MILONGA DE DON NICANOR PAREDES

Venga un rasgueo y ahora,

Con el permiso de ustedes,

Le estoy cantando, señores,

A don Nicanor Paredes.

No lo vi rígido y muerto

Ni siquiera lo vi enfermo;

Lo veo con paso firme

Pisar su feudo, Palermo.

El bigote un poco gris

Pero en los ojos el brillo

Y cerca del corazón

El bultito del cuchillo.

El cuchillo de esa muerte

De la que no le gustaba

Hablar; alguna desgracia

De cuadreras o de taba.

De atrio, más bien. Fue caudillo,

Si no me marra la cuenta,

Allá por los tiempos bravos

Del ochocientos noventa.

Lacia y dura la melena

Y aquel empaque de toro;

La chalina sobre el hombro

Y el rumboso anillo de oro.

Entre sus hombres había

Muchos de valor sereno;

Juan Muraña y aquel Suárez

Apellidado el Chileno.

Cuando entre esa gente mala

Se arma algún entrevero

Él lo paraba de golpe,

De un grito o con el talero.

Varón de ánimo parejo

En la buena o en la mala;

«En casa de jabonero

El que no se cae se refala».

Sabía contar sucedidos,

Al compás de la vihuela,

De las casas de Junín

Y de las carpas de Adela.

Ahora está muerto y con él

Cuánta memoria se apaga

De aquel Palermo perdido

Del baldío y de la daga.

Ahora está muerto y me digo

¿Qué hará usted, don Nicanor,

En un cielo sin caballos

Ni envido, retruco y flor?