Al volver a la suite, Constance encontró a Pendergast inclinado ante diversos instrumentos químicos. Le vio mojar un bastoncito de algodón en un frasco con un líquido claro y aplicarlo a un trocito de pintura en una probeta. El fragmento se ennegreció enseguida.
Pendergast repitió la misma prueba con otros tubos de ensayo. Al final levantó la cabeza.
—Buenas noches, Constance.
—¿Algún resultado?
El agente señaló las pruebas con la cabeza.
—Ciertamente. Todas estas muestras de pintura indican niveles inaceptables de plomo. El señor Brock tiene seis cajas de cuadros impresionistas en su segundo dormitorio, y si el resto son como éstos, absolutamente todos son falsos. Brock debe de tener tratos con un falsificador europeo (alguien de notable talento), a quien paga para imitar la obra de artistas menores. Seguro que después los intercala con los cuadros auténticos de artistas importantes. La verdad es que es un plan bastante inteligente; nadie pondría en duda la autenticidad de los cuadros de segunda fila de un marchante conocido por vender lo mejor y más escrupulosamente comprobado en obras de primera fila.
—Muy inteligente, sí —dijo Constance—, pero a mí me parece que un hombre así no se arriesgaría tanto por un objeto tibetano.
—Exacto. Podemos descartarle. —Pendergast sacó su lista con un ruido de papeles—. También he tachado a Lambe. Está más blando que la masa de pan.
—¿Cómo lo has conseguido? ¿Haciéndote pasar por médico?
—Uf… Mejor no te lo cuento. También he borrado de la lista a Claude Dallas, así como a lord Cliveburgh, que está demasiado ocupado con el tráfico de cocaína. Strage exporta ilegalmente vasos griegos extremadamente valiosos e indudablemente auténticos, lo cual, si bien disminuye las posibilidades de que también esté haciendo contrabando con el Agoyzen, no nos permite descartarle del todo. Por tanto, nos quedan tres: Blackburn, Calderón y Strage. —Miró a Constance con sus ojos plateados—. ¿Cómo ha ido tu aventura bajo cubierta?
—He conocido a la mujer que limpia el tríplex de Blackburn. Por suerte (al menos para nosotros) ha relevado a otra empleada que sufrió un ataque psicótico poco después de zarpar y que se ha suicidado.
—¿De verdad? —dijo Pendergast con súbito interés—. ¿Ha habido un suicidio a bordo?
—Eso dicen. Dejó de trabajar antes de hora, volvió a su camarote y le dio un ataque. Más tarde se clavó un trozo de madera en el ojo, y murió.
—Qué raro… Y la mujer que limpia el tríplex de Blackburn, ¿qué dice?
—Blackburn se ha traído a su propia criada, que por lo visto es una prepotente. Aparte de esto se ha hecho redecorar la suite para el viaje, con muebles y obras de arte de su propiedad.
—Incluida, supongo, su colección de arte asiático.
—Sí. La misma camarera limpia la suite de Calderón, que es la contigua. Parece que se ha traído muchas antigüedades francesas. Según ella, es tan amable como odioso es Blackburn, y le dio una buena propina.
—Magnífico.
La mirada de Pendergast se volvió distante durante un rato; luego recuperó poco a poco la concentración.
—Blackburn encabeza claramente nuestra lista. —Metió la mano en el bolsillo y sacó otro fajo de billetes nuevos—. Tendrás que ocupar temporalmente el puesto de la camarera del barco asignada a las habitaciones de Blackburn y Calderón. Entra cuando la suite esté vacía.
—Blackburn no deja que la camarera del barco entre cuando no está la criada.
—Da igual. Si te pillan, siempre puedes atribuirlo a un error burocrático. Ya sabes qué buscar. Yo te aconsejaría ir esta noche, a última hora. Me he fijado en que a Blackburn le gusta el bacará. Lo más probable es que esté en el casino.
—De acuerdo, Aloysius.
—Ah… y tráeme su basura, por favor.
Constance arqueó fugazmente las cejas. Después asintió y se fue hacia la escalera con la intención de cambiarse para la cena.
—Constance…
Se volvió.
—Ten cuidado, por favor. Blackburn es uno de nuestros principales sospechosos, lo cual significa que podría ser un asesino sin piedad, y tal vez un psicópata.