Un poco después de la una del día siguiente, llegó Bennett en coche desde Londres. El ayudante del comisionado adjunto se sorprendió al ver que el frondoso sendero que conducía a Croft Manor estaba despejado, sin prensa ni curiosos. El agente que estaba de guardia en las puertas le informó que el inspector jefe había ordenado desalojar la zona.
—Les ha mandado a los periodistas esperar las noticias en Stonehill, señor. Y a los del pueblo se les ha pedido que no vengan por aquí.
El día había amanecido gris y nublado, como si anunciara la llegada del otoño. Bennett, vestido con un abrigo y un sombrero negro, se detuvo ante las escaleras delanteras para mirar a su alrededor. Y de nuevo se llevó una sorpresa, esta vez porque no vio signo alguno de actividad policial. Sinclair le explicó que ya habían rastreado el jardín.
—Madden tiene en estos momentos a los hombres en los bosques. Están buscando el refugio.
El inspector jefe recibió a Bennett en la puerta y le acompañó hasta la salita, en la que había instalado su cuartel general. El ayudante del comisionado adjunto se fijó en que el hombre estaba pálido y sin afeitar, y pensó para sus adentros que era la primera vez que veía a Angus Sinclair despeinado.
—Parece usted agotado, inspector jefe. ¿Ha dormido algo?
—Un par de horas aquí en el sofá. Gracias, señor.
—¿Qué me dice de Madden?
Sinclair se limitó a encogerse de hombros.
Bennett no perdió ni un segundo. Antes de entrar en la salita ya iba desabrochando las correas de su maletín.
—Tengo algo que enseñarle. Otros retratos de Pike.
Gracias a la colaboración de Tozer con el dibujante de la policía, habían conseguido dos retratos robot, que el servicio de fotografía de Scotland Yard estaba imprimiendo con el tamaño de un cartel. Uno de ellos mostraba el rostro tal y como lo recordaba Tozer: la cara completa con un denso bigote. En el otro, el dibujante había reproducido los mismos rasgos, pero sin el vello facial. Sinclair se llevó una copia de cada uno para examinarlas a la luz de la ventana.
—Ha captado bien ese algo especial en la mirada, ¿verdad? Pero no sé yo si habrá dado con la boca… Eso sólo se lo ha podido imaginar.
—Se los daremos hoy a los periódicos —le informó Bennett—. Deberían publicarlos mañana.
Esperó a que Sinclair volviera de la ventana para sentarse en una mecedora. Luego le hizo un gesto al inspector jefe para que hiciera lo propio.
—Imagino que no le importa no tener ya a la prensa siguiéndole los pasos.
La mirada que lanzó Sinclair fue más que elocuente.
—Ya lo suponía. Hablaré con ellos antes de volver. Es más, les diré que a partir de ahora todas las informaciones se darán desde Scotland Yard, en Londres.
—Gracias, señor.
—Ahora póngame al corriente. —Bennett se acomodó en el asiento—. Quiero saberlo todo. Y también el comisionado adjunto. Tengo que informarle a mi vuelta. Y usted tendrá que ir a Londres el miércoles, me temo, en representación oficial. Estamos usted, sir George y yo. Nos han convocado a todos.
Sinclair siguió en silencio durante unos instantes, mientras ponía en orden sus pensamientos. Bennett estaba acostumbrado a verle siempre con el expediente delante. Ahora observó al inspector improvisar un resumen de la situación.
—Tenemos a varios equipos de detectives de Londres y de Tunbridge Wells en la zona. Algunos están inspeccionando la casa, buscando huellas dactilares y otras pruebas. Pronto comenzaremos con el mismo procedimiento que seguimos en Highfield: tomar declaración a los del pueblo para saber a quién o qué han visto durante los últimos días o semanas. Les mostraremos estos nuevos retratos de Pike junto con los que ya teníamos. —Hizo una pausa—. Por otra parte, ya obran en nuestro poder algunas pruebas materiales de especial importancia, sobre todo una máscara de gas.
—¡Dios! —exclamó Bennett, incorporándose—. ¿La de Pike, quiere usted decir?
—Eso creemos. —Sinclair hablaba con voz monótona—. La encontraron en el salón esta mañana, debajo de un mueble. Quizá la arrojó allí. Se la enseñaré.
Se levantó y fue hasta una mesa, sobre la cual descansaba una caja de cartón. La acercó a donde estaba Bennett y la destapó.
—Puede cogerla, señor. Ya han inspeccionado los cristales en busca de huellas.
Bennett cogió en sus manos aquel pasamontañas de lona de color caqui con un par de agujeros tapados con cristales redondos y con una boquilla de plástico para respirar.
—En circunstancias normales la boquilla estaría conectada a un respirador —le explicó Sinclair—. O bien se ha soltado o bien no se molestaba en llevarlo. Y verá que está rota por la parte de atrás —apuntó, mostrándole a Bennett un jirón en la loneta—. No hay duda de que una de las víctimas opuso resistencia. Annie McConnell. El forense encontró restos de piel en las uñas cuando examinó el cuerpo esta mañana. La mujer debió de dejarle marcas. Yo rezo por que le arañara la cara.
—¿Era su cuerpo el que encontró en el vestíbulo?
—Así es. Por las manchas de sangre que se han encontrado en la alfombra del salón parece que le clavó allí la bayoneta como a las otras dos víctimas, si bien no consiguió matarla en el acto. Cuando bajó desde el piso de arriba, y esto son sólo suposiciones, creemos que la sorprendió intentando llamar por el teléfono del vestíbulo.
A Bennett se le encogió el rostro.
—Y por eso se cebó con el cuerpo de aquella manera…
—Puede ser. —Sinclair se encogió de hombros—. Pero Madden tiene otra teoría. En un segundo se la cuento. ¿Continúo, señor?
—Por favor.
—No sabemos a ciencia cierta cuándo tuvo lugar el asalto, aunque sí nos consta que debió de producirse después de las cinco y cuarto, que es la hora a la que salieron el señor William Merrick y su familia en coche hacia Chichester. Esa hora nos la ha confirmado el jardinero, que estaba por aquí. Al parecer, Merrick no lograba poner en marcha el motor, y prácticamente había decidido pasar aquí la noche (se marchaban de vacaciones), pero su madre por alguna razón quería que se fueran. Se pasó todo el día insistiendo. —Sinclair meneó la cabeza con gesto cansino—. No logro entender por qué, señor. En cualquier caso, podemos dar gracias a Dios de que se fueran.
—Así es —musitó Bennett.
—Nosotros mismos volvimos a Stonehill con el detenido un poco antes de las siete. Hobday, el mecánico, fue a Croft Manor aproximadamente a las ocho. Todavía no me ha llegado el informe del forense sobre la hora estimada de la muerte, así que sólo puedo especular. Sabemos que Pike atacó Melling Lodge y la granja de Bentham a la caída de la tarde. Me inclino a pensar que irrumpió aquí algo después de que oscureciera y que se marchó de la casa antes de que nosotros llegáramos al pueblo. En cualquier caso, no hemos conseguido nada con la orden que di esta mañana a diversas autoridades del condado para que detuvieran e interrogasen a los motociclistas. He ordenado su suspensión esta mañana. Me temo que le dio tiempo suficiente para huir bien lejos antes de que nos avisasen. —Bennett estaba cada vez más preocupado. Al escuchar la voz apagada de Sinclair se daba cuenta del profundo desánimo que atenazaba al inspector jefe—. ¿Qué más? —Sinclair recorrió con la mirada la estancia—. El equipo de Madden ha encontrado un buen número de colillas de cigarrillo, todas de la marca Three Castles, en una colina cercana. Es un sitio desde el que se obtienen muy buenas vistas, aparentemente. Las analizaremos. Y quizá consigamos también otra huella de zapato para poder compararla con la que se extrajo en Melling Lodge. Los técnicos del servicio de fotografía han detectado algunas marcas en el suelo de piedra del vestíbulo. Usan aparatos de iluminación oblicua; es una técnica nueva. —Deliberadamente, hizo una pausa antes de añadir—: Y luego está lo del perro. La familia tenía uno. Lo envenenaron hace una semana. Hice exhumar los restos esta mañana. Ransom los examinará. La policía de Sussex nos ofreció su propio forense, pero yo insistí en que viniese Ransom otra vez.
—Me parece bien, inspector jefe. —Bennett le observaba atentamente.
—Podía haber preguntado, ya sabe, señor —dijo Sinclair, mientras buscaba con los ojos la mirada de su superior—. Ni se me pasó por la mente, pero eso no es excusa.
—¿Preguntar qué?
—Cuando llegué aquí ayer por la mañana, podía haber investigado si últimamente habían envenenado algún perro en la zona. El poli del pueblo estaba al tanto de todo. —En el rostro del inspector jefe se revelaba el dolor—. En realidad, ahora estoy dándole vueltas a si no me habré equivocado por completo al mantener ese dato oculto al público.
—Y yo le diré que no tiene motivo para culparse de nada —repuso Bennett con un tono de voz bastante más duro de lo que pretendía—. De hacerse público ese tipo de información, la gente llamaría a la policía cada vez que vomitase un perro. Y, por lo que respecta a lo otro, usted vino aquí pensando que podía detener a Pike. O detenerle o verle muerto. Eso es lo que tenía en la mente.
—Cierto, señor —confirmó Sinclair, asintiendo—. Pero tenía que haber preguntado de todas formas.
Bennett desvió la mirada.
—¿Ha hablado con William Merrick? —preguntó.
—Sí. Conseguimos ponernos en contacto con la residencia donde pasaban la noche en Chichester, y volvió inmediatamente. Se ha instalado en casa de unos amigos que viven cerca. Me reuní con él a primera hora esta mañana.
—¿Qué le dijo el señor Merrick?
—Un montón de cosas —respondió Sinclair con dureza—. Está amargamente enfadado, y entiendo el porqué. Quería saber cómo era posible que hubiesen matado a su madre y a otras dos personas de su casa de esa manera cuando había más de una veintena de policías desplegados en la vecindad, una pregunta a la cual se hubiese sentido obligado a dar una respuesta incluso el oráculo de Delfos —añadió, haciendo gala de una chispa de su habitual ironía.
Bennett estalló con el comentario.
—Déjeme decirle algo. —Se levantó y empezó a pasearse por la sala—. Dejando a un lado la tragedia, se trata de un increíble golpe de mala suerte. Que el hombre ese cayera en un hoyo le indujo a usted a error. Pero si no hubiera ocurrido no estaría usted en mejor posición. En realidad, estaría peor. Lo que ha ocurrido habría tenido lugar de la misma manera —dijo, recalcándolo con un movimiento de la mano—, y usted se hubiera enterado de ello en Londres y hubiera tenido que empezar allí desde cero. En lugar de eso, estaba usted aquí, en el lugar de los hechos. Agárrese a eso, inspector jefe.
Sinclair le observó en silencio durante un par de segundos. Luego asintió.
—Gracias, señor. Lo intentaré —dijo con voz calma.
—Le diré una cosa más. Antes de ponerme en camino esta mañana mantuve una breve conversación con el comisionado adjunto. Le hice ver lo desatinada que, lamentablemente, está la teoría que se nos había avanzado de que el autor de estos crímenes no es más que un ladrón con una inclinación a la violencia. Está bastante claro que es un psicópata, tal y como ustedes habían mantenido desde el principio. Si sus hipótesis se hubieran recibido con menos oposición, sugerí, quizá ya se hubiera podido dar por concluida esta investigación y haberse evitado al menos una tragedia. Sir George no se mostró en absoluto en desacuerdo. Este es su caso, inspector jefe. Aunque me pregunto si me agradecerá usted que se lo recuerde… —Bennett arqueó una ceja, con gesto inquisitivo, y Sinclair se encogió de hombros—. Por cierto, antes mencionó que Madden tenía una teoría para explicar por qué el cuerpo de Annie McConnell estaba destrozado de aquella manera. Me gustaría oírla. —El ayudante del comisionado adjunto había ido hasta la ventana, y miraba hacia el exterior—. Aunque veo que el inspector viene hacia acá, así que quizá sea mejor esperar…
Sinclair se levantó de la silla y fue hasta donde estaba Bennett. Ojeroso y sombrío, la corpulenta figura del inspector había surgido del sendero que discurría entre los tejos y avanzaba entre la niebla como si fuese el mismo espectro de la Muerte.
—Tenía una idea equivocada de él —admitió Bennett—. Usted acertó al designar a este hombre para la investigación.
Al cabo de un minuto, se oyó llamar a la puerta. Entró Madden.
—Buenos días, señor —saludó a Bennett. Girándose hacia Sinclair, añadió—: Hemos encontrado el refugio. Está a unos tres kilómetros. Ni ha intentado taparlo. Se dejó unos cuantos objetos: una lata de carne en conserva, una jarra de ron vacía. Los he mandado recoger para que los examinen.
—Siéntate, John —le instó el inspector jefe mientras le señalaba con el dedo una silla. Madden obedeció.
—Es como el que encontramos en Highfield —prosiguió—. Hecho con todo cuidado y al detalle. He mirado el mapa que nos ha enviado el Servicio Oficial de Cartografía, y diría que no está a más de tres kilómetros del hoyo que encontramos ayer. Ese estaba más bien al sur de Stonehill. El refugio está más al oeste.
—¡Dios santo! —exclamó Bennett, negándolo con la cabeza en señal de descrédito—. ¡Hubieran podido tropezarse con él!
Sinclair volvió hasta su silla y se sentó.
—Le he comentado al señor Bennett que tenías una teoría sobre las razones por las que se había ensañado con el cuerpo de Annie McConnell —le dijo a Madden—. Le gustaría oírla de tu boca.
Madden se volvió al ayudante del comisionado adjunto.
—Creo que se debió a la rabia, señor. La furia. La mujer a la que venía buscando Pike era la señora Merrick, la joven. Al descubrir que no estaba en la casa, debió de volverse loco. La señorita McConnell probablemente estaba intentando llamar por teléfono cuando Pike bajó del piso de arriba. Pero, aun cuando eso debió de enfadarle, no habría resultado difícil matarla. Lo que le hizo al cuerpo me hace buscar otro tipo de sentimiento mucho más fuerte como desencadenante.
Bennett asintió. Lo había entendido.
—A mí no me queda otra que estar de acuerdo con el inspector —dijo Sinclair—. Si bien no me agrada lo que ello implica.
—¿Qué implica?
—Parece que Pike invierte mucho tiempo, semanas, en preparar estos ataques. Para cuando lo tiene todo listo debe de estar próximo a explotar. Sólo en esa ocasión ha visto frustrados sus planes. No me atrevo a decir que entiendo cómo se siente. Pero me dan ganas de temblar de sólo pensarlo.
—¿Qué me quiere decir? ¿Que estaba preparado para atacar, y que eso no ha cambiado?
—Quiero decir que podría estar listo para volver a atacar en cualquier momento —corroboró el inspector jefe—. Debemos encontrarle. Y pronto.