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UN JOVEN FASCISTA
1969-1976

En el otoño de 1969, sin casa y sin dinero, Carmen fue a buscar trabajo a un rancio despacho del Ministerio de Información y Turismo, en el paseo de la Castellana. Tenía 27 años, iba bien recomendada, y destacaba por su belleza y su estilo. Se dirigió con insolente desparpajo a la persona que iba a darle empleo.

—¿Cómo usted, tan joven, puede ser fascista?

La miró, sorprendido, Adolfo Suárez González, una especie de funcionario del franquismo nacido en el pequeño pueblo de Cebreros (Ávila), y que en los últimos diez años había trepado por la escalera del aparato al calor de Fernando Herrero Tejedor hasta convertirse en flamante director general de Radio Televisión Española en Madrid. Era bastante atractivo, no demasiado alto pero fibroso, moreno, con cierto aire de galán de cine. Según la malvada Carmen, por entonces aún conservaba un «aire de pueblo» que compensaba con su «arrolladora simpatía». Estaba sentado bajo un retrato del Caudillo al que Carmen no le quitaba ojo. Desde el otro lado de su mesa de despacho, Suárez le respondió con cuidado.

—Eso no es así.

La transcripción de este primer intercambio, según me lo contó Carmen, resulta hoy un tanto surrealista: la claramente «niña bien del barrio de Salamanca», según su propia definición, le explicó al perplejo miembro del apparatchik que ella necesitaba dinero, pero que estaba «en contra» de la dictadura, y que todo lo que veía en ese despacho le parecía «fascista».

Suárez se mostró incómodo.

—Tú no tendrás que hacer nada de esto. Sólo tienes que ocuparte de mi agenda, de mis papeles, y poner un poco de orden aquí, que es un caos.

Carmen se levantó.

—Si no te importa, me lo voy a pensar.

Cuando me relató cómo fue su primer encuentro con Suárez, Carmen se rió de sí misma: «Fíjate, Ana, todo esto… ¡para ser jefa de secretaría! ¡Qué ingenuidad! ¡Qué idiotez! ¡Qué pureza! Y así fue como conocí a Suárez. Hay que reconocer que estuvo muy amable, muy simpático. A mí me extrañó que sin tener un informe mío me diera ese trabajo tan rápido. Entonces, yo era una persona ingenua, de clase alta, todavía no maleada por la vida».

Suárez fue nombrado director general de RTVE el 6 de noviembre de 1969, muy poco antes de recibir a Carmen en su despacho, a instancias del Príncipe, que dio su nombre al vicepresidente Luis Carrero Blanco. Suárez y el Príncipe se habían conocido y caído muy bien el año anterior, en Segovia, donde el joven falangista de Cebreros ejerció de gobernador civil.

En RTVE comenzó Suárez a formar el equipo con el que iría, años más tarde, a la Presidencia del Gobierno. Los primeros fueron Carmen y el valenciano José Luis Graullera, «un funcionario brillante, rápido y simpático» al que el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga, había fichado en Lugo, según el relato de Aurelio Delgado, Lito, el cuñado de Suárez. «La tele, que había nacido doce años antes, estaba en proceso de transformación, muy descontrolada. Graullera la organizó administrativamente. Haciendo organigramas era un fenómeno. Desde RTVE ya nunca más se separó de Adolfo Suárez».

Tampoco Lito, un diminutivo de familia que el célebre periodista Pedro Rodríguez trasladó a la prensa. Conoció a Suárez de niño en Ávila, y allí presenció «el punto álgido» de su carrera, cuando el joven de familia modesta que se hizo miembro del Opus Dei llevado por la ambición se presentó a procurador en Cortes, el Parlamento franquista, «por independiente, entre comillas. Como casi todo en la época de Franco, tenías que ser o de los sindicatos verticales o del Movimiento. El chulito de él iba de independiente. Fue entonces cuando conoció a todos los ministros y toda la gente importante». Esa primera impresión que tuvo Carmen de Suárez coincidió con la definición de Lito: «Era un genio de las relaciones públicas: simpático, inteligente, con impronta, valiente, arriesgado, y con visión». Pero eso a lo que Lito llamó «visión», Carmen lo definió, directamente, como «ambición». Una ambición que ella supo detectar enseguida y trasladar al Príncipe, que vio en Suárez el hombre perfecto para seguir al pie de la letra el guión hacia la democracia controlada escrito por Torcuato Fernández-Miranda, el antiguo profesor de Juan Carlos.

Ese mes de noviembre de 1969, la relación entre Carmen y Suárez aún no había llegado a cuajar tras el poco prometedor encuentro bajo el cuadro de Franco. Carmen afirma que intentó evitar por todos los medios tener que ir a trabajar a ese sitio «franquista», un edificio plomizo donde los haya y que hoy ocupa el Ministerio de Defensa. Tras rechazar ese millón de pesetas ofrecido por su madre al echarla de casa, probó a que le subieran el sueldo en la Sociedad de Estudios y Publicaciones: «No fue posible. Se me complicó mucho la vida. No comía, no tenía dinero para nada. No sabía ni hacer un huevo pasado por agua. Al final, me los tomaba crudos. Les hacía un agujero, y ya. Además, estaba todo el día trabajando y no tenía tiempo. Cuando podía ir a la compra, no sabía muy bien lo que comprar, y había muy poco dinero. Necesitaba el dinero. Fui a consultar a Zubiri, porque me daba horror trabajar con ese franquista, y me dijo que, si no comía, me acabaría muriendo de hambre».

Todavía sin decidirse, Carmen coincidió con Suárez en una cena en el Palacio de la Zarzuela a la que había sido invitada por sus amigos los Príncipes. Ésta es la primera vez que el triángulo coincide: «Durante la cena volví a decirle que no podía trabajar con un fascista. Ya aquello le gustó menos».

Con su característico don de gentes, Juan Carlos hizo de puente entre el joven fascista y la niña bien rebelde. Él tenía interés en que la pareja Suárez-Carmen trabajara junta. Hacía cuatro meses —el 22 de julio de 1969— que había sido designado príncipe-sucesor de Franco. En el camino hacia la meta, sin embargo, le había salido un competidor: su primo Alfonso de Borbón y Dampierre, novio de la nieta mayor de Franco y al que los medios oficiales daban más cancha que a Juan Carlos, al que ignoraban sistemáticamente. El simpático franquista de Cebreros y su amiga Carmen harían todo lo posible por que Juan Carlos brillara más que su primo Alfonso en la televisión única.

La cena en la Zarzuela salió bien. Dos días más tarde, Carmen claudicó y decidió que le convenía más ganar 30 000 pesetas al mes (unos 1200 euros de ahora), aunque fuera con un franquista, que morirse de hambre. Regresó al despacho con el cuadro del Caudillo y habló con Suárez.

—No sé si estoy a tiempo, pero sigo pensando lo mismo. Y te aseguro que, en cuanto me hagas hacer una cosa de éstas, me iré.

Fue nombrada jefe de la secretaría de la Dirección General de Radio Televisión Española: «¡Yo me sentía millonaria!». En su primer día de trabajo, le propuso a Suárez que metiera «aquel horrible cuadro de Franco» en la ducha: «¡Él lo hizo!».

Políticamente, Carmen estaba en el entorno de Dionisio Ridruejo, al que conocía porque era un «amigo de casa», como ella se refería a los salones de su madre. Ridruejo, un falangista histórico que había sido jefe del Servicio Nacional de Propaganda en 1938, se separó desencantado del régimen franquista, que lo persiguió de forma light y lo toleró por su pasado azul. Hasta su muerte, en 1975, fue protegido político y económico de Ramón Serrano Súñer.

En 1974, Ridruejo fundó la USDE (Unión Social Demócrata Española), el primer partido al que Carmen perteneció: «A mi alcance no tenía más en ese momento. Coincidí mucho con Dionisio, y soy muy consciente de que era muy moderado. Yo era mucho más radical que eso, pero estamos hablando de una época en que no había nada más».

Muy poco tiempo después de empezar a trabajar como secretaria de Suárez en RTVE surgieron los primeros rumores sobre su supuesta relación sentimental con él. En el Madrid de entonces, los chismes corrían rápidamente. La hija pequeña de la marquesa de Llanzol, ya de por sí en el centro del cotilleo, era rubia, guapa, y vivía ¡sola! en un piso con 27 años, cuando ya debería haber estado bien casada y con hijos. Esta atípica situación sólo podía significar, a los ojos de entonces, que Carmen era ligera de cascos: «Ya en aquel momento todo el mundo decía que era su amante. Yo era joven y atractiva, ¡y todavía iba siempre con falda! De cualquier mujer en aquel momento hubieran dicho lo mismo. Eso, entonces, era así. Pronto empecé a usar sólo pantalones. Yo creo que al ministro [el ultraconservador Alfredo Sánchez Bella, que en 1969 sustituyó a Fraga Iribarne] le molestaban los rumores. Además, enseguida empezaron a llegarle los anónimos sobre mi supuesto origen. Eso, luego, me fue pasando por todas las partes, por todos los sitios donde trabajé. Suárez se portó muy bien conmigo. Divinamente, las cosas como son. Ignoró los anónimos, y tuvo mucha apertura de espíritu.

»Suárez, y eso hay que decirlo, tenía una relación pésima con Sánchez Bella; no se podían ni ver. A Suárez lo impuso Carrero Blanco en contra de la voluntad de Sánchez Bella. La situación en el país estaba cambiando, y Suárez era un hombre más joven y más abierto. Tenía mucha lidia, sabía torear muy bien».

Para Carmen, el ambiente en aquel Ministerio de Información y Turismo era tan casposo como el de las «películas de José Luis López Vázquez», el actor que justo cinco meses después de la llegada de Carmen a RTVE estrenaría la película ¡Vivan los novios!, en la que su reprimido personaje se siente fatalmente atraído por mujeres jóvenes, rubias y extranjeras, la máxima representación de la perversión en esa época.

En RTVE conoció Carmen a Carmina Díaz, una secretaria que en 1977 la acompañó a la Moncloa y a la que siguió viendo hasta el final de su vida. Carmina Díaz leía mucho: «Rafael Ansón [técnico de información que en 1976 fue nombrado director general de RTVE] pasó un día por allí, y casi se cae de espaldas al comprobar que una secretaria, ¡una simple secretaria!, estaba leyendo La guerra civil de Hugh Thomas».

Los rumores sobre su supuesta relación con Suárez, y también con el Rey, persiguieron a Carmen toda su vida. Muchos años después, en 1999, a Carmen le sentó mal cuando su amigo Umbral publicó su Diario político y sentimental y escribió: «Carmen fue ayudante de Adolfo Suárez mientras éste estuvo en la Moncloa, y luego rompió con él “por razones políticas”, pero yo creo que estaba enamorada de este hombre singular, y la ruptura fue más sentimental que política» (p. 81).

El 11 de junio de 1973, Franco nombró presidente del Gobierno al almirante Carrero Blanco. Suárez esperaba ser elegido como ministro de Información y Turismo en sustitución del odiado Sánchez Bella. No fue así. Angustiado, Suárez se refugió ese mismo mes de junio en una compañía del Gobierno como presidente del consejo de administración de ENTURSA (Empresa Nacional de Turismo, S. A., dependiente del INI, el Instituto Nacional de Industria). Allí estuvo dos años.

Nunca dejó, sin embargo, de construir su carrera política. A principios de 1974, de la mano de su mentor, Herrero Tejedor, Suárez asistió a la creación de la Unión del Pueblo Español (UDPE) en casa del periodista Emilio Romero. Era una asociación política tutelada por el Movimiento de la que formaban parte relevantes falangistas y sindicalistas. El Príncipe, de nuevo, y como había hecho en RTVE, intervino y pidió que se hiciera a Suárez presidente coordinador de la UDPE.

Carmen, mientras tanto, permaneció en RTVE hasta enero de 1975, y vio pasar a otros tres directores generales: Juan José Rosón, Rafael Orbe y Jesús Sancho Rof. Al marcharse Suárez, ella pasó al Servicio de Relaciones Internacionales y tuvo pocas alegrías. Recordaba una, bajo el efímero ministro de Información y Turismo Pío Cabanillas, quien la envió a representar a España en la Unión de Emisoras de Radiotelevisión (UER), y por ello viajó a Alemania, Inglaterra, Suecia, Checoslovaquia: «Fui desgraciada en ese sitio. Era un lugar de resentimiento. Cada vez que venía un director general nuevo, los machacaba a todos. Supongo que ahora pasará lo mismo. Veías a gente que entraba a ver a Suárez besándole los pies y luego, cuando lo quitaron, le dijeron de todo. ¡Había unas cosas tremendas!».

El Gobierno de Carrero Blanco duró muy poco. El 20 de diciembre de 1973, ETA asesinó al presidente del Gobierno en un espectacular atentado en la calle, frente a la embajada de Estados Unidos, junto a la iglesia de los jesuitas donde oía misa diaria: «Mandamos una carta protestando después del atentado porque la televisión no informaba. Una serie de gente hicimos una sentada. ¡Imagínate, en esos tiempos!».

Su breve protector, Pío Cabanillas, fue destituido el 28 de octubre de 1974. Se había acabado el «espíritu del 12 de febrero», quizá el último intento aperturista de la dictadura.

Llegó el año 1975, el de la muerte de Franco, cargado de acontecimientos. El Príncipe había pasado esos seis años desde que fue nombrado sucesor viajando dentro y fuera de España, hablando con gente, formándose. Un amigo personal del Rey me contó que ni siquiera ahora es capaz de decir con certeza cuánto sabía Franco de las andanzas políticas y personales de Juan Carlos. Al Caudillo se lo contaban todo, «le tenían pánico, incluido Juan Carlos».

¿Supo Franco con quién hablaba el Príncipe? ¿Supo de su visita al escritor y periodista Josep Pla en su masía catalana? (Curiosamente, aquel encuentro lo facilitó Jorge Trías, el abogado hoy tan conocido en los medios de comunicación por su papel en el caso Bárcenas). ¿Supo de su cena en Londres en casa de la princesa Alejandra de Kent, casada con el financiero sir Angus Ogilvy, y al que asistieron importantes hombres de negocios británicos? Ocurrió en 1972, y en ella estuvo presente el embajador de España en Londres, entonces el marqués de Santa Cruz. En una sobremesa segregada al estilo de la época (la Princesa Sofía se quedó con las señoras mientras ellos iban a fumar), el Príncipe hizo un relato a los financieros que allí se encontraban acerca del camino a la democracia que tenía que recorrer España, según testigos presenciales.

«Había adquirido una educación política, se había preparado, y sabía adónde se encaminaba», señalan personas que lo trataron en esa época, como Carmen.

En esos seis años, según Carmen, el Príncipe se empapó de diplomacia paralela, un arte que con el paso de los años llegaría a convertirse en uno de sus principales activos, y para el que en esa época empleó sobre todo a amigos de confianza, como el ya fallecido Manuel Prado y Colón de Carvajal, y otros que aún viven y que siguen desempeñando esa labor. A partir de 1969, de esa madeja de contactos formó parte importante Carmen, que recibía y trasladaba información, entonces un bien igual de preciado que ahora pero mucho más difícil de gestionar debido al férreo control de El Pardo y al hálito de sospecha proveniente de Estoril.

Suárez, mientras tanto, consiguió de nuevo un preciado cargo político el 25 de marzo de 1975, cuando Herrero Tejedor lo nombró vicesecretario general del Movimiento, su número dos. El equipo Suárez, que se había desperdigado durante su exilio en la empresa de Turismo, se amplió: Lito, el cuñado, se hizo con la secretaría; y se incorporaron Eduardo Navarro, un intelectual del Movimiento «con memoria de elefante» al que Suárez había conocido en 1958 cuando vivió en el colegio mayor Franco (hoy Santa Teresa de Jesús, en la avenida Séneca de Madrid), donde Navarro, también del Opus, era director; el onubense Manolo Ortiz, un abogado y técnico de Información y Turismo al que había conocido en la misma época universitaria; y Ana Martínez de Leiva, la secretaria que iría con ellos a la Presidencia del Gobierno en Castellana, 3.

Carmen prefirió mantenerse en la distancia: «¡Y yo de nuevo sin trabajo! Suárez me dijo que fuera con él, y esta vez fue “jamás” de verdad. Franco estaba vivo todavía, y yo preferí la penuria a las flechas. Entonces era muy difícil, no había trabajos como ahora. Hice de todo: sobres a máquina que me pagaban a peseta, vendí libros por las casas, di clases particulares. Tenía tres alumnas americanas que me pagaban muy bien. Aun así, desclasarse es horrible, ¡sobre todo si es de arriba abajo!

»“Con el físico que tú tienes —me decían—, para qué quieres trabajar”. Yo me indignaba. Todos te ponían un piso o te daban un taloncillo, pero nadie te daba trabajo. Te lo ponían, ojo, pero no te lo regalaban. Eso pasaba en las películas. Encima, ¡yo en mi piso tenía un póster de Che Guevara! Pero el desclasamiento es duro. Para mí, siempre ha sido igual: para unos era una señorita y para los del otro lado no era uno de ellos».

Mientras intentaba sobrevivir económicamente, la pulsión política de Carmen seguía viva: se mantuvo vinculada a la incipiente socialdemocracia de Ridruejo, acudiendo a conferencias y viendo y hablando con muchas personas, entre ellas el agobiado Príncipe, que le transmitió casi a diario, por teléfono, su preocupación por las incógnitas en torno a su futuro en el tardofranquismo. Hablaban mucho «en clave», mezclando palabras en inglés y poniéndoles apodos a los protagonistas. Uno de los sobrenombres más usados, en esa época en la que tenía tensiones con su padre, Don Juan, era el Gordito, en referencia a Pedro Sainz Rodríguez, el cerebro gris del Conde de Barcelona en el exilio. Ni Carmen ni el Príncipe sintieron gran simpatía por él, un soltero empedernido aficionado a las prostitutas.

El Príncipe tenía muchos frentes abiertos. Carmen lo escuchó, le dio consejo y le transmitió información, en una dinámica casi de coach que fue muy intensa hasta 1977. Todo quedó reflejado en sus diarios. Gracias a Wikileaks, hemos podido aproximarnos a esas inquietudes del Príncipe a través de las conversaciones que mantuvo con el embajador de EE. UU. y que éste trasladó al Departamento de Estado. Carmen era muy consciente del valor testimonial e histórico de sus anotaciones. Fue muy discreta con ellas. Desafortunadamente, pidió que a su muerte se destruyeran, y así lo hizo su amiga Alicia Bleiberg.

Una tarde de 1975, después de estar con el profesor Maravall Casesnoves, su antiguo maestro en la Facultad de Políticas, Carmen escribió en su diario lo que ella decidió que fuera la primera entrada de este libro:

Es reconfortante oír y hablar con gente racional incorporada a la realidad histórica. Hay que seguir esperando, esperando, siempre esperando.

El preciado cargo en el partido único le duró poco a Suárez, que se mostraba tan inquieto como el Príncipe sobre su futuro. El 12 de junio de 1975 murió en un trágico accidente de coche Herrero Tejedor. A algunos, su muerte les recordó al asesinato de Carrero en 1973. Según Lito:

Adolfo se quedó huérfano, políticamente hablando, y también desde el punto de vista humano. Yo diría que se quedó vacío. Ya era un hombre muy conocido, había formado parte del núcleo más íntimo de Carrero Blanco, y todo el mundo sabía el papel que había jugado en la dirección general de Televisión con el Príncipe, la enorme pelea que tuvo con Sánchez Bella en defensa del Príncipe.

De nuevo, Juan Carlos intervino por Suárez y le pidió al ministro del Interior, José García Hernández, que le buscara un empleo en una empresa nacional. El 24 de julio de 1975, Suárez fue nombrado delegado del Gobierno en Telefónica y eligió a Carmen jefa de tercera: «Me llevó a su oficina, donde estuve muy poco tiempo. No hacía nada; no es que no quisiera, pero es que no había nada que hacer. Aquello era horrible. Hice buenos amigos, eso sí».

La experiencia de Lito fue distinta. Por pura casualidad, el cuñado de Suárez, que era «un pipiolo», se vio sustituyendo al secretario de la Delegación del Gobierno, un cargo que desempeñaba un funcionario de mucha edad y que «mandaba mucho», porque entonces tener un teléfono «era un privilegio» y había que pedirle «recomendación» a este señor. «Me acuerdo de que Adolfo me decía: “¡Te lo has cargado!”», me dijo entre risas Lito. El tercero en discordia era Graullera, que también se unió a Suárez en Telefónica.

El 20 de noviembre de 1975, a las 3.20, y después de una larga agonía de veintidós días, murió Franco: «Yo me enteré de la muerte definitiva por Suárez, que me llamó a las cinco de la mañana. Continué con la cadena de llamadas: mi primera llamada fue a Alejandro Cribeiro [el poeta galleguista, más tarde activo militante del PCE, del que Carmen se hizo amiga en RTVE] y a su mujer, Carmen Unamuno. Personalmente, sólo puedo decir el horror que me produjo el comportamiento tan cruel de la familia de Franco. Ni siquiera sus peores enemigos hubieran imaginado una actitud así. Yo sentí un alivio profundo ante el final del anacronismo que significaba aquel régimen. Alivio, esperanza y también preocupación».

Dos días después, el 22 de noviembre de 1975, Juan Carlos fue proclamado Rey en las Cortes; y por segunda vez, tras la designación como Príncipe en 1969, juró los principios fundamentales del Movimiento Nacional: «La Infanta Elena le dijo a su padre que le temblaban las piernas mientras él leía su discurso. Todo estaba por hacer, hasta el protocolo».

La entrada de su diario el día 26 de noviembre de 1975 está escrita en torno a las nuevas aspiraciones de Suárez, que quiere formar parte del nuevo Ejecutivo que estaba preparando el presidente Arias Navarro:

Suárez sigue sin ser llamado. Ya se le ha descartado. No figura en el Gobierno. Se le considera demasiado hablador y no demasiado de fiar.

Ya desde este momento, Carmen me advirtió que había que deshacerse «de uno de los primeros tópicos de la Transición»: el que dice que Suárez formaba parte de una maniobra planificada al milímetro desde hacía tiempo por el Príncipe de España. «En absoluto. Los días posteriores a la muerte del dictador fueron días de cabildeos, de tira y afloja de franquistas que habían estado, bien de ministros, bien en los segundos peldaños en el régimen».

El 27 de noviembre, Juan Carlos de Borbón se convirtió formalmente en Juan Carlos I, Rey de España, tras la misa de coronación (o de unción) que se celebró en Los Jerónimos: «En la plaza de Oriente quedó patente la escasa apuesta internacional por la monarquía heredera de Franco. Estaba el rey Hussein, amigo. Giscard [Valéry Giscard d’Estaing, presidente de Francia] también, aunque le costó alguna reprimenda en su país. Poco más, por no citar la venida de Pinochet. Quedó claro que la monarquía no sería aceptada si no se despojaba de todo vestigio franquista. Entonces su legitimidad era la dictadura y no el Conde de Barcelona».

En marzo de 2002, al terminar la primera edición de este libro, entrevisté a Giscard d’Estaing para mi serie en El Mundo, que entonces había pasado a llamarse «Voces del Milenio». El viejo zorro político, de 76 años, me habló de los problemas a los que se enfrentó en su país por venir a la coronación del Rey. Giscard había tenido dos conversaciones previas con el Príncipe, y éste le había convencido de que estaba decidido a hacer de España una democracia. Como tantas veces me contó Carmen al escribir este libro, Giscard me confirmó que, en esa época, Juan Carlos de Borbón no tenía nada claro que pudiera permanecer en el trono como Rey de España, dada la situación tan convulsa que vivía el país.

Hay una entrada muy señalada en el diario de Carmen el 12 de diciembre de 1975, cuando se suprimió el decreto antiterrorista del 26 de agosto de ese año, una durísima ley que posibilitó el cierre de semanarios como Destino, Posible y Cambio 16, y que amplió la pena de muerte. El decreto iba dirigido a

[…] los grupos u organizaciones comunistas, anarquistas, separatistas y aquellos otros que preconicen o empleen la violencia como instrumentos de acción política y social y a quienes por cualquier medio realizaren propaganda de los anteriores grupos, se les impondrá una pena correspondiente a tal delito en su grado máximo […], los que, públicamente, sea de modo claro o encubierto, defendieren o estimularen aquellas ideologías […] serán castigados con la pena de prisión menor, multa de cincuenta mil a quinientas mil pesetas e inhabilitación especial para el ejercicio de funciones públicas y para las docentes, públicas o privadas.

Carmen, en un gesto suyo típicamente naughty, escribió:

¡Mi póster del Che Guevara habría bastado para mandarme a la cárcel!

El 13 de diciembre de 1975 se formó el primer Gobierno de la monarquía, presidido por Carlos Arias Navarro. Suárez fue nombrado, finalmente, secretario general del Movimiento Nacional: «En la vida interna del régimen puede pasar cualquier cosa. La externa es la que representa José María de Areilza. Va vendiendo fuera, como ministro de Asuntos Exteriores, cosas que todavía no han ocurrido. Más bien, lo que él querría que ocurriese. Va semienviado por el Rey para contar cosas en el extranjero que todavía no están ocurriendo».

Pasaron las Navidades de 1975 y, a pesar de los viajes incesantes de Areilza, el proceso seguía muy lento. Así inició Carmen su diario el año 1976:

La Reina se fue a la India. Sus motivos tendría.

Los motivos de Doña Sofía para marcharse estrepitosamente a la India con sus hijos y sin el Rey durante diez días en enero de 1976 me los contó Carmen en su momento y me pidió discreción. Así lo hice. Mucho más tarde, en el año 2012, la periodista Pilar Eyre los desveló en su libro La soledad de la Reina: la especulación sobre el descubrimiento de una primera infidelidad matrimonial del Rey, que se había ido solo a una montería en una finca de caza en Toledo.

En los primeros seis meses de 1976, detrás de las bambalinas, Carmen desarrolla una enorme actividad política. Se apoya en dos libros de cabecera: La velada en Benicarló: diario de la guerra de España, escrito por Manuel Azaña a principios de 1937, y El origen del pensamiento reaccionario español, publicado en 1971 por el profesor Javier Herrero, el hispanista que renunció a la nacionalidad española. A Carmen siempre le fascinó La velada, y lo conservaba aún en 1999 como libro de referencia y de relectura. Azaña lo escribió consciente ya de que la guerra estaba perdida. Éste es su testamento político, publicado simultáneamente en Buenos Aires y en París en 1939. En él busca en la identidad española el origen de la contienda y analiza los errores cometidos por ambos bandos: «Era un libro dramático. Lo estaba releyendo para decir lo que nos esperaba si no lo hacíamos bien».

El Príncipe no era muy aficionado a la lectura, era más un hombre de acción política. Como ahora, Juan Carlos se nutría de la información oral que le transmitían los protagonistas de la historia. Carmen le hacía bromas al respecto.

En enero de 1976, apenas un mes después de ser nombrado ministro, Suárez le insistió a Carmen en que Franco ya había muerto, y de este modo la convenció para que fuera a su gabinete de secretario general del Movimiento. Así fue.

El equipo, entonces, lo formaban Eduardo Navarro, secretario general técnico; el gerente de servicios, José Luis Graullera Mico; y dos mujeres: la delegada nacional de Cultura, Carmen Llorca, y Carmen, «de alguacil», como diría Delgado. «Era la jefe de Gabinete, la mujer que con los funcionarios colaboraba de una manera muy estrecha en la función técnica del Gabinete», según Lito, jefe de la secretaría, como también lo fue en la Presidencia del Gobierno. En la delegación de provincias estaba Manolo Ortiz, que también fue después a la Presidencia con Suárez.

La secretaría general del Movimiento, el partido único, el músculo intelectual del régimen franquista, era un ministerio muy potente, con muchos medios. El equipo Suárez los echaría de menos seis meses después de la sobria sede de la Presidencia.

Poco después de que Carmen empezara a trabajar en el corazón del régimen, el 25 de enero de 1976, Henry Kissinger, secretario de Estado norteamericano, visitó España. En su diario, Carmen escribió:

Kissinger aconseja a Juan Carlos que vaya con cuidado, y que vaya consolidando poco a poco la Corona, que es lo más importante.

Fuera de diario, Carmen me transmitió la vital importancia que tuvo el paso de Kissinger por nuestro país a los dos meses de morir Franco. El todopoderoso arquitecto de la política exterior de EE. UU. entre 1969 y 1977, primero como consejero de Seguridad Nacional y luego como secretario de Estado (entre el 73 y el 75 simultaneó ambos cargos), era la pieza más codiciada por periodistas e historiadores, me dijo Carmen: «Si consigues una entrevista con él, y quiere hablar, Kissinger sabe mucho, mucho, de las intricacies [optó por la palabra inglesa para referirse a los entresijos y vericuetos menos conocidos] del final del franquismo y el principio de la democracia en España». También Giscard d’Estaing me confirmó lo destacada que fue la intervención del secretario de Estado norteamericano en la Transición española. De manera velada, Giscard, me transmitió el relevante papel que desempeñó el cínico Kissinger en el traspaso del Sahara a Marruecos: ya en 1971 había aconsejado a Juan Carlos, a través del mediador Prado y Colón de Carvajal, que una guerra colonial en pleno proceso de transición a la democracia era «muy mala idea». Más tarde, Kissinger urdió la Marcha Verde con Hassan II sobre el lecho de muerte de Franco.

Continuó Carmen su explicación al hilo del diario: «Kissinger le aconseja también al Rey que no se dé la amnistía [a los presos políticos], y se declara partidario de un proceso muy, muy lento. Eso les venía muy bien, porque todos se habían marcado unos tiempos muy lentos. Como procedían de la dictadura, como eran jóvenes alevines del franquismo y se habían creído lo del peligro comunista, se marcaron un ritmo muy lento».

En definitiva, concluyó Carmen, la prioridad de Kissinger era: estabilidad, estabilidad y estabilidad. En 2011, acudí a la presentación en Madrid del libro de Charles Powell El amigo americano. España y EE. UU., de la dictadura a la democracia, un magnífico relato de las relaciones entre Washington D. C. y Madrid basado en el material desclasificado en el que Powell arduamente buceó. En él, Powell deja constancia del valor de los diarios de Carmen: al celebrarse el encuentro a solas entre el Rey y Kissinger antes del almuerzo con los testigos (Areilza, los diplomáticos Rovira y Perinat, el vicesecretario de Estado Arthur Hartman y el embajador Wells Stabler), el único «rastro documental» de lo hablado entre Juan Carlos y el secretario de Estado está recogido en esta entrada del diario de Carmen.

No sólo es estrecha la relación de Carmen con el Rey, tal y como demuestra su acceso privilegiado a informaciones como la reunión con Kissinger. La relación de Carmen con Suárez en esa época era también de gran intimidad. Llevaban seis años ya trabajando juntos, y es entre el verano de 1975 y el de 1976, según sus propias palabras, «el único momento en el que sentí verdadera admiración política» por él. La magnífica relación entre ambos (ella lo llamaba con frecuencia «Suárez») se deja ver claramente en la manera en la que Carmen se dirige a él para marcharse de la secretaría general del Movimiento.

—Mira, Suárez, cada vez que entro me dan ganas de devolver.

—Pues todo menos eso.

Así acabó, en febrero de 1976, la presencia de Carmen en la sede del partido único franquista. Como hizo al narrarme el primer encuentro con Suárez en RTVE, se reía a carcajadas al recordar la escena: «¡Duré un mes! Franco o no Franco, duré un mes. No lo podía soportar. Era físico. Me daba náuseas. Entraba y me ponía malísima».

Entre marzo y junio de 1976, Carmen encontró una magnífica tapadera de espera: se convirtió en asesora de la Delegación Nacional de Cultura, junto a Carmen Llorca, que entonces era la delegada y mucho más tarde, en los años noventa, sería eurodiputada popular como ella. En realidad, lo que hacía era informar a Suárez de lo que eran y lo que opinaban los todavía ilegales partidos políticos.

Y escribir, disciplinadamente, en su diario. En febrero anota:

Todo sigue pareciendo una farsa. El viaje del Rey a Barcelona y sus frases en catalán preocupan al Gobierno. Resultó un éxito. Suárez va haciendo su labor como secretario general del Movimiento, aunque los ministros del Gobierno Areilza-Fraga lo miran de reojo y con menosprecio. Todo sigue con una lentitud exasperante.

Se refiere Carmen al viaje que el 16 de febrero hicieron los Reyes a Cataluña. Juan Carlos dio un discurso televisado en el que súbitamente pasó del castellano al catalán. Fue un momento muy emocionante que los franquistas denostaron. En cuanto al tándem Areilza (Exteriores) y Fraga (Interior), estos dos pesos pesados de la política menospreciaron siempre al advenedizo Suárez, como se verá más tarde.

Lo que Carmen escribe en la primera semana de abril de 1976 en su diario es de enorme importancia. Sólo en estos viejos cuadernos ha quedado constancia de la voluntad tan temprana del Rey de nombrar a Suárez:

Juan Carlos piensa sobre la posibilidad de que Suárez sea presidente. Le preocupa que haya sido vicesecretario general del Movimiento con Franco, incluso que se hubiera puesto la camisa azul, y su ministerio actual. Duda. Es obvio que Torcuato [Fernández-Miranda] anda con este tema.

23 de abril de 1976. Suárez, Osorio [Alfonso, ministro de la Presidencia] y yo cenamos con el director general de la BBC, sir Charles Curran, con quien yo había pactado la información.

«El día 22 le había recibido Juan Carlos. Era necesario contar con la BBC, y Curran [director general entre 1969 y 1977] era un viejo y buen amigo. En la última etapa de Franco, yo hacía de enlace para las entrevistas con la oposición. Alguien me delató un día y acabé en la Dirección General de Seguridad».

Cuatro días más tarde, el 26 de abril de 1976, se publicó la famosa entrevista del Rey con el periodista belga Arnaud de Borchgrave en la revista norteamericana Newsweek, entonces una de las más influyentes del mundo. Borchgrave, hijo de diplomáticos belgas asesinados durante la guerra civil, intimó mucho con el Rey. A él le dijo el Rey en noviembre de 1975, tras morir Franco, que el PCE no sería legalizado. La entrevista de Newsweek con su amigo se interpretó como una clara invitación de Juan Carlos a Arias para que abandonara la presidencia del Gobierno. Borchgrave, conocido más recientemente por ser el único periodista que logró entrevistar a Slobodan Milosevic durante la guerra de Kosovo, publicó un par de folios en los que nunca citó al Rey. Se limitó a parafrasearlo, de ahí la confusión con la que se interpretaron sus palabras:

Cuando llegó al trono de España el pasado otoño, el Rey Juan Carlos I tuvo la esperanza de mover a su nación hacia la democracia en seis meses. Pero la reforma está llegando mucho más lentamente […]. Desde Madrid, Arnaud de Borchgrave, que conoce bien al Rey desde hace algún tiempo, envía este informe sobre lo que piensa Juan Carlos: «El nuevo gobernante de España está seriamente preocupado con la resistencia de la derecha al cambio político. Él cree que la hora de la reforma ha llegado, pero el presidente Carlos Arias Navarro, un remanente de los días de Franco, ha demostrado más inmovilidad que movilidad. En opinión del Rey, Arias es un desastre sin paliativos porque se ha convertido en el estandarte del poderoso grupo de leales a Francisco Franco conocido como el Búnker».

Esto era, decididamente, lo que pensaba el Rey, y así se lo trasladó a Borchgrave. Sobre si lo hizo on u off the record, hay dudas. Carmen lo vio así: «Luego se ha fantaseado mucho. Lo de Newsweek fue una conversación privada. Algunas respuestas pasaron después del off the record al on the record. El Rey era lo bastante respetuoso como para, cuando quería citar a Arias, decírselo directamente. Fue el propio Arias quien se lo puso luego en bandeja».

El recalcitrante Arias Navarro tenía una pésima relación con el Rey. Lo despreciaba de la misma forma que Areilza y Fraga miraban por encima del hombro a Suárez. En la primavera de 1976, el Rey estaba exasperado. Le contó a Carmen que Arias (Snoopy, según el apodo con el que se referían a él) ni siquiera le devolvía las llamadas de teléfono.

El 28 de abril, Arias tenía que dirigirse a los españoles por televisión. El discurso fue bastante anodino, pero el presidente del Gobierno tuvo un gesto grosero con el Rey. Carmen lo anotó así en su diario, concretamente a las seis de la tarde de ese día:

Carlos Arias le manda con una tarjeta, sin más, su discurso al Rey. O se lo traga o lo cesa.

Ése es el consejo que Carmen da al Rey: césalo, y hazlo cuanto antes. Más fácil dicho que hecho. Juan Carlos tiene miedo de que, si despide a Arias, el Búnker se le eche encima. Comenzó así un mes largo de angustia y ansiedad para el Rey.

Carmen escribió el 30 de abril:

Arias sigue sin llamar. TVE censura unas declaraciones de Calvo-Sotelo [Leopoldo, ministro de Comercio] en las que se hacía eco de su ignorancia previa del citado discurso [del 28 de abril]. Sólo cabe cesarle. Juan Carlos quiere que protesten los ministros que él llama «suyos». Obviamente, esto es una tontería. Necesitan decisión. Ya son los Reyes, no los Príncipes. Debe cambiar su Casa, que no funciona para una democracia en potencia.

Los ministros que Juan Carlos consideraba suyos eran Suárez (Movimiento), Osorio (Presidencia), Rodolfo Martín Villa (Sindicatos), Areilza (Exteriores), Fraga (Interior) y Joaquín Garrigues y Díaz-Cañabate (Justicia). Como dejó escrito en su diario, Carmen le aconsejó que se impusiera él a Arias y que no lo hiciera por proxy.

El mes de mayo de 1976 es extremadamente difícil. Anotación del día 2:

Todo sigue oscuro. La princesa Irene de Holanda llama a la Zarzuela haciéndose pasar por su madre, la reina Juliana. El Rey, rápido, le recordó que el carlismo era una ideología retrógrada. Arias sigue sin llamar.

La princesa Irene, segunda hija de la reina Juliana, se había casado en 1964 con el príncipe Carlos Hugo de Borbón-Parma, uno de los pretendientes carlistas al trono de España, del que se divorció en 1981.

Anotación del 5 de mayo de 1976:

Juan Carlos recibe a [Salvador de] Madariaga. No hay manera de solucionar el tema Arias. El país sigue igual y para colmo se anuncia que el Rey va a presidir el desfile de la Victoria. Lo que faltaba.

A Carmen le pareció tan mal que Juan Carlos presidiera ese desfile porque aún se estaba discutiendo su cambio de nombre: Día de las Fuerzas Armadas, coincidiendo con la festividad del patrón san Fernando, que se conmemora siempre el domingo más próximo al 30 de mayo. Hasta entonces, había sido presidido por Franco y tenía una clara connotación dictatorial.

Anotación del 15 de mayo:

Una vez más, la Infanta Elena le pregunta a su padre, horrorizada, si en España se tortura. Constantino [de Grecia, el hermano de la Reina Sofía], para salir del paso, le dice que eso ocurría en el régimen anterior.

El 23 de mayo, Carmen escribió que el Conde de Barcelona seguía sin querer abdicar. Y añadió:

Hace bien.

Don Juan no aceptó renunciar a sus derechos hasta el 14 de mayo de 1977 y dejó a su hijo en un limbo dinástico durante casi dos años. Carmen tuvo sentimientos encontrados al respecto. Ayudó a Juan Carlos intentando «hacer entrar en razón» a su padre. Sin embargo, entendió que el Conde de Barcelona quisiera asegurarse de que el hijo no sucumbiría a la presión del Búnker dilatando la llegada de la democracia.

La tensión del Rey era gigantesca. Carmen anotó muchas impresiones en su diario. A veces dejaba escrito cómo lo encontraba física y mentalmente. Juan Carlos apenas dormía de puro estrés. El 29 de mayo, a las cinco de la tarde, Carmen escribió:

A Juan Carlos le duele la cabeza. Va a recibir a Arias. Al referirse a su capacidad de viajar, dice: «Ése no sale de Aravaca». Cena en Casa Pedro [restaurante madrileño] con sus compañeros de aviación. Tiene tal dolor de cabeza, tras la entrevista con Arias, que devuelve la cena.

Según Carmen, la Zarzuela era entonces un lugar sin organización alguna, con una falta absoluta de intendencia: «La inadecuada organización de los inicios producía un cansancio exagerado. El Rey dormía poco. Había noches que no llegaba a las tres horas».

El jefe de la Casa era el marqués de Mondéjar, que llevaba veinte años junto al Rey, primero como preceptor y después como jefe de la Casa del Príncipe. El secretario general era el general golpista Alfonso Armada, pariente de Carmen.

Como ejemplo, Carmen puso el importante viaje a Estados Unidos que estaban preparando los Reyes, el primero desde la coronación. Hacía un mes que Juan Carlos estaba pidiendo, sin éxito, un informe de situación sobre EE. UU., tanto al ministro Areilza como al Alto Estado Mayor. En su diario, Carmen escribió:

Areilza, ni un papelín. El Ministerio de Asuntos Exteriores le dio un mamotreto, en el último momento y sin extractar. Encima, le esperaban diecisiete discursos y no tenía un solo minuto. Incluso la Reina sólo disponía de una hora y media libre al día.

La visita transatlántica de los Reyes empezó el 31 de mayo en la República Dominicana. En Santo Domingo se quedaron dos días. El 2 de junio de 1976, los Reyes llegaron a Washington D. C. Asistieron a una recepción en la Casa Blanca, donde fueron recibidos calurosamente por el presidente Gerald Ford. El miércoles 3 de junio tuvo lugar la sesión solemne en el Congreso. Ese día Carmen escribió:

Juan Carlos en Washington D. C. Suárez llama para leerme su discurso [sobre el proyecto de ley regulador del derecho de asociación política]. Le dije que era flojo y contradictorio. Harta de tantas llamadas, me voy a la Feria del Libro.

La intervención del Rey en el Congreso en Washington D. C. fue un éxito. Don Juan Carlos no pudo esperar hasta llegar a España para contárselo a Carmen. El sábado 6, nada más levantarse, la llamó por teléfono. Ella, sin embargo, lo escribió en su diario el domingo, cuando los Reyes ya habían regresado a Madrid.

Eran las dos menos cuarto hora española. Juan Carlos estaba contento por los resultados positivos de su viaje. El speaker de la Cámara le había dado consejos muy útiles y orientaciones para su intervención. Todos recordamos el eco y la resonancia positiva de esa intervención ante el Congreso de los Estados Unidos. Era lógico que el Rey estuviera emocionado. Una vez más, y aprovechando la euforia, le aconsejé que había que legalizar el PCE. Además, ahí se lo habían preguntado. Él se hizo el sordo (he went over the subject).

Los principales diarios, tras su discurso ante el Congreso, lo calificaron de «motor del cambio» en España. Los americanos le aseguraron que le darían todo su apoyo para sacar adelante la democracia española. Según Carmen, Kissinger desconfiaba del PCE e insistió en que la Transición tenía que ser un «proyecto controlado». Según Charles Powell, Kissinger pensaba que Arias Navarro era «un hombre decente» adecuado para hacer la Transición.

Anotación del 7 de junio:

Nace una rosa amarilla. Juan Ramón, ¡ay!

Y el día siguiente:

8 de junio. La única carta de felicitación que recibe Juan Carlos por su éxito [en el Congreso de EE. UU.], es de Federico Silva [exministro de Obras Públicas con Franco]. Creo que una frase decía: «Los que sentimos la patria de una forma medular…». Juan Carlos sigue elogiando a la oposición. A Felipe González. A Tierno. Sigue con aversión hacia el PCE. Torres más altas han caído…

Fuera de diario, Carmen explicó el contexto de la medular carta del franquista Silva: el de las risas que provocó a Carmen y a Juan Carlos, poseedor de un magnífico sentido del humor que a veces alternaba con momentos anímicamente muy bajos.

Suárez seguía enfrascado preparando su discurso ante las Cortes franquistas para defender, en nombre del Gobierno, el proyecto de Ley de Asociaciones Políticas. El entendimiento político entre Suárez y Carmen no será nunca mejor que en estos días: «Suárez era esnobeado por Areilza y por Garrigues, que lo veían como al chico falangista. A Suárez no le gustaba nada, como es lógico, porque estaban en el mismo Gobierno. Y era bastante más difícil desmontar la secretaría general del Movimiento que hacer Asuntos Exteriores. ¡Qué caramba! El 9 de junio, Suárez hizo un magnífico discurso que dejó a todo el mundo conmocionado, porque lo último que se esperaban era que el secretario general del Movimiento hiciera un discurso a favor de la legalización de los partidos políticos. Un discurso muy bien hecho y muy bien leído. Además, ganó la votación y, a partir de ese momento, el país empezó a fijarse en él».

Anotación del 9 de junio de su diario:

Espléndido el discurso de Suárez.

Desde la tribuna, Suárez había citado a Antonio Machado, y Carmen aplaudió a rabiar el gesto, que ella consideró de inusitada «valentía política»: «Hombres de España: ni el pasado ha muerto, / ni está el mañana —ni el ayer— escrito». Es también en este discurso en el que Suárez introdujo la famosa frase escrita para él por el periodista Fernando Ónega: «Vamos a elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal».

Anotación del 10 de junio:

Juan Carlos celebra en Burgos una comida con sus compañeros [de la academia militar]. Le dije que llamase a Suárez para felicitarle por el discurso. Garrigues no puede con su tema… Felipe [González] manda recado a través de Luis Solana [hermano de Javier] de que ya se había comprado la corbata [para ir a visitar al Rey]. Juan Carlos va a los toros.

Anotación del 11 de junio:

Suárez me concede el lazo [de la Orden de Cisneros por méritos políticos y servicios a la patria]. Yo no lo quiero. Juan Carlos dice que había dicho que había que condecorarme. No lo quiero. Las declaraciones de Don Juan han estado muy bien. Al fin el discurso de Suárez sobre los partidos políticos ha quedado muy bien. Llevaba días cabreadísima con él. Entiende Juan Carlos que es un todoterreno, ya que se adapta a todas las circunstancias. Sugerí la peligrosidad de ello. Le dije que lo de la suspensión de Cambio era una barbaridad [la revista publicó una caricatura del monarca vestido de Fred Astaire que les pareció too much. Al final, la intercesión de Katharine Graham vía Kissinger impidió el cierre]. Al parecer, Torcuato Fernández-Miranda dijo que si no se paraba desde el principio (protegía la imagen) se podría llegar a cualquier cosa. Ya no les había gustado un chiste de Máximo que había salido en El País. Le recomendé que en el próximo gabinete no nombrara a ningún franquista o ex para evitar estas cosas.

Anotación del 12 de junio:

Maravall me remite Utopía y contrautopía en el Quijote: «A CDR, con el recuerdo de sus charlas tan inteligentes y sugestivas. Su amigo…».

Continúan las llamadas telefónicas entre Juan Carlos y Carmen. Anotación del 13 de junio:

Necesita un secretario de prensa urgentemente. 8.15 noche me habla de la crisis. Suárez candidato y me explica el cómo…

Hasta un año y medio después, en noviembre de 1977, no se nombró el primer jefe de prensa de la Zarzuela, el técnico de información Fernando Gutiérrez, que había sido agregado en varias embajadas.

Anotación del 17 de junio:

Anda «dándole vueltas a la pelota» con el tema del número uno. No sabe qué hacer. Armada le dice que si nombra a alguien capaz le quitará imagen. Fraga le propone para Información a Aparicio o Quílez, ¡qué cosas!, y a «un tal Suárez o así». Vaya con Fraga; es la leche el tío ese. Le propongo, de momento, para TVE, a alguien de la oposición moderada. Le hablo de la necesidad de nombrar a alguien en Medio Ambiente y también del de Cebreros.

En la anotación del 18 de junio, Carmen deja constancia de la atracción física que sentían por ella tanto el Rey como Suárez («la parejita»):

«I’m a man after all before being what I am. I simply adore you…» Vaya parejita. Si no fuera por… ¡Qué indignación!

Anotación del 21 de junio de 1976, en la que el Rey, a pesar de la intensidad de los acontecimientos políticos, se queja de nuevo porque Carmen ignora sus aproximaciones. Es significativo de la relación estrecha y amigable que mantienen el hecho de que, inmediatamente después de estas quejas, Carmen y Juan Carlos pasen a discutir asuntos de tremenda importancia para el país, como la tortura en las cárceles o la obstinada posición de Don Juan, que se niega a abdicar en su hijo:

«Nadie me da calabazas como tú me das». De eso estoy segura. Tremendo artículo sobre la tortura en España en el Nouvel Observateur. Filípica [de Carmen] a Juan Carlos. No vale escudarse en Fraga [como hace el Rey, puesto que Fraga era ministro de Interior]. Le recordé el discurso de Azaña sobre Alfonso XIII. Le conté mi experiencia en la Dirección General de Seguridad. Todo menos seguir torturando. Siento obsesión por hablarle y acercarle al país real. Ni él ni su madre han convencido a Don Juan. Responsabiliza a Sainz. Rodríguez, el Gordito, en nuestra clave.

Dada su cara redonda y carnosa, en sus años más jóvenes, Sainz Rodríguez, la eminencia gris de Don Juan, guardaba cierto parecido con el actual líder norcoreano, Kim Jong-un. En su libro Don Juan, Anson lo describe como «un hombre rendido sin remedio al erotismo ardiente de cualquier edición rara […] con la gastronomía como culto y cultura».

Anotación del 22 de junio:

Sigue muy cavernícola [el Rey]. Fraga no ayuda. Si tuviese un presidente a su lado que le explicara y le ayudara democráticamente. Al paso que vamos, esto va a ser «la ruptura de los cavernícolas». Miedo a Marx. Al ejército. Al PCE. Tengo que seguir machacando.

Anotación del 24 de junio:

San Juan. Creo que ya está hecho que el Señorito sea director de orquesta.

Anotación del 25 de junio:

Llama Suárez, nervioso, con su dirección de orquesta.

Anotación del 29 de junio:

Acabo de llegar de Peñíscola. Ayer llamó dos veces [el Rey] para decirme que el día D [en el que le pediría la dimisión a Arias] era mañana.

Anotación del 30 de junio:

De nuevo, duda. Le angustia lo de Arias, Snoopy, en nuestro argot. A la una menos veinte de la madrugada me dice que será mañana a las 13.15. No sabe bien cómo decirlo. Lleva tres días angustiado. Hablamos de las posibles reacciones. Volver y llamar despechado. Vender el favor al que crea su sucesor, o tomarlo bien, y entonces lo convidaría a comer. Recibe a [Fernando] Claudín [dirigente comunista que regresó a España tras la muerte de Franco].

El 1 de julio de 1976 es el Día D. Juan Carlos se decidió a pedirle la dimisión a Carlos Arias Navarro, que tenía asegurado su puesto hasta enero de 1979: «El Rey lo hizo educadamente, con mucha habilidad. No es fácil pedirle la dimisión a alguien. Es muy complicado, sobre todo cuando procedes de los mismos orígenes. La reacción de Carlos Arias fue muy buena, no fue nada violenta, fue educada. Al final, hay que decirlo: Carlos Arias se portó como un caballero».

Por fin quedó abierto el camino para que el joven fascista que había dado trabajo a Carmen en RTVE siete años antes fuera nombrado presidente del Gobierno.

Los primeros días de julio de 1976 son de una absoluta intensidad política e histórica. Sólo los Reyes, Torcuato Fernández-Miranda y Carmen supieron con certeza absoluta quién iba a ser el presidente del Gobierno. De puertas para fuera, Fernández-Miranda y el Rey montaron la parafernalia de la famosa terna, que ha sido glosada hasta la saciedad: el Consejo del Reino debía votar entre Gregorio López Bravo, Federico Silva Muñoz y Adolfo Suárez, la lista que le había dado el presidente del Consejo, Fernández-Miranda. Tras la votación, y aunque Suárez sacó menos votos que los dos primeros, el Rey lo eligió a él, como ya tenía decidido de antemano. Podía hacerlo, al fin y al cabo: era el Jefe del Estado con un poder absoluto heredado de Franco.

Las entradas de los diarios de Carmen dejaron constancia de la arquitectura legal urdida por el Rey con la ayuda de Fernández-Miranda para abrir el camino a la democracia.

El día 2 de julio, al día siguiente de conseguir la dimisión de Arias Navarro, el Rey la llamó por teléfono, y ella dejó constancia de esa conversación:

Juan Carlos está eufórico. Incluye a Suárez. Insisto en que hay que hacer la reforma en serio. Es tremendamente conservador. Piensa en que si el hecho de que Suárez fuera vicesecretario general con Franco y secretario general ahora pueda dar mala imagen. Le digo que desde luego, pésima, pero… No traga a Fraga. Suárez está nervioso. En su euforia sólo piensa en algunos retoques. Así no vamos a ningún sitio. Tanto él como su padre [Don Juan] siempre desconfiaron de Areilza.

La jornada del 3 de julio fue especialmente interesante. Ése fue el día en que el Rey le comunicó a Suárez que él iba a ser presidente del Gobierno. Curiosamente, en ninguno de los dos libros de Victoria Prego, Presidentes y Así se hizo la Transición, se atrevió Suárez a mencionar la presencia de Carmen en su casa de Puerta de Hierro. Incluso mintió y dijo que estaba solo[3].

Esto es lo que sucedió en realidad, y así lo escribió Carmen en su diario:

Desde las 12.30 he estado con Suárez. Estaba nervioso y sereno. Y si al final no… Ya sabes cómo es… Amparo está con Marisa Abril y no sé quién más de viaje [con el matrimonio Alcón en las Baleares]. Ella, que no viaja nunca. No sé qué demonios de sofás han comprado que me hice polvo al sentarme. Suárez dice que son cosas de Amparo para ahorrar. Para quitar tensión, digo que romperse el coxis sale más caro. Se ríe. «¿Y si ha cambiado de idea?» «Que no… Tranquilo». Llaman los teléfonos. Contestaba yo sin identificarme. Rumores y más rumores. Más nerviosismo por parte de Suárez. Versiones. Dicen que Darío Valcárcel y Areilza están encolerizados. Se acabó el champán. Calvo Hernando. Dicen que… Cogí yo el teléfono de la esperada llamada. «Señor…» Coge su 127. Prefiere no conducir un Mercedes blanco que le había conseguido Graullera. Me dice que le espere. Le digo que no, porque en cuanto corra la noticia estarán luego todos los medios en su piso de Puerta de Hierro y yo entiendo que no debo estar ahí. Refunfuña pero lo acepta. Me voy y me despido del portero. Cuando regresa me llama a casa y reconoce que tenía razón en haberme ido. Me da las gracias.

En 2013, como prueba de la información privilegiada que tenía Carmen, Lito me contó que ella le había escrito en un papel el nombre del presidente del Gobierno antes de que él se fuera de Madrid a la costa, de vacaciones, como le había pedido Suárez. Carmen le pidió que no lo mirara hasta que se conociera el nombramiento. Así lo hizo. Cuando Lito abrió el papel en Puerto Lumbreras, ahí estaba escrito el nombre de su cuñado.

Al día siguiente, 4 de julio, Carmen habló con los Reyes por teléfono para comentar la magistral jugada:

Juan Carlos, feliz. Optimista con deseos de construir el país. Luego llamó la Reina. Como siempre, amiga e inteligente. Ella decía que Suárez era como aire fresco. Confiaba en que no cambiase con el poder.

El 5 de julio, Suárez juró como presidente del Gobierno de España en medio de una «consternación» y una «crítica general», a un lado y a otro del régimen: «Los Reyes no se inmutaron, y eso fue importante. Juan Carlos nunca dudó, nunca pensó que quizá se había confundido. Estuvo muy tranquilo».

Los siguientes seis días fueron tan intensos que Carmen no tiene tiempo de escribir cada noche. Lo mezcló todo.

Aunque [Suárez] no sea un demócrata, como resulta obvio, lo hará. Así se lo comenté a Elisabeth Guth [corresponsal de la agencia alemana de noticias DPA]. Insisto ante Juan Carlos en que el mejor antídoto es el de hacer la reforma, de acelerar, de entrar en contacto con toda la oposición. Pensar que Areilza y Fraga sí podían colaborar con Carnicerito de Málaga [Carlos Arias Navarro] y no con Suárez… Ha quedado patente su lealtad a la Corona. Dificultades con el Gobierno. Propongo a Aurelio Menéndez, por consejo e información de Pepe Cuesta, e insisto en que Rosón debe ir al Gobierno Civil. Suárez no se fía de él. Error. Juan Carlos sigue animadísimo. Llamó Don Juan para informarse.

Carmen me dijo que había insistido mucho en que nombraran a Juan José Rosón gobernador civil de Madrid. Lo había conocido en RTVE, y le pareció una persona excelente. Rosón fue el artífice del plan de reinserción de ETA.

Anotación del 10 de julio:

Insisto y reitero que no hay tiempo que perder. Hay que devolverle la voz al pueblo cuanto antes. Me enfado con Suárez. No hay tiempo que perder. Aquí se ofrece todo el mundo para ser ministro, no los «budas». Enterría se mete por medio por lo de Menéndez. Celos entre Rodrigo Uría, Pepe, y yo qué sé. Vaya país.