Booth aparcó el coche delante del pub del pueblo, al lado de un cartel en el que aparecía San Jorge abatiendo al dragón. Los tres hombres caminaban a paso ligero por la calle; Billy y el sargento tenían que extender la zancada para seguir el ritmo de Madden. Knowlton parecía tener vida. Además de la carnicería, la panadería y la tienda de ultramarinos habituales, en la estrecha calle se veía además una sastrería y una tienda de antigüedades, la una junto a la otra, y un poco más abajo un bazar que vendía todo tipo de baratijas. A Billy apenas le daba tiempo a mirar en los escaparates al caminar.
Aparentemente en consonancia con los aires de grandeza del sitio, el policía local tenía una oficina en el salón de una casa situada en un extremo de la calle. Packard, un hombre cercano a la cincuentena con pelo canoso y la ancha frente surcada de profundas arrugas, no mostró sorpresa alguna al ver a Booth. Pero se quedó ojiplático al conocer la identidad del inspector, y palideció cuando Madden le dijo la razón que les había traído por allí.
—Creemos posible que ese hombre, Pike, viva por la zona.
Packard abrió el cajón central de su escritorio y sacó una copia del cartel enviado por la policía.
—Nos llegó ayer, señor. No puedo decir que conozca a este hombre.
—Mire estos otros, si no le importa —le dijo Madden, pasándole los dos retratos robot que había traído consigo—. Y me urge utilizar su teléfono.
Billy miró qué expresión ponía Packard mientras observaba con detenimiento los retratos, y al instante supo que no reconocía el rostro. El agente había dejado libre la mesa para que Madden pudiera hacer la llamada que tenía pendiente.
—No es un hombre que llame la atención sobre sí mismo —le dijo Madden mientras sostenía el auricular pegado a la oreja. Había pedido comunicación con Stonehill a través de la centralita de Folkestone—. No le encontrará alternando en el pub. Probablemente no tenga amigos.
Packard sacudió la cabeza.
—Vi uno de estos hoy en el periódico. Lo siento, señor… —Y le devolvió los retratos. El inspector empezó a hablar por teléfono, pero la conversación no duró mucho y enseguida colgó.
—El señor Sinclair aún no ha vuelto de Londres. Le esperan allí en breve.
Consultó el reloj. Instintivamente, Billy le imitó. Era la una menos cuarto.
—Veamos si podemos reconstruir la secuencia de acontecimientos —le instó Madden a Booth, quien se había sentado en una de las dos sillas con respaldo recto que estaban delante de la mesa. Packard había ocupado la otra. Billy se quedó de pie tras ellos—. Pike debió de ir a Rudd's Cross el sábado por la mañana para preparar el viaje a Ashdown Forest. Supongamos que Biggs se lo encontró en el cobertizo y que se enzarzaron en una pelea. Sea como fuere, al final Pike lo mató, y después tuvo también que deshacerse de la señora Troy. No podía permitirse dejar testigos de que había estado por aquí… —El inspector encendió un cigarrillo. Booth ya estaba fumándose uno—. Lo sensato entonces habría sido limpiar todo e irse de aquí durante el fin de semana. Pero sabemos que estuvo en Ashdown Forest. No es un hombre sensato ni racional en el sentido en que usted y yo lo entenderíamos. Actúa por impulsos. —Hizo una pausa—. Así que pongamos que regresó a Rudd's Cross el domingo por la noche. Podría haber llegado sobre la medianoche, en cuyo caso habría tenido unas cuantas horas de oscuridad para limpiar aquello y deshacerse del cuerpo de Biggs. En cuanto a la plata… —Madden frunció el ceño y apretó los labios— creo que también se la llevó consigo. Le gusta dejar pistas falsas. En eso tiene experiencia. Su padre era guardabosque, ya sabe. —El inspector seguía con la mirada fija en Booth—. Yo diría que los ha enterrado en algún sitio, la plata y a Biggs.
El sargento apagó el cigarrillo.
—Pero ¿adónde pudo ir con la moto desde Rudd's Cross? —preguntó—. Todo Kent estaba en estado de alarma. Se detuvo a las motos que circulaban por la carretera hasta el lunes por la mañana. Aún en estos momentos se siguen haciendo controles esporádicos.
Madden sacudió la cabeza.
—No demasiado lejos, esa es la respuesta. Y debió de viajar por carreteras secundarias y caminos. Conoce bien la zona. Estoy convencido de que vive por aquí cerca. Si cada vez que quería utilizar la moto tenía que venir a Rudd's Cross, no sería práctico vivir demasiado lejos… Dondequiera que viva, no le conocen, y, si el agente Packard está en lo cierto, tampoco le conocen demasiado en Knowlton. Pensamos que tiene un trabajo que le exige viajar: algún puesto que le obliga a recorrer el país, al menos los condados centrales.
Al escucharlos, Billy sintió deseos de intervenir. Sentía celos al ver que Madden le dirigía los comentarios a Booth. Desde luego, el sargento era un detective con dilatada experiencia, y seguramente había impresionado al inspector en Rudd's Cross por su habilidad a la hora de captar indicios. Con todo, el joven agente se sentía desplazado, igual que el primer día en Highfield.
Madden volvió a consultar su reloj.
—No sé ustedes —dijo—, pero nosotros no hemos desayunado. Tomemos algo rápido en el pub, y luego volveré y llamaré de nuevo a Stonehill. Tengo que hablar con el señor Sinclair como sea.
Y, tras pronunciar estas palabras, ya estaba en pie en dirección a la salida. Los otros le siguieron hasta el exterior, donde el inspector siguió hablando, girándose levemente hacia atrás, a Booth y a Packard. Billy iba a la zaga.
—Lo que me preocupa es que Pike decida marcharse del distrito, que levante el campamento y se largue, pues entonces tendríamos que empezar desde cero. Quizá no actúe siempre de manera racional, pero no es tonto. Debe de imaginarse que, una vez se descubra el cuerpo de la señora Troy, la policía irá en busca de Grail…
Siguió andando, y su voz se oía cada vez más lejana.
Billy se quedó plantado en el sitio.
Estaba mirando lo que tenía ante sí.
—¡Styles!
Billy volvió en sí. Miró a su alrededor. Madden lo llamaba desde un buen trecho más adelante en la calle, girado hacia él.
Billy le hizo señas. El corazón le latía a toda velocidad.
Madden le respondió poniendo los brazos en jarras, un gesto con el que indicaba que estaba perdiendo la paciencia. Pero enseguida se puso en marcha hacia él a paso raudo mientras los demás se esforzaban por seguirle.
—¡Señor! —llamó a voces Billy, aún a cierta distancia—. ¡Señor, mire!
El inspector se acercó hasta donde estaba y se paró. Con la mirada buscó el lugar que le señalaba Billy con el dedo. Jadeante, Booth venía pegado a sus talones.
—¿Qué ocurre? —preguntó el sargento mientras miraba hacia el escaparate del bazar. Sus ojos se fueron topando con una enorme variedad de objetos: un reloj de pie, una bandeja llena de cuentas de cristal, cojines de diversas formas y tamaños, un conjunto de grabados con escenas de caza…—. ¿Qué miran? —preguntó.
—¿Ve aquel cuadro de la casa en la pared de allá? —Madden hablaba de manera coloquial, pero Booth entendió al instante que debía fijarse en la pared del fondo de la tienda, detrás del escaparate. Al verlo, asintió.
—Es Melling Lodge.
A Billy le palpitó rápidamente el corazón. Temía haberse equivocado.
—Fue aquella figurilla sobre la fuente… —Las palabras comenzaron entonces a fluir por su boca—. El niño aquel tensando el arco, me acuerdo bien de él, y la parte delantera de la casa, con el banco fijo a la pared… —Y enseguida volvió a enmudecer. Sentía la mirada del inspector fija en él.
—Bien visto, agente.
—Gracias, señor.
Billy no levantó la mirada. Temía que Madden se fijara en sus ojos, que se habían humedecido de lágrimas. Unas lágrimas de alivio, pensó Billy. Pero enseguida sintió que Booth le daba con el codo en el torso. El sargento le sonreía.
—¿Qué le dije, chico? ¡Todo está en los pequeños detalles!
—Se hace llamar Carver, señor. Es chófer. Trabaja para una dama, la señora Aylward. Hermione Aylward. Es pintora. Su casa no está muy lejos de Knowlton. No hay duda de que es nuestro hombre.
Billy había visto enrojecer al agente Packard cuando se confirmó aquel extremo. El agente enseguida se ofreció a ir al pub a por unos bocadillos para todos. Billy pensó que debía de sentirse avergonzado por no haber reconocido el rostro de Pike al mirar el cartel o los retratos robot. El sargento Booth fue algo más compasivo:
—Es el uniforme —explicó, mientras Madden solicitaba que le pusieran con Stonehill—. Ves a ese Carver y ves un chófer. Sobre todo teniendo en cuenta que se trata de un tipo que jamás hace nada por llamar la atención ni te mira jamás a los ojos. No tienes razón alguna para seguirle de cerca o vigilarle de manera especial. Es él quien se ocupa de inspeccionarlo todo.
Madden hablaba por teléfono. Billy se imaginó al inspector jefe escuchándole al otro lado de la línea, con los ojos grises sin perder la concentración un instante.
—Todo está claro. Los hechos cuadran. La señora Aylward viaja mucho. Su especialidad son los retratos infantiles. ¿Se acuerda de los que había encima de la chimenea en el salón de Melling Lodge, el de la señora Fletcher con los dos niños? Ese lo hizo ella. Y también había retratos individuales de los niños en la habitación de los Merrick, en Croft Manor. Supongo que también confirmaremos su autoría. Es bastante conocida, al parecer.
No era eso precisamente lo que había dicho la señorita Grainger, pensó Billy. Se refería a Dorothy Grainger, la propietaria del bazar, tal y como rezaba en el cartel que estaba colgado encima de la puerta. Con un monóculo al ojo, les había recibido en pantalones y chaqueta deportiva de caballero. Había hecho su aparición cruzando la cortinilla de una puerta para anunciar que la tienda cerraba a la hora de comer y que tendrían que volver más tarde. Madden le había enseñado la placa policial.
—¡Madre mía! ¿En qué lío anda metida Hermione?
La señorita Grainger tenía el pelo cortado casi al rape y una tos de fumadora empedernida, y Billy había llegado a la conclusión de que debía de ser «una de esas», aunque no sabía muy bien a qué se refería la expresión. Tenía el rostro, de toscos rasgos, surcado por arrugas de insatisfacción. Billy se quedó ojiplático cuando la vio encender un puro.
—¿Una distinguida pintora? ¡Venga ya, inspector! No exageremos. Gainsborough no se va a remover en la tumba, se lo aseguro. Y Turner también descansa en paz.
Billy no tenía ni idea de qué hablaba, pero sí podía deducir que resultaba insultante para la señora Aylward. De alguna manera, Madden lograba mantener la paciencia.
—¿Nos podría informar sobre este cuadro en concreto? —le había preguntado.
Al teléfono, le comentaba al inspector jefe:
—Los retratos infantiles los hace por encargo, pero también hace otras cosas: casas, paisajes y demás; de vez en cuando expone. Debió de pintar el cuadro de Melling Lodge a ratos, mientras la señora Fletcher y los niños posaban allí para ella.
El inspector no había creído necesario señalar lo obvio: que Pike seguramente habría llevado a la señora Aylward a Highfield, donde habría visto por primera vez a Lucy Fletcher.
La señorita Grainger había admitido tener un acuerdo comercial con Hermione Aylward: en la tienda exponía los cuadros que esta no vendía, ofertados a precio de saldo. Sin embargo, a ninguna de las dos se les había pasado el significado especial del cuadro de Melling Lodge.
—Justo después de los asesinatos me mandó subir el precio, de las veinticinco libras normales a doscientas, y asegurarme de que la gente supiera el tema del cuadro. Quería que pusiera un cartel, pero yo me negué. Ante todo, hay una cosa que se llama buen gusto. Desde entonces casi no nos hablamos —les informó la señorita Grainger, esbozando una sonrisa de satisfacción—. Y, como ven, no ha habido compradores.
El chófer de la señora Aylward había salido a colación al principio de la conversación. Madden le había preguntado si esta viajaba en coche.
—Pues sí. ¡En un Bentley pistonudo! Vamos, que uno pensaría que en él va la realeza.
—Entonces tendrá chófer, supongo —había preguntado Madden como si nada.
La señorita Grainger se había encogido de hombros.
—Por supuesto. Carver… ¿no se llama así? —añadió dirigiéndose al agente Packard, quien a su vez asintió antes de ruborizarse al caer en la cuenta de todo.
Billy no entendía por qué el inspector no le había mostrado los retratos de Pike. Eso se lo tuvo que explicar también el sargento Booth:
—¿Y dejarle ver que es Carver quien nos interesa? Todo Knowlton lo sabría antes de la caída de la tarde. No tenemos necesidad de descubrirnos. Todavía no hemos dado con él.
Pero sabían dónde estaba: no muy lejos.
—En este momento, volviendo de Dover, señor. Ha llevado a la señora Aylward allí a un almuerzo. Tienen previsto llegar para la hora del té. La señora pasará la tarde en casa.
Madden había llamado previamente a la residencia de la señora Aylward, haciéndose pasar por un cliente interesado en contratar los servicios de la artista. Únicamente había encontrado en casa a la criada.
—Dejé el recado de que volvería a llamar más tarde.
Madden guardó silencio durante unos instantes, mientras escuchaba al inspector jefe. Como si estuvieran cara a cara, asentía y le respondía con sonidos de confirmación. En dos ocasiones más volvió a consultar su reloj.
—Estaremos en la oficina de Packard, señor. Aquí le esperaremos. —Volvió a asentir—. Estoy de acuerdo. Debemos actuar cuanto antes.
Tras colgar el auricular, Madden miró a Booth y a Billy, quienes estaban sentados frente a él, al otro lado de la mesa.
—El inspector jefe ya viene de camino —anunció—. Pasará por Folkestone para recoger a una dotación de agentes armados. En cuanto lleguen, nos dirigiremos a la casa. Allí le detendremos.