Prólogo

Las puertas fueron la ruina del pueblo qhal. Las había por doquier, en cada mundo, habían sido durante milenios una realidad cotidiana. Y habían unido toda la red de civilizaciones de los qhal. Un imperio que abarcaba tanto el tiempo como el espacio, porque las Puertas conducían a otros tiempos tanto como a otros lugares… excepto al final.

En un principio, la faceta temporal de las Puertas no había sido un motivo de gran preocupación. La tecnología de las Puertas había sido descubierta en un mundo muerto del sistema qhal. Un descubrimiento que, al haberse realizado en las décadas iniciales del viaje espacial, había abierto para ellos la ruta a las estrellas. A partir de entonces las naves espaciales sólo fueron utilizadas para el transporte inicial de técnicos y equipo a lo largo de una distancia de años luz.

Pero después de que la Puerta de cada mundo era construida, el viaje hasta ese mundo, y sobre su superficie, se convertía en instantáneo. El tiempo detenía su paso en el tránsito entre las Puertas. Era posible ir de un punto a otro, separados por distancias de años luz, sin envejecer. Al margen del tiempo real de las naves espaciales. Y era posible seleccionar no sólo el lugar de llegada, sino incluso el momento. Hasta momentos diferentes sobre un mismo mundo, proyectándose hacia adelante, a otro momento posterior de su existencia, en otro lugar del camino de los mundos y de los soles.

Por ley, no había marcha atrás en el tiempo. Se había especulado, desde que el aspecto temporal de las Puertas fue descubierto, que los accidentes en el futuro no tendrían peores consecuencias que en el presente. Pero las manipulaciones en el pasado podían afectar múltiples hechos y vidas.

Así, el pueblo qhal emigró a través del futuro. Congregándose en número creciente en las épocas más remotas. Emigraban también en el espacio y se entrometían insolentes en los asuntos de otros seres, arrancando de sus goznes segmentos enteros del tiempo. Por lo general detestaban las formas de vida ajenas a su mundo. Incluso las que se les parecían o podían aparearse con ellos. Si era posible, odiaban a estos posibles rivales más que a nada, e igualmente a los mestizos, porque no entraba en su carácter el soportar divergencias. Sencillamente, utilizaban las razas menores según les servían, y sembraban los mundos que colonizaban con lo que habían recogido en mundos compatibles y les apetecía. Podían experimentar con los mundos y saltar en el tiempo para ver los resultados. Al ser el uso de las Puertas restringido estrictamente a los qhal, cosechaban las riquezas de los otros, de los que no eran qhal y se arrastraban por los siglos al ritmo del tiempo real. A los qhal, al final, les quedaban pocas necesidades y pocas ambiciones, excepto por el lujo y el entretenimiento y el ansia que les unía construir otras Puertas, incluso más lejanas.

Hasta que alguien, en algún tiempo, retrocedió y manipuló, quizá de manera infinitesimal.

El conjunto de la realidad se retorció e hizo trizas. Empezó con pequeñas anomalías que crecieron masivamente hasta convertirse en un esfuerzo temporal que alcanzó los confines del tiempo y el espacio en que había Puertas.

El tiempo rebotó, produciendo algunas ondas de distorsión que se centraron en algún punto del Ahora sobre extendido.

Al menos, eso fue lo que dedujeron los especialistas del «Science Bureau» cuando los mundos que sobrevivieron fueron descubiertos, junto con los pecios, reliquias qhal, que habían sido arrojados por el tiempo. Y entre ellos estaban las Puertas.

Las Puertas existen. Por tanto, podemos suponer que existen en el futuro y en el pasado. Pero no podemos saber hasta dónde se extienden hasta que no las utilicemos. De acuerdo con la actual creencia qhal, que carece de respaldo, mundo tras mundo ha sido afectado. Y en esos mundos los elementos están muy mezclados. Entre estas anomalías puede haber supervivencias, extraídas de nuestra propia área, que podrían resultar letales al ser conducidas atrás en el tiempo.

Es la opinión de esta oficina que las Puertas, una vez pasadas, deben cerrarse desde el lado más lejano del espacio y del tiempo o corremos el riesgo constante de una nueva implosión espaciotemporal como la que arruinó a los qhal. Es la teoría de los propios qhal que esta zona del espacio ha presenciado otra implosión anterior, quizá de unos pocos años o de milenios, que fue conducida por la primera Puerta y receptor descubiertos por los qhal, que emanó la primera cultura extraterrestre desconocida y después la suya. Existe un riesgo constante de que nuestra existencia pueda verse afectada en cualquier instante mientras exista una sola Puerta. Es la opinión generalizada de la oficina, en su mayoría, que las Puertas deben emplearse, pero sólo para despachar una fuerza para cerrarlas o destruirlas. Un equipo ha sido preparado. El regreso para ellos resultará imposible, por supuesto. Y la duración de su misión es indeterminada. Así que, por un lado, puede resultar en la captura o destrucción inmediata del equipo o puede resultar una tarea de una dimensión temporal tal que una generación, o una docena, de la fuerza expedicionaria no resulten suficientes para alcanzar la Puerta definitiva.

(Journal, Science Bureau, vol. XXX, pág. 22).

Sobre la altura de Ivrel se alzan piedras talladas con tales runas qujalinas que, si un hombre las toca, se lo llevan en cuerpo y alma al instante. En estos lugares de poder se mueven grandes fuerzas que las magias qujalinas aún controlan. Conocería la sangre qujal de esta manera. Si nace un niño de ojos grises y estatura considerable que, huyendo de Dios, busca sitios como esos, porque a los ajal les falta el alma, y, sin embargo, por sus hechizos, viven hermosos y jóvenes más años que los hombres.

(Libro de Embry, Hait-an-Koris).

En el año 1431 del calendario común hubo guerra entre los príncipes de Aenor, Koris, Baien y Korissith contra la fortaleza de Hjemur-tras-Ivrel. En ese año el señor de Hjemur era el brujo Tbiye, hijo de Tbiye, señor de Ra-Hjemur. Señor de Ivrel de los Fuegos que da sombra a Irien.

Y en ese tiempo vinieron al exilado señor de Koris, Chya Tiffwy, hijo de Han, cinco desconocidos como nunca habían sido vistos en estas tierras. Dijeron que habían venido de muy al sur y se hicieron bienvenidos de Chya Tiffwy y del señor de Aenor, Ris Gyr, hijo de Leleolm. Ahora fue observado claramente que uno de los desconocidos era seguramente de raza qujal, siendo una mujer de color pálido y tan alta como la mayoría de los hombres. Otro era de color dorado, pero no distinto de los que hacen por naturaleza en Koris o en Andur. Ahora los ojos de Tiffwy y de Gir fueron seguramente cegados por su gran deseo. Siendo hijos de hermanas y estando el reino de Tiffwy en manos del señor de Ivrel de los Fuegos. Entonces persuadieron con grandes juramentos y promesas de recompensas a los señores de Baienan, el principal de los cuales era también primo de ellos, siendo éste el señor Seo, que era hijo del tercer hermano del señor de Andur Rus. Y de a caballo reunieron siete mil, y de a pie reunieron tres mil, Y con las promesas y juramentos de los cinco izaron sus banderas contra el señor Thiye.

Ahora bien, hay un dolmen en el valle de Irien, tallado con runas, similar a otros en Aenor y Sith, y parecido al gran arco del Fuego Brujo de Ivrel, según opinión general, y había sido cuitado siempre, aunque no había hecho daño alguno nunca.

A este lugar siguieron los señores de Afidur a Tiffwy, hijo de Han, y a los cinco para asaltar Ivrel y la fortaleza de Hjemur. Y resultó evidente que Tiffivy había sido engañado por los extraños, porque diez mil bajaron al valle de Irien desde la altura de Groien, y de ellos todos perecieron menos un joven de Baienan, llamado Tem Reth, cuya montura tropezó en el camino y así salvó su vida. Cuando despertó de su letargo no había ser vivo sobre el campo de Irien, ni hombre ni bestia, aunque ningún enemigo había ocupado el campo. De los diez mil sólo quedaban algunos cadáveres, y en ellos no se encontraban heridas. Este Reth de Baien-an abandonó el campo con vida. Pero, lamentando esto mucho, entró en el monasterio de Baien-an, donde pasó su vida en oraciones. Habiendo realizado tal maldad, los extraños desaparecieron. Fue dicho, sin embargo, por mucha gente de Aenor, que la mujer regresó allí y escapó aterrorizada cuando se alzaron en armas contra ella. Por ello, se dice que murió en una colina de piedras llamada la tumba de Morgaine, porque por ese nombre la conocían, aunque se asegura que tuvo muchos nombres y títulos y derechos de señora. Allí se cuenta que duerme, esperando que la gran maldición se rompa y sea liberada. Por eso, cada año la gente de la aldea de Reomel acude allí llevando regalos y emitiendo maldiciones, no sea que por casualidad despierte y les haga mal.

De los otros no se encontró rastro ni en Irien ni en Aenor.

Anales de Baienan