INTRODUCCIÓN

Han transcurrido ya casi cinco años desde la perturbadora cascada de acontecimientos de lo que se conoce como el desastre del monte Everest de 1996. Durante este tiempo, cientos de miles de palabras sobre el tema han pasado por las imprentas. El relato más reciente sobre la tragedia, Más cerca de mi padre, de Jamling Tenzing Norgay es, según mis cálculos, el decimoséptimo libro que se publica sobre los hechos. Media década después de lo sucedido, es comprensible que uno se pregunte por qué alguien —como no sea el amante más obsesivo del Everest— estaría dispuesto a leer una narración más sobre esa temporada nefasta en la montaña más alta del mundo.

Sin embargo, el libro de Jamling merece ser leído y es, de hecho, uno de los mejores sobre el tema. Hay mucho de qué asombrarse en sus páginas y a mí me ha enseñado mucho.

Jamling era el jefe de escalada de la expedición, de 1996 que realizo la popularísima película IMAX Everest. Aunque la mayoría de los restantes relatos del desastre del Everest han sido escritos por personas que, como Jamling, presenciaron la catástrofe desde primera línea, este es el único que es obra de un sherpa, es decir, de una persona perteneciente al pueblo budista cuyo territorio rodea el monte Everest y que ha tenido un papel crucial en la historia de la escalada de este pico desde que los británicos se aventuraron por sus flancos por primera vez en 1921.

La ascensión del Everest ha sido siempre una empresa muy arriesgada y, desde el principio, su coste en vidas de sherpas, demasiado elevado. Ello se debe en gran parte a que, por lo general, los montañeros no sherpas que los han contratado han sometido a sus empleados a riesgos considerablemente superiores a los que ellos mismos han corrido. Sin embargo, este es el segundo libro sobre el montañismo en el Himalaya que se escribe desde el punto de vista de un sherpa. El anterior, publicado hace 37 años, lleva mucho tiempo descatalogado y es difícil de encontrar. Dicho libro es, precisamente, la autobiografía del padre de Jamling, el difunto Tenzing Norgay famoso en todo el mundo porque el 29 de mayo de 1953, en compañía de un apicultor neozelandés llamado Edmund Hillary culminó la primera ascensión del Everest.

La tragedia de 1996 aporta la arquitectura narrativa que da forma al presente libro, pero, como sugiere su título, la obra trata en bastante medida sobre su afamado padre y sobre el vínculo, complejo y cargado de emociones, que los unió. Su publicación parece especialmente oportuna en este momento, cuando la autobiografía de Tenzing, El tigre de las nieves, ha desaparecido de los estantes de las librerías.

En los embriagadores meses siguientes a su escalada del Everest en 1953, Tenzing fue catapultado a lo más alto de la popularidad. Fue agasajado en todo el mundo como un héroe de la época de posguerra. La recién coronada soberana de Inglaterra concedió al sherpa, de treinta y nueve años, la medalla George, la mayor distinción que se puede otorgar a un no ciudadano del Reino Unido. Festejado en todo el mundo, contó con la amistad del primer ministro indio, Jawajarlal Nehru. Gran número de creyentes hindúes, convencidos de que Tenzing era una encarnación del dios Shiva, peregrinaron a su casa. Nacido en el Tíbet, criado en Nepal y residente en la India desde los diecinueve años, se convirtió en símbolo de esperanza y de inspiración para millones de indios sometidos al sistema de castas, para nepaleses indigentes y para tibetanos oprimidos políticamente, todos los cuales lo consideraban un compatriota.

Trece años después de que Tenzing alcanzara la cumbre del Everest, nació Jamling en Darjeeling. La relación entre padre e hijo era, según Jamling, tradicional porque «era un hombre estricto y disciplinado». También comenta que sus hermanos y él entendieron desde muy pequeños que el suyo no era «un padre normal». Para entonces, hacía ya tiempo que la fama se había convertido en una carga, pero Tenzing seguía considerando un deber ineludible cumplir con sus obligaciones. Para ello, tuvo que viajar incesantemente hasta su muerte, en 1986, y sus ausencias del hogar familiar afectaron profundamente al joven Jamling. En ocasiones, Tenzing dejaba sola a su familia durante meses enteros, recuerda el hijo. «Estas ausencias me dolían mucho cuando era pequeño, porque quería seguir sus pasos y estar con él».

Como hijos de tan eminente figura, Jamling y sus dos hermanos fueron enviados a Saint Paul’s, uno de los internados privados más elitistas de la India. Mientras crecía, el Everest cobró gran importancia en la imaginación de Jamling, quien, desde muy joven, tomó la decisión de que un día emularía a su padre y llegaría a la cumbre. A los dieciocho años, cuando estaba acabando la enseñanza media, a Jamling se le presentó la ocasión de integrarse en una expedición india al Everest si convencía a su padre de que tocara las teclas adecuadas. Sin embargo, Tenzing se negó con este seco comentario: «Yo escalé el Everest para que tú no tuvieras que hacerlo». Jamling se quedó abrumado.

Cuando terminó sus estudios en Saint Paul’s, Jamling se trasladó a Wisconsin (Estados Unidos) para ingresar en el «Northland College», que muchos años antes había concedido a su padre un doctorado honoris causa. El muchacho pasó los diez años siguientes en aquel país, la mayor parte de ellos en la enorme extensión llana de Nueva Jersey —casi lo más lejos del Himalaya que se puede estar—, pero el sueño de escalar el Everest nunca desapareció de sus pensamientos. El 9 de mayo de 1986, cuando todavía se encontraba en Northland, Jam Ling recibió la noticia de que su padre había sufrido un colapso y había muerto repentinamente. El hecho significó un grave golpe para toda la familia Norgay, pero, según escribe Jamling, «tras la muerte de mi padre, mi deseo de escalar el Everest hizo sino aumentar».

Diez años después, Jamling tuvo al fin la oportunidad de cumplir su aspiración tan anhelada. El eminente montañero y filmador David Breashears lo invitó a sumarse a la expedición IMAX 1996 y Jamling aceptó. Su relato de los acontecimientos que sucedieron, incluido el desastre, se lee con emoción, sobre todo porque Jamling observa la conducta de sus compañeros de escalada desde una perspectiva infrecuente e inimitable: conocía a fondo las dos culturas, profundamente dispares, que se encontraron y más de una vez chocaron en las laderas del Everest aquella primavera infortunada. Por un lado estaban los sherpas y, por otro, los ricos «ojos blancos», los mikaru (como nos llaman los sherpas), que los contrataron para arriesgar sus vidas.

El hecho de que la vida de Jamling estuviera a caballo entre esos dos mundos tan incongruentes queda subrayado por los pasajes del libro que perfilan sus creencias religiosas. Como la mayoría de los sherpas, fue educado como budista practicante, pero durante la adolescencia y la juventud, según escribe, «creía que desplegar banderolas de oración era poco más que un gesto supersticioso.[…] El budismo no había impregnado plenamente mi corazón. Aquello no se estudiaba en Saint Paul’s y mi padre pasaba demasiado tiempo de viaje o escalando como para guiarme». Jamling reconoce que se sentía «un cínico», y también, «inseguro de mi fe en el budismo; escéptico, de hecho» hasta las vísperas de la expedición de 1996. Entonces, al llegar al pie de la montaña, se sintió atraído con una intensidad sorprendente por las tradiciones de sus antepasados budistas.

La infausta tormenta que envolvió el pico el 10 de mayo, dejando a su paso nueve montañeros muertos, tuvo un papel bastante importante en la transformación religiosa de Jamling. «Cuando llegué a la ladera de la montaña —escribe—, rodeado de sherpas creyentes, y me encontré ante una historia de muertes y ante la propia muerte, no pude mantener mi cinismo».

Más cerca de mi padre es, por tanto, la narración de una evolución espiritual con sus correspondientes luchas, fracasos y contradicciones irreconciliables. Más aún, es la historia del empeño de un hijo por hacer las cosas bien con un padre que era una leyenda viviente y, a la vez, una presencia dolorosamente inconstante, un padre que había muerto cuando el hijo estaba entrando en la primera madurez, Jamling sondea su corazón y se pregunta sinceramente cuál fue su motivación para escalar el Everest. «Para mis compañeros de equipo, la expedición era en parte un trabajo y, en parte, un desafío personal. Ambas cosas me atraían también a mí, pero lo que más me motivaba era la necesidad de comprender. Consideraba que solo si seguía los pasos de mi padre montaña arriba, solo si llegaba a donde él había llegado y ascendía a donde él había estado, podría comprenderlo de verdad. Quería saber qué lo había impulsado y qué había aprendido. Solo así podría juntar todas las partes ignoradas de la vida de un padre que un joven intuye y anhela conocer, pero que nunca hereda formalmente».

JON KRAKAUER

Febrero de 2001