F´HAN
Maritia escudriñó el hosco paisaje, tan diferente de las fértiles tierras de Ambeon y a sólo unas horas a caballo hacia el sur. Los riscos salían de la tierra como garras salvajes. Hacía mucho más calor que cuando habían salido de la capital de la colonia. El olor almizcleño de los minotauros se mezclaba con el del sudor de los caballos. La poca brisa sólo servía para echarles arena a la cara. El único signo de vida que había visto en varias millas eran unos pocos matorrales raquídeos y una víbora marrón que se escabulló antes de que los imponentes caballos de guerra pudieran pisarla. Se suponía que había un río por allí cerca, pero alrededor sólo se veía desierto.
—No deberíamos estar aquí —apuntó un viejo oficial que había a su derecha.
—Tranquilo —contestó Maritia—. Al fin y al cabo, estamos en tierras de nuestros aliados.
Otro de sus acompañantes resopló. Maritia lo miró reprobadamente. A pesar de su comentario, ella también era consciente de los peligros. Golgren gobernaba con mano férrea los dos reinos de los ogros, pero no había que olvidar a los asaltantes y forajidos.
El sol empezaba a ponerse. Según los cálculos de Maritia, no tendrían que esperar mucho más. Bastion siempre había estado obsesionado con la puntualidad y estaba segura de que no habría cambiado.
Las sombras de los riscos del oeste se alargaban. Las rocas repitieron el grito áspero de un pájaro. El grupo estaba rodeado por las altas formaciones de piedra. Era el lugar perfecto para una emboscada, algo que intranquilizaba a Maritia.
La minotauro ordenó a todos que desmontaran. Tenía la intención de recibir a Bastion respetando las tradiciones de tregua de los minotauros, a pesar de que tal vez entonces fuera un aliado de los rebeldes. Sus pies acababan de posarse en la tierra cuando se oyó el eco lento y constante de unos cascos que se acercaban de frente. Su escolta echó mano a las armas.
—¡Quietos! —ordenó Maritia, aunque ella misma sentía el impulso de desenvainar la espada—. ¡Respetaremos las leyes de la tregua!
La trápala dejó de oírse.
En el camino en sombras que discurría ante ellos apareció una figura de pelaje oscuro, con el hacha cruzada a la espalda. Detrás caminaban cuatro minotauros más. Cada uno llevaba un caballo de las riendas.
Uno de los soldados no pudo contenerse:
—¡Lord Bastion!
Maritia había avisado a sus cuatro acompañantes, cuatro minotauros que la seguían con devoción, que iban al encuentro de su hermano, pero ni siquiera ella pudo evitar contemplar con asombro al minotauro perdido tanto tiempo atrás. Ver a Bastion vivo, respirando…, y comprobar por sí misma que su traición era cierta…
El minotauro oscuro tendió las riendas de su caballo a otro rebelde. Ese movimiento era una señal, pues los cuatro acompañantes de Bastion se detuvieron, dejando que el hijo de Hotak se acercara a su hermana siendo totalmente vulnerable. Maritia hizo lo propio, abandonando también su montura y a la escolta detrás. Se esforzó en mantener la mano alejada de la funda de la espada, por mucho que se sintiera tentada a desenvainarla. Bastion y Maritia se encontraron a medio camino, lo suficientemente alejados de los dos grupos como para hablar sin que los oyeran.
—Comandante de Ambeon —declaró su hermano respetuosamente—. Un título bien merecido.
—Como el de heredero del trono —respondió ella con frialdad.
—Yo nunca lo deseé. Ésa fue una decisión de nuestro padre.
—En ese momento, me parecía buena idea, Bastion.
El minotauro frunció el entrecejo.
—¿En ese momento, Mari?
—¿Qué haces junto a los rebeldes? —preguntó con franqueza—. Si sobreviviste a tu supuesta muerte, algo obvio, ¿por qué no regresaste directamente al imperio? ¿Cómo pudiste traicionar todo lo que nuestro padre te inculcó, maldito seas?
Bastion iba a decir algo, pero después lo pensó mejor. Un momento después, por fin, respondió:
—Porque no tenía oirá alternativa, Porque el camino que elegimos para nuestro pueblo está mancillado y su maldad no hace más que crecer, su único destino es el caos y la muerte.
—¡Habla claro! —gritó Marina con brusquedad.
—¿Quieres franqueza? Pues escúchame. Creo que fue Ardnor quien intentó matarme.
Le contó rápidamente lo que había sucedido: el asesino a bordo de El Señor de las Tormentas, cómo había luchado contra él y había caído al mar, cómo lo habían rescatado los rebeldes y cómo esos mismos rebeldes habían encontrado el cadáver de un Defensor con las mismas heridas que Bastion había infligido a su atacante.
Maritia escuchó, boquiabierta, todo el relato.
—¡No…, no puedes estar hablando en serio! —exclamó cuando hubo acabado—. ¡A pesar de todos sus defectos, Ardnor nunca se hubiese prestado a algo así!
Con expresión sombría. Bastion asintió. Después, añadió lentamente:
—Eso no es todo. Mari…, sospecho que la muerte de nuestro padre tampoco fue un accidente.
—¿Qué quieres decir ahora? ¡Claro que fue un accidente! ¿Qué si no…?
La expresión de Bastion se ensombreció aún más.
—Mari…, creo que nuestra madre utilizó su magia para provocar la muerte de nuestro padre y entregar el trono a Ardnor.
Aquello era demasiado. Una herejía así en labios del hermano antaño tan querido…
—¡Estás loco! —gritó—. ¡Debe de ser que te ha entrado agua y ha ahogado tu buen juicio! Tengo mis diferencias con nuestra madre y con Ardnor, pero…, pero… —Sacudió la cabeza—. Tal vez Ardnor fuera capaz, sólo tal vez, ¡pero nuestra madre jamás! ¡Ella y nuestro padre se adoraban! ¡Trabajaron juntos toda su vida para liberar a nuestra raza de la corrupción de Chot! ¡No puedo creerlo! Eso no son más que mentiras de los rebeldes que tú has aceptado como un necio.
—No, Mari, yo…
La hembra de minotauro lo señaló con un dedo acusador.
—¿Tienes pruebas?
—Las pruebas son un asunto complejo…, pero sé lo que creo.
—¿Cómo podrías ni siquiera saber lo que le sucedió a nuestro padre? ¡Ya habías desaparecido! ¡Seguramente ya eras un traidor!
Su estallido de ira puso en movimiento a la escolta rebelde. Uno de ellos desenvainó la espada y avanzó unos pasos. Los demás echaron mano de las hachas. Su reacción provocó la de los legionarios. Con las armas en alto, avanzaron hacia los rebeldes.
Bastion se volvió hacia sus compañeros.
—¡Atrás! ¡No deshonraremos la tradición de la tregua, pase lo que pase!
Maritia lanzó una mirada furiosa a sus soldados.
—¡Ya habéis oído a mi hermano! ¡Yo tampoco permitiré el deshonor!
Maritia volvió la mirada torva hacia su hermano, que la contemplaba con su habitual calma. Por primera vez en su vida, esa tranquilidad le resultó exasperante.
—¡Me convocaste aquí por alguna razón, Bastion! Suéltala y tomaremos una decisión. ¿Ya estás preparado para volver al imperio? ¿Es eso? Siempre que no hayas cometido ningún crimen atroz, tal vez…
—No. Mari. No voy a volver. No, mientras nuestra madre y Ardnor dominen el reino.
Se le aceleró el pulso.
—¿Entonces?
—Tengo que transmitirte una oferta que puede ser el final pacífico de esta guerra civil…
—¿Guerra civil? ¡Insurrección!
Bastion resopló.
—Llámalo como quieras. Faros ha aceptado este plan, que fue sugerencia mía. Propongo que…
—Faros.
Era el nombre que había leído en los informes, pero del que se sabían muy pocas cosas con seguridad. Se suponía que era el cabecilla de la rebelión, un esclavo que había escapado de los campamentos de los ogros. Había logrado derrotar a Golgren en un combate cuerpo a cuerpo, y Maritia sabía que aquello no era poco. Nunca había osado ofender a Golgren preguntándole sobre lo ocurrido.
—Así que… —dijo, pensando rápidamente— ¿conoces a ese Faros?
—Tú misma lo has visto en persona. Incluso antes de Vyrox. Faros, Mari, el hijo de Gradic, el hermano menor de Chot.
La minotauro intentó relacionar ese nombre con un rostro, pero no estaba segura.
—¿Ese vividor? Creo que lo recuerdo. ¡Pero ése era la personificación de todo lo que el imperio detesta, un jugador y un borracho! ¡Además de un guerrero lamentable! ¡No puedes referirte a él! ¿Ese Faros?
La expresión de su hermano cambió, se iluminó con una luz que Maritia nunca había visto en él. Bastion controló sus emociones rápidamente, pero su hermana había reconocido la rabia que había sentido ante los insultos dirigidos al líder de los rebeldes.
—Ese Faros, como tú dices, sobrevivió a los látigos y al aire envenenado de Vyrox, a la rebelión de los esclavos que tú misma presenciaste, a las humillaciones y a los horrores de la esclavitud de los minotauros en los campamentos de los ogros. No hace falta que te recuerde las historias que describen la lucha de nuestros antepasados para librarse del yugo de los ogros.
—¡Por ese Faros corre sangre de Chot! ¿Qué importa su sufrimiento? ¡Debería haber muerto ejecutado esa noche! ¿En qué escondrijo se metió?
—Ya no existe el Faros que tú conociste. El Faros de ahora comprende la verdad de las cosas; está conviniéndose en un líder. No sólo atrae a los esclavos de muchas razas…
—¡La chusma de Ansalon!
—… sino también a legionarios.
—¡Traidores! ¡Simple y llanamente! ¡El sobrino de Chot es el misterioso líder de la rebelión! —A Maritia le habría parecido cómico de no ser por la seriedad con que se lo tomaba su hermano—. ¿En qué consiste esa gran oferta?
—Hay una isla en la costa de Kern…
Con la brevedad que lo caracterizaba, Bastion le explicó la propuesta. El final de la lucha. Los rebeldes viviendo en una colonia independiente. El imperio podría avanzar hacia Ansalon sin nada que lo distrajera.
Maritia vio las ventajas de inmediato. Los conflictos allí y en el mar estaban agotando al ejército. Los ogros controlaban parte de Neraka, y Ambeon se extendía más allá de las fronteras del antiguo Silvanesti, pero por el momento la expansión del imperio estaba bloqueada. Si seguían haciéndolo, las legiones y las rutas de abastecimiento quedarían muy desprotegidas. Un enemigo del nivel de los solámnicos aprovechaba cualquier punto débil.
Sin embargo, no tenía sentido autorizar que una isla se convirtiese en el cuartel general de unos rebeldes. El sobrino de Chot, simplemente por ser quien era, atraería reclutas de todas partes. En cuanto se descubriera que Bastion estaba vivo y era leal a Faros, la rebelión estallaría y sería imposible de contener.
—Ni hablar —contestó secamente.
El minotauro de pelaje negro no pensaba darse por vencido fácilmente.
—Mari, si por lo menos tú…
—¡He dicho que ni hablar! —estalló Maritia. Miró a Bastion como si fuera la primera vez que lo veía—. ¿Cómo pudiste pensar que ni siquiera consideraría algo así, mucho menos hablar en tu nombre a Golgren o a Ardnor? ¡Una traición así a nuestro padre!
—¡Nuestro padre nos enseñó que lo primero y más importante es el honor, Mari! ¡Faros ofrece una solución honorable! ¿Puedes decir que nuestra madre y nuestro hermano están actuando con honor? ¡He vivido las acciones de los Defensores en mis propias carnes! ¡He oído las historias de las desapariciones de todo aquel que se atreva a criticar al templo! ¿Eso no hace que te sientas incómoda? ¿Éste era el imperio con el que soñaba nuestro padre?
—¡Seguro que nunca soñó que te unieras a la rebelión y acusaras a nuestra madre de tales atrocidades!
Antes de que Maritia pudiera darse cuenta de lo que hacía, había desenvainado la espada y la sostenía a un milímetro del cuello de su hermano.
Los rebeldes volvieron a reaccionar, lo que provocó otra vez el avance de los soldados de Maritia. Bastion no se movió, pero hizo un gesto leve con la mano para ordenar a su escolta que se quedara donde estaba.
—No deshonraré la tregua —repitió secamente.
—Ni yo —logró decir Maritia. Dio un paso atrás y bajó la espada—. He escuchado tus palabras, Bastion, ¡y las rechazo en memoria de nuestro padre! Si no fuera por las leyes de la tregua, ¡te haría preso, o incluso te retaría a un duelo aquí y ahora!
—Mari…
—¡Vuelve con tus amigos los rebeldes! ¡Mi verdadero hermano se ahogó en el mar! ¡Él nunca traicionaría todo aquello en lo que creía mi padre, nunca seguiría al linaje de Chot! ¡Vete! ¡Pronto estaréis todos muertos! —Maritia se obligó a sí misma a envainar la espada—. Vete, antes de que caiga tan bajo como tú y olvide mi honor…
El joven se quedó donde estaba durante unos segundos, observándola como si buscase algo en sus ojos. Fuera lo que fuera lo que buscaba, evidentemente Bastion no lo encontró, pues acabó por sacudir la cabeza y darse la vuelta. Maritia vio cómo se alejaba. Una parte de ella quería atravesarlo con la espada; otra, simplemente, quería estar muy lejos de allí.
Mientras se dirigía hacia sus compañeros, la esbelta figura volvió la vista hacia atrás.
—Adiós, Maritia —dijo con dulzura—. ¡Que Sargas te proteja!
La hembra resopló al oír que pronunciaba el nombre del dios. Maritia había crecido adorando únicamente a su padre y a la fuera de las armas. Entonces, al girarse, las dudas se apoderaron de día. Dio unos pasos hacia su hermano.
—¡Espera! —gritó.
Bastion se giró lentamente y volvió a su lado.
—¿Qué? —le preguntó en voz baja.
—¿Por qué Faros está tan ansioso por proponer este pacto?
—Ya le dije que fue idea mía. Él lucharía eternamente, pero por mí, por sus seguidores y, sí, por el imperio, aceptó mi propuesta —respondió el minotauro con cautela.
Maritia asintió, pensativa. Nadie, aparte de ellos dos, pudo oír lo que dijo a continuación. Nadie, aparte de Bastion, pudo ver cómo se quitaba un sello del dedo, con el blasón del corcel de guerra en el centro.
—Nuestro padre nos dio uno de estos anillos únicos a cada uno.
—Desgraciadamente, el mío se perdió en el mar.
—Sabes que yo no me separaría de él si no estuviera hablando en serio. Tómalo como prueba de mi aceptación de encontrarme con tu Faros y discutir ese plan vuestro. No se lo digas a nadie más que a él.
—Claro. —Una nueva luz había vuelto a los ojos de Bastion—. Mari, esto es lo mejor…
La minotauro no mostró sus sentimientos.
—Es preferible que te vayas ya.
Bastion asintió, deslizó el anillo en un morral que llevaba colgada del cinturón y se encaminó hacia sus compañeros. Maritia regresó junto a los soldados. Se volvió para observar cómo su hermano montaba en el caballo y desaparecía por el camino en sombra.
—¿Vamos a dejarles ir sin más? —preguntó un oficial enfadado, aunque sabía perfectamente que Bastion era hermano de Maritia.
—¡Las tradiciones de la tregua! —exclamó la hija de Hotak con vehemencia.
Su mente pensaba a toda velocidad. No sabía por qué había aceptado reunirse con Faros, no sabía si de verdad estaba dispuesta a llegar a un acuerdo o no.
—¿Tú también tienes problemas con el concepto del honor?
El minotauro inclinó los cuernos.
—No, mi señora.
Maritia se volvió rápidamente hacia sus subordinados.
—¡Vamos! ¡Montad! ¡Quiero llegar a la capital antes que Pryas! No me fío de ese Defensor…
Maritia montó de un salto en su caballo y lo espoleó. No prestó la menor atención a los legionarios, que a duras penas lograban seguirla. Lo único importante entonces era llegar a la colonia lo antes posible. Maritia tenía muchas cosas que hacer, y todo tendría que hacerlo con mucha discreción. El treveriano, Novax, era la prueba de que Bastion seguía teniendo muchos amigos y admiradores entre los legionarios. No quería que su hermano lo descubriera.
Después de tanto mencionar el honor, Maritia sabía lo que tenía que hacer. Planeaba traicionar a su propio hermano. Le había mentido. No podía perder una oportunidad así. Consentiría en encontrarse con Faros y, a diferencia de esa vez, le tendería una emboscada. Quería al líder de los rebeldes vivo, pero de un modo u otro, conseguiría que Faros Es-Kalin dejara de ser una amenaza para el imperio.
En cuanto a Bastion… Su hermano había tomado una decisión estúpida. Su padre les había enseñado a respetar el honor, pero Bastion había olvidado que Hotak creía en la victoria por encima de todo. Había masacrado a Chot y a su familia durante la Noche Sangrienta. Ella se encargaría del sobrino en aquella farsa de tregua. Todo por el bien del imperio.
Si en la emboscada Bastion trataba de detenerla… Se juró a sí misma que cumpliría con su deber por mucho que le doliera.
El musculoso ogro Nagroch aguardaba impaciente, observando a Maritia y a Bastion, que por fin se separaban. Su grupo llevaba escondido durante lo que parecían horas entre los riscos que dominaban el lugar del encuentro. Le dolían los brazos y las piernas a causa de la inmovilidad y le pitaban los oídos de tanto esforzarse por oír.
—Bya syng… Vamos ya —murmuró su hermano, después de que se hubieran ido los rebeldes y, a continuación, los minotauros.
Belgroch no sabía lo que era la paciencia. No se había sentado junto a Golgren el tiempo suficiente para entenderlo. El ogro mayor sabía que estar a la cabeza de esa misión tan importante significaba que sobre esa cabeza, y no sobre otra, recaería todo el peso del fracaso. Y no le cabía duda de que la cabeza rodaría por el suelo si electivamente se producía ese fracaso.
Diez guerreros más, elegidos uno a uno por Nagroch, esperaban sobre sus monturas a cierta distancia de los dos hermanos. Ellos tenían aún menos paciencia, pero temían a su líder, así que debían contentarse con echarse hacia adelante y hacia atrás en la silla de montar. Era una forma de relajación muy antigua, utilizada por los chamanes cuando entraban en trance. Los guerreros la utilizaban cuando se enfrentaban a esperas interminables.
—Nya bya syng —gruñó Nagroch como respuesta.
Esperarían la señal que el Gran Señor les había prometido. No sabía en qué forma se revelaría, pero su señor había dicho que se produciría y que sería clara.
—Nagroch…
Se sobresaltó. ¿Acababa de oír la voz de Golgren en su cabeza?
De repente, el ogro se dio cuenta de que había alguien delante de él. ¡Un Uruv Suurt! Se echó hacia atrás para alcanzar su arma, pero se quedó boquiabierto al comprobar que el minotauro estaba fuera de su alcance y además flotaba varios pies sobre el suelo.
—¿Zola un, i’Nagrochi? —inquirió Belgroch, mirando a su hermano con curiosidad.
Nagroch se dio cuenta de que él era el único que podía ver a la figura fantasmagórica flotando ahí delante, una figura que recordaba haber visto en otro encuentro en el pasado. El Uruv Suurt llamado Kolot, hijo de Hotak.
—Nagroch —la voz de Golgren se oyó de nuevo.
Aunque la voz resonaba en la cabeza del guerrero, de alguna manera sabía que provenía del espectro. Nagroch abrió desmesuradamente los ojos inyectados en sangre. ¡Grande era el poder del Gran Señor, que utilizaba a los muertos para transmitir sus mensajes!
El fantasma señaló hacia el sur, hacia el camino que habían tomado los legionarios, en dirección a las tierras de los minotauros.
—Lady Maritia se va a salvo.
Ya lo había sospechado. Golgren sentía una debilidad inusual por esa Uruv Suurt.
Kolot, con el agujero que le atravesaba la garganta como una segunda boca, repulsivo y aterrador incluso para Nagroch, señaló entonces hacia donde se había ido su hermano, Bastion. Por un momento, a Nagroch le pareció distinguir una leve expresión de remordimiento en los rasgos de la sombra.
—F’han —pronunció la voz de Golgren.
Tras esa palabra, el mensajero del más allá se desvaneció. Nagroch no necesitaba nada más. Su rostro de sapo se relajó y se abrió en una gran sonrisa. Miró a su hermano, que lo contemplaba desconcertado.
—¡F’han! —tronó Nagroch, señalando al grupo de Bastion.
Los dos ogros espolearon las monturas con impaciencia.
El viaje por aquellas tierras yermas era largo y pesado, más aún para Bastion, acosado por las dudas tras haber organizado un encuentro con Maritia. No había albergado demasiadas esperanzas, pero la realidad había sido mucho más dura de lo que había imaginado.
Sin prestar atención a la escarpada pendiente que tenían que subir los caballos para llegar a lo alto de la montaña rocosa y después alcanzar la fortaleza de los rebeldes, Bastion repasaba mentalmente todo lo ocurrido. No encontraba otro final posible para el encuentro. Maritia siempre había sido la que más se parecía a su padre, terca como la que más. Desde su punto de vista no había ninguna razón para unirse a aquellos que deseaban acabar con el sueño de Hotak, menos aún si su líder era pariente de Chot. Quizá si se hubiera encontrado con Faros habría sido diferente, pero entonces ya era tarde. Bastion se preguntó si su hermana estaría planeando una traición y se juró a sí mismo que no habría un segundo intento de llegar a un pacto.
—Por fin, llegamos a la cima —gruñó uno de los minotauros.
A lo lejos, el sonido del agua corriendo rompía el silencio del paraje. Al menos había un rio en aquella tierra olvidada. Cuando bajaran al otro lado de la montaña, llenarían los pellejos y recorrerían la última parte del camino. A su derecha se extendía una cadena de montañas que moría en un precipicio sobre el río. Hacia la izquierda y al frente, formaciones rocosas salían de la tierra y apuntaban hacia el cielo, como si fueran los colmillos de un ogro.
—Deberíamos haberlos cogido —refunfuñó otro minotauro—. Podríamos haber prendido a los soldados y haberla capturado a ella, lord Bastion. Tu hermana sería una buena baza para futuras, ¡humm!, negociaciones.
Bastion se revolvió sobre la silla.
—Ni hablar. No importa el resultado del encuentro; lo más importante era respetar las tradiciones de la tregua, de lo contrario no seríamos mejores que los bandidos que nos acusan ser…
Un leve movimiento en lo alto captó su atención. Bastion miró hacia allí, pero no vio nada. Aun así, se irguió sobre su montura con la mano extendida hacia el hacha.
—No lo penséis más —fijo el minotauro de pelaje negro al mismo tiempo—. Peor estaba Makel a las puertas.
—¿Makel? —repitió rápidamente uno de sus acompañantes, acariciando con los dedos la empuñadura de su espada.
No había un guerrero minotauro que no conociera el episodio histórico al que Bastion había hecho mención. Makel el Temor de los Ogros había caído en una emboscada del enemigo a las puertas de un asentamiento ogro abandonado. Muchos de sus seguidores habían muerto, pero había logrado llevar a los demás hasta la victoria. Finalmente, él mismo había perecido en la batalla.
Sin embargo, entre los legionarios mencionar aquella hazaña tenía otro significado. «Makel a las puertas» era un mensaje en clave. Tal como había ocurrido al héroe legendario, con aquella expresión un legionario advertía a los demás que estaban a punto de ser emboscados. Un segundo después, los ogros liderados por los dos toscos hermanos cayeron sobre ellos. Cuatro ogros sobre enormes caballos los atacaron de frente. Cuatro más aparecieron por su espalda.
—¡Hacia adelante! —gritó Bastion, decidiendo cuál sería la mejor forma de escapar.
Con las armas desenvainadas, los cinco fueron al encuentro del primer enemigo. Si lograban abrir un hueco en la fila de ogros, podrían huir. Los minotauros nunca huían de la batalla, pero los ogros eran más, y además tenían la obligación de presentarse ante Faros. En cuanto entrechocaron las armas con los ogros a caballo, saltaron más desde una roca. Todos ellos eran guerreros de Blode perfectamente equipados.
—¡J’ara i f’han i Uruv Suurt! —bramó un ogro especialmente feo, que Bastion tomó por el cabecilla. Intentó cargar contra él, pero otro ogro se interpuso en su camino de un salto.
Con el rabillo del ojo vio caer a uno de sus compañeros, mientras dos ogros lo aporreaban con las mazas. Con la mandíbula rota y la cabeza colgándole a un lado, el minotauro resbaló, inerte, de su montura al suelo.
Atrapado en un espacio tan reducido, de repente se dio cuenta de lo estúpido que había sido. Él y su pequeño grupo eran las víctimas perfectas para una emboscada. Atravesó con la espada al ogro que lo miraba amenazadoramente, pero al mismo tiempo otro minotauro del grupo de los rebeldes se desplomó sobre el cuello de su caballo víctima de un ogro a pie.
—¡Manteneos juntos! ¡Posición de cuña!
Con los dos rebeldes que quedaban cubriéndole la espalda, Bastion trató de abrirse camino. Un ogro lo hirió con un hacha mellada y, a cambio, la espada del minotauro negro le hizo un tajo en el pómulo.
Entonces la montura de Bastion se quedó inmóvil, y el minotauro cayó con fuerza sobre su cuello. Una lanza atravesaba el pescuezo del animal. Bastion se tiró hacia un lado y así logró esquivar las manos que intentaban atraparlo. Rodó sobre el suelo y salió como pudo del amasijo de cuerpos.
Pero, por desgracia, al incorporarse se dio cuenta de que estaba al borde del precipicio. Con una mirada rápida supo que saltar al río sería una muerte tan segura como la de la espada de un ogro.
Una respiración pesada a su espalda le anunció la presencia de un nuevo atacante. Bastion aprovechó el impulso del ogro que cargaba contra él. Lo cogió por el brazo y lo lanzó por el acantilado. El grito del ogro se ahogó en el río.
Cuando Bastion se dio la vuelta, vio morir al último de sus compañeros, decapitado por un hacha. Quedaban vivos más de la mitad de los ogros, por lo menos una docena de grotescos guerreros que lentamente se aproximaban a él.
Uno se adelantó para agarrarlo. Era el ogro que al principio Bastion había confundido con el líder. Su aliento era tan hediondo que el minotauro estaba a punto de vomitar. Se dio cuenta de que su atacante era demasiado joven, demasiado confiado para ser el líder.
Lo empujó para que retrocediera y le lanzó una estocada. El peto del ogro paró el golpe. Con una gran sonrisa, el ogro intentó partirlo en dos con el hacha. La hoja describió un movimiento tan amplio que Bastion se vio obligado a acercarse más al precipicio. El rebelde intentó desviar el hacha, pero lo único que consiguió fue perder la espada.
—¡F’han, Uruv Suurt! —bramó su oponente en tono triunfal.
Bastion conocía aquella palabra demasiado bien. F’han. Muerte.
Bastion sabía manejar el hacha con tanta habilidad como la espada. Podía balancear una maza y disparar un arco mejor que muchos soldados. Durante un tiempo, cuando era un joven oficial, el hijo de Hotak incluso había servido como lancero. Pero en ese momento no tenía ninguna de esas armas, así que utilizó la que, según la leyenda, el dios Sargonnas había concedido a sus elegidos para que nunca estuvieran desprotegidos.
Con un grito de guerra, Bastion se inclinó y cargó contra el ogro.
Éste se sobresaltó al oír el chillido. Bajó la guardia. Uno de los cuernos de Bastion abolló el peto, pero no lo rompió. Sin embargo, el otro atravesó limpiamente el metal y se hundió en la carne del ogro, hasta llegar al pulmón.
La sangre salpicó los ojos de Bastion y empezaron a escocerle terriblemente. Oyó una especie de gorgoteo que procedía del ogro. Ambos giraban; el ogro estaba al borde del precipicio.
Bastion quiso soltarse, pero al intentar sacar el cuerno del cuerpo del ogro moribundo, un dolor insoportable le recorrió la espalda. Cada nervio, cada músculo temblaba fuera de control. Sintió la carne abierta, la humedad que le bajaba por la cintura.
El último pensamiento de Bastion, guerrero experimentado, fue que seguramente le habían dado un golpe terrible en la espalda con una hacha. El vértigo se apoderó de él. Sintió desesperación y arrepentimiento. Había perdido su lugar en el imperio, había perdido a su familia y había fallado a Faros. Y también había perdido la vida.
—No te deshonraré…
Bastion no estaba seguro de a quién se había dirigido, si a su padre, a Faros o a él mismo. Pero con sus últimas fuerzas cargó hacia adelante, agarró al ogro al que había corneado, que se había caído e intentaba levantarse, y se lanzó hacia el precipicio.
Ya no sintió el agua fría y enfurecida cuando cayeron al río.