El lunes por la mañana, a los cinco minutos de haber llegado a su despacho, Sinclair recibió una citación urgente del ayudante del comisionado adjunto, Bennett. Estuvo ausente de su oficina durante media hora y cuando volvió llevaba un sobre de papel manila con los sellos de lacre abiertos.
—¡Del Ministerio de Defensa! —le anunció a Madden mientras le lanzaba el paquete. Luego, asomándose al despacho contiguo, llamó—: Sargento, ¡venga para acá! ¡Y usted también, agente!
Hollingsworth y Styles pasaron al despacho desde su cuchitril. Sinclair se sentó en el borde de la mesa. En los ojos del inspector jefe se notaba un brillo especial.
—En septiembre de 1917 se produjo en Bélgica una agresión criminal muy similar a las que estamos investigando. Asesinaron a un granjero y a su mujer en su propia casa. El ataque guarda un considerable parecido con los asesinatos de Melling Lodge. Apuñalaron con la bayoneta al marido y a sus dos hijos. A la mujer le cortaron la garganta.
Billy emitió un silbido que le reportó una mirada de reprobación por parte de Hollingsworth.
—Los servicios de investigación de la Policía Militar de la Corona se encargaron de investigar los asesinatos —prosiguió Sinclair—. Por lo que consta en el expediente, parece que existen pocas dudas de que el asesino o asesinos fueron soldados británicos destacados en el país. Lo que nos manda el Ministerio de Defensa es el expediente de la investigación. Contiene un informe detallado de la escena del crimen, las conclusiones del forense y una transcripción literal de los interrogatorios.
Madden no pudo evitar fruncir el ceño al observar la portada del expediente que tenía en sus manos.
—El caso aparece clasificado como «cerrado» —dijo.
—Efectivamente. —Sinclair se bajó de la mesa y comenzó a pasearse por el despacho—. El oficial al cargo de la investigación era el capitán Miller. Una vez decidió poner fin a la investigación adjuntó al expediente una nota en la que explicaba las razones que justificaban su decisión. La nota aparece registrada en el índice del expediente, pero desafortunadamente ha desaparecido. No hay nada siniestro en ello, me han dicho: el ministerio está absolutamente desbordado con los archivos de los tiempos de la guerra. En algún lugar de Londres tienen un almacén atestado hasta el techo de papeles. Hemos tenido suerte en que consiguieran sacar esto.
—¿Podemos localizar al capitán Miller? —preguntó Hollingsworth.
—No, está muerto —respondió sin preámbulos Sinclair—. El coche oficial en el que viajaba fue alcanzado por un obús detrás del frente. Fue algunas semanas más tarde, pero para entonces ya habían zanjado el caso. Permítanme proseguir. —Se sentó a la mesa—. Por alguna razón que resulta imposible de esclarecer después de tanto tiempo, la sospecha recayó en un batallón del Regimiento de Nottinghamshire del Sur. O más bien en una compañía; mejor dicho, en un pequeño segmento de esta: quince hombres, para ser exactos. A todos se les tomó declaración.
—¿Estuvieron todos juntos? —preguntó Madden.
—Al parecer fueron todos a la granja para comer. El batallón estaba de descanso. Habían luchado en el frente, habían sufrido muchas pérdidas y estaban esperando refuerzos. En cualquier caso, lo que a nosotros nos interesa es que esos fueron los únicos a los que se interrogó en relación con los asesinatos. El capitán Miller debía de tener razones de peso para creer que el asesino se encontraba entre ellos.
—Pero, entonces, ¿por qué cerraron el caso? —se apresuró a decir Billy Styles sin poder contenerse.
El inspector jefe le respondió con una sonrisa complaciente.
—¿Por qué no nos lo dice usted, agente?
Billy enrojeció. Hollingsworth, que estaba unos pasos detrás de él, se sonrió.
—¿Sargento? —le instó Sinclair.
—Porque debió de suponer que el autor del crimen había muerto, señor —contestó Hollingsworth.
—Exactamente —corroboró Sinclair, sacudiendo la cabeza en señal de asentimiento—. El batallón volvió al combate al cabo de una semana. En aquel episodio de Passendale. De los quince hombres, sólo sobrevivieron siete. El coronel Jenkins ha hecho alguna comprobación: Miller cerró el caso más o menos cuando el batallón se retiró por segunda vez, con lo cual al parecer estaba convencido de que el asesino era uno de los ocho hombres que murieron en combate.
A continuación se hizo el silencio. A través de la ventana llegó el eco de la sirena de un remolcador. Hollingsworth ladeó la cabeza.
—¿Pudo haberse equivocado de hombre, señor?
—Eso es lo que me pregunto, sargento. —Sinclair se inclinó hacia delante en su asiento. Sus ojos se cruzaron con la mirada de Madden—. De los siete que salieron con vida, sólo cuatro sobrevivieron a la guerra. Sus nombres y hojas de servicio están en el archivo, y el coronel Jenkins ha obrado con diligencia y se ha puesto en contacto con el ejército para verificar dónde cobraron las veinte libras.
—¿Veinte libras? —Billy no entendía la alusión.
—Es lo que les pagaba el gobierno a todos los soldados rasos que combatieron en la guerra. Una gratificación. Dos la cobraron en Nottingham, uno en Brighton y otro en Folkestone.
Madden sacó una hoja del expediente y se la entregó al inspector jefe.
—Aquí tengo un listado con los nombres, sargento —prosiguió Sinclair, pasándoselo a Hollingsworth—. Miren a ver usted y Styles si se agencian un par de teléfonos y si para la hora de comer tienen localizadas cuatro direcciones actuales. Pero actúen con cautela —advirtió, enfatizándolo con el dedo—. Digan simplemente que queremos hablar con ellos. No levanten la alarma.
El inspector jefe esperó hasta que se quedaron solos en el despacho. Sacó la pipa y la bolsa de tabaco y los depositó sobre el expediente que tenía delante. Con los dedos tamborileó una vertiginosa melodía sobre la mesa.
—¿Y bien, John?
—¿La violaron?
—No.
Madden resopló. En esos momentos leía un abanico de documentos desplegado ante sus ojos.
—Estas transcripciones literales de los interrogatorios… no dicen demasiado. —«Sí, señor», «no, señor», «no fui yo, señor»… Tendremos que repasarlas, en cualquier caso.
—Sinclair empezó a rellenar la pipa. ¡Maldita sea, John! A lo mejor hasta tenemos suerte. Podríamos dar con un nombre y un rostro.
Madden no contestó. Pero, enfrascado en la lectura como estaba, sonreía.
Sinclair encendió una cerilla.
—Acabo de recibir una calurosa felicitación de Bennett —anunció.
—¿Ah, sí, señor?
—Y en presencia del superintendente jefe. Había venido por aquí para nuestra habitual reunión de los lunes, pero, en lugar de eso, Bennett le puso al corriente de todo lo que yo había descubierto gracias a «un arrebato de imaginación». Yo creí que a Sampson le daba un soponcio allí mismo.
Madden sonrió.
—¿Conque un arrebato de imaginación, señor?
—Esa fue la expresión que utilizó. Yo no sabía qué decir. Me quedé sin palabras, vaya. —El inspector jefe soltó una bocanada de suave humo—. Por cierto, ¿cómo se encuentra el doctor Weiss? Supongo que regresó bien a Viena, ¿no?
Llegó la hora de comer, pero no las noticias: hasta las cuatro no anunció Hollingsworth que había conseguido localizar a tres de los cuatro supervivientes.
—El otro tipo, Samuel Patterson, parece haber desaparecido del mapa. Se fue de Nottingham hace dos años porque le salió un trabajo en una granja situada en las proximidades de Norwich, pero lo dejó a los pocos meses y desde entonces nadie sabe nada de él. La policía de Norwich está intentando localizarlo.
El segundo hombre, Arthur Marlow, que había cobrado la gratificación en Nottingham, estaba ingresado en un hospital militar.
—Tiene una herida en la pierna que no termina de curar. Lleva un año postrado en la cama.
La policía de Brighton les había proporcionado la dirección de Donald Hardy, que trabajaba en Hove como oficinista en el despacho de un abogado. El cuarto hombre, Alfred Dawkins, había cambiado varias veces de dirección en Folkestone durante el último año y medio.
—La policía no sabe dónde reside en la actualidad, pero saben bien dónde encontrarlo… Con esas palabras nos lo dijeron. —Hollingsworth se rascó la cabeza—. Yo no quise entrar en más detalles, señor. No quería levantar la liebre.
Después de pensarlo durante un instante, Sinclair dio instrucciones:
—John, vete a Folkestone mañana por la mañana. Llévate contigo a Styles. Hollingsworth y yo nos encargaremos del señor Hardy en Hove. Dejemos una cosa clara de antemano: si hubiera la más mínima sospecha de que alguno de ellos es el hombre que buscamos, antes de abordarlo hay que pedir refuerzos a la policía armada. No quiero más víctimas.