Capítulo 10

—¿Estamos seguros de lo de la fotografía, John? ¿Estás seguro de que el Ministerio de Defensa tiene una?

—Sin duda, señor. El coronel Jenkins la está buscando. Tozer se lo explicará.

Los dos hombres subieron corriendo las escaleras desde el primer piso y, un pasillo desnudo, llegaron hasta el despacho de Sinclair.

—Más nos vale estar en lo cierto respecto a esto —dijo entre dientes el inspector jefe—. Si no es así, tú y yo nos veremos obligados a buscar refugio cada uno por su lado. ¡En mi caso, Tombuctú puede que no esté lo suficientemente lejos!

Abrieron de golpe la puerta y entraron en el despacho. El sargento Hollingsworth estaba sentado a la mesa de Madden ante un bloc de notas. Styles estaba de pie detrás de él; enfrente, en otra silla, estaba sentado un tercer hombre. Era delgado y de piel morena; tenía el pelo rubio muy corto y llevaba puesto un traje marrón bien planchado y una corbata roja con dibujos.

—Este es el señor Tozer —le presentó Madden—. Señor Tozer, el inspector jefe Sinclair.

El hombre se levantó y le tendió la mano a Sinclair, quien se la estrechó. Tenía en la cara una cicatriz que le recorría desde la parte exterior del ojo hasta debajo del pómulo.

—Encantado de conocerle, señor Tozer. Supongo que recibió nuestro mensaje.

—Sí, señor. Anoche cuando llegué a casa. —Hablaba con un marcado acento cockney.

—Su hermana no le esperaba hasta el fin de semana.

—Regresé antes de lo previsto, señor. Ha estado lloviendo tres días seguidos en el norte de Gales. Cuando Milly me dio el recado, pensé que era mejor venir aquí en persona. Siempre había deseado ver el interior de Scotland Yard. En realidad, siempre tuve la esperanza de trabajar aquí algún día —dijo con una mueca.

—¿Ah, sí?

El inspector jefe cogió la silla de Tozer y la situó enfrente de su propia mesa. Hollingsworth se había levantado para irse, pero Sinclair le ordenó sentarse.

—Quédese ahí, sargento. Necesitamos tomar nota de esto. —Y, dirigiéndose a Styles, añadió—: Traiga una silla para el señor Madden, agente. Y después tráigale al señor Tozer una taza de té.

Esperó hasta que Madden estuvo sentado en una silla junto a su mesa.

—Estaba usted diciendo que quiere ser policía.

—Así es, señor. Siempre he tenido la impresión de estar hecho para el trabajo de policía, sobre todo tras la época que pasé con el capitán Miller. Pero cuando recobré el conocimiento después de que impactase en nuestro coche aquel proyectil, me di cuenta de que me faltaba una aleta. —Con una sonrisa, levantó el brazo izquierdo, dejando al descubierto, debajo de la chaqueta, la manga de la camisa prendida con alfileres que cubría el muñón de su muñeca—. Vaya, ¡todas mis esperanzas de unirme al cuerpo se fueron al traste!

El inspector jefe inclinó la cabeza.

—Lo lamento mucho. Con respecto al nombre que nos ha facilitado, Pike, ¿está usted seguro?

—Sí —contestó Tozer sin dudarlo—. Como le estaba diciendo al inspector, recuerdo muy bien todo el asunto. No es algo fácil de olvidar. —Entrecerró los ojos—. Espero que no le moleste la pregunta, señor, pero ¿por qué quiere usted saber sobre eso ahora?

—No me molesta en absoluto, señor Tozer. —En los labios del inspector jefe se dibujó una sonrisa—. Pero por ahora le agradecería mucho que contestase a nuestras preguntas. Andamos mal de tiempo.

Madden interrumpió:

—Vine a buscarle en cuanto conseguí el nombre de Pike, señor, y después de haber hablado por teléfono con el coronel Jenkins, del Ministerio de Defensa. Pero creo que a usted le gustaría oír toda la historia desde el principio.

—¿Le importaría, señor Tozer? —preguntó Sinclair, volviéndose hacia él—. Empiece por la escena del crimen, por favor. Tengo entendido que se asignó el caso al capitán Miller. ¿Trabajaba usted con él habitualmente?

—Sí, señor. El capitán siempre me empleaba como su ayudante. Parecía que congeniábamos.

—¿Y durante cuánto tiempo trabajaron ustedes juntos?

—Casi seis meses. Desde principios de 1917. Fue entonces cuando se me destinó a la sección de investigación. Podría decirse que fue el día más feliz de mi vida. —Tozer levantó la cabeza y vio a Styles a su lado, sosteniendo una taza de té de pie—. Póngala ahí usted mismo, por favor, hijo —le pidió al agente. A continuación, justificándose, le enseñó el muñón con una sonrisa. El agente se puso colorado y dejó la taza y el platito sobre la mesa del inspector jefe.

—Me decía que había sido el día más feliz de su vida, ¿verdad, señor Tozer?

—Sí, señor. Me enviaron a Francia a principios de 1916, así que allí estaba cuando la batalla del Somme y después.

—¿Combatió usted en el frente?

—No, señor. —Tozer bajó sus ojos azules—. No, a nosotros nos pusieron en la retaguardia. Los hombres iban a las trincheras de primera línea de fuego, pero nosotros teníamos que esperar por si alguno se volvía. A veces perdían el valor, y nuestra labor era cogerlos. Muchos no eran más que chiquillos… pero a pesar de eso los seguían llamando desertores. —Tozer levantó la vista—. Los Tommies, los soldados rasos, solían quedarse mirándonos mientras se iban al frente. Yo nunca he visto tanto odio en los ojos de nadie… —Se calló. Nadie hablaba. Dejó de mirar al inspector jefe para buscar los ojos de Madden—. Me parece que usted sabe de qué hablo, señor.

Madden hizo un gesto con la cabeza.

—Ahora eso es el pasado, señor Tozer —dijo con amabilidad—. Es mejor quitárselo de la cabeza.

—Gracias, señor. Lo intento.

Sinclair dejó pasar unos momentos. Después volvió a tomar la palabra:

—Así que se unió usted a la Brigada Especial de Investigación.

—Sí, señor… —Tozer se preparó—. Bueno, no se llamaba así exactamente, pues la brigada como tal no se formó hasta después de la guerra, pero la Policía Militar ya estaba destinando a ciertos escuadrones para hacer trabajo de investigación, y a mí me asignaron a uno que estaba unido a una compañía de la Policía Militar destacada en Poperinge. Es allí donde conocí al capitán Miller. Estábamos trabajando en otro caso, un robo de mercancía en los almacenes de la compañía ferroviaria, cuando le llegó la orden de dejarlo todo y dirigirse inmediatamente a Saint Martens.

—Ese es el pueblo más próximo a la granja, ¿no? —Sinclair se removió en su silla—. ¿A qué distancia estaba el campamento militar?

—Sólo a un par de kilómetros. Era una zona que usaban mucho para campamentos de descanso. Las tropas procedentes de las trincheras pasaban alrededor de una semana allí antes de volver. Este batallón en concreto, el del Regimiento de Nottinghamshire del Sur, había estado allí cuatro o cinco días.

—Del informe se desprende que únicamente se consideró sospechosos a los soldados. ¿Por qué?

Tozer se tiró del lóbulo de la oreja.

—Bueno, por una razón: no había demasiados civiles por allí. La guerra había acabado con ellos. En algunas granjas todavía se trabajaba y había gente en el pueblo. Pero la policía belga y la gendarmerie habían hecho su labor antes de que llegásemos nosotros, supervisando a sus propios ciudadanos. Pensaron que podían responder por todos ellos. Y, además, estaban los cuerpos, señor. Bueno, tres de ellos. El del marido y los dos hijos. Les habían apuñalado con una bayoneta; de eso no había duda. Además, lo había hecho un experto. Una sola estocada a cada uno.

Sinclair miró a Madden.

—¿Así que Miller tomó las riendas del caso? ¿Pasó, pues, a ser una investigación británica?

—No del todo, señor. Las víctimas eran civiles. Pero, como los belgas habían solicitado nuestra ayuda, se entendía que el capitán Miller dirigiría la parte militar y mantendría informadas a las autoridades belgas.

—La mujer asesinada, la esposa del granjero, ¿dónde encontraron su cuerpo? Describa la escena, si es tan amable.

Tozer se inclinó hacia delante para coger su taza de té. Tomó un sorbo y volvió a poner la taza sobre el platito. Se pasó la lengua por los labios.

—Estaba en la habitación del piso de arriba echada sobre la cama con la falda y las calzonas arrancadas. Le habían cortado la garganta.

—¿Se pensó… el capitán Miller pensó que la habían violado? —El inspector jefe lo planteó en forma de pregunta.

—Desde luego, señor. De hecho, cuando leyó el informe del forense belga le pidió que volviese a examinar el cuerpo. Creyó que se debía de haber equivocado. Pero el forense confirmó que no había restos de semen ni señales de penetración.

—¿Así que el capitán se sorprendió?

—Sí. Y no sólo por eso. Una de las cosas que percibió, puede que lo haya visto usted en el expediente, fue la diferencia entre el piso superior y la planta baja. En la cocina, donde se encontraron los cuerpos de los hombres, uno se preguntaba cómo pudo haber sucedido. No había un plato roto, sólo una silla dada la vuelta, me parece recordar. Debieron de matarlos en cuestión de segundos. En el piso de arriba la historia era diferente. Ella se había defendido. El espejo estaba roto y las cortinas de una de las ventanas desprendidas. —Meneó la cabeza con pesar—. Era una mujer fuerte y guapa. Tenía un maravilloso pelo rubio. «Lolandés», la llamaban en el barrio.

—¿Cómo, cómo? —preguntó Sinclair.

Tozer se sonrojó.

—No lo sé decir mejor, señor. Es una palabra francesa que significa holandesa. Procedía de Holanda. Hablaba algo de inglés, nos dijeron. Era la favorita de los chicos cuando salían de las trincheras. No me malinterpreten… —Se volvió a sonrojar—. Era más como una madre, entiéndame. Cocinaba para ellos en la granja, les hacía tortillas y patatas fritas y cosas así. Bueno, les cobraba, claro, pero a los hombres les gustaba ir allí al dejar el campamento. —Hizo una pausa—. El grupo aquel procedente del batallón, los quince hombres de la compañía B, había estado allí unos días antes de esa misma semana, y había reservado para volver esa noche. No tuvimos ningún problema en conseguir sus nombres. Nos los dijeron enseguida. Confesaron que habían ido y vuelto en grupo.

—¿Pero el capitán Miller no les creyó?

Tozer frunció la boca y el ceño.

—No fue así exactamente. Mire, esos chicos eran los sospechosos más obvios. O, en cualquier caso, los que había más a mano. Y el capitán lo sabía perfectamente: cada vez que un soldado raso británico tenía que vérselas cara a cara con uno de la Policía Militar se iba a hacer el sordomudo. Así que fue a por ellos. Pensó que si lo habían hecho juntos alguno cantaría. Y, si no había sido así, si sólo estaban involucrados unos cuantos, los otros lo sabrían y al final llegaría a conocer la verdad. Pero después de haber interrogado a todos, recuerdo oírle decir que creía que no habían sido ellos.

—¿Los descartó como sospechosos? —preguntó Sinclair, sorprendido.

—Ah, no, señor. Tenía la intención de volver a interrogarlos. Pero esa noche se marcharon otra vez al campo de batalla.

—¿No intentó retenerlos?

—No tenía razones para ello. Pero daba igual. Total, no iban a ningún sitio: sólo de vuelta al frente.

El inspector jefe miró a Madden de manera inquisitiva.

—Passendale, señor. Ahí es donde se libró la batalla. Cerca de Ypres.

—Unos cuantos kilómetros cuadrados llenos de barro y cráteres —explicó Tozer—. Cruzabas el canal y ya estabas allí. La tierra de la muerte, la llamaban los soldados. Allí todo era lodo y cadáveres. No esperaban volver.

Sinclair se quedó mirando su carpeta. Permaneció callado unos segundos.

—En este caso sí volvieron siete —le informó—. De los quince. Pero, por lo que he visto en el informe, el capitán Miller no los volvió a interrogar.

Tozer abrió los ojos estupefacto.

—Sólo siete… No sabía… Lo siento. —Volvió a mirar a Madden y suspiró—. No, señor, el capitán no pidió volver a verlos. Por entonces ya seguía otra pista.

—Eso pensábamos —dijo Sinclair, incorporándose en la silla—. Eso es lo que yo quería saber.

Tozer tomó otro sorbo de té. Se había puesto un poco pálido, pensó Billy Styles, quien no le quitaba ojo desde donde estaba, al lado del sargento Hollingsworth.

—Al día siguiente de irse el batallón, el capitán Miller recibió un mensaje de Poperinge. Tenían retenido allí a un desertor. Le iban a hacer un consejo de guerra. Decía tener información sobre los asesinatos de la granja.

—¿Cómo se llamaba?

Tozer trató de hacer memoria.

—¿Duckman…? No, Duckham. William Duckham. Procedía del mismo batallón que esos quince chicos, pero era de otra compañía.

—¿El capitán Miller lo interrogó?

—Sí, en los barracones para detenidos de Poperinge.

—¿Estuvo usted presente?

—Sí. —Tozer se tocó la cicatriz que tenía en la mejilla—. El chico, Duckham, estaba muy mal. No llevaba mucho tiempo en el batallón. Sólo había ido al frente una vez, pero fue suficiente, y cuando volvieron de allí se escapó. Pobre. Estaba temblando; no podía parar. A lo mejor pensó que le podía ayudar contarnos lo que sabía…

—Que era…

—Duckham le dijo al capitán que había llegado a la granja y se había escondido en el granero, que estaba un poco apartado de la casa. Encontró un escondrijo en el piso de arriba, detrás de un montón de heno, y allí se tumbó durante el día. Por las noches bajaba para buscar algo de comida. No era capaz de ir más allá, dijo. Simplemente se quedaba allí tumbado… —Tozer paró para coger su taza de té. El inspector jefe intentó controlar su impaciencia—. La noche en que sucedió todo oyó a los hombres de la compañía B llegar y marcharse, aunque no los vio. Seguía tumbado. Pero, una vez se fueron, trepó por el montón de heno y, cuando estaba a punto de bajar por la escalera, se abrió la puerta del granero y alguien entró. Durkham le oyó moverse por la parte de abajo, pero no le vio hasta que el hombre encendió una linterna.

—¿Era Pike? —preguntó Sinclair en voz baja.

Tozer asintió.

—Duckham le conocía de vista. No estaba en su compañía, pero en el batallón todo el mundo conocía a Pike. Hasta le habían hecho un chiste, o eso nos dijo: a nadie de la compañía B le asustan los alemanes; es de Pike de quien tienen miedo.

—¿Era sargento mayor de la compañía B?

—Así es. Una especie de héroe, a su manera. Se lo cuento enseguida. —Tozer se acabó la taza de té—. Cuando entró, Duckham se encontraba junto al borde del piso de arriba, y, como no se atrevía a moverse, lo vio todo. Dijo que Pike llevaba un fusil y una mochila, y lo primero que hizo fue ponerle una bayoneta al fusil. Después abrió la mochila y sacó… —Se quedó callado y movió la cabeza—. No se va a creer esto, señor; sé que al capitán le costó mucho creerlo, pero según Duckham lo siguiente que hizo fue ponerse una máscara de gas.

Sinclair soltó aire en un silencioso suspiro. Sus ojos se encontraron con los de Madden. Tozer miró primero a uno y luego al otro. Parecía estar esperando una reacción más notoria por parte de ellos.

—Siga, señor Tozer.

—Después, se quedó parado unos instantes. Como si estuviera bramando, dijo Duckham. Hacía unos ruidos con la máscara puesta. A continuación salió por la puerta del granero y Duckham oyó un silbato. Sólo un pitido continuado. Según nos dijo, antes de que le hubiera dado tiempo siquiera a resguardarse otra vez detrás del montón de heno, oyó gritar a la mujer. Después, nada. Se quedó allí tumbado y, al cabo de unos diez minutos, Pike volvió al granero. O eso pensó, porque no movió ni un dedo. Un minuto más tarde oyó cerrarse la puerta del granero, pero él se quedó donde estaba durante otra media hora, hasta estar seguro de que no había nadie por allí. Entonces bajó y se acercó a la casa. Cuando encontró los cuerpos abajo se limitó a coger la comida que pudo y huyó. Le detuvieron dos días después a las afueras de Poperinge.

De repente se abrió la puerta de detrás de Tozer y se asomó Bennett. De una mirada rápida captó la escena.

—No quiero molestarle ahora, inspector jefe. Póngame al corriente en cuanto pueda, por favor.

Cerró la puerta.

—¡Vaya! —Sinclair se recostó en la silla—. Así que Miller sabía que era a Pike a quien buscaba. ¿Qué hizo entonces?

Tozer arrugó los ojos.

—No sabía exactamente qué hacer, señor. Todo esto le llegaba a través de un hombre a quien iban a hacer un consejo de guerra. Podía tener algo contra el sargento mayor. Podía estar inventándose la historia para salvar el pellejo. Lo de los asesinatos se sabía.

—¿Eso decía Miller?

—Sí, señor, me lo confiaba. Le gustaba hacer eso. Pensar en alto. Primero tenía pensado interrogar a Pike. Así que hizo averiguaciones y se enteró de que el batallón había cruzado el canal la noche anterior. Eso significaba que estarían en el frente como mínimo una semana. Si hubiera sido cuestión de un día o dos tal vez hubiera esperado hasta que volvieran, pero creyó que era demasiado tiempo y el caso demasiado grave. Así que fue a por ellos.

—¿Fueron ustedes hasta primera línea de batalla? —El inspector jefe se mostró sorprendido.

—¡No, señor! ¡Gracias a Dios, no! —Tozer cerró los ojos como si estuviera rezando—. El puesto de mando del batallón estaba a este lado del canal, pero ya ahí la situación era horrible. No dejaban de caer los proyectiles. Pensé que nos iban a trincar. Pero el capitán era un verdadero sabueso. Una vez le había hincado el diente a algo ya no lo dejaba escapar. Había allí al mando un oficial que se llamaba Crane, un comandante. —Tozer movió la cabeza, como haciendo memoria—. Por cierto, que supimos que a ese le trincaron una semana más tarde. En cualquier caso, cuando el capitán Miller pidió que devolviesen a Pike, Crane se negó en redondo. Dijo que el batallón estaba en pleno combate y que el sargento mayor era uno de sus mejores hombres. Por supuesto, ya sabe, no podía hacer eso. No en esa situación. Ni siquiera si hubiera sido general. El capitán Miller tenía la sartén por el mango. Pero lo que hizo fue llamar aparte al comandante y explicarle cómo estaban las cosas. Le dijo que no quería que se relacionase el nombre de Pike con el crimen si la acusación no era cierta. Y evidentemente hubiera sido inevitable de haber dictado él una orden de detención. Lo que él quería era que Pike tuviese la oportunidad de aclararlo. Entonces, al plantearlo así, Crane tuvo que acceder, y mandó enseguida a un mensajero al frente con la orden de que se hiciese volver a Pike.

—Me imagino que no apareció. —El inspector jefe se relajó un poco, si bien seguía con la mirada fija en la cara de Tozer.

—No, señor. Esperamos allí en el puesto de mando toda la noche. El mensajero volvió a la mañana siguiente. Había llegado hasta donde estaba la compañía B y se había encontrado con que todos los oficiales estaban o muertos o heridos. Como Pike estaba vivo, le transmitió directamente a él la orden del comandante.

—¿Sabe usted cómo se lo dijeron? —preguntó Madden, rompiendo su largo silencio—. ¿Se mencionó que la Policía Militar quería hablar con él?

—No. Eso lo sé seguro. El capitán Miller estaba con el comandante cuando le dio la orden al mensajero.

—Pero él los vio a ustedes, ¿no? El mensajero, quiero decir… Vio a un par de agentes de la Policía Militar.

—¡Claro! El señor Miller pensó lo mismo. Dijo que debió de chivárselo a Pike. Era la única explicación.

—Explicación, ¿a qué? —Esta vez fue Sinclair quien habló.

—Cuando el mensajero transmitió el mensaje, se volvió. No había una trinchera como tal. Las tropas estaban agazapadas en cráteres. Pike compartía uno con otros dos hombres, y ninguno pertenecía al grupo que nosotros habíamos interrogado, dicho sea de paso. Más tarde, ambos dijeron lo mismo: justo después de irse el mensajero, Pike desapareció.

—¿Cómo que desapareció?

—Salió cuerpo a tierra fuera del cráter y nunca le volvieron a ver.

—¿Quiere decir que retrocedió hasta la retaguardia? —preguntó Madden.

—No, ahí está. —Tozer negó con la cabeza—. Lo que hizo fue avanzar en dirección al enemigo. Ambos dijeron lo mismo. Fue entonces cuando lo vieron por última vez. Hasta que encontraron su cuerpo.

—¿Su cuerpo? —El inspector jefe se irguió en la silla. Madden frunció el ceño.

Tozer miró primero a uno y luego al otro.

—¿No sabían que estaba muerto? Pensé… —Se calló y se quedó mirándolos—. ¡Joder! ¿No pensarían que aún estaba vivo, no? —Y entonces, cuando de repente cayó en la cuenta de la verdad, exclamó—: ¡Coño! ¡Melling Lodge!

A continuación se hizo el silencio, durante el cual se oyó chirriar la pluma del sargento Hollingsworth. Los dos detectives se miraron el uno al otro. Fue Sinclair quien habló:

—¿Qué le hace a usted decir eso, señor Tozer?

—Pues… porque eso es lo que pensé cuando por primera vez leí sobre el caso. Quiero decir que me recordó a Saint Martens. Mucha gente asesinada en una casa. Vi en algún sitio que a la señora le habían cortado la garganta. Pero no pensé… ¡Nunca pensé que fuese Pike!

El inspector jefe cambió un poco de postura. Puso los antebrazos sobre la mesa.

—Dice usted que encontraron su cuerpo. ¿A qué se refiere exactamente? ¿Lo vio usted?

—Ah, no, señor. Así no iban las cosas, ¿verdad, señor? —dijo, dirigiéndose a Madden.

—A veces había una tregua —explicó Madden—. Ambos bandos dejaban de luchar y permitían que se recogiese a los heridos. Al mismo tiempo se recuperaban los cadáveres. Si no, se quedaban allí.

—Por ejemplo, en Passendale —amplió Tozer— nunca se encontraron más de cuarenta mil cuerpos. Lo leí en un periódico. ¡Cuarenta mil! Fue por el barro, sabe.

—Pero usted dice que sí encontraron el de Pike —le recordó el inspector jefe—. ¿Por qué? ¿Qué le hace estar tan seguro?

—Se informó de que lo habían encontrado. Más o menos una semana después, cuando el capitán Miller estaba escribiendo el informe sobre el caso. Estaba en la lista de cuerpos devueltos.

Madden intervino otra vez:

—Si estamos en lo cierto, señor, lo que esto significa es que encontraron un cuerpo con la cédula de identidad de Pike metida en los calcetines o fijada en los tirantes. También su cartilla militar, supongo. Y, si quiso ser concienzudo, su guerrera con el rango y las insignias del regimiento. Con eso sin duda bastaría para establecer su identidad. ¿Está de acuerdo, señor Tozer?

El otro hombre asintió.

—Nadie de su propio batallón tuvo por qué verlo. En cualquier caso, ya no estarían en el frente cuando devolvieron el cuerpo.

Sinclair se mordió el labio.

—Dejemos clara una cosa. No hay duda de que pudo cambiar su identidad con la de algún cadáver que encontró en el campo de batalla. Pero ¿cómo logró volver?

—Pudo fingir una herida —sugirió Madden.

—Eso no es nada fácil, supongo.

Tozer levantó la mano.

—Acabo de recordar algo, señor. Vi la hoja de servicios de Pike; la tenía el capitán. Justo antes de que pasara todo esto, había estado en el hospital en Boulogne. Una conmoción cerebral fue. Eso pudo serle de utilidad.

—¿Por qué?

—Es un diagnóstico del que los médicos no acaban de estar seguros. Había quienes intentaban fingirla. A los hombres que la padecían se les devolvía para estar en observación. Seguro que Pike sabía eso.

—¿Devuelto a Boulogne?

—O a Eetaps. Una vez allí pudo escaparse del hospital. Era el truco que intentaban los desertores.

Sinclair le dirigió a Madden una mirada cuestionadora. El inspector se encogió de hombros antes de emitir su opinión:

—Es bastante posible, señor. Desde luego, todavía tendría el problema de volver a Inglaterra. Pero se podía hacer, siempre y cuando tuviese valor.

—¡Ah, valor tenía más que de sobra! —exclamó Tozer.

—Sí, quiero que hable usted de eso —le instó Sinclair, volviéndose hacia él—. Prosiga.

Tozer permaneció callado un instante, intentando poner en orden sus ideas. Después continuó:

—Esperamos allí en el puesto de mando todo el día, y por la tarde llegó la notificación de que Pike había desaparecido. Uno de los oficiales de otra compañía que estaba entre los heridos que volvían por su propio pie le dijo al mayor lo que le habían contado los dos hombres: que, sin decir palabra, Pike había abandonado el cráter y había seguido avanzado hacia el frente. Al capitán Miller le pareció la cosa clara: pensó que Pike era el hombre que buscaba y que había decidido acabar con el asunto en el campo de batalla para no enfrentarse a una acusación de asesinato. Así que nos fuimos de allí y volvimos a Poperinge, y el capitán se sentó a escribir su informe. Mientras lo hacía, nos enteramos de que se había recuperado el cuerpo. El capitán Miller lo puso todo en el informe. Escribió una nota que adjuntó al expediente, donde se decía que creía que Pike era el asesino, lo argumentaba y recomendaba que el caso se diese por cerrado. Estaba casi acabando cuando le llegó un mensaje del ayudante del jefe de la Policía Militar, el coronel Strachan, con el aviso de que mandase el expediente al cuartel general del Estado Mayor. Los mandamases querían verlo.

—¿Los del Estado Mayor?

—Alguien de allí lo había pedido; nunca supimos quién. —Tozer se encogió de hombros—. El capitán Miller mandó el expediente, y una semana después recibió la llamada del coronel Strachan. Cuando volvió se subía por las paredes. Dijo que iban a enterrar todo el asunto.

—¿La investigación?

—No, sólo lo que había descubierto sobre Pike. Por lo que al ejército incumbía, iban a cerrar el caso y se iba a mandar el expediente al jefe de la Policía Militar. Pero eliminaron la nota del capitán. La policía belga no debía ser informada de esos descubrimientos.

Sinclair se recostó en la silla, atónito.

—¿Podían hacer eso?

—¿En el ejército? ¿En tiempo de guerra? —se mofó Tozer—. Había que hacer lo que mandaran. —Volvió a tocarse la cicatriz que tenía en la mejilla, rozando con los dedos la protuberancia—. Al capitán Miller le dieron la versión completa más tarde. Alguien del cuartel general pensó que debía saber la verdad. Antes les dije que Pike era un héroe. Y es verdad que lo era: había ganado una medalla al mérito militar en 1916, y la volvió a ganar al año siguiente. Él solo destruyó un puesto de ametralladoras alemanas, así que tenía bien merecido el galón. Puesto que mariscal de campo Haig estaba en ese momento recorriendo el frente, repartiendo medallas, incluyeron a Pike en una de las ceremonias. Eso ocurrió justo antes de que sufriera la conmoción cerebral, así que debió de ser apenas un mes o dos antes de los asesinatos. Un fotógrafo del ejército tomó una bonita instantánea de ellos dos. —Tozer esgrimió una cínica sonrisa—. Apareció en algún periódico londinense. «El mariscal de campo condecora a un héroe».

—Y dos meses más tarde, hubiera sido: «El mariscal de campo se codea con un asesino en serie». —Sinclair se rascó la nariz—. Sí, ahora entiendo lo que les pasó a algunos por la mente.

—Ya se había hablado de los asesinatos en los periódicos franceses. Si por casualidad la prensa conseguía de la policía belga el nombre de Pike, poco tardarían en sacar los hechos a la luz. Así que se inventaron la historia de que se sospechaba de una banda de desertores y que se había organizado una gran operación para darles caza —se sinceró Tozer con menosprecio—. La persona que habló con el capitán dijo que puesto que Pike estaba muerto ya se había hecho justicia, y que era mejor olvidar todo el asunto.

—¿Y cómo se sintió Miller?

—¡Se subía por las paredes! —exclamó Tozer con un destello en los ojos—. Decía que era una vergüenza.

—¿Acabó todo ahí? —preguntó Sinclair.

—Más o menos. El capitán firmó una declaración jurada para el consejo de guerra de Poperinge asegurando que Duckham le había sido de gran ayuda, pero no sirvió de nada. Terminaron fusilándole. Pero el capitán no olvidó a Pike. Siempre le tuvo presente. Casi la última cosa que recuerdo que dijo antes de que nos alcanzase ese proyectil era que no dejaría que las cosas quedasen así. Lo iba a retomar con alguien.

Tozer se calló. Miró al suelo.

Sinclair tosió.

—Tengo la impresión de que sirvió usted bajo las órdenes de un buen oficial, señor Tozer.

—Así es, señor —repuso elevando los ojos azules.

—Y siento mucho la lesión que sufrió usted. Creo que la policía es la que más salió perdiendo.

Tozer hizo una rápida reverencia con la cabeza.

El inspector jefe se levantó y Tozer le imitó. Se dieron la mano.

—Puede que volvamos a necesitar ponernos de nuevo en contacto con usted. Mientras tanto, le estaría muy agradecido si no le contase todo esto a nadie. Publicaremos la fotografía de Pike en los periódicos, pero debemos tener cuidado con qué se dice por escrito.

—No se preocupe, señor; no diré una palabra.

Le dio la mano a Madden y saludó con la cabeza a los otros dos hombres.

—El agente Styles le acompañará a la salida. —Sinclair se sentó—. Y muchas gracias de nuevo.

Tozer tenía la mano en el tirador de la puerta cuando se dio la vuelta.

—Me gustaría decir una cosa más, señor… —añadió.

—Adelante, por favor. —El inspector jefe levantó la vista.

—Cuando le encuentren, a Pike, tengan cuidado, ¿de acuerdo?

—Lo tendremos —contestó Sinclair—. Gracias por el consejo. ¿Pero por qué lo dice?

—Se me olvidó contárselo antes; debería haberlo mencionado. Nosotros lo conocimos, el capitán y yo.

—Pero, por Dios, no; no lo había mencionado usted. —Sinclair se había puesto otra vez de pie.

—Lo único es que, claro, no lo sabíamos. No entonces… —Tozer se mordió el labio—. Fue cuando el capitán estaba interrogando a esos hombres de la compañía B. Pike era el hombre que los fue haciendo entrar.

—El sargento mayor de la compañía. ¡Claro! ¿Y qué pasó, señor Tozer?

Tozer frunció el ceño.

—Bueno, lo gracioso es que después hablamos de él, el capitán Miller y yo. El capitán me dijo que no creía que fuese ninguno de los chicos que había interrogado, pero después, riéndose, añadió: «Ahora, ¿se fijó usted en el sargento mayor? Como estuviera en la rueda de identificación de sospechosos…». Y entendí lo que quería decir, porque yo había sentido lo mismo. En cuanto entró Pike, pensé: «¡Ese es un asesino! Tiene los ojos como piedras».