Sinclair hizo una pausa en la puerta abierta y observó la escena que tenía ante él.
Cerca de una veintena de detectives se agolpaban en una sala que podría albergar cómodamente la mitad de esa cifra. Algunos habían encontrado sillas, pero la mayoría estaban de pie o sentados en el canto de las mesas. En la esquina del fondo se había hecho sitio para un mapa a gran escala de la ciudad de Midhurst, apoyado en un caballete. El runrún de conversación, lo suficientemente alto como para oírse en el piso de arriba, de donde acababa de llegar Sinclair, se redujo a un murmullo cuando los más próximos a la puerta repararon en su presencia y la del oficial que lo acompañaba, un inspector uniformado que respondía al nombre de Braddock, quien estaba al mando de la comisaría de Midhurst.
—Presten atención, todos.
El acompañante de Sinclair emitió la orden con voz clara, y se hizo el silencio.
—Seré breve con las presentaciones. Para los recién llegados, éste es el inspector jefe Sinclair, de Scotland Yard. Se encarga de la investigación de los asesinatos de las niñas, y es a petición suya que hemos estado realizando la búsqueda de este tal Lang por todo Sussex. Según la información recibida esta mañana, ahora parece probable que esté viviendo aquí, en Midhurst, o en los alrededores. A partir de este momento, el señor Sinclair dirigirá la búsqueda, y ustedes recibirán sus órdenes de él. Señor…
Se giró hacia el inspector jefe.
—Gracias, señor Braddock. —Sinclair asintió con la cabeza en su dirección. Caminó a paso vivo hasta el frente de la sala y se situó junto al caballete. De la pared a su espalda colgaba una copia del póster que se había enviado a todas las comisarías de policía. Sacada a partir de la granulosa instantánea que les proporcionara Philip Vane, mostraba una imagen agrandada del rostro de Gaston Lang; el proceso de ampliación prestaba un fuerte énfasis a los rasgos del hombre buscado, acrecentando su palidez y transformando sus ojos, ligeramente entreabiertos, en túneles oscuros.
—También yo intentaré ser breve en mis observaciones. —Sinclair miró a los detectives reunidos—. Si bien tenemos motivos para creer que Lang está en los alrededores, no tenemos claro en absoluto hasta cuándo piensa quedarse. De hecho, ya podría estar preparándose para partir, y aunque no sea así, no pasará mucho tiempo antes de que la búsqueda que estamos a punto de lanzar sea de dominio público, y sabrá que está en peligro. De modo que el tiempo es oro.
Mientras hablaba se había abierto la puerta y habían entrado más hombres. Poniendo freno a su impaciencia, el inspector jefe esperó hasta que se hubo apagado el arrastrar de pies. Acompañado de un escuadrón de agentes de paisano, había llegado de Chichester hacía tan sólo una hora, entorpecido su viaje en coche desde las Downs por culpa de la persistente niebla. Antes de partir había hablado por teléfono con el jefe de policía de Sussex para reclutar más refuerzos. Estos, impedidos por el mismo problema que había alargado su viaje, habían arribado a Midhurst de uno en uno y en parejas, convocados de las ciudades vecinas, llenando la pequeña comisaría con el sonido de voces y el tabaleo de zapatos sobre suelos de madera desnudos. Sinclair, obligado a esperar hasta que se hubieran reunido sus fuerzas, había aprovechado el tiempo para formular un plan, el cual se disponía a revelar ahora.
—Puesto que no tenemos ni idea del paradero exacto de Lang… y puesto que los hoteles y pensiones de Midhurst ya se han comprobado, así como otros por todo el país… mi intención es registrar la ciudad misma, rastrillarla con un peine de dientes finos. Les daré los detalles en su debido momento. Antes, les diré lo que sabemos.
Una vez más lo interrumpió la puerta al abrirse; quienes estaban pegados a ella tuvieron que hacer sitio, con la consiguiente agitación y arrastrar de pies. El inspector jefe lanzó una mirada penetrante al fondo de la sala. Sus ojos se abrieron de sorpresa al ver a Madden, que en esos momentos estaba deslizándose sigilosamente detrás de Billy Styles. Pestañeando, continuó:
—El hombre que creemos que es Gaston Lang se presentó en la consulta de un médico llamado Driscoll aquí en Midhurst ayer requiriendo tratamiento para una herida que tenía en la espalda. Llegó hacia el final de la hora de consulta, justo antes de mediodía, explicando que era nuevo en la región, extranjero, de hecho, y que estaba de excursión a pie. Su problema, que el doctor examinó brevemente antes de encargarse de ella, era una pequeña herida en la espalda, un corte bastante feo, que no había podido curarse él mismo, puesto que se hallaba en un lugar demasiado incómodo. Durante el transcurso de la breve, brevísima conversación… el hombre no estaba dispuesto a charlar, dijo Driscoll… declaró haber sufrido la herida al tropezar y caerse de espaldas encima de una horca que casualmente estaba tirada en el suelo detrás de él.
El murmullo de incredulidad que recibió estas palabras encontró su eco en las cejas enarcadas del inspector jefe.
—Sí, mi reacción fue la misma. Pero, curiosamente, el doctor Driscoll dice que a juzgar por el aspecto de la espalda del hombre, probablemente fuera verdad. Había dos magulladuras distintas, y una tercera donde la piel ha sido traspasada, todas en línea recta. Bien podrían haber sido causadas por los dientes de una horca. Cómo recibió esta herida no es un misterio en el que pretenda indagar. Baste decir que la herida requirió desinfectante y vendas. Driscoll tenía prisa… debía hacer una ronda por las casas… y dejó al paciente al cuidado de su enfermera con instrucciones de obtener de él los detalles necesarios y decirle que tendría que volver en tres días para cambiar el vendaje. Fue entonces cuando la historia dio un giro interesante.
Sinclair paseó la mirada por el mar de rostros que tenía delante hasta cruzarla con Madden al fondo de la sala. Más alto que los demás, su antiguo compañero estaba de pie con los brazos cruzados, inexpresivo.
—Lang… lo llamaremos Lang… había tenido que quitarse la camisa para que lo trataran y el médico lo había dejado detrás de un biombo en su oficina, donde atendía a los pacientes, para que se vistiera, mientras él salía. No había tenido ocasión de ver a Lang de frente puesto que había estado tendido boca abajo durante la operación. Pero su enfermera… la señora Hall… lo vio de refilón mientras se vestía y se fijó en una marca de nacimiento de gran tamaño que tenía en la parte superior del pecho.
Aquellas palabras despertaron un murmullo renovado en su público.
—Como estoy seguro que saben todos ustedes, el hombre que buscamos luce precisamente la misma marca. Lo que quizá no sepan es que se han enviado avisos a todos los médicos de Surrey y Sussex, solicitándoles que estén atentos por si aparece algún paciente desconocido con una marca de nacimiento. Los comunicados empezaron a repartirse la semana pasada. Por desgracia, el dirigido al doctor Driscoll llegó a su consulta con el correo de esta mañana. Lo abrió la señora Hall… el doctor había salido temprano para atender una urgencia… y recordaba lo que había visto. Puesto que estos comunicados incluían el aviso de que el hombre buscado era peligroso, tuvo la sensatez de llamar a la policía de inmediato, en vez de esperar a que regresara su jefe. El señor Braddock personalmente acudió a la consulta para verla con el sargento detective Cole, al que estoy seguro que todos conocen.
Indicó con la cabeza a un hombre que estaba de pie al frente de la multitud de detectives antes de volverse hacia Braddock, situado a su lado.
—¿Por qué no sigue usted, inspector?
Braddock se aclaró la garganta. Era cincuentón y estaba quedándose calvo, pero tenía la mirada alerta y el aire vigoroso de alguien más joven.
—Resulta que el doctor Driscoll es mi médico y los conozco bien a él y su enfermera. La señora Hall fue jefa de sala en el hospital de Chichester antes de trasladarse aquí. Es una mujer sensata y con las ideas claras. Cuando le enseñamos la fotografía de Lang se tomó su tiempo para estudiarla y dijo que se trataba de él, sin lugar a dudas, aunque parecía diferente. Llevaba gafas, dijo, y tenía el pelo más largo, y peinado hacia atrás en un estilo distinto. Pero dijo que era Lang, desde luego.
—¿Le dio algún nombre, señor? —La pregunta provino del público apelotonado.
—Así es. Pero no el suyo. Hendrik de Beer es lo que puso en el formulario para pacientes que se le encargó rellenar. Se escribe de, e, y luego Beer, como «cerveza», lo que me atrevo a decir que no se les olvidará —el inspector se permitió una sonrisa— pero será mejor que lo apunten de todos modos. —Hizo una pausa mientras susurraban las libretas—. Por anticiparme a su próxima pregunta —continuó—, les diré que sí, también dejó una dirección, pero de Ámsterdam. Como ha explicado el señor Sinclair, afirmó ser una especie de turista y le dijo a la señora Hall que estaba de paso en la zona, aunque no dijo adónde se dirigía.
Cruzó la mirada con Sinclair, que asintió con la cabeza. Fue el inspector jefe quien retomó la historia.
—Ya he encargado contactar con la policía de Ámsterdam, pero estoy casi seguro de que descubriremos que no han oído hablar de él o que la dirección dada resulta ser falsa. No es holandés, por cierto, se hace pasar por belga, pero no profundizaré ahora en su historial, salvo para recalcar que se habría visto obligado a elegir un alias extranjero durante su estancia aquí porque, pese a hablar inglés con fluidez, tiene acento. Téngalo en cuenta cuando empiecen a buscarlo, lo cual será pronto.
—Disculpe, señor. —Otra voz surgió de la multitud—. ¿Cómo sabemos que el nombre que le dio a la enfermera es el que está usando aquí?
—Buena pregunta. —Sinclair se giró en esa dirección—. En cuanto el señor Braddock me informó de su hallazgo… por casualidad me encontraba en Chichester esta mañana… convinimos en que el primer lugar a investigar sería la oficina de correos. Si Lang llevaba algún tiempo residiendo en la localidad… y tenemos motivos para creer que hace meses que está en Inglaterra… es probable que haya utilizado el servicio de lista de correos para recibir cualquier carta remitida a su Nombre. Resultó ser un acierto. ¿Sargento Cole?
Sinclair cruzó la mirada con el hombre que estaba de pie a su lado.
—Tiene usted razón, señor.
Cole, una figura robusta de traje color mostaza, se giró para encararse con su público. Levantando la voz, se dirigió a la sala atestada.
—Después de que el señor Braddock hablara con el inspector jefe me mandó a la oficina de correos. Allí nadie pudo reconocer a este tal Lang a partir de su foto, no al principio, pero cuando mencioné el nombre que había dado… De Beer… el empleado del mostrador se acordó. Luego le echó otro vistazo al póster y dijo que sí, que podría tratarse de él, aunque parecía cambiado. Si recordaba el nombre era: a, porque era extranjero, y b, porque había estado yendo tres veces a la semana, puntual como un reloj, a lo largo del último mes preguntando si había llegado algo para él. Lo cual no era el caso, no hasta el pasado miércoles, cuando por fin llegó algo. Un paquete pequeño, dijo el empleado. —Miró de soslayo a Sinclair, que asintió con la cabeza.
—Gracias, sargento. —El inspector jefe continuó—: Comprenderán ahora por qué pensamos que este hombre ha estado residiendo en la localidad, en vez de estar simplemente de paso. Sin embargo, como decía, es posible que esté a punto de irse. Nuestros motivos para suponerlo se basan en algo que le dijo a la señora Hall. Cuando se le informó de que tendría que volver para que le cambiaran las vendas, Lang dijo que le sería imposible, puesto que regresaba a casa, pero se encargaría de ello una vez de vuelta en Ámsterdam.
Sinclair hizo una pausa. Su expresión era meditabunda.
—Ahora bien, es cierto que podría haber mentido acerca de su partida, aunque no veo ninguna razón para ello. ¿Por qué no volver y hacer que le cambiaran las vendas, si es necesario? Nada se lo impide, a menos que se vaya a ir de verdad. Y luego está la cuestión de este correo que estaba esperando… con impaciencia, al parecer. Se diría que su decisión de marcharse bien pudiera estar relacionada con la llegada de este paquete. En cualquier caso, me propongo interpretar la situación así y asumir que tenemos muy poco tiempo para ponerle las manos encima. Lo que nos lleva a la cuestión de los medios…
Miró a su alrededor: volvió a cruzar la mirada con Madden.
—Lo que nos interesa, naturalmente, es su dirección o, si no es posible, cualquier pista sobre sus movimientos, dónde podrían haberlo visto en Midhurst o alrededores durante las pasadas semanas y meses. Estas pesquisas han comenzado ya. Tres de los cuatro detectives asignados aquí partieron antes, uno a tomar declaración detallada al doctor Driscoll y la señora Hall, los otros dos a visitar agentes inmobiliarios locales para preguntar por pisos o casas alquilados a hombres solteros en los últimos meses. Puesto que sabemos que Lang no ha estado quedándose en ningún hotel o pensión, ésta es una vía que hay que explorar. Pero es sólo el comienzo. Debemos extender nuestras redes. En el transcurso de las próximas horas visitarán ustedes comercios y oficinas, enseñando la fotografía de Lang y preguntando por De Beer a todo el que se encuentren. Es importante que cubramos la ciudad sistemáticamente, calle a calle, para lo que contarán con la ayuda del sargento Cole, que asignará una pareja de detectives a cada distrito a registrar, y al que habrán de presentar sus informes, y de miembros de la fuerza uniformada, que los acompañarán. Sin duda, esto causará algún revuelo, pero es inevitable. Es la forma más rápida de lograr resultados. Y el tiempo, como he dicho antes, es oro.
El inspector jefe se quedó callado. Pero era evidente por su ceño fruncido que no había acabado, y tras una breve pausa continuó, hablando con voz alterada.
—Una última palabra. Soy consciente de que la mayoría de ustedes tienen la sensación de no haber recibido toda la información: de que desde que se lanzó está búsqueda, tanto aquí como en Surrey, hay preguntas sobre este hombre que no han encontrado respuesta. Preguntas que tenían ustedes todo el derecho del mundo a hacer a sus superiores. Sólo puedo pedirles disculpas y decir que, nuevamente por motivos que no puedo desvelar, esto ha sido inevitable. Sin embargo, hay una cuestión que me gustaría recalcar: tiene que ver con la advertencia que ya han recibido todos los implicados en esta operación, relativa al peligro que supone Lang. Me refiero al peligro que supone para ustedes.
Una vez más Sinclair hizo una pausa, dando tiempo a que pudieran asimilar sus palabras.
—Es posible que en el transcurso de esta jornada, uno o más de ustedes se encuentren con este hombre, o con alguien que se le parezca, y al que piensen que podría valer la pena interrogar. En tal caso… NO bajen la guardia. —Las palabras restallaron como un látigo en boca del inspector jefe, provocando que varios miembros de su público se sobresaltaran, sorprendidos—. Lang no es sólo un delincuente sexual, como tampoco son únicas víctimas estas pobres niñas. Es un criminal de una clase que ninguno de nosotros se ha encontrado antes, un criminal que probablemente no se sorprenda al verse acosado y pueda parecer incluso que quiere cooperar. No se dejen engañar. Porta un cuchillo, y puedo decirles que lo ha usado antes, sobre un detective, además, con consecuencias funestas. Puesto que su arresto significa casi seguro la pena de muerte, no se detendrá ante nada para evitar su captura.
La mirada del inspector jefe se fijó nuevamente en el fondo de la sala, donde Madden estaba en pie de brazos cruzados. Le pareció a Sinclair que su antiguo socio asentía con la cabeza.
—Lo diré una vez más, y les insto a recordarlo. Tengan cuidado.
Sonó el teléfono y Braddock lo descolgó.
—Es para usted, señor. —Dejó el auricular encima de la mesa enfrente de él, se levantó, dejando la silla libre para Sinclair, y rodeó el escritorio para sentarse junto a Madden, que en esos momentos estaba ocupado leyendo la declaración detallada del doctor Driscoll y su enfermera que el detective enviado a entrevistarlos había entregado antes. Mientras Sinclair empezaba a hablar por teléfono, llamaron a la puerta y entró un alguacil con una bandeja en la que hacían equilibrios tres humeantes tazas de té y un plato de emparedados. A un gesto de su superior dejó la bandeja encima de la mesa y salió, cerrando la puerta sin hacer ruido a su espalda.
—Gracias, Arthur, eso está claro… Hablaré contigo más tarde.
Sinclair colgó el teléfono. Miró a los otros dos.
—Era el superintendente Holly. Dice que todos los puertos han recibido aviso de estar atentos por si aparece Lang. Les hemos informado de los cambios operados en su aspecto; ya tienen copias del póster.
—¿Y si sólo está cambiando de base? —Braddock había vuelto a ponerse de pie. Le ofreció una de las tazas a Madden, que sacudió la cabeza; estaba enfrascado en las declaraciones.
—Es posible, lo reconozco. Pero lo más probable es que quiera irse. Salir de Inglaterra. Aquí no encaja. No puede disimular el hecho de que es extranjero. Querrá ir a alguna parte donde no llame tanto la atención.
Sinclair empezó a incorporarse, pero Braddock lo interrumpió con un gesto.
—Puede quedarse usted, señor. Y coja un bocadillo, si le apetece. Seguramente sea el único almuerzo que tengamos hoy. —Siguiendo su propio consejo, el inspector de Midhurst cogió una de las tazas de té y dejó un emparedado en el platillo antes de volver a sentarse junto a Madden—. Este correo que esperaba Lang… ¿qué cree usted que era?
—Documentos de viaje de algún tipo, quizá. —Sinclair se encogió de hombros. Miró a Madden de reojo—. ¿A ti qué te parece, John?
La inesperada aparición de su antiguo socio había pillado al inspector jefe por sorpresa y seguía intentando formarse una opinión sobre sus implicaciones, ninguna de las cuales lo tranquilizaba. Con independencia de cuál fuera su conexión en el pasado, la presencia de un civil en medio de una operación policial tan delicada… y secreta… encajaba mal con las regulaciones vigentes, y si bien Sinclair sabía que las reglas podían estirarse si era preciso para incluir a un hombre de la reputación de Madden, también era incómodamente consciente de que esto distaba de ser el fin de la historia.
Había otro aspecto a tener en cuenta, además, uno que no podía pasar por alto y que había sacado a colación inmediatamente después de saludar a su antiguo colega al término de la reunión en la planta de abajo y averiguar cómo habían llegado juntos Styles y él.
—¿Sabe Helen que estás aquí?
Al enterarse por Madden de que su esposa había pasado la noche en la ciudad y todavía no había vuelto a Highfield cuando partieron, y que por tanto había tenido que dejarle una nota explicando su ausencia, Sinclair había enarcado las cejas en silencio por todo comentario, mientras reflexionaba sobre la casi absoluta certeza de que cuando llegara la hora de saldar cuentas, sería él quien pagara el pato. Dado lo mucho que había consultado a su antiguo compañero en el transcurso de la investigación, sin embargo, no podía quejarse, y el inspector jefe era lo suficientemente sincero como para reconocer la seguridad que le proporcionaba la familiar figura sentada enfrente de él, cuya opinión deseaba escuchar una vez más.
—¿Documentos de viaje? —El ceño fruncido de concentración de Madden se alisó un momento cuando levantó la cabeza—. Sí, yo diría que sí, Angus. Papeles que corroboren su nueva identidad… un pasaporte, tal vez. Él sabría dónde conseguir que se los falsificaran, ¿verdad? Aquí no, quizá, pero sí en el continente.
—¿Por qué dice usted eso?
Inevitablemente, la pregunta provino de Braddock, que se había dado cuenta de que estaban hablando de cosas de las que él no estaba enterado. El jefe de policía de Midhurst no se había mostrado inclinado a cuestionar la presencia de Madden. Al contrario, su expresión se había animado cuando los presentaron y le estrechó la mano.
—Conozco bien su nombre, señor. Esperaba que nos conociéramos algún día.
Pero ahora Sinclair veía en su ceño fruncido que se sentía excluido, lo que le llevó a tomar una decisión rápida.
—Inspector, le voy a decir algo que no debería. Pero tendrá usted que guardárselo para sí, ahora y en el futuro. Como quizá haya deducido ya, Lang no es un delincuente sexual ordinario. De hecho, ha sido un agente empleado en el extranjero por los servicios de espionaje, y con gran éxito. Ya he recalcado lo peligroso que es, pero hay que tener en cuenta otra faceta suya: su talento para camuflar su identidad. Ha usado muchos alias en el pasado por motivos de trabajo: está acostumbrado a hacerlo. Estoy seguro de que habrá alterado su aspecto. Por eso estamos tratando esta investigación con carácter de urgencia. Si se nos escurre entre los dedos ahora, sabe Dios cuándo podremos, nosotros o cualquier otro, volver a dar con su pista.
—¡Dios todopoderoso! —La exclamación de Braddock fue involuntaria. Sacudió la cabeza, apesadumbrado—. Empezaba a extrañarme… y pensar que lleva meses paseándose por Midhurst. ¡Pero si hasta me lo podría haber cruzado por la calle!
La confirmación de la presencia del hombre buscado en el vecindario no había tardado en producirse tras la salida de los equipos de búsqueda. En cuestión de veinte minutos, había llegado a la comisaría la noticia de que un hombre que se correspondía con la descripción de Lang, un extranjero, había comprado puros en un estanco no muy lejos de la oficina de correos en varias ocasiones. Aunque la joven que trabajaba detrás del mostrador allí no pudo identificarlo con garantías a partir del póster, dijo que se parecía a la fotografía, y añadió que le había parecido un cliente desagradable.
«Por cómo me miraba», según sus propias palabras.
A continuación, poco después, se había recibido un segundo mensaje: el propietario de una papelería había reconocido los rasgos del póster como pertenecientes a un hombre al que le había vendido herramientas de dibujo —cuadernos y lápices— haría unos tres meses.
—Recuerda que el tipo regresó hace dos semanas. Se les habían acabado los cuadernos que quería, pero cuando el dueño le preguntó su nombre y dirección para poder avisarle cuando repusieran los artículos, este hombre, Lang, dijo que planeaba regresar pronto a Holanda y conseguiría allí lo que necesitaba.
Había llevado la información a la planta de arriba Billy Styles, que estaba ayudando al sargento Cole en la sala que tenía el DIC abajo. Conforme se acercaba la hora del almuerzo y las tiendas empezaban a cerrar para la reglamentaria pausa de mediodía, los hombres habían comenzado a regresar a la central. Entre ellos se contaban los dos detectives locales enviados a inspeccionar las listas de agentes inmobiliarios, pero ninguno de ellos había vuelto con información relevante.
—Han arrendado pocas viviendas a hombres solteros, y ninguno extranjero.
—¿Eso sólo en la ciudad, o también en las afueras? —Fue Sinclair quien formuló la pregunta.
—Las dos cosas, señor. Las tres firmas tienen casas de campo alquiladas en sus libros, pero ninguna reciente, y ninguna a solteros.
Sinclair había hecho una mueca al escuchar las noticias, y al consultar su reloj ahora y ver que era más de la una, otro espasmo de descontento surcó sus rasgos. Estaba muy bien saber que iban por el buen camino —que Lang estaba allí, o cerca— pero permanecía provocadoramente fuera de su alcance, y al inspector jefe lo torturaba la idea de que la presencia de tantos policías encargados de rastrear la ciudad pronto se hiciera notar y, por tanto, no pasara mucho tiempo antes de que su objetivo se sacudiera el polvo de Midhurst de los talones.
Mientras tanto, la hora del almuerzo se les echaba encima, y los equipos de detectives estaban regresando a la comisaría, señalada su presencia por el ruido cada vez más alto que procedía de la planta de abajo, voces y pasos que resonaban en el hueco de la escalera. El inspector jefe miró por la ventana que tenía a su espalda y se asomó a la plaza del mercado, llena de puestos y repleta de compradores cuando llegaron esa mañana, pero ahora casi desierta. Al darse la vuelta, descubrió la mirada expectante de Braddock fija en él. Madden seguía estudiando las declaraciones manuscritas que le habían suministrado.
—¿Qué ocurre, John? ¿Qué sucede?
Los años pasados juntos le habían enseñado a Sinclair a interpretar la expresión de su antiguo colega. El familiar ceño de preocupación de Madden había sido reemplazado por otro gesto: la frente arrugada, aún, pero acompañada de una mirada de perplejidad. Sus dedos acariciaban la cicatriz que tenía en la cabeza.
—Este libro que Lang llevaba con él… está en la declaración de la enfermera…
—¿El manual sobre aves? Sí, lo había visto. ¿Qué pasa con él?
Cuando Madden abrió la boca para responder, los interrumpió el sonido de pasos que se acercaban aprisa por el pasillo, y luego, casi inmediatamente, una rápida llamada a la puerta, que se abrió de golpe.
—¡Señor! —Billy Styles apareció ante ellos, jadeando.
—¿Qué sucede, sargento? —Sinclair levantó la cabeza.
—Dos de los hombres que acaban de volver… han hablado con un boticario… —Billy pugnaba por recuperar el aliento—. Dice que Lang estuvo ayer en su farmacia… sobre mediodía… debió de ser después de que viera al médico…
—¿Sí? ¿Qué tiene que ver? —saltó involuntariamente el inspector jefe. La expresión que lucía el joven le había provocado un escalofrío—. Ya sabemos que está aquí…
—No se trata de eso, señor… es lo que buscaba, lo que compró…
Billy tragó saliva. Miró a Madden a los ojos.
—Era un bote de cloroformo.