LOS CHICOS DE LA PRENSA
Últimos seis meses de 1976
Tras la exclusiva de Blanco y Negro, al despacho de Carmen llegaron los anónimos. Conservaba alguno de ellos, y en una ocasión me mostró una nota mecanografiada llena de insultos. La acompañaba una fotografía de un hombre negro con un sexo de grandes dimensiones: «Has ido a África a chupársela».
Me sentí mal por ella, y no quise que me enseñara ninguno más: «Tengo una colección de ellos. Los guardé porque algunos eran impresionantes. Se metían con mi padre Díez de Rivera, y decían que yo no era hija de él. O que era hija indigna de él. Y mi padre me adoraba, y yo a él también. Aquí lo escribo, mira, en mi diario, al hilo de estos anónimos».
Si supieran todo lo que aprendí de mi pobre padre. Básicamente, el sentido de la dignidad humana.
Criticada por Suárez, por el Rey, por todo su equipo al haber patinado inocentemente nada más llegar al puesto, e insultada a través de anónimos, Carmen experimentó en agosto de 1976 su primer gran bajón:
Cuánto enfermo, cuánta maldad. Si ahora, a los treinta y tres años, no hubiera situado esas cosas hace mucho tiempo en su sitio, en este momento estaría esquizofrénica. Para esta gente todo es una cuestión sexual.
Por primera vez, sintió miedo de ser agredida físicamente. Empezó a llevar unos aerosoles antivioladores que se pusieron de moda algo después, pero que en ese momento no los tenía nadie. Se los traían de fuera: «La extrema derecha ya había empezado a decir que yo era una agente marxista. Los militares hicieron correr por las capitanías generales el bulo de que una agente marxista había sido nombrada director del Gabinete de Suárez. Cuando yo vi el teletipo, pregunté: “¿Quién es el agente marxista?”. ¡No caí en que era yo! Había tenido muchos amigos del Partido Comunista en la universidad, pero de ahí a agente marxista… Suárez estaba muy preocupado, repetía que no le gustaba nada que eso lo mandaran por las capitanías generales. Yo empezaba a sospechar que me llevarían como oveja al matadero, pero seguía convencida de que tenía una misión. Aquí lo escribo: Libertad ciudadana, la libertad como idea fuerza. Era precisamente un concepto marxista. Yo pensaba que si por azar había llegado hasta allí tenía que luchar a pesar de las amenazas, que eran constantes. Creí, de verdad, que era mi obligación. No sólo la derecha es patriota, Ana. Yo ese concepto se lo aplico, antes que a nadie, a Santiago Carrillo. Junto a los anónimos de la derecha cerril y de Blas Piñar, también recibí cartas maravillosas, apoyándome».
Las relaciones con su madre mejoraron notablemente después de ser nombrada jefe de Gabinete: «A ella, en el fondo, le encantaba por eso que decía, y que a mí me daba mucha vergüenza, de que yo era la mujer más poderosa de España». Hacía siete años que la marquesa de Llanzol la había echado de casa, y aquel año se volvieron a ver. Ese mes de agosto, Carmen se fue a pasar las vacaciones de agosto a la casa que la marquesa tenía en Marbella.
El día 10, Suárez y Felipe González, líder del todavía ilegal Partido Socialista, se reunieron por primera vez. El diario de Carmen recogió así el encuentro:
Se caen de cine. No me extraña. Son muy parecidos.
Fuera de diario, me explicó que ella se dio cuenta enseguida de que Suárez y González trabajarían muy bien porque en ese momento eran dos «ambiciosos pragmáticos».
El día 22 de agosto, Suárez tuvo un percance con la prensa parecido al de Carmen. Ese día, el semanario francés Paris Match, una especie de ¡Hola! con algo más de contenido político y, en esa época, de gran prestigio internacional, tituló en su portada: «Sensacional entrevista con el primer ministro español: “Franco me dijo antes de morir: prepárese para restablecer la democracia española”».
Era la primera entrevista desde que Suárez había sido nombrado presidente del Gobierno. En la cubierta de la revista, Suárez aparecía en una gran foto con el torso desnudo, «en plan guaperas español», según la malvada Carmen. Dentro había varias imágenes con su familia. La primicia acabó como el rosario de la aurora.
«Quince días antes del comienzo de su enfermedad, el Generalísimo me recibió —dice Suárez al periodista Philippe Ganier-Raymond—. Yo lo había visto muy a menudo, durante muchos años. Tengo que decir que conservo un gran respeto por su sentido político. Ese día me dijo: “A partir de ahora, tiene que prepararse para la batalla por la democracia”».
El encuentro con Paris Match tuvo lugar el 14 de agosto en Castellana, 3. Según el equipo de Suárez, éste le advirtió al periodista que no sería «una declaración política». Primero, le dijo, tenía que anunciarlo «al pueblo español». El periodista le respondió que, efectivamente, el artículo no se parecería a los diseños sobre el futuro de España que Manuel Fraga acostumbraba a hacer en el Times de Londres.
La entrevista, según Carmen, fue «un empalagoso engendro». El periodista dijo que Suárez no era un playboy, aunque sabía sonreír y hablar a la vez, y no tenía michelines. Explicó también que de niño había conocido la pobreza, y que tras la muerte de su padre había tenido que ayudar a sus cuatro hermanos a salir adelante: «Sus estudios se resintieron. Él no habla ningún idioma extranjero. Gracias a la protección de Carrero Blanco, fue nombrado gobernador civil de Segovia en 1968 y director general de Radio Televisión Española en 1969».
El periodista se desplazó a Almería, donde tomó fotos de toda la familia. Amparo dijo que no entendía de dónde sacaba su marido la fuerza: «No come, no duerme, casi no bebe».
Ésta es la reproducción parcial de la entrevista, que tuve que pedir en 1999 a Francia, porque Carmen no sabía dónde la había puesto:
En marzo de 1975, Fernando Herrero Tejedor, padrino político de Adolfo Suárez y presidente del Movimiento, lo toma como delfín antes de morir en un accidente de tráfico. Suárez lo sucede a la cabeza del mismo Movimiento.
—Usted, de alguna forma, es hijo del Movimiento y del Opus Dei. El Movimiento es igual a la Falange…
—Y la Falange es como los nazis. Lo sé.
—¿Qué es el Movimiento?
—No va usted a creerme. El Movimiento fue para mí siempre una organización de carácter social. Intercambiábamos ideas. Había círculos de jóvenes muy libres, y nada más […].
Cuando le hablo del regreso de Santiago Carrillo y de la Pasionaria, levanta los hombros:
—Se trata de gente muy mayor. Pertenecen a una época pasada. Ellos no tienen nada que ver con la España moderna. ¿Oficializar su regreso? No. Para nosotros, eso nos supondría graves problemas técnicos de seguridad.
—Entonces, ¿el Partido Comunista no es un partido democrático?
—En nuestro pueblo, el pueblo español, el Partido Comunista todavía no es creíble. Todavía no ha demostrado que es un partido democrático. Es así.
[…]
—Y el poder, señor Presidente, ¿qué es para usted?
—¿El poder? ¡Me encanta! [El periodista agrega, entre paréntesis, que Suárez se corrige y añade que le encanta presidir el destino de su país.]
—¿Cómo será posible la democracia?
—Siempre gracias a Franco y al desarrollo.
—¿Y los vascos?
—Un gran problema que no será resuelto nunca con medidas de orden público. Nunca. Yo veo muy bien que los vascos, los catalanes y los gallegos tengan su propia bandera.
—¿Y su lengua?
—Y su lengua…
—¿Habrá bachillerato en vasco o en catalán?
—Su pregunta, perdóneme, es idiota. Encuentre usted profesores que sean capaces de enseñar química nuclear en vasco y en catalán. Seamos serios. Lo primero que hay que hacer es acabar con el terrorismo en el País Vasco. Usted sabe tan bien como yo que ETA 5 y ETA 6 están completamente divididas. Hay que aprovecharse de estas divisiones y, al mismo tiempo, negociar con los partidos moderados. Cada cosa a su tiempo.
La entrevista acaba con Suárez declarándose un hombre feliz: cuando llegó tenía a todo el mundo en contra, dentro y fuera de España, «y la campaña ya ha acabado».
En Marbella, el 22 de agosto, Carmen se llevó las manos a la cabeza. Aparte de la «horterada» que le pareció el largo artículo de tres páginas, le preocupó lo que Suárez había dicho de las lenguas vernáculas, eso de que no servían para los estudios superiores: «Fue una metedura de pata increíble que causó mucho malestar en Cataluña. Yo me metí debajo del agua y me puse a bucear». Después llamó a Suárez.
—No vuelvas a hablar con un periodista extranjero sin consultármelo antes.
No me dijo Carmen lo que le respondió Suárez, pero sí que en ese momento del día 22 no era consciente de lo que se le venía encima.
«Se metió en un jaleo tremendo. Fue terrible, terrible. Pero es que ésa era la mentalidad en los inicios de la Transición. Tú les hablabas de autonomías, y ellos se estremecían. Esa entrevista es otra prueba de que las personas que estaban haciendo la Transición procedían de unas creencias que no son, en absoluto, las que tenemos ahora».
Efectivamente, los nacionalistas pusieron el grito en el cielo. A los nueve días, Castellana, 3 intentó hacer damage control y emitió un comunicado donde aclaraba que las declaraciones de Suárez no reflejaban su pensamiento:
Paris Match solicitó hacer un reportaje fotográfico sobre el presidente del Gobierno y su familia, accediéndose a esta petición. Como es lógico, mientras se realizaba el trabajo fotográfico, el presidente del Gobierno conversó con los periodistas de Paris Match. El presidente del Gobierno subrayó durante esta conversación que no se trataba de hacer declaraciones políticas y que la conversación mantenida, según práctica normal periodística e incluso elementales normas de cortesía social, teniendo en cuenta las circunstancias en que se produjo, debía considerarse como off the record. En ningún momento se tomaron notas ni se utilizó procedimiento alguno de transcripción, lo que era lógico dado el carácter de la conversación allí mantenida, y explica las inexactitudes en las que incurre el texto difundido.
En estas circunstancias, parece conveniente matizar que, aun teniendo en cuenta que el reportaje ha sido hecho con evidente deseo de objetividad, aparecen opiniones y frases que no reflejan el pensamiento del Gobierno, otras que sólo serían plenamente inteligibles en el contexto más amplio y matizado de una conversación privada y, finalmente, algunas afirmaciones que en absoluto se produjeron durante la citada entrevista.
El 3 de septiembre, el periodista Philippe Ganier-Raymond ratificó su reportaje en una entrevista en el diario Avui:
Las primeras reacciones oficiosas a mi reportaje fueron muy favorables. A través de Manuel Ortiz, subsecretario del despacho del presidente, me llegó por vía indirecta la felicitación de Adolfo Suárez, que, por lo que me parece, se mostraba satisfecho de la objetividad de mi texto y de mi estilo general. He de entender que si los catalanes no hubiesen protestado no se habría registrado este cambio de opinión.
Sobre el objetivo del reportaje y las condiciones en que fue realizado, Ganier-Raymond declaró:
No es cierto que, como ahora dice el señor Suárez, Paris Match solicitara permiso para hacer un reportaje exclusivamente fotográfico. Quedó bien claro que se trataba también de unas declaraciones. Y si en el transcurso de la entrevista se registraron, en efecto, respuestas que el presidente calificó como off the record, quiero aclarar que nada de lo que yo publiqué estaba sujeto a esta cláusula; todo aquello que consta en el reportaje fue expresamente autorizado por el presidente. Por otra parte, hace falta añadir que, contrariamente a lo que afirma la nota del Gabinete, yo tomé notas durante gran parte de la entrevista.
Hasta ahora, las circunstancias que rodearon ese reportaje siguen siendo confusas. El periodista Emilio Contreras, que estuvo en Almería en esa finca de Turismo donde veraneaba Suárez, me dijo que Ganier-Raymond no tomó notas en ningún momento. Contreras achacó los nueve días de retraso para protestar a «que era verano».
En cualquier caso, en medio de la bronca por el affaire Paris Match, Carmen recibió en su casa de Marbella a Raimundo Fernández-Cuesta, el histórico líder falangista, amigo de la marquesa de Llanzol, y que fue encarcelado con Ramón Serrano Súñer cuando ambos fueron detenidos en Madrid tras el alzamiento del 18 de julio de 1936: «Los falangistas no sabían si los iban a ilegalizar y, cuando se enteró de que estaba allí, vino a verme. Era un señor mayor, y para él yo debía de ser el horror, la perversión. Encima, llegué con el pelo mojado, atado en una cola, con el pantalón vaquero y la T-shirt de tres pesetas. Encima, yo no dudé la respuesta: “¡¿Pero cómo os van a ilegalizar si seguís ahí y mandando?!”. Él se fue muy tranquilo».
Carmen regresó a Madrid el 8 de septiembre. El diario más extremista, El Alcázar, portavoz de los excombatientes, le dio la bienvenida. Lo hizo a través de un venenoso artículo titulado «Impertinente declaración» en el que, bajo el seudónimo de Jerjes, el general Luis Cano Portal (colaborador de El Alcázar durante treinta y nueve años, también bajo el seudónimo menos conocido de Sparos) disparaba contra Carmen con hiriente misoginia:
Con verdadero asombro he leído unas declaraciones de la directora del Gabinete del presidente del Gobierno, señorita Carmen Díez de Rivera e Icaza. Asombro por su impertinencia y asombro por venir de quien vienen […]. En nuestra patria, antes de que se pusiera de moda el tema de la emancipación de la mujer, han existido siempre féminas desgarradas que abarcaban todos los estratos de la sociedad. Por tanto, que aparezcan ahora las que se ha dado en llamar contestatarias no es cosa nueva. Tampoco nos va a extrañar, viviendo la época de confusionismo que estamos viviendo, que haya mujeres que, considerando vejación el dedicarse a las labores propias de su sexo, salgan al ruedo político a expresar sus ideas […]. Su padre fue un dignísimo militar que prestó grandes servicios a España […]. Su fortuna, al menos en la legítima, ha debido de ir a manos de la ahora señorita directora […]. Usted será reina por su belleza […]. Se lo digo como piropo, precisamente porque en esa belleza usted no tuvo arte ni parte. En cambio no la puedo piropear por sus ideas porque éstas sí son obra suya. Ideas que, ante lo que se le viene encima, quieren desvirtuarse diciendo que las dictó por teléfono y sin saber que iban a publicarse como se publicaron. Si la lección le sirve de escarmiento para que no vuelva a ser tan indiscreta, nos alegraremos mucho los que fuimos amigos de su padre.
El clima político en el que vivía entonces España era todo menos agradable. El periodista Miguel Ángel Aguilar, otro miembro de esa generación que vivió la Transición de primera mano, lo recreó así para este libro:
Vivíamos en un tobogán, en una montaña rusa, con el estómago en la boca, entre los terroristas y los golpistas, que pensaban: cuanto peor, mejor. Ni la izquierda rompía con ETA ni los militares se reconciliaban con la idea de una Constitución, por la que sentían todo el recelo del mundo. Mientras, la clase dirigente miraba con ojos de náufrago y se preguntaba: después de Franco, ¿qué? La prensa de ultraderecha, El Alcázar y El Imparcial, pegaba duro, y Carmen era una gota en todo ese mar de encabronamiento que había entonces, y que empeoró con la dimisión del general De Santiago.
En su diario, Carmen sólo pudo respirar hondo y escribir:
A ver si por fin salimos adelante.
La camaradería del mes de julio empieza a desaparecer de Castellana, 3. Las tensiones son muchas. En ese mes de septiembre, Carmen comenzó a referirse a Suárez como «el Señorito»: «¡Empecé antes que Forges!», afirmó aparentemente orgullosa de haberse adelantado al genial humorista gráfico Antonio Fraguas, de El País.
En ese clima político irrespirable, Carmen no tuvo otra cosa que hacer que interesarse y defender la energía solar. Lo anotó en su diario ese 8 de septiembre. «¡Me miraban como si estuviera chalada! Yo me había regalado un pequeño encendedor de energía solar y le hacía pruebas a todo el mundo para ver si se animaban. Pensaban que era una esnob».
El 18 de septiembre, mantuvo una larga conversación con Suárez, que le explicó «parte de sus criterios» para instaurar la democracia. Carmen reflejó en su diario el germen de su separación del proyecto de Suárez, que llegaría en la primavera siguiente:
Tengo dudas. Ojalá me equivoque.
19 de septiembre de 1976:
Llama la Reina.
«Éramos amigas. Yo la calificaba de progre. Mira, aquí escribo que me hacen gracia sus términos, como “concienciar”. Entonces se llevaba mucho, ahora suena a antigualla total. En aquel momento, concienciar era muy avanzado. Ella era avanzada, en política, en lo social».
El 21 de septiembre, primera crisis en el Gobierno de Suárez. Dimisión del reaccionario general Fernando de Santiago y Díaz de Mendívil. La gota que colmó el vaso de su paciencia, tras la amnistía de los presos políticos (excepto los vascos) y el anuncio de la Ley de Reforma Política, fue que el Gobierno tenía pensado legalizar los sindicatos.
Carmen, no contenta con el vendaval causado por sus declaraciones en Blanco y Negro, publicó en el mismo semanario, el 25 de septiembre, un apasionante artículo claramente contrario a la ideología de los lectores conservadores de ABC. Hablaba de la mujer y lo titulaba «Integración total»:
La descolonización psicológica en torno a la mujer se presenta como tarea urgente […]. Los movimientos de izquierda europeos no han resuelto todavía de manera definitiva la integración paritaria de la mujer dentro de la actividad política, llegando Simone de Beauvoir a expresar que la cuestión femenina ha de ir enmarcada no paralelamente con las reivindicaciones de la clase obrera […]. Es de suponer que en el nuevo horizonte que se perfila de una España democrática, sin adjetivos, la mujer, como ser humano completo, se integre en los Comités Ejecutivos de los diferentes partidos, no tanto por el simple hecho de ser mujer como por su propia condición de persona.
Con el aerosol siempre en el bolso, como hacen ahora las feministas en otros países en transición democrática (Túnez, por ejemplo), Carmen continuó trabajando e instauró la costumbre de devolver llamadas, algo inusitado durante el franquismo: «Yo decía que era una cuestión de buena educación. No era sectaria. No hice nunca distinción entre periodistas porque me parecía que no se debía hacer. Hablaba con ellos mucho por teléfono, pero era muy reacia a ir a comidas y cenas. En España todos estaban comiendo y cenando todo el día, como ahora. Y en la dictadura también. En eso no hemos cambiado nada».
Uno de los periodistas de esa generación al que Carmen quiso mencionar especialmente porque consideró que se portó bien con ella fue Pepe Oneto, que entonces era director de la revista Cambio 16. Carmen recordaba con enorme detalle el libro que le había regalado Pepe sobre la organización del Gabinete del presidente de EE. UU. Aún lo conservaba: «Me quedé impresionada, y al mismo tiempo me dio una depresión. ¡Allí había gente para todo!».
Pepe Oneto, el periodista de San Fernando (Cádiz) que había echado los dientes en la agencia France Press, había sido invitado por el Departamento de Estado de EE. UU. a un viaje a Washington D. C. junto a otros destacados reporteros de la época, como el católico Ramón Pi o el demócrata cristiano Lorenzo Contreras. Oneto, en una entrevista para este libro, se definió como «socialdemócrata». En Washington D. C. le compró ese libro a Carmen.
Oneto coincidió con Cebrián a la hora de calibrarla: «Era muy guapa, sí, pero tenía una vena religiosa que la gente desconocía. Yo noté también enseguida el rechazo que sentía por su madre. Manejaba mucha información porque era amiga del Rey».
En sus cuadernos, Carmen mencionó también con agrado a Abel Hernández, que escribía en Informaciones, y a Pedro Rodríguez, del Arriba. Y a Fernando Ónega, que al año siguiente la sustituyó, y al que conoció cenando en casa de Santiago Foncillas, que era delegado del Gobierno en Telefónica como en su día lo había sido Suárez.
Carmen echó un vistazo a su diario y agregó que a esa cena la acompañó Aníbal González, un amigo comunista de la universidad que había estado encarcelado durante la dictadura: «Tenía unas melenas inmensas, maravillosas. Cuando lo veían en casa se querían morir. Me decían que con qué amigos andaba. Él era del Partido Comunista, pero yo le decía, medio en broma medio en serio, que ¡yo era más de izquierdas que todos ellos juntos!».
No podía evitar gestos como éstos. Carmen parecía disfrutar epatando, sintiéndose moralmente superior. Algunos amigos se resintieron de ello: «Era muy autoritaria. Te trataba como si estuvieras en el Kindergarten. También al Rey, por cierto».
La crema de la prensa nacional, los influyentes corresponsales extranjeros y los numerosos contactos políticos ocuparon su tiempo en la Presidencia. Empezó a escribir en clave. Allí se registraban los cajones: «Me acusaban de espía. ¡Yo, que no supe identificar al tipo de la CIA cuando comí con él en el Viejo Madrid! Me llamó y me dijo que había almorzado varias veces con mi predecesor, Oyarzábal, que se había ido con Marcelino [Oreja] a la OID [Oficina de Información Diplomática, la portavocía del Ministerio de Asuntos Exteriores]. Nos citamos. En la tarjeta ponía consejero cultural, o algo así. Yo lo convencí de que España era socialdemócrata. Él repetía eso de “Usted sabrá quién soy yo”. Cuando volví a Presidencia le dije a Suárez que había comido con un tipo joven y guapo de la embajada americana y me dijo: “Sí, el de la CIA”. Llamé inmediatamente a la embajada para preguntar por el consejero cultural en cuestión y me dijeron que no existía. ¡Ésas eran mis dotes de espía! Pero era inútil. En uno de los anónimos que recibí, indicaban hasta la logia masónica a la que yo supuestamente pertenecía».
En su cuaderno, son constantes las quejas sobre la falta de infraestructura, la urgencia en contratar a un portavoz, pues la jefatura de Gabinete era tan escuálida que incluía al jefe de prensa: «No hacía más que trabajar y trabajar. Estaba siempre agotada».
En la prensa extranjera y catalana, más sofisticada que la prensa de Madrid, se sentía mejor tratada. Un corresponsal británico, Michael Brown, escribió un artículo que provocó muchos comentarios. El título: «Cool Carmen, the new style Lady from Spain». Así describió el periodista su encuentro con la jefa de Gabinete del presidente del Gobierno:
Llegó puntual al restaurante de moda en pantalón de flores y camiseta. Dio un sorbo a un whisky y pidió setas, pescado a la plancha y un sorbete. A diferencia de sus antecesoras, que llevaban mantilla, la señora número uno de España se preocupa de su línea. No le hace falta. Carmen Díez de Rivera, rubia, delgada y hermosa, trabaja demasiado duro como para engordar. Ella es la Marcia Williams [secretaria personal del primer ministro laborista Harold Wilson durante más de treinta años] del Gobierno español, la jefe de Gabinete del presidente Adolfo Suárez, de 44 años, atractivo y con pinta de torero, que está conduciendo a España con cuidado a la democracia después de cuarenta años de fascismo. Con 35 años, Carmen, la hija de una conocida aristócrata, la marquesa de Llanzol, está jugando un papel importante en ese proceso. Como la mujer más importante de España, políticamente hablando, Carmen acude a la cita protegida por un policía.
El artículo concluía explicando el deseo de Carmen de que España volviera a ser un «país vital», como le correspondía.
Para Carmen, artículos así fueron un consuelo. Ella creía que demostraban que su presencia en Castellana, 3 estaba funcionando: provocaba el golpe de efecto que buscaba Suárez. En otra ocasión me mostró otro ejemplo de lo que la prensa «más civilizada» escribía sobre ella: el artículo «Casi todos los hombres del presidente», firmado por Miguel Gener en la revista Sábado Gráfico, uno de los semanarios más independientes del momento:
Es de justicia destacar que entre los hombres del presidente destaca una mujer, Carmen Díez de Rivera Icaza, directora del Gabinete quizá —y muy a su pesar— más por su condición femenina, insólita en tan severo lugar, y por sus declaraciones a la prensa, todavía explosivas para buena parte de la clase política oficial, que por la influencia que pueda ejercer sobre el Presidente —el patrón, como ella le llama— a la hora de las decisiones […]. Carmen Díez de Rivera, los ojos más bonitos de Presidencia, se corresponde con la segunda imagen de Suárez, la más joven, la más emprendedora, aunque no menos segura, no menos resuelta, tan amable como enérgica. A diferencia de su patrón, puede llegar a despeinarse. Lo hace un poco cada día, cuando llega a Presidencia con su utilitario color naranja […]. Su posición de centro-izquierda va algo más lejos que la del propio Suárez y que la media del entorno presidencial […]. En Presidencia se encuentra en franca minoría […]. Los contactos con la prensa extranjera y con los diplomáticos acreditados en Madrid son su fuerte […]. También desempeña el papel de «la otra conciencia» del Presidente, a quien hace llegar esa información marginal que las otras áreas de la Administración escamotean sistemáticamente […].
Pero su principal actividad está centrada en las relaciones internacionales y, sobre todo, en los medios de comunicación extranjeros. La acogida de Suárez como presidente del Gobierno no pudo haber sido peor en el extranjero.
El francés Le Figaro escribió: «Estupefacción, decepción, indignación […]. Juan Carlos ha cambiado un caballo tuerto por otro ciego. Adolfo Suárez no tiene nada de liberal. España sale de Scyla para entrar en Caribdis. Se trata en realidad de una revancha, de un progreso de la fuerza del Búnker y de los bancos. España se adentra en una era de inestabilidad y, en el exterior, se aleja el espejismo del Mercado Común».
El británico The Times: «La elección del señor Suárez representa una victoria del ala derecha de los reformistas deseosos de ir al desmantelamiento de la dictadura pero manteniendo fuertes lazos con el pasado».
Y el también británico The Observer: «Suárez carece de todas las cualidades que se creía estaba buscando el Rey cuando decidió desafiar al Búnker franquista […] carece de experiencia […] es un hombre del sistema, con sus raíces firmemente arraigadas en las ideologías del Viejo Régimen».
Toda esta época la rememoró para mí, durante un larguísimo almuerzo en Madrid, Walter Haubrich, entonces veterano corresponsal del prestigioso Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ). Walter ya está jubilado, pero sigue viviendo en Madrid, la ciudad de la que se enamoró al llegar en 1969.
Como el resto de los corresponsales, Walter pensó en su día que el nombramiento de Suárez como presidente del Gobierno era «un claro retroceso para España». Lo poco que sabía de él entonces era que en 1972, siendo director general de Radio Televisión Española, se había negado a acudir a los Juegos Olímpicos de Múnich, adonde había sido invitado por la televisión alemana, «por la forma en que ésta informaba sobre España». También, que el ministro Sánchez Bella, aconsejado por Adolfo Suárez, le había denegado la acreditación en Madrid a la televisión alemana.
En este contexto, la misión de Carmen desde la Presidencia del Gobierno era clara, según Walter: «cambiar, con sus buenos modales, su cultura, sus idiomas, su apertura de mente y, sí, ayudada por su belleza, el malísimo concepto que la prensa extranjera tenía de Suárez». En aquella época no existían, pero Carmen habría sido considerada una spin doctor, una experta en creación y modificación de mensajes de los políticos. Siempre que hubiese exhibido un poco más de diplomacia táctica, añadiría yo. Claro que entonces no habría sido Carmen.
Utilizando los «contactos personales» que había ido forjando antes incluso de llegar a la Presidencia, Carmen se puso manos a la obra. Llamó a su buena amiga Elisabeth Guth, la corresponsal de la alemana DPA, una mujer encantadora que siguió viviendo en España hasta su muerte. Con su ayuda organizó un almuerzo en la Presidencia con los principales corresponsales extranjeros: Volker Müller, del semanario alemán Der Spiegel; el histórico periodista americano Harry Debelius, representante del diario londinense The Times entre 1969 y 1999, que murió en España en 2007, toda una institución que se enfrentó a la censura franquista y envió magníficas crónicas sobre el tardofranquismo y el inicio de la democracia; Uebersax, de la UPI, el amigo del Rey; y Crawley, de la BBC, entre otros. El objetivo: hablar «abiertamente» del proceso al inicio de la reforma política.
Walter Haubrich, presidente de la Asociación de Corresponsales Extranjeros entre 1971 y 1973, explicó así el papel de la prensa extranjera entonces: «Los periódicos extranjeros conformábamos la opinión dentro y fuera de España. Los artículos se traducían mucho y se repartían en fotocopias».
La comida resultó un éxito, según me dijo Carmen y me corroboró Walter: «Fue muy importante porque cambió la forma en que nosotros pensábamos del presidente del Gobierno. Ella nos dijo que Suárez era completamente distinto de lo que creíamos, que era una persona que había conocido el régimen por dentro».
Fruto del almuerzo fue el artículo que Walter publicó el 1 de octubre de 1976: «El presidente español, Suárez, ha crecido con su trabajo». En él explicó que, a pesar de las dificultades a las que se enfrentaba el presidente del Gobierno con la Ley de Reforma Política y con los militares, a algunos de los cuales acababa de enfurecer con el nombramiento de Gutiérrez Mellado, Suárez estaba «de buen humor».
En esa nota, el corresponsal del FAZ afirmó que Suárez no consideraba posible la legalización del Partido Comunista, pero que su objetivo era transformar España en una democracia de forma pacífica. En el último párrafo, Haubrich se mostró tajante: «El jefe del Gobierno, que antes era políticamente insulso, ha crecido con el puesto. Sus capacidades políticas ya no pueden ser ignoradas».
A partir de ahí, Haubrich y Carmen desarrollaron una buena amistad y mantuvieron fascinantes conversaciones, que sólo interesaban a ellos dos, sobre «cogestión» y «autogestión». Él defendía la cogestión, como la industria del metal, y ella la autogestión. Así era Carmen, imposible de definir, adelantada a su tiempo, cool. Los corresponsales extranjeros salieron de la Presidencia convencidos de que España, realmente, había cambiado.
El 5 de noviembre de 1976, el jefe de protocolo de la Presidencia del Gobierno, Javier González de Vega, organizó una «cena privada» en su casa, en la que Carmen conoció al profesor Enrique Tierno Galván, que tendría mucha importancia en su vida: «Tierno había sido profesor de Javier, que a su vez era amigo de Don Juan. Era un chico muy fino. Las perdices que comimos las había cazado Don Juan. Estaba también Encarnita, la mujer de Tierno. Nos caímos maravillosamente bien. Yo no sabía muy bien quién era, y me pareció una persona extraordinaria. Con Encarnita me pasó como con la mujer de Dionisio Ridruejo: mantuve la amistad con ella hasta que murió, hace poco. Tierno era un intelectual, y a mí me gustaba la gente bien leída. En aquel momento era un personaje muy discutido y poco querido. A mí me gustó mucho. Esa noche lo pasamos muy bien. Luego él me mandó sus libros, y le pedí que me mandara aquel en el que explicaba qué era ser agnóstico. Yo entonces era agnóstica. Ese libro es un estudio magnífico. Por ahí lo tengo. Está dedicado así: “Para Carmen Rivera, con agradecimiento de un español preocupado por España. Con el afecto del viejo profesor”».
Así describió Enrique Tierno Galván a Carmen en su libro Cabos sueltos (p. 602): «Carmen Díez de Rivera […] tenía entonces gran notoriedad política e incluso un cierto halo novelesco en torno a su persona […]. Nosotros nos dimos cuenta de que estábamos ante una persona inteligente, tan cultivada como refinada, que poseía gran espíritu crítico y sobre todo una enorme independencia».
Cinco días más tarde, el 10 de noviembre de 1976, Carmen es invitada a otra cena importante y de la que deja constancia minuto a minuto en su diario. Fue en casa de la Infanta Doña Pilar, una de las hermanas del Rey. A ella asistió Don Juan, el padre del Rey. También estaban los Reyes y el prestigioso abogado José Mario Armero, presidente también de la agencia Europa Press, y una figura muy influyente de la Transición. Armero fue el muñidor del primer encuentro entre Carrillo y Suárez.
A esa cena, Carmen acudió con un encargo muy claro y delicado del Rey Juan Carlos: «Yo conocía a Doña Pilar y a su marido, Luis Deleitosa [Luis Gómez-Acebo, marqués de Deleitosa], un hombre encantador. Me mandaron a África la foto de su boda en los Jerónimos de Lisboa, en 1967. Esa noche me puse elegante y todo. Había hasta una princesa, Helen Kirby [hija de una princesa georgiana y un adinerado americano; aún vive en Madrid], que iba muy bien vestida».
En la sobremesa, Carmen se armó de valor y soltó lo que «por favor» le había pedido Juan Carlos que dijera:
—Hay que legalizar el Partido Comunista.
—¡Lo que hay que oír!
Uno de los que estaban sentados a la mesa se lo tomó especialmente mal: «Yo me puse a sudar tanto que pensé que se me iba a correr el rímel, ¡para un día que lo llevaba! Se hizo un silencio frío, glacial, espantoso, y creí entender que otra persona decía: “Esta mujer es un horror”. Pero yo había sido comandada a que lo soltara, a ver qué pasaba. Me lo había pedido Juan Carlos. Hay pocas personas que se presten a hacer ese tipo de encargos. Pero no pienses que yo era una insensata o una imbécil. Me importaba la libertad del pueblo español. También le dije que hablaría con su padre para decirle que yo era juancarlista, y para convencerlo de la necesidad de abdicar. Y lo hice. Armero era muy amigo de Don Juan. También se decía entonces que tenía que ver con la CIA, ¡con esos a los que yo no lograba identificar! No hacía más que esponjarse el sudor. A mí Don Juan me conocía porque conocía a mi padre Díez de Rivera. Hizo un comentario machista».
Fuera de diario, Carmen me dijo que Juan Carlos se lo había agradecido enormemente. Su padre, Don Juan, no podía aceptar a Carrillo.
El 16 de noviembre se inició la segunda jugada jurídica crucial para desmantelar el régimen, igual de magistral que la de la terna con el nombre de Suárez cuatro meses antes. Reunidas en pleno, las Cortes franquistas iniciaron su autodinamitación o harakiri al discutir la Ley de Reforma Política, esa que fue tan brillantemente defendida por Suárez en junio. Lo que ocurrió el 18 de noviembre, a las ocho en punto de la tarde, fue un nuevo ardid del maestro de ceremonias de la Transición, Torcuato Fernández-Miranda: los procuradores franquistas, en un acto claramente suicida, aprobaron la ley por 425 votos a favor, 59 en contra y 16 abstenciones.
En su cuaderno de bitácora, Carmen despachó con guasa este importante acontecimiento, que fue seguido con la respiración contenida desde Zarzuela:
El sí de las niñas.
El día antes había cenado en casa de Carmen Llorca, con la que había estado en la delegación de Cultura. A la cena acudieron también Carmen Alcalde, directora de la recién aparecida revista Vindicación Feminista, y Lidia Falcón, la militante feminista de izquierdas que acaba de publicar la novela Ejecución sumaria, sobre la Transición: «Carmen [Llorca] quería hacer una organización feminista que por supuesto no cuajó, como escribí en mi diario, porque sus planteamientos eran demasiado derechistas para estas personas que eran de izquierdas [Alcalde y Falcón] y para mí. Yo ya se lo había dicho».
El sábado 27 de noviembre de 1976, Carmen se lanzó a dar su segunda entrevista después del fiasco de Blanco y Negro. Esta vez se aseguró de hacerla con alguien de fiar, Rafael Fraguas, del joven diario El País, que iba acompañado por la fotógrafa Marisa Flórez. Diario 16, la competencia de El País, también se hizo eco de las declaraciones.
A Fraguas, que acabó siendo un buen amigo de Carmen, le llamó poderosamente la atención esa mujer hermosa, con un pantalón vaquero color marrón, con una cenefa rosita y azul, rodeada de carcamales en ese «Reichstag en chiquitito» que era Castellana, 3. Aunque no era lo normal en aquella época de entrevistas puramente políticas, lo puso por escrito al final del artículo, cuyo último párrafo decía: «Nos acompaña hasta la salida: detrás ya, sólo asoma el ribete bordado de sus pantalones color teja y su mano alargada suavemente sobre el pomo de la puerta».
Bajo el titular de «En Presidencia se ejerce la autocrítica y se rectifica», Carmen intentó hacer lo que consiguió, con más o menos éxito, el resto de su vida: medir sus palabras. El intento tampoco funcionó esta vez.
Hubo dos cuestiones peliagudas que ahora parecen, como poco, auténticas tonterías: Carmen admitió «sin ninguna duda» la existencia de una lucha de clases y, a la pregunta de si legalizaría o no el Partido Comunista si dependiera de ella, respondió: «Si se sometiera a referéndum, votaría a favor de su legalización».
Ese encuentro con Rafael Fraguas se transformó en una sólida amistad que finalizó en noviembre de 1999, cuando se despidieron cantando La Internacional. Mantuve más de una larga conversación sobre Carmen con Fraguas, un hombre sensible que se emociona con facilidad:
Para mí, su aspecto más descollante fue siempre el político. Su principal cualidad política era que tenía un gran sentido del Estado. Además de un conocimiento inductivo de la vida, propio de las mujeres, que se acercan a los hechos desde lo particular, mientras que los hombres lo hacen desde lo general. Tenía un conocimiento deductivo de la realidad. Eso la convertía en un privilegio de mujer, por su pasado, por su conocimiento, por su sentido del Estado. Y además, socialmente, pertenecía a una clase acostumbrada a mandar. Tenía además una forma no trivial de sintetizar procesos muy complejos.
Tenía una trayectoria de enfant terrible de la aristocracia madrileña, y eso le permitía contar la verdad a quien fuera. Tuvo la suerte de que la escuchó gente muy importante. «Aquí huele a guiso», recuerdo que me dijo durante la primera entrevista, y se levantó para abrir la ventana. Una de sus limitaciones era su educación aristocrática, que no la había preparado para enfrentarse a los problemas de la vida normal. De ahí la enorme impaciencia que sentía.
En la entrevista con Fraguas, Carmen hizo caso omiso de la petición de Suárez, que se adelantó a las consecuencias con el recuerdo aún tierno de su propia entrevista en Paris Match: «A mí me habían prohibido que hiciera esas declaraciones. Con relación a la legalización del Partido Comunista, es la primera vez que me preguntaron abiertamente, y yo respondí con sinceridad. Te puedes imaginar la que se montó. También era verdad que yo era partidaria de la lucha de clases».
Carmen sabía lo que estaba haciendo. Era su manera de apretar. El día de la publicación de la entrevista, el 27 de noviembre, lo escribió en su diario:
¡Cómo se va a poner la derecha conmigo!
«Y así fue. Sobre todo los Guerrilleros de Cristo Rey [grupo paramilitar fascista]. ¿Te acuerdas de lo que eran? A la pobre Pina [López Gay, dirigente de la Joven Guardia Roja y del Partido General de los Trabajadores] la apedrearon y le destrozaron media cara».
Por primera vez, de manera pública y frontal, Carmen había ignorado la petición del presidente del Gobierno. Suárez la interpeló irritado en Castellana, 3:
—¿Es que no sabes dónde estás?
—Sí, en Presidencia del Gobierno.
—Van a pensar que esas cosas las inspiro yo.
—Algún día me lo agradecerás, y te darás cuenta de lo que estoy haciendo por ti, del favor que te estoy haciendo.
Desde la llegada a la Presidencia en julio, ya había habido otros roces, pero mucho más suaves. Esta vez, la discusión subió notablemente de tono: «En esa época, Suárez empezaba a estar muy preocupado porque se daba cuenta de que no se establecía el diálogo con el Partido Comunista. Precisamente por eso hice esas declaraciones. Porque para Suárez nunca era el momento».
Las cosas empezaron a torcerse para Carmen dentro del equipo de la Presidencia. El 30 de noviembre anotó en su diario:
Los funcionarios de la casa me han protestado por las declaraciones… En el fondo supongo que será porque me tienen envidia… ¡Puafff! Estoy harta del tema.
El 2 de diciembre cenó con su gran amiga Gloria de Ros, la viuda de Dionisio Ridruejo, y con sus hijos.
El 6 de diciembre de 1976, Willy Brandt, presidente de la Internacional Socialista y líder del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), visitó Madrid acompañado del ministro Hans Matthöfer[4]. Ambos acudieron al primer congreso del aún ilegalizado PSOE: «Suárez me pidió que hiciera de intérprete. Ellos entendían a Suárez, pero ¡eso yo al principio no lo sabía! Hablaron sobre la situación política en España, sobre un pacto con la oposición, sobre el pueblo español. Yo iba traduciendo, pensando que no entendían nada, y resulta que Matthöfer lo cogía todo divinamente, porque además tenía muchísimas propiedades en Canarias. ¡Lo que hace la ignorancia! Ellos venían a examinarnos. Veían que se estaban haciendo cosas, que empezábamos a ser interesantes. Que había algo más que un jefe de Gobierno falangista y su querida.
»Brandt era un mito de la socialdemocracia. Yo lo encontré físicamente deteriorado y un buen burgués. Pero es que tú piensa que los socialistas en España eran mucho más radicales, y yo estaba todavía influida por la mentalidad de Mayo del 68. Matthöfer me dijo que tenía miedo de que a través del Partido Socialista Popular (PSP) se colara el Partido Comunista».
Walter Haubrich escribió un largo artículo en el FAZ, bajo el título de «Suárez le explica a Brandt sus planes de reforma», en el que narraba el encuentro. El periodista describió la cita de una hora y media en la que participaron los cuatro (Brandt, Matthöfer, Carmen y Suárez) junto al embajador de Alemania en Madrid, Georg von Lilienthal. Según Haubrich, el embajador le trasladó la sorpresa de los visitantes alemanes con Carmen: «Brandt y Matthöfer me decían: “Esta chica es increíble, le interrumpe [a Suárez], le corrige. Habla alemán y encima parece bastante de izquierdas”».
Los emisarios alemanes trasladaron a Bonn una impresión muy positiva de Suárez y de Felipe González. Según Carmen, «su mayor temor era que Suárez no pudiera controlar a la derecha militar». En su artículo, Haubrich destacó la necesidad de legalizar el Partido Comunista, y la negativa del Gobierno español a darle un pasaporte a Carrillo y a la Pasionaria en contra de lo declarado.
Dos días después del encuentro entre Brandt, Matthöfer y Suárez, se celebró una recepción en la embajada de Alemania: «Suárez me dijo que a lo mejor, como directora de su Gabinete, no debía ir, porque todavía no estaba legalizado el Partido Socialista. Yo fui. Willy Brandt se había comprometido a interceder ante Suárez para que a Arrabal se le devolviera el pasaporte. Yo le dije que no se preocupara, que por encima de mi cadáver Arrabal tendría su pasaporte. Nos caímos muy bien. Estuvimos juntos prácticamente toda la recepción. Al pobre Suárez le había metido otra china en el zapato, porque yo dije que haría lo de Arrabal. Cuando lo hice, llamé a Günter Grass para que se lo comunicara a Arrabal».
En su diario, Carmen escribió tras su larga charla con Brandt:
No me queda la menor duda de que para que la democracia española sea creíble fuera de nuestras fronteras es imprescindible la legalización del Partido Comunista.
El 10 de diciembre de 1976, la misma decena de corresponsales extranjeros que almorzaron con Carmen en la Presidencia recibieron otra excitante invitación: no sabían exactamente cuándo ni cómo, pero sospechaban que Santiago Carrillo, el demonio rojo, iba a dar una rueda de prensa. La España que salía del franquismo era entonces un lugar fantástico para ser corresponsal. Esa primera rueda de prensa fue montada por una red secreta de colaboradores de la que formó parte el periodista Carlos Elordi: «Se trataba de organizar su primera y desafiante aparición pública después de entrar en España con peluca».
A Elordi, joven redactor de la revista Triunfo y una especie de relaciones públicas del PCE, lo habían avisado diez días antes para que preparara, con sumo sigilo, «un acto informativo de la dirección del partido». Su misión secreta consistió en avisar a varios periodistas, entre ellos a Walter Haubrich, al que citó en el bar del hotel Wellington, en la calle Velázquez, junto a Volker Müller, el corresponsal del Spiegel. Desde allí, los dos corresponsales alemanes subieron a un coche que los llevó a Vallecas para de nuevo volver a la calle Atocha, donde en una esquina había un hombre leyendo un periódico que los guió hasta el número 5 de la calle Magdalena, a un local alquilado por el Partido Comunista.
Por aventuras como las de ese día, Haubrich tuvo muchos problemas con el Ministerio de Información, y estuvo cinco veces al borde de la expulsión. Además, el régimen, que no se fiaba, tardaba días en leer el Frankfurter Allgemeine Zeitung, traducirlo del alemán y autorizar su venta en los quioscos de Madrid. Más de una vez el periódico fue secuestrado.
Elordi, militante del Partido Comunista desde que estaba en la universidad, congregó a medio centenar de periodistas en el local de la calle Magdalena, entre los extranjeros y los habituales (Oneto, Contreras, Miguel Ángel Aguilar…). Carrillo había ido acompañado por una «firma» de Le Monde, Marcel Niedergang. Fue su manera de decir al mundo: «Aquí estoy yo».
En su diario, Carmen escribió al respecto:
Un golpe muy inteligente.
«Yo lo intuí porque un corresponsal de prensa que llevaba mucho tiempo insistiendo para que le diera una entrevista me la anuló poco antes. Supe que era por eso, no sé por qué. Dejó a las fuerzas de seguridad en una situación precaria. Evidentemente, los enlaces de Suárez tenían que haber previsto el tema, pero Santiago encontraba que el tema iba muy lento. La policía quedó en ridículo. Lo estaban buscando, y no sólo no lo detenían, sino que daba una rueda de prensa con todos los corresponsales».
Al día siguiente, el 11 de diciembre, Suárez le ofreció ser subsecretaria.
—¿Para qué, si voy a hacer lo mismo?
—Ganarás más dinero.
—Me importa un pito.
—Serás la primera mujer también subsecretaria.
—A mí nunca me ha gustado ser la primera de nada.
Según Carmen, Suárez la tentaba con pequeñas cosas «para que fuese entrando en vereda, para que me portara bien. Fue inútil. Para mí no eran tentaciones».
Ese mismo día, los GRAPO secuestraron a Antonio María de Oriol y Urquijo, presidente del Consejo de Estado y uno de los oligarcas más importantes del país. Natalia Escalada, la joven secretaria que llegó a Castellana, 3 proveniente de Suecia, recuerda cómo le temblaban las manos cuando le entregó a Suárez la carta de los secuestradores.
A pesar de la tensión, Carmen insiste en que no hay que dudar en el camino: «Fue una cosa muy dura. Yo le digo a Suárez que hay que seguir adelante con más fuerza todavía en lo que entonces se llamaba la reforma. Ese mismo día 11 recibo llamadas en las que me dice: “El próximo secuestro puedes ser tú”. Los anónimos y las llamadas se multiplican. Deciden que me van a poner a un policía de guardia cuando empieza a correr el rumor por Madrid de que me han secuestrado. Yo dije que no porque no me apetecía tener un poli. Yo había corrido delante de los grises, y tenía esa mentalidad. Pero Andrés Casinello [seis meses más tarde fue nombrado director del CESID] se empeñó».
El octogenario Casinello, un exespía reacio a hablar con la prensa, despachó durante toda la Transición casi a diario con Suárez. También lo hacía con el Rey. Es posiblemente una de las personas que más saben sobre lo ocurrido en aquella época.
El policía que le asignó a Carmen, de nombre Pablo, le duró apenas una semana. Según la protegida, resultó ser un poco «facha». Los diálogos con su guardaespaldas eran de este porte:
—Los españoles no están preparados para la democracia.
—Pero vamos a ver: el que me va a secuestrar ¿es usted o quién? Usted debe de ser de Fuerza Nueva.
—A los españoles lo que les va es la mano dura, el palo.
—A mí eso no me gusta nada, mire usted. Yo he luchado contra los grises.
A pesar de estas pequeñas diferencias, según Carmen acabaron haciéndose amigos.
El 22 de diciembre, a las seis menos veinte de la tarde, Carrillo fue detenido en Madrid. El Gobierno estaba harto de que se paseara impunemente por las calles de la capital, dejándolo en ridículo. Al día siguiente, víspera de Nochebuena, Carmen se dirigió así a Suárez, con el que acababa de hablar por el teléfono interior.
—Tengo a los comunistas en mi despacho.
—¿Y qué voy a decir en el Consejo de Ministros?
Suárez había salido de la sala donde estaba participando en la reunión del Gabinete.
—Pues di que los tengo en mi despacho.
«Se quedó demudado. Yo le di los nombres. Eran al fin y al cabo ciudadanos como yo, sólo que comunistas. Suárez estaba horrorizado. “¿Y cómo los has recibido?”, repetía. Regresó, pálido, espantado, al Consejo de Ministros».
Un periodista de Europa Press la llamó para preguntarle qué iba a hacer cuando llegaran «los comunistas». Carmen respondió: «Ya veremos cuando vengan».
Los comunistas eran el joven catedrático de economía Ramón Tamames; Francisco Romero Marín, apodado el Tanque, el máximo dirigente del Partido Comunista en España, que había pasado quince años en la clandestinidad después de estar exiliado en Rusia; y otro obrero, Luis Lucio Lobato. Romero Marín acababa de salir de Carabanchel, donde había estado casi dos años. Lucio Lobato había pasado prácticamente toda su vida entrando y saliendo de las cárceles, desde la guerra civil.
Éste fue el testimonio de Carmen: «Me avisaron desde abajo y dije que subieran. Cuando entraron en mi despacho, les pregunté si querían tomar algo, y me dijeron que un café. Entonces, les pedí a los ordenanzas que si les importaba traerles un café. Dos de ellos se negaron y me dijeron: “Yo no sirvo a los comunistas”. Yo les contesté: “Si ustedes quieren seguir trabajando aquí, les traerán un café”. Y lo hicieron.
»Ellos venían a manifestarme su preocupación por la detención de Carrillo. Pensaban que no les iba a recibir, y les sorprendió mi actuación. Les cogió con el pie cambiado. En ese momento sonó el teléfono interior y me llamó Suárez. Yo salí para hablar con él. Cuando volví al despacho les dije que estaba tan preocupada como ellos por Santiago, y que lamentaba mucho que una persona tan joven como yo tuviera que recibirles. Lo decía sobre todo por luchadores como Romero Marín y como Lobato, que habían dado su vida en la cárcel por la democracia. Les dije que me parecía una injusticia histórica que ellos tuvieran que estar allí».
Carmen les pidió disculpas y les soltó «un discurso», en sus propias palabras. Luego recogió lo sucedido en su diario:
Yo lamento que la vida sea así, pero tengan la seguridad de que haré todo lo que esté en mi mano, porque su preocupación es la mía, y estoy segura de que también la del presidente Suárez.
«Evidentemente, no les dije lo que acababa de suceder. Lo único que les pedí fue que al salir no lanzaran las campanas al vuelo diciendo que la directora de Gabinete de Suárez los había recibido. A Ramón Tamames yo lo conocía de la Sociedad de Estudios y Publicaciones. Era el más ruidoso. Los otros, como luchadores de toda la vida, eran más temperados. Cuando se marcharon, me dijeron: “No sabemos lo que le ha costado el café, pero nos vamos tranquilos”. Ya fuera de mi despacho fue cuando dijeron lo de “vaya-cojones-tiene-esta-tía”. Ya lo decía Unamuno, Ana, ¡que en España todo esto se utiliza para todo menos para su función natural!»
En sus memorias, Tamames dijo que la «musa de la reforma» estuvo «simpática y cooperante, y nos garantizó que Carrillo no corría peligro alguno en Carabanchel». Para este libro, Tamames me dijo que la decisión de los comunistas de ir a Castellana, 3 fue espontánea, a iniciativa suya, que a sus 42 años era ya muy conocido: «Preguntamos por la persona que nos podía atender, y apareció ella, muy simpática, muy sonriente, muy natural. Romero Marín y Lucio Lobato eran gente estupenda, muy coloquial. Romero Marín, a pesar de sus orígenes obreros, era un asiduo lector de Galdós».
Al día siguiente, en El País, un enorme titular decía: «Los comunistas en Presidencia».
«Lógicamente, todo el mundo interpretó que si la directora de su Gabinete recibía a esas personas era porque estaba autorizada a ello. Y tengo que insistir, en honor a la verdad, para dejar a salvo el buen nombre de Suárez, que él no estaba al tanto».
Era Nochebuena, y Carmen se marchó a Suiza porque una cuñada, la colombiana Rosario Jiménez, la primera mujer de su hermano Paco, había dado a luz a su primera y única hija, Alejandra: «Había tenido el bebé con mucha dificultad, y le habían hecho esas cosas que ahora se hacen aquí, pero que entonces sólo las hacía un médico en Suiza. Recuerdo que en las farolas, de Ginebra o de Zúrich, no lo tengo anotado, había carteles que decían: “Libertad para Carrillo”. Allí había mucha emigración española».
El 30 de diciembre, Santiago Carrillo fue puesto en libertad. Acabó así un año que para Carmen significó un deterioro mucho mayor del que intuía en su relación con Suárez.
Ella había registrado la «primera pequeña pelea» en su diario el 27 de noviembre, pero no sabía que, en el viaje que hizo Suárez a Lisboa ese mismo mes, el presidente del Gobierno había recibido un dossier acusatorio contra ella realizado por el Alto Estado Mayor. El informe le fue entregado por Manolo Ortiz, el secretario de Estado para la Información.