Los primeros goterones de lluvia se estrellaron contra el parabrisas del coche de Madden mientras éste se apartaba de la carretera asfaltada para tomar un abrupto camino que discurría entre setos y árboles frondosos alrededor del umbroso flanco de Capel Wood. La mortecina luz gris del atardecer había dado paso a una penumbra plomiza. Desde el oeste se aproximaban veloces unos negros nubarrones hinchados.
—Ya falta poco —predijo Stackpole, escudriñando a través del cristal con los ojos entornados. Miró de reojo a su espalda al rollo de lienzo tendido en el asiento trasero como si quisiera cerciorarse de su presencia. Era Madden el que había insistido en traerlo.
—No sé con qué nos vamos a encontrar, Will, pero quizá haga falta que cubras la zona.
El trozo de lona se lo había proporcionado Dick Henshaw, quien lo utilizara para cubrir un boquete practicado el año anterior en el tejado de su casa de campo al salir volando varias tejas por culpa de un vendaval otoñal. Mientras iba a buscarlo al cobertizo del jardín, Helen salió de la cocina para hablar con Madden.
—Tengo que ir a ver cómo está Jenny Bridger. No le diré nada acerca de Capel Wood. —Lanzó a su marido una mirada de infelicidad, preocupada por verlo implicado. La vida de policía de Madden pertenecía a un pasado que no le apetecía rememorar. Dirigiéndose al agente, añadió—: Harías bien en no perder de vista a Topper, Will. Pondrá pies en polvorosa a la menor ocasión.
Stackpole les había encomendado esta tarea a los Henshaw, no sin advertirles que no hablaran con los vecinos hasta que llegaran los refuerzos de Guildford.
—No quiero que se corra la voz. No hasta que hayamos ido allí y visto lo que haya que ver.
—Quiera Dios que la encontréis —había murmurado Molly Henshaw cuando se fueron.
La esperanza —la plegaria, más bien— de que la pequeña estuviera simplemente lastimada y esperando ayuda les había prestado alas a los preparativos, pero al observar de soslayo la expresión de Madden mientras éste conducía el vehículo por el angosto camino sembrado de baches, Will Stackpole tuvo la impresión de que ambos compartían la misma premonición sombría acerca de la suerte de la pequeña.
—Tomaremos la misma ruta que Topper, ¿verdad? —La voz baja de Madden resultaba apenas audible por encima del sonido del motor mientras avanzaban despacio en primera.
—Sí, señor. Si se dirigía a Brookham tendría que haber entrado en el bosque desde el otro lado y lo cruzaría siguiendo el sendero, el que discurre paralelo al arroyo. Desemboca directamente en el pueblo.
Habían debatido sobre si deberían seguir también ellos ese camino, trazando la ruta de Topper a la inversa para adentrarse en el bosque desde la aldea. Pero la posibilidad de que la inminente tormenta los pillara en descampado los persuadió para utilizar el coche y habían conducido durante aproximadamente un kilómetro por la carretera de Craydon antes de abandonarla cerca del punto donde habían visto a Alice Bridger por última vez.
Mientras el sendero por el que avanzaban ahora continuaba circunvalando el bosque, los setos a ambos lados desaparecieron y vieron a su derecha un amplio pasto donde se arracimaba un rebaño de frisonas, apenas visibles a la luz moribunda sus robustos cuerpos blanquinegros. Aunque la lluvia seguía cayendo en gotas aisladas la tormenta avanzaba deprisa y varias vacas se habían recostado ya anticipando el diluvio que estaba a punto de abatirse sobre ellas.
Su camino pasaba ahora cerca del bosque, los abanicos de ramas de los robles y los castaños rozaban el lateral del vehículo, y la carretera describía un lento giro a la izquierda que siguieron hasta llegar a un parche circular de barro seco donde el sendero se extinguía y dos montones de heno con forma de colmena se elevaban muy cerca el uno del otro junto a un campo delimitado por un cercado de madera.
Cuando Madden detuvo el coche miró de reojo al salpicadero y vio que habían cubierto poco más de tres kilómetros desde que salieran de Brookham. Se apeó e inspeccionó someramente el terreno a su alrededor. La franja de tierra desnuda tan sólo mostraba profundos surcos impresos por las ruedas de las carretas que habían transitado por allí.
—¿Crees que alguien podría haberla traído hasta aquí? —preguntó Stackpole—. ¿Por la misma ruta que hemos seguido nosotros? —También él había salido del vehículo y estaba volviendo a calarse el casco.
Resguardado parcialmente por los almiares, el lugar donde habían recalado miraba a una sucesión de campos desiertos con una vista de promontorios cubiertos de árboles a lo lejos.
—Sería un sitio tranquilo —comentó el agente de policía—. Los domingos no trabaja nadie en los cultivos. Nadie tendría ningún motivo para venir aquí.
—Es posible. —Madden se encogió de hombros—. Pero son meras suposiciones. Pongámonos en marcha, Will. No hay tiempo que perder.
El agente se puso la capa, recogió el rollo de lona del asiento trasero del coche y se lo guardó bajo el brazo. Señaló adelante, a una Inicia de sauces y arbustos bajos que serpenteaba a campo través hacia la línea de árboles.
—Ahí está nuestro arroyo, señor. Cruza el bosque de punta a punta y reaparece al otro lado no muy lejos de Brookham.
Los dos hombres emprendieron la marcha, con el agente en cabeza, practicando un caminito entre la hierba que les llegaba a las rodillas, bordeando la linde del bosque hasta encontrar el arroyo. Había un sendero visible paralelo a la corriente en la otra orilla, hasta el que llegaron cruzando por encima de un tronco caído. Los truenos restallaban a su alrededor y se apresuraron a buscar el refugio del bosque. Cuando llegaron a él, Stackpole se apartó del camino.
Vaya usted delante, señor. Su vista es más aguda que la mía. Madden encabezó la comitiva y no tardó en encontrarse en una zona de luz crepuscular propiciada por el denso dosel de hojas, que se acrecentó al adentrarse en la arboleda. La lluvia tamborileaba en el follaje sobre sus cabezas, pero sin llegar al suelo, que permanecía seco. Una capa de humus reblandecido amortiguaba el sonido de sus pasos.
El sendero continuaba discurriendo paralelo al arroyo, que resultaba visible la mayor parte del tiempo, desapareciendo brevemente tan sólo detrás de algún tronco o un racimo de ramas colgantes. Madden mantenía la mirada puesta en él, a sabiendas de que Topper debía de haber seguido aquel mismo camino puesto que se dirigía a Brookham y lo que quiera que hubiese encontrado no estaría muy lejos del agua.
—¿Cómo de extenso es el bosque, Will? —Habló por encima del hombro—. ¿Cuánto tardaremos en atravesarlo?
—Veinte minutos, al menos. Es relativamente grande.
Había transcurrido la mitad de ese tiempo, y por el momento no habían visto nada de interés, aparte de un conjunto de piedras para pisar en el arroyo junto al que habían pasado y por el que se había interesado Madden. Stackpole le dijo que comunicaban con un segundo sendero que bajaba hasta la carretera que unía Brookham con Craydon.
—¿Entonces Alice Bridger podría haber llegado al bosque caminando?
Stackpole asintió con la cabeza.
—O la podrían haber traído. Yo mismo seguí esa ruta con los hombres antes cuando rastreamos la zona.
No muy lejos de ese punto el sendero cambiaba de dirección y atravesaba el arroyo por un segundo puente de piedras para desviarse aparentemente del arroyo y adentrarse en el bosque. Madden se detuvo.
—Topper dijo en la orilla…
El agente de policía se situó a su lado. Vio lo que quería decir Madden.
—Sólo se separan un trecho, señor. El camino y el arroyo. Vuelven a converger un poco más adelante.
Madden sacudió la cabeza, poco convencido.
—No, quiero quedarme cerca del agua. —Escudriñó río abajo, pero la tupida maleza y los árboles frondosos le obstaculizaban la vista. La lluvia arreciaba constantemente y los truenos restallaban cada vez con más fuerza sobre sus cabezas. Madden se quedó parado un momento, con las manos en las caderas, mirando a su alrededor. Algo le llamó la atención y se fijó en el arbusto que bordeaba el sendero, estudiando los helechos y los retorcidos matojos bajos que rellenaban los huecos entre los troncos de los árboles.
—¡Mira…! —Se puso en cuclillas. El agente de policía escudriñó por encima de su hombro—. Alguien salió del camino por aquí, o lo retomó. —Madden indicó un helecho que se había partido en la base y, cerca de él, un fino brote de roble inclinado—. Si Topper estaba siguiendo el arroyo en vez del sendero podría haber venido por aquí.
—¿Pero por qué haría algo así? —Stackpole estaba desconcertado—. Abrirse camino de esa manera supone mucho trabajo. —Señaló la densa maleza.
—Ni idea. —Madden se agachó aún más para observar el terreno, con la esperanza de hallar algún rastro de pisadas, pero la hojarasca húmeda estaba demasiado suelta como para conservar ninguna impresión. Se puso de pie—. Will, voy a seguir corriente abajo por este lado. Tú quédate en el sendero. Si lo que dices es cierto, deberíamos reencontrarnos más adelante.
De haber sido distintas las circunstancias, sus palabras podrían haber hecho aflorar una sonrisa al rostro de Will Stackpole. Sin percatarse, Madden había revertido a su antiguo papel, asumiendo el mando. Estaba comportándose como el inspector de policía que fuera una vez.
—Así lo haré, señor. Deme una voz si ve algo.
El agente esperó hasta que su compañero se hubo adentrado en la espesura antes de reanudar la marcha, cruzando el arroyo por el caminito de piedras y siguiendo el curso del sendero, que al principio se alejaba del agua, pero luego describía una curva hasta volver a discurrir paralelo a ella, sólo que más lejos de la orilla que antes. Descubrió que, aunque todavía podía oír el murmullo de la corriente, la maraña de árboles y una pantalla de arbustos entrelazadas le impedían ver el arroyo.
—¿Will?
—Estoy aquí, señor. —Stackpole se detuvo. La voz de Madden había llegado hasta él nítidamente desde el otro lado del arroyo. No andaba lejos.
—Alguien ha pasado por aquí, en efecto… hay una especie de rastro…
Stackpole se cambió de brazo el peso del rollo de lona. Aguardó un momento antes de seguir caminando, pero después de tan sólo unos pasos volvió a escuchar la voz de Madden.
—¿Cómo iba vestida, Will? ¿De qué color era su ropa?
El agente de policía meditó su respuesta.
—Llevaba puesta una falda azul, señor. Falda azul, blusa blanca, zapatos negros. —Con la boca seca, esperó presa de la ansiedad.
—Veo un hilo enganchado en las zarzas. Podría ser azul… cuesta ver con esta luz… —Madden dejó la frase inacabada, pero continuó de repente—: ¡No, espera! ¡Hay algo más!
Stackpole se quedó clavado en el sitio, esperando las siguientes palabras de Madden. Con el oído aguzado, contempló fijamente el denso muro de vegetación que le impedía ver el arroyo y se sumió en una suerte de trance del que salió de golpe cuando un relámpago hendió el techo bajo de nubes, seguido casi inmediatamente del formidable estampido del trueno.
El aire que lo rodeaba pareció estremecerse, y percibió una vaharada de ozono. Curiosamente, el tamborileo de las gotas de agua sobre las hojas de arriba había disminuido en los últimos segundos, pero el cielo continuaba oscureciéndose. Era como si los elementos estuvieran preparándose para lanzar un asalto, y el agente de policía sentía una coalición de fuerzas comparable en su interior, una creciente oleada de tensión agónica que pedía liberarse a gritos.
—¿Will?
—¡Señor!
—¡Será mejor que vengas!
La nota afilada en la voz de Madden hizo que al agente se le erizara el vello de la nuca y se le cortara la respiración.
—No conseguirás atravesar esas matas de acebo, Will. Lo mejor será que vuelvas adonde nos separamos y sigas el mismo camino que yo.
—¿De qué se trata, señor? —Temeroso de la respuesta, Stackpole habló con voz estrangulada—. ¿La ha encontrado, entonces…?
Los contados segundos que Madden tardó en contestar parecieron alargarse hasta el infinito. Al cabo, habló:
—Sí, la he encontrado, Will.
No añadió nada más. Pero su voz lo decía todo.
Madden había divisado el cuerpo por casualidad.
Al principio, mientras se abría paso entre los arbustos y la barrera de espinas, se había concentrado en los abundantes indicios del paso de una o más personas por aquella misma ruta: las ramitas partidas y los helechos doblados y aplastados señalaban el tosco camino practicado a la fuerza entre la espesura.
Los destrozos parecían recientes —algunos de los tallos rotos eran verdes, húmeda aún su savia— y se habían producido probablemente en el transcurso de las últimas horas. Un examen más detenido podría haberle desvelado más, pero no había tiempo que perder y había seguido corriente abajo hasta que le llamó la atención un trozo de hilo, enganchado en un zarzal a la altura de la cintura. Esto sí se había parado a examinarlo, pero la penumbra propiciada por la inminente tormenta era tal que no había logrado determinar su color con certeza y había decidido dejarlo donde estaba.
Durante todo este tiempo había mantenido el arroyo a la vista, si bien lo atisbaba de forma intermitente, impedido por la tupida fronda que se adhería a las orillas. Unos pocos pasos más adelante, al llegar a un claro que se abría de repente entre los arbustos, pudo ver mejor el curso de agua. Descubrió que se encontraba al filo de un pequeño rectángulo de humus cubierto de hojas que bordeaba el arroyo, cuya orilla opuesta quedaba oculta tras la cortina de ramas de un sauce tras el que una muralla de acebo sin fisuras, a escasa distancia margen arriba, formaba una barrera impenetrable.
Cobijado de la lluvia y el sol por la rama extendida de un roble, a Madden le pareció un sitio tranquilo, y estaba observando un irregular anillo de piedras, tapadas casi en su totalidad por la hierba que había a un lado del rectángulo, preguntándose si las habría colocado allí la mano del hombre, cuando le llamó la atención otro objeto que había en el suelo, más cerca del lugar donde se encontraba.
—¡No, espera! —le dijo al agente—. ¡Hay algo más!
Lo que estaba contemplando no era más que una hoja de roble, y había tardado varios instantes en comprender por qué le había llamado tanto la atención de repente.
El color, marrón oscuro a la luz espectral, estaba comenzando a diluirse.
Se había acuclillado inmediatamente y la había cogido por el tallo con delicadeza. La lluvia había embadurnado la pátina que cubría la hoja; la costra seca estaba recuperando su forma líquida. En la cabeza de Madden no cabía la menor duda sobre lo que era.
Miró alrededor y vio más manchas de sangre; más hojas que exhibían las marcas delatoras. También la hierba verde estaba salpicada de diminutas motas del color de la herrumbre.
Madden retrocedió un poco en dirección a la maleza, se puso a cuatro patas y agachó aún más la cara para poder examinar el suelo minuciosamente, y fue en esa postura, como un sabueso venteando el rastro de su presa, cuando vio, sobresaliendo de debajo de las colgantes ramas de sauce al otro lado del arroyo, a la altura de los ojos, un pie enfundado en su calcetín.
En ese mismo instante un relámpago desgarró el cielo sobre su cabeza, con el trueno pisándole los talones. Antes de que los últimos ecos se hubieran apagado, Madden se había incorporado ya, se había quitado los zapatos y los calcetines y había vadeado la fría corriente que le llegaba a los tobillos para llegar a la otra orilla. Al apartar el frondoso velo del sauce descubrió el cuerpo de una joven tendida de costado en una estrecha cornisa. Sin esperanza, se agachó y buscó el pulso en la delgada muñeca blanca que descansaba encima de su cadera. No lo encontró. Estaba muerta. Fue entonces cuando llamó a Stackpole.
Durante el intercambio de gritos, los ojos de Madden permanecieron atareados. La postura del cuerpo, encajonado bajo un saliente de la orilla y abrigado por las ramas colgantes, indicaba que el asesino lo había ocultado premeditadamente. Y así podría haber seguido, pensó, si un trozo de la cornisa sobre la que yacía no se hubiera desmoronado y caído al arroyo, propiciando que el pie de la niña resbalara y quedara expuesto a la vista.
¿Sería así como la había encontrado Topper? ¿La habría descalzado él? No parecía probable.
El examen médico determinaría más tarde cuál era la causa de la muerte, pero a juzgar por su cabello empapado de sangre, que le cubría la cara, se diría que la habían golpeado en la cabeza, y las pruebas apuntaban a que el asalto había tenido lugar en la hierba salpicada de sangre que tenía ahora a su espalda…
Madden continuó tomando notas mentales fríamente, consciente de estar dejándose llevar por la fuerza de la costumbre, haciendo algo que hacía años que no practicaba, pero para lo que había sido adiestrado, aislando sus emociones del proceso de observación. Sin embargo, su despego lo abandonó un momento después, al apartar las guedejas apelmazadas para contemplar el rostro de la pequeña.
—¡Santo cielo! —Un jadeo horrorizado escapó de sus labios.
La muerte violenta no le era desconocida, había visto más de una víctima de asesinato cruelmente vapuleada, y durante los dos años que pasó en las trincheras había sido testigo de heridas indescriptibles: había visto cuerpos mutilados, desollados y descuartizados. Pero ni toda su experiencia lo había preparado para el espectáculo de la cara de Alice Bridger, machacado hasta quedar convertido en una pulpa roja donde no quedaba el menor rastro de rasgos humanos. Mientras lo observaba fijamente, con incredulidad, oyó la voz de Stackpole llamándolo no muy lejos.
—¿Estoy cerca ya, señor?
—Sigue el arroyo, Will. —Madden recuperó el habla, sin saber muy bien cómo—. Te llevará hasta mí. Y date prisa. Empezará a jarrear en cualquier momento.
Mientras hablaba, el trueno resonó de nuevo como un tambor gigante y la lluvia arreció. Madden lanzó una inquieta mirada de reojo al arroyo en el que se encontraba. El agua había excavado en la orilla la cornisa donde yacía el cuerpo de la niña y era imposible saber cuan deprisa podría desbordarse de nuevo con la tromba que se avecinaba. Se apresuró a agacharse de nuevo para estudiar el cadáver, memorizando su postura, atento a los detalles.
La falda azul claro enrollada alrededor de las caderas de la niña estaba embadurnada de sangre, al igual que sus muslos pálidos. En sus pequeñas nalgas desnudas se apreciaban unas marcas lívidas que empezaban ya a transformarse en moratones. El agua que lo rodeaba estaba sembrada de piedras sueltas y rocas, y Madden supuso que cualquiera de ellas podría haber servido de arma. De ser así, ya estaría completamente limpia.
Al estudiar la postura del cuerpo vio que le era posible observar el efecto pleno de los daños sufridos por el rostro de la joven porque ésta tenía la cabe/a torcida en lo que ahora notó que era un ángulo antinatural. Entraba dentro de lo posible que tuviera el cuello partido.
¿Sería así como había muerto? Eso esperaba. Pensar que podría haber estado viva y consciente cuando la piedra se elevó sobre su cabeza era casi insoportable.
—¡Ay, Dios… no!
Madden miro detrás de él. La alta figura de Will Stackpole había aparecido entre los arbustos de la otra orilla. La pesada capa azul del agente estaba chorreando agua. Su mirada no se apartaba de la lastimera figura ovillada que se atisbaba tras las ramas del sauce.
—¿Qué le han hecho a la niña? —Señaló con el dedo—. ¿Eso es su cara?
—Sí, se la han aplastado. Sabrá Dios por qué. —Madden dejó caer las ramas, disimulando el cadáver. Stackpole, pálido bajo su casco, se había quedado paralizado. Parecía incapaz de asimilar lo que acababa de ver—. Será mejor que no te acerques. Seguramente fue aquí donde la mataron. Y la violaron, por lo que parece. —Las palabras que eligió, tanto como el tono seco en que las pronunció, consiguieron devolver al agente de policía a un estado de alerta. Prestó atención a lo que estaba diciendo Madden.
—Podemos proteger el terreno, o intentar cubrir el cadáver. Pero no las dos cosas.
Stackpole asintió con la cabeza para indicar que lo entendía y levantó la mirada hacia el cielo. Aunque la lluvia se intensificaba constantemente, la tormenta aún no había descargado toda su furia sobre ellos. Se sacó la lona de debajo del brazo. Incapaz de decidirse, miró al cuerpo que yacía a sus pies, de éste a la hierba, y de ésta nuevamente al cadáver. Una repentina ráfaga de viento le duchó la cara de gotas de agua.
—¿Usted qué opina, señor? —Su mirada era implorante.
Madden frunció el ceño a modo de respuesta.
—Bueno, el arroyo es probable que crezca, así que quizá haya que trasladar el cuerpo. —Hizo una pausa, dándole vueltas al problema en su cabeza—. Cubramos ese trozo de césped —decidió.
Mientras Stackpole se atareaba desenrollando la lona, Madden volvió a cruzar el arroyo, deteniéndose para recoger una brazada de piedras del lecho del río que los dos hombres colocaron a continuación en las esquinas de la lona extendida sobre la cual la lluvia tamborileaba ahora con insistencia.
—La policía de Guildford no sabrá llegar hasta aquí. Tendré que ir a buscarlos. —Madden hubo de gritar para hacerse oír por encima de las sucesivas andanadas de trueno, mientras pugnaba por volver a ponerse los calcetines y los zapatos, haciendo equilibrios primero con un pie, luego con el otro. Después de pasar tanto tiempo inmerso en el agua helada había perdido toda la sensibilidad en los dedos—. Échale un ojo al arroyo, Will. Las aguas subirán sin que te des cuenta.
Aguardó un momento más para mirar a su alrededor, debatiéndose entre la necesidad de correr a reunir a los detectives y la tarea no menos urgente que se había impuesto de buscar cualquier posible pista dejada por el asesino, pruebas que se podrían destruir o perder con la tormenta, que ahora bramaba desatada sobre sus cabezas. Mientras Madden permanecía allí plantado, tiritando dentro de su chaqueta de tweed completamente empapada, cayó un telón de lluvia y en cuestión de un segundo se vio inmerso en una rociada de gotas cuando el agua atravesó la endeble techumbre de hojas que lo guarecía.
Atrapado en el aguacero, su mirada recayó una vez más en el anillo de piedras que había visto antes. En los últimos minutos se le había ocurrido una respuesta a la pregunta que llevaba haciéndose desde que entrara en el bosque, y ahora miró en rededor en busca de más indicios que pudieran confirmarla. Su inspección del escenario velado por la lluvia apenas si acababa de comenzar, no obstante, cuando la interrumpió un grito procedente de Stackpole. Madden miró a tiempo de ver cómo el agente se zambullía en el arroyo sin descalzarse. Tal y como previera antes, el nivel del agua había crecido a una velocidad alarmante y Stackpole estaba ya hundido hasta las rodillas en el torrente espumoso, esforzándose por no perder el equilibrio mientras se quitaba la capa.
—¡Pásamela, Will!
Madden llegó a la orilla en un momento, y se plantó presto mientras el agente de policía apartaba la pantalla de ramas de sauce y levantaba el cadáver de Alice Bridger del agua encrespada, envolviendo su forma liviana en su capa y en precario equilibrio para entregarle el bulto a Madden.
Aun amortajado en el pesado material impermeable, el cuerpo de la pequeña era una carga insignificante. Madden retrocedió con cuidado para evitar pisar la tela y la dejó en el suelo junto al trozo de lona. La capa se abrió en ese momento, y los rasgos desfigurados de la muchacha volvieron a dejarlo conmocionado. Se apresuró a cubrirla de nuevo.
Stackpole, mientras tanto, había vadeado el arroyo y estaba sacudiéndose como un perro mientras el agua caía de su casco formando una catarata. Rodeó con cuidado la hojarasca, procurando no dejar huellas en la hierba empapada, y se reunió con Madden en la linde de los arbustos. Los dos hombres contemplaron el caudal embravecido, que ya había inundado la cornisa donde yaciera el cadáver y se encontraba peligrosamente cerca de desbordar la orilla donde se hallaban junto a la lona extendida.
—Creo que vamos a perder el terreno, señor. —Stackpole se escurrió los bajos del pantalón, adheridos a sus botas caladas de agua.
—No, me parece que no, Will. Se está pasando. ¡Mira! —Madden señaló al cielo, que estaba despejándose con rapidez. También la lluvia había amainado considerablemente, y cesó sin previo aviso. El sol se asomó entre las nubes que se deshilachaban, bañando el bosque y el arroyo crecido con una suave luz vespertina. El sonido del agua goteante llenaba el silencio que los rodeaba. El agente de policía se sacó un pañuelo del bolsillo y se enjugó la cara.
—¿Va a ir en busca de esos detectives, señor?
—Sí. Enseguida. —Mientras estaban allí parados, los pensamientos de Madden habían regresado al problema con el que estaba peleándose antes. Al mirar alrededor, su mirada había reparado en un abedul que se levantaba fuera del círculo de arbustos, con el tronco pálido parcialmente camuflado por la maleza. Lo señaló—. Quiero echarle un vistazo a eso.
Desconcertado, el agente siguió su ejemplo y rodearon el anillo de hierba hasta llegar al abedul, donde Madden se acuclilló, separando las ramas de un laurel que crecía silvestre junto a la orilla.
—¡Sí! Ahí… ¡Fíjate, Will!
Stackpole miró por encima de su hombro y vio que el tronco estaba surcado de líneas grabadas en la corteza, extraños diseños rúnicos practicados con un cuchillo u otro instrumento afilado.
—Son obra de vagabundos. Este es uno de sus campamentos. Por eso se apartó Topper del sendero. Se dirigía hacia aquí… —Madden cambió el peso del cuerpo sobre las ancas. Indicó a su espalda con el pulgar—. Ese círculo de piedras que hay allí en el suelo… ahí es donde encienden sus fogatas. Ahora no se ve porque está cubierto de hierba. Pero mira estas marcas… ésa es de Topper.
El agente de policía guiñó los ojos y distinguió la forma de una cruz tallada en el tronco, inscrita en un círculo de tosca factura.
—Es una tarjeta de visita. Una señal de que estuvo aquí. Igual que esas otras.
Stackpole pasó los dedos por los surcos, finos y tenues.
—Pero son antiguas, señor, yo diría que ninguna de ellas se hizo este verano…
—¡Excepto ésta…! —Madden señaló un dibujo labrado en el tronco un poco más abajo que el resto. Mostraba un triángulo atravesado por una raya.
—Esa es reciente, de acuerdo —reconoció Stackpole. La observó más de cerca—. La corteza se ha quitado hace poco. La madera todavía está blanca. Caray, pero si podrían haberla hecho hoy…
—Seguramente así sea. —Madden se incorporó—. Topper le dijo a Helen que iba a reunirse con alguien por esta zona, un tal Beezy, otro vagabundo, por lo visto. Esa marca podría ser suya.
—¿Quiere usted decir que podría haber pasado por aquí antes, este Beezy? —Stackpole miró del tronco escarificado al lugar donde yacía el cadáver de la niña, envuelta en su capa. Su expresión cambió al comprender la importancia de lo que estaba diciendo.
Madden asintió con la cabeza.
—Estuvo aquí, en efecto, a juzgar por lo que sabemos. La cuestión es, ¿dónde está ahora?