Capítulo 10

Cuando Sinclair regresó de comer, se encontró a Madden inclinado sobre un mapa que tenía extendido encima de la mesa. Hollingsworth estaba de pie detrás de él.

—Tengo el mapa del Servicio Oficial de Cartografía, señor —explicó el sargento—. Está marcado: Elmhurst.

Madden levantó la vista y vio a Sinclair.

—Ha caído un agente en Sussex, señor. Asesinado. Lo mataron en un camino rural el domingo por la noche.

—¿El domingo? —El inspector jefe se acercó a ellos mientras se quitaba la chaqueta—. ¿Por qué no se nos ha comunicado antes? —Ese día era martes.

—No encontraron el cuerpo hasta ayer. He estado hablando con el Departamento de Investigación Criminal de Tunbridge Wells. Allí es donde llevaron el cuerpo. Vieron que lo habían apuñalado, pero hasta que no lo examinó el forense no descubrió que se trataba de incisiones infligidas por una bayoneta.

—¿Está seguro de eso… el forense, me refiero?

—Parece que sí. Ejerció como médico militar en Étaples durante dos años.

Sinclair se puso detrás de Madden.

—Muéstramelo.

Madden cotejó el mapa del Servicio Oficial de Cartografía que había traído Hollingsworth con el suyo propio, impreso a menor escala. Señaló un punto.

—Aquí más o menos. A unos treinta kilómetros al sur de Tunbridge Wells. Muy cerca de la carretera de Hastings. El agente, un tal Harris, estaba destinado en un pueblo que se llama Hythe. Aquí está. El que está marcado.

Sinclair se concentró en el mapa grande.

—Un poco lejos de donde debería estar de ronda, ¿no?

—Por eso se tardó tanto en encontrar el cuerpo. Elmhurst está a seis kilómetros. Al parecer, habían interpuesto una denuncia por las peleas de gallos que se organizaban en el distrito. El detective con el que hablé dijo que creían que Harris fue allí el domingo para ver si los cogía con las manos en la masa. De vuelta a Hythe fue cuando debió de encontrarse con el lío.

—¿Dónde estaba el cuerpo?

—Tirado en una cuneta, junto al camino. Encontraron rastros de sangre que habían intentado tapar. Y nada más, me temo.

El inspector jefe se inclinó para ver mejor el mapa.

—¿Qué crees? ¿Intentaría detenerle? Maldita sea, ¡si les dije que fueran extremadamente cautos!

—No tenemos la certeza de que fuera él —previno Madden con el ceño fruncido.

—Efectivamente, pero supongamos que sí fue. —Sinclair tamborileó con los dedos en la mesa—. Era domingo, de madrugada. Volvía a casa, al trabajo o a lo que haga. Pero ¿dónde pasó el fin de semana? —Se concentró en el mapa.

—Habría que saber hacia dónde iba —terció Hollingsworth—. En qué dirección, me refiero.

—Estaba cerca de la carretera de Hastings —dijo Madden—. Pero no circula por carreteras principales. Así que o la acababa de cruzar o iba a cruzarla. Iba hacia el este o hacia el oeste.

Analizaron el mapa en silencio.

—No hay gran cosa hacia el este —intervino Hollingsworth otra vez—. No hasta llegar a Romney Marsh.

El dedo índice del inspector jefe se detuvo en un punto. Madden emitió un sonido bronco en señal de asentimiento.

—El bosque de Ashdown.

—¿A cuánta distancia está? —Sinclair comprobó la escala—. A menos de treinta kilómetros. Si volvía de allí… —En señal de frustración, emitió un chasquido con la lengua—. ¡Maldita sea! Son cuatro mil hectáreas. O quizá más. No nos da tiempo ni a empezar a rastrearlo.

Hollingsworth se aclaró la voz.

—¿Qué nos quiere decir, sargento?

—Un montón de gente transita esos bosques, señor. Excursionistas, botánicos, scouts. Podrían sernos de ayuda.

—Lo que debemos evitar a toda costa en estas circunstancias —dijo sin ambages el inspector jefe— es una masacre de boy scouts.

—Sí, señor, pero podemos pedirles que estén con el ojo avizor. A través de las comisarías del lugar. Ante cualquier rastro de que hayan excavado el terreno recientemente. Lo único que tienen que hacer es informar.

Sinclair miró a Madden, quien asintió.

—Buena idea, sargento. Daremos la orden inmediatamente.

Sinclair esperó hasta que Hollingsworth se hubo marchado. Luego dijo:

—He estado comiendo con Bennett. Todavía no hay noticias del Ministerio de Defensa. Ha tratado de mandarles un recordatorio, pero allí van a su ritmo.

Madden seguía enfrascado en el mapa. Sinclair le miró con magnanimidad.

—Tómate el domingo libre, John. Yo estaré en casa.

—¿Está seguro, señor? —preguntó Madden alzando la vista. Habían acordado que uno u otro tenían que estar localizados en un teléfono durante los fines de semana.

—Segurísimo. Puedes preguntarle a mi señora, si tienes la menor duda. Te garantizará que el jardín requiere urgentemente mi atención.

El inspector jefe había notado últimamente un cambio en el aspecto de su colega: parecía menos sombrío. Se le ocurría al menos una explicación.

—Si estuviera en tu pellejo, me escaparía de Londres —sugirió Sinclair, con cándida inocencia—. Date un homenaje con un poco de aire fresco del campo.