Capítulo 3

El inspector jefe Sinclair se llevó a Madden aparte, marcándole el camino escaleras abajo desde la terraza hasta el prado, donde ya no quedaba nadie. Hacían una pareja extrañamente dispar: Madden, alto y arrugado, con la chaqueta colgada del hombro; Sinclair, menudo y de mediana estatura, casi un dandi con su traje sastre de raya diplomática y su sombrero de fieltro de suave tacto. Estaban muy cerca el uno del otro, y proyectaban una sola sombra en la ya agonizante luz crepuscular.

—Una pregunta: ¿sabemos de qué va lo que tenemos entre manos? —La impaciente mirada del inspector jefe se detuvo en el grupo de policías uniformados que se habían marchado del prado para rastrear la zona de arbustos que se encontraba al fondo del jardín. A instancias de Madden había enviado a dos sargentos del Departamento de Investigación Criminal para ocuparse del cuerpo hallado en los bosques—. Una banda armada, me han dicho; un atraco que les salió mal. —Con la cabeza señaló hacia la terraza, desde donde Boyce y el inspector jefe Norris los miraban—. De ser así, quizás alguien pueda explicarme por qué quedan a plena vista en la casa cosas con mucho más valor de lo que se han llevado. ¿Te has fijado en la porcelana que hay en el salón? ¿Y en ese par de fusiles Purdey en el expositor de armas? Muy amable por su parte no saquear la casa, ¿no crees? Especialmente teniendo en cuenta que tuvieron toda la noche… —Angus Sinclair articulaba las consonantes con la precisión del cristal tallado. Oriundo de Aberdeen, llevaba más de treinta años trabajando en el cuerpo de policía—. ¿Qué piensas tú, John?

Madden encendió un cigarrillo antes de responder. Sinclair escudriñó su rostro. Distinguió en aquellos ojos oscuros y hundidos las ya familiares huellas de la tensión y la fatiga acumuladas. Eran rasgos de Madden que había aprendido a reconocer, recuerdos de la guerra, permanentes e inalterables como la cicatriz que lucía en la frente.

—Si empezamos por la puerta, señor… —replicó Madden alzando su voz profunda poco más del nivel del susurro—, ¿por qué romperla? No estaba cerrada. Y luego las manos y los brazos de las víctimas… Aparte de la señora Fletcher, los mataron a todos de la misma forma, pero ninguno de ellos presenta cortes ni rasguños.

—¿Tú que opinas? —Sinclair lo miraba con atención, ladeando la cabeza.

—Quienquiera que fuese tenía prisa. Las víctimas no tuvieron tiempo de defenderse. Creo que los del piso de abajo murieron pocos segundos después de que hiciesen añicos la puerta.

—Lo que significa que los asesinatos fueron intencionados. Ese era el objetivo desde un principio. —El inspector jefe se quedó callado un instante, recapacitando sobre lo que acababa de decir—. ¡Demasiado para ser sólo un atraco que les salió mal! ¿Algo más?

—El arma, señor. Es poco habitual. No había lesiones ni en las manos ni en los brazos, como le he dicho. Y, por otra parte, que al coronel Fletcher le asesinaran por la espalda de ese modo…

—¿Te importaría ser más concreto? —le instó Sinclair frunciendo el ceño—. ¿Tienes alguna idea de lo que hay?

Madden se encogió de hombros.

—Preferiría saber qué dice el forense. No quisiera condicionarle con mis ideas.

—¿Ni condicionarme a mí tampoco? —preguntó el inspector jefe, arqueando una ceja—. Pero en lo referente al coronel Fletcher capto la idea. Crees que hubiera hecho frente a su atacante. ¿Por qué se giró y echó a correr?

—Quizás intentaba llegar a una de las armas de su despacho.

—Aun así, tratándose de un ex militar… Lo que sería de esperar es que se hubiera enfrentado a un hombre con un cuchillo. Si es que era un cuchillo… —Sinclair hizo un gesto—. ¿Una banda armada? ¿Estarán en lo cierto? —Y señaló con la cabeza hacia la terraza.

Madden lo negó con la cabeza.

—Yo creo que fue un solo hombre —aseguró.

El inspector jefe lo miró fijamente.

—Tenía la esperanza de que no me dijeras eso —confesó. Madden se encogió de hombros.

—Yo tengo el mismo presentimiento —añadió Sinclair, y desvió la mirada hacia la casa—. Huele a locura total. Eso es obra de un hombre. Pero tenemos que estar seguros. ¿Qué me dices de la mujer que está en la planta de arriba, la señora Fletcher? Podrían haber sido dos.

Madden volvió a negarlo con la cabeza.

—Rompió la puerta y mató a la sirvienta en el salón; luego fue a por el coronel Fletcher. El coronel trató de ir al despacho, donde estaban las armas, pero llegó sólo hasta la puerta, donde le atacó por la espalda. Y, por lo que respecta a la mujer que está en la cocina, la niñera, dudo que supiera siquiera lo que pasaba. Se le ve la sorpresa en la cara.

Mientras Madden se explicaba, Sinclair había sacado una pipa de madera de brezo del bolsillo. En silencio, daba unos golpecitos a la cazoleta contra la palma de su mano.

—Sí, pero eso no explica lo de la señora Fletcher. A ella no la mataron como a los otros.

—Creo que oyó el jaleo y bajó las escaleras. Allí se lo encontró. ¿No vio las perlitas en la alfombra?

El inspector jefe asintió.

—De un brazalete, diría yo. Debió de romperse. Creo que la sorprendió allí y la arrastró escaleras arriba hasta el dormitorio. Dígale al forense que busque moratones en las muñecas y en los brazos.

Sinclair examinó la cazoleta de la pipa.

—Si estás en lo cierto, si no la mató en las escaleras, entonces es que tenía otra cosa en mente. Violarla, por la pinta que tiene. ¡Pobre mujer! Bueno, eso lo sabremos pronto. —Volvió a meterse la pipa en el bolsillo—. Eso explicaría por qué no la apuñaló. La quería viva. ¿Pero con qué la mató entonces?

—Con un arma blanca, diría yo.

—Sí, pero ¿de quién? ¿Del coronel? ¿O traía él la suya?

El inspector jefe volvió a soltar aire emitiendo otro largo suspiro. Observó cómo un detective vestido de paisano pasaba por encima del marco de la puerta roto para depositar un sobre blanco en una caja de cartón numerada, una de las cuatro que estaban alineadas en la terraza. Junto a ellas había también un maletín de cuero, la «bolsa negra» de Sinclair, que contenía el material que creía necesario para la investigación de un asesinato: guantes, pinzas, frascos, sobres. Poco a poco iban implantándose las nuevas técnicas científicas para abordar la investigación criminológica, aunque no sin toparse con reticencias. Los jurados recibían con recelo las pruebas forenses. Ni siquiera los jueces eran demasiado dados a darles valor en las conclusiones de sus dictámenes.

—He mandado venir al furgón mortuorio —prosiguió Sinclair—. Haremos las autopsias en Guildford esta noche, las que nos dé tiempo. Quiero llevar la investigación desde allí, al menos en estas etapas iniciales. Tráete la bolsa de viaje cuando vengas mañana. Te hospedarás en el pub. —Hizo una pausa—. Entretanto, hay una niñita de la que ocuparse. Acércate a la casa de la doctora Blackwell, ¿te importa, John? Averigua si la niña vio algo. Y encárgate de que la trasladen enseguida al hospital. Podemos recoger el informe de la doctora mañana. Tengo que irme. —Volvió a mirar hacia la casa—. Quiero tener controlado a ese forense. No le conozco de nada. Pedí que me mandaran al veterano Spilbury, pero no se encontraba disponible. Está de vacaciones en las Islas Scilly, ¿qué te parece? Tuve que traerme a uno de sus ayudantes del Saint Mary. —Mientras hablaba, el flash del polvo de magnesio de un fotógrafo iluminó una ventana como un relámpago—. ¡Y, por si fuera poco, el lord lugarteniente!

—Le ha visto usted, ¿verdad? —preguntó Madden mientras se ponía la chaqueta.

—Se iba cuando llegaba yo. Con los dedos manchados de tinta y de un humor de perros. Dijo que habías estado muy impertinente. Mejor dicho, rematadamente impertinente.

—Pero si hasta entró en la casa; ¿eso también se lo ha dicho?

A Sinclair parecía divertirle la situación.

—Eres consciente, ¿verdad?, de que es la cabeza de la magistratura y la máxima autoridad del condado de Surrey. Ándate con ojo, John. A esa gente le encanta montar lío.

Madden frunció el ceño.

—Estoy hasta las narices de la gente como esa. —Hizo una pausa—. Y encima alguien ha pisado el charco de sangre que hay en el despacho. A lo mejor mando a un agente a examinarle la suela del zapato, a ver si se le atraganta la cena.

La mirada de Madden, que deambulaba por el fondo del jardín, se detuvo de repente al ver a Styles, que estaba sentado en un banco al fondo. El agente tenía el pelo rojizo aplastado contra la frente quemada por el sol. Se entretenía desprendiendo de los calcetines los hierbajos y semillas que se le habían quedado adheridos.

—Sí, lo siento mucho. —Sinclair le había seguido la mirada—. No debería haberte endosado a un novato. No había nadie más a mano esta mañana. Le relevaré mañana mismo.

Madden negó con la cabeza y esbozó una ligera sonrisa.

—No, déjele —dijo—. Me vale.