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CASTELLANA, 3: EL REICHSTAG DE LOS ORLEANS
Verano de 1976

Pasado el carrusel político y emocional de esas primeras jornadas de julio, el lunes 12, en el número 3 del paseo de la Castellana, el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, se dirigió con rotundidad a Carmen Díez de Rivera, su jefe de Gabinete.

—No quiero ni un papel sobre la mesa. Aquí hemos venido a hacer política.

A lo que entonces era la sede de la Presidencia del Gobierno, Carmen lo llamaba «el palacete de los Orleans», y decía que de allí «salió Doña María para bautizarse», como si todo el mundo supiera a quién se estaba refiriendo: María de las Mercedes de Borbón y Orleans, la madre del Rey Juan Carlos, que había nacido allí el 23 de diciembre de 1910.

La casa-palacio que hoy alberga al Ministerio de Hacienda y de Administraciones Públicas fue construida a finales del XIX por Ignacio de Figueroa, marqués de Villamejor, y adquirida en 1906 por el padre de Doña María, el Infante de España y Príncipe viudo de Asturias, Carlos de Borbón y Borbón, Príncipe de las Dos Sicilias. El abuelo materno de Juan Carlos lo compró poco antes de su boda con Doña María Luisa de Orleans, con la que tuvo tres hijas, y lo habitó entre 1907 y 1914. Después trasladaron su residencia a Sevilla, donde el Infante fue nombrado capitán general de Andalucía.

Aquí, en la primera planta de este palacete cargado de historia, se instalaron, con despacho uno enfrente del otro, Suárez y Carmen: «Era un momento político, y Suárez insistía e insistía en que no quería que estuviéramos burocratizados. Quería que discutiéramos los temas día a día».

En la Presidencia del Gobierno, casi esquina con la plaza de Colón, «éramos ese verano cuatro gatos llenos de ilusión», según Carmen. En realidad, eran exactamente seis, según Lito: tres hombres (el ya conocido Manolo Ortiz; José Manuel Otero Novas, un abogado del Estado que luego fue ministro de la Presidencia y de Educación, y que era el que «hacía papeles»; y el propio Lito, el cuñado) y tres mujeres (Carmen y dos secretarias: Julita Martínez, «una excelente funcionaria heredada de Herrero Tejedor», y Ana Martínez de Leiva, esa otra funcionaria que apareció en la vicesecretaría general del Movimiento y que a Suárez le pareció «muy jovencita y muy mona»).

Eduardo Navarro, que luego se incorporó a la Moncloa, se había quedado en la secretaría general del Movimiento «para desmontarla desde dentro». Había también un secretario de despacho, Aurelio Sánchez Tadeo, que se encargaba de las cosas más pedestres, como los aspectos puramente domésticos de los nuevos inquilinos. «Todo era nuevo, improvisado, un lío. Nada estaba previsto», según Lito.

En ese sentido, los recuerdos que Carmen y Lito guardaron de esos primeros días se asemejan. Carmen más fastidiosa, como siempre, y Lito más práctico, subrayando sobre todo la extrema austeridad del almirante Carrero Blanco, el primer presidente del Gobierno franquista que ocupó Castellana, 3: «Yo tenía que apagar la luz y encenderla. ¡Y no barría porque no había escoba!». Tampoco bajo Arias Navarro, el segundo, se caracterizó Castellana, 3 por la abundancia de medios, como había sido el caso cuando estuvieron en la secretaría general del Movimiento: «Allí había hasta timbres».

Lito resumió con esta anécdota la «austeridad de monje» del almirante Carrero: «A mí me gusta comer con vino, y allí no había manera. Un día apareció el ujier y me dijo: “Don Aurelio, hay unas cajas de vino que le regalaron al almirante. ¿Qué hago con ellas?”. Llevaba en una mano una botella, un Rioja Alta, un vino extraordinario. “Si le cuenta esto a alguien, ¡le fusilo!” Era un señor ya mayor, y se reía».

En Castellana, 3 había amistad y alegría. El ambiente entre ellos, según Carmen, era muy bueno: «Al principio, Suárez insistía también mucho en que había que ejercer la crítica. Claro que esto, al final, con tanto “Presidente, presidente, presidente”, ya sabes lo que pasa, Ana. Por eso yo al final estaba extraordinariamente incómoda. Además, yo no iba al ascensor a recibir a nadie, ni abría la puerta ni esas cosas. ¡Siempre he creído que uno se puede abrir la puerta perfectamente solo!».

¿Se imaginan la reacción de los bedeles franquistas, hace treinta y siete años, a la llegada de este equipo? Según Carmen, «desde el primer día se quedaron atónitos». Ella no contribuyó mucho a hacer amigos: en Castellana, 3, antes del franquismo, fueron famosos los consejos de ministros presididos por Manuel Azaña en el llamado salón de Consejos, decorado con seda, arañas y cuadros y muebles traídos del palacio segoviano de Riofrío. Ya hemos visto la pasión que sentía Carmen por Azaña, y cuánto le había inspirado la relectura de La velada en Benicarló. Ese primer día, el 12 de julio de 1976, Carmen corrió a preguntar a los bedeles por el despacho en el que había trabajado Azaña, presidente de la Segunda República en 1937: «“¿Quién? ¿Quién?”, me contestaron. Estaban acostumbrados a trabajar sólo con los franquistas, y pronto empezaron a quejarse de esa gente que “está todo el día metida en el edificio, trabajando”».

A pesar de la malísima acogida de Adolfo Suárez por la izquierda y por la derecha, el nuevo presidente juró sus cargos «muerto de ilusión» ante el Rey el jueves 8 de julio. Al día siguiente celebró su primer Consejo de Ministros, una tarea que era en sí un triunfo: los indignados Fraga y Areilza se habían negado a formar parte de un Ejecutivo que consideraban de una insoportable levedad y condenado además al fracaso.

Suárez tuvo que apañárselas con ministros considerados «poco serios», según Carmen. Despectivamente, se les llamó el Gobierno de los penene, los PNN, profesores no numerarios cuyos contratos tenían que ser renovados cada curso: unos pesos ligeros de la política, unos don nadie como Marcelino Oreja (Exteriores), Alfonso Osorio (Presidencia), Landelino Lavilla (Justicia), Rodolfo Martín Villa (Gobernación), Leopoldo Calvo-Sotelo (Obras Públicas), Aurelio Menéndez (Educación y Ciencia) y Fernando Abril Martorell (Agricultura).

Los que sí eran serios, y cuánto, eran los ministros militares, los mismos que en el franquismo: el reaccionario general Fernando de Santiago y Díaz de Mendívil (Defensa), que se cogió un monumental enfado cuando Carmen volvió a convencer a Suárez (por segunda vez) para que quitara el cuadro de Franco de su despacho de presidente del Gobierno; el general Félix Álvarez Arenas (Ejército); y el almirante Gabriel Pita da Veiga (Marina). A pesar de su apellido, el más abierto era el general Carlos Franco (Aire).

Carmen tenía una magnífica capacidad para explicar los hechos políticos con lenguaje de la calle, sin pretensiones. Ésta es la secuencia con la que resumió todo el proceso, desde que el Rey tocó con su dedo a Suárez, hasta que éste logró formar ese primer Gobierno: «A Torcuato Fernández-Miranda le parecía bien que Suárez fuera presidente del Gobierno porque procedía del Opus y la Falange. Cuando hubo el escándalo Matesa [en 1969, uno de los mayores escándalos financieros y políticos del tardofranquismo], se dividieron, y unos se fueron con Carrero Blanco [los tecnócratas del Opus] y otros con los falangistas. Suárez eligió el bando del Opus, y con Carrero se convirtió en director general de RTVE. Luego jugaba al tenis con [Laureano] López Rodó [ministro de Asuntos Exteriores con Carrero].

»La mayor preocupación del Rey, como te he contado, era ésa: que la gente aceptara a Suárez siendo secretario general del Movimiento, o ministro, ¡o como se llamara aquello! Tú no habías nacido casi, Ana, pero bajo Carrero Blanco, cuando un grupo pop iba a televisión, les ponían una gomita. No podía salir nadie con el pelo largo. La gente sabía que el director general era Suárez. Con Fraga, un mantón sobre el pecho. Con Suárez, ¡una gomita en el pelo!

»Lo que ocurrió es que, cuando finalmente se produjo el nombramiento, los grandes mozos del franquismo encontraron a Suárez de poca monta. Y eso al final fue muy positivo. Entre los franquistas, nadie aceptó trabajar con él porque lo encontraron de poca talla. Fue el Gobierno de los PNN. Jugaron un papel preponderante Alfonso Osorio y Marcelino Oreja, que venían de una democracia cristiana light».Un Gobierno de desconocidos, y una jefe de Gabinete rubia, treintañera, y que acudía a trabajar a la Presidencia del Gobierno con pantalones vaqueros con los bajos bordados de flores en un coche pequeño, un R5 de color naranja, cuya matrícula M-3467-N aún conservaba: «¡Todos tenían unos coches negros espantosos, y en la matrícula ponía PMM [Parque Móvil de Ministerios], que a mí me sonaba fatal!».

El despacho de director de Gabinete tenía «unas mesas estupendas, unas alfombras impresionantes, unas lámparas fantásticas y unos cuadros heredados de la Dirección General del Sahara». Carmen se comportó como sólo ella podía comportarse y decidió, en un típico gesto de altivez, que no lo quería. Optó por otro más modesto y alejado de Suárez.

Lo que sintió al entrar en Castellana, 3 quedó reflejado en su diario aquel 12 de julio:

Es estremecedor. ¡Pobre país! ¡Pobre Rey! ¡Qué horror! Hay una ausencia total de profesionalización. Tiene aspecto de opereta de barrio. Al verlo, se entiende la miseria humana de Franco y lo inexplicable de la duración del franquismo. Estuve por la mañana en Presidencia. Impresión horrenda. Qué vetustez. Qué falta de instrumentos de trabajo. Esto es más elocuente que cualquier libro de El ruedo ibérico. La miseria intelectual y humana del entorno del dictador es aquí patente.

Así fue como, en el verano de 1976, se estableció en Castellana, 3 el primer presidente que podíamos llamar franquista-monárquico de España. No había sido elegido democráticamente pero, junto a un Rey que tampoco llegó a la Corona por los cauces habituales, tenía un único objetivo: desmontar el régimen en el que con tanto esfuerzo habían medrado los dos.

Carmen se aposentó en ese nuevo despacho que tan quisquillosamente había elegido con la responsabilidad de encargarse «de la parte política y de las relaciones con la prensa, especialmente la extranjera». Su nombramiento oficial se produjo el 19 de julio, y el día 21 apareció publicado en el BOE, firmado por el nuevo ministro de la Presidencia, Alfonso Osorio: «Yo nunca tomé posesión de mi cargo como directora de Gabinete del presidente del Gobierno para no tener que jurar los principios del Movimiento Nacional. Cuando me lo dijeron, me negué. Y les dije: “¿Por qué? Si ya está muerto Franco”». Otro gesto típico de Carmen que Suárez aceptó con estoicismo por ser vos quien sois.

Esa intransigencia tan suya le acabaría pasando factura. Pero para Carmen, la pervivencia del franquismo era notoria en «infinidad de cosas», no sólo en la «alta política», y ella la detestaba: «Sólo se podían hacer fotocopias por las mañanas. Pronto empezamos a llenar aquello de cables. Me daba muchísima pereza, y por eso escribía cosas como: ¡Lo que voy a pelear! ¡Qué espanto! Pero me parecía un acto de irresponsabilidad decir que no, si el azar o el destino, o lo que quieras, me brindaba esa oportunidad. Todavía no sabía muy bien que iba a convertirme en la china en el zapato. Cada día de los que estuve allí me pregunté: “¿Qué pasará mañana? ¿Qué pasará mañana?”. La verdad era que Suárez pensó que yo cambiaría con el cargo. Que me pondría el trajecito de diputada y entraría por el aro. No fue así. En aquel momento yo era directora de Gabinete y, como decía mi madre llena de emoción, la mujer más poderosa de España. Yo la miraba consternada. Escribir cada día era una disciplina, en unos momentos tan agitados, era una disciplina. Pero cuando sabes que estás viviendo un momento histórico, lo haces».

Carmen sustituyó en el cargo al diplomático Antonio de Oyarzábal: «Era un hombre encantador. Tú ya sabes que cuando alguien llega a un sitio, ¡suele utilizar DDT para fumigar! Yo lo llamé para ver si necesitaba algo. También hablé con Carlos Arias. Era lo mínimo que podía hacer, por educación. Había sido presidente del Gobierno con el Rey, y aquello no era una ruptura. Así que lo llamé por si necesitaba algo. Se quedó emocionado y me dijo: “Tengo oído por mis colaboradores que usted le dice la verdad a un presidente, y eso es muy importante. Yo no lo he tenido”».

Muchas veces le hice a Carmen la misma pregunta: ¿por qué ella jefe de Gabinete en la Presidencia?: «Por mi relación de confianza con Suárez, mi estrecha amistad con el Rey, mis contactos y mis idiomas. El régimen de Franco no viajaba, ni el jefe del Estado ni los ministros. La Administración la constituían El Pardo y la Casa Militar y Civil de Su Excelencia. Había que construir una maquinaria completamente nueva. Yo estaba relacionada con la izquierda. Había hecho que Suárez se encontrara con Dionisio Ridruejo, que por entonces ya había muerto. Suárez sabía que yo tenía relaciones en muchos mundos: el intelectual, el político, el de la Zarzuela».

Releyendo el libro de Carmen, uno puede concluir que son sin duda las entradas de sus diarios en esos doce días transcurridos desde que el Rey destituyó a Arias Navarro hasta que ella llegó a la Presidencia del Gobierno los que mejor dan fe de la estrechísima relación que tenía con el Rey y con Suárez. También, de la increíble rapidez con la que ocurrieron las cosas en la España de entonces. Cada día, una noticia de primera página. Da vértigo leerlo; sólo puedo imaginar lo que debió de ser vivirlo.

Lo que escribió en su diario ese 12 de julio fue una clara muestra de que el poder no iba a cambiarla, y de cómo siguió martilleando al Rey y a Suárez. Ellos, con un ojo puesto en los poderes fácticos. Ella, con el oído de la calle:

Vuelvo a insistir con JC [Juan Carlos] que hay que conceder la amnistía y legalizar el PCE. Más permeable. Teme la reacción del ejército. Me cuenta que va a ceder a Roma el derecho de presentación [de obispos. El 28 de julio, Oreja firmó en el Vaticano un acuerdo parcial entre España y la Santa Sede por el que el Rey renunció a ese derecho franquista]. Don Juan va entendiendo. Hablo con Suárez. Hay que coordinarse. Me llama todo tipo de gente. Me estimulan las llamadas pensantes de Zubiri entre tanto jaleo.

En un solo día, vemos que habla con Juan Carlos, con su padre, Don Juan, con Suárez y con el filósofo Zubiri, con quien trabajó antes de ir a RTVE. Según recuerda Carmen, ya advirtió a Suárez a lo largo de esos diez días de julio que no debía llevarla a la Presidencia porque ella le iba a «crear problemas».

—Suárez, tú sabes bien cómo soy yo. Acabaremos todos peleados.

Su obsesión: «hacer de España un país libre y menos corrupto». Sin ningún tipo de apuro, Carmen me dijo que sabía muy bien lo que era la corrupción del régimen; la había vivido de primera mano, pues «de todos era conocido» que su tío Ramón Díez de Rivera, el marqués de Huétor, hermano del marqués de Llanzol, había montado negocios con el yerno de Franco, Cristóbal Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde.

Carmen tardó tanto en incorporarse a la Presidencia, que el Rey empezó a inquietarse: «Torcuato [Fernández-Miranda] me preguntaba: “¿Y cuándo vienes?”».

Los periodistas más liberales saludaron su llegada. Según Anson, «sabíamos que era la tía mejor informada de España». La llamaban con mucha frecuencia, como consta en sus diarios. Al día siguiente de llegar, el 13 de julio, cenó en casa de Darío Valcárcel, el subdirector del recién creado El País, y con su joven director, Juan Luis Cebrián, que entonces tenía 31 años. Carmen juzgó con dureza a los representantes de la gran promesa del periodismo español que había nacido esa primavera: «A ambos los conocía. Los encontré políticamente ingenuos y cargados de tópicos. Juan Luis me pareció más listo. No pude evitar recordar la carta que le mandó a Carlos Arias, en época de Rosón, cuando éste le nombró jefe de los Servicios Informativos, en la que proclamaba su fe en el régimen. Tela».

Sobre esa cena, escribió en su diario:

Darío está fuera de la realidad. Ambos son bien de derechas, aunque propugnen lo contrario. Se fijan en lo accesorio, en lo frívolo. Siguen en el Ancien Régime. Paciencia y buena cara.

Entre Cebrián y Carmen no hubo entonces, definitivamente, mucha química. El veterano periodista y académico, ahora al frente del Grupo Prisa y a punto de sacar sus memorias, recordó para este libro esa cena con una Carmen «que era una niña pija, antipática, que no se relacionaba con nadie». Curiosamente, Cebrián definió a Carmen, como tantos otros colegas del momento, como «atractiva y resultona pero poco sexual, con claro rechazo hacia el género masculino». Ésa fue la impresión, me dijo, de «una persona como yo, que no venía de su mundo, sino de una familia de profesionales de clase media». Como otros colegas, Cebrián subrayó la «capacidad de influencia» que tuvo Carmen en la Transición, pero le negó «efectividad real».

En los años noventa, Cebrián y Carmen coincidieron durante un tiempo veraneando en Menorca. Esa inicial y mutua antipatía cejó: «Era una Carmen completamente distinta a la de esa cena en 1976. Creo que ella consiguió liberarse por fin de todo ese mundo que la asfixiaba, tú no sabes lo que eran las familias del régimen. A veces coincidíamos en Menorca en un restaurante y juntábamos las mesas para charlar».

Cebrián le quitó hierro a esa famosa misiva que tuvo que enviarle al presidente Arias cuando fue nombrado director de Informativos de RTVE, dos años antes de cenar con Carmen en casa de Valcárcel: fue una «carta absurda», condición sine qua non de Rosón para aceptar el cargo en RTVE, y firmada a todo correr sobre la barra de una cafetería en la que Cebrián declaraba su «fe en el futuro de España y en la continuidad del régimen». Sobre este y otros puntos se alargaría, me dijo, en sus próximas memorias.

Cebrián permaneció apenas ocho meses como director de Informativos, y dimitió «irrevocablemente» cuando comprendió que «el franquismo acabaría con Franco». De ahí regresó a la subdirección del diario Informaciones, dirigido entonces por Jesús de la Serna.

Ese mismo 13 de julio, Suárez había hecho un «viaje relámpago» a París para encontrarse con Jacques Chirac, el primer ministro francés. A la vuelta llamó a Carmen por teléfono. «Fue un viaje ideado por Juan Carlos para romper un poco el aluvión de críticas. A mí me pareció absurdo. Y escribí: Si sirve para distraer, bueno».

Xavier Zubiri, su antiguo jefe, estaba elaborando los tres volúmenes de la Inteligencia sentiente. Carmen se refirió a ese trabajo y aprovechó la entrada para alabar a la Reina Sofía en su diario:

¡Falta nos hace a todos! Hablé con la Reina. Ella sí que es inteligente, como siempre. ¿Será una comodidad mía el no querer aceptar la Dirección General de RTVE? Les voy a complicar a ellos la vida. Ya saben cómo pienso y no tengo la más mínima intención de cambiar.

La presencia de Carmen en Castellana, 3 causó sensación en la conservadora prensa de entonces. Éstos son algunos ejemplos.

La Gaceta Ilustrada:

Auténtico impacto ha tenido el nombramiento de esta atractiva mujer para un alto cargo en el actual Gobierno. La nueva directora de Gabinete del presidente Suárez demuestra tener experiencia en temas internacionales y una mentalidad abierta. Estas cualidades, unidas a su juventud, hacen presagiar una fructífera labor en la nada fácil tarea que le ha sido encomendada.

Cuadernos para el Diálogo:

Carmen for President. Treinta y cuatro años. Aristócrata. Licenciada en Ciencias Políticas.

La Hoja del Lunes:

Alta, esbelta como un junco, con extraños ojos rasgados, plateados, que arrojan cataratas de luz. Así es el nuevo jefe de Gabinete del presidente del Gobierno, Carmen Díez de Rivera Icaza.

Los periodistas la llamaban a diario para solicitarle entrevistas que ella nunca concedía. Carmen me dijo que se sentía la persona «más desgraciada» de España: «Trabajaba todas las horas del día, fumaba sin parar y estaba siempre agotada. Ese verano, además, me había enamorado».

En este punto me habló muy claro y de forma muy rotunda acerca de las habladurías sobre su supuesta relación sentimental con Suárez: «Como sabes, desde el principio se acrecentaron los rumores de que Suárez y yo éramos amantes. ¡Ojo! Yo no estaba dentro de la casa. Jamás hubiera tenido nada, no se me habría pasado el más mínimo flirteo con alguien que tuviera que llevar a cabo una labor tan complicada, una transición de una dictadura sin derramamiento de sangre. ¡Jamás! Creo que ya me conoces lo suficiente como para saber que en eso soy inflexible. No he cometido jamás nada con una persona casada, ¡nunca! Más, viniendo de donde vengo yo. Ya separada es otro rollo. Yo no he pastoreado por corral ajeno. Siempre he dicho que no. Y lo demás es fantasía. Eso no quiere decir que no lo hayan intentado. ¡Ah, claro! Pero eso es problema de otros. La derecha, que es machista, siempre me ha achacado el problema a mí. Pero el problema lo tenían otros. Pero yo sabía que todo el mundo lo decía a mis espaldas. Por delante no decían nada. Por delante eran unas cobas espantosas. Muy pronto escribo todo el tiempo que estoy cansada. Estaba deseando que Suárez tuviera un portavoz, porque yo era la chica para todo. Ahora lo pienso y sé que sólo una mujer podía haber sido tan eficaz. Claro que cuando salí de allí hubo un sector de la derecha que dijo que yo era una incompetente. Tenía que ser, claro; como me estaba acostando todo el día con todo el mundo, debía de estar agotada. Claro que ellos también debían de estar agotados por la misma razón. ¡¿O es que ellos se recuperan más rápido?!».

Si en Castellana, 3 los bedeles no eran de fiar, menos aún los servicios de seguridad, que según Carmen seguían manteniendo las estructuras franquistas: «Para nosotros, eran unos grandes desconocidos». Esto llevó a los habitantes de la Presidencia del Gobierno a comportarse al estilo de James Bond, según la broma de Carmen: cada uno tenía un nombre en clave y era lo que utilizaban cuando trataban asuntos por teléfono. Todos ponían mucho cuidado en lo que decían y a quién se lo decían. Carmen, visto su carácter, un poco menos. Eso también lo habría de pagar, y muy pronto.

Fue el 31 de julio de 1976, cuando la revista Blanco y Negro publicó una inexistente entrevista con ella: «La prensa me hizo la primera jugada, y ya no me la hizo nunca más».

Reproduzco aquí el arranque de la doble página que le dedicó a Carmen la publicación fundada por Torcuato Luca de Tena y que hasta el año 2002 fue el semanario que acompañó al diario ABC (ahora se llama XL Semanal). La periodista no tiene reparos en explicar que se trata de una robada:

Carmen Díez de Rivera, de 33 años, ha sido nombrada directora de Gabinete del presidente del Gobierno. Nunca se sabe lo que puede pensar un cargo público. Así que lo mejor es preguntárselo. «Preferiría que habláramos dentro de unos días, cuando todo esté reposado y ya no tenga que andar de cabeza. Además, han llamado también muchos compañeros suyos y no quiero establecer discriminaciones. No me gustan las discriminaciones». De acuerdo, no hay entrevista. Pero una llamada telefónica, cuando al otro lado hay una persona con las cosas claras, puede dar mucho de sí. Esto es lo que dio la nuestra.

A continuación, la periodista reprodujo la conversación que había grabado sin que Carmen lo supiera. El trabajo de aliño lo completó obteniendo el permiso de Carmen para que le sacara sólo unas fotos en Castellana, 3.

Entendí el rechazo que seguía sintiendo Carmen en 1999 por las entrevistas en prensa: «Me hicieron unas preguntas personales, y yo me acuerdo que dije que lo peor que nos podía pasar en España era que volviera un Pinochet. ¡Ahora, Ana, eso estaría muy fashion! Pero entonces… Encima, me piratearon una conversación poniéndome una grabadora en el teléfono. Claro, dadas mis características de gran prudencia…, dije lo que pensaba y eso me valió el aplauso unánime de la izquierda y, desde luego, la enemistad jurada de la derecha. Nunca me imaginé que podían hacer una barbaridad así. Protestó Felipe Espino, de la embajada de Chile, y entonces insistieron fortísimamente en que yo tenía que rectificar. Dije: “No rectifico”. Lo único que podía decir, honestamente, era que se trataba de unas declaraciones para no publicar, pero que yo no rectificaba porque yo pensaba así».

La supuesta entrevista fue portada, con una foto suya gigante y el siguiente titular: «Si el capital no cambia de manos, todo seguirá igual». Otras de las citas recogidas eran dinamita pura en ese momento:

Lo peor que nos podría pasar es que nos llegara otro Pinochet.

Yo siempre he dicho que tengo cara de espía rusa.

No conocemos a los que de verdad manejan el país, y ésos son los más peligrosos. Ahí es donde está el verdadero peligro de la ruptura, no en la izquierda.

La derecha en España, a través de su historia, ha sido siempre irracional. Y no creo que haya cambiado precisamente ahora.

Yo he sido una rebelde desde que nací, siempre he sido una iconoclasta y no dejo nunca de buscar.

Se acabó la luna de miel de Carmen en la Presidencia. Había durado apenas diecinueve días. Carmen se lo había advertido a Suárez, pero éste no la había creído:

—Te traeré problemas.

El Rey, según Carmen, se llevó las manos a la cabeza cuando vio la revista.

Lo que ocurrió a partir de esa malhadada entrevista en Blanco y Negro está relatado en la crónica de Peter Uebersax, responsable entre 1969 y 1978 para España y Portugal de la agencia United Press International (UPI), que entonces era la de más prestigio.

El periodista suizo Uebersax, hijo de alemán y de rusa, se hizo muy amigo del Rey después de escribir una de las mejores crónicas en la prensa extranjera sobre la designación de Juan Carlos como príncipe-sucesor en 1969. Uebersax, que murió octogenario en 2011, describió al recién nombrado Príncipe de España como «alto, atlético y melancólico», e hizo hincapié en las emocionadas lágrimas de Franco durante la ceremonia en las Cortes. Sus reportajes sobre la España de esa época valen sobradamente la pena, sobre todo si se comparan con el apolillamiento con el que escribían los periodistas españoles de su tiempo.

Uebersax describió a Juan Carlos en esa primera nota como un hombre que nada tenía que ver con el físico español de la época: «A los extranjeros les sorprende. Es rubio, tiene el pelo rizado, y cara de nórdico. Su apariencia puede ser testimonio de la sangre británica que corre por sus venas, pues es descendiente de la Reina Victoria». El Rey leyó con gran atención lo que Uebersax escribió sobre él y, según Carmen, dedicó el resto del tiempo que el periodista suizo pasó en Madrid a demostrarle que sí tenía mucho de español.

La nota que rápidamente escribió Uebersax sobre las desgracias de la Carmen recién llegada a la Presidencia fue reproducida en el International Herald Tribune, en un artículo muy mal traducido por la embajada de México y que Carmen guardaba con gran cuidado en forma de amarillento recorte:

Los ultraconservadores de España exigieron hoy la renuncia de un funcionario del actual Gobierno del primer ministro [sic] Adolfo Suárez, que según el vocero de prensa de una organización ultraderechista «podría irse a zurcir medias». El funcionario —la única mujer que integra el Gabinete de Gobierno— es Carmen Díez de Rivera y de Icaza, hija de un marqués [sic], una rubia de ojos azules que viste blusas descotadas y que ha sido en su vida —cuenta 33 años— vendedora de libros, corredora de seguros, al mismo tiempo estudiante de políticas […]. Carmen, como la llaman ya sus compatriotas, es una soltera que ha despertado la curiosidad de muchos españoles desde que el primer ministro la incorporó a su equipo de Gobierno.

Ha posado para fotografías de prensa en sus oficinas de la Presidencia de la nación con una falda confeccionada con tela de blue-jeans y con algunos botones desabrochados en el escote de su blusa de cuello en V. Sus fotos fueron las más personales que hayan salido de la Presidencia del Gobierno español. Pero algunas de sus opiniones también son únicas en ese sentido. Ha dicho que, mientras que el capital no cambie de mano en España, nada va a cambiar en España. Se ha definido a sí misma como «rebelde e iconoclasta». Luego de algunos pronunciamientos anteriores contra la señorita Díez formulados por el diario El Alcázar, otra publicación, la revista Fuerza Nueva, vocero de la ultraconservadora Federación de Veteranos de la Guerra Civil, dijo que Carmen Díez debía renunciar.

Fue la revista Fuerza Nueva, portavoz de la extrema derecha, la que escribió un editorial donde le recordaba a Carmen, al hilo de lo que ésta había dicho de Augusto Pinochet —que hacía entonces sólo tres años que había dado el golpe de Estado en Chile—, que «insultar deliberada y estúpidamente al ejército español en la forma de una referencia a un amigo extranjero de España es causa suficiente para mandar a esta señorita a zurcir medias».

Fuerza Nueva sigue existiendo en versión digital: fuerzanueva.com. En su número de mayo de 2013, el fundador del partido del mismo nombre, Blas Piñar, concedió una larga entrevista en la que se puede observar lo limitado de su evolución a pesar del paso de los años: «En el carnaval político de la Transición hubo cambios de sotanas, de uniformes y de chaquetas».

A los empresarios tampoco les hizo gracia la salida de tono de Carmen. La Agrupación Empresarial Independiente, la CEOE de entonces, publicó una nota donde tachaba de «intolerables» sus palabras.

Críticas por todos lados. Pero ya desde el principio, ahí estuvo Paco Umbral para intentar echarle un cable. En «Diario de un snob», en El País, escribió el 1 de agosto de 1976:

[…] Carmen Díez de Rivera es el único funcionario guapo que ha tenido el régimen desde los tiempos del desaparecido Correa Veglison […]. La señorita Díez de Rivera es fascinante. Algo así como el sex-symbol del Gobierno […]. Desde los buenos tiempos de Ullastres no teníamos nada tan presentable en el poder. Pero los niños de derechas que vivimos aquel trauma infantil de aquellos inspectores de Abastos con bigote de la Gestapo y gafas negras miramos a la señorita Díez de Rivera y no acabamos de creérnoslo. Para que digan que el Movimiento no se perfecciona a sí mismo. Ahora comprendo que todo estaba atado y bien atado.

El artículo de Umbral fue peor remedio que la misma enfermedad, según Carmen. La portada de Blanco y Negro marcó el inicio de sus problemas dentro y fuera de la Presidencia: «Ahora me harían un monumento, pero entonces en Castellana, 3 hubo verdadera consternación. A los secretarios de Estado les pareció fatal. Y a Suárez también. Yo hablé en lenguaje coloquial, y dije eso de que lo que no podía ser era que en este país a un trabajador, de un duro, se le sacaran cinco. Cuando lo vi publicado, dije: “Tierra, trágame”. La derecha ya me la juró eternamente».