Capítulo 8

Se abrió la puerta del despacho contiguo, y entraron Hollingsworth y Styles. El inspector jefe Sinclair, impecable con un traje gris de raya diplomática y un alfiler de corbata nacarado, estaba sentado a su mesa. Las ventanas situadas detrás de él, que tantas veces habían destellado durante el verano con un brillo parecido al de los diamantes, estaban salpicadas de lluvia. Un relámpago surcó el negro cielo de Kennington. Sinclair hizo señas a los dos hombres para que se acercaran.

—Estoy seguro de que les ha llegado el rumor de que me van a sustituir como jefe de esta investigación. Siento tener que decirles que es cierto. Voy a ver al comisionado adjunto dentro de unos minutos. Según tengo entendido, le pasará el caso al superintendente jefe Sampson.

Hollingsworth murmuró unas palabras entre dientes.

—¿Sargento? —preguntó Sinclair, arqueando una ceja.

—Nada, señor. Lo siento, señor.

—Quiero aprovechar para agradecerles a ambos el trabajo que han hecho. A lo mejor piensan que han sido muchas horas invertidas para obtener pocos resultados. Pero les aseguro que no es así. No tengo ninguna duda de que la información que guardamos en esta carpeta llevará finalmente a detener y, espero, a condenar al hombre que buscamos —aseguró al tiempo que daba unas palmaditas sobre la gruesa carpeta de piel que descansaba sobre la mesa—. En lo que al futuro se refiere, ni el inspector Madden ni yo mismo tenemos la esperanza de desempeñar ningún papel en esta investigación. El superintendente jefe Sampson formará su propio equipo, y creo que es muy probable que quiera incluirles a ustedes dos debido a lo familiarizados que están con la historia y los detalles del caso. Sé que serán tan cumplidores y diligentes con él en este difícil trabajo como lo han sido conmigo, y por todo ello quería expresarles mi agradecimiento. —El inspector jefe se levantó, le tendió la mano a Hollingsworth y este se la estrechó. Styles hizo lo propio—. Se les informará en breve de cualquier cambio que les afecte. Eso es todo.

Los dos hombres retornaron al despacho de al lado, cerrando la puerta tras de sí. Sinclair se volvió a sentar y sacó su pipa. Miró a Madden, que había estado escuchando en silencio sentado a su mesa.

—¿Y bien, John?

—Creo que es una verdadera lástima.

—Una opinión que no comparte la señora Sinclair, a quien le complace pensar que voy a pasar más tiempo en casa. Trata de consolarme diciéndome que no es que vaya a ser menos útil en el futuro, sino que simplemente va a cambiar el tipo de actividades que voy a realizar. Escardar, por ejemplo. ¿Sabes lo que es?

La sonrisa que apareció en la cara de Madden le recordó al inspector jefe que, de las semanas de trabajo que habían compartido, podía sentirse satisfecho al menos por una cosa: en un primer momento se había alegrado de que su compañero hubiera recuperado su carácter de otros tiempos, y más contento se había sentido aún durante un breve periodo de tiempo cuando todo parecía indicar que el plan de Madden de localizar al ayudante del capitán Miller iba a dar sus frutos.

Contra todo pronóstico, el Ministerio de Defensa había sido capaz de facilitarles, inmediatamente, la identidad del conductor del coche oficial de Miller. Los nombres de ambos hombres aparecían en el atestado.

El cabo Alfred Tozer había sobrevivido a la explosión que se había cobrado la vida de su superior, y llegado el momento se le concedió la baja por invalidez y se le devolvió a un hospital de Eastbourne, en cuyos archivos del periodo posterior a la guerra constaba una dirección que le situaba en Bethnal Green.

Madden se había ido allí a toda velocidad en un taxi con Hollingsworth, aunque solamente para descubrir que, aunque seguía siendo la residencia de los Tozer (el hombre vivía allí con su hermana y su cuñado, con los cuales regentaba un kiosco), no se encontraba en ese momento en casa.

—¿Que está de acampada? ¿En el Norte de Gales? —El inspector jefe levantó la mirada al techo con incredulidad.

—Es excursionista, señor. Todos los años pasa así las vacaciones, según su hermana. Visita diferentes partes del país.

—¡Increíble! Habría que recomendarle a la oficina de turismo. Así que todavía no sabemos si era el ayudante habitual de Miller, ni siquiera si sabe algo concreto de ese caso…

Madden lo negó con la cabeza.

Aferrándose a una última esperanza, Sinclair había telefoneado a la policía de Bangor y les había pedido que ordenasen a todas las comisarías del distrito que localizasen a Tozer y le pidieran que se pusiese enseguida en contacto con Scotland Yard. Eso mismo le habían comunicado a su hermana, quien no esperaba verle de vuelta antes del fin de semana.

—Incluiré una nota en el expediente, pero no me imagino al superintendente jefe tomándose la molestia de intentar poner en marcha ninguna idea que haya salido de nosotros.

La última posibilidad que tenían de avanzar en la investigación llegó esa misma mañana con otra información del Ministerio de Defensa sobre el superior de Miller en la Policía Militar durante la guerra, un tal coronel Strachan, que ya estaba retirado y vivía en un pueblo de Escocia tan remoto que el inspector jefe ni siquiera había oído hablar de él.

El telefonista de Scotland Yard se había pasado la mañana lidiando con otras centralitas de norte a sur del país. Sinclair no estaba en el despacho cuando al final contactaron con el coronel, y fue Madden quien habló con él.

—Dice que recuerda el caso y sabe que se cerró —le informó al inspector jefe a su regreso—. Pero no se acuerda de cómo se llamaba el hombre que Miller identificó como el asesino. En cualquier caso, murió en combate. Es lo único que recuerda.

—¿Y cómo sabía Miller que era él?

—De eso tampoco se acuerda.

—¡Vaya, vaya…! —El inspector jefe se rascó la cabeza—. Recuérdame que no me jubile demasiado pronto, John. Parece que tiene un efecto pernicioso en las neuronas. ¿Qué conclusión sacaste?

Madden frunció el ceño.

—Es difícil asegurar nada cuando se ha hablado con la otra persona por teléfono. Le oía muy lejos, pero yo diría que no parecía muy dispuesto a colaborar.

—¿Crees que le habían alertado? —Sinclair metió el limpiador en la caña de la pipa. Miró a Madden.

—Posiblemente, pero no el Ministerio de Defensa. Parecía sorprendido de verdad de recibir mi llamada. Si alguien dio la orden de callar, fue en aquellos tiempos, justo como sospechábamos.

—Pero entonces no fue iniciativa suya.

—Seguro que no. Era policía militar. Hubiera infringido la ley. No, la orden debió de venir de más arriba.

—¿Del cuartel general?

El inspector se encogió de hombros.

—Me imagino a un tipo. —Sinclair sacó el limpiador de la pipa y sopló por la caña—. Tal vez un general. O un coronel obeso con una banda escarlata en la gorra e insignias en la solapa. Ahí, sentadito en su despacho, situado por cierto en un cháteau. Reposando el atracón de una buena cena, bien lejos del frente.

—¿Está usted hablando de un oficial del Estado Mayor? —dijo Madden, frunciendo el ceño.

—¿Eso te parece? Bueno, pues pongamos que tiene delante un expediente. —Sinclair examinó el limpiador de la pipa—. Un asunto peliagudo. Y lo que le molesta es el informe del investigador. «Ni hablar», dice apartándolo. —El inspector jefe recalcó las palabras con un movimiento, dejando caer el limpiador de la pipa a la papelera que tenía al lado—. «No, eso no nos conviene». —Miró la pipa—. Me pregunto dónde radicaba el problema. Tal vez no quería que se hiciera público el nombre del asesino. Quizás eso le hubiera resultado embarazoso a alguien. —Se encogió de hombros—. Y, en cualquier caso, puesto que el hombre en cuestión estaba muerto, realmente daba igual. Ya se había hecho justicia. —Sinclair se metió la pipa en el bolsillo—. Sí, me gustaría conocer a ese oficial del Estado Mayor. ¡Vaya si me gustaría! —Miró su reloj—. Bueno, ya es hora de que me vaya de aquí. —Se levantó y cogió el expediente de su mesa—. Lo dejo aquí con todo gusto —dijo, levantando la abultada carpeta—. No le voy a dar a Sampson la satisfacción de verme mal. Los presos hacen una salida digna tras la condena. Al fin y al cabo, esto no es más que un trabajo, como le dijo el obispo a la actriz…

Empezó a dar la vuelta a la mesa, pero después se paró. Entonces, con un repentino gesto estampó el expediente sobre el escritorio y exclamó:

—¡No, por Dios, no lo es!

Madden se sorprendió. El inspector jefe miró por la ventana y contempló la mañana pasada por agua. Luego dijo con un tono bajo y enfadado:

—Ahí afuera, en algún sitio, hay un hombre empeñado en asesinar. Sólo es cuestión de tiempo que vuelva a actuar. Por alguna parte hay una mujer, una familia entera quizás, que está en peligro. ¡Y ahora se me ordena que deje esta investigación (y las vidas de esas personas, quienes quiera que sean) en manos de un… papanatas!

Volvió a agarrar la carpeta, y en ese preciso instante vio a Billy Styles apostado a la entrada con dos tazas de té en las manos y mirándole con cara horrorizada.

—Usted no me ha oído decir eso, agente. ¿Queda claro?

—Sí, señor —repuso el joven, temblando.

—¿Totalmente claro?

Billy sólo fue capaz de asentir.

El inspector jefe miró a Madden y, dando grandes zancadas, salió del despacho.