Prólogo a la edición de 2002

UNA ENTREVISTA POR CASUALIDAD

Hasta el día hoy, y en toda la historia de España, una sola vez ha ocupado una mujer el puesto de jefe de Gabinete del presidente del Gobierno. Carmen Díez de Rivera lo hizo y, sin embargo, nada hay escrito sobre ella. Yo no supe quién era hasta que le hice una entrevista para El Mundo, publicada el 28 de marzo de 1999, cuando, enferma de cáncer, abandonó el Parlamento Europeo.

Carmen trabajó en la Presidencia del Gobierno durante diez meses. Era una época en la que en un mes ocurría tanto como ahora en un año. Fue jefe de Gabinete de Adolfo Suárez entre el 13 de julio de 1976 y el 13 de mayo de 1977. Tenía 33 años; el presidente, 43. El segundo Gobierno de la monarquía tras la muerte de Francisco Franco fue nombrado por el Rey Juan Carlos, de 37, que entonces tenía un poder absoluto.

Esos tres jóvenes estaban dispuestos a cambiar el sistema, aunque no sabían exactamente cómo lo iban a hacer. Los tres provenían del régimen franquista: al Rey lo había educado Francisco Franco, y estaba ahí gracias al dictador; Suárez era el ministro encargado del partido único, el Movimiento, y Carmen pertenecía por familia al viejo régimen.

En ese tiempo, el Rey mandó, Suárez firmó los decretos y ella influyó en los dos, aunque casi siempre detrás de la escena. Actuó de revulsivo, de bisagra o de «hada benéfica», como me dijo Fernando Álvarez de Miranda, presidente de las Cortes Constituyentes. Fuera lo que fuese, se ganó la inquina de los franquistas y la hartura de los que en un momento dado la necesitaron. Luego vino el silencio.

Me comprometí a contar lo que ella vivió en ese tiempo extraordinario entre la democracia y la dictadura que se llamó la Transición. También, a recordar lo que fue su apasionante vida. Al relatar su experiencia, ella lo hizo pensando en los españoles más jóvenes. Decía que quería evitarles las lecciones políticas, periodísticas e históricas que nos ofrecen «los mismos y aburridos personajes de siempre».

Éstas no son las memorias-escándalo de una bella mujer. Ni aun los que tienen motivo han de tener cuidado. Este libro tampoco es exactamente una biografía, pues en él se escribe sólo lo que ella quiso contar. Muchas de las personas con las que he hablado, y que la conocieron bien, no quieren ser citadas. Algunas creen que este libro debería ser publicado dentro de unos años. Yo he respetado los deseos de Carmen.

Las tres fuentes principales del libro son las declaraciones que Carmen efectuó en cintas magnetofónicas (guardo una docena de ellas); algunas ideas que me transmitió y que me pidió expresamente que escribiera; y las entradas literales de sus famosos diarios. Las palabras textuales y grabadas en cinta aparecen siempre entre comillas, como éstas: «Estas notas tienen la viveza y la vigencia de estar hechas al día. Es el único documento de la Transición que hay así. No existe otro».

Los extractos de su diario los transcribo en cursiva.

Con este material he construido la historia personal de una mujer valiente y torturada, que sufrió demasiado durante cuarenta años. También, la historia política de una persona exigente, que puso un enorme grano de arena para que España pudiera ser, por fin, una democracia. Entre ambos relatos está su lucha por mantener la dignidad y el sentido del humor.

Madrid, 19 de marzo de 2002