Capítulo 9

Billy no se enteró hasta más tarde de qué había llevado al mecánico del pueblo a Croft Manor. Hollingsworth le había tomado declaración al tiempo que Sinclair llamaba a Scotland Yard, y luego se lo había contado a Billy pasada la medianoche, cuando estaban sentados en las escaleras delanteras de la casa haciendo un descanso para fumarse un pitillo, mientras en la oscuridad del camino de entrada pululaban los hombres uniformados de azul.

Hobday había regresado esa tarde de Crowborough, donde había ido a visitar a un familiar que estaba enfermo, y al llegar su hijo menor le advirtió que a la señora Merrick le estaba dando otra vez problemas el Lagonda. El mecánico llamó a la casa, pero no consiguió hablar con nadie. Según la señora Gladly, la propietaria de la centralita del pueblo, el teléfono daba comunicando. Debían de haberse dejado descolgado el auricular, le dijo a Hobday, pues no había nadie al otro lado de la línea.

Hobday cenó algo antes de intentar volver a hablar con la casa, otra vez sin ningún resultado. Aunque en aquellos momentos no se planteó hacer nada más, al poco rato una de las sirvientas que vivía en el pueblo, Rose Alien, fue por su casa a pedirle que se acercara a la mansión. La mujer no sabía al final si la familia se había ido esa tarde, pero si el coche seguía sin funcionar la señora Merrick necesitaría ayuda esa misma noche para poder salir a primera hora de la mañana. Rose no tenía noticias de que hubiera ningún problema con la línea telefónica.

Hobday tenía su propio coche en el taller. Por eso decidió ir en bicicleta hasta la casa. Al llegar, vio que las luces estaban encendidas, pero nadie le respondió cuando llamó a la puerta. De ahí que se diera la vuelta hasta la puerta de la cocina, que sabía que estaría abierta, y entrara.

Parándose de vez en cuando simplemente para preguntar si había alguien en casa, fue desde la cocina hasta el pasillo principal que desembocaba en el salón.

La puerta estaba abierta. Entró.

Lo primero que vio fueron las puertas acristaladas que daban al jardín hechas añicos y los cristales de ambos ventanales esparcidos por toda la alfombra.

Lo segundo fue el cuerpo de Agnes Bertram, la sirvienta del piso de arriba, tendido sobre la alfombra enfrente de la chimenea. También divisó otro cuerpo sobre el sofá que estaba al lado: el de la señora Merrick, la madre.

La puerta del fondo del salón estaba abierta. Aunque le temblaban las piernas, Hobday se las apañó para llegar hasta allí.

Pero no dio un paso más. Le bastó echar un vistazo a través de la puerta. Una mirada a la carnicería del vestíbulo antes de salir corriendo.

El inspector jefe interrumpió en seco el deslavazado relato del mecánico para ordenar a Madden que se fuera al instante hacia Croft Manor y se llevara a Proudfoot y a Styles.

Mientras les traían el coche desde el otro lado de la plaza, Billy escuchó a Sinclair transmitir nuevas órdenes a Drummond. El inspector de Sussex debía llamar al cuartel general de Tunbridge Wells para dar el aviso urgente de parte de Scotland Yard de que pararan y tomaran declaración a todos los motociclistas que circularan durante la noche. La orden debía aplicarse por todo el condado de Sussex, y, cumplido esto, debía extenderse, previa solicitud a otras autoridades policiales, a los condados limítrofes.

—No se olvide de recalcarles la necesidad de actuar con cautela —insistió Sinclair, esforzándose por vocalizar bien—. Con suma cautela. Este hombre es extremadamente peligroso. Pero hay que detenerle. —Y entonces, como si hablara para sí, añadió—: Sólo Dios sabe cuándo ha pasado todo. Temo que ya lleguemos demasiado tarde. —Luego, mientras el inspector estaba subiéndose al coche, le dijo a Madden—: Debo ponerme en contacto con el forense de la policía. Luego con Scotland Yard y el jefe de policía. Me reuniré de nuevo contigo en cuanto pueda.

Dentro del coche, Proudfoot murmuró algo sobre «los niños». Hablaba entre dientes, tan cansado, y por otra parte tan aturdido por los efectos del shock, que parecía incapaz de hilvanar un discurso coherente.

—¿Qué niños? —Madden estaba con el agente en el asiento de atrás. Billy se había puesto delante, junto al conductor, pero iba girado hacia la parte de atrás para poder escuchar.

—Los del señor y la señora Merrick… pero se suponía que iban a irse de vacaciones… Iban a salir hoy… Hobday no dijo nada… Que están todos muertos, dijo… Todos muertos.

—¿Los Merrick son la familia que vive en Croft Manor? —le preguntó Madden con voz paciente, persuasiva.

—Exacto… Esa familia siempre ha vivido en la casa… Están la anciana señora Merrick y su hijo, o sea, el señor William, y su mujer, su niña y su niño… Y también Annie… Annie McConnell… y las sirvientas y la niñera… ¡No, espere! —El agente frunció el ceño con gesto de dolor, como si le costara concentrarse—. Oí que habían dado vacaciones a todos los del servicio… —Se calló un instante, negando con la cabeza, antes de proseguir—: Que están todos muertos, dijo… Todos muertos.

El coche bajaba por una avenida encajada en un túnel de árboles. El conductor detuvo el vehículo cuando ante los faros aparecieron un par de puertas de hierro. Proudfoot se inclinó bruscamente hacia delante en el asiento.

—Ahí es —anunció—. Esa es la casa.

Billy salió del asiento delantero. Una de las puertas estaba entornada. Las abrió de par en par y luego siguió al coche por un corto camino de entrada que desembocaba en una glorieta de flores donde dar la vuelta. Cuando llegó, Madden ya estaba en la puerta de entrada.

—Cerrada.

Proudfoot los llevó a paso ligero hasta un lateral de la casa. La luz que salía por una ventana iluminaba un patio adoquinado y el muro de un huerto situado detrás. Madden les detuvo en la puerta.

—Síganme. No toquen nada. Y cuidado con dónde pisan.

Les condujo a través de la cocina hasta un pasillo. Billy intentó ir pegado a sus talones, pero para cuando salió de la cocina el inspector ya había desaparecido por una puerta situada un poco más adelante. Billy paró en seco en el umbral al llegar.

Madden estaba agachado junto al cadáver de una mujer que se hallaba tendida en el suelo enfrente de la chimenea. A Billy le sobrecogió el recuerdo de otra estampa similar que había presenciado en el salón de Melling Lodge.

El cuerpo de la sirvienta tendido en el suelo; los ventanales hechos añicos.

Ahí estaba todo de nuevo, como una escena de terror que se reprodujese una y otra vez hasta en los más espantosos detalles.

—Mire a ver el cuerpo de la mujer que está tendida en el sofá. Compruebe si está aún viva.

El tono autoritario de la voz del inspector trajo de nuevo a Billy al presente.

Delante de sus ojos se elevaba, efectivamente, un sofá vuelto de espaldas. Hasta que no lo rodeó no vio a la mujer de pelo canoso que estaba allí recostada. A tientas le buscó el pulso. Los ojos azules de la mujer le miraban fijamente, sin siquiera parpadear. Llevaba una blusa de seda con una mancha circular de sangre en el centro del tamaño de un platito. En la alfombra, Billy vio unas cuantas patatas. ¿Patatas? No le encontró pulso en la muñeca.

Madden se dirigía ya a otro lugar. Tras alejarse del cadáver tendido sobre la alfombra y sortear la zona cubierta por cristales rotos, iba hacia una puerta situada al otro extremo del salón. Billy le siguió, pero el inspector se había detenido en el umbral y el agente no conseguía ver lo que había al otro lado. Madden se quedó allí parado unos segundos antes de girarse.

—¡Agente! —llamó esquivando la figura de Billy.

—¿Señor?

Al volverse, Billy vio a Proudfoot, que estaba de pie junto al cadáver de la mujer canosa.

—Quiero que inspeccione todas las estancias de la planta de abajo. —La voz de Madden dejaba entrever un tono autoritario—. No se preocupe por lo que hay en el vestíbulo. ¿Me ha entendido?

Proudfoot se le quedó mirando durante un instante. Luego asintió.

—Sí, señor.

—Venga conmigo —ordenó Madden a Billy antes de darse la vuelta y cruzar el umbral. Billy vio que entraban en un vestíbulo espacioso con una escalera doble a la izquierda que bajaba desde el piso de arriba. Mientras Madden avanzaba en esa dirección, Billy miró a su derecha y vio que la pared estaba salpicada de sangre. En el suelo de piedra pulida también había charcos de sangre, y la alfombra estaba retirada a un lado, rebujada en un montón. Allí había otro cuerpo.

—Dése prisa, agente —ordenó Madden, cortante, ya a mitad de la escalera. Billy se apresuró para darle caza. Una vez en el piso de arriba, el inspector se giró otra vez hacia él y añadió—: Inspeccione las habitaciones del servicio del piso de arriba. Luego espéreme aquí.

A paso rápido Billy avanzó por el pasillo hasta llegar a una escalera estrecha, por la que subió al piso de arriba. Allí encontró dos habitaciones de las sirvientas y un baño, todo vacío. Al fondo del pasillo se hallaba la habitación de los niños, que tenía dos camas y estaba decorada con papel pintado con motivos florales. Junto a la ventana había un caballito de madera. Billy se limitó a echar un vistazo antes de bajar corriendo las escaleras.

—Señor, ahí arriba no hay nadie. —Su voz resonaba por el pasillo vacío.

—Entre aquí, agente.

La voz de Madden provenía de alguna de las salas al fondo del pasillo. Billy le halló en una habitación grande, con una cama de matrimonio. Encima del cabecero colgaban dos cuadros, los retratos de unos niños, chico y chica. El inspector se detuvo a los pies de la cama, sin despegar la mirada de ellos.

—Señor, se marcharon —informó Billy, sin poder ocultar el alivio.

—¡Vaya! —En los labios de Madden se dibujó una sonrisa durante sólo unos instantes, lo suficiente para que el joven agente la saboreara—. ¡Venga! Debemos volver.

En el vestíbulo del piso de abajo se reunieron con Proudfoot, quien estaba a cierta distancia del cuerpo, sin poder apartar la mirada de él.

—Aquí abajo no hay nadie más, señor —dijo sin mirarles mientras bajaban la escalera.

—Me imagino que la señora que está en el sofá es la señora Merrick, la madre, ¿verdad? —La voz de Madden sonaba rotunda en aquel vestíbulo de piedra.

Proudfoot pareció reaccionar al sonido de su voz. Fue entonces cuando les miró.

—Sí, señor. Así es.

—¿Y quién es esa? —preguntó el inspector, señalando con el dedo al otro cuerpo.

El agente se humedeció los labios.

—Debe de ser Annie McConnell —repuso, con la voz temblorosa—. Tengo entendido que en otros tiempos fue la sirvienta de la señora Merrick, pero ahora… No sé… Creo que eran más como amigas…

Madden le miró sin moverse, al pie de la escalera.

—Quería preguntarle algo, agente. ¿Cómo describiría usted a la otra señora Merrick, la joven?

—¿Describirla? —Proudfoot se balanceó sobre los pies. Empezó a vidriársele la mirada.

—Me refiero a su aspecto físico… —El inspector se acercó hasta él—. ¿Diría usted que era guapa?

El agente tragó saliva.

—Sí, señor. Sin duda.

Madden no añadió más.

Billy se acercó para ver por primera vez el cuerpo que estaba tendido sobre el suelo. No pudo reprimir un grito ahogado, de consternación. Aunque la falda larga negra y la blusa desgarrada indicaban que aquellos eran los restos mortales de una mujer, era imposible deducirlo del rostro, que estaba destrozado, como si en él se hubiera ensañado un animal salvaje. La carne de una de las dos mejillas estaba arrancada, colgando, toda roja. En medio se veía un globo ocular. Tenía la nariz completamente aplastada. Bajo ese amasijo de carne ensangrentada, resaltaban los dientes entre unos labios también desgarrados.

A pesar de las náuseas que sintió en el estómago, el joven se obligó a empaparse de todos los detalles. Tirado en el suelo, no demasiado lejos del cuerpo, vio el auricular de un teléfono, descolgado. Una silla y una mesa estaban vueltas del revés.

Madden, mientras tanto, permanecía con la cabeza inclinada estudiando la escena. Cuando se volvió, Billy esperaba ver en su rostro esos ojos distantes, esa mirada «de otro mundo» con la que el inspector parecía separarse de todo lo que le rodeaba. Pero la mirada de Madden sólo delataba tristeza y dolor. El inspector le puso a Billy la mano sobre el hombro.

—Vamos, hijo —acertó a decir.