Fue el azar lo que llevó a los Madden a Brookham aquel día.
Primero, se habían acercado a Reigate en coche para asistir a un almuerzo, y si las cosas hubieran seguido su curso habitual habrían regresado directamente a Guildford siguiendo la carretera principal. Pero lo espléndido del tiempo era demasiado tentador como para resistirse a interrumpir su viaje y tomar el estrecho camino de herradura que conducía por las empinadas cuestas de Colley Hill hasta lo alto de las North Downs.
Era una caminata que ya habían dado muchas veces —la fama que tenía la vista desde la cima estaba justificada— y durante más de una hora habían paseado cogidos del brazo bajo el sol de finales de verano, deteniéndose de vez en cuando para contemplar una amplia franja del sur de Inglaterra, un mosaico de sembrados, setos y bosques que se extendía hasta el lejano horizonte.
Un territorio donde reinaba la paz aquel año de 1932.
Para cuando regresaron a su vehículo, sin embargo, la tarde estaba avanzada y se encontraron la carretera principal atestada de parsimoniosos domingueros que habían salido a dar una vuelta. Fue entonces cuando decidieron dar un rodeo y volver a casa por caminos secundarios menos transitados.
Madden conducía con un ojo puesto en la carretera y otro en el cielo, cada vez más oscuro. Un banco de nubes llevaba ya tiempo amasándose en el oeste, y aunque la cosecha había acabado y se había terminado de preparar el heno, una granizada que cayera ahora provocaría costosos daños a los cultivos de verduras que estaban madurando aún en los campos.
Con la mirada puesta como la tenía en la parte superior del parabrisas, podría haber pasado por delante de la hilera de casitas rurales sin ver nada extraño si Helen no le hubiera dado un toque en el brazo.
—¡John! Fíjate…
Estaban cruzando una pequeña aldea llamada Brookham, todavía a unos pocos kilómetros de casa. Había un grupo de hombres reunido delante de una de las mencionadas casitas. Algunos estaban en el jardín, otros fuera de la valla. Había un clima de expectación en el ambiente.
Madden detuvo el coche.
—¿Qué será, tú qué crees? —Helen era médica y lo primero que había pensado era que quizá se requirieran sus servicios.
Madden no respondió. Aquella escena le recordaba algo. Poseía una familiaridad lúgubre, aunque hacía años que no veía nada parecido.
En aquel momento se abrió la puerta de la casa y surgió de su interior la figura uniformada de un agente de policía. Con la altura que le prestaba su casco, señoreaba sobre los hombres congregados ante él.
—¡Dios santo! —exclamó Helen sin aliento, asombrada—. ¡Pero si es Will!
Will Stackpole era el poli rural de Highfield, donde vivían.
—¿Qué demonios estará haciendo aquí?
Poco dispuesto a aventurar una respuesta, Madden se limitó a sacudir la cabeza.
Sentía ya, no obstante, un escalofrío premonitorio.
La niña se llamaba Alice, según les contó Will Stackpole. Alice Bridger. Una amiga y ella habían salido poco antes de mediodía a dar un paseo hasta el pueblo vecino de Craydon, a algo menos de dos kilómetros de distancia, por un camino paralelo a la carretera que unía ambas poblaciones.
—Iban a almorzar allí con una amiga, y luego las tres planeaban asistir juntas a una fiesta de cumpleaños más tarde.
Al ver a Madden y Helen cuando se apearon del coche, el agente se había separado del grupo de hombres y había cruzado la carretera de inmediato para hablar con ellos, con la frente surcada de arrugas de preocupación. No había intentado disimular el alivio que le producía su aparición.
Al parecer Alice, que recientemente había cumplido los doce, y su amiga, una niña que respondía al nombre de Sally Drake, sólo habían cubierto la mitad de la distancia que las separaba de su destino cuando Sally se dio cuenta de que se le había olvidado traer el regalo de cumpleaños que le había envuelto su madre esa mañana —se trataba de una caja de dulces caseros— y se apresuró a volver a Brookham para cogerlo, dejando a Alice en un punto del camino donde éste discurría paralelo a una franja de terreno densamente arbolado conocida como Capel Wood.
Acordaron que Alice la esperaría allí, según había declarado después Sally, pero al regresar —después de no más de diez minutos— de su amiga no había ni rastro. Pensando que habría decidido continuar sin ella, Sally siguió andando camino de Craydon en solitario, tan sólo para descubrir que Alice no había llegado al hogar de su amiga y que no la había visto nadie.
—La familia telefoneó a los Bridger y Fred se acercó a pie hasta Craydon personalmente, buscando a su hija —les dijo Stackpole a los Madden—. Trabaja de encargado de la vaquería en una granja de gran tamaño por aquí cerca. En cualquier caso, se disponían a llamar al poli de la localidad cuando recordaron que éste tenía el día libre, de modo que se pusieron en contacto conmigo, al ser el siguiente más próximo. De eso hace tres horas.
Mientras el agente de policía hablaba, a lo lejos retumbaban los truenos. Entretanto, los hombres congregados al otro lado de la carretera se habían dado la vuelta para observarlos y Helen vio que sus miradas apuntaban a su marido. Antes de casarse Madden había sido policía —inspector de Scotland Yard— y tanto su nombre como su reputación eran de sobra conocidos en la zona.
—No nos faltan voluntarios deseosos de ayudar —dijo Stackpole, enjugándose la frente. El aire se había estancado con la proximidad de la tormenta—. Hemos recorrido la carretera arriba y abajo, rastreando los campos a uno y otro lado, y también el bosque, pero no hay ningún indicio de la muchacha. Sólo hemos encontrado su regalo.
—¿Su regalo? —preguntó Helen.
—El regalo que pensaba darle a la niña del cumpleaños. Un par de manoplas envueltas en papel de colores. Estaba tirado en la cuneta junto al camino, cerca de donde la dejó la otra chica.
Helen miró de reojo a su marido. Madden todavía no había mostrado ninguna reacción. Se había limitado a escuchar.
—¿Dónde están los Bridger? —preguntó.
—Fred ayudó en la búsqueda, pero ahora ha ido a reunirse con su esposa. Algunas de las mujeres han estado haciéndole compañía. Esa es su casa. —El agente señaló a su espalda. Volvió a enjugarse la frente. Comenzaba a acusar la tensión acumulada durante las tres últimas horas.
—¿Han avisado a su médico, Will? Brookham está dentro de la jurisdicción de David Rowley, me parece.
—Llegó hace media hora y le administró un sedante. Luego anunció que estaría en el campo de golf, por si alguien lo necesitaba. —A Stackpole le tembló el labio.
—No seguirá allí mucho tiempo —comentó Helen mientras un relámpago veteaba el frente de nubes, seguido de otro trueno reverberante—. Iré a verla en persona. —Pero, cada vez más nerviosa como estaba, se quedó en el sitio, cogida del brazo de su marido, poco dispuesta a apartarse de él ahora.
—¿Puedo hacer algo, Will? —Madden habló por primera vez. También él era consciente de las miradas puestas en su persona. Ya había saludado con la cabeza a un par de hombres a los que conocía de vista.
—Gracias, señor, pero he telefoneado a Guildford y van a mandar refuerzos. Por lo visto habrá que agrandar el radio de búsqueda.
—¿Y detectives? —El ceño fruncido de Madden era inconsciente. Indicaba su preocupación.
—Los he solicitado, y me han dicho que vienen de camino un par de hombres de paisano. —Stackpole hizo una mueca a su vez al reparar en la expresión de su interlocutor—. Ah, no hay nada peor en este trabajo, ¿verdad, señor? Nada peor que la desaparición de un menor. Lo único que podemos hacer es avisar a las demás comisarías y seguir buscando.
A pesar de la preocupación que sentía, a Helen le alivió escuchar que no iban a necesitar los servicios de su marido. Le apretó el brazo. Voy a ver cómo está la señora Bridger —dijo, pero justo en ese momento le llamó la atención algo que vio al otro lado de la carretera, y se detuvo. La puerta principal de una de las casitas próximas al final de la hilera se había abierto y había salido a la calle un hombre de pelo rubio. Miraba a su alrededor con expresión agitada.
—¿No es ése Dick Henshaw? —preguntó—. Molly y él vivían en Highfield. Ella era paciente mía.
Stackpole miró en rededor, y al hacerlo el hombre reparó en él y se apresuró a acercarse a él.
—Es Dick, en efecto. —El agente frunció el ceño—. ¿Le pasará algo?
Se apartó y los dos se encontraron en medio de la carretera. Una cabeza más alto que su interlocutor, Stackpole tuvo que agacharse para oír lo que tenía que decirle el otro hombre. Se quedaron así quizá dos minutos mientras Madden y su esposa los observaban junto a su vehículo.
De repente, el agente de policía giró sobre los talones y regresó con ellos a paso vivo.
—Por lo visto sí que me va a hacer falta su ayuda al final, señor. —Se dirigió a Madden con voz baja y controlada, pero su lenguaje corporal delataba su nerviosismo.
—¿De qué se trata, Will? ¿Qué ha sucedido? —Los dedos de Helen se crisparon sobre el brazo de su marido.
—Se lo contaré en un momento, doña Helen. Pero ahora, ¿les importaría acompañarme, los dos? Sólo les pido que caminen con discreción. No quiero que el grupo ése del otro lado de la carretera se entere.
Acompañados de Henshaw, subieron por la avenida hasta el final de la hilera de casitas de campo y a continuación, siguiendo los pasos del agente, tomaron un camino que rodeaba los edificios por detrás. En cuanto hubieron perdido de vista a los hombres, Stackpole se detuvo.
—Corre a decirle a Molly que ya vamos, Dick. Y procura no armar mucho ruido.
Esperó a que Henshaw se alejara lo suficiente. Pero Helen no podía contener su ansiedad.
—¿Qué ocurre, Will? —susurró—. ¿A qué viene todo esto?
El agente de policía sacudió la cabeza de frustración.
—No estoy seguro. Lo único que sé es que un antiguo amigo suyo está sentado en la cocina de Molly, comportándose de forma extraña. —Les lanzó una mirada que hablaba por sí sola—. Se trata de Topper —dijo.
Helen enarcó las cejas al oír aquel nombre. Miró a su marido de soslayo.
—No sabía que hubiera vuelto ya. Llevamos semanas esperándolo. Estaba empezando a preocuparme.
—¿Ha visto a la niña? —preguntó con apremio Madden.
—Precisamente, señor. No sé… —La expresión de Stackpole era circunspecta—. Se trata de algo relacionado con un zapato. Molly sabrá decirnos más. El caso es que él ha enmudecido y ella no consigue arrancarle ni una palabra. Ya conoce usted al viejo Topper. Le basta con ver un uniforme de policía a lo lejos para cerrarse en banda. Por eso me preguntaba señor, si no podría usted intentar algo. A ver si logra usted que se suelte.
Mientras aguardaba una respuesta, resonó otro trueno, más fuerte que antes, y la luz del atardecer se atenuó todavía más.
—Lo intentaré si quieres, Will —dijo Madden, tras una pausa. Sonaba dubitativo—. Pero te equivocas de persona. —Sonriendo, miró a su mujer de reojo—. Deberías pedírselo a Helen. Si Topper va a hablar con alguien, será con ella.