CAPÍTULO VII

SE escuchó un restregar de pies contra el suelo. Algo revoloteó sobre él. Vanye, en medio de un pánico súbito, se dio la vuelta sobre la espalda, alzó los brazos arrojando las mantas, intentando levantarse.

Entonces un hombre, ataviado de negro y plata, retrocedió ante él y Vanye se detuvo, con un pie desnudo sobre el suelo. El fuego casi se había apagado. La luz del día se derramaba descolorida a través de la estrecha grieta que era la ventana, acompañada de una corriente de aire frío.

Era Erij, mayor, con las facciones endurecidas y el pelo negro recogido en una trenza distinta, la adecuada para el señor de una casa. Los ojos eran los mismos, insolentes y burlones.

Vanye se puso en pie, notando inmediatamente que estaban solos en el cuarto y que la puerta estaba cerrada. Tenía que haber hombres afuera. Él no se hacía ilusiones respecto a su seguridad. Adoptó un aspecto valiente ante Erij y le ignoró por el momento, dedicándose a la tarea necesaria de ponerse las botas. Entonces se dirigió a los restos del vino de la noche anterior y tomó un sorbo de aquella porquería, volviéndose a la chimenea para hacerlo, porque el frío le calaba enseguida hasta los huesos. Erij le permitió hacer todo esto sin molestarle.

Y entonces, mientras estaba arrodillado para encender el fuego, escuchó los pasos de Erij detrás de él. Y notó los dedos delicados de Erij recogiendo su pelo, que le colgaba suelto sobre los hombros. Era lo bastante largo para recogerlo con una mano, aunque no lo bastante para volver a formar la trenza que señalaba a un guerrero. Erij tiró de él con delicadeza, como un hombre podría hacer con un niño.

A la fuerza levantó la cabeza. No intentó volverse, sino que se preparó para el cruel tirón que estaba seguro que llegaría. No llegó.

—Hubiera pensado —dijo Erij— que los honores que te fueron conferidos a tu marcha te habrían disuadido de volver.

Erij soltó su pelo. Vanye aprovechó la oportunidad para darse la vuelta y levantarse. Erij era más alto que él. No pudo evitar levantar la vista hacia su hermano mayor, cercanos como estaban. Su espalda daba a la chimenea. El calor era incómodo. Erij no retrocedió para permitirle apartarse de él.

Entonces vio que Erij no tenía mano derecha. El miembro que mantenía dentro de la pechera de su túnica era un muñón. Lo miró fijamente, horrorizado. Y Erij lo levantó para que lo viese mejor.

—Obra tuya —dijo Erij—, como tantas otras cosas.

No le ofreció sus condolencias por aquello. No podía decir que las sintiese, ni ninguna otra cosa, sino un sobresalto. Erij había sido el vanidoso, el hábil. Sus manos ágiles con la espada, con el arpa, con el arco.

El dolor que el fuego producía en sus piernas era intenso. Empujó a Erij para librarse. La copa de vino se vertió y rodando en el suelo produjo un rastro de gotas rojas sobre el polvo sediento.

—Llegas en una compañía extraña —dijo Erij—. ¿Es ella de verdad?

—Sí —respondió Vanye.

Erij pensó sobre esto. Era un Myya, fríamente práctico. Los Myya dudaban mucho y creían poco. No eran especialmente religiosos. Era discutible qué lado de él vencería: el Nhi, temeroso de Dios, o el cínico Myya.

—He examinado las cosas que ella llevaba —dijo— y parecen confirmar eso. Pero ella sangra como cualquier mortal.

—Hay enemigos sobre su pista y la mía —explicó Vanye roncamente— que no serán ningún regalo para Morija. Déjanos que nos pongamos en camino tan pronto como ella sea capaz de cabalgar y no representaremos ningún problema, ni tampoco ellos. Hjemur estará demasiado ocupado con nosotros dos para molestar a Morija. Si intentas retenerla aquí, las cosas podrían salir de otra manera.

—¿Y si ella muere aquí?

Miró fijamente a Erij, evaluándole. Y empezó a pensar en los dos años y en lo que habían traído. El adolescente había muerto y el hombre mataría, a sangre fría. Erij había sido una criatura de enojos, de vanidades y, a veces, de amabilidades; diferente de Kandrys. Ahora el rostro de Erij parecía el de un hombre que nunca sonreía. Una nueva cicatriz estropeaba una mejilla, habían aparecido líneas en torno a los ojos.

—Déjala marchar —dijo Vanye—, la querrán a ella y todo lo que alguna vez le perteneció. No puedes hacer tratos con Hjemur. No es posible negociar con ellos en absoluto, y lo sabes.

—¿Y adonde se dirige ella?

—Cuanto menos tenga Morija que ver con ella, mejor. Tiene con ellos un pleito de sangre. Y representa más peligro para ellos que para ti, te estoy diciendo la verdad.

Erij pensó sobre esto un momento, recostado sobre la chimenea. Y sacó de nuevo de la túnica su miembro mutilado. Sus ojos oscuros descansaron sobre Vanye, duros y calculadores.

—Lo último que oí sobre ti fue de Myya Gervaise. El asesinato y latrocinio de caballos en Erd.

—Me costó prácticamente dos años atravesar la región de tus primos Myya —reconoció Vanye—, viví de ellos. Tomé ese caballo a cambio del mío.

Los labios de Erij se curvaron en una sonrisa torva ante su insolencia.

—Supongo que eso fue antes de que entrases a servir.

—Sí, antes de eso.

—¿Y cómo fue que entrase a ese servicio?

Vanye se encogió de hombros. Hacía frío. Volvió al fuego, cruzándose de brazos para calentarse.

—Descuido —dijo él—. Me refugié donde no debía. Demasiado concentrado en la mujer como para recordar que tenía derechos de señorío. Fue una reclamación de servicio justa.

—¿Te acuestas con ella?

Miró a su hermano estupefacto.

—¿Lim con liyo? ¿Y otros como ella? No lo hago, no lo he hecho.

—Ella es hermosa. También es qujal. No me gusta tenerla bajo mi techo. No reclama un derecho de bienvenida aquí. No creo que lo obtuviese.

—Ella no lo desea —dijo él—. Tan sólo que nos permitas ponernos en camino.

—¿Cuáles son los términos de tu servicio para ella? ¿Qué quiere de ti?

—No creo estar en libertad para divulgarlos. Pero no tienen nada que ver con Morija. Sólo vinimos en esta dirección cuando fuimos perseguidos por Hjemur.

—¿Y si es puesta en libertad, adonde se dirigirá ella?

—Fuera de tus tierras, de la manera más rápida. —Miró a Erij a la cara, dejando de lado toda arrogancia. Erij tenía derecho a vengarse, lo estaba ejercitando en la hospitalidad que les ofrecía—. Te lo juro, Erij. Y no tengo nada en contra de esta bienvenida tuya. Si nos dejas marchar, haré todo lo posible para que no represente ningún problema para esta tierra… por mi vida, Erij.

—¿Qué pides de mí? ¿Qué ayuda?

—Sólo que nos devuelvas el equipo que nos quitaste. Danos provisiones, si puedes. Andamos escasos de todo. Y partiremos tan pronto como ella pueda.

Erij miró a la hoguera de soslayo. Sus ojos volvieron a fijarse en él.

—Hay un precio por esa caridad.

—¿Qué precio?

—Tú —y cuando Vanye sólo se le quedó mirando, con la mente en blanco y sin apenas comprender—: La dejaré en libertad —dijo Erij—. Hoy, con provisiones, con todo vuestro equipo. Y podrá dirigirse donde quiera. Pero a ti no te dejaré en libertad. Ese es el precio de mi hospitalidad.

Negócianos un refugio, le había ordenado ella antes de hundirse en el delirio, por cualquier medio que puedas. Él sabía que abandonarlo a él la deshonraba. Pero también conocía la compulsión que ella sentía. Ella vivía para esto y para nada más, con el rostro orientado hacia Hjemur. Entregaría con gusto la vida de él si eso la llevaba a salvo a la frontera de Hjemur. Ella misma lo había dicho con esas mismas palabras.

—Cuando haya cumplido mi servicio para con ella —ofreció él, probando con él—, volveré a Morija.

—No —respondió Erij.

—Entonces —dijo él—, por un trato como éste merezco ser bien pagado. Júrame que ella se marchará de aquí con todo lo que es nuestro: caballo, equipo y provisiones para llegar a cualquiera de nuestras fronteras. Y déjala partir libremente desde esta misma puerta…, sin trucos.

—¿Y por tu parte? —dijo Erij—, si os concedo esto, ¿no me maldeciréis ni tú ni ella?

—No —admitió Vanye. Erij mencionó un juramento, y Vanye lo pronunció. Era uno que hasta un medio Myya respetaría.

Y Erij se marchó. A Vanye le venció después el frío. Y se arrodilló junto a la chimenea, alimentando la leña lentamente hasta que el fuego ardió de nuevo con intensidad. El cuarto estaba tranquilo. Miró la estancia más allá de las sombras y sólo vio las posesiones de Kandrys. Nunca había concedido mucho crédito a la creencia de que los muertos desgraciados revoloteaban en torno a los vivos. Aunque él servía a alguien que debería haber muerto hace un siglo. Pero en el cuarto quedaba una gelidez. Una incomodidad de residencia que podría ser culpa o miedo. O algún poder del alma de Kandrys que permanecía aquí.

Al rato se escuchó un ruido procedente del patio. Se acercó a la ventana y miró afuera. Vio al negro y a Siptah ensillados, con hombres alrededor.

Y, ayudada por dos hombres, Morgaine fue conducida abajo y colocada sobre su caballo. Ella apenas tenía fuerzas para mantenerse sobre la silla. Y agarró las riendas con un gesto torpe que indicaba que casi las había dejado caer.

La cólera se revolvió en su interior ante el hecho de que la hiciesen partir en ese estado. Erij pretendía que ella muriese.

Sacó el hombro a través de la estrecha apertura, y gritó: «¡Liyo!», gritó él. Su voz sonó más allá del viento hiriente. Pero ella levantó los ojos, examinando con la vista los altos muros.

—¡Liyo!

Ella levantó la mano. Le veía. Se dio la vuelta, y la postura de su cuerpo indicaba enojo; la de las personas a su alrededor, vergüenza. Se dieron la vuelta. Todos ellos, salvo los que tenían que sujetar a los caballos.

Entonces se asustó por ella, porque se alzase en armas y fuese asesinada, no sabiendo cuál era la situación.

—El resultado de un trato —le gritó a ella—. ¡Estás libre a causa de su juramento, pero no confíes en él, Liyo!

Pareció que ella lo había comprendido. Hizo girar la cabeza de Siptah, espoleándolo. Dirigiéndolo hacia la puerta a un paso tal que él temió que se caería al dar la vuelta. El negro que había pertenecido a Liell la seguía, dirigido por sus riendas atadas a la silla de Siptah. Había un paquete sobre la silla del negro: su propio equipo.

Y otro también la siguió, antes de que la puerta pudiese cerrarse.

Ryn el cantante, con el arpa a la espalda, espoleó su pony detrás de ella. Las lágrimas vinieron a los ojos de Vanye, aunque él no supo porqué. Razonó más tarde que era cólera al ver tomar a otro inocente, como él mismo había sido tomado, para conducirlo a la ruina.

Se hundió de nuevo junto a la chimenea, colocó la cabeza entre las piernas e intentó no pensar en lo que le esperaba…

—Padre murió —dijo Erij— hace seis meses. Él estiró las piernas frente al fuego en sus propias habitaciones, limpias y con alfombras, que habían pertenecido a su padre, y miró hacia abajo, donde Vanye estaba sentado con las piernas cruzadas, sobre las piedras del hogar. Huésped involuntario de la velada. El aire apestaba a vino. Erij movió la copa, luego la jarra situada a su izquierda sobre la mesa. Con un gesto, le ofreció más a Vanye. Él lo rehusó.

—Y tú le mataste —añadió Erij, como si hubiesen estado hablando de algún pariente lejano—. En el sentido de que tú mataste a Kandrys. Padre adquirió una fijación morbosa sobre Kandrys. Mantuvo el cuarto como lo ves. Todo lo mismo. La silla en el establo… igual. Soltó a su caballo. Buen animal, asilvestrado ahora. O quizá se lo han llevado los lobos, ¿quién sabe? Pero padre hizo un gran túmulo en los bosques del oeste, y allí enterró a Kandrys. Madre no era capaz de razonar con él. Se puso enferma, lo que con los cambios de estado de ánimo de él…, ella se mató cayéndose por las escaleras. O él la empujó. Tenía reacciones extremas cuando sufría uno de sus enojos. Después de que ella murió, él cogió la costumbre de quedarse sentado a la intemperie durante muchas horas, al borde del túmulo. Madre también fue enterrada allí. Y esa fue la manera en que murió. Llovía. Salimos cabalgando para hacerle volver a la fuerza. Y se puso enfermo y murió.

Vanye no le miraba, tan sólo escuchaba, encontrando la voz de su hermano desagradablemente parecida a la de Leth Kasedre. Los modales estaban allí, la crueldad, ocasional e indiferente. Había sido lo bastante temible cuando eran niños, ahora que el hombre que gobernaba Nhi se dedicaba a estos mismos juegos de crueldad indiferente tenía un tufo todavía más malsano.

Erij le empujó con el pie.

—Él nunca te perdonó, lo sabes.

—No esperaba que lo hiciese —dijo Vanye sin darse la vuelta.

—Tampoco me perdonó a mí —aclaró Erij después de un momento— por ser, de entre sus dos hijos legítimos, el que sobrevivió. Ni por ser menos que perfecto después. Padre amaba la perfección… en sus mujeres, en sus caballos… en sus hijos. Primero, tú le decepcionaste. Y me dejaste marcado. Odiaba la idea de dejar Nhi a un inválido.

Vanye no pudo soportarlo más. Se volvió sobre las rodillas e hizo la reverencia que nunca le había hecho a su hermano, aquella que indicaba el respeto debido al cabeza de familia, con la frente tocando el suelo de piedra. Entonces se levantó. Le miró, haciendo una súplica desesperada.

—Déjame salir de aquí, hermano. Tengo un deber que cumplir para con ella. No estaba bien, y tengo un juramento que debo cumplir. Si sobrevivo, volveré y entonces ajustaremos cuentas.

Erij sólo le miró. Él pensó que quizá esto era lo que él buscaba después de todo, que él perdiese su orgullo. Erij sonrió amablemente.

—Vete a tu cuarto —le ordenó.

Vanye blasfemó, furioso y triste. Se levantó e hizo lo que le había sido ordenado. Volver a la miseria del cuarto de Kandrys, volver a los fantasmas, al polvo y a la suciedad. Obligado a dormir en la cama de Kandrys, a vestir las ropas de Kandrys y a pasear en solitario por el cuarto.

Llovió aquella noche. El agua salpicaba a través de la grieta en las contraventanas, podridas y sin pintar. Y los truenos resonaban de una manera alarmante, como siempre sucedía en las laderas de la montaña. Parpadeó ante los relámpagos y miró la silueta de las colinas, recortándose contra las nubes. Preguntándose cómo le iba a Morgaine, si vivía o había sucumbido a su herida, y si ella había conseguido encontrar un refugio. Al cabo de un rato, la lluvia se convirtió en aguanieve y el trueno continuó retumbando.

Por la mañana, una pequeña capa de nieve lo cubría todo y las antiguas piedras de Ra-Morij estaban limpias. Pero el movimiento de un lado a otro enseguida comenzó en el patio, y pisoteó el suelo hasta el marrón. La nieve nunca permanecía un largo tiempo en Morija, excepto en el Alis Kaje, o en la cumbre de Proeth.

Haría, pensó, las cosas mucho más fáciles para quienquiera que tuviese que seguir un rastro. Y esa idea le puso doblemente nervioso.

Durante todo aquel día, como el anterior, nadie vino ni siquiera para llevarle comida. Y al caer la tarde, llegó el emplazamiento, que él había estado esperando, ya que debía, nuevamente, sentarse a la mesa de Erij. Él en un extremo, Erij en el otro.

Esta noche había un largo arco Chya sobre la mesa, entre los platos y el vino.

—¿Se supone que debo preguntar qué es lo que significa esto? —dijo Vanye por fin.

—Los Chya intentaron atravesar nuestras fronteras esta noche. Tu predicción era correcta. Morgaine tiene a gente rara siguiéndola.

—Estoy seguro —dijo Vanye— de que ella no los llamó.

—Matamos a cinco de ellos —declaró Erij, satisfecho consigo mismo.

—Conocí a un hombre en Rah-Leth —añadió Vanye, apretando los labios mientras se servía más vino— en cuya imagen has llegado a convertirte, hijo legítimo, heredero de Rijan. Que mantenía sus cuartos como tú los mantienes, y a sus invitados como tú los mantienes, y su honor como tú lo mantienes.

A Erij pareció hacerle gracia esto. Pero la apariencia era superficial.

—Hermano bastardo, tu sentido del humor es afilado esta noche. Te estás confiando en exceso en mi hospitalidad.

—El fratricidio no será mejor para ti que para mí —dijo Vanye, manteniendo su voz tranquila y calmada, mucho más de lo que él se sentía por dentro—. Aunque consigas mantener tu casa bien llena de Myyas, como esos sirvientes tuyos al otro lado de la puerta. Es a los Nhi a quienes gobiernas. Deberías recordar eso. Córtame el cuello y habrá Nhis que no se olviden.

—¿Eso crees? —Erij se volvió, inclinándose—. No tienes familia directa en Nhi, hermano bastardo. Sólo a mí. Y no creo que los Chya fuesen capaces de hacer algo, suponiendo que les importase, lo que dudo mucho. Y ella se dio bastante prisa en abandonarte. Me gustaría saber qué hay en la bruja que convierte a los de tu clase en sirvientes fieles. Vanye el interesado, Vanye el cobarde. Y sin compartir la cama, además. Esto es cosa de gran magia, que tú prestes un servicio tan leal a nadie. A ti siempre te fueron mejor las emboscadas.

Algo de lo que Erij decía, él lo admitía como cierto. El joven contra el mayor, bastardo contra heredero, no siempre había permanecido dentro de los límites del honor. Y ellos le habían puesto sus propias emboscadas, aumentando después de que muriese su nodriza y él se fue a vivir a Ra-Morij.

Hubo un momento, recordó, en que dejaron de ser hermanos. Cuando él vino a vivir a la fortaleza y dejaron de verle como un pariente pobre para convertirse en un rival. Él no había entendido claramente lo que sucedía, había tenido nueve años.

Erij tenía doce; Kandrys, trece. Es a esa edad cuando los niños pueden resultar más cuidadosamente crueles, siendo a un tiempo descuidados.

—Eramos niños —dijo Vanye—. Las cosas eran distintas.

—Cuando mataste a Kandrys —respondió Erij— te expresaste con bastante claridad.

—Yo no quería matarle —protestó Vanye—. Padre dijo que él no atacaba para matar, pero yo nunca fui consciente de eso, Erij. Tú lo viste, viste cómo se lanzó por mí. Yo nunca te habría atacado a ti.

Erij le miró fijamente, frío y sin expresión.

—Excepto que dio la casualidad de que mi mano le escudaba después de haber recibido su herida de muerte. Hermano bastardo, él había caído.

—Estaba demasiado presionado para pensar. Estaba equivocado. Soy culpable y cumplo mi castigo por ello.

—La realidad es —dijo Erij— que Kandrys tenía intención de mutilarte un poco. Nunca le gustaste, en absoluto. No le gustó que te diesen un lugar entre los guerreros. Él dijo que haría que reconocieses que no tenías derecho a un lugar allí. Lo que es a mí, no me importaba ni en un sentido ni en otro. Pero así eran las cosas, Kandrys era mi hermano. Si hubiese decidido cortarte el cuello, él era el heredero de Nhi y yo habría tenido eso en cuenta. La pena es que planeásemos hacer tan poco. Eras mejor con esa hoja de lo que pensamos que serías; de no ser así, Kandrys no te habría provocado de la manera casual en que lo hizo. Tengo que reconocerte tus méritos, hermano bastardo. Fuiste bueno.

Vanye alcanzó la copa. La vació, el vino amargo en su boca.

—Padre tuvo una buena alternativa para heredero, ¿no? Tres aspirantes a asesinos.

—Él fue el mejor de todos —dijo Erij—. Él mató a nuestra madre, estoy seguro de ello. Empujó a Kandrys a su muerte, al favorecerte como en un tiempo te favoreció. No me extraña que viese fantasmas.

—Entonces purifica esta casa de ellos. Déjame salir de aquí.

—Nuestro padre no se portó mejor contigo de lo que se portó conmigo.

—Déjame marcharme de aquí.

—No dejas de pedirlo, me niego. ¿Por qué no intentas escapar?

—Creía que esperabas que cumpliese mi palabra —dijo—. Además, nunca conseguiría alcanzar el piso principal de Ra-Morij.

—Puedes lamentar, más tarde, el haber pasado por alto la oportunidad.

—Tú quieres que me asuste. Conozco el juego, Erij. Siempre fuiste un experto en eso. Siempre me creía lo que me contabas, siempre confié en ti más de lo que lo hice en Kandrys. Siempre quise creer que había un sentido del honor dentro de ti. Fuese lo que fuese lo que a él le faltaba.

—Nos odiabas a los dos.

—Sentí lo tuyo, nunca sentí lo de Kandrys.

Erij sonrió y se levantó de la mesa, se acercó al fuego donde hacía calor. Vanye se reunió allí con él. Erij todavía tenía la copa en la mano, se sentó en su butaca habitual mientras que Vanye se acomodaba sobre las piedras calientes. El silencio reinó durante un largo rato entre ellos, casi la paz. Dos copas más de vino pasaron por la mano de Erij, y su cara morena se volvió sonrojada y su respiración pesada.

—Bebes demasiado —dijo Vanye al cabo—. Por lo menos esta noche, bebes demasiado.

Erij levantó su brazo acabado en un muñón.

—Esto… me duele durante las noches que hace frío. Durante mucho tiempo bebí para facilitarme el sueño. Probablemente tendré que controlarlo o acabaré donde acabó padre. Fue el vino lo que ayudó a destruirle, eso lo sé bien. Cuando bebía, que era constantemente después de la muerte de Kandrys, se volvía testarudo. Cuando se emborrachaba, salía e iba a sentarse sobre su tumba, y veía fantasmas. Odiaría morir así.

Era la racionalidad en Erij lo que más le hacía parecer un loco. A veces, Vanye creía que él estaría abierto a la razón, al perdón. Un hombre no podía hablar así con un enemigo. En momentos como ése eran más hermanos de lo que nunca lo habían sido. En momentos como ése, él casi comprendía a Erij. A través de los enojos, de los odios, de las líneas que habían empezado a marcarse en su cara, haciéndole aparentar ser varios años mayor de lo que en verdad era.

—Tu señora —dijo Erij entonces— no ha abandonado Morija como tú dijiste que haría.

Vanye levantó la cabeza bruscamente.

—¿Dónde está ella?

—Podría ser que tú lo supieses —contestó Erij—, ya que creo que sabes exactamente cuáles son sus planes.

—Eso es asunto de ella.

—¿Debo llamarla y preguntárselo o preguntártelo a ti de nuevo?

Vanye se le quedó mirando, comprendiendo repentinamente cuál era el propósito de esta locura, de los cambios de estado de ánimo, frágiles y patológicos. No por eso le gustó más.

—Sus asuntos son con Hjemur. Ella no es ninguna amiga de Thiye. Que esto sea suficiente.

—¿De verdad?

—Es la verdad, Erij.

—De todos modos —dijo Erij—, ella no ha abandonado Morija. Y todas mis promesas estaban condicionadas a eso.

—Igual que las mías —dijo Vanye—, condicionadas.

Erij bajó la vista hacia él. No existía allí júbilo alguno. De repente, Nhi Rijan estaba presente en aquella mirada joven, duro y lleno de malicia.

—Puedes marcharte.

Vanye se incorporó y se preparó para marchar, con una leve reverencia, manteniendo un débil lazo de cortesía entre ambos. Los guardias estaban afuera para someterle. Siempre eran Myyas porque Erij no confiaba en ningún Nhi para cumplir esta misión, pasearle desde y hasta sus habitaciones.

Pero su número se había doblado desde que él entró en el cuarto. Había dos. Ahora, cuatro esperaban.

De repente, intentó retroceder hasta el cuarto, escuchó el susurro del acero y observó cómo Erij desenvainaba su mandoble de la funda. En ese instante de duda le volvieron a arrastrar afuera e intentaron sujetarle.

Él no tenía nada que perder. Era consciente de ello, y se arrojó contra su hermano, decidido a, como mínimo, fracturarle el cráneo. No habría ningún cachorro Myya para dárselas de señor en Ra-Morij, al menos en esto beneficiaría a los desgraciados Nhi.

Pero le alcanzaron, tropezando los unos con los otros y contra los muebles en su prisa para sujetarle. Y el puño de Erij, reforzado por el pomo de su espada, cayó con fuerza sobre su cabeza, obligándole a caer de rodillas.

Él conocía estas partes inferiores de la fortaleza. Estas que fueron cavadas en el interior de la colina para almacenar suministros, en caso de que la fortaleza fuese asediada. Un auténtico laberinto de túneles y cuartos, con techos que goteaban, congelados durante el invierno. Esta era la razón de que toda el ala oeste fuese tan insegura que nadie viviese allí. El desplome había sido considerado inminente desde hacía tanto tiempo como alcanzaba la memoria, aunque los túneles estaban apuntalados y los almacenes estaban reforzados con columnas, y algunos llenos de tierra. Cuando eran niños, se les había prohibido el acceso a aquellos lugares. Entonces habían empleado los almacenes del piso superior de la más segura ala oeste para divertirse durante los amargos días del invierno y durante el calor del verano.

Una vez, después de que él llegase a vivir en Ra-Morij, sus hermanos le habían desafiado para que bajase a las más remotas profundidades. Habían llevado consigo una sola lámpara y se habían aventurado a este lugar de humedad, de vigas que se pudrían y de albañilería que se resquebrajaba.

Aquí le habían abandonado, donde sus gritos en ningún caso podrían ser escuchados arriba.

Y era en este lugar donde los Myya le habían encerrado, sin luz ni agua. Con tan sólo su delgada camisa para defenderle del frío entumecedor. Luchó contra ellos, atontado como estaba, atenazado por el miedo de que le atarían como Kandrys lo había hecho. Se escapó de entre sus manos y tenía la intención de enfrentarse a ellos. Le cerraron la puerta, arrojándole a la más completa oscuridad; le llegó el ruido y los ecos que producía el cerrojo al ser echado. Probó sus fuerzas contra ella hasta que se quedó exhausto. Su hombro dolorido y las manos desgarradas. Entonces se apoyó contra la puerta, el único punto seguro en medio de la oscuridad, el único lugar que no era piedra fría y tierra. Contuvo el aliento y durante un rato sólo escuchó el distante goteo del agua.

Entonces las ratas empezaron a revolverse de nuevo. Tímidas al principio, deteniéndose cada vez que él hacía un ruido. Gradualmente, se volvieron más valientes. Escuchó el sonido de sus pequeños pies en las paredes y arriba, en el laberinto de vigas.

Las detestaba desde aquella pesadilla en el sótano de Ra-Morij. Odiaba incluso verlas a la luz, despreciándolas en esa situación. Simplemente verlas traía el recuerdo de lugares oscuros donde prosperaban en gran número. Un reino detrás de las paredes, bajo los cimientos, donde eran el terror de lo pequeño y de lo indefenso.

Ya no se atrevía a quedarse tumbado en ese lugar. Por lo general, huían de un hombre despierto. Él comprendía esto con la cabeza, a pesar de su miedo. Pero había escuchado demasiadas cosas sobre lo que le podían hacer a un hombre dormido. Dio paseos para mantenerse despierto. Y una vez, cuando se tumbó a descansar, y notó algo ligero correteando sobre su pierna, se incorporó con un grito estremecedor que resonó locamente en la oscuridad y se puso de pie.

El sonido produjo una pausa en todos los corredores…, pero sólo por un instante.

En algún momento, eventualmente, tendría que dormir. Tenía que llegar un tiempo en el que caería exhausto. Sus rodillas ya estaban temblando. Paseó hasta que tuvo que descansar apoyándose contra la pared. Hasta que tuvo largos momentos de inconsciencia. Y despertó de nuevo, en mitad de una caída al suelo, para arrastrarse de nuevo de pie, manchándose las manos de polvo y temblando, manteniéndose sobre sus piernas temblorosas con dificultad.

Entonces, por fin, llegó un ruido procedente de la casa, una luz debajo de la puerta. Y esta se abrió, haciendo resplandecer la luz de las antorchas ante su cara, oscuras figuras de hombres. Se dirigió hacia ellos como si fuesen amigos íntimos, se arrojó en sus brazos como si fuese un lugar de refugio.

Le llevaron de nuevo al piso de arriba, al hermoso cuarto que era la habitación de Erij. Era de noche fuera de la ventana, así que supo que habían transcurrido un día y una noche desde que había dormido. Y ahora, con las rodillas temblando y sus manos apenas capaces de manejar los cubiertos se sentaba de nuevo en su lugar acostumbrado en la mesa de su hermano.

Alcanzó primero el vino, lo que comenzó a quitarle el frío del estómago. Pero no era capaz de comer. Dio unos pocos mordiscos. Consiguió comer algo de pan y algo de queso.

El cuchillo se le cayó de las manos y él había comido lo bastante. Apartó la silla sin permiso de Erij, se retiró a la cálida chimenea y se quedó allí tumbado, mientras que Erij terminaba su cena. Sus sentidos se apagaron conforme el agotamiento le atrapaba. Se despertó a causa de la delicada presión ejercida por la bota de Erij contra sus costillas.

Se puso de pie dispuesto a retrasar su regreso a aquel lugar por medio de la conversación, adaptándose a los cambios de humor de Erij de la manera más fervorosa. Pero los guardias Myya estaban allí. Le sujetaron con las manos para devolverle a aquel lugar de ratas y oscuridad. Y él luchó contra ellos, llorando, arañando para quedar libre. Alcanzó la mesa, cogió un cuchillo y abrió con él el brazo de un hombre antes de que se lo quitasen y le derribasen al suelo en medio de un clamor de platos volcados. Una bota se aplastó contra su cabeza. Cuando se vino abajo, su única idea era que le devolverían inconsciente a aquel lugar y que sería pasto de las ratas. Por esa razón, luchó contra ellos. Y entonces, un segundo golpe, en el estómago, le quitó el aliento y dejó de saber nada.

Todavía seguía tumbado en el suelo. Notó la luz y el calor, la textura de la alfombra en la yema de sus dedos. Entonces notó un borde frío sujetando una de sus muñecas contra el suelo. Y abrió los ojos a Erij, sentado sobre el brazo de una silla, sobre la brillante extensión de un mandoble que descansaba sobre él.

—Tienes más aguante del que solías tener, hermano bastardo —dijo Erij—. Hace algunos años habrías atendido a razones hace un par de días. ¿Es tanto lo que le debes a ella que ni siquiera dirás por qué ha venido?

—Te lo diré —respondió Vanye—, aunque yo mismo no lo comprendo. Ella dice que ha venido para destruir los Fuegos Brujos. Yo no sé el porqué. Quizá se trata de algún asunto relacionado con el honor de ella. Pero éstos no hicieron nunca nada más que daño al Andur-Kursh, así que ella no representa peligro alguno para Morija.

—Y tú no sabes qué beneficio representaría para ella.

—No, ella sólo dice que, de alguna manera, planea matar a Thiye, y que ella no es… —Él movió el brazo, la hoja desgarró su piel y desistió de moverse—. Erij, ella no es un enemigo.

La boca de Erij se contorsionó en una sonrisa amargada.

—Ha habido otros que, no siendo Thiye, han aspirado a tener lo que Thiye tiene. Y ninguno de ellos ha tenido buenas intenciones hacia nosotros.

—No poseer lo que él tiene. Destruirlo.

La hoja se levantó. Vanye se esforzó para ponerse de rodillas, con la cabeza y el estómago doloridos, los lugares en que había sido golpeado. Hizo frente al cinismo de Erij empleando una absoluta buena fe.

—Hermano pequeño —dijo Erij—, me parece que, de hecho, has creído a la bruja. Y que se te ha reblandecido el seso. Si es así, mírame. Te juro, y sabes que cumplo mi palabra, que si abandonas esa alianza, en verdad no me cobraré el precio que me debes.

El mandoble rozó su muñeca. Vanye, horrorizado, la apartó. El acero, en cambio, se había colocado a la altura de sus ojos, reteniéndole hipnotizado como los ojos de una serpiente.

—Hermano bastardo —añadió Erij—, he tardado estos dos años en adquirir alguna habilidad con mi mano izquierda. Y todo por un gesto, inútil y sin sentido. A pesar de los esfuerzos de Romen, perdí los dedos. Se marcharon antes que la mano. ¿Necesito decirte qué es lo que juré que haría si alguna vez te ponías a mi alcance, hermano bastardo? Puede que Kandrys se mereciese lo que recibió de ti, pero yo sólo intentaba servirle de escudo en aquel momento, impedirte que le atacases otra vez, y ni siquiera tenía puesta la armadura. No había ningún honor para ti en lo que hiciste, hermanito. Y yo no te he perdonado.

—Eso es mentira —gritó Vanye—. Tú me habrías matado con las mismas ganas. Y yo era menos hábil que vosotros dos. Siempre lo fui.

Erij se rio.

—Este es el Vanye que yo conozco. Kandrys me hubiera maldecido a la cara y se hubiera arrojado por mi garganta si yo le hubiese amenazado. Pero sabes que lo haré, y estás asustado. Piensas demasiado, bastardo Chya. Siempre tuviste una imaginación demasiado despierta. Te convirtió en un cobarde porque nunca aprendiste a utilizar tu inteligencia como una ventaja. Pero entonces, tengo que reconocerlo, estabas en inferioridad. Has ganado peso con los años y medio palmo de estatura. No estoy seguro de que me gustase tenerte enfrente ahora, zurdo como estoy.

—Erij —se jugó en una llamada a la razón, poniendo el máximo sentimiento en su tono—. Erij, ¿harás que esta casa tenga una reputación como la de Leth? Déjame marcharme de aquí. Soy un forajido. Y admito que lo merezco. Fue una locura venir aquí a pedirle caridad a padre. Nunca me habría atrevido a venir si hubiese sabido que tendría que solicitar compasión de ti. Ese fue mi error. Pero los Nhi perderán honor por tu causa. Sabes que los Nhi no quieren saber nada de esto. Eres consciente de ello o, si no, no emplearías guardias Myya conmigo.

—¿Qué es lo que me estás pidiendo?

—Que me trates como un Nhi, como a un hermano.

Erij sonrió levemente. Sacó de su cinturón la espada corta, la hoja del honor. Y la arrojó resonando contra las piedras de la chimenea. Entonces, se marchó.

Vanye le miró mientras se marchaba, tembló cuando la puerta se cerró, y el pesado cerrojo fue corrido. El miedo se acomodó en él como un viejo amigo, íntimo y como de la familia. Ni siquiera se atrevió a mirar la espada por un momento. Él no había pedido esto, sino su liberación. Y, sin embargo, esto satisfacía honorablemente, y más que honorablemente, todo lo que le había pedido a Erij.

Por fin, dio la vuelta sobre sus rodillas y buscó la empuñadura de la espada. La recogió y no podía sostenerla cómodamente en su mano. Y mucho menos podía reunir el valor para hacer lo que se le pedía.

Era, quizá, un refugio seguro de Erij. Y ésta era su última muestra de misericordia. Había dolores mucho peores que el honorable producto de esta espada.

Pero requería un acto de voluntad, de valor, al cual Erij le había desafiado consciente, completamente consciente, de que su hermano Chya nunca sería capaz de hacerlo.

Y Vanye sabía perfectamente que Erij, en su lugar, sería capaz. Igual que Kandrys, o que su padre. Había en ellos este temperamento sangriento, lo harían aunque sólo fuese para molestar a su enemigo y privarle de su venganza.

La apoyó contra el suelo, sujetándola con los brazos estirados, cerró los ojos y se quedó parado allí. Todo lo que hacía falta, a partir de este punto, era un impulso hacia adelante. Sus brazos, su cuerpo entero, temblaban a causa de la tensión.

Y al rato dejó de estar asustado porque supo que no iba a hacerlo. Dejó caer la espada y se arrastró hasta la chimenea, donde se quedó tumbado, con cada músculo temblando, su estómago revuelto, sus mandíbulas apretadas para prevenir la vergüenza adicional de una vomitona.

La luz del día le encontró exhausto y sereno dentro de su agotamiento. Aunque no había llegado a dormir, excepto un momento durante la máxima oscuridad de la noche. Oyó pasos acercándose y tuvo un único impulso pasajero de hacer con prisas lo que debía haber hecho con dignidad.

Ni siquiera se le ocurrió intentar matar a Erij con la espada. Por una parte sería útil, ya que moriría al hacerlo de una manera vergonzosa; y, por otra, la acción estaría vacía de cualquier honor o reivindicación para él mismo.

Había otros que entraron con Erij. Él les ordenó que esperasen fuera, atravesó la alfombra y recogió la espada abandonada, la devolvió a su funda en su cinturón.

—No pensé que lo hicieses —dijo él—. Pero no puedes quejarte de que yo te he deshonrado. —Y colocó su única mano sobre el hombre de Vanye y se apoyó en una rodilla. Le sujetó del brazo y tiró de él para levantarle.

Vanye se echó a llorar; no deseaba hacerlo, pero, como las otras batallas con Erij, ésta era inútil y él se daba cuenta de ello. Y entonces, para añadir a su vergüenza, encontró el brazo de Erij rodeándole, ofreciéndole un refugio. Y pareció algo bueno dejarse caer sobre él y no hacer nada. Los brazos de su hermano le rodeaban, después de tanto tiempo sin ver la familia o el hogar, y los suyos a Erij. Al rato se dio cuenta de que Erij también lloraba. Su hermano le devolvió el autocontrol, y el buen sentido, con un golpe y le mantuvo a la distancia de sus brazos. Se veía la humedad de las lágrimas en el rostro endurecido de Erij.

—Estoy rompiendo mi juramento —dijo—, porque juré que te mataría.

—Ojalá lo hubieses hecho —contestó Vanye—. Y Erij le envolvió de nuevo en su duro abrazo y le trató como el hermano pequeño que siempre se había sentido en presencia de Erij. Le revolvió el pelo, que tenía ahora la longitud del de un niño, y le soltó de nuevo.

—Nunca lo habrías hecho —dijo Erij—, porque amas demasiado a la vida. Eso es un don, hermano. Te convierte en un mal enemigo.

Como Morgaine, pensó él. ¿Había salido esto de ella? Pero él había tenido, al principio de su vagabundear, las mitades todas de su propia hoja del honor que su padre había partido. Su debilidad no había sido obra de Morgaine, sino que, en verdad, él no se merecía los honores de un uyo de los Nhi. Había un precio para cosas semejantes, un precio que, a veces, había que pagar al dejar de poseerlas. Y él nunca estaría dispuesto a pagar un precio semejante.

Y lloró de nuevo, consciente de esto. Erij le golpeó en la oreja, delicadamente, obligándole a mirarle.

—Me has robado —dijo Erij roncamente— a mi hermano, a mi madre, a mi padre y a una parte de mí mismo. ¿No me debes alguna recompensa? ¿No me debes algo a cambio?

—¿Qué es lo que quieres de mí?

—Te convertimos en un enemigo. Kandrys te odiaba y estaba dispuesto a librarse de ti, y padre siempre te encontró una molestia. Por mi parte, tenía un hermano al que ser leal entonces. Le debía cosas entonces. ¿Qué sientes hacia mí? ¿Odio?

—No.

—¿Vendrás a casa? Tu liyo te ha abandonado por su propia voluntad. Has sido abandonado. Tu servicio ha finalizado. Si te perdono, ya no tienes por qué seguir siendo un ilin y partir para arriesgarte a una nueva reclamación. Puedo hacer eso. Puedo perdonarte. Te necesito, Vanye. Sólo quedo yo de la familia y… tengo problemas hasta cortando la carne en la mesa. Algún día voy a necesitar un hermano con dos buenas manos. Un hermano en quien pueda confiar, Vanye.

Se movía demasiado rápido para él, este temperamento, como de mercurio, de Erij. Se quedó preocupado y vagamente sorprendido. Pero había habido un vacío durante tanto tiempo en el lugar en el que debería haber estado en familia, y la sólida presión de la mano de su hermano sobre su brazo, junto a la oferta de un hogar y de un honor, cuando él no tenía ninguno, borraron sus otros sentimientos por el momento.

Casi.

Él revolvió la cabeza repentinamente.

—Mientras ella viva —dijo él—, e incluso después, tengo un lazo con ella. Es por eso que podía abandonarme. Estoy obligado a matar a Thiye, a destruir los Fuegos Brujos. Esta es la obligación que ella me ha impuesto.

—Te ha impuesto otras cosas además de esa —proclamó su hermano al cabo de un rato, su expresión era de estar muy preocupado—. ¡Que el cielo proteja a un loco! ¿Escuchas tus propias palabras Vanye? ¿Te das cuenta de lo que ella te está pidiendo? Ayer por la noche no podías alzar tu mano contra ti mismo. ¿Y crees que lo que ella te ha pedido es más fácil? Te ha pedido que te suicides, ni más ni menos.

—Fue una reclamación justa —dijo él—, y está dentro de su derecho.

—Ella te abandonó.

—Tú la apartaste de mí. Ella estaba herida, no tenía elección.

Erij agarró su brazo de una manera dolorosa.

—Te daría un lugar junto a mí. En vez de ser un forajido, en vez de ser un muerto en esta tarea imposible que ella te ha impuesto, podrías estar en Ra-Morij, honrado, siendo mi segundo. Mírame. Esta es carne humana. Ella es Fuego Brujo hecho carne. Esa mujer es una compañía fría, peligros para cualquiera nacido de sangre humana. Ha matado diez mil hombres. Todo en nombre de una mentira. Y ahora tú también te has creído esa mentira. No veré a uno de mi casa conducido a semejante fin. Mírame. Fíjate en mí. ¿Puedes siquiera sentirte cómodo mirándola a ella a los ojos? No sabes lo grande que es el mal que estás ayudando. Miente, Chya Vanye. Ha mentido antes para la ruina de Koris. El juramento del ilin dice que traicionas a tu familia, a tu casa, pero no al liyo. ¿Pero dice que traiciones a tu propia raza? Acompáñame, Chya Vanye.

Las palabras de Liell.

—Vanye —la mano de su hermano se apartó de él—. Vamos. Haré que te preparen tu propio cuarto, el cuarto propio que te corresponde, en la torre. Duerme. Mañana por la noche reconocerás la razón cuando la escuches. Mañana por la noche volveremos a hablar y verás cómo tengo razón.

Durmió. No hubiera pensado que era posible que un hombre perdiese la consciencia y el sentido al mismo tiempo, pero su cuerpo tenía sus propias exigencias que satisfacer y, al rato, sencillamente desconectó sus otros sentidos. Durmió profundamente en la misma cama que había usado desde la niñez. Y se despertó dolorido, y cubierto de moratones a causa del tratamiento que había recibido de los Myya.

Y despertó a la tristeza, más dolorosa, de recordar que no había soñado la noche en el sótano ni en las habitaciones de Erij. Que, en verdad, había hecho las cosas que recordaba, que se había venido abajo y llorado como un niño. Y que la mejor alternativa que le quedaba era asumir una máscara de orgullo e intentar llevarla delante de los demás hombres.

Incluso eso parecía inútil. Él sabía que era una mentira. También lo sabría todo el mundo en Ra-Morij. Especialmente Erij, que era con quien más importaba. Se quedó tumbado en la cama hasta que los sirvientes le trajeron agua para lavarse. Y esta vez acompañada de una navaja para afeitarse. La utilizó agradecido y se quitó la ropa en que había dormido. Se lavó las heridas de menor importancia antes de vestirse de nuevo con la ropa limpia que los sirvientes le habían proporcionado. En un momento de estado morboso de sus ideas, pensó en hacer él mismo lo que Nhi Rijan había hecho, cortando lo que de su pelo había crecido durante sus dos años de exilio. Y repentinamente se lo recogió con la mano y así lo hizo, ante la mirada escandalizada de los sirvientes que no hicieron nada para impedírselo. Esto lo había decidido un guerrero. Y respecto a si le gustaría al señor, era una cuestión que debía decidirse entre guerreros y uyin. En cuatro puñados desiguales cortó los mechones y arrojó la navaja sobre la mesa para que los sirvientes se la llevasen.

Con esa actitud se dirigió a su reunión nocturna con su hermano.

Erij no apreció el humor negro implícito.

—¿Qué tontería es ésta? —le espetó Erij—. Vanye, estás deshonrando esta casa.

—Eso ya lo he hecho —dijo Vanye tranquilamente. Erij se le quedó mirando, disgustado, pero tuvo suficiente sentido común como para dejarle en paz en lo relativo a esta cuestión. Vanye se colocó en la mesa y comió sin levantar la cabeza del plato o pronunciar demasiadas palabras. Y Erij comió también, pero apartó su plato de la cena con la mitad sin comer.

—Hermano —dijo Erij—, estás consiguiendo que me avergüence.

Vanye se levantó de la mesa y se quedó parado junto a la chimenea, el único lugar verdaderamente cálido de todo el cuarto. Al cabo de un rato, Erij le siguió y colocó su mano sobre su hombro, obligándole a mirarle.

—¿Estoy libre para marcharme? —preguntó Vanye, y Erij blasfemó.

—No, no eres libre de marcharte. Eres mi familia y aquí tienes una obligación.

—¿Hacia qué? ¿Hacia ti después de esto? —Vanye le miró y le resultó imposible enfadarse. Había en ese momento auténtica tristeza en el rostro de Erij. Y nunca había conocido un arrepentimiento de su hermano que fuese duradero. No supo cómo juzgarlo. Volvió a la mesa y se dejó caer allí. Erij le siguió y se sentó de nuevo.

—Si te diese armas y un caballo —le preguntó Erij—, ¿qué harías, seguirla?

—Todavía estoy vinculado por un juramento —dijo, y para ver si conseguía sonsacarle, añadió—. ¿Dónde está ella?

—Acampada cerca de Baien-el.

—¿Me darás las armas y el caballo?

—No. No lo haré. Hermano, eres un Nhi. Perdono tus otras faltas. Nada tengo contra ti.

—Te lo agradezco —dijo él—. También yo te perdono las tuyas contra mí.

Erij se mordió el labio. Su antiguo mal genio casi explotó dentro de él, pero lo contuvo.

—Han sido considerables —reconoció él—, y entre ellas la más reciente no ha sido de las más graves. Pero, te lo juro, serás mi hermano. Mi heredero, excepto por mis hijos. Y sería una Morija más grande que la que yo, o padre, habremos gobernado, si recuperas tu buen sentido.

Vanye alcanzó la copa de vino. Había algo en estas palabras que le resultaba inquietante. La volvió a dejar.

—¿Qué es lo que quieres de mí?

—Conoces a la bruja. Eres íntimo suyo. Sabes lo que ella busca y apostaría que sabes la manera de conseguirlo. Va implícito en el encargo que ella te dio. Doy por seguro que la has visto utilizar los poderes que tiene en esas armas; habéis atravesado juntos el bosque de Koris, incluso sospecho que tú sabes cómo utilizarlos. Yo no soy un hombre que crea en la magia. Ni tampoco, creo, lo eres tú, a pesar de toda tu herencia Chya. Las cosas suceden por las obras de los hombres, no por medio de deseos de varitas y fabricadas con aire. ¿No es así?

—¿Qué tiene esto que ver contigo y conmigo?

—Muéstrame cómo se hacen estas cosas. Manten tu juramento de matar a Thiye si lo deseas. Pero con mi ayuda. Recuerda que eres de sangre humana, recuerda la lealtad que debes a los de tu propia especie. ¡Escúchame! Desde Irien no ha existido en el Andur-Kursh otro poder que el de Hjemur, y eso fue obra de ella, de sus mentiras y de su liderazgo. El reino de nuestro padre ocupó una vez un lugar destacado dentro de los Reinos Medios. Los viejos emperadores han desaparecido, y también el poder que un día tuvimos gracias a ella. Y está en nuestras manos recuperarlo, en las tuyas y en las mías. ¡Mírame, hermanito! Te lo juro. Te juro que serás segundo sólo después de mí.

—Todavía soy un ilin —protestó él—, y a salvo de todas tus promesas. El poder de Morgaine reside en lo que ella esgrime y, a no ser que seas un mentiroso, todavía lo tiene. No la desafíes, Erij, o será la causa de tu muerte. Ella matará. Y no deseo que eso suceda.

—Escúchame. Sea lo que sea aquello que planea hacer con los Fuegos Brujos, sea lo que sea lo que planea hacer con le poder de Thiye una vez que lo tenga… ella no es amiga nuestra. Cambiamos a un Thiye por otro, con ella teniendo lo que él tuvo, y todavía es más inhumana. Mira lo que Thiye ha hecho con él, siendo en parte humano. Pero ella… el uso de poderes semejantes es como el aire que respira, el elemento en que ella se mueve. Y tiene ambiciones: de venganza, de poder, de otras cosas que nosotros no sabemos. ¿Qué representabas tú frente a la ambición que la impulsa? Piensa sobre eso, hermano.

—Dijiste que estaba acampada cerca de Baien-el —contestó Vanye—. No me parece que eso sería lo que haría si me hubiese abandonado del todo. Me está esperando. Espera que llegue hasta allí si puedo.

Erij soltó una carcajada, y la sonrisa murió lentamente bajo la mirada, fría e infeliz, de Vanye.

—Eres un ingenuo —dijo él entonces—, lo que ella está esperando no es algo tan insignificante para ella como tú.

—¿Qué sería eso entonces?

—¿Me mostrarás la clase de poder que ella emplea? —le pidió Erij—. No te estoy pidiendo que quebrantes tu juramento. Si ella busca la muerte de Thiye y la ruina de Hjemur, no tengo nada que objetar a eso. Pero si ella busca el poder para sí misma, ¿no te ha utilizado entonces de una manera vergonzosa, Vanye? ¿Es ese el juramento que le hiciste de que la ayudarías a ganar poder sobre tu propia gente? Si esto fue así, es un juramento vergonzoso.

—Ella tiene la intención de romper el poder de Thiye —dijo él—, nada se habló de establecer otro poder.

—Anda, vamos —dijo él—. Y habiéndolo derribado… ¿Qué? ¿Vivir en la pobreza, retirarse al anonimato? ¿O correr el riesgo de quedar atrapado por las riñas sangrientas de tantos enemigos? Si ha tomado el poder, ella lo retendrá. Para ella no eres; le ofrecí que volvieras a cambio de su palabra de dirigirse de nuevo al sur. Pero ella se negó.

Vanye se encogió de hombros, pues sabía que para ella él no tendría ninguna importancia en cuanto dejara de servir a sus propósitos; nunca le había engañado en eso.

—Ella simplemente te apartó —dijo Erij—. ¿Y qué va a hacer quien tiene un corazón como el de ella cuando ha tomado el poder en Hjemur, puesto que ya no necesita nada? Se volverá más fría, más peligrosa. Prefiero tener un enemigo con malos humores y honrados odios. Prefiero tener a un ser humano como enemigo. Thiye está viejo y medio loco; juega con sus bestias y su autoindulgencia, y rara vez se revuelve. Nunca ha hecho la guerra contra nosotros. Ni él ni sus antecesores. ¿Pero puedes imaginarte a Morgaine dejando las cosas como están durante mucho tiempo?

—¿Y qué clase de mundo crearías? —preguntó él con un tono duro—. ¿La clase que he visto en Ra-Morij?

—Mira a Morija a tu alrededor —contestó Erij—. Mira a su gente. No le va demasiado mal. ¿Viste algo que estuviese mal? ¿Algo que estaría mejor cambiado? Tenemos nuestra ley, la bendición de la iglesia, la paz de nuestros campos y nuestros enemigos en Chya nos temen. Esto es obra mía. Y no estoy avergonzado de lo que he hecho aquí.

—Es cierto que a Morija le va bien ahora —dijo Vanye—, pero tú, por ti mismo, no podrías manejar las cosas que ella maneja. Búscala como aliado, si lo deseas. Es lo mejor que puedes hacer por ti y por Morija.

—¿Cómo los diez mil de Irien a quienes ella y sus aliados ayudaron?

—Ella no los mató. Por lo menos eso es mentira.

—Pero ese fue el resultado de su ayuda, de todos modos. Y no dejaría a Morija y a los Nhi abiertos a tales cosas. No confiaría en ella. Pero en esto… en esto… que ella valora tanto, confiaría —nervioso, se levantó de su sitio y extrajo del armario un bulto envuelto en telas. Cuando lo tomó en la mano, la tela cayó en su parte superior; Vanye vio, para su congoja, que se trataba de la empuñadura con forma de dragón de Bebé Robado.

—Esto es lo que la retiene acampada en Baien-el, su deseo de esto. Y apostaría, hermano, que sabes algo de esto.

—Sé que me ordenó que mantuviese las manos apartadas de eso —dijo Vanye—. A lo que más te valdría hacer caso. Ella dice que es peligrosa y que es una espada maldita, y yo la creo.

—Sé que valora esto más que tu vida —dijo Erij—, y más que ninguna otra cosa que ella poseyese. Esto era evidente —la apartó bruscamente cuando Vanye intentó alcanzarla—. No, hermano. Pero escucharé tu explicación de qué valor tiene para ella. Y, si eres mi hermano, me dirás esto por tu propia voluntad.

—Te diré honradamente que no lo sé —dijo Vanye—, y que, si eres sabio, me dejarás que se la devuelva a ella antes de que produzca algún daño. De todas las cosas que ella posee, a ésta hasta ella misma la teme.

Por segunda vez intentó alcanzarla, temeroso de cuáles fuesen los planes de Erij para con la espada. Porque era un objeto de poder. Lo sabía por la manera en que Morgaine la trataba, no permitiendo nunca que la apartase de su lado. De repente, Erij alzó la voz con un grito. La puerta se abrió de golpe, y los cuatro Myya estuvieron con ellos.

Y Erij sacó la espada de su funda con una sola mano. Y la sujetó desnuda en su mano. La hoja pasó del hielo translúcido a un fuego opalino, y el aire resonaba en sus oídos, y en su punta un temblor del aire que Vanye reconoció de repente.

—¡No! —gritó y se apartó, arrojándose a un lado. El aire entró rugiendo en una oscuridad y un viento les empujaba a todos. Y los cuatro Myya habían desaparecido, absorbidos en un amplio espacio que se había abierto entre ellos y la puerta.

Erij arrojó lejos de sí el acero, lo envió arrastrándose hacia un lado del suelo, desgarrándolo en ruinas a lo largo de su camino. Y súbitamente Vanye sujetó la vaina y se lanzó tras la espada abandonada, la sujetó en la mano mientras otros hombres entraban en el cuarto. La misma oscuridad estrellada les atrapó a ellos y su brazo quedó aturdido.

Conoció entonces la sensación que había impulsado a Erij a arrojar la espada, un desprecio visceral ante semejante poder. Y de repente escuchó la voz de su hermano gritar y notó una mano agarrarse a su brazo como si fuese una garra.

Corrió, más sensato que darse la vuelta y destruir… libre a lo largo de la casa y libre a lo largo de las escaleras, en cuanto los uyin vieron el temblor ultraterreno del acero brujo en su mano.

Conocía su camino. Esta era la puerta exterior. Apartó el cerrojo y corrió hacia el patio de los establos, intimidando con maldiciones febriles al lloroso chico de los establos hasta que ensilló un buen caballo para él. Y mientras tanto, de Ra-Morij llegaba el silencio. Se mantuvo apartado de las troneras, reconociendo en ellas su mayor peligro, y ordenó al chico que se arrastrase en las sombras y abriese la puerta para él.

Entonces saltó sobre el caballo. Sujetando con una mano las riendas y la vaina, y en la otra el acero tembloroso, y cabalgó. Las flechas silbaron a su alrededor. Una se hundió en el pozo de oscuridad en la punta de Bebé Robado y desapareció. Otra rozó al caballo en sus cuartos traseros y con su aguijonazo casi consiguió que el animal tropezase. Pero se había abierto camino. Los guardianes, asustados, levantaron la barra de la puerta bajo la amenaza de aquella espada, entonces él se vio libre en el exterior. Sus pasos resonaban en la carretera pavimentada y después en la tierra blanda de las cuestas.

No había prisa por seguirle. Imaginaba a Erij haciendo que sus hombres recuperasen el orden con maldiciones, intentando encontrar alguien que se atreviese… Y que el propio Erij le seguiría, eso no lo dudaba. Conocía a su hermano demasiado bien como para pensar que desistiría de algo que había decidido hacer.

Y Erij sabía qué camino tomaría él. Si no hubiese sido criado en Morija, no habría tenido oportunidad alguna de evadirles, de cabalgar por los caminos cortos y rápidos. Pero tenía un conocimiento de la red de caminos sin señalar de la región como el propio Erij.

Era cuestión de alcanzar a Morgaine y Baienel, si era posible, antes que los Myya y sus flechas.