LeSeur se sentó en la sala de reuniones adyacente al puente auxiliar. Seguía empapado, pero ahora, en vez de tener frío, se ahogaba de calor, sofocado por el olor a cuerpos sudorosos. La sala, pensada para que cupiera media docena de personas, estaba a rebosar de oficiales y tripulantes de alta graduación, y aún no habían llegado todos.
Ni siquiera esperó a que tomaran asiento para levantarse, golpear la mesa con los nudillos y empezar a hablar.
—Acabo de hablar con Mason —dijo—, y me ha confirmado que su intención es hacer chocar el Britannia a velocidad máxima contra las Carrion Rocks. De momento no hemos conseguido entrar en el puente, ni anular el piloto automático. Por mi parte, tampoco he podido encontrar a un médico o a un psiquiatra lo suficientemente sereno como para hacer un diagnóstico de la capitán, o proponer una argumentación a la que pueda reaccionar.
Miró a su alrededor.
—He hablado varias veces con el capitán del Grenfell, el único barco que está lo bastante cerca para intentar rescatarnos. Han avisado a algunos barcos más (civiles y de la guardia costera), pero no llegarán antes de la hora estimada de colisión. La guardia costera canadiense también ha mandado dos aviones con la misión de observar y establecer comunicación. Tienen una flota de helicópteros en compás de espera, pero de momento todavía estamos fuera de alcance. Por ese lado no podemos esperar ayuda. En cuanto al Grenfell, no está equipado ni remotamente para hacer frente a cuatro mil trescientos evacuados.
Hizo una pausa y respiró hondo.
—Estamos en plena tormenta, con olas de doce metros y vientos de entre cuarenta y sesenta nudos, pero el problema más difícil de solucionar es la velocidad del barco en relación al agua: veintinueve nudos. —Se humedeció los labios—. Si no estuviéramos en movimiento, tendríamos varias opciones: trasladar a la gente al Grenfell o que nos abordaran las fuerzas especiales. Pero a veintinueve nudos no es factible lo uno ni lo otro. —Miró a su alrededor—. Resumiendo, necesito ideas ahora mismo.
—¿Y si anulamos los motores? —preguntó alguien—. Saboteándolos, como quien dice.
LeSeur miró al ingeniero jefe.
—¿Señor Halsey?
Halsey frunció el entrecejo.
—Tenemos cuatro motores diésel alimentados por dos turbinas de gas General Electric LM2500. Si desconectamos uno, no pasará nada. Si desconectamos dos, y no apagamos las turbinas, habrá una explosión de gas comprimido.
—¿Entonces qué? ¿Desconectar primero las turbinas de gas? —preguntó LeSeur.
—Son motores de alta presión, que giran a tres mil seiscientas revoluciones por minuto. Cualquier intento de intervenir mientras esa desgraciada mantenga la velocidad al máximo sería un… suicidio. Arrancaríamos la parte inferior del barco.
—¿Y cortar los ejes? —preguntó un segundo oficial.
—No hay ejes —dijo el ingeniero jefe—. Cada módulo es un sistema de propulsión autónomo. Los motores diésel y las turbinas generan electricidad que alimenta los módulos.
—¿Bloquear la transmisión? —preguntó LeSeur.
—Lo he analizado, y en movimiento es inaccesible.
—¿Y si cortamos radicalmente toda la alimentación eléctrica de los motores?
El ingeniero jefe frunció el entrecejo.
—No se puede, por la misma razón por la que están acorazados el puente de mando y el piloto automático: miedo a un ataque terrorista. Los genios del Home Office decidieron diseñar un barco en el que los terroristas, si intentaran hacerse con el mando, no pudiesen parar o controlar el barco de ninguna manera. Querían a toda costa que los oficiales pudieran encerrarse en el puente para lograr llevar el barco a puerto incluso si los terroristas se apoderaban de todo lo demás.
—Hablando del puente —dijo un tercer oficial—. Pero ¿y si hacemos un agujero en la escotilla de seguridad y bombeamos gas? Cualquier cosa que desplace el aire. ¡En la cocina, por ejemplo, hay varios botes de CO2! Así la obligaríamos a salir.
—¿Y luego? Aún tendríamos conectado el piloto automático.
Hubo un breve silencio. El jefe de informática, Hufnagel, un hombre con gafas y bata de laboratorio, carraspeó.
—El piloto automático es un software como cualquier otro —dijo en voz baja—. Se puede piratear, al menos en teoría. Piratear y reprogramar.
LeSeur se giró a mirarle.
—¿Cómo? Tiene un cortafuegos.
—No hay ningún cortafuegos inexpugnable.
—Pues ponga ahora mismo al mejor de sus hombres manos a la obra.
—Es Penner, señor.
El jefe de informática se levantó.
—Infórmeme lo antes posible.
—Sí, señor.
LeSeur le vio salir de la sala de reuniones.
—¿Alguna otra idea?
—¿Y el ejército? —preguntó Crowley, otro tercer oficial—. Podrían mandar cazas y volar el puente con un misil. O hacer que un submarino desactivara la hélice con un torpedo.
—Está todo estudiado —contestó LeSeur—. Es imposible tener tanta puntería con un misil. Tampoco hay submarinos cerca, y teniendo en cuenta nuestra velocidad, tampoco podrían interceptarnos ni darnos alcance.
—¿Hay algún modo de lanzar los botes salvavidas? —preguntó una voz al fondo.
LeSeur miró al contramaestre, Liu.
—¿Es posible?
—A una velocidad de treinta nudos, con tantas olas… ¡Madre mía! No quiero ni imaginarlo.
—No quiero saber qué se imagina. Si hay alguna posibilidad, por remota que sea, quiero que la investigue.
—Sí, señor; averiguaré si es posible, pero para eso necesitaría toda una brigada de emergencia, y no hay nadie libre.
LeSeur soltó una sonora maldición. Lo que más falta les hacía era marineros con experiencia. El barco estaba lleno de inútiles, desde crupieres hasta cantantes, pasando por masajistas. Puro lastre.
—El que ha venido hace un rato… ¿Cómo se llamaba? Bruce. Estuvo en la Royal Navy, y sus amigos también. Vaya a buscarle y pídale ayuda.
—Pero si ya es viejo, tiene setenta y pico —protestó Kemper.
—Señor Kemper, he conocido a setentones salidos de la Royal Navy que le dejarían seco en dos segundos. —LeSeur se volvió hacia Crowley—. En marcha.
De la puerta llegó un vozarrón, con fuerte acento escocés.
—No hace falta que me busquen, señor LeSeur. —Bruce se abrió camino—. Gavin Bruce, para servirle.
LeSeur se volvió.
—Señor Bruce… ¿Ya está al corriente de la situación?
—Sí.
—Necesitamos saber si es posible lanzar los botes salvavidas con estas condiciones y a esta velocidad. ¿Tiene alguna experiencia en ello? Son un nuevo tipo de botes salvavidas, de caída libre.
Bruce reflexionó, acariciándose el mentón.
—Debería examinarlos de cerca. —Titubeó—. Podríamos soltarlos después de la colisión.
—No podemos esperar hasta después de la colisión. Chocar con un arrecife a treinta nudos… Sólo el impacto de por sí ya mataría o heriría a la mitad del pasaje.
Nadie dijo nada. Al cabo de un rato, Bruce asintió despacio.
—Señor Bruce, les doy plena autoridad a usted y a su grupo para encargarse de ello. Recibirán toda la información del señor Liu, el contramaestre, y la ayuda del tercer oficial. Ambos conocen a fondo las rutinas de evacuación.
—Sí, capitán.
LeSeur paseó su mirada por la sala.
—Una cosa más: necesitamos al comodoro Cutter. Conoce el barco mejor que ninguno de nosotros, y… es el único que sabe la secuencia numérica para anular un código 3. Le llamaré otra vez al puente.
—¿Como capitán? —preguntó Kemper.
LeSeur vaciló.
—Veremos qué dice.
Miró su reloj.
Ochenta y nueve minutos.