a latir a un ritmo cada vez más agitado.

Hizo que todo se detuviese con un rápido movimiento de una mano y se apoyó contra el mostrador con la cabeza inclinada, como alguien que hubiese sufrido un golpe mortal.

Entonces se volvió y levantó la cabeza, sus ojos se fijaron firmemente en Vanye.

—Tú y tu hermano debéis abandonar este lugar lo más rápidamente posible. Liell dijo la verdad en una cosa: va a ser destruido. La máquina está programada de una manera en la cual yo no puedo liberarla. Ra-Hjemur será escombros en el tiempo que un jinete tarda en llegar a Ivrel. Eres libre de tu juramento. Lo has pagado todo. Adiós.

Y con eso le rozó y se dirigió a lo largo del pasillo velozmente, caminando hacia las escaleras.

—¡Liyo! ¿Qué estás haciendo? —le gritó, deteniéndola.

—Ha encajado la Puerta, dejándola abierta en un lugar de su elección y voy a seguirle, no tengo mucho tiempo. Me lleva bastante ventaja y seguramente sólo ha dejado el que le parecía necesario para él. Pero es cobarde este Liell. Y espero que se haya dejado demasiado margen, demasiado favorable.

Y con eso se volvió de nuevo y empezó a andar, cada vez más deprisa, hasta que echó a correr.

Vanye empezó a andar.

—Hermano —le recordó Erij. Él se detuvo. Ella desapareció por las escaleras.

Entonces desapareció el último eco de sus pasos, y se volvió necesariamente para afrontar la cólera de su hermano, reflejada en su rostro. Se arrodilló en el frío suelo y apretó la frente contra él, rindiendo la debida reverencia al juramento hacia su hermano.

—Tu humildad es un poco tardía. Levántate. Me gusta mirarte a los ojos cuando contestas preguntas —dijo Erij.

Así lo hizo.

—¿Dijo ella la verdad?

—Sí. Creo que era la verdad. Y si lo dudas, dúdalo a la distancia de un día cabalgando de aquí. Si lo ves en pie, entonces no era verdad.

—¿Qué es esto de las Puertas?

—No lo sé. Sólo que, a veces, hay otro lado en los Fuegos Brujos. Y, a veces, no, y una vez que ella se vaya no estará en sitio alguno al que podamos llegar. Lo siento, no fue algo que ella explicase claramente. Pero no volverá. Ivrel es una Puerta que se cerrará cuando este lugar muera, y después no habrá más Fuegos Brujos, no más Thiyes, nada de magia en este mundo.

Miró a su alrededor a aquel lugar cuya complejidad era semejante a las entrañas de una gran bestia, pensó que sus venas eran conductos de luz y su corazón y su pulso brillaban y se apagaban lentamente.

—Si no deseas morir sugiero que sigamos su consejo y nos encontremos lo más lejos posible de aquí cuando ocurra.

Los caballos estaban donde ellos los habían dejado, pastando pacientes en el alba gris la hierba rala, esperando como si no hubiese pasado algo inusitado ese día. Vanye examinó las cinchas y montó. Erij hizo lo mismo. Cabalgaron por la carretera más abierta y más veloz, parándose para mirar el gran cubo de Ra-Hjemur, que parecía, con su puerta rota, un monstruo que hubiese recibido su herida mortal.

Entonces partieron juntos hacia Morija.

—Ya no hay un señor en Hjemur —dijo Vanye, por fin—. Tú y Baien sois los únicos señores de las familias que quedan con alguna estatura. Está a tu alcance la corona de emperador sin recurrir a magias qujalinas, después de todo. Y quizá esto sea lo mejor para la gente humana.

—El señor de Baien es anciano —dijo Erij— y tiene una hija. No creo que desee una guerra para amargar su ancianidad y arruinar su tierra. Posiblemente pueda fraguar una alianza con él. Y Chya Roh no dejó herederos, su gente representará un problema menor. La señora de Pywn es una Chya, y con los Chya de Koris en nuestras manos se someterá. —Erij parecía casi animado estudiando sus perspectivas y tomándose a la ligera varias guerras.

Pero Vanye miró de nuevo la carretera hacia delante, hasta donde se perdía de vista. Y volvió la mirada al sur, esperando fervientemente verla, por lo menos en su mente, como cuando había cabalgado aquella tarde saliendo de la Puerta de Aenor-Pywn.

—No me haces caso —le acusó Erij.

—Conforme —respondió él, parpadeando y rompiendo el hechizo, mirando de nuevo a Erij.

Y a partir de entonces vio a Erij mirarle con curiosidad, y había una amargura creciente en su cara, como si cualquier alianza que les convirtiese en hermanos se estuviese haciendo pedazos en este amanecer de Ra-Hjemur. Tuvo poca esperanza de paz, al ver ese cálculo volverse cada vez más serio.

—Sólo quedamos nosotros con sangre de familia elevada en Morija Dijo Erij al mediodía, cuando el sol casi calentaba y cabalgaban rodilla con rodilla.

Oh, cielo, pensó Vanye mirando los bosques y las colinas con arrepentirniento, aquí viene. Porque él hacía largo tiempo que había llegado a la conclusión a la que, sin duda, llegaría Erij: que, siendo enemigos, Erij estaba loco ostentando un prisionero de buena familia en Morija. Sin Ra-Hjemur para asentar su gobierno, no era lo bastante fuerte como para soportar una mancha en su honor… o a un rival. Las ambiciones políticas revolotearían en torno al bastardo Chya como moscas en torno a la miel. Las conclusiones a las que Erij había llegado no eran, sin duda, honorables. Mejor meditarlas en la oscuridad de la noche que en un día tan brillante.

—Aun siendo bastardo, podrías convertirte en una amenaza para mí, si te lo propusieses. No hay señor en Chya. Se me ocurre que, hermano bastardo, eres el heredero de Chya, si la reclamases. Y ningún señor puede ser reclamado como ilin.

—No he reclamado a Chya, no creo que pudiese hacerlo —dijo Vanye—, y no entra dentro de mis planes.

—Te preferiría a ti antes que a mí, sin ninguna duda —contestó Erij—. Y eres, de todos modos, el hombre más peligroso para mí de todo el Andur-Kursh, mientras vivas.

—No lo soy porque respeto mi juramento. Y tú no valoras lo bastante tu honor como para respetar el mío.

—No respetaste tu juramento en Ra-Hjemur.

—No estabas en peligro de Morgaine. No tenía que hacerlo.

Erij le miró largo rato y se dirigió a él.

—Dame tu mano —le dijo, y Vanye, asombrado, le cogió la mano izquierda. Su hermano se la apretó de una manera amistosa.

—Márchate, si vuelvo a oír hablar de ti después de esto te cazaré…, o si vienes a Morija, te reclamaré y haré que trabajes ese año que debes. Pero no creo que vayas a Morija.

He hizo un gesto de asentimiento ante el camino que tenía delante.

—Ella te apresará… vete.

Vanye se le quedó mirando y luego agarró la mano, fuerte y seca, de su hermano. Y con más fuerza antes de soltarla.

Entonces espoleó su caballo apartando de su pensamiento cualquier idea de que estaba desarmado y de que Morgaine les habría sacado mucha ventaja durante la mañana.

Recuperaría esa distancia. La encontraría. Se dio cuenta mucho más tarde, y para su pena, que ni una sola vez había vuelto la vista atrás, que había cortado ese nudo gordiano con la mitad del dolor que pensó le habría costado a Erij dejarle marchar.

En ese acto, pensó que Erij había pagado por todo, deseó haberle dicho alguna palabra de agradecimiento.

Erij se habría burlado de esto.

No la encontró en la carretera. Al segundo día se apartó del camino que los dos habían empleado y tomó el que Liell había utilizado para llegar desde Ivrel, porque pensó que ése sería el que ella elegiría. Ivrel estaba próximo y no le quedaba tiempo para detenerse, aunque estaba dolorido a causa de la cabalgada y el aliento del caballo salía a grandes bocanadas. De tal manera que tenía que desmontar y empujar al caballo por las partes más empinadas del sendero. El retraso empezó a atormentarle y comenzó a creer que se había perdido, que la había perdido para siempre.

Y cuando por fin alcanzó la altura donde se alzaba visible el gran costado de Ivrel y el saliente desnudo de la montaña donde se elevaría la Puerta, llevó al caballo a toda la velocidad que éste podía soportar. Y trepó, a veces perdiendo de vista su objetivo, a veces encontrándolo de nuevo. Hasta que, por fin, entró en el bosque de pinos retorcidos y lo perdió por completo.

En la nieve había pisadas, las antiguas de muchos hombres y unos pocos animales, y algunas que no era bueno imaginar qué era lo que las había causado. Pero, aquí y allá, podía descubrir algunas nuevas.

Roh-Liell-Zri sobre su yegua negra y Morgaine tras su pista probablemente.

La respiración flotaba congelada a la luz del sol y el aire cortaba los pulmones. Puso por fin el caballo al paso, por la pena que le daba y exploró los pinos, negros y enfermizos, que la rodeaban. Recordando demasiado intensamente que estaba completamente desarmado. Y su caballo demasiado agotado para una escapada directa.

Entonces, en medio de los pinos, captó un vislumbre de movimiento. Un movimiento blanco bajo el brillo del sol y de la nieve, y fustigó su caballo, ganando la velocidad que pudo sobre el camino.

—¡Espera! —gritó él.

Ella le esperó. Él se colocó junto a ella, jadeante de alivio, y ella se inclinó sobre la silla y buscó la mano de él.

—Vanye, Vanye, no deberías haberme seguido.

—¿Vas a ir hasta el final? —preguntó él.

Ella elevó la vista hacia la Puerta, de nuevo la temblorosa oscuridad. Sobre ellos, a la luz del sol había oscuridad y estrellas.

—Sí —respondió ella, y luego bajó la vista hacia él—. No me entretengas más. Este seguirme es una tontería. No sé cómo se está comportando la Puerta, si nos conducirá al mismo lugar al que escapó Zri o si nos llevará a un lugar diferente. Y no me perteneces. Fuiste útil por un tiempo. Con tus códigos de ilyn, tus fortalezas y tus parentescos… este es tu mundo, y necesitaba un hombre capaz de maniobrar las cosas tal y como yo deseaba. Has servido tu propósito. Y la cuestión queda zanjada. Eres libre y alégrate de ello.

Él no habló. Supuso finalmente que simplemente la miraba, hasta que notó cómo la mano de ella se apartaba de su brazo y se alejaba. La vio comenzar a recorrer la gran cuesta, con Siptah reacio en un principio. Tomó firmemente las riendas y comenzó a obligar al animal contra su voluntad, castigándole brutalmente hasta que decidió ir, tomó impulso para el gran salto en la oscuridad.

Y desapareció.

No somos valientes quienes jugamos a este juego con las Puertas; hay demasiado en juego que podemos perder, para permitimos el lujo de ser virtuosos o valientes.

Se quedó sentado quieto, por un momento miró a su alrededor, a la cuesta. Y estudió los árboles atormentados y el frío y la larga cabalgada hasta Morija, rechazado por ella, para rogar a Erij que soportase su presencia en Andur-Kursh.

Y había dolor en todas las direcciones menos en una. Y, como la espada, había conocido el camino a su propia fuente, sus sentidos se lo indicaron.

De repente clavó espuelas al caballo y empezó a conducirlo cuesta arriba. Sólo hubo una resistencia testimonial. Siptah había marchado, el negro entendía lo que se esperaba de él.

El abismo se abría ante él, negro y estrellado, sin el viento que antes había aullado. Sólo había una brisa suficiente para que él notase su presencia.

Y esa oscuridad, completa oscuridad y caída. El caballo empujó y se retorció debajo de él, buscando donde apoyarse.

Y lo encontró.

Estaban corriendo de nuevo, en una orilla con pastos, y el aire era cálido. El caballo relinchó sorprendido y se esforzó en correr.

Una pálida forma en la colina frente a él, bajo una luna doble.

—¡Liyo! —gritó—. ¡Espérame!

Se paró, mirando atrás, y desmontó para quedarse de pie sobre la colina.

Cabalgó hasta llegar junto a ella y desmontó antes que el agotado animal dejase de moverse del todo. Entonces vaciló porque no sabía si ella le recibiría con alegría o con enfado.

Pero se echó a reír y le abrazó. Y él la abrazó a ella, y la miró, estrechándola fuertemente contra sí. Y ella echó la cabeza atrás y le miró a él.

Era la segunda vez que él la había visto llorar.