Capítulo 11

Tras la investigación llevada a cabo por el juez de instrucción en Guildford al día siguiente, se emitieron respecto de cada una de las cinco víctimas veredictos de asesinato a cargo de una persona o personas desconocidas. El juez de instrucción, un hombre mayor de mejillas sonrojadas y párpados caídos, habló del horror que se sentía «no sólo en Highfield sino también aquí, en Guildford» ante los «brutales y despiadados asesinatos del coronel y de la señora Fletcher».

—Parece haberse olvidado de la sirvienta y de la niñera —le comentó Sinclair a Madden después—. Por no mencionar al señor Wiggins, el cazador furtivo.

Estaban en la calle, fuera de la sala del tribunal. Madden saludó a los Birney cuando estos se dirigían a la comisaría con un grupo de vecinos del pueblo. Los bancos para el público habían estado abarrotados.

Helen Blackwell había sido uno de los testigos. Había llegado con lord Stratton y con un hombre alto de pelo canoso con quien guardaba cierto parecido. Se lo presentó después.

—Inspector jefe, me gustaría que conociese a mi padre, el doctor Collingwood. —Sinclair le estrechó la mano—. Y este es el inspector Madden.

El doctor Collingwood les dijo que estaba viajando en coche por Francia cuando supo de los asesinatos.

—Pensé que me había repuesto del shock hasta que pasé ayer por la tarde por Melling Lodge. —Tenía los mismos ojos azules oscuros que su hija, y la miraba preocupado—: Querida, esto ha sido más difícil para ti de lo que piensas. Pareces exhausta.

Era cierto, pensó Madden. Estaba más pálida de lo que él la recordaba, tensa y agarrotada, y por primera vez se mostraba fría y distante con él.

—No me trates como a una paciente —riñó a su padre—. En cualquier caso, mi principal preocupación se ha disipado ya gracias al señor Sinclair. —Se giró hacia el inspector jefe—: Nunca le podré agradecer lo suficiente que aceptara que Sophy se vaya a Escocia.

Sinclair la saludó levantándose el sombrero e hizo una inclinación.

—Debería usted agradecérselo al inspector Madden, señora. Fue de lo más persuasivo.

La doctora Blackwell se miró el reloj.

—Deberíamos irnos. Sophy se pone nerviosa si me ausento mucho rato.

El doctor Collingwood se fue hacia el Rolls-Royce de lord Stratton, que estaba aparcado cerca de allí. Sinclair le acompañó. La doctora Blackwell se quedó algo rezagada.

—Casi se me olvida —apuntó—. Sophy sigue pintando esos garabatos, pero hoy ha hecho algo diferente. O, más bien, es lo mismo sólo que mayor.

Abrió el bolso y sacó una hoja de papel de dibujo. Había en él una versión ampliada de las figuras que la niña había pintado antes a menor escala.

—No sé lo que quiere decirnos con esto.

Le dio a Madden el dibujo, que lo estudió.

—Parece un globo —aventuró la doctora—. Pero ¿por qué lo repite una y otra vez?

Madden se quedó mirando el dibujo y frunció el ceño.

—¿Ha hecho algo así con anterioridad?

—No creo. Mary dice que no. Si he de serle sincera, no tengo la menor idea de qué es lo que pasa por su mente. —Ni por la suya, inspector, pensó la doctora Blackwell al darse la vuelta y alejarse para unirse a su padre y a lord Stratton.