Capítulo 2

El ayudante del comisionado adjunto, Bennett, se levantó en cuanto Sinclair y Madden entraron en su despacho.

—¡Inspector! Me alegro de verle entero. —Salió a recibirles desde su escritorio y le dio la mano a Madden.

—Una pena que no lo pillase cuando tuvo la oportunidad —señaló Sampson. El superintendente jefe, vestido con un traje color mostaza y corbata a juego, estaba ya en su silla. Sonrió para hacer ver que era una broma—. Iban usted y otro, ¿verdad?

Bennett le miró con severidad pero no dijo nada. Cogió una silla y la llevó a la mesa junto a la ventana. Los otros se le unieron.

—Bien, ¿inspector jefe?

Sinclair abrió su carpeta.

—Lo positivo, señor, es que sabemos a ciencia cierta que es sólo un hombre a quien buscamos, y está claro también que tiene relación con el ejército. El señor Madden me asegura que lo que construyó en el bosque era un refugio subterráneo típico del ejército hasta el último detalle. Uno de los habitantes del pueblo dijo haber oído un silbato de policía en el momento del asalto. El silbato de policía, el silbato del ejército, son todo uno. Parece haber actuado como si se lanzara «al ataque». —Del tono del inspector jefe se desprendía su disgusto por el cliché—. Al parecer llevaba puesta una máscara de gas en ese momento. —Sacó de la carpeta dos trozos de papel y los pasó por encima de la mesa—. Son dibujos que hizo posteriormente la niña de los Fletcher. No sabíamos lo que significaban hasta que el inspector Madden se dio cuenta de que eran un intento de dibujar una máscara de gas.

Sampson tenía el ceño fruncido.

—Hasta ahora no los habíamos visto —observó.

—No los incluí en el expediente —admitió Sinclair—. No parecían tener relación con el caso.

—Si no le importa, en el futuro queremos tenerlo todo, inspector jefe. —Los pequeños ojos de Sampson le miraban con dureza.

—Como usted diga, señor.

Bennett se revolvió inquieto.

—Pero, ¿con qué nos enfrentamos aquí? —insistió—. ¿Qué es este hombre? ¿Un lunático? ¿Tenemos la menor idea?

Sinclair negó con la cabeza.

—Puede que lo sea, señor. Pero a mí me parece que está cuerdo. Terriblemente cuerdo. El caos que provocó en Melling Lodge fue intencionado, igual que su huida; todo estaba planeado al detalle. —Hizo una pausa—. Y si tenemos en cuenta los sucesos del sábado, yo diría que mantuvo la cabeza muy en su sitio. En vez de persistir en su ataque contra el señor Madden y el agente, cortó por lo sano y echó a correr mientras todavía tenía posibilidades de escapar. Tenemos testigos que lo vieron pasar en moto tanto por Oakley como por Craydon, y lo más extraordinario, al menos a mi juicio, es que al parecer no iba a más de treinta kilómetros por hora. Está claro que no quería llamar la atención, si bien debía de tener muchas ganas de apearse de la moto. Es un hombre muy frío.

Sampson chasqueó la lengua impaciente.

—En fin, y en cuanto a los testigos oculares —prosiguió Sinclair—, siento decir que las noticias no son tan buenas. Pasado Craydon, se esfumó. En realidad, nos han llegado noticias de ciertos motoristas que viajaban por el campo, pero, dado que era sábado por la tarde, eso no tiene nada de raro. A algunos los paró la policía, aunque sin resultados. Parece haberse evaporado.

Bennett vaciló.

—En nuestra última reunión usted señaló que con el robo pretendía engañarnos. ¿Sigue pensando lo mismo?

Sinclair parecía triste.

—Eso ahora parece menos probable —admitió—. Pero todavía no me cuadra que se arriesgara a volver a Highfield.

—No, en serio; por ahí no podemos pasar. —Sampson resucitó del silencio dando un puñetazo en la mesa—. Eso tiene una explicación perfectamente obvia y está delante de sus narices. Ese hombre es un ladrón: lo he dicho desde el principio. Enterró lo que robó porque no quería que le cogiéramos con todo encima. Dos semanas después fue a recuperarlo. Pensó que para entonces la policía ya se habría marchado de la zona, y estaba en lo cierto. La presencia de Madden en el bosque fue pura casualidad. Pero si incluso llevaba con él una bolsa para cargar las cosas… Limítese a los hechos, hombre. —Irguió aún más la cabeza y el pelo lleno de brillantina le brilló con el sol que entraba por la ventana—. Permítame que le sugiera otra cosa, inspector jefe. ¿Ha considerado usted la posibilidad de que este hombre sea un tipo solitario que se escondió en esos bosques, alguien que vio que Melling Lodge era un objetivo tentador y que se dispuso a robarlo pero que perdió el control? Puede que esté trastornado, pero ¡de ahí a afirmar que ese agujero es un refugio subterráneo! ¿Por qué no decir que simplemente se construyó un refugio? Claro que tiene un pasado relacionado con el ejército; lo mismo puede decirse de la mayoría de hombres no discapacitados de este país. Construyó lo que se le había enseñado que debía construir, un sitio donde dormir y protegerse del mal tiempo. ¡Y eso de la máscara de gas! —Cogió el dibujo más grande y lo miró entrecerrando los ojos—. Me alegro de que sepa usted lo que es, Madden, porque a mí no se me ocurriría ni por asomo. —Dejó el trozo de papel y se dio la vuelta hacia Bennett—. Lo que es cierto, señor, es que la niña es un testigo clave y que se le ha permitido irse a Escocia, fuera de nuestro control y protección. Tengo muchas reservas respecto a esta medida. Pero lo hecho, hecho está. —Hizo un gesto de desprecio—. Ahora centrémonos en lo que sabemos y en lo que podemos averiguar, y dejemos de inventarnos teorías absurdas que carecen de pruebas que las respalden.

Se hizo el silencio. Bennett tosió y miró a Sinclair.

El inspector jefe estaba mirando al techo.

—Un tipo solitario que se esconde en los bosques y que posee una moto… No lo creo —dijo, mirando a Bennett—. Señor, creo que este hombre tiene un trabajo. Parece que sólo se desplaza los fines de semana. Ahora bien, es cierto que quizá volviera para recoger lo que robó. Pero hay que mirar el crimen en su conjunto. Los que murieron víctimas de la bayoneta fallecieron muy seguidos; hay pruebas claras al respecto. Por lo tanto, no «perdió el control». Irrumpió en la casa con la intención de matar a sus ocupantes, y todavía no sabemos por qué. —Deliberadamente, hizo una pausa—. En lo que respecta a Sophy Fletcher, mi decisión se apoyaba en el consejo médico de que devolverla a su familia era la mejor medida que podíamos adoptar, tanto para la propia niña como para poder obtener de ella un testimonio en el futuro. No se ha producido ningún hecho posterior que me haya inducido a cambiar de opinión.

Fijó sus ojos grises en Sampson. La tez oscura del superintendente jefe enrojeció súbitamente. Bennett miró primero a uno y luego al otro. Parecía estar disfrutando del enfrentamiento.

—Muy bien —dijo, moviéndose en la silla—. ¿Y ahora qué?

Sinclair hurgó en el cartapacio.

—Todavía estamos analizando la lista de pacientes con trastornos psíquicos dados de alta que nos ha proporcionado el Ministerio de Defensa. Nos están ayudando otras autoridades policiales. Es un trabajo largo. Hemos hecho pública una descripción del hombre que estamos buscando, y también de la moto y del sidecar. La empresa Harley-Davidson, a través de sus agentes, nos proporcionará una lista de compradores de los últimos tres años, desde el final de la guerra. Empezaremos por ahí, centrándonos en la región central. Tal vez tengamos que ampliarla después.

—Pudo haberla comprado de segunda mano —observó Bennett.

—También comprobaremos esos archivos. Pero tenemos que enfrentarnos al hecho de que quizá la haya robado, y puede tener matrícula falsa. —Sinclair puso en orden los papeles de su carpeta—. El inspector Madden ha tenido una idea que, pensamos, puede valer la pena considerar —continuó—. Por supuesto, ya hemos consultado los archivos centrales del Departamento de Investigación Criminal y no figura recogido en él ningún asesino con un modus operandi que se parezca ni remotamente al de este hombre. Pero, a pesar de eso, nos gustaría plantear una consulta general a otras fuerzas de seguridad para ver si tienen algo similar a este caso en sus archivos.

—Claro… —acertó a decir Bennett, pero Sampson lo cortó.

—A mí eso me parece una pérdida de tiempo. ¿Varias personas asesinadas en una casa? Creo que la historia es bastante familiar, ¿no?

—Sí, por supuesto, señor. —Sinclair dirigió su tranquila mirada hacia el superintendente jefe—. Pero ¿y si lo intentó y falló? Estoy pensando en un intento fallido, o tal vez un asalto con un arma parecida a la que se usó en Melling Lodge. Algún caso inexplicable que esté todavía sin resolver.

Bennett estaba reflexionando.

—¿Cómo lo haría usted? —preguntó—. ¿A través de la Gaceta?

—Sí, señor. —La Gaceta de la Policía, que contenía crímenes concretos y criminales en busca y captura, circulaba diariamente entre todas las fuerzas del orden británicas e irlandesas—. Daremos información general sobre el caso, el tipo de lesiones y otros detalles parecidos, y veremos si obtenemos alguna respuesta. —Sinclair cerró la carpeta. Hizo una pausa, como si estuviera reflexionando—. Señor, hay otra cosa que quisiera mencionar. Si bien hay que esforzarse al máximo para coger a este hombre mediante los métodos policiales ortodoxos, tenemos que reconocer que nos enfrentamos a unos problemas excepcionales y debemos estar preparados para adoptar otros modos de investigación. Retomando lo que dijo usted antes, respecto a si está o no en sus cabales, creo que es hora de que consideremos llamar a un experto en el campo de la psicología.

Se hizo el silencio en la habitación. Bennett se movió inquieto en su silla. Sampson, que estaba a su lado, levantó lentamente la cabeza y miró fijamente al inspector jefe.

—Estamos ante una situación única —siguió diciendo Sinclair, al parecer sin percatarse del efecto que estaban produciendo sus palabras—. Estamos ante un criminal cuyos motivos somos incapaces de entender. Mi temor más inmediato es que vuelva a cometer otro u otros crímenes si no lo cogemos. Me sentiría mejor conmigo mismo si estuviera seguro de que no hemos rechazado ninguna posible línea de investigación.

Bennett garabateaba en su cuaderno. No levantó la vista.

Fue Sampson quien habló.

—Me sorprende oírle decir eso, Angus. De verdad. —Su tono era ahora de sorpresa—. Todos sabemos lo que pasa cuando se mete a gente de fuera en estos casos. Antes de darnos cuenta, cualquier adivino pirado o cualquier titiritero nos estará diciendo cómo resolverlo.

—Me parece que está usted exagerando, señor.

—¿Usted cree? —El superintendente jefe se sacó del bolsillo un recorte de prensa—. Del Express de esta mañana. Da la casualidad de que lo tengo conmigo. —Con la otra mano rescató unas gafas y se las colocó en la punta de la nariz—. Una señora que atiende al nombre de Princesa Wahletka, una conocida médium, ha ofrecido sus servicios a la policía para ayudarles a resolver «el terrible crimen de Melling Lodge»; cito literalmente, claro. «No tienen más que pedírmelo y pondré todos mis poderes a su disposición». —Sonrió—. Si quiere contratarla, actúa cada noche en el teatro Empire de Leeds.

El inspector jefe se sonrojó.

—Perdone, señor, pero está usted equiparando a un médico con un charlatán.

—No intento equiparar nada, Angus —repuso con cordialidad el superintendente jefe—. Me limito a darle un consejo de amigo. Hasta ahora la prensa no ha sabido cómo abordar este caso; están tan desconcertados como usted, si me permite decirlo. Empiece a llamar a los psicólogos y les estará ofreciendo una invitación sin reservas. ¿Sabe lo que es esto? —Blandió los recortes debajo de las narices de Sinclair—. No es más que la punta de su maldito iceberg, eso es lo que es.

—¡Superintendente jefe! —le reprendió Bennett con severidad.

—Lo siento, señor. —Sampson se echó hacia atrás en la silla. Pero siguió sonriendo.

El ayudante del comisionado adjunto tamborileó con los dedos en la mesa, evitando la mirada de Sinclair.

—Gracias, inspector jefe —dijo al fin—. Tendré en cuenta su sugerencia. Caballeros, la reunión ha terminado.

Se levantó de la mesa.

—Ha resultado muy instructivo. Espero que hayas tomado nota. —La carpeta de Sinclair cayó sobre el escritorio con un ruido sordo—. Lo del recorte de periódico ha sido todo un golpe. Qué casualidad que lo llevara encima. Y ¿has notado cómo reculaba Bennett al instante? No verás mejor ejemplo del complejo del destripador en acción.

—¿Del destripador, señor?

—Jack, el del mismo nombre. Para cuando había dejado de matar, no había ningún listillo entre este sitio y Temple Bar que no tuviera una teoría sobre quién era y cómo cogerlo, y en lo único en lo que estaban de acuerdo era en que el cuerpo de policía estaba formado por un hatajo de inútiles incompetentes que no se enteraban de la misa la media.

Madden esbozó una sonrisa.

—Tú ríete, pero hay gente en este edificio que todavía se despierta con sudores fríos sólo, de pensarlo. Les horroriza abrir la puerta, aunque sólo sea un poquito. —El inspector jefe se sentó a su mesa—. No culpes a Bennett —le aconsejó—. Él sabe a lo que nos enfrentamos. Pero si llamamos a alguien de fuera y se entera la prensa (y el superintendente jefe hará que se entere), se armará una buena. Por casos como este se hacen y se deshacen carreras, y no me refiero a la tuya ni a la mía. El futuro del propio Bennett está en juego.

Al final de la tarde sonó el teléfono del escritorio del inspector jefe.

—¿Diga…? Sí, está aquí. Un momento, por favor.

Le hizo una seña a Madden. Después se levanto y salió del despacho. Madden cogió el teléfono.

—John, ¿eres tú? —La voz de Helen Blackwell le llegó desde muy lejos—. Lord Stratton llamó a mi padre esta mañana. Nos contó lo que os ocurrió a ti y a Will… ¿Estás bien? —Su voz se perdía de vez en cuando.

—Sí, estoy bien… —La sorpresa le había dejado sin palabras. No sabía qué decirle—. ¿Te veo dentro de quince días? —le preguntó incapaz de esperar.

La respuesta de la doctora se perdió en el ruido de la línea defectuosa.

—¿Cómo? —gritó él—. No te oigo…

—… Menos que eso ahora… —le oyó decir. Su suave risa le llegó a los oídos; después se cortó.

Sinclair volvió al cabo de unos minutos. Sin despegar la vista de Madden, se sentó a la mesa.

—¡Pues vaya! —exclamó.