SÁBADO SANTO Y ROJO: SE ACABÓ LA DICTADURA
1 de marzo-9 de abril de 1977
Desde finales de febrero, todos los partidos menos el PCE eran legales en España. Tras la reunión de Suárez con Carrillo, Carmen intuía que estaba cada vez más cerca de conseguir su objetivo. Según las encuestas de opinión, el 40 por ciento de los españoles ya estaba a favor de la legalización del PCE. En Madrid, el 2 de marzo, Carrillo se dejó ver en una minicumbre eurocomunista con las estrellas europeas del momento Enrico Berlinguer y Georges Marchais, secretarios generales del Partido Comunista italiano y francés, respectivamente.
El momento se acercaba, pero Carmen seguía temiendo que Suárez y el Rey intentaran hacer una jugada a la alemana: que el PCE quedara ilegalizado para siempre. Desde su punto de vista, esa solución habría sido muy dañina para la democracia española.
Cuanto más vislumbraba la meta, más se deterioraba la relación con Suárez. En medio de la tensión, Emilio Romero, quizá el periodista político más influyente de la posguerra hasta la llegada de la democracia, puso a Carmen en el ojo del huracán. Durante cuatro meses entre 1976 y 1977, en la revista Interviú, Romero escribió quince famosas cartas porno-políticas, cada una de ellas dirigida a un protagonista de la Transición, entre ellos el Rey y Suárez.
Que Romero eligiera a Carmen como protagonista de una de sus cartas el 24 de febrero de 1977, y que lo hiciera en términos tan elogiosos, no sentó bien a Suárez. La figura del presidente del Gobierno se vio además disminuida por una ridícula caricatura: Suárez, sentado a su mesa de despacho, se quejaba de la dura situación a la que se enfrentaba, y una mujer de enormes senos le ofrecía una bandeja con una botella al tiempo que él decía: «¡Menos mal que no me falta mi agua del Carmen!».
La carta, recogida más tarde en un libro, es más larga de lo que se publica aquí. Sólo he reproducido aquellos párrafos en los que la prolífica pluma de Romero se posa sobre Carmen:
Una de las novedades de la transición ha sido la aparición súbita, fulgurante y polémica, a altos niveles, de Carmen Díez de Rivera, una muchacha joven a la moderna usanza […]. Por primera vez se ponía a una mujer de estas características en el sanctasanctórum presidencial, al lado mismo del presidente, y con un relieve superior al de un funcionario distinguido o una secretaria relevante. Era la jefe o la directora de su Gabinete. Esto funciona bien a la americana o a la alemana. En España se ha dado paso a la mujer de manera institucional […]. Pero mujeres de relieve confidencial, como ahora, nunca ha habido.
Pertenece Carmen a una familia aristócrata, y a lo que parece militaba en aquel equipo socialdemócrata a la alemana que inspiraba ideológica y literariamente Dionisio Ridruejo. Su madre es Sonsoles Icaza, marquesa de Llanzol, una de las mujeres más atractivas, más inteligentes y más impactantes de aquella resurrección aristocrática que tuvo lugar después de la guerra civil, aunque la monarquía tuviera su restauración diferida […].
A Carmen Díez de Rivera la encontré un buen día en la secretaría de Adolfo Suárez, cuando era director general de Televisión. Me pareció guapa, desdeñosa, automática y sabelotodo. Nunca he vuelto a verla […]. Tenía que tener —medité— dos cosas: grandes aldabas y talento político administrativo. No pienso que jugara mucho su belleza —que es mucha— porque a un político que tuviera la belleza cerca podría distraerle. Conozco a relevantes políticos a quienes les gustan las mujeres una barbaridad, pero, como su ambición de poder es grandísima, hacen el sacrificio de quedarse con las ganas. Tampoco pongo las manos en el fuego. A lo mejor algunos tienen el talento de no quedarse con las ganas y que los demás nos quedemos con las ganas de saberlo […].
Se cuentan todas las historias de Carmen Díez de Rivera, como ocurre siempre en estos casos, y con un pueblo tan fantástico y malpensado como el nuestro. Yo no creo ninguna de esas historias. Yo tengo la mía; pero si Carmen Díez de Rivera me hiciera el honor de figurar en un libro próximo que voy a escribir con el título de Siete mujeres y un servidor, hablaríamos de eso […]. Hay que convenir que la biografía de esta mujer es original. Pertenece a una familia aristocrática, se va un buen día a la selva, pertenece a un grupo político socialista contra su propia clase y se pone al lado de un joven purísimo de derechas que es el actual presidente del Gobierno. Tiene una gran belleza, bastante seguridad, y un día, en una fiesta social en Barcelona, se emplaza a tomar un chinchón con Santiago Carrillo […].
¿Qué hace Carmen Díez de Rivera en la Presidencia? […]. La mujer, aun la mejor dotada intelectual o culturalmente, tiene diferentes registros en la observación de la vida social o en el juicio de los demás […]. Adolfo Suárez tiene que estar seguro de Carmen Díez de Rivera, y ahí es donde vienen mis perplejidades y mi curiosidad. Yo no sé lo que sabrá el presidente de Carmen Díez de Rivera, pero estoy seguro de que ella lo sabe todo de Adolfo. Las mujeres —y lo digo en su homenaje— saben todo de los hombres y apenas dicen nada de ellos; mientras que los hombres sabemos poco de las mujeres y decimos mucho.
El Gabinete técnico del presidente del Gobierno no es una oficina. Por el palacete de la Moncloa, los papeles se verán poco […]. Carmen Díez de Rivera, ¿qué le cuenta al presidente?, ¿y de qué? Las mujeres cuentan las cosas de manera distinta y estudian cuidadosamente el momento […]. Carmen Díez de Rivera, que ha estudiado Políticas, y ha estado en la selva, y es socialdemócrata, me parece directa, desenvuelta y rompedora de prejuicios. El presidente debe de pensar para sí mismo: «Una vez que he escuchado a todos, desde ellos mismos, que entre Carmen para que me cuente las cosas desde mi interés».
El otro día llamé a Carmen Díez de Rivera y solicité verla fuera de la Moncloa. […] Me dio largas. Quería haberla visto para enriquecer esta carta. No puedo esperar. La ventaja de un escritor es que, sin contar nada, puede escribir todo esto. Los que van a la Moncloa, o cuentan algo, o se van a su casa.
Según Carmen, la carta de Romero le agrió el carácter a Suárez, en lo que a ella se refiere, durante todo el mes de marzo. Los reporteros políticos percibieron el alto nivel de discrepancia política que se había establecido entre Carmen y Suárez, y prefirieron dar pie a las habituales habladurías sobre una ruptura sentimental.
Lo cierto, según Carmen, es que «Suárez empezó a decirme cada vez con más frecuencia “Estás en la galaxia”. Ya me lo había dicho antes, pero no con tanta insistencia. Siempre le contesté que sin un poco de utopía no se cambiaban las cosas, y que, si se era tan pragmático, al final se acababa robando, como todo el mundo. Oír eso, como te imaginarás, Ana, le gustaba muy poco».
El 1 de marzo de 1977, Carmen escribió muy acertadamente esta escueta palabra en su diario de bitácora.
Funeral.
Ese día lo recordó especialmente triste: «Lo tengo escrito, mira. Suárez me dijo que tenía que preguntarme una cosa y que por favor le contestara. La famosa pregunta era si yo me había hecho del Partido Comunista. Le dije que no. Me quedé boquiabierta. Y entonces fue cuando intuí que estaban espiando mi despacho. No sé si alguna vez había dejado el cuaderno allí».
La pregunta fue un claro reflejo de que la desconfianza se había instalado en el corazón de Suárez. Por ello, Carmen intentó repartir su influencia, por igual, entre la Moncloa y la Zarzuela: «Cuando tenía ocasión, le insistía al Rey en que había que legalizar el PCE. Cuando me nombraba al ejército, yo le recordaba lo que había aprendido de mi padre Díez de Rivera: lo que había que hacer era mandar, esto es, el Rey tenía que imponerse. Pero el Rey tenía mucho miedo al ejército, lo cual no era infundado. Claro que seguía decantándome por la democracia y por los ciudadanos. A mí el ejército no me parecía una cosa tan tremenda, pero ellos habían sido educados en eso, en el terror al comunismo».
Carmen me repitió hasta la saciedad que ella no fue ni «secretaria» de Suárez, ni «comunista», y que la gente la identificaba con el comunismo porque insistía en que se legalizara el PCE: «Yo de lo que era partidaria era de la legalización, sin exclusión, de todos los partidos políticos». Pero siempre había motivos de sospecha. Por ejemplo, su trabajo de licenciatura sobre Dolores Ibárruri. Lo hizo con su antiguo profesor de Políticas, José Antonio Maravall Casesnoves, el historiador, e insistió tanto en que tenía que ser sobre la Pasionaria, que él «no lo entendía del todo». La tesina se llamó Pasionaria joven: «Tuve que leerla con nocturnidad y alevosía. Era una mujer que a mí me resultaba apasionante. ¡Y pensar que de pequeña, cuando no quería dormir, el coco lo representaban ella y Santiago Carrillo!».
Carmen se sentía orgullosa de ese trabajo. Encabezó con un poema cada capítulo de una tesina que recorre la vida de la dirigente asturiana hasta la guerra civil: «Cuando Dolores ganó su escaño, a través del Centro Popular por Asturias, los bancos de la derecha dijeron que una analfabeta había entrado en las Cortes. Las otras eran todas prostitutas o lesbianas. Margarita Nelken, Victoria Kent, todas eran unas locuelas. La Pasionaria se reía mucho».
Dolores Ibárruri regresó a España, tras treinta y ocho años de exilio, el 13 de mayo de 1977, el día en el que Carmen cesó como jefe de Gabinete. Se hicieron amigas: «Yo la quería mucho. Aprendía de ella, y a mí me pasa como a ti, me gusta aprender. Si no aprendo me aburro. Dolores era una señora de los pies a la cabeza. Una luchadora. Una mujer que no había renunciado para nada a su origen popular. Una abuela fantástica que adoraba a su nieta y sus dos nietos. Y apasionada. Era una mujer estupenda, muy interesante. También cantaba. Tenía una voz preciosa. Y no era arrogante ni creída, sino firme en sus convicciones. Era muy bonito ver la amistad entre ella y el padre Llanos».
La sintonía política de Carmen con Enrique Tierno Galván era en ese momento muy estrecha, pero aún no se había afiliado al PSP. Entre otros motivos, porque aún no existía la Unión de Centro Democrático, la UCD, el partido de laboratorio creado por Suárez ex profeso para ganar las elecciones del 15-J. A esas alturas, sin embargo, Carmen estaba ya convencida de que Suárez no iba a dejar ni por asomo la oportunidad de convertirse en el primer presidente democráticamente elegido tras la guerra civil. Victoria Prego lo explicó así en su biblia Así se hizo la Transición (p. 271):
En el mes de marzo la coalición Centro Democrático, formada por el Partido Popular y varias formaciones democristianas, liberales y socialdemócratas, parece que puede ser la gran formación política de centro que logre alzarse con la victoria electoral: los múltiples sondeos de opinión que se llevan a cabo por esas fechas están dejando bien claro que los españoles van a votar por la moderación y no están interesados en los radicalismos de ningún signo.
El 4 de marzo, en su cuaderno de bitácora, Carmen recogió la misma idea con palabras muy diferentes:
Cuánta pequeñez humana. Lo único que ambicionan es el tren ganador, sin querer arriesgar nada. Los unos traicionan a los otros descaradamente. No convocan a los ciudadanos, no hablan de las mujeres, no tienen en cuenta a los jóvenes. La prensa, según le dé, tiene un culto a la personalidad que es lo que prima. ¡Qué pesadez! ¡Pobres ciudadanos!
Anotó también ese día que el periódico Pueblo seguía metiéndose con ella.
El 7 de marzo siguió desarrollando lo que ocurría entre bambalinas, a espaldas de la mayoría:
El Señorito todavía no tiene seguro que quiera presentarse a las elecciones. Me dice que tiene que hacerlo porque hay un proceso de involución. Yo vuelvo a decirle que eso es sólo posible si no legaliza todos los partidos. Una vez más le digo que fortalezca la izquierda, que un país sin un socialismo fuerte es un país en riesgo permanente de desestabilización.
Cuando le pregunté a Carmen de dónde provenía ese fino olfato político que se adelantó al triste final de la UCD y al intento de golpe de Estado del 23-F en 1981, ella me respondió así: «Los genes, el saber escuchar y el conocimiento de la historia y de la literatura españolas. ¡Y el no tener señorito! ¡Eso te hace más inteligente aún!».
Ese 7 de marzo, según recogió en su diario, Suárez le echó en cara que ella estuviera organizando una entrevista personal entre el Rey y Enrique Tierno Galván: «Yo quise que la primera persona que fuera recibida por Don Juan Carlos fuera Tierno Galván. Por muchas razones. Era un profesor, un hombre pausado, y era amigo de Don Juan. Me parecía que era apropiado, que sería respetuoso con él. Suárez no quería, pero el Rey lo recibió. Fue la primera persona de la oposición a la que recibió. Yo creía que era importante que la Zarzuela empezara a romper el hielo con la oposición. Tierno me pareció el más adecuado. Quizá estaba equivocada, pero yo no iba a empezar por Felipe. Tierno y Suárez nunca se llevaron bien. Tierno y Felipe, tampoco. Por la misma razón: porque Tierno era un profesor culto.
»La verdad es que en aquel momento Tierno Galván no era muy respetado por parte de los jóvenes, ni por parte de la izquierda, ni por parte de la prensa más progresista. Lo encontraban demasiado riguroso. Era además más de izquierdas que el PSOE. Yo diría que andaba entre la socialdemocracia y el PCE. Lo ponían verde. Creo que se dieron cuenta de su valía cuando llegó a alcalde y dio toda su talla. El pueblo de Madrid se enamoró de él, y él del pueblo de Madrid. Entonces, el intelectual bajó a la calle. Fantástico».
El 8 de marzo de 1977, nueva y tensa conversación con Suárez sobre la necesidad de legalizar todos los partidos. Ese día, el presidente le dijo algo que la horrorizó:
Reconoce que no lee la prensa por las críticas. ¡Ya estamos como todos!
Ese mismo día, y aunque Suárez se lo había prohibido «expresamente», fue a comunicarle a Pilar Primo de Rivera que había que «desamortizar» la Sección Femenina: «¡Casi le da un síncope! Había unas señoras muy peculiares que protestaban, pero yo les expliqué que era mejor así porque pasaba a convertirse en patrimonio de todos».
Esta travesura de Carmen con la dama falangista por antonomasia se unió al artículo publicado el día anterior por Abel Hernández, titulado «Suárez tiene la palabra»:
El presidente Suárez está deshojando la margarita: ¿me presento?, ¿no me presento? En contra de ciertas apreciaciones precipitadas, no se trata de intentar a toda costa sucederse a sí mismo después de las elecciones. No es la pasión de poder (aunque sería legítima) la que impulsaría al joven primer ministro a bajar a la arena. Don Adolfo Suárez está cansado, casi agotado, del duro bregar al servicio de España y de la democracia. Incluso, según nuestras noticias, de vez en cuando siente tentaciones de dejarlo todo. Pero, por mérito propio y por demérito de los demás, el presidente Suárez se ha convertido en clave del arco democrático.
La ofensiva de Alianza Popular, impulsada desde su congreso del pasado fin de semana, podría barrer. En el Centro Democrático, con una seria crisis interna, ha cundido el temor.
Esta «operación», montada, en principio, dígase lo que se diga, para frenar a Alianza Popular y, naturalmente, para ganar, no ha resultado como se esperaba. Y faltan tres meses para las elecciones. Este país se juega su futuro estable y democrático a una carta.
Empieza a convertirse en axioma que el único que puede vencer a Alianza Popular (heredera directa del franquismo) es el presidente Suárez, que no tiene ningún partido todavía detrás. En casos como éste, el patriotismo debe prevalecer sobre cualquier otra consideración, y puede impulsar a don Adolfo Suárez a presentarse.
De acuerdo con nuestras fuentes, esta resolución del presidente depende principalmente de la resolución de la Sala Cuarta del Tribunal Supremo. Si los magistrados (que, al parecer, están recibiendo presiones y amenazas) consideran que el Partido Comunista y los demás son legales mientras, por sus hechos, no demuestren su inconstitucionalidad, don Adolfo Suárez participará activamente en las próximas elecciones. Es decir, si juegan todos, él también […].
En el diario, Carmen escribió:
Suárez me atribuye la maternidad del artículo.
Fuera del cuaderno, lo explicó así: «También fui amonestada por eso. Yo compartía la idea de que el partido creado desde el Gobierno no tenía por qué ganar a Alianza Popular. Él hablaba de “herederos directos del franquismo”. Me dijo que no le gustaba nada, y que tuviera cuidado. Fue el día en que comenzamos con las amenazas. Yo pensé que no tenía por qué amenazar a nadie, y que eso era prueba de su autocracia».
En el diario dejó constancia de su malestar tras la amenaza:
Jefe de prensa, portavoz, desorden en la Moncloa. Así llevo ocho meses. Tengo que volver a cantarlo cada día.
Abel Hernández me confirmó que hablaba mucho por teléfono con Carmen, y que ésta no era diplomática, sino «muy directa y sincera». En cuanto a este artículo en particular, me dijo que no se acordaba de si fue ella quien lo «inspiró». Según Carmen, la ausencia de portavoz en ese primer Gobierno se debió a que Suárez «no se fiaba de nadie».
El 13 de marzo volvió a tentarla con un puesto. Esa vez, según Carmen, para quitársela de encima.
—Marcelino [Oreja] quiere hacerte embajadora.
—¿Para qué? Yo lo que quiero es irme a casa, que nos devuelvan la libertad y que nos dejen en paz.
El 19 de marzo, día de San José, anotó:
A Pilar Brabo [la dirigente comunista] le digo que por favor que no esté llamando a todas horas. El Señorito desconfía. Creo que tiene celos.
Alfonso Osorio, ministro de la Presidencia, comunicó a los prohombres del Centro Democrático que tenían que sacrificar a José María de Areilza, el fundador de la coalición, para dejarle el sitio a Adolfo Suárez. Areilza una vez más, como el año anterior, cuando se quedó sin presidencia. Carmen sintió que Suárez había dado el primer paso y que ella ya tenía así el camino despejado para afiliarse al PSP.
«El jueves, de noche, Suárez me llamó alterado a casa porque le habían dado la noticia de que me había hecho del PSP. Estaba como fuera de sí. La verdad era que yo no había hablado aún con Tierno del tema, pero era cierto que llevaba tiempo pensando en hacerme del PSP si él creaba un partido. Me siguió atacando. Me dijo que el Gabinete era un ente autónomo. Su Gabinete, como sabes, era yo. El resto eran cuatro jóvenes secretarias».
En el dietario escribió:
Que mis planteamientos son de izquierda lo sabe desde hace muchos años. Está tan cabreado porque se ha enterado del tema de Tierno y del Rey a través de otra persona. No se da cuenta de la trascendencia de lo que está pasando en el país para la propia institución. Además, no se puede tener el monopolio político del monarca. Me hace pensar en mesianismos afortunadamente pretéritos.
«Llegó a decirme cosas tan pintorescas como que si yo militaba en cualquier partido, él no podría contarme cosas y me consideraría ¡una matahari! Yo escribo, mira: Anda con desconfianza, con celos. Entre que yo no era de derechas y que no quería comerme los percebes, ¡no había quien lo aguantara!»
A partir de entonces, Suárez midió al milímetro la información que le pasaba a Carmen. Ella intuía, sin embargo, «lo que se estaba urdiendo» en torno a la todavía inexistente UCD: «Ellos se llamaban de centro. Y yo decía: ¿qué es el centro en política sino la derecha? Yo nunca había estudiado en Ciencias Políticas lo que era el centro, y andaba con mucha curiosidad. Recuerdo, eso sí, que algún vecino mío de despacho en la Moncloa, cuando hacía una lista, decía: “Me jode este que no sabe nada de política”. Para luego añadir: “Cuanto menos sepan, mejor, que luego todo se aprende”. A mí Suárez me decía que él no era de derechas, y yo lo miraba con cara de guasa. Si era tan de izquierdas, no entendía el porqué de sus complejos. En España nadie era de derechas, como ahora. La dictadura se había nutrido de la nada, y los ministros habían sido fantasmas. ¡Estábamos en un país fantasmagórico!».
Fue un tiempo difícil para Carmen. El proyecto común iniciado en julio de 1976 con Suárez se estaba desmoronando. De todo, me dijo que lo más le «fastidiaba» era que la anduvieran espiando: «Siempre me ha molestado mucho que me controlen, pero que me espíen en el sitio donde trabajo… Aun así, avisé a Suárez de lo que le iba a pasar si seguía por el camino de la artificial UCD. Era tal el mosaico de partido, de gente, que estaba creando, que se lo dije: “Si lo haces, te traicionarán y te apuñalarán por la espalda”. Así fue. No había que ser un lince para darse cuenta de lo que iba a ocurrir con la UCD. Puedes leerlo; mira».
Así lo hice: miré sus cuadernos y ahí estaba, escrito años antes de que ocurriera la debacle de la UCD, el aviso que le lanzó al presidente.
El 27 de marzo, por la tarde, Carmen acudió al primer mitin de izquierdas que se celebraba en España desde la época de la República. Fue el de Enrique Tierno Galván, en Vista Alegre, en la plaza de toros de Carabanchel. Carmen acudió acompañada por las dos secretarias de la Moncloa y sus maridos. En su diario dejó constancia del acto:
Fue emocionante ver a los ciudadanos gozando de la libertad recién estrenada y de la participación cívica.
El 31 de marzo cenó con su amigo Aníbal González (¡el de las melenas!) y el historiador británico Raymond Carr en el hotel Mindanao.
(En este punto, Carmen interrumpió el relato correspondiente al año 1977 para indicarme, una vez más, que los españoles no hablaban con ella cuando querían explicar la Transición, a diferencia de los estudiosos extranjeros).
Ese mismo día 31 de marzo dejó escrito:
Parece que ya nadie tiene sentido común.
Recibió otro rapapolvo de Suárez por ir al mitin de Vista Alegre. Carmen pensó que al presidente del Gobierno ya todo el mundo le parecía peligroso: «Hasta Areilza. Y Antonio de Senillosa, con el que me grabaron una conversación hablando de política, y Suárez tuvo la desfachatez de leérmela. Lo hizo al día siguiente, el 1 de abril, después de la llamada de Rosa Regàs para decirme que le habían secuestrado un libro sobre las Fuerzas Armadas».
Carmen escribió, con respecto al libro de Rosa:
¡Qué horror! Seguimos con ésas.
Sobre el espionaje al que fue sometida con Senillosa, un hombre cercano a Don Juan y que había asesorado a Josep Tarradellas, Carmen señaló: «Suárez me llamó a la una de la madrugada para quejarse de la cinta transcrita de mi conversación con Senillosa, que había sido miembro de la comisión coordinadora de las fuerzas de oposición al franquismo y había participado en el Congreso de Múnich. Me dijo que tenía la sensación de que yo no lo consideraba intelectualmente».
Senillosa, un político «estrambótico» o «políticamente incorrecto», según quien lo defina, pertenecía a una conocida familia catalana. Murió en un accidente de coche en 1994. Tras salir de la Moncloa, Carmen mantuvo con él una estrecha amistad.
El 2 de abril, indignada por el espionaje al que había sido sometida, Carmen volvió a escribir una carta de dimisión. Era la segunda, después de la que había enviado en enero, a la vuelta de Barcelona, tras el encuentro con Carrillo: «Después de que me grabaran, era lo menos que podía hacer».
Según la interpretación de Carmen, a Suárez no le convenía dejar que se marchara entonces, aunque ya tenía muy claro que iba a prescindir de ella. Suárez le pidió, de nuevo, que recapacitara, alegando la importancia de la labor política que estaban haciendo juntos y lo malo que sería para el país su marcha súbita de la Moncloa. Gracias al Rey, una semana más tarde supo Carmen por qué Suárez no había querido sacrificarla todavía.
El sábado 9 de abril de 1977, a las siete menos cuarto de la tarde, sonó el teléfono en el modesto apartamento de Carmen, en la calle López de Hoyos. Era el Rey, que estaba fuera de España.
—Acaban de legalizar el Partido Comunista.
—¡Por fin!
Había pasado apenas un año desde que el Rey había puesto a sus amigos más cercanos a trabajar por la legalización del monstruo: en marzo de 1976 había enviado a Manolo Prado a Bucarest con un mensaje tranquilizador para Carrillo, y en España había comandado a Carmen para que diera la cara en público, lo que a veces, como en la cena de Doña Pilar, la llevó a sudar la gota gorda.
Nada más colgar con el Rey, Carmen se olvidó de las tensiones y telefoneó a Suárez. Quería felicitarlo, pero se llevó una desagradable sorpresa.
—¿Quién te lo ha contado?
—Su Majestad, el Rey Juan Carlos I.
Después continuó la cadena de llamadas con Tierno Galván y con Pilar Brabo. El ambiente, según Carmen, era similar al que se había producido año y medio antes con la muerte de Franco.
Muy poca gente sabía que ése era el día elegido. A diferencia del año anterior, cuando sólo Carmen supo con anterioridad el nombre de Suárez, ahora no se confió lo suficiente en ella como para meterla en el secreto. A Natalia Escalada, la secretaria a la que Carmen no quería nada, le dijeron que tenía que trabajar ese sábado en la Moncloa pero no le explicaron el motivo. Le sentó mal que le arruinaran el sábado de Gloria. Por la mañana, fue ella la que fue dando paso a los cuatro ministros militares que habían sido citados por Suárez en su despacho. «No entraron muy simpáticos, pero salieron con la cara hasta el suelo —me contó la periodista—. Me llamó la atención que Pita da Veiga salió despotricando».
Natalia le preguntó a Suárez el motivo del disgusto de los militares. «Me dijo que se había legalizado el PCE. Lo primero que pensé fue: “No puedo volver a casa”. A mi padre los comunistas le habían matado dos hermanos, y yo no sabía cómo iba a reaccionar».
Ese 9 de abril, Carmen escribió en su diario:
Sábado rojo: se acabó la dictadura fascista.