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ECOSOCIALISTA
1987-1999

En primavera de 1987, a los diez años de abandonar la Moncloa, Carmen llegó a Europa. Tenía 45 años, y era una persona distinta. El medio ambiente y la isla de Menorca ocuparon en su corazón el lugar que había dejado la política nacional.

En 1986, con la entrada en la Comunidad Económica Europea, España concluyó ese viaje hacia la democracia que había iniciado once años antes con la muerte de Franco. El tiempo había curado las querellas entre Carmen y Suárez. Desde la plataforma de su nuevo partido, el Centro Democrático y Social (CDS), Suárez le ofreció a Carmen ser candidata en las primeras elecciones europeas en las que iba a participar España. Sus compañeros de lista fueron Federico Mayor Zaragoza, Rafael Calvo Ortega, Raúl Morodo y Eduardo Punset.

Carmen había pasado los últimos cuatro años embarcada en una intensa travesía personal que la había convertido en una persona muy religiosa. Impulsada por esa fe cristiana que había recuperado tras años de agnosticismo, según me dijo, había olvidado su enfrentamiento con Suárez.

Consultó la oferta de Suárez con Felipe Fernández, entonces obispo de Ávila: «Era mi amigo. No porque fuera obispo, sino porque es una persona excepcional. Con la enfermedad se portó maravillosamente bien. Yo diría, y que Dios me perdone, ¡que no parece un obispo! Y van a decir los obispos que qué idea tengo de ellos. Pues sí, pues la idea que puedo tener. Defectuosa. Pero por culpa mía».

Además de la luz verde de su amigo el obispo, tenía que haber otro motivo para que Carmen volviera a la política de la mano de Suárez a pesar del amargo final: «Era un tema internacional. Era para ir al Parlamento Europeo. Yo entonces no era miembro del CDS, pero había vuelto a tener una relación de amistad con Suárez. Me parecía interesantísimo: las primeras elecciones en las que iba a participar España. Para nosotros, la pertenencia a la Unión Europea había sido siempre un sueño democrático, el final de una aberración histórica y de un anacronismo, el que España no hubiera estado en la construcción europea. Me daba cierta pereza volver a la política, pero el trabajo fuera de España me pareció interesante, y además estaba bien remunerado. Y en la vida hay que ganarse el pan. ¡Sin robar, claro!

»Como sabes, yo nunca había sido de la UCD, pero me parecía que lo que decía Suárez, eso de que podía ser un partido pequeño y progresista, sonaba bien. Salvando todas las distancias del mundo a favor de lo que había sido el PSP, pensé que podía ser algo similar al partido de Tierno».

El experimento duró sólo año y medio. En octubre de 1988, y sin consultar a los escasos miembros de su partido, Suárez introdujo el CDS en la Internacional Liberal. Carmen volvió a comportarse como Carmen, y le dio un último y sonoro portazo a Suárez. En una entrevista a su amigo Rafael Fraguas le explicó que abandonaba el CDS por «coherencia política» (El País, 9-10-1988).

Durante unos meses, permaneció en el Parlamento sin partido, y en enero de 1989 solicitó el ingreso en el PSOE. De nuevo, ahí estaba Paco Umbral para encumbrarla. Su antiguo «Diario de un snob» en El País había pasado a llamarse «Diario con guantes» en Diario 16. Allí escribió: «Es uno de los personajes más brillantes de la Transición política. […] Dicen que se ha pasado al PSOE. La vocación, la pasión política —ética— le viene a Carmen de familia, y no puede vivir sin un partido. […] El PSOE no sabe lo que tiene teniendo a Carmen Díez de Rivera».

Felipe González sí lo sabía, a pesar de que ella no lo había apreciado tanto como a Alfonso Guerra, e intervino personalmente para meterla en las listas ante la sorpresa de muchos socialistas. Cinco años más tarde, cuando los compañeros de delegación ya habían comprobado lo incómoda que podía ser para ellos, González volvió a imponerla, y Carmen pudo repetir escaño.

A pesar del doble gesto González, y de la exasperación de sus compañeros, Carmen se resistió a denominarse socialista sin el prefijo de «eco-». Decía que su «ideología personal» y su «intensa fe cristiana» la obligaban a votar en conciencia. Durante los doce años fue miembro siempre de la Comisión de Medio Ambiente, Salud Pública y Protección del Consumidor.

Desde esa atalaya, realizó un trabajo muy ecléctico. Éstas fueron sus doce últimas preguntas parlamentarias, algo que se tomaba increíblemente en serio: comisión para la contabilidad ecológica y los indicadores ambientales; el euro y la posible comisión de cambio bancario; seguimiento de origen y destino de los tejidos para trasplantes; trabajos de extracción de la caulerpa taxifolia; eficacia de los protectores solares en casos como el melanoma; abusos de la campaña de banderas azules (en dos ocasiones); erosión del suelo y pérdida del suelo fértil; confusión en los distintivos nacionales del euro; fondos estructurales de la Unión Europea para la empresa Boliden tras la catástrofe de Doñana; seguridad futura de la empresa Boliden en la localidad de Aznalcóllar; overbooking y derechos de los usuarios; y publicidad turística engañosa.

Siempre votó en conciencia, ignorando a veces la disciplina de grupo. Así, fue la única de su delegación que se opuso al nombramiento como presidente de la Comisión Europea de Jacques Santer, que salió elegido gracias al voto de los socialistas españoles. Carmen demostró que votó bien: el cándido luxemburgués estuvo al frente de la Comisión que tuvo que dimitir en pleno en la primavera de 1999 envuelta en una maraña de corrupciones: «Me parecía un hombre amable y cortés, pero en votos de esa importancia eso no es lo fundamental. Yo pensé: bueno, pues que me corten la cabeza, pero yo a éste no lo voto. El grupo socialista europeo votó en contra de él. En votos de esa importancia, yo decía que uno es uno, como el dictador de García Márquez.

»Yo había ido allí a trabajar. Había viajado mucho antes, así que no aproveché para conocer mundo, como hacen algunos. Y como hablaba cuatro idiomas, nunca tuve que matricularme en un curso de lengua extranjera, de esos que se aprovechaban para viajar gratuitamente a Roma. Siempre había cursos de idiomas para diputados, mujer e hijos, donde podías irte a Viena a pasear. Siempre he trabajado y viajado mucho, desde los 17 años, y ¡no necesitaba ir a Estrasburgo para traerme un choucrute bajo el brazo! Todo aquello me parecía fuera de lugar. El contribuyente me pagaba para tramitar quejas, no para hacer turismo».

Carmen luchó desde Europa contra el tabaco, el turismo de masas, el ruido y la degradación de la salud, sin interés por la política politicienne. Con el informe Hautala[5], a favor de la disminución de los valores contaminantes de los combustibles, volvió a votar en contra de su propia delegación: «Es el último ejemplo que yo recuerdo, estando ya muy enferma. El informe Hautala fue uno de los asuntos más importantes de la anterior legislatura [1994-1999]. Ante mi pasmo, me encontré con que el PSOE votaba en contra del Partido Socialista Europeo, del Partido Popular Europeo, de los Verdes y de Izquierda Unida. Todo, porque apoyaban siempre a las petroleras.

»A mí me parecía extraordinario, ¡votar a favor del plomo en las gasolinas! ¿Cómo podíamos estar a favor del cáncer, de la enfermedad, de la asfixia, del ruido? Yo decía que los aeropuertos debían cerrar de noche en las zonas turísticas para el descanso. Me miraban como diciendo: esta insensata, esta Carmen es una insensata. Fue, en ese aspecto, durísimo con mi propia delegación socialista española, con la excepción de Fernando Morán, que me apoyó siempre, pero siempre, porque él sabía que yo no iba a tontas y a locas en estos temas».

En Europa, como hizo durante la Transición, Carmen fue por libre, siguiendo sólo los dictados de su conciencia. Una «pesadez» para la mayoría de los veinte compañeros de delegación, que la soportaban por ser esa «aristócrata rebelde y malhumorada» sobre la que habían oído tantos cotilleos. Había excepciones. Paca Sauquillo era una: «Carmen era muy culta, le ponía nerviosa la falta de preparación de los demás. Era dura con los demás y consigo misma. Si no sabías idiomas, te montaba un pollo. A veces viví con ella momentos de tensión por las votaciones. Se llevaba fatal con todo el grupo. Nos conocimos en 1994, las dos teníamos referencias comunes. Yo sabía que estaba mal, que estaba sola y que tenía problemas».

Fernando Morán era otra excepción. No sólo la apoyaba incondicionalmente, sino que en muchas ocasiones coincidía con ella. Por ejemplo, durante la primera guerra del Golfo, en la que los dos adoptaron una postura diferente a la del grupo, que era la misma que la del Gobierno socialista de entonces: el apoyo absoluto a la intervención de Estados Unidos en Irak, «demasiado seguidista» para ambos.

Carmen ironizaba sobre su actitud: «Dada mi habitual sumisión, verdad, Ana, y mi espíritu borreguil, no es que yo intentara, nunca en mi vida he intentado ir contra corriente, simplemente he ido contra corriente. Por eso fui a aquella comisión de Medio Ambiente. Era apasionante, con una gente peculiar, especial, dura, correosa, difícil, interesante.

»España tenía en ella una imagen pésima. Porque la preocupación ambiental de las autoridades y de los distintos Gobiernos de este país ha sido cero. Yo tengo que reconocer que el CDS pasaba del tema, cosa que se entiende, pero el PSOE no es que pasara, sino que sus representantes eran, como yo les decía, ¡contaminadores natos! Yo les decía siempre: “Vosotros lo que queréis es el derecho a contaminar”. Era terrible. Siempre pedíamos excepciones».

Para Carmen, el origen de esa posición había que buscarlo en la «mentalidad desarrollista española». Fueron grandes los enfrentamientos con compañeros socialistas como Alejandro Cercas, entonces responsable de Medio Ambiente; Carmen Cerdeira, Juan Manuel Eguiagaray y, sobre todo, Jesús Cabezón: «Recuerdo las caras que me ponían mientras votaban con fruición a favor de la contaminación».

El domingo 25 de abril de 1998, en la localidad sevillana de Aznalcóllar, tuvo lugar uno de los mayores desastres ecológicos en la historia de España. Allí se rompió ese día la presa de contención de la balsa de decantación de la mina de pirita. El vertido de agua ácida y de lodos muy tóxicos llegó a la frontera del Parque Nacional de Doñana. Gustavo Catalán Deus, enviado especial de El Mundo a la zona, describió así desde El Acebuche, dentro del parque, la tragedia:

Es un agua negra, plagada de contaminantes […]. Desde el helicóptero es una escena dantesca. Los campos de colores vivos por la floración o verdes de los brotes, de repente, se han teñido de negro. Los plásticos han sido arrasados […]. Miles de hectáreas del entorno de Doñana han sido castigadas por la polución de esas aguas plagadas de metales pesados.

Esa hecatombe provocó el peor enfrentamiento entre Carmen y un miembro de su propio partido: Pedro Aparicio, diputado de Andalucía: «Me quitaron la palabra y me prohibieron hablar, y eso que yo ya estaba con cáncer. No me dejaron ser el portavoz porque yo decía que eso era una catástrofe, y ellos no querían reconocerlo porque el PSOE estaba en Andalucía.

»Cosas de estas que a mí siempre me han parecido sorprendentes. Porque yo hubiera atacado siempre catástrofes ecológicas como la de Doñana estando el PSOE en el poder, Izquierda Unida o la derecha. Porque la catástrofe es catástrofe para cualquiera. Yo jamás he pasado por esos filtros políticos de no ver, de ceguera. Fue impresionante comprobar toda la que montaron para evitar que yo interviniera. Fue una época muy dura, de una absoluta soledad en esos temas, pero de absoluta soledad».

Algunos recuerdan todavía la desagradable carta que le escribió Aparicio. Cuando Carmen tuvo que abandonar el Parlamento, ninguno de sus compañeros del PSOE quiso ocupar su lugar en la Comisión de Medio Ambiente. Ella misma eligió sucesora: «Una mujer encantadora, Ana. Viene de Nueva Izquierda, y seguro que lo hará muy bien. Ya lo hacía con muchísima dignidad».

Esa mujer era Laura González, una espigada asturiana que recorría los pasillos del Parlamento a grandes zancadas y con un tocho de documentos bajo el brazo cuando la conocí. Comimos en el autoservicio. Allí recordó cómo, a finales de 1998, recibió una carta en la que Carmen le pedía que se hiciera cargo de sus trabajos medioambientales. Carmen le marcó una prioridad a Laura: Menorca.

Al final de su vida, y después de vivir diecinueve años entre Madrid y Menorca, Carmen se había empadronado en la isla balear. Antes de 1980 había tenido una casita en Carboneras, pero de allí salió huyendo cuando le construyeron una cementera justo enfrente: «¡Y van y se hacen una piscina, tú! Estando al lado del mar. Pensé que a Menorca no llegarían nunca. Además, a mí no me gusta vivir en un sitio donde al lado tengas pobreza. Por eso me gusta Menorca, porque está muy igualada».

Después de recorrer la isla entera, encontró «Son Vent», una casita estilo payés, de paredes encaladas, en Es Castell, muy cerca de Sant Lluís. En su borrador de autobiografía, Para ir al pozo no hay que saber leer, se refería así a su hogar menorquín:

Me gusta mucho el camino que conduce a mi casa. Es un camino estrecho, rodeado de caseríos a espaldas de Sant Lluís. Para llegar hasta mi retiro voluntario hay que atravesar una casa en la que vive una mujer solitaria de pelo cano y que, según cuentan las gentes del lugar, perdió parte de su cordura cuando murió su marido […]. Algún gallo, el perro del huerto de la mujer, que ha instalado entre cajas y somieres una sombrilla de playa para su can, un vecino inglés bien pulcro […].

Cuando visité Sant Lluís, en junio de 2001, me hizo mucha ilusión ver al perrito de la viuda, atado a la sombrilla encima de unos viejos colchones y rodeado de gatos. Así de detallista era Carmen.

Poco después de su muerte, Laura González viajó a Menorca para ocuparse de los asuntos que le había confiado Carmen. Se reunió con el grupo de ciudadanos que había acudido a Carmen buscando ayuda. Pero Laura decidió que el Gobierno plural que acababa de constituirse en las islas sería mucho más eficaz que ella.

En julio de 1999 se firmó en Mallorca el Pacto del Progreso entre el PSOE, Izquierda Unida, los Verdes, el Partido Socialista de Mallorca, la Unió Mallorquina y la Coalición de Organizaciones Progresistas de Formentera. Este equipo de izquierda limitó las construcciones de hoteles, urbanizaciones, campos de golf y viviendas en zonas protegidas. Los tres objetivos inmediatos de Carmen han salido adelante con ese Gobierno. En primer lugar, la urbanización que se estaba construyendo muy cerca de su casa, y que ya se ha parado. Después, el Port de la Ciutadella, cuya ampliación iba a dar al traste con el negocio tradicional de los pescadores. Por último, el Camí de Cavalls, el histórico camino que rodea toda la isla, y que estaba siendo fagocitado por la propiedad privada. Ese último proyecto, declarado hoy zona protegida, ocupó, literalmente, los últimos días de la vida de Carmen, a finales de octubre de 1999.

Con humor, la diputada asturiana me contó que, entre los varios encargos, Carmen le dejó también un «regalo»: a sus seguidores de Menorca les pidió su voto para Laura. Claro que el gesto se vio acompañado de uno de sus legendarios enfados. Fue en noviembre, estando ya Carmen internada en el hospital y supuestamente débil. Lo provocó una situación de risa: en la papeleta electoral figuraba el nombre completo de Laura: Laurita de la Paz Mercedes González. La pintora Lindsay Mullen, una de las amigas inglesas de Menorca, y votante de Carmen, llamó confundida, queriendo confirmar que la «recomendada» de Carmen y la señora de tan extraño y largo nombre eran la misma persona.

—Pero Laura, ¡cómo se te ocurre poner ese nombre!

—Carmen, fue el que me puso mi padre, y no me lo cambio por nada.

Solucionado el asunto, Laura siguió contando con el apoyo de Carmen.

Según Carmen, el PSOE nunca fue su partido. Como tampoco llegaron a serlo veinte años antes ni la Unión Socialdemócrata de España de Dionisio Ridruejo, ni el PSP del Viejo Profesor, ni la UCD de Suárez ni el PCE de Carrillo. El PSOE le brindó la cobertura política necesaria para desarrollar su trabajo en cuestiones medioambientales: las focas muertas, el deterioro de la capa de ozono o los residuos radiactivos enviados a Guinea-Bissau. Desde la Comisión de Medio Ambiente, Salud Pública y Protección del Consumidor se preocupó sobre todo por lo que ella llamó «el raquitismo cuantitativo y cualitativo en la defensa del consumidor». ¿Cuál habría sido de verdad su partido?

«Yo era drogadicta del Medio Ambiente. A nadie le importaba. Si ahora sigue siendo una asignatura pendiente en España, en aquel momento no es que fuera pendiente, es que no era».

Para ilustrar las inexistentes preocupaciones medioambientales del Gobierno español en esa época, a Carmen le gustaba narrar la anécdota que a su vez le contó su amigo lord Stanley Clinton-Davis, comisario de Transporte, Medio Ambiente y Seguridad Nuclear hasta 1989: «Stanley era un británico encantador. Me contó que el ministro de turno español le había dicho que qué era eso del efecto invernadero: “En España ojalá tuviéramos lluvia, aunque fuera ácida”».

El anciano lord trabaja hoy en un bufete de abogados en Londres. En febrero de 2002 me envió un correo electrónico en el que lamentaba la muerte de su «amiga» Carmen:

Durante el tiempo que la conocí, fue una medioambientalista valiente, dentro y fuera del Parlamento […]. Logró adoptar un punto de vista totalmente independiente sobre el asunto que más le interesaba: el medio ambiente en Europa […]. Ella no apoyó nunca la visión conformista del grupo socialista español en el Parlamento Europeo. Yo la tuve siempre como una aliada de visión no comprometida y cuyo apoyo nunca podía dar por hecho: había que ganárselo.

Carmen no supo de este gesto, pero se habría sentido recompensada: «Hablar del medio ambiente les parecía una locura a los del PSOE, cuando precisamente entre los temas prioritarios de la construcción europea estaban los medioambientales. En España no les cabía en la cabeza que uno se pudiera tomar en serio el tema. Les gustaba utilizar el medio ambiente como ejemplo ilustrativo de la ridiculez que podía ser en algunas materias la Comunidad Europea.

»Entonces se había aprobado una directiva sobre los niveles máximos autorizados para las máquinas cortadoras de césped. Siempre se reían. Yo nunca entendí por qué se reían. El ruido era un tema capital en los países del norte europeo, donde la costumbre es vivir en casitas adosadas. Si los decibelios de la máquina segadora de césped del vecino son muy elevados, pues el descanso es imposible».

Carmen redactó su último informe en 1997, poco después de operarse del pecho. Fue un dictamen relativo al Libro verde sobre la contaminación acústica en la Unión Europea y sobre una política futura de lucha contra el ruido. Lo acabó con dos cartas de Juan Ramón Jiménez en las que protestaba contra el ruido, que siempre le molestó mucho.

El 9 de septiembre de 1998 formuló una de sus últimas preguntas. ¿Qué medidas pensaba adoptar la Comisión Europea sobre publicidad turística engañosa?: «El público está invadido por folletos turísticos de lugares idílicos en las islas mediterráneas […]. La realidad es muy distinta, con hoteles y apartamentos creciendo como setas, basura, ruido, cortes de agua e infraestructuras deficientes».

Todo lo referido al turismo y al desarrollo sostenible, como el informe que había elaborado cuatro años antes, le causó múltiples problemas con su delegación socialista. Sola, sin cenar con compañeros, Carmen trabajaba todo el tiempo. Llegó al Parlamento Europeo leyendo un libro de Maria Antonietta Macciocchi, la periodista y escritora italiana que había sustituido en la lista radical a Leonardo Sciascia y a la que no le había gustado nada lo que encontró allí: «A mí me pasó exactamente lo mismo. Yo, cuando llegué allí, dije: “Esta vida acabará conmigo, me matará”. Porque el trabajo es tan descomunal que si lo quieres hacer bien es un non stop permanente. Yo siempre he sido tremendamente responsable y con una capacidad de trabajo enorme, así que pensé: “Con tanto viaje y tanto trabajo, yo aquí me moriré”. Recuerdo que estaba siempre agotada de viaje para arriba y para abajo. No creo recordar haber tenido nunca un almuerzo tranquilo. Tuve esa inmensa pelea».

Pero haciendo balance concluyó que había aprendido muchísimo en sus años en el Parlamento Europeo, y que allí encontró gente extraordinaria, como el comisario español Manuel Marín o el presidente de la Comisión, el francés Jacques Delors.

La compañía y el apoyo que no le había dado el PSOE en su trabajo medioambiental los encontró en Nueva Izquierda con Laura González y en la derecha con María Teresa Esteban y José Luis Valverde, del Partido Popular.

«Todos trabajábamos de una manera conjunta en estas materias, menos las personas que estaban ciegamente con el poder. Ni siquiera María Teresa Esteban en el tema del informe Hautala de la contaminación de gasolinas y gasóleos tuvo una postura radical. Esto está en las actas, en los votos, y el informe Hautala salió por mayoría abrumadora. Nunca hubo una votación tan unánime. Los socialistas españoles tuvieron incluso que sacar una nota, porque todo menos hacer autocrítica. Eso nunca. Por eso yo digo que, cuando se acusa al Partido Popular de manipular, yo digo que sí, claro, como el PSOE manipulaba, y la UCD manipulaba. Y siguen manipulando».

Para Carmen, estaba claro.

Salvando las distancias, comparó la situación en la que estaba al final en el Parlamento Europeo con el PSOE con la que había vivido en la Moncloa.

«Cuando ya pierdes hasta tal punto la dignidad, nada vale la pena. La mala baba se traducía constantemente. Cuando las personas reclamaban que no se hicieran más experimentos gratuitos de cosméticos con animales, por ejemplo, entonces te decía siempre el que mandaba, el Cabezón de turno, que qué había que hacer. Yo decía: “Bueno, una cosa son las enfermedades, y otra cosa cuatro o cinco productos para cremas antiarrugas”. Siempre fue una relación muy, muy difícil».

Viendo la actuación de los partidos en cuestiones medioambientales, llegó a la conclusión de que su relación fue mucho más fluida con el CDS. Para Carmen, quitando el PSP y la USDE, que fue «otra cosa», los partidos políticos eran unas máquinas absolutamente totalitarias de poder.

—Si no dices «Sí, bwana» y le llevas como un boy en la cabeza los libros al jefe, pues como en la universidad con las cátedras: eres una persona peligrosa y que no hace carrera. Yo sigo diciendo que soy ecosocialista. Y así empezaba siempre los mítines. Aquí se creía que lo de la contaminación era un tema de Brigitte Bardot y las focas: original señorita; frívola. Cuando no se entiende algo, hay siempre un rechazo. Que se lo pregunten a las personas que viven en San Fernando de Henares, donde la contaminación acústica es insoportable.

»Cuando tú estás conduciendo un taxi todo el día y estás con un coche delante o un autobús que te está echando todo tipo de emisiones contaminantes y te estás ahogando, evidentemente, eso es veneno puro. Cuando estás comiendo productos llenos de pesticidas sin el mínimo control, y la cadena alimenticia está contaminada, y la leche materna está más contaminada que la leche de farmacia, realmente el tema es muy preocupante.

»Cuando no se puede respirar, y el agua has de beberla de una botella, a mí todo eso me parece imponente, y cuando el mar está contaminado y cuando somos un país cuya primera industria es el turismo y vamos destrozando, cementando todas nuestras costas…

—¿No te cansaba, de nuevo, una lucha contra marea?

—Yo nunca, Ana, he rehuido el toro. Jamás. Tengo infinitos defectos, pero no sé mentir. No puedo. Si tengo una convicción, una idea, la llevo hasta el final. Por eso estaba ahí. ¿Por qué otra razón iba yo a estar en el Parlamento Europeo, pegándome una vida infame de trabajo? Donde, además, en la primera legislatura no teníamos ni derecho a tener una ayuda por persona, sino que compartíamos un asistente porque el partido se embolsaba el dinero. Trabajabas constantemente. Y jamás he entendido que no se conteste una carta o que no se devuelva una llamada de teléfono. Y así, sólo faltaba que encima de no parar tuviera que obedecer las consignas de una petrolera o de un portavoz económico de turno diciendo que tenía que estar a favor de la energía nuclear.

Carmen no llegó a tiempo para conocer el nuevo edificio del Parlamento Europeo en Estrasburgo, que se inauguró dos semanas después de su entierro. De esta costosa mole de hierro y cristal —220 000 metros cuadrados y 330 millones de euros— creo que a ella le habría gustado que esté dedicada a Louise Weiss, que en 1979, con 86 años, dio el discurso inaugural del Europarlamento. La alsaciana Weiss, pacifista, feminista y escritora, fue como Carmen una mujer de coraje.

Una semana al mes, los 626 miembros del Parlamento Europeo se reúnen en la capital de Alsacia. Allí, en esa ciudad-frontera entre Francia y Alemania que tanto le gustaba, pasó Carmen gran parte de sus últimos doce años de vida. Fueron quizá los más completos. Los martes iba a misa en la bella catedral gótica. Se hospedaba muy cerca, en el modesto hotel L’Étoile de l’Europe, de la plaza Kléber. Comía en el autoservicio del Parlamento y su despacho estaba en el edificio Winston Churchill, bastante más discreto que el de Louise Weiss. En Bruselas, donde pasaba las otras tres semanas del mes, optaba por el hotel Europa, al lado de la plaza Schumann. Llevaba una vida solitaria.

Su valedor era Morán, el veterano político socialista de cejas puntiagudas y cara de búho. Morán sentía mucho cariño por Carmen. «A veces, después de tomar el té, cuando se iba a la catedral, yo le hacía bromas y le decía que tenía que tener un lío con un clérigo», me dijo el exministro de Felipe González durante una entrevista para este libro cuando todavía estaba en el Ayuntamiento de Madrid.

Pero la defendía no como presidente del Grupo Parlamentario Socialista español en Bruselas, sino como amigo que comprendía que Carmen era una persona sin partido:

Tenía una tendencia muy encomiable de criterio personal. La suya era una línea muy ecologista. Era una individualista extrema, pero con mucho sentido de lo colectivo. Aceptaba a regañadientes la disciplina. Yo era el presidente del grupo, ¡por eso tenía suerte!

Ella sentía una superioridad intelectual e incluso social respecto al grupo. Estaba contenta con la actividad parlamentaria. Hipertrofiaba mucho las cosas, pero era asidua y trabajadora. Se sentía a gusto en la vida parlamentaria europea. Descubrió en Europa un cosmopolitismo que aquí no encontraba. Era una verde de mentalidad.

Tuvo tentaciones de encabezar un Partido Verde aquí en España. Yo diría que fue una persona muy individualista pero con un sentido de lo colectivo que la llevó a la política. Sentía una obligación con lo social, con la política, que a lo mejor le venía de su padre.

Carmen dejó su impronta en Estrasburgo. A los dos años y medio de morir, la recordaba mucha gente. Cuando pregunté por ella, me hablaron de su meticuloso trabajo medioambiental, de su estajanovismo, de sus manías y de sus hilarantes accesos de furia.

Hay una anécdota famosa que ha quedado grabada en la memoria colectiva del Parlamento. Un ataque de ira a lo Serrano Súñer que acabó con Carmen propinándole una sonora bofetada al eurodiputado popular Nacho Salafranca en la concurrida cafetería del Parlamento ante la estupefacta mirada del comisario Abel Matutes.

Carmen acusó a Salafranca de apoyar la instalación de la Agencia Europea del Turismo en Mallorca, cuando la opción de Carmen era Menorca. En realidad, quien quería que la sede de una agencia que nunca llegó a crearse estuviese en Mallorca era Francisca Bennàssar, y no la inocente víctima. Tres semanas más tarde, el incidente se cerró con Carmen pidiendo disculpas e invitando a Salafranca a una caña.

Una persona que la conoció muy bien me hizo un justo retrato de ella sobre un cuscús en un restaurante marroquí de Bruselas:

Sabía que todo el mundo estaba al tanto de su historia personal, pero nunca hablaba del tema. Su humanidad era muy contradictoria, aunque con un fondo entrañable. Tenía tanta fuerza como una apisonadora; era tan radical, que provocaba la devoción o el rechazo total. En el trabajo, nunca dejaba nada pendiente, era muy seria. Le gustaban los gestos quijotescos, como meterse con las compañías petroleras.

Hubo más extravagancias. En la segunda legislatura, a partir de 1994, decidió contratar a un belga, Emmanuel Matz, Manu, ignorando que la regla de la delegación era trabajar sólo con asistentes españoles. Matz trabajaba para otro eurodiputado. Un día, en el ascensor, Carmen le dijo: «Voy a ayudarte. Vas a trabajar para mí».

Lo ayudó, sí, pero también lo hizo sufrir. Matz es un joven pecoso de nariz respingona y buen humor que me contó cómo entendió que Carmen no era una eurodiputada cualquiera. Fue el día que respondió al teléfono y oyó cómo la hija de la marquesa de Llanzol le decía: «Para ser socialista, está muy bien educado».

O aquel otro día en el que un eurodiputado inglés vecino entró en el despacho alarmado: los gritos de Carmen hacían pensar que estaba a punto de asesinar a Manu. Afortunadamente, el despacho estaba vacío: era Carmen hablando a voces con el contestador automático.

También recordó las cientos de veces que lo hacía llamar al aeropuerto para asegurarse de que el avión a Madrid no tendría retraso. O el día en que a Carmen le robaron en Madrid, y ella le echó en cara que él no hubiese estado con ella para ayudarla. O cuando, en una reunión con Felipe González y con Joaquín Almunia, se pasó todo el tiempo tapándose la cabeza con un diario porque decía que le molestaba la luz y nadie había conseguido regular adecuadamente la iluminación del despacho.

Una tarde, Manu respondió al teléfono y atendió a un sacerdote amigo de Carmen. Éste llamaba para informar de que se había olvidado un chal en un banco de la catedral. El sacerdote aprovechó para hacerle una confidencia: Carmen se arrepentía enormemente de su comportamiento con Manu.

El sacerdote se podía haber ahorrado la indiscreción. Cuando abandonó el Parlamento, Carmen le escribió una larga carta en la que le pedía perdón y le explicaba los motivos de su malhumor. Durante el embarazo de la mujer de Manu, Carmen le preguntaba constantemente por ella, y le pidió que le mandara la foto del bebé al hospital en cuanto naciera. Justin nació un día antes de que Carmen muriera, cuando ya había entrado en coma.

A través de su sobrino Íñigo Méndez de Vigo, Carmen le hizo llegar a Manu un regalo de 40 000 francos belgas (unos 1000 euros). Manu me dijo, una tarde que hablamos en Estrasburgo, que no guardaba resentimiento por todos los malos tragos que le había hecho pasar, sino todo lo contrario: «Para Carmen, vivir era imposible. Creo que ella habría querido casarse y tener hijos».

Carmen hizo amigos durante esos doce años como el escocés sir Ken Collins; Beate Weber, la alcaldesa de Heidelberg; Dagmar Roth-Behrendt, la socialista alemana que continúa en el Parlamento; y los españoles Inés Ayala (socialista, que también sigue), Margarita Nájera (que fue alcaldesa de Calvià) y su primo Carlos de Icaza, el diplomático.

La sustituyó, el 4 de febrero de 1999, Carlos María Bru. Cuatro días más tarde, la presidenta, Nicole Fontaine, le rindió público homenaje en la cámara. Hubo muchas intervenciones. La socialista Ludivina García Arias dijo algo que debió de sonrojar a algunos de sus compañeros de filas: «No quiero dejar de señalar la enorme pérdida que significa para los socialistas españoles su dura batalla a favor del medio ambiente y a favor también de la construcción europea».

Alonso Puerta, de Izquierda Unida, respondió: «García Arias ha expresado un sentimiento que no sólo afecta al Grupo Socialista, sino a todos los diputados, españoles y no españoles. Todos rendimos tributo al trabajo de nuestra compañera diputada. La recordamos, la tenemos muy presente, y sabemos que el trabajo que ha hecho ha sido muy importante y que, además, lo ha hecho con gran amistad y cordialidad con todos los diputados, cualquiera que fuera su grupo político».

Y José Luis Valverde López, del PP: «Nosotros también sentimos mucho que Carmen Díez de Rivera no pueda seguir trabajando con nosotros. Hemos compartido muchas horas de trabajo, de amistad. Conocemos muy bien su dignidad personal, su coherencia, la solidaridad que siempre la ha caracterizado en su trabajo. Sentimos esta situación, y tenemos a Carmen muy presente».

La italiana Banotti, del Partido Popular Europeo, que tenía en alta estima a Carmen, dijo: «Que no se piense que son sólo los miembros españoles de esta cámara los que aprecian a la señora Díez de Rivera. Yo, como uno de sus amigos en esta cámara, quisiera decir lo preocupados que estamos todos por su salud y lo mucho que lamentamos el que no vaya a estar con nosotros por un tiempo. Esperemos que vuelva. A ella se la quiere mucho en Europa. Ella conoce muy bien mi país, donde habrá mucha pena cuando se sepa que está enferma y que no puede seguir trabajando en el Parlamento».

Cerró el homenaje de despedida el verde alemán Bloch von Blottnitz: «Tuve la gran suerte de trabajar junto con ella en Medio Ambiente. Era una persona muy luchadora. Todo el tiempo estuvo contenta. Hemos trabajado muy bien con ella. En nombre de todo nuestro grupo, le deseamos que se ponga bien».

Por primera vez en la historia del Parlamento, todos sus miembros, de pie, le dedicaron una ovación cerrada. El socialista canario Manuel Medina, entonces presidente de la delegación socialista, se encargó de transmitirle todos esos mensajes a Carmen. Ella se emocionó al recibirlos.

A su sobrino y eurodiputado Íñigo Méndez de Vigo, el nieto de Carmen de Icaza, le pregunté si a Carmen la querían en el Parlamento:

Era muy respetada en los temas de Medio Ambiente. Era trabajadora, inteligente, se estudiaba los temas, era la Deutsche Erziehung [educación alemana]. Nunca faltó a una reunión. Era apreciada, querida y respetada. Pero era una persona dificilísima. Recuerdo el escándalo que montó cuando el CDS entró en la Internacional Liberal. En el PSOE tampoco fue mejor: ella era una persona independiente, con mucho carácter, era un outsider dentro del partido.

Llevó una vida solitaria, votó con libertad, y siempre fue independiente. Y formó parte de una de las delegaciones más políticamente incorrectas, la del Estado de Israel: «Yo siempre he tenido un interés inmenso por la creación del Estado de Israel. Por la vida del movimiento judío, por la persecución de los judíos, quizá por pertenecer a una generación y a una cultura en la que me decían, cuando era niña, a mí por lo menos me lo dijeron, que todo aquello era propaganda americana. Cuando vi aquel sufrimiento imponente, de todo un país, de una raza, de una cultura, esa persecución imponente, esa cosa tremenda.

»Siempre me ha parecido que tenemos todos una deuda inmensa con el pueblo judío. A mí siempre me han interesado todo tipo de escrituras, de costumbres, de culturas, y una de las experiencias más interesantes, que he repetido cada año, en Jerusalén, era acudir al Muro de los Lamentos».

Así llamaba ella al Muro de las Lamentaciones. En su casa de El Viso tenía una foto enorme del Muro, y una menorá, el típico candelabro judío de siete brazos, que siempre me llamó la atención. Estaba muy agradecida a sus «amigos judíos» por el comportamiento extraordinario que ella consideraba que estaban teniendo durante su enfermedad. Esos días acababa de recibir un recuerdo de la Knéset, el Parlamento israelí, con los que había tenido un enfrentamiento grande cuando el Likud, el partido conservador, estaba en el poder: «Recuerdo que mi primer contacto con el Muro de los Lamentos fue de noche. Cuando puse las manos en el muro y me pasó aquella sensación de toda la historia, de toda la historia nuestra. En mi vida he tenido una impresión tan grande como la entrada por la Puerta de Damasco en aquella hermosísima ciudad. Es que hay que estar, hay que ir a Jerusalén. Lamento mucho no poder ir yendo. Cuando pienso que estas manos no van a volver a tocar ese muro, lo que amo, ni estar en los sitios que quiero, ni con las personas que quiero, ni ver tantas cosas que me gustan, ni mi casita al lado del mar, es muy duro. Que no voy a volver a París, que es otra de mis emociones profundas junto a Jerusalén: eso es durísimo. A mí por lo menos se me hace así».

Cuando conocí a Máximo Gutiérrez, un joven cántabro de expresivos ojos negros, entendí el significado del trabajo de Carmen en el Parlamento Europeo. Máximo vino un día a verme con un sobre de documentación debajo del brazo y de él extrajo el último correo electrónico que había recibido de Carmen, el 5 de enero de 1999.

Querido Máximo:

Te deseo igualmente un feliz 1999 y no contarás conmigo ni en las próximas elecciones ni en los próximos meses, debido al rebrote de la enfermedad que me aqueja.

Para mí también ha sido una satisfacción trabajar con todos vosotros. Un diputado está para eso.

Un abrazo muy fuerte,

Carmen

Máximo, un consultor con trabajo en Madrid, era entonces miembro de ARCA (Asociación para la Defensa de los Recursos Naturales de Cantabria). Dedica aún sus ratos libres a defender del expolio a una comunidad autónoma que él define como «en venta» por las prebendas repartidas por los dos principales partidos, el PP y el PSOE.

Al día siguiente de morir Carmen, Máximo me llamó por teléfono porque había leído el obituario que escribí en El Mundo:

Me da igual que fuera importante en la Transición. La política era lo de menos en ella. Tenía un carácter muy especial. La primera vez que la llamé me mandó ir a su casa. Acababa de llegar de viaje, y estaba todo lleno de maletas. Me di cuenta enseguida de que era una persona especial, una rara avis. Tenía un carácter aparentemente gruñón, pero por dentro era blanda. Como ciudadanos nos atendió de verdad.

Dos años más tarde, Máximo me explicó el fiasco de las banderas azules que consiguió destapar gracias a la ayuda de Carmen. Esta historia ilustra la lucha honesta y apasionada de Carmen en el ámbito del medio ambiente.

Las banderas azules nacieron en 1987 para premiar las playas en buen estado. En el verano de 1996, Máximo se bañó en una playa en Cantabria y descubrió que, a pesar de la bandera azul, se encontraba en un estado lamentable. ¿Cómo era posible que un programa financiado por la mismísima Unión Europea para avalar la calidad de las playas incurriera en semejante engaño? Acudió al Gobierno cántabro, y allí supo que la responsable del programa era una ONG local llamada ADEAC, y no Bruselas. ARCA realizó un informe de las playas cántabras que, aun contando con la bandera azul, no estaban en buenas condiciones.

Máximo entregó el informe a la ONG en cuestión. La bandera azul fue retirada de esa playa, pero inmediatamente fue otorgada a otra. Ahí surgió la sospecha de que se trataba de un chiringuito destinado a asegurar para Cantabria siempre el mismo número de banderas, un sinónimo para el Gobierno regional de paraíso turístico.

Máximo siguió investigando. En el Diario Oficial de Sesiones de las Comunidades Europeas, comprobó que una tal Carmen Díez de Rivera ya había formulado una pregunta al respecto el 12 de julio de 1990:

Si la concesión de la bandera azul es garantía de calidad de las aguas de baño, así como de la limpieza de la playa, ¿podría la Comisión indicarme qué requisitos se requieren para ello? ¿Quién suministra la adecuada información y posteriormente la comprueba? Y, por último, si una playa sin red de alcantarillado terminada ni depuradora en funcionamiento puede merecer tal galardón.

Buscó su teléfono en Bruselas, lo marcó y lo cogió la propia Carmen. Lo que le dijo la eurodiputada lo dejó perplejo: «Los españoles son unos paletos. Ven europeo en algo y no se dan cuenta de que les están tomando el pelo». Con el apoyo de Carmen, ARCA interpuso una denuncia. Como en el resto de sus peleas medioambientales, Carmen batalló sola. Sus compañeros de delegación, los socialistas españoles, no sólo no la apoyaron, sino que en la mayoría de los casos se enfrentaron a ella. El 11 de febrero de 1999, cuando Carmen ya se había retirado del Parlamento por enfermedad, el eurodiputado socialista por Cantabria, Jesús Cabezón, secretario del grupo, minimizó en Estrasburgo la querella del grupo ecologista: «Se trata de una iniciativa particular e individual de esta eurodiputada, que tiene una opinión sobre las banderas muy distinta a la que tenemos otros miembros del grupo».

«No va a suceder absolutamente nada —agregó Cabezón, que hoy es diputado regional del PSOE en la Asamblea de Cantabria—. Es una de las ocho mil polémicas que se suscitan a diario sobre los temas más variados, incluidos los medioambientales». Cabezón se equivocó. Pasaron muchas cosas. El 28 de febrero, Carmen y los ecologistas cántabros ganaron la batalla. La noticia fue portada en España y en toda Europa: Bruselas retiró su apoyo a la campaña de las banderas azules.

Cuando se despidió, tras contarme su historia, Máximo me dijo algo de lo que Carmen se sentiría muy orgullosa: «Todavía retumban sus palabras en mi cabeza: “Seguid adelante, seguid adelante”».