Capítulo 14

Tres días más tarde el Ministerio de Defensa envió una lista de pacientes que habían recibido el alta de los servicios de psiquiatría de hospitales militares. La entregó el coronel Jenkins en persona. Dejó el grueso sobre de papel Manila encima de la mesa de Sinclair, pero declinó la invitación del inspector jefe para que se sentara.

—Me han pedido que le ayude en la medida de mis posibilidades. Pensé que era mejor que nos conociéramos.

Hasta con ropa de civil, el coronel tenía un aire indiscutiblemente militar, con sus pantalones bien planchados y la corbata de la Brigada de la Guardia Real. Era muy seco, y se mostró un poco impaciente, como si pensase que tenía mejores maneras de emplear su tiempo. Madden le miró con frialdad.

—Es un antiguo cargo del Estado Mayor —le dijo a Sinclair cuando el coronel se había ido—. Lo lleva escrito en la cara. No los vimos mucho durante la guerra. Nunca se acercaban al frente.

Instalados en el segundo piso, en el despacho de Sinclair, Madden y el sargento Hollingsworth emprendieron la ardua tarea de subdividir la lista de pacientes dados de alta para enviarla por partes a las diferentes autoridades policiales de todo el país.

—Les pediremos que averigüen si alguno de estos hombres tiene un historial violento —dijo el inspector jefe—. Aunque, dados los últimos acontecimientos en Europa y el hecho de que eran todos soldados, cabe decir que es una pregunta retórica.

Madden pidió que se les asignara al detective Styles para ayudarles. A Sinclair le resultaba divertido.

—Veo que todavía no te has dado por vencido respecto a ese joven.

—Algún día será un buen policía —insistió Madden—. Sólo necesita que le vigilen. —Miró al inspector jefe—: Me parece recordar que alguien hizo lo mismo por mí una vez.

En otra vida, podría haber añadido. Los años anteriores a la guerra parecían ahora muy lejanos. Entonces había sido esposo y padre, pero también eso ocurrió en un mundo diferente, cuando él era otra persona. De aquello le distanciaba el abismo de las trincheras.

El viernes por la mañana, poco después de haberse reunido para trabajar, sonó el teléfono. Contestó Hollingsworth.

—Para usted, señor. —Le pasó el aparato a Madden—. Es ese agente de Highfield.

Stackpole estaba esperándole cuando se bajó del tren.

—Es un placer verle de nuevo, señor. —Estrechó cordialmente la mano de Madden—. Esta vez le tenemos. —Una sonrisa iluminaba la cara ancha y bronceada del agente—. Presentar falso testimonio intencionadamente, obstrucción a la justicia. Con suerte podemos quitar a esa rata de la circulación durante una temporada.

—Sí, pero quiero saber exactamente lo que vio esa noche. —Recorrieron rápidamente el andén hacia la salida—. ¿Ha hablado con lord Stratton? ¿Podemos usar su coche?

—No hace falta, señor. —Stackpole esbozó una sonrisa por debajo de su grueso bigote—. La doctora Blackwell se ha ofrecido a llevarnos.

Madden se paró.

—Creía que se había ido a Yorkshire.

—Me debería haber ido a Yorkshire. —Helen Blackwell salió desde la sombra de la parte cubierta del andén para situarse delante de ellos. Le tendió la mano a Madden—. Me hubiera ido a Yorkshire, pero el doctor que me suplía se cayó de un caballo y se rompió la pierna, y hasta ahora no habíamos encontrado sustituto. Llegará esta tarde.

Madden recordó la palidez de su rostro en el cementerio, y se alegró de ver que le había vuelto el color a las mejillas. Estaba colorada por el brillante sol de la mañana. Salieron de la estación. El Wolseley biplaza estaba aparcado a la sombra de un plátano.

—Mientras tanto, como dice Will, me pasaré por Oakley. Tengo que ver a dos pacientes allí. Creo que son las mismas personas con las que quiere hablar usted, pero, aunque he usado con él todas mis artimañas, Will se niega a contarme nada.

—¡Venga, señorita Helen! —Stackpole se puso rojo. Les dejó que sacaran el asiento supletorio del coche y le quitaran el polvo.

La doctora Blackwell le observó, sonriendo.

—Pobre Will. Me besó una vez, cuando yo tenía seis años y él ocho, y a estas alturas no sabe si lo recuerdo o no.

Madden se echó a reír, invadido por el puro placer de estar otra vez con ella.

La doctora le lanzó una mirada escrutadora.

—Debería hacer eso más a menudo, inspector —le dijo.

Durante el corto trayecto hasta Oakley, Madden le contó por qué había venido de Londres.

—Así que el primero que te lo dijo fue Fred Maberley. —Girando levemente la cabeza hacia él, la doctora se dirigía a Stackpole, que estaba de cuclillas en el asiento supletorio, agarrándose el casco—. A mí también me llamó. Y después tuve una llamada de Wellings. Al parecer cree que tiene la muñeca rota.

—Tendrá algo más grave cuando haya acabado con él —gruñó el agente inclinado hacia delante, casi rozándole el oído a la doctora.

Ella miró a Madden y sonrió.

—Espero que Fred no fuese demasiado violento con Gladys. —Sus manos, enfundadas en unos guantes, giraron el volante. De la carretera pavimentada pasaron al camino rural que llevaba a Oakley—. Parecía avergonzado cuando me llamó.

—La joven esa tuvo lo que se merecía —aseguró Stackpole—. ¿Qué esperaba después de estar en el Tup's Spinney con un mierda como Wellings?

—Debería darte vergüenza, Will Stackpole. Sólo porque Fred sea su marido no le da derecho a pegarle.

—No, pero… —acertó a decir Stackpole, hundiéndose en el asiento supletorio.

La única calle que atravesaba Oakley mostraba más movimiento que en la visita anterior de Madden. Varias mujeres, cargadas con bolsas de la compra, se apiñaban frente a la tienda del pueblo. Más arriba, a la puerta del Coachman's Arms, tres hombres conversaban muy próximos entre sí, como si estuvieran conspirando. La doctora Blackwell aparcó a la sombra de un castaño que crecía en un jardincito a la puerta de la pequeña iglesia.

—¿Le parecería bien que nosotros viésemos primero a Gladys Maberley? —le preguntó Madden.

—Perfecto. Me da la sensación de que, de los dos, el señor Wellings es el que presenta lesiones de más gravedad.

Madden no la había visto así antes. La doctora estaba de buen humor, casi alegre. Sonriéndoles a los dos, cogió su maletín y se dirigió al pub.

Stackpole le guió hasta una casita blanca situada al final de una hilera de viviendas. La puerta principal la abrió un hombre joven, ancho de hombros, con aspecto rudo. Iba vestido con ropa de campo.

—Fred, este es el inspector Madden, de Londres. Nos gustaría hablar un momento con Gladys.

Marbeley murmuró algo inaudible. Con la cabeza agachada, los condujo a una pequeña cocina donde estaba sentada a una mesa la joven con melena que Madden recordaba haber visto con Wellings. Tenía un labio partido y un ojo morado e hinchado. El otro estaba rojo y lleno de lágrimas.

—¡Veamos, Gladys Maberley! —El agente se quitó el casco—. Tienes pinta de necesitar una taza de té.

Cuando la mujer hizo ademán de levantarse, el joven habló por primera vez:

—Deja, Glad —murmuró. Y se puso a preparar la tetera en el fregadero.

—Este es el señor Madden —le explicó Stackpole—. Ha venido desde Londres para hablar contigo, Gladys. —Dejó el casco sobre la mesa y sacó una silla para el inspector y otra para sí mismo—. Bueno, cuéntanos en qué has estado metida, y ¡ojo! —exclamó el agente moviendo el dedo en señal de advertencia—, ¡no te dejes nada!

Veinte minutos después, estaban a la puerta del Coachman's Arms. Stackpole sonreía encantado.

—Estoy impaciente por verle la cara, señor.

Dentro persistía el olor a cerveza rancia. Wellings estaba sentado con el brazo derecho apoyado sobre una mesa. La doctora Blackwell le inmovilizaba la muñeca con una venda tirante.

—No está rota; sólo es un esguince —les dijo cuando entraron—. El señor Wellings saldrá de esta.

—Quiero presentar cargos. —Wellings amenazó a Stackpole con el otro puño—. ¿Ha tomado nota? El tipo ese me amenazó con una pala. Eso que yo sepa es un arma. ¿Me oye, agente?

—Le oigo, señor Wellings. —Por segunda vez ese mismo día, Stackpole se quitó el casco. Ya no sonreía.

Helen Blackwell cerró con brío su maletín.

—Les dejo —anunció, para salir del pub a continuación.

Wellings se pasó los dedos por el pelo, que llevaba echado hacia atrás con brillantina. Stackpole tomó la palabra.

—¿Recuerda al inspector Madden?

—¿Quién? —Wellings se giró y se percató por primera vez de la presencia del inspector—. ¿Qué hace aquí?

—Somos nosotros quienes formulamos las preguntas —replicó el agente, sentándose a la mesa.

—No pienso contestar ninguna pregunta hasta que sepa qué van a hacer con Fred Maberley. —Wellings adoptó un tono desafiante.

Madden se sentó.

—Hace dos semanas prestó usted declaración ante el sargento Gates. En vista de lo que nos acaba de contar Gladys Maberley, está claro que no dijo usted la verdad en esa ocasión.

—¿Quién lo dice?

—¡Cierra el pico, pedazo de mierda! —exclamó Stackpole en voz baja—. Limítate a escuchar lo que dice el inspector.

Wellings se sonrojó. Lanzó una mirada iracunda al agente.

—Hizo usted, intencionadamente, una declaración falsa a la policía. Eso es obstrucción a la justicia, algo muy serio en cualquier circunstancia, pero que, dadas las características del caso que estamos investigando, resulta particularmente grave. Es muy probable que vaya usted a la cárcel, señor Wellings.

—¿Qué? —Se puso blanco—. No le creo.

—Se lo pregunto ahora: ¿qué hizo la noche del domingo, treinta y uno de julio? Me refiero a bastante tarde, después de cerrar el pub.

Wellings se humedeció los labios. Tenía la mirada perdida en la barra.

—No tendrá usted un cigarrillo, ¿verdad? —preguntó.

Madden sacó su paquete de cigarrillos y lo dejó sobre la mesa junto a una caja de cerillas. Esperó a que Wellings encendiese uno.

—Gladys y yo —dio una larga calada— fuimos al Tup's Spinney. —Sopló la cerilla.

—¿A qué hora?

—Hacia las once y media, tal vez un poco antes.

—¿Dónde estaba Fred Maberley?

—Dormido. —Wellings esbozó una sonrisa que enseguida desapareció.

—Mientras estaban ustedes allí, ¿vieron u oyeron algo?

Wellings asintió.

—Una moto. Justo después de que llegáramos. Pasó junto a nosotros campo a través.

—¿En qué dirección? ¿Alejándose de Upton Hanger?

Wellings volvió a asentir.

—¿Qué marca de moto? ¿Lo sabe?

Negó con la cabeza.

—¿Qué vio usted? —insistió Madden.

Wellings dio unas caladas al cigarrillo.

—Cuando la oí, me levanté y fui hasta donde empieza el bosquecillo. Pensé que podría ser alguien que venía hasta allí. Ya sabe… —Sonrió a Madden de manera cómplice, pero no se granjeó la solidaridad de la mirada del inspector—. La luna estaba alta; lo vi claramente: era una moto con un sidecar.

—¿Un sidecar? ¿Está seguro?

—Sí. Primero pensé que llevaba a alguien, en fin, un pasajero, pero después vi que no era una persona.

Madden y Stackpole se miraron.

—A ver si lo he entendido —dijo el inspector—. ¿Está diciendo que había algo en el sidecar?

—Eso es, una sombra. Es lo único que vi. Como he dicho, primero pensé que era un pasajero. Pero no lo parecía; no era una persona. Era demasiado bajo. Apenas sobresalía del sidecar.

—¿A qué velocidad iba?

—No demasiado deprisa. El conductor intentaba evitar las rodadas.

—¿El conductor? ¿Lo vio usted?

Wellings movió la cabeza.

—Sólo la silueta. Un tío grande. Llevaba una gorra de tela. Eso es todo, señor Madden. Se lo juro. Sólo fueron unos segundos, después desapareció, rumbo a la carretera.

Madden se quedó mirándolo.

—Nos podría haber dicho esto hace dos semanas —le increpó.

Wellings no contestó. El inspector se levantó.

—Quédese aquí. —Le hizo un gesto a Stackpole y los dos salieron al exterior. El agente se llenó los pulmones de aire fresco.

—Supongo que ahora se librará, ese capullo.

—En absoluto. —Madden sacudió la cabeza con determinación—. No habíamos hecho ningún trato. Vamos a presentar cargos contra él, pero no se lo comente todavía. Primero que haga una declaración. Dígaselo después, pero espere unos días. Puede que recuerde algo más. —Stackpole volvió a sonreír. Sacó su cuaderno de notas—. Antes de que vuelva usted dentro, necesito un teléfono.

—En Oakley sólo hay uno, señor, en la expenduría de correos. Eso está en la tienda de ultramarinos. Tendrá que hacerlo a través de la operadora de Guildford.

Cinco minutos después Madden estaba conectando con la centralita de Scotland Yard. Se encontró con Sinclair en la puerta, camino de una reunión que tenía concertada a la hora de comer.

—Hay que involucrar en esto a la policía de Surrey, señor. Tendrán que volver a empezar, volver a interrogar a las mismas personas en los mismos pueblos. Al menos a este lado de las montañas.

—Pero ahora tenemos algo concreto. Una moto y un sidecar. Un hombre corpulento con una gorra de tela. ¡Buen trabajo, John!

—A quien hay que felicitar es a Stackpole, señor. No se le escapa una.

—Te aseguro que se lo mencionaré a Norris cuando hable con él. ¿Qué llevaría en el sidecar?

Madden se lo pensó antes de responder.

—Si asumimos que tenía un fusil, no iba a llevarlo al descubierto. ¿Tal vez una bolsa de algún tipo?

—Ummm… —El inspector jefe recapacitó un segundo—. Wellings lo vio pasadas las once. Pongamos que saliera de Melling Lodge hacia las diez. ¿Qué estaría haciendo a esa hora? No pudo tardar tanto en volver a su moto.

Se quedaron callados. Luego dijo Madden:

—Regresaré dentro de un par de horas, señor…

—No, John. Ahora mismo, desde aquí, no podemos hacer nada. Tienes que descansar. Tómate el fin de semana. Te veré en la oficina el lunes por la mañana.

—Pero creo que debería…

—¡Inspector!

—¿Sí, señor?

—¡Es una orden! —Y le colgó.

Al salir de la tienda, Madden vio a Helen Blackwell sentada en su coche a la sombra del castaño. Había dos mujeres de pie con los brazos cruzados hablando con ella, pero se fueron en cuanto él se acercó. La doctora aceptó con una sonrisa el cigarrillo que le ofrecía. Cuando él se inclinó para encendérselo, percibió un aroma de jazmín, lo que le recordó la tarde en que había ido a su casa.

—No sé si es poco frecuente —empezó—, pero es usted la primera mujer médico que conozco.

—No es infrecuente en absoluto. Hace veinte años apenas éramos una docena en todo el país. Por supuesto, la guerra ayudó. —Se quedó pensativa un momento—. Es terrible decir eso, pero es verdad. —Le miró con una sonrisa—. Mi abuelo era de familia noble, sabe. Eso es como decir que no hacía nada. Cuando mi padre vino de Cambridge y le dijo que quería ser médico, al pobre estuvo a punto de darle un ataque. Pensaba que era casi tan malo como dedicarse a los negocios. Y lo gracioso fue que mi padre reaccionó prácticamente igual. «Tú no puedes», me dijo. «Eres mujer». Pero al final cedió.

El sol se filtraba por las hojas del castaño y le dejaba en el pelo toques dorados. Madden ya se lamentaba anticipando el momento de la despedida. Se preguntaba si la volvería a ver.

—Empecé a ejercer después de la guerra. La mayoría de la gente del pueblo parece contenta con el cambio. Bueno, aparte de uno o dos. —La doctora sonreía abiertamente, y Madden se dio cuenta de que miraba a Stackpole mientras este se acercaba desde el pub—. ¿Cómo está mi paciente, Will? —le gritó.

—Más grave que cuando lo vimos, señorita Helen. —El agente se tocó el bolsillo de la chaqueta—. Aquí tengo su declaración, señor, firmada y sellada.

—Creemos que el hombre a quien buscamos llegó aquí en moto —le explicó Madden—. Es un punto de partida.

—No me espere, señorita Helen —dijo Stackpole.

—¿Seguro, Will?

—Todavía tengo que poner por escrito la declaración de Gladys Maberley y después quiero hablar con Fred. Para calmarle. La furgoneta de correos pasará dentro de una hora. Ellos me llevarán a Highfield.

Madden le dio la mano.

—Buen trabajo, agente. ¿Mandará esas declaraciones a Guildford?

—Será lo primero que haga por la mañana, señor. —Se llevó la mano al casco y después se fue.

Madden dio la vuelta al coche hasta el asiento del pasajero. Ella le abrió la puerta.

—No tiene usted prisa para volver a Londres, ¿verdad?

Era más una afirmación que una pregunta, y Madden negó con la cabeza.

—Venga conmigo a casa y comamos juntos.

La doctora le sonreía mientras él se metía en el coche, y, después, inexplicablemente, lanzó una carcajada.

—¿Qué pasa? —preguntó Madden, para añadir ante la falta de respuesta—: ¿Por qué se ríe?

—Me da vergüenza decírselo. —Puso el coche en marcha—. Es que me he acordado de que mi suplente se ha caído del caballo.