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DE LA MONCLOA A LA TRILATERAL
18 de abril de 1977-22 de febrero de 1980

Era una tarde de mayo, muy fría, en el parque del Oeste, cercano a la Moncloa.

—Te han destituido, Carmen.

Rafael Fraguas fue directo al grano. Ella había aparcado su Renault 5 naranja y había caminado hacia él con el chubasquero amarillo forrado de azul que Fraguas le había traído de París. También llevaba una bufanda tan larga que casi le arrastraba por los pies.

Muchos años después, Fraguas no recordaba el color de la bufanda, pero sí la expresión en el rostro de Carmen: «Me miró con cara de perplejidad y me di cuenta de que no sabía nada. Entonces, Carmen creyó que yo trabajaba, de verdad, para el KGB, como se había dicho. Lo curioso es que inmediatamente empezó a pensar en cómo organizar su vida, con ese lifemanship de las mujeres, que dice Norman Mailer».

Carmen interiorizó el golpe que recibió en el parque del Oeste con este relato: una vez legalizado el PCE, Suárez ya no necesitaba a una persona que le diera «validez democrática» y «aperturismo» a su Gobierno. Carmen, sus constantes críticas y su inapelable libertad sobraban en la Moncloa. Allí el momento pasaba por la creación de la UCD para seguir gobernando España. Su salida, además, ayudaría a «reconfortar» a todo ese sector de la sociedad española «soliviantado» tras la legalización del PCE.

Carmen me habló con convencimiento: «Quedé saturada de todo, pero salí de allí con la sensación del trabajo bien hecho, bien cumplido. Pensando que había hecho lo que tenía que hacer. Me había tocado estar ahí, y cumplí como ciudadana española. No sentí tristeza. Sentí decepción porque las incomprensiones no son fáciles. Al mismo tiempo, cierto alivio. Cada día lo viví con la sensación de estar metida en un momento histórico importante. Y pensaba: “¿Llegaremos? ¿No llegaremos?”. Yo te he contado sólo las cosas que tengo anotadas, las que viví. Nunca se hace lo mejor en la vida. Se hace lo que se puede. Y eso hice yo».

Desde que se legalizó el PCE hasta que se marchó de la Moncloa pasaron treinta y cuatro días muy difíciles para Carmen. Había todo tipo de rumores sobre su marcha. La prensa de extrema derecha llegó a dar pábulo a los rumores sobre su condición de espía al servicio de Alemania del Este. El velo de sospecha continúa: he hablado con personas que seguían con ese algo-habría-hecho. Según una persona muy cercana a los protagonistas, el detonante de su salida fue la confirmación, por parte de Casinello, de que Carmen había pasado «cierta información» a Tierno Galván. Lo cierto es que, desde aquel sábado santo y rojo, Carmen nunca más despachó con Suárez. En su dietario, escribió:

El Señorito desconfía de mí. No así Juan Carlos.

Según Carmen, la relación con el Rey era mejor, entre otros motivos, «porque Don Juan Carlos estaba por encima de Suárez». En sus conversaciones con el Rey, y ante el miedo de la sociedad española, ella le reconfortaba insistiendo en que «se había hecho lo que se tenía que hacer»: «El Partido Comunista demostraba ser responsable, y yo me sentía orgullosa».

El 14 de abril de 1977, aniversario de la proclamación de la Segunda República, y con media España temblando ante el advenimiento del terror rojo, se produjo otro hecho histórico: la primera reunión del Comité Central del PCE en cuarenta años. Desde la Moncloa, me dijo Carmen, había pánico a una reacción adversa de los españoles. El problema era un trozo de tela con alto contenido simbólico: hasta ese momento, los comunistas se habían negado a aceptar la bandera oficial, y seguían usando la republicana. Había nervios. La sorpresa llegó al término de la reunión, en la rueda de prensa; con la misma «contención» que habían demostrado dos meses antes en el funeral de Atocha, emergió la insignia correcta.

Carmen se emocionaba y lo recordaba con entusiasmo: «El gran patriota de fondo de la Transición fue Santiago Carrillo. Y el Partido Comunista. Ésos fueron los que de verdad antepusieron los intereses de los ciudadanos españoles a su propio credo político. En el PCE, nadie pidió un ajuste de cuentas. Para ellos fue difícil, claro. Esa bandera oficial había sido utilizada durante mucho tiempo como símbolo de represión».

Según Carmen, nada contribuía ya a mejorar las relaciones con Suárez. Ni el «comportamiento maduro» del Partido Comunista, mayor del que preveía el Gobierno español, ni la positiva cobertura que recibía «en cierta prensa», como en el ya citado FAZ. El 30 de marzo de 1977, Walter Haubrich volvió a elogiarla como «la joven y guapa mujer» que cada vez tenía «más protagonismo» en la política española. Según Haubrich, Carmen se encontraba «más a la izquierda» de los políticos del Gobierno, y era responsable de la «nueva imagen» de España en el extranjero.

El 18 de abril, Carmen escribió en su diario:

Suárez sigue pensando que soy una persona peligrosa. Él ya sabía que yo no iba a entrar en el juego de la UCD: la gente de su entorno no hacía más que malmeter contra mí y, encima, yo no soy el tipo ese de persona que le lleva los libros a nadie. Lo que más detestan las personas en la vida y en la política es que seas independiente, libre. Yo lo soy. Un ser libre es peligrosísimo. En algunas cosas uno es de derechas, en otras uno es de izquierdas, y en otras cosas uno es, simplemente, libertario.

El 22 abril, el Rey viajó a Alemania: «Para Don Juan Carlos fue siempre una constante la entrada en la llamada, entonces, Comunidad Económica Europea. En aquel momento, como institución, la persona que más claro lo tenía era el Rey».

En su cuaderno, ese día, escribió:

Se ha demostrado que el país no se ha hundido tras la legalización del PCE.

Todos esos días posteriores al sábado rojo, Carmen escribió con frecuencia en su particular gaceta acerca de la «generosidad» que había tenido la izquierda, y de cómo aquello estaba resultando ser una «pieza clave» del proceso: «Claro que también es verdad que tuvo que serlo porque Franco murió en la cama. No se nos olvide».

Sus relaciones con Suárez eran muy tirantes. Seguían con sus puertas frente a frente, a ambos lados del pasillo, pero el presidente ya no quería verla «ni en pintura»: «Me huía como de la peste. A mí se me hacía muy difícil de entender. Habíamos adquirido un compromiso para devolverle al pueblo la libertad. ¿Cómo íbamos a devolvérsela sin hacer las cosas necesarias? Yo no conocía otra manera. Y mira que le daba vueltas a la cabeza».

Fue en esas jornadas de desgarro personal cuando acuñó la expresión «buen desmontador del franquismo» para referirse a Suárez. Y añadió en su diario:

Pero crear una democracia va a ser un poquito más complicado.

El presidente estaba entonces absorto en la labor de construcción de la UCD: «En las encuestas, entonces, salía que el 52 por ciento de la población no tenía opinión sobre si era bueno o malo que Suárez se presentara a las elecciones. El pueblo no tenía experiencia política. Lo que se estaba planteando esos días era una lucha interna dentro del Partido Único, entre Alianza Popular y la UCD, para ver quién iba a heredar lo que quedaba del régimen franquista o la reforma, como se quiera llamar.

»Ya me conoces un poco: yo no estaba por la labor de unirme a la pelea por hacerme con los despojos del pasado. En el otro lado, todo hay que decirlo, había también sus tiras y aflojas. Estaban el PSOE renovado, el PSP y el PCE, y no había unidad. En el medio quedaba el ciudadano, desorientado, sin experiencia política, sin la neutralidad y la autocrítica propias de una sociedad avanzada. Ahí me encontraba yo».

Pero Carmen seguía actuando de Pepito Grillo. No contenta con la irritación que le estaba causando a Suárez con los dardos constantes a UCD, el 1 de mayo le lanzó una pequeña diatriba recogida con detalle en su cuaderno.

—¿Cómo crees tú que va a ser homologado el partido ese de centro en el Parlamento Europeo? Tú tienes una responsabilidad como presidente del Gobierno y no puedes fomentar la ignorancia del ciudadano pidiendo el voto para el partido de la Televisión.

A Suárez se lo llevaban los demonios. Como una niña traviesa, Carmen se reía al contarme la escena. Ese 1 de mayo no acabó ahí: fue la jornada del encuentro entre el Rey y Tierno, ese que ella venía gestionando desde hacía meses y al que Suárez se había opuesto desde el principio.

Entusiasmado, Tierno la llamó esa tarde para decirle que el Rey tenía «el mismo don de trato que su padre». Sabe reconocer a las personas, escribió Carmen en su diario. Tierno le transmitió también su temor a que la figura del Rey quedara «oscurecida» por la historia y que los «tantos» de la Transición se los llevara Suárez.

Al día siguiente, 2 de mayo, Carmen se regodeó con los comentarios elogiosos que la prensa dedicó a la entrevista entre Tierno y el Rey: «¡Ponían que había sido a instancias del presidente del Gobierno! ¿Te das cuenta? Yo anoto en el diario, mira: Así se escribe la historia. Esta idea de que el Rey viera a Tierno me costó una de las broncas más serias que he tenido».

En el diario escribió:

Por encima de reconocimientos subjetivos, lo importante es que el Rey haya recibido a un líder de la oposición. Lo importante es que se haga.

El 3 de mayo, ¡un mes y medio antes de las elecciones!, la coalición Centro Democrático pasó a llamarse Unión de Centro Democrático (UCD). Victoria Prego describió así un espectáculo que Carmen encontró abominable (Así se hizo la Transición, p. 672):

Las listas de candidatos de UCD se elaboran desde el Gobierno en una operación desgarradora para los fundadores del Centro Democrático original, que ven cómo los hombres del presidente Suárez desembarcan limpiamente en las candidaturas y pasan por delante de ellos, sin que se les dé prácticamente la menor opción a decir pío. A las diez de la noche del 3 de mayo, Adolfo Suárez comparece ante la televisión y, durante treinta y cinco minutos nada menos, explica a los españoles las razones de la legalización del Partido Comunista y los motivos de su decisión de presentación a las elecciones del 15 de junio al frente de la coalición política de flamante nombre, Unión de Centro Democrático (UCD).

El 4 de mayo, Carmen escribió:

La gente no se explica por qué no me presento a las elecciones. ¿Cómo voy a hacerlo? No puedo dañar públicamente la imagen de Suárez. El PSOE es el partido que se va a «colar» en las elecciones.

El sábado 7 de mayo recibió una llamada de Belén Piniés, la secretaria de Carrillo, para que gestionara una reunión con Suárez. Carmen la remitió a Lito: «Casi no me hablaba nadie ahí dentro, y yo no tenía ganas de más jaleos».

En su diario anotó:

Ayer un follón tremendo [con Suárez] con lo del PSP.

El follón lo provocó la pequeña nota que el viernes 6 de mayo publicó La Vanguardia: «Carmen Díez de Rivera solicita su ingreso en el PSP». Y al día siguiente, portadón de Diario 16 con una foto enorme de Carmen y su abanico. El titular: «Es socialista». El pie de foto continuaba: «La jefa del Gabinete del presidente del Gobierno, que no se presentará a las elecciones a pesar de todos los rumores y de que muchos le pronosticaban un escaño, militó antes del PSP en la socialdemocracia de Dionisio Ridruejo, cuando los partidos no existían por mandato del Poder».

Su última conversación con el presidente del Gobierno tuvo lugar el 9 de mayo en la Moncloa. En el diario apenas dejó escritas tres lacónicas frases:

Hablé con Suárez. Estoy demasiado cansada. Lo ampliaré otro día.

Carmen había ido demasiado lejos. En la Moncloa no podía haber un presidente de UCD con una jefe de Gabinete del PSP: «Cuando él se hizo de la UCD, yo vi el camino libre. Pensé que no había impedimentos. Al fin y al cabo, Suárez incumplió el pacto que hicimos al llegar a Presidencia: dejar el camino a otros, al menos temporalmente, una vez instaurada la democracia».

Por televisión, en su pisito del «sofá eléctrico», siguió con sorpresa el anuncio de su propia destitución: «Eso de mandar a aquel motorista [con la carta oficial de su relevo] fue muy demócrata. Pero para mí fue muy desagradable. Primero por la injusticia, después porque yo siempre he creído en la fuerza de la palabra. Si tú tienes un problema con quien sea, con tu marido, con tu hijo, pues lo hablas y aclaras las cosas. A mis espaldas, sin consultarme, dieron por televisión una noticia muy importante, diciendo que yo me iba de Presidencia, pero que iba a ser algo más destacado todavía: ¡asesora del presidente del Gobierno! Las dos secretarias que yo había llevado no quisieron quedarse. Salimos las tres sin que nos despidiera nadie. Salimos como habíamos entrado: con una mano delante y otra detrás. Eso es muy importante».

El viernes 13 de mayo, El País publicó su cese y afirmó que «en los últimos días se especuló sobre la filiación política de la señorita Díez de Rivera y se anunció su pertenencia al Partido Socialista Popular del señor Tierno. Sin embargo, parece que no es miembro del partido y que sus simpatías políticas serían por alguna formación más a la izquierda».

Sorprende que, en medio de ese caos, Carmen tuviera tiempo para escribir en su diario, y sorprende también lo que escribió:

Llegó Dolores [la Pasionaria, exiliada desde la guerra civil].

El sábado 14 de mayo continuaron las «filtraciones interesadas» desde Moncloa. Diario 16 publicó que, «según fuentes próximas a Carmen Díez de Rivera», ésta se marchaba de la Presidencia para ser «asesor». Carmen recuerda: «Las secretarias escribieron una carta diciendo que las únicas fuentes próximas a mí eran ellas, y que ellas no habían dicho nada».

Ese mismo día, Walter Haubrich publicó en el Frankfurter Allgemeine Zeitung un perfil-despedida de magnífico título: In teuflischer Verkleidung («Con los vestidos del diablo»). Haubrich se remontó a la foto de Carmen con Carrillo en el Ritz para explicar la «campaña de los radicales de derecha» de la que había sido víctima. Al fin y al cabo, concluyó Haubrich, Carmen representó la «profecía» del mentor ideológico de la extrema derecha española, Luis Carrero Blanco, para quien «el demonio ya no aparecía en su forma original con pies de caballo, sino en ropas modernas. Las máscaras preferidas eran hoy en día el erotismo, el liberalismo y el comunismo. La joven y rubia mujer que ocupaba un lugar tan alto en el régimen representaba para muchos extremistas de derecha al mismísimo diablo».

Sólo Haubrich escribió, negro sobre blanco, que Carmen se oponía a la inclusión de tantos «funcionarios franquistas» en las listas electorales de UCD. Ningún cronista español de la época lo hizo. Así concluyó Haubrich: «Su cese demuestra que la crítica y la liberalidad todavía tienen fronteras entre los jefes de Gobierno españoles».

Ese sábado 14 de mayo, Carmen escribió una carta a la Moncloa diciendo que no aceptaba ser asesora especial del presidente para Centroeuropa. Era su tercera carta de dimisión en los últimos tres meses y medio: «Entonces fue cuando se acabó».

Así acabó la historia del choque entre la ambición de Suárez y la obstinación de Carmen, una colisión frontal que tuvo lugar esa primavera de 1977. Una relación de ocho años que la política envenenó en apenas meses. Los dos se creyeron en posesión de la verdad. Nunca pude comprobar la versión de Suárez, y acudí en ayuda de Lito, que me advirtió: «No te lo puedo contar todo, pero casi todo».

Lito arropó su relato con sinceras alabanzas a Carmen:

—Ella valía un montón. Pero si la derecha de entonces percibía a Adolfo Suárez como un loco, un insensato y un rojo, Carmen Díez de Rivera ni te cuento: Carmen, en su edad, en su manera de ser, rebelde, y no digo nada de su problema psicológico, que la condicionaba por su pasado, estaba más a la izquierda que a la derecha, pero de roja tenía ¡lo que yo de obispo!

»Ella influyó en Adolfo Suárez porque era una muchacha inteligente, preparada, espléndidamente informada, muy bien relacionada con la Zarzuela, tenía una información extraordinaria. Influyó mucho en dar nombres, como el de Aurelio Menéndez.

»Pero ella no descansaba, estaba siempre en primera fila, como en Barcelona con Carrillo. Ella entendió, y yo lo respeto, que una vez hecha la Transición Adolfo Suárez no tenía que presentarse porque lo hacía desde el poder. No estábamos de acuerdo con ella ninguno. Tenía su argumento. Creo que históricamente se ha demostrado que se hizo bien.

»Y ahora, cuando te digo esto, creo que estoy más próximo a la verdad que nadie: al acercarse las elecciones, ¿qué hizo Carmen? Ser ligera. Quiero decir con esto que cuando uno tiene ese puesto en la Moncloa, en ese momento, cuando los partidos son diversos, no podía acercarse ni a la izquierda ni a la derecha. Ella tuvo algunas indiscreciones, y se le notaron.

»¿Por qué iba a ser más amiga de Senillosa que de Fraga? Desde la Moncloa había que tener mucho cuidado. No es verdad que se le acusara de traición. Pero yo diría que Adolfo Suárez percibió en esa actitud un poquito de deslealtad. Se rompió el afecto, pero fue en el terreno sentimental y en el humano.

»Ella no traicionó a Adolfo Suárez; pero en las relaciones humanas, cuando la duda se instala, es terrible. Las relaciones de Adolfo Suárez con Carmen Díez de Rivera eran tan estrechas como las que yo tenía con él: si yo le hubiera fallado así, se hubiera llevado un disgusto igual de grande. Por eso insisto en la ligereza. Creo que llevada por la pasión, porque le apasionaba la política, por la inteligencia, por la capacidad de análisis tan grande que tenía, por su conocimiento de la política…; creo que llevada por todos esos ingredientes, y sin darse cuenta, ¡defendía al Atleti en vez de al Madrid!

»Si tú eres el presidente, no puedes defender ni a uno ni a otro. Ella era la cara de Adolfo Suárez. Ésa fue su ligereza. Pero Adolfo Suárez confiaba en ella, la quería, la conocía lo suficiente como para no ser objeto de la debilidad de creerse todas las barbaridades que dijeron de ella».

—Mejor que no te dé ningún consejo.

Con escasa simpatía le habló Carmen a su sucesor en el puesto de jefe de Gabinete, el diplomático Alberto Aza, de 39 años, que venía de ocupar la subdirección de la Oficina de Información Diplomática (OID). Con el paso de los años, y haciendo un curioso bucle, Aza acabó sus días siendo jefe de la Casa del Rey, de donde se marchó en el verano de 2011.

Al poco de morir Carmen, entrevisté a Aza, que entonces estaba al frente de la OID. Recordaba con nitidez lo que encontró al llegar a la Moncloa: «Allí no había un solo papel, sólo una lista con corresponsales extranjeros. Pregunté y me dijeron que sólo había documentos de la etapa de Arias en cajones de cartón en el sótano».

Carmen había cumplido así a rajatabla lo que le pidió Suárez cuando llegaron a Castellana, 3: hacer política y «ni un solo papel». Charles Powell, vicepresidente de la Fundación Transición, me recordó que ésta había nacido con el cometido de grabar a las personas que ya se estaban muriendo. Papeles, me dijo Powell, hay poquísimos de esa época, «lo que no deja de resultar extraño». ¿Quién los tiene? Por ejemplo, los dietarios que guardaba Natalia Escalada en su cajón con todas las citas del presidente. A la vuelta de las vacaciones de verano, al final de su estancia en la Moncloa, desaparecieron de su mesa.

Suárez le ofreció el puesto de Carmen a Aza el 24 de abril de 1977, en un vuelo hacia México durante su primera visita oficial a EE. UU.: «Ya en ese viaje se había corrido la voz de que buscaba a gente para la Moncloa. Se decía que al Gabinete se lo estaba comiendo la secretaría particular de Lito, que el Gabinete había perdido gas, que la relación entre Adolfo y Carmen estaba deteriorada». Así explicó Aza el trabajo de Carmen en el Gabinete: «Se dedicó a hablar con periodistas extranjeros y era una voz con credibilidad democrática que le convenía a Suárez».

Fuera ya de la Moncloa, la prensa de extrema derecha se cebó con ella. El 15 de mayo, Carmen escribió en su diario:

El Alcázar sigue metiéndose conmigo. Ahora dice que soy del PCE, no del PSP.

Y así empezó lo que Carmen llamó «una verdadera conspiración». El 19 de mayo, El Alcázar se preguntó:

¿UNA COMUNISTA EN LA MONCLOA?

Como se sabe, Carmen Díez de Rivera fue cesada recientemente como jefa del Gabinete del primer ministro para pasar a desempeñar la asesoría para Centroeuropa de la Presidencia. Desde el palacete de la Moncloa, Díez de Rivera ha desarrollado una importante actividad para aproximar al jefe del Gobierno hacia diferentes políticos situados predominantemente hacia la izquierda. Siempre entre bastidores, con una ejecutoria tan discreta como eficaz, Díez de Rivera ha sido un contacto decisivo para el reconocimiento del PCE y un cerebro oculto y laborioso a la hora de formar la coalición electoral gubernamental. ¿Cómo se explica, entonces, su cese? De ser veraz la prensa extranjera, por la pertenencia de Carmen Díez de Rivera al Partido Comunista Español que preside Dolores Ibárruri.

El Alcázar se basaba en un reportaje a todo trapo de un periódico ideológicamente hermano de Francia, L’Aurore, titulado: «Estupor en Madrid: la eminencia roja que manipula a su antojo a Suárez». Lo firmaba Philippe Bernet, quien glosaba «la biografía y trayectoria de la bella colaboradora del señor Suárez». Ese diario parisino, que en 1898 había publicado, en portada, el famoso artículo «J’accuse…!» de Émile Zola, no era una tontería: en esa época vendía casi medio millón de ejemplares. Según Bernet,

[…] la gestión de Díez de Rivera, habida cuenta de su confesionalidad política, puede revestir dimensiones de auténtico escándalo político. […]. Antes de las elecciones, que pueden cambiar la fisonomía de España, eso significa una catástrofe para Suárez y su política de acelerada liberalización, alentada y quizá orquestada por la bella Carmen, que fue una de las verdaderas cabezas políticas del Palacio de la Moncloa.

Carmen me mostró la réplica que El Alcázar sacó de L’Aurore y en la que contaban «lo que ellos suponían que era mi vida. Quiénes eran mis padres. Fue un artículo terrible. Yo llamé al director de L’Aurore, a Roland Faure, y me pidió disculpas. Le exigí una rectificación pero no lo hizo».

El Alcázar concluía, basándose en el periódico francés, que

[…] desde la sombra, Díez de Rivera permitió una presencia real de la oposición en las áreas decisorias del poder, lo que se tradujo en una notable aceleración de los trámites de la reforma […]. Y, desde luego, en una selección de la información que se hacía llegar al primer ministro. Así, Suárez apenas contó con los sectores conservadores a la hora de efectuar consultas previas para la promulgación de la Ley Electoral. El hecho —la discriminación— fue muy comentado entonces, y encuentra ahora una justificación precisa.

Dos días más tarde, el 21 de mayo, ABC entró en la polémica diciendo que Carmen había confirmado su militancia en el PSP: «Carece, pues, de fundamento, por tanto, el artículo publicado recientemente por un vespertino de Madrid bajo el título “¿Una comunista en la Moncloa?”».

De nuevo, la vida de Carmen tomó un giro literario que la acercó a su admirado bastardo socialdemócrata Willy Brandt. Para apoyar la conspiración, sus autores crearon en torno a Carmen una historia apoyada en un fascinante y reciente caso de espionaje internacional: el llamado escándalo Guillaume. En 1973, los servicios secretos de Alemania Occidental habían detectado que Günter Guillaume, secretario personal del canciller Willy Brandt, estaba espiando para Alemania Oriental. Los servicios pidieron a Brandt que mantuviera a Guillaume en el puesto y que disimulara durante un año. El 24 de abril de 1974, el espía Guillaume fue detenido y condenado a trece años de cárcel. Brandt tuvo que dimitir en mayo de ese año y fue sustituido por Helmut Schmidt.

El reportaje sobre la eminencia roja desembocó así en el «arresto domiciliario» en que, según la prensa española, se encontraba Carmen: «Había un jaleo tremendo. Decían que yo era una espía a sueldo de Alemania del Este. La Reina me llamó y me dijo que le parecía una “barbaridad”. En realidad, lo hacían por meterse con Suárez, que en el fondo no estaba nada contento porque yo me había negado a ser asesora, que era una manera de mantenerme en la distancia. Él tenía miedo a que no le beneficiara que yo no estuviera allí. Porque yo le daba credibilidad democrática. Ésa es la verdad. Y, sobre todo, porque a un presidente del Gobierno no se le dice que no. Ésa es la política. Yo me enteré que estaba arrestada tomando una caña con patatas en la Casa de Campo. Era lo único que me divertía por aquel entonces. Alguien a mi lado estaba leyendo El Alcázar (yo no lo leía, claro), y me quedé consternada. También me llamó el Rey, cariñoso y preocupado».

Llamaba la Zarzuela, pero pasaban los días y la Moncloa seguía en silencio. Hasta el sábado 28 de mayo: «Finalmente me llamó Manolo Ortiz, un subsecretario de Suárez, para lamentarse por la barbaridad. Pero habían pasado varios días mientras ellos calibraban. Me llamaron cuando se dieron cuenta de que en realidad les estaban atacando a ellos.

»Entonces me explicaron que iban a hacer una nota de inserción obligatoria. Sí, Ana, no pongas esa cara. En aquella época, Presidencia del Gobierno podía escribir una nota y los periódicos estaban obligados a reproducirla. ¡Cómo le gustaría hoy a más de uno que eso siguiera funcionando!, ¿verdad, Ana?».

Adolfo Suárez, por fin, la llamó por teléfono para decirle que la nota aclaratoria tenía que insertarse. Carmen lo increpó por los días que habían pasado sin una llamada del presidente.

—¿No te das cuenta de que es una forma de meterse contigo también?

Entonces, según una irónica Carmen, Suárez tuvo una «genial idea».

—Para quitarle hierro al tema, Carmen, he pensado que te voy a dar una Gran Cruz.

—Antes muerta que cogida con una cruz. Cruces ya tengo bastante. Si insistes en dármela, la rechazaré.

Por fin, el domingo 29 de mayo, Moncloa facilitó la nota oficial a los periódicos:

El rumor sobre el presunto arresto domiciliario de la señorita Carmen Díez de Rivera y el entorno especulativo que lo rodea es tan fantástico que, inevitablemente, tiene que tratarse de un deseo que los autores querrían convertir en realidad. La Dirección de Prensa de la Presidencia del Gobierno, independientemente de las acciones judiciales que desee interponer la interesada a título particular, desmiente categóricamente los rumores […].

La nota la redactó Fernando Ónega, el flamante primer jefe de prensa de la Presidencia del Gobierno, esa figura de portavoz que tantas veces había reclamado Carmen. Con su marcha, el puesto de Carmen se transformó en dos: el Gabinete político para Aza y la prensa para Ónega.

Cuando hablé con Fernando, un veterano periodista aún en activo, me encontré con un problema: él mismo estaba a punto de publicar sus memorias sobre la Transición y lógicamente no quiso adelantar mucho para este libro.

Sí rememoró Ónega su relación con Suárez, y cómo empezó a escribir esporádicamente para él siendo un joven redactor del diario Arriba, con apenas 28 años. El discurso que lo convirtió en oficioso speech writer de Suárez fue ese que había ido tan bien el 9 de junio de 1976 sobre las asociaciones políticas. «¿Cómo vienes tan tarde? —recordó Ónega que le espetó Suárez cuando entró en la Presidencia—. Las elecciones son dentro de quince días».

El paso de Ónega por la Presidencia fue también efímero, de apenas un año, como el de Carmen: según me dijo el periodista, pronto detectó en Suárez actitudes que no le convencieron.

Al alimón con la nota obligatoria emitida por Ónega, Carmen hizo unas declaraciones que Diario 16 llevó a portada el lunes 30 de mayo:

CARMEN DÍEZ DE RIVERA RESPONDE A LAS CALUMNIAS

Se trata de una burda maniobra política. Es evidente que cierto sector no busca más que atacar, a través de mí, al presidente del Gobierno, cuando más bien deberían mostrar, si no agradecimiento, al menos respeto hacia el señor Suárez por haber intentado traducir políticamente la voz ciudadana tan inequívocamente expresada a favor de la reforma política en el pasado referéndum nacional.

Se puso fin así al escándalo Díez de Rivera, que según Carmen fue un caso Guillaume con tintes de película de José Luis López Vázquez.

Carmen volvió a lo suyo. El 2 de junio escribió en su diario:

Vuelvo a insistirle [a Suárez] que el centro es una bomba de relojería.

A pesar de que tenía la marea tan claramente en contra, Carmen siguió martilleando: «Era obvio que iba a ganar, y no podía ser un peligro, una bomba de relojería. Más tarde, cuando todo saltó por los aires, Suárez me dijo que yo tenía el don de la profecía. Yo nunca he tenido ningún don, mucho menos el de la profecía… Ya me gustaría a mí. Aquello era evidente. Dos más dos son cuatro. Pues eso. Saltaba a la vista. Pero a mí me parecía importante decirlo, porque siempre me pareció que si tenía el privilegio de estar cerca de las cosas, como estaba, pues que tenía que hacerlo. A mí siempre me ha gustado que me digan las cosas. La gente que me quiere siempre lo ha hecho. Y cuando no, los resultados han sido devastadores. Pero ésa es otra historia.

»Volviendo a la UCD, fue el estallido anunciado del centro lo que produjo el golpe [del 23-F]. Lógicamente, en un país como España, en el que sólo había habido un período democrático, la Segunda República, hacían falta partidos estabilizadores. Luego estaba nuestro acuerdo personal, que era el de no fundar un partido, y mucho menos desde el poder. La UCD fue creada desde y para el poder. Yo hubiera preferido, por lo menos, que Suárez hubiera pactado con un partido como la democracia cristiana de Joaquín Ruiz-Giménez, que hubiera ido con algún tipo de tradición democrática.

»Sobre todo, yo no le veía como factor de estabilidad. Así fue, porque se creó, como dirían mis queridos amigos catalanes, malamente. Yo pensaba que no estábamos para esos juegos, y casi nos cuesta un golpe de Estado. El 23-F vino por la sensación de que el mando no estaba en su sitio. De pactar, tenía que haber pactado con un partido de derechas, sí, pero con algo de solera democrática. Finalmente, cuando uno no sabe de algo, siempre viene bien que te asesoren. Ellos sabían de franquismo, y lo desmontaron bien. Pero de democracia, poco. Tenían que haberse dejado asesorar».

El 3 de junio se tomó un respiro en la Feria del Libro de Madrid y se puso a vender libros en el Retiro con su amiga Rosa Regàs, dueña de la editorial La Gaya Ciencia. En su diario anotó:

Para mi sorpresa, la gente se acerca y me pide autógrafos.

Fuera de la política, había que seguir viviendo. Carmen se reincorporó a RTVE, de donde había salido en enero de 1975 con una excedencia. Su nuevo destino, el NO-DO: «Allí quedé exiliada». Para los menores de 40 años, un apunte sobre el NO-DO (Noticiarios y Documentales): era la propaganda franquista que se exhibía en el cine antes de que empezaran las películas.

Carmen no pudo aguantarse y tuvo que contarme la anécdota de su reincorporación con el entonces director general de RTVE, Fernando Arias-Salgado, quien le pidió «por favor» que no hiciera política.

No le faltó la habitual retranca cuando escribió en el diario:

¡Vaya por Dios! Y ellos llevan cuarenta años haciendo política única. ¡No te fastidia! Hay que comer, ganarse la vida.

Podía haberlo hecho de otra forma, pero no quiso: el 20 de mayo, apenas una semana después de salir de la Moncloa, le ofrecieron escribir un libro: «¡Me ofrecieron un millón de los de entonces, tú!».

Lo único bueno del trabajo «excepcionalmente aburrido» que desarrolló hasta 1982 —ocuparse del archivo cinematográfico, luego llamado Filmoteca Nacional— era que estaba muy cerca de su casa, en la calle Joaquín Costa esquina Velázquez. Podía ir caminando. A veces, por la calle, la reconocían: «Me ocurrió en alguna ocasión que algún señor, como los de los chistes de Mingote, bajito, con abrigo jaspeado, con gorro y bigotito, me escupiera o dijera “¡Puta!, ¡roja!, ¡puta!, ¡roja!”. Estas lindezas que se decían entonces a las personas».

Un trabajo anodino en RTVE y una excitante campaña electoral, la primera en cuarenta y un años: «Yo era poco disciplinada, y el PSP tenía ese toque libertario que le imprimía Tierno. Pertenecía a la agrupación de Marqués de Cubas, y como no teníamos sitio nos reuníamos en una terraza. Me llamaban de toda España para que participara en actos, pero a mí no me parecía elegante, ni ético, ni leal a Suárez. Me costó, porque los militantes del PSP no lo acababan de comprender. Se lo expliqué a Tierno y él sí lo entendió».

El 5 de junio sí aceptó participar en el mitin del PSP en el madrileño Palacio de los Deportes junto a Raúl Morodo. El 12 de junio acudió en Torrelodones a la primera fiesta del PCE: «Se utilizó mi presencia allí como otra prueba más de que yo había pervertido al joven falangista».

El 14 de junio, jornada de reflexión, anotó en el diario:

Mañana, al fin, la libertad.

El miércoles 15 de junio de 1977, las primeras elecciones democráticas en España desde 1936. Carmen votó a las once y cuarto de la mañana en el número 66 de la calle Luis Cabrera tras hacer una hora de cola, como anotó en su diario:

He votado por primera vez en mi vida.

Por la tarde llamó a Suárez: «Le dije que no iba a ganar, y él todavía no lo creía. Pensó que seguía sumida en esa especie de marcianismo del que me acusaba».

Esperó los resultados en la sede del PSP de la calle Velázquez, y luego los celebró en una cena que organizó El País, donde conoció a Fernando Claudín, el intelectual eurocomunista. Se acostó a las siete de la mañana, feliz por haberse salido con la suya: «Los analistas del Partido Único [la UCD] no entendían nada. Ganó la izquierda por goleada». Lo que quería decir Carmen era que casi ocho millones de personas habían votado al PSOE, PCE y PSP, mientras que algo más de seis millones lo hicieron por la UCD. Pero el sistema D’Hont favoreció en número de escaños a la UCD, que obtuvo 166 frente a los 143 de la izquierda. Según Carmen, la izquierda sintió así que la victoria de UCD en número de escaños había sido «inmerecida». En 1999, comparó ese sentimiento al del PP de José María Aznar en 1993, cuando el marchito PSOE de Felipe González protagonizó una pírrica victoria en las elecciones.

El viernes 17, más recuperada de la larga noche electoral, se extendió en el análisis:

Ha ganado la izquierda a pesar de la manipulación de Televisión Española, que ha sido increíble.

Después de leer juntas el extenso análisis de su cuaderno, añadió, entre risas: «¡Y seguimos igual, Ana, seguimos igual con Televisión Española!».

Tras las elecciones, Carmen se marchó a pasar el verano en Carboneras (Almería), donde estableció en una casa junto a la playa su primer refugio fuera de Madrid. Allí la telefoneó el Viejo Profesor, Tierno Galván, para incluirla junto a él en las listas por el Ayuntamiento de Madrid: «Yo no quise. Estaba harta de la política y los politiqueos. Quedé saturada de todo».

En el otoño, tras un largo reposo en Almería, aceptó hablar con la periodista Rosa Montero, que entonces hacía en El País Semanal la serie de entrevistas que la haría muy conocida. Fue el 1 de octubre de 1977, y ocupó la portada con una enorme foto: «Nunca vi claro el centro». En la entrevista, Carmen suavizó el motivo del «desencuentro» con Suárez: «Parecía lógico que, una vez constituido el centro, yo, que no era una persona de centro, no iba a tener cabida dentro de él».

Luego se formó la leyenda. Habló muy poco, y sólo lo hizo con periodistas en los que depositó su confianza, como Rafael Fraguas, Pepa Roma, Rosa Villacastín y la citada Rosa Montero, que la entrevistó en un par de ocasiones, y que atribuía los «problemas emocionales» de Carmen a su «difícil trayectoria»:

Era un personaje muy especial. Como un erizo. Por un lado muy defensiva, por otro muy necesitada. No quería que tú la llamaras por teléfono y, de repente, ella te llamaba y te tenía dos horas hablando. Era inteligentísima, pero tenía un conflicto muy grande a la hora de administrar sus emociones. Ella misma se cortocircuitó, y eso le impidió hacer una vida más rica. Siempre me di cuenta de que le faltó una pata.

Hasta el año 82, cuando inició lo que ella llamó específicamente «el silencio», Carmen se mantuvo como «observadora» de la vida política nacional con distintos grados de implicación: «Además de ganarme la vida, participaba en todos los cauces de apertura que se estaban abriendo, como tantas personas de mi edad. Había que seguir peleando, porque no todo estaba hecho, como la adquisición de los derechos de la mujer. Pero la política activa, con un cargo, como me ofreció Tierno en el ayuntamiento, no.

»Acabé muy saturada. Me pegaron tantísimo que necesité respiración asistida durante mucho tiempo. Eso no quiere decir que no quisiera hacer política como ciudadano. Lo que me horrorizaba eran las instancias de poder. Había quedado inoculada. Todos los días había una discusión política, una acción, algo. Y luego hay también estrellas, y está el mar, y cenas en casa de Dolores, en el piso noveno de Víctor de la Serna, 22».

Conoció a personajes interesantes, como el filósofo francés Bernard-Henri Lévy, que le parecía «guapo, listo y con talento», según me leyó en su diario fechado en París el 9 de noviembre de 1977: «Como siempre te he dicho, Ana, París es una de mis pasiones, siempre lo ha sido. Fui a buscar a Sartre a su casa con Michelle Vian. Sartre contaba cosas muy interesantes. Le gustaba comer bien y beber buen vino, burdeos. Era de una sencillez extraordinaria. Yo, que estaba acostumbrada a tanta pedantería y tanta prepotencia por cuatro cositas. Ya sabes: en España, enseguida sale la machada. ¡Sartre, qué maravilla! Para nosotros, en aquella época, el existencialismo era importantísimo».

En Madrid, almorzaba a menudo con Cayetana Fitz-James Stuart, la duquesa de Alba: «Siempre fue una persona fantástica. Ella jamás juzgó nada de lo que yo hacía. Ni el chinchón, ni nada. Nunca me dijo las tonterías que tuve que oírles a otras personas. Tierno también era así, como Cayetana. Sencillo, accesible, sin tener que presumir. En la vida he aprendido, Ana, que los que presumen son aquellos a los que les faltan cosas».

A lo largo de esos cinco años que siguieron a su etapa en la Moncloa, según me dijo, mantuvo su estrecha relación con Adolfo Suárez y también recuperó la costumbre de hablar con él. En 1978, a instancias de Tierno, participó en la gestora que fraguó la difícil unidad PSP-PSOE: «No era plato de buen gusto, pero lo hice. Fui agrupación por agrupación, esperando que no me tiraran demasiados huevos, porque nadie quería esa unidad. El PSP era muy reticente».

El 8 de abril de 1978, Carmen asistió a un acto particularmente emotivo del que dejó larga constancia en su diario: el entierro de Francisco Largo Caballero en el cementerio civil de Madrid. El traslado de los restos del expresidente republicano —que había muerto en México en 1946— desde Las Ventas hasta el cementerio fue «una manifestación izquierdista importante. Yo fui representando al PSP. Toda la izquierda estaba aún movilizada; no había lo que tú conoces hoy. Inmensas banderas republicanas y puños en alto». Lideraron la marcha el líder de UGT, Nicolás Redondo Urbieta, y Felipe González, el secretario general del PSOE.

El 11 de mayo de 1978, Carmen escribió en su diario:

Acto unitario PSP-PSOE en el Palacio de Congresos. Vinieron François Mitterrand y otros líderes políticos.

Allí se consumó la unidad del socialismo español, lo que permitió a González conseguir la mayoría absoluta en 1982. Para Carmen supuso toda una lección en usos y modos políticos: «Hubo muchísimas dificultades. Era la primera vez que yo me daba cuenta de que en las negociaciones políticas de la izquierda la ideología tampoco era lo más importante.

»Lo más importante era saber cuántos puestos le iban a tocar a cada uno en la Ejecutiva, cuántos liberados tendrían cada uno. A mí eso me llamó la atención. Fíjate que seguía teniendo ese candor. Un amigo mío lo llamaría más bien “atolondramiento”. Me decían cosas como que si me pasaba al PSOE me tocaría un puesto en la Ejecutiva».

En la sede de Santa Engracia asistió Carmen a la sonrojante «pelea de los despachos»: «¡A Tierno lo querían dejar sin ninguno!». Carmen aceptó entrar como «asesora independiente», que es lo que el Viejo Profesor había negociado por ella: «Yo había visto demasiado. No tenía ganas de repetir. Estaba saturada. Y me aburría lo de los despachos, las luchas por el poder. Al final, todo el mundo quería un puesto. Yo no. A Felipe le pareció bien. Era un hombre abierto».

Antes de que acabara el año 1978 ocurrió algo que no deja de ser curioso: ¡Carmen se licenció en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid! Carmen, que nació y murió en la política, tardó catorce años en licenciarse. Se matriculó por libre en 1964, antes de marcharse a África; acudió a clase apenas un par de años, entre 1967 y 1969, y luego se dedicó a hacer política. El final de su tesina sobre Dolores Ibárruri dirigida por el profesor Maravall coincidió casi con la salida de la Moncloa.

En enero de 1979 nació otro producto político autóctono que ha pasado a la historia como la Trilateral, en claro e irónico contraste con la poderosa organización financiera creada en 1973 por David Rockefeller para aunar lazos entre EE. UU., Europa y Japón: «Yo lo bauticé así. Éramos Paco Umbral, el cura Llanos y yo. Te he dado la foto que nos hicimos en el fotomatón [y que marca el inicio de los almuerzos de este grupo]. Solíamos ir al Picardías, en la calle Fuencarral. Te gusta el nombre, ¿verdad? ¡Era Umbral el que elegía! Luego paseábamos por la iglesia de San Isidro.

»Lo pasábamos muy bien. Nos caíamos muy bien. Hablábamos, analizábamos, nos reíamos, hacíamos ciencia ficción. No todo era small talk. Yo siempre he detestado el cotilleo, no me gusta la calumnia. Hablábamos de la situación, nos reíamos mucho, nos divertíamos. Nos enriquecíamos. Éramos poco convencionales».

José María de Llanos, al que Carmen llamaba Llanitos, fue el cura rojo nacido azul que escandalizó a ciertos españoles en 1977 cuando levantó el puño junto a Carrillo en el primer mitin del PCE en Vallecas. Pedro Miguel Lamet publicó esta primavera su biografía, y al entrevistarlo compartió conmigo el secreto del entendimiento entre Carmen, Umbral y Llanos: «El punto de marginalidad que unía a los tres. Eran muy sensibles, tres niños indefensos a los que les costaba enfrentarse a la vida».

Llanos, hijo de un militar del barrio de Salamanca, se quedó huérfano de madre muy joven, y siempre acusó la pérdida. Capellán franquista, en 1955 se fue a vivir al Pozo del Tío Raimundo, la zona de chabolas más marginal entonces en Madrid, y comenzó una evolución ideológica que lo llevó al comunismo. Según Lamet, sintió un «amor platónico» por Carmen, a la que dedicó varios poemas, todos recogidos en la biografía del periodista gaditano:

Bien, Carmen, sucedió como en un cuento

el de un viejo perplejo y deprimido

con una antorcha humeante cara al viento

la antorcha de este Diógenes perdido

que no asienta en su búsqueda no asiento.

Gracias, Carmen, los hombres te dan rosas

este viejo sus rosas y esperanza

de que tú nos recambies tantas cosas

lo que yo apenas pude, ni me alcanza.

¡Por ti han vuelto a volar mis mariposas!

El último poema lo escribió Llanos a la vuelta del 21 de mayo de 1984, cuando recibió una tarjeta de Carmen en la que ésta se despedía de él así: «Sabes que te recuerdo y que no te olvido. Lo que pasa es que ahora necesito silencio. Te quiere, Carmen»:

Se me marchó la torcaz

tan torcaz y tan roquera

se me voló amaneciendo

se me perdió en primavera…

Este otro triángulo se deshizo en 1984, pero Umbral mantuvo la amistad con Carmen hasta el final. Como en el caso de los otros dos, la vida de Umbral tampoco fue fácil. Nació en Madrid en 1935 en un hospital benéfico con el nombre de Francisco Pérez Martínez. Era hijo de madre soltera y padre desconocido. Autodidacta, a los 14 años empezó a trabajar de botones en un banco.

El triángulo Carmen-Llanos-Umbral compartía así pasados complicados, una enorme sensibilidad y una buena dosis de malas pulgas.

Con Umbral hablé largo y tendido sobre Carmen en la primavera de 2002, cinco años antes de su muerte. Empezaba a estar mayor, pero la cabeza y la memoria las tenía perfectas. Me dijo algo hermoso: «De eso vivo: vendo recuerdos».

Por su relato, me di cuenta de cuánto quiso a Carmen:

—Era una mujer auténticamente revolucionaria porque ante todo era un político. Tenía cabeza de político y una magnífica cabeza política, extraordinaria, con unas tendencias revolucionarias bastante fuertes. Era una política total.

»Tuvimos mucha intimidad en la época de Tierno Galván. Formábamos grupo ella y yo con Tierno Galván, o con las mujeres, con la mujer de Tierno, Encarnita, y con mi mujer. Íbamos a cenar. Yo tenía dos grupos de trabajo con Carmen: las reuniones con Tierno y, por otra parte, con el cura Llanos. Nunca coincidieron. Con Llanos solíamos estar por la tarde, y con Tierno por la noche, cenando. Ella era muy cosmopolita y al mismo tiempo muy madrileña, le encantaba el abanico e ir de verbenas. La gente nos miraba porque conocían a Tierno, que era el alcalde.

»Hablábamos de política con bastante humor, con bastante risa. Cada uno hacía su aportación humorística. Cada uno tenía el suyo. Carmen, yo, el cura. El cura lo que tenía sobre todo era una inocencia… Cuando Pasionaria vino a Madrid, Carmen enseguida se la presentó a Llanos. Él se quedó fascinado, como si hubiera visto a la Virgen. Se hicieron muy amigos, eran más o menos de la misma edad. Ella le trajo en un viaje de Moscú un reloj cuadrado, enorme, como un tanque, horroroso. Pero el tío, como se lo había regalado Pasionaria, se lo ponía. Carmen y yo, cuando lo veíamos, nos matábamos de la risa.

»Porque aquel reloj era impresentable. A Carmen le dio una temporada por casar a Llanos con Pasionaria. Me decía: “Vamos a casarlos”. Y yo contestaba: “Yo me temo que el cura no va a saber. Ella sí”. Con eso nos reíamos mucho. Se lo decíamos a él. A Pasionaria no se lo decíamos nunca.

—¿Qué crees tú que representó Carmen?

—A la verdadera mujer revolucionaria, republicana, a la verdadera mujer de izquierda, ecologista, con una gran cultura política, con una visión política extraordinaria, no sólo muy audaz y muy hacia el futuro, sino muy exacta, muy bien. Con dos argumentos deshacía cualquier cosa. Era muy buena. Ella tenía una doble relación con Suárez. Tenía una relación política. Muchas de las cosas que hizo Suárez estaban pensadas por ella. Ella era la maquinita de pensar. Mucho más que el propio Suárez. Porque era más audaz. Ella fue la que le dijo: «Tienes que legalizar el Partido Comunista. Si no legalizas el Partido Comunista por cojones, no hay democracia. No puede haber una democracia sin Partido Comunista en Europa. Lo demás va a ser un engaño. No te va a tomar en serio nadie. No vas a durar nada».

»Ella fue la que lo obligó a legalizar el Partido Comunista. Lo que le costó la caída, claro. Tenía esa relación política con él: no de pasarle las cosas a máquina, sino de decirle lo que tenía que hacer. Porque sabía más que él. Ella le dijo que no se empeñara en hacer un partido, que acabaría mal. Y tenía razón.

Umbral también le atribuyó una relación sentimental con Suárez. Durante nuestra conversación, le recordé que a Carmen le había molestado que él lo afirmara así en su recién salido libro.

—No sé si fueron amantes, pero creo que estuvo enamorada de él. Posiblemente relaciones sexuales no mantuviera con él, por el lío de donde ella venía. Pero ¡cómo no iba a querer Suárez! Ella era una criatura extraordinaria: tenía una figura preciosa y una cara divina. ¡Cómo no iba a querer Suárez! Lo que pasa es que ella estaba muy traumatizada.

—¿Por qué no lo superó?

—En el fondo, en el fondo, y por debajo de la revolucionaria que era, era una señorita de Serrano. Había ciertos principios y ciertas cosas que precisamente porque ella tenía ese origen, de la violación de esos principios, o del sufrimiento de esos principios, porque toda la moral burguesa está montada en el adulterio… Ella nace de un adulterio, y tiene unos principios que la llevan a rechazar algo así. Ella era esa cosa que se da mucho más en el hombre que en la mujer: ella necesitaba pertenecer a algo. Si la Trilateral hubiera durado más, habría acabado fundando un partido político con nosotros. Era lo que más le divertía. Pero tenía un fondo de señorita de derechas contra el que también luchaba, pero que era arraigadísimo. Quizá no pudo superarlo porque la inteligencia no es siempre más fuerte que el instinto.

Alguna vez recuerda que le compró un libro de literatura porque estaba «envenenada de política». Un día le regaló Opio, de Jean Cocteau, el diario de una desintoxicación. Pero a Carmen no le impresionó nada:

—No le interesaba más que la política, lo cual es una herencia clarísima del padre, don Ramón.

»Era muy autoritaria, como el padre. Se mató a sí misma. En los primeros setenta ya tenía algo de matriz. Le quitaron algo. Ella se cabreaba. Por qué a mí me quitan… Un día dijo: “Les he dicho que se acabó la historia”. Años más tarde, estando en Europa, se le presentó como cáncer. Luego reapareció. Se mató ella. Les reñía a los médicos.

—¿Qué es lo que recuerda de ella?

—Tenía una cosa muy singular, que eran los ojos. Muy bonitos, azul acero, de una dureza, como el padre. Por eso me asombraba que fuera tan tierna con el cura, conmigo, con Carrillo incluso.

Al final, cuando le conté que había dejado su casa de El Viso a las monjas, en un gesto típicamente umbraliano exclamó:

—¡No tenía arreglo!

En la primavera de 1979, en pleno apogeo de la Trilateral, comenzó también la campaña de Enrique Tierno Galván a la alcaldía de Madrid: «Por parte de la cúpula del PSOE había bastantes reticencias hacia Tierno. No le perdonaban que se hubiera referido a ellos como “esos muchachos”. Un grupo de nosotros, militantes, le intensificamos la campaña. En la Gran Vía nos pegaron con cadenas los de Fuerza Nueva. Cuando me vieron a mí, ¡pues con más alegría!».

Tierno ganó la alcaldía: «Era la primera victoria de la izquierda. La alegría en la calle era desbordante. Fue una fiesta maravillosa. De esas de Madrid, de las de ¡Ay, Carmela! Todavía existía la propaganda esa repetida de que la República se ganó en unas elecciones municipales. Hubo un clamor popular por la unidad. No fue un pacto de ingeniería genética; querían la unidad. Tierno me pidió de nuevo que fuera con él, pero yo no tenía ganas. Esos diez meses en Presidencia me habían dejado liquidada para toda una vida. No quería ver más cosas. Pero lamenté mucho tener que decirle que no a Tierno».

La democracia española tenía ya más de tres años, pero aún quedaban muchas cosas por hacer. El 22 de octubre de 1979, Carmen, junto a Rosa Montero, participó en una manifestación para pedir la ampliación de los derechos de la mujer. Los famosos grises ante los que había corrido en 1969 le gritaron: «¡Rubia! ¡Tuberculosa!».

Las manifestantes solicitaban también el derecho al aborto: «Nos convocaron a encerrarnos en una iglesia y luego en los juzgados. Me acuerdo muy bien de que nos pegaron mucho al salir de Santa Bárbara. A Carlota Bustelo y a mí nos dieron bien. Yo no corría, y uno me dijo: “Venga, corre”. Yo le contesté: “¿Y por qué me pega usted? Estoy ejerciendo mis derechos democráticos”. Imagínate, ¡qué ridículo! Entonces se puso a decirme lo de siempre: “¡Zorra!, ¡puta!, ¡roja!”. Eso nos decían los policías.

»Al día siguiente salió en toda la prensa que nos habían pegado, incluso a mí, la exdirectora de Gabinete de Suárez. Carlota Bustelo fue a poner una denuncia al juzgado. Rosa Montero y otra periodista, Nativel Preciado, redactaron una carta para que se firmara y saliera publicada en el periódico. La firmaron veinte mujeres de la alta burguesía, cuyos maridos, muchos, eran de la UCD, o cuyos padres eran senadores por designación real. Esa carta fue un detonante. Una de las firmantes fue convocada a la Moncloa, donde le echaron en cara que la hubiese firmado».

El 22 de febrero de 1980 tuvo lugar el último acto político que recogió en su diario como parte de la Transición: la caravana intrapartidaria (PSOE, PCE y PSA) que salió de la plaza de Cibeles con varios cientos de personas y llegó hasta Granada para apoyar el referéndum andaluz durante la elaboración de los Estatutos de autonomía.

La caravana la formaron un popurrí de los llamados progres de entonces: el pintor Rafael Canogar, los cantantes Ana Belén y Miguel Ríos, la periodista Rosa Montero, Umbral, la actriz Aurora Bautista, el torero Jaime Ostos y el escultor Pepe Antonio Márquez. Entre ellos, Carmen: «Salimos desde la plaza de Cibeles un fin de semana para ir reclamando el sí por los pueblos. Íbamos por los pueblos con una megafonía, nunca se había hecho eso antes. Fue una experiencia muy bonita. De repente, ante nuestro pasmo, alguien cogió la megafonía cuando entró Rafael Escuredo [presidente de la Junta] y dijo que luego la caravana de intelectuales asistiría a un mitin de Felipe González. A mí, una de las organizadoras, me empezaron a llover protestas de todas partes. Como ya me conoces, inmediatamente cogí la megafonía, que estaba conectada a la plaza, y dije que no, que la caravana era intrapartidaria, y que así se había pactado desde el principio».

Así terminó la Transición para Carmen, con el recuerdo del paso por los pueblos donde les preguntaban si eran andaluces: «Algunos había, como Miguel Ríos, pero muchos no. Tenían mucha gracia cuando les respondíamos que no. Decían: “¡Qué pena!”. Era impresionante ver salir a esas señoras mayores, vestidas de negro, al umbral de la puerta con el puño en alto. ¡Precioso! Mujeres que seguramente habían sido represaliadas, tú sabes bien lo que fue Andalucía. Era emocionante, de verdad. A mí se me saltaban las lágrimas. Ver a esas señoras mayores cuya dignidad había sido muy posiblemente pisoteada. Yo estaba conmovida. Todavía lo estoy viendo, Ana. Recuerdo a esas mujeres. ¡Cómo levantaban el puño cerrado, con qué dignidad! Todavía se me pone la carne de gallina. ¡Con qué orgullo! ¡Con qué fidelidad! No entiendo cómo pudimos tirar por la borda todo eso».