Justo empezaba a levantarse el negro sudario de la noche cuando Pendergast cruzó las puertas reforzadas con hierro del paso interior del monasterio. Al otro lado del muro del recinto se erguía impenetrable la mole del Annapurna, como una silueta violácea brotando de una oscuridad que se batía en retirada. Se quedó un momento en el patio empedrado, mientras un monje le traía en silencio su caballo. El aire, todavía frío antes del amanecer, estaba cargado de rocío, y olía intensamente a rosas silvestres.
Tras poner las alforjas en la cruz del caballo, comprobó la silla de montar y ajustó los estribos.
Constance Greene no dijo nada mientras presenciaba los últimos preparativos del agente del FBI. Llevaba una túnica monástica de desvaído color azafrán, y sólo sus hermosas facciones y su melena castaña impedían tomarla por un monje más.
—Siento irme tan pronto, Constance. Debo encontrar el rastro del hombre a quien buscamos antes de que se borre.
—¿De verdad no saben qué es?
Pendergast sacudió la cabeza.
—No, sólo su forma y su nombre.
—Oscuridad… —murmuró ella, y le miró con cara de preocupación—. ¿Cuánto tiempo estarás fuera?
—La parte más difícil ya está hecha. Sé el nombre del ladrón, y su aspecto. Ahora sólo se trata de darle alcance. Recuperar el objeto debería ser cuestión de una semana, dos como máximo. Una misión sencilla. En dos semanas habrás terminado tus estudios, y podrás reunirte conmigo para concluir nuestra gira por Europa.
—Ten cuidado, Aloysius.
Pendergast sonrió ligeramente.
—Quizá sea un hombre de moral dudosa, pero no me parece un asesino. El riesgo debería ser mínimo. Se trata de un delito sencillo, aunque desconcertante. ¿Por qué se llevó el Agoyzen y dejó el resto del tesoro? Al parecer no tenía ningún interés por lo tibetano, lo cual parece indicar que el Agoyzen es un objeto de gran valor, o que se sale realmente de lo común.
Constance asintió.
—¿Tienes instrucciones para mí?
—Descansa. Medita. Completa la primera fase de tus estudios. —Pendergast hizo una pausa—. No acabo de creer que nadie sepa qué es el Agoyzen. Seguro que alguien lo ha mirado. Es la naturaleza humana, incluso aquí, entre estos monjes. Me ayudaría muchísimo saber qué es.
—Lo investigaré.
—Magnífico. Sé que puedo contar con tu discreción. —Titubeó un poco y se volvió hacia ella—. Constance, necesito preguntarte algo.
Al ver su expresión, Constance abrió mucho los ojos, pero su tono de voz permaneció tranquilo.
—¿Qué?
—Nunca has dicho nada sobre tu estancia en Feversham, y es posible que en algún momento necesites hacerlo. Cuando te reúnas conmigo… si estás preparada…
Volvió a dejar la frase a medias, dando muestras de una confusión y una indecisión raras en él.
Constance apartó la mirada.
—Aún no hemos hablado de lo que pasó, y ya han transcurrido semanas —añadió él—, pero tarde o temprano…
La joven se volvió hacia él bruscamente.
—¡No! —dijo con rabia—. No. —Hizo una pausa para recuperar la compostura—. Quiero que me prometas algo: no hablar nunca más en mi presencia de él o de… Feversham.
Pendergast la miró atentamente, sin moverse. Al parecer, la seducción de su hermano Diógenes había afectado a Constance más profundamente de lo que creía. Finalmente asintió, moviendo apenas la cabeza.
—Te lo prometo.
Soltando las manos de la joven, le dio un beso en cada mejilla, cogió las riendas y montó. Después azuzó al caballo con los talones, cruzó la entrada principal y se alejó por la sinuosa senda.