Tres meses después del asesinato de Debbie Carter, los investigadores Dennis Smith y Mike Kieswetter se presentaron en casa de los Williamson e interrogaron por primera vez a Ron. Juanita estuvo presente. A la pregunta de dónde había estado la noche del 7 de diciembre, Ron contestó que no se acordaba; habían pasado tres meses. Sí, frecuentaba el Coachlight y también otros clubs de los alrededores de Ada. Juanita fue en busca de su diario, comprobó la fecha y dijo a los investigadores que aquella noche su hijo se había quedado en casa. Les mostró la entrada correspondiente al 7 de diciembre.
Le preguntaron si conocía a Debbie Carter. Ron respondió que no estaba seguro. Conocía el nombre, claro, porque en la ciudad no se hablaba prácticamente de otra cosa desde el asesinato. Smith le mostró una fotografía de la víctima y Ron la estudió minuciosamente. Tal vez la había visto antes y tal vez no. Más tarde pidió ver de nuevo la fotografía. Le resultaba vagamente familiar. Negó tener algo que ver con el asesinato, pero comentó que el asesino era probablemente un psicópata que la siguió hasta su casa y huyó tras cometer el crimen.
Al cabo de media hora, el policía le dijo que necesitaban sus huellas digitales y unas muestras de cabello. Ron accedió y los acompañó a la comisaría, donde finalizó el interrogatorio.
Tres días después, el 17 de marzo, regresaron con las mismas preguntas. Ron repitió que no había tenido nada que ver con el asesinato y que la noche del 7 de diciembre se había quedado en casa.
La policía también interrogó a un hombre llamado Dennis Fritz, cuya única relación con el caso era su amistad con Ron Williamson. Según uno de los primeros informes policiales, Fritz era «sospechoso o, por lo menos, amigo de un sospechoso del caso Carter».
Dennis raras veces iba al Coachlight y llevaba varios meses sin ir allí poco antes del asesinato. Nadie lo había visto en aquel lugar; de hecho, en marzo de 1983, ningún testigo había mencionado su nombre. Era nuevo en la zona y apenas se le conocía en la ciudad. Jamás había ido con Ron al Coachlight. No conocía a Debbie Carter, no estaba seguro de haberla visto alguna vez y no tenía ni idea de dónde vivía. Pero, puesto que ahora los investigadores estaban sobre la pista de Ron Williamson y, al parecer, trabajaban siguiendo una descabellada teoría acerca de dos asesinos, necesitaban otro sospechoso. Fritz era su hombre.
Dennis Fritz había crecido cerca de Kansas City, donde terminó sus estudios de bachillerato y en 1971 obtuvo un título de biología por la Universidad Estatal del Sudeste de Oklahoma. En 1973, su mujer Mary dio a luz su única hija, Elizabeth. Por entonces vivían en Durant, Oklahoma. Mary trabajaba en un cercano colegio universitario y Dennis tenía un buen empleo en los ferrocarriles.
El día de Navidad de 1975, mientras Dennis trabajaba fuera de la ciudad, Mary fue asesinada por un vecino de diecisiete años de un disparo en la cabeza cuando estaba sentada en una mecedora de su sala de estar.
Dennis pasó dos años sin poder trabajar. Estaba emocionalmente trastornado y lo único que hacía era cuidar de Elizabeth. Cuando la niña empezó a ir a la escuela en 1981, consiguió sobreponerse y obtener un puesto de profesor de ciencias en un instituto de bachillerato en la ciudad de Konawa. Al cabo de unos meses se mudó a una casa de alquiler en Ada, no lejos de la casa de los Williamson y no lejos del apartamento que un día alquilaría Debbie Carter. Su madre Wanda se trasladó a vivir con él para ayudarlo en el cuidado de Elizabeth.
Encontró otro empleo como profesor de biología de noveno curso y entrenador de baloncesto en la ciudad de Noble, a una hora de camino por carretera. Fue autorizado a vivir en una pequeña caravana en el campus y los fines de semana iba y venía para poder estar con Elizabeth y su madre. Noble carecía de vida nocturna, por lo que a veces Dennis se trasladaba una noche entre semana a Ada para ver a su hija, tomar unas copas e incluso conocer a alguna chica.
Una noche de noviembre de 1981 Dennis estaba en Ada. Se moría de aburrimiento y le apetecía una cerveza, por lo que fue en su coche hasta una tienda abierta las veinticuatro horas. Aparcado fuera y sentado dentro del viejo Buick de su madre, vio a Ron Williamson tocando la guitarra y contemplando pasar el mundo ante sus ojos. Dennis también tocaba la guitarra y casualmente llevaba la suya en el asiento trasero. Ambos iniciaron una conversación sobre música. Ron dijo que vivía a unas manzanas de allí y lo invitó a una sesión improvisada de música. Ambos hombres buscaban amigos.
El apartamento era diminuto y estaba sucio, un lugar más bien triste, pensó Fritz. Ron explicó que estaba sin trabajo y vivía con su madre, la cual no soportaba ni el tabaco ni el alcohol. Al preguntarle Dennis qué hacía todo el día, contestó que por lo general dormía. Se mostraba muy cordial, conversaba con soltura y reía fácilmente, pero Fritz observó en él cierto ensimismamiento. Se pasaba un rato con la mirada perdida y de pronto lo miraba como si Dennis no se encontrara allí. Un tipo un poco raro, pensó éste.
Pero se lo pasaban muy bien tocando la guitarra y hablando de música. Al cabo de unas cuantas visitas, Fritz empezó a percibir los excesos de Ron con la bebida y sus cambios de humor. Ron, muy aficionado a la cerveza y el vodka, solía empezar a beber a última hora de la tarde, en cuanto se despertaba del todo y se apartaba de su madre. Se sentía desanimado y deprimido hasta que el alcohol le daba un subidón, momento en el cual su personalidad parecía revivir. Ambos empezaron a frecuentar los bares y locales de la ciudad.
Dennis pasó una tarde por la casa más temprano de lo habitual, antes de que Ron se hubiera reanimado con un buen trago. Conversó un rato con Juanita, una mujer muy amable pero marcada por un largo sufrimiento; apenas hablaba pero parecía estar hasta el moño de su hijo. Cuando ella se retiró, Dennis fue a buscar a Ron a su dormitorio y lo encontró mirando la pared. La habitación ponía nervioso a Ron, motivo por el cual raras veces estaba allí.
Había unas grandes fotografías de Patty, su exmujer, y de él mismo con distintos uniformes de béisbol.
—Era guapa —dijo Dennis, mirando a Patty.
—Hubo un tiempo en que yo lo tenía todo —repuso Ron con tristeza y amargura. Tenía veintiocho años y se había dado completamente por vencido.
Ir de bar en bar constituía siempre una aventura. Ron jamás entraba discretamente en un local y, una vez dentro, esperaba ser el centro de atención. Uno de sus numeritos preferidos consistía en presentarse elegantemente vestido como acaudalado abogado de Dallas. En 1981 ya había pasado suficiente tiempo en las salas de justicia como para conocer la jerga y las poses, de tal manera que el «número de Tanner» lo interpretaba en los locales de todo Norman y Oklahoma City.
Dennis permanecía en segundo plano y disfrutaba del espectáculo. Le dejaba todo el espacio a Ron. Pero ya empezaba a cansarse de aquellas aventuras. Una salida nocturna con Ron solía suponer algún incidente y un final inesperado.
Una noche del verano de 1982, regresaban a Ada tras haber pasado horas en los bares cuando Ron dijo que le apetecía ir a Galveston. Dennis había cometido el error de contarle una historia acerca de la pesca en alta mar en aguas de Galveston y Ron había contestado que él siempre había querido probarlo. Ambos estaban bebidos y un viaje imprevisto de ocho horas no les parecía demasiado descabellado. Iban en la camioneta de Dennis, pues, como siempre, Ron no tenía coche, ni permiso ni dinero para la gasolina.
El curso del instituto había terminado y Dennis llevaba un poco de dinero en el bolsillo; por consiguiente, ¿por qué no irse de pesca? Compraron unas cervezas más y se dirigieron al sur.
En algún lugar de Tejas, Dennis dijo que necesitaba echarse un sueñecito y Ron se puso al volante. Cuando Dennis despertó, había un extraño negro en la parte de atrás de la camioneta.
—He recogido a un autoestopista —explicó con orgullo Ron.
En algún punto de Houston poco antes del amanecer, se detuvieron en una tienda abierta toda la noche para comprar cerveza y comida y, al regresar, la camioneta había desaparecido, robada por el autoestopista. Ron dijo que había olvidado las llaves en el contacto y, pensándolo mejor, reconoció que no sólo había dejado las llaves puestas sino que probablemente también el motor en marcha. Se bebieron las cervezas y reflexionaron acerca de su mala suerte. Fritz insistía en llamar a la policía pero Ron no estaba tan seguro. Ambos discutieron y al final Dennis llamó de todos modos. Cuando el agente hubo escuchado su historia, se les rio en la cara.
Se encontraban en una zona bastante mala de la ciudad, pero encontraron un Pizza Hut. Tomaron una pizza, apuraron varias jarras de cerveza y echaron a andar por la ciudad, completamente perdidos. Al amanecer, tropezaron con un tugurio para negros y Ron decidió entrar para ver qué se cocía allí dentro. Era una locura, pero Dennis no tardó en comprender que probablemente estarían más seguros dentro que fuera. En la barra, Dennis bebió pausadamente una cerveza y rezó para que nadie se fijara en ellos. Como era de esperar, Ron se puso a hablar a gritos para llamar la atención. Vestía traje y corbata y ya estaba interpretando al importante abogado de Dallas. Dennis, preocupado por su camioneta, rogaba que no les pegaran un navajazo mientras su compinche desgranaba historias acerca de su íntimo amigo Reggie Jackson, el gran beisbolista.
El encargado del local era un sujeto llamado Cortez que muy pronto hizo buenas migas con Ron. Cuando éste contó la historia de la camioneta robada, Cortez se mondó de risa. Cuando cerró el local, Ron y Dennis se fueron en el automóvil de Cortez, cuyo apartamento quedaba cerca, pero no disponía de suficientes camas. Los dos blancos durmieron en el suelo.
Dennis despertó con una resaca monumental, frustrado por el robo de su camioneta y ansioso por regresar a Ada. Sacudió a Ron para despertarlo de su coma y juntos convencieron a Cortez, a cambio de una pequeña remuneración, de que los acompañara hasta un banco donde Dennis pudiera retirar un poco de dinero. Una vez en el banco, Cortez esperó en el automóvil mientras Ron y Dennis entraban. Dennis consiguió sacar el dinero y, cuando salían, vieron acercarse de todas direcciones media docena de vehículos policiales que rodearon a Cortez. Unos agentes fuertemente armados lo sacaron del automóvil y lo arrojaron al asiento trasero de uno de los suyos.
Ron y Dennis retrocedieron al interior del banco, evaluaron la situación y optaron por una precipitada salida por el otro lado. El viaje de regreso a casa en autocar resultó largo y doloroso. Dennis estaba hasta la coronilla de Ron y furioso porque hubiera dejado que les birlaran la camioneta. Juró no volver a verlo durante una buena temporada.
Un mes más tarde, Ron llamó a Dennis para invitarlo a salir. Desde la pesadilla de Houston la amistad entre ambos se había enfriado. Al profesor le gustaba salir a tomarse unas cervezas y bailar un poco, pero siempre mantenía el control. Ron le parecía bien cuando ambos tomaban un trago y tocaban la guitarra en su apartamento, pero, en cuanto entraba en un bar, podía ocurrir cualquier cosa.
Dennis acudió a casa de Ron y éste explicó que iba a ser una noche muy corta, ya que más tarde tenía una cita con una chica. Su mujer llevaba siete años muerta y él deseaba consolidar una relación estable. Ron no; las mujeres eran para él sexo y nada más.
Pero, aun así, resultó muy difícil quitarse a Ron de encima. E incluso cuando Dennis fue a ver a su amiga, Ron lo acompañó. Cuando al final se dio cuenta de que no era bien recibido, se marchó furioso, pero no a pie: cogió el automóvil de Dennis y se dirigió a casa de Bruce Leba. Dennis Fritz pernoctó en casa de la mujer y cuando se levantó a la mañana siguiente descubrió la desaparición del coche. Denunció el hecho a la policía y después llamó a Bruce para ver si había visto a Ron. Bruce accedió a conducir de nuevo a Ron y el vehículo robado a Ada, donde fueron detenidos por la policía. Se retiraron las acusaciones, pero Dennis y Ron pasaron varios meses sin hablarse.
Fritz se encontraba en su casa de Ada cuando recibió una llamada del detective Dennis Smith. Quería que fuera a la comisaría a contestar unas preguntas. ¿Qué clase de preguntas? «Ya se lo diremos cuando venga», respondió Smith.
Fritz obedeció a regañadientes. No tenía nada que ocultar pero cualquier encuentro con la policía lo ponía nervioso. Smith y Gary Rogers le preguntaron acerca de su relación con Ron Williamson, al que llevaba meses sin ver. Al principio, las preguntas fueron más bien de tipo práctico, pero poco a poco se transformaron en acusadoras.
—¿Dónde estaba usted la noche del siete de diciembre?
Dennis no estaba muy seguro; necesitaba tiempo para recordarlo.
—¿Conocía usted a Debbie Carter?
No. Y así sucesivamente. Al cabo de una hora, Fritz abandonó la comisaría, molesto por estar incluido en aquella investigación.
Smith volvió a llamarlo y le preguntó si accedía a pasar por el detector de mentiras. Con su preparación científica, Fritz sabía que esos artilugios son muy poco fiables, por lo que prefería no someterse a la prueba. No obstante, él jamás había visto a Debbie Carter y deseaba demostrárselo a Smith y Rogers. Al final accedió a regañadientes y la prueba se programó en la sede del OSBI en Oklahoma City. A medida que se acercaba el día, Fritz se iba poniendo más nervioso; para tranquilizarse, se tomó un Valium la víspera.
La prueba la llevó a cabo el agente del OSBI Rusty Featherstone mientras Smith y Rogers aguardaban. Cuando terminó, los policías se inclinaron sobre los gráficos, sacudiendo la cabeza con pesar.
Fritz fue informado de que había «fallado seriamente» en la prueba.
—Imposible —atinó a responder.
—Usted oculta algo —le dijeron.
Fritz reconoció que estaba nervioso y finalmente admitió que se había tomado un Valium. Eso preocupó a los policías, que insistieron en que se sometiera a otra prueba. Fritz no tuvo más remedio que acceder.
Una semana más tarde, Featherstone trasladó el polígrafo a Ada y lo instaló en el sótano de la comisaría. Fritz estaba todavía más nervioso que antes, pero contestó a las preguntas con soltura y sinceridad.
Volvió a «fallar seriamente», sólo que esta vez fue mucho peor, según Featherstone, Smith y Rogers. El interrogatorio posterior al detector de mentiras se inició con brusquedad. Rogers, en el papel de policía malo, empezó soltando juramentos y amenazas y le espetó:
—Coño, Fritz, usted oculta algo y nos lo va a decir.
Smith trató de interpretar el papel de policía bueno, pero era un truco muy burdo y demasiado visto.
Rogers iba vestido de vaquero, con botas y todo, y se paseaba por la sala con expresión amenazadora, profiriendo maldiciones y hablando del corredor de la muerte y las inyecciones letales. De repente se abalanzó sobre Fritz, le empujó el pecho con los dedos y le dijo que iba a confesar aunque tuvieran que estar todo un año en aquella sala lóbrega. Fue una actuación temible, pero no demasiado eficaz. Fritz decía una y otra vez:
—Quítese de mi vista.
Al final, Rogers lo acusó directamente de la violación y asesinato de Debbie Carter. Su lenguaje se volvió todavía más agresivo mientras describía cómo Fritz y su compinche Ron Williamson habían entrado en el apartamento de la chica para violarla y matarla. Y le exigió una confesión so amenaza de cortarlo en trocitos.
Sin pruebas, la sola confesión no resolvería el caso, pero aun así los policías trataban de arrancársela a cualquier precio. Sin embargo, él se mantuvo en sus trece. No tenía nada que confesar, pero, tras pasar dos horas aguantando agresiones verbales, decidió darles algo. Les contó la historia del viaje que él y Ron habían hecho a Norman el verano anterior, una agitada noche de bares en busca de chicas, una de las cuales había subido al asiento de atrás del coche de Dennis y se había puesto histérica cuando él no le permitió bajar. Al final, la chica saltó fuera, huyó corriendo y llamó a la policía mientras Ron y Dennis dormían en el automóvil en un aparcamiento, ocultándose de la policía. No se presentó ninguna denuncia.
El relato pareció satisfacer a los policías, por lo menos durante unos minutos. Su principal interés era Williamson y ahora ya disponían de pruebas de que él y Fritz eran amigos y compañeros de francachelas. Fritz no tenía muy claro qué relevancia podía tener eso en el caso Carter, pero es que, en realidad, casi todo lo que decían los policías no tenía ningún sentido. Fritz sabía que era inocente y, si Smith y Rogers lo perseguían a él, el verdadero asesino no tenía nada que temer.
Tras pasar tres horas machacándolo, los policías decidieron dejarlo. Estaban convencidos de que Fritz estaba implicado en el caso, pero éste no se resolvería sin una confesión. Se necesitaba una buena labor policial, por cuyo motivo empezaron a seguir a Fritz por toda la ciudad, hostigándolo cada poco sin ningún motivo. Varias veces al despertar por la mañana veía un coche de la policía delante de su casa.
Fritz entregó voluntariamente muestras de cabello, sangre y saliva. ¿Por qué no? No tenía nada que ocultar. La idea de hablar con un abogado cruzó fugazmente por su cabeza, pero ¿para qué molestarse? Era inocente y la policía no tardaría en darse cuenta.
El detective Smith escarbó en el pasado de Fritz y descubrió una condena en 1973 por cultivo de marihuana en la ciudad de Durant. A continuación, un agente de Ada se puso en contacto con el instituto de Noble donde Dennis trabajaba como profesor e informó a la dirección de que Fritz no sólo estaba siendo investigado por asesinato, sino que además tenía en su haber una condena por droga que sin duda había olvidado mencionar cuando se había presentado para la plaza de profesor. Fritz fue despedido de inmediato.
El 17 de marzo, Susan Land recibió en el OSBI «cabellos y vello pubiano de Fritz y Williamson», remitidos por Dennis Smith.
El 21 de marzo, Ron se presentó en la comisaría y se sometió voluntariamente a la prueba del detector de mentiras, practicada por B. G. Jones, otro interrogador del OSBI. Jones afirmó que los resultados eran imprecisos. Ron entregó también una muestra de saliva. Una semana más tarde, ésta se envió al OSBI junto con una muestra de Dennis Fritz.
El 28 de marzo, Jerry Peters del OSBI completó el análisis de las huellas digitales. En su informe señalaba de manera inequívoca que la huella palmar en la muestra de pladur no pertenecía a Debbie Carter, Dennis Fritz o Ron Williamson. El informe habría tenido que ser una buena noticia para la policía. En cuanto encontraran una huella palmar que coincidiera, tendrían al asesino.
En cambio, la policía comunicó a la familia Carter que Ron Williamson era su principal sospechoso. Aunque no disponían de suficientes pruebas, seguían todas las pistas y lenta y metódicamente estaban perfilando una acusación formal. No cabía duda de que era el sospechoso perfecto: se comportaba de manera muy rara, tenía horarios extravagantes, vivía con su madre, carecía de trabajo, era conocido por su afición por las mujeres, frecuentaba los bares y tabernas y, lo peor, vivía muy cerca de la escena del crimen. Siguiendo un atajo a través del callejón de atrás de la manzana, podía plantarse en el apartamento de Debbie Carter en pocos minutos.
Además, había tenido aquellos dos problemas en Tulsa. Aquel hombre tenía que ser un violador, por mucho que los jurados hubieran dicho lo contrario.
No mucho después del asesinato, Glenna Lucas, la tía de Debbie, recibió una llamada y una anónima voz masculina le dijo: «Debbie está muerta y tú serás la siguiente en morir». Glenna recordó horrorizada aquella advertencia escrita con laca de uñas: «Jim Smith será el siguiente en morir». La similitud le provocó un ataque de pánico, pero, en lugar de comunicarlo a la policía, llamó al fiscal de distrito.
Bill Peterson, un corpulento joven perteneciente a una destacada familia de Ada, llevaba tres años en el cargo. Su distrito abarcaba tres condados —Pontotoc, Seminole y Hughes— y su despacho estaba ubicado en los juzgados del de Pontotoc. Conocía a los Carter y, como todos los fiscales de pequeñas localidades, anhelaba encontrar un sospechoso sólido y resolver el horrible caso. Smith y Rogers lo iban poniendo al día de las investigaciones.
Glenna le describió la llamada anónima a Bill Peterson y ambos coincidieron en que el comunicante y el asesino era probablemente Ron Williamson. Sólo con dar unos pasos desde su apartamento del garaje hasta el callejón de la manzana podía ver el apartamento de Debbie. Y bajando por el camino particular de la casa de su madre, podía ver la casa de Glenna. Estaba justo en medio, aquel hombre sin empleo que seguía horarios tan extravagantes y se dedicaba a contemplar el barrio.
El fiscal ordenó la instalación de un dispositivo de grabación en el teléfono de Glenna, pero no hubo más llamadas.
Su hija Christy de ocho años era plenamente consciente de la dura prueba que estaba atravesando la familia. Glenna no se apartaba de su lado, jamás permitía que se quedara sola o utilizara el teléfono, y se había asegurado de que la vigilaran muy de cerca en la escuela.
En la casa y en la familia se hablaba bastante acerca de Williamson. ¿Por qué había matado a Debbie? ¿A qué esperaba la policía para detenerlo?
Las habladurías y los rumores seguían su curso. El miedo se extendió rápidamente por el barrio y después por toda la ciudad. El asesino andaba suelto y todo el mundo conocía su nombre. ¿Por qué la policía no hacía nada?
Un año y medio después de su última sesión con la doctora Snow, estuvo claro que Ron necesitaba abandonar las calles. Su caso requería un largo tratamiento en un centro especializado. En junio de 1983, una vez más a instancias de su madre, efectuó el ya habitual recorrido a pie hasta la clínica psiquiátrica de Ada. Allí pidió ayuda, aduciendo que estaba deprimido y no se encontraba en condiciones de hacer nada. Lo enviaron a otro centro de Cushing donde Al Roberts, orientador de rehabilitación, estudió su caso. Observó que el C.I. de Ron era de 114, «dentro de la franja brillante-normal de la actividad intelectual», pero cabía la posibilidad de que estuviera sufriendo cierto grado de deterioro cerebral a causa del abuso de alcohol.
Roberts escribió: «Este hombre está pidiendo ayuda a gritos». Ron se mostraba inseguro, tenso, preocupado, nervioso y deprimido.
Es una persona muy inconformista y no soporta la autoridad. Su conducta tiende a ser excéntrica e imprevisible. Le cuesta dominar sus impulsos. Es muy receloso y desconfía de quienes lo rodean. Carece de habilidades sociales y se siente muy incómodo en situaciones sociales. No se responsabiliza de sus actos y es probable que sufra accesos de furia u hostilidad como defensa para evitar que lo hieran. Ve el mundo como un lugar hostil y amenazador y se defiende mostrándose violento o bien retraído. Ron parece muy inmaduro y ofrece una imagen indolente.
Ron presentó una instancia para matricularse en un programa de preparación vocacional en la East Center University de Ada. Señaló que deseaba obtener un título en química o, como alternativa, en educación física para dedicarse a entrenar. El examinador era Melvin Brooking, un auxiliar de psicología de la sección de Rehabilitación Vocacional.
Brooking conocía bien a Ron y los Williamson, puede que demasiado bien. Sus observaciones acerca del aspirante estuvieron cuajadas de anécdotas y se refería a él como «Ronnie».
En el apartado de actividad deportiva, Brooking escribió: «No sé qué clase de estudiante era Ronnie en el instituto, pero fue un destacado deportista, aunque siempre tuvo el inconveniente de las rabietas, tanto dentro como fuera del campo, y de una conducta generalmente grosera e inmadura y una actitud egocéntrica y arrogante. Su comportamiento de estrella, su incapacidad para relacionarse con la gente y su falta de respeto por las normas y las reglas lo convirtieron en un jugador inadecuado».
Y acerca del fracaso de su matrimonio: «Se casó con una chica muy guapa, una antigua Miss Ada, pero al final ella no pudo soportar sus cambios de humor y su incapacidad para ganarse la vida y se divorció de él».
Era bien sabido que Ron era muy aficionado al consumo de alcohol y droga. Brooking observó: «Ronnie ha tenido serios problemas con el consumo de alcohol y de droga en el pasado. Ha sido un asiduo consumidor de pastillas; al parecer buscaba automedicarse para superar su grave depresión. Dice que ya no bebe ni consume drogas».
Brooking le diagnóstico trastorno bipolar:
El trastorno bipolar significa que experimenta marcados cambios de humor, de la máxima euforia a estados depresivos rayanos en el estupor. Lo diagnostico como un sujeto depresivo porque es así como suele sentirse casi siempre. Sus euforias maníacas suelen estar provocadas por la droga y son de muy breve duración. En el transcurso de los últimos tres o cuatro años ha estado gravemente deprimido, viviendo en la habitación de atrás de la casa de su madre, durmiendo casi todo el rato, sin apenas trabajar y dependiendo por entero de quienes lo rodean para su sustento. Se ha ido tres o cuatro veces de casa y ha hecho varios intentos de rehabilitación, sin resultado.
Brooking le diagnosticó también un trastorno paranoico de la personalidad a causa de «un generalizado e injustificado recelo respecto a la gente, una hipersensibilidad y una disminución de la afectividad».
Y, para redondear la cosa, añadía la dependencia de alcohol y estupefacientes. El pronóstico era «reservado» y terminaba así: «Este joven jamás ha conseguido centrarse desde que dejó su casa hace más de diez años. Su vida ha sido una sucesión de problemas y crisis devastadoras. Sigue intentando asentar los pies en terreno firme pero de momento nunca lo ha logrado».
La tarea de Brooking era evaluar a Ron, no tratarlo. A finales del verano de 1983, el estado mental de Ron había empeorado y no estaba recibiendo la ayuda que necesitaba, que consistía en una psicoterapia a largo plazo en un centro especializado. La familia no podía sufragarla ni el estado ofrecerla, aunque cabe matizar que Ron tampoco la habría aceptado.
Su instancia a la East Center University incluía una petición de ayuda económica. Esta fue aceptada y se le notificó que tenía un cheque a su disposición en las oficinas de la universidad. Se presentó a recogerlo en compañía de dos sujetos un tanto sospechosos, ambos aparentemente muy interesados en que Ron consiguiera un poco de dinero. El cheque estaba extendido a su nombre y al de un responsable del centro, del cual se requería la firma. Ron tenía prisa pero le dijeron que tenía que hacer una larga cola para conseguir dicha firma. Sin embargo, él pensaba que el dinero era suyo y no le apetecía esperar. Sus dos acompañantes estaban deseando conseguir la pasta, por lo que Ron falsificó rápidamente el otro nombre.
Se fue con 300 dólares.
De la falsificación fue testigo Nancy Carson, la mujer de Rick Carson, el compañero de colegio de Ron que ahora era policía en Ada. La señora Carson trabajaba en la oficina de asuntos económicos y conocía a Ron desde hacía muchos años. Se quedó de piedra ante lo que acababa de ver y llamó a su marido.
Un conserje que conocía a la familia Williamson fue al salón de belleza de Juanita para contarle lo que acababa de hacer Ron. Juanita extendió rápidamente un cheque por el mismo valor para que no presentaran cargos contra Ron, y fue en su busca.
Sin embargo, al día siguiente Ron fue detenido por falsificación documentaría, delito castigado con un máximo de ocho años de cárcel. Ingresó en la prisión del condado. No pudo pagar la fianza y su familia tampoco pudo ayudarlo.
El caso Carter avanzaba muy despacio. El laboratorio del OSBI aún no había facilitado los resultados de la huella dactilar y las muestras de cabello y saliva iniciales. Se estaban procesando muestras de treinta y un hombres de Ada, incluidos Ron Williamson y Dennis Fritz. A Glen Gore aún no le habían pedido que facilitara muestras de cabello y saliva.
En septiembre de 1983, todas las muestras de cabello se encontraban sobre el escritorio atestado de papeleo atrasado de Melvin Hett, un analista capilar del OSBI.
El 9 de noviembre, en la cárcel, Ron se sometió nuevamente al detector de mentiras. La sesión, también a cargo del agente Rusty Featherstone, duró dos horas y hubo muchas preguntas antes de que Ron fuera conectado al polígrafo. Negó rotundamente haber participado o haber tenido conocimiento del asesinato. La prueba fue calificada una vez más de imprecisa y todo el interrogatorio se grabó en vídeo.
Ron se acostumbró a la vida de la cárcel. Tuvo que dejar la bebida y las pastillas, pero logró conservar su costumbre de dormir veinte horas al día. No obstante, sin medicación ni ayuda de ninguna clase, su estado mental se fue deteriorando progresivamente.
A finales de noviembre, una reclusa llamada Vicki Michelle Owens Smith le contó al detective Dennis Smith una extraña historia acerca de Ron. El policía redactó el siguiente informe:
Entre las tres y cuatro de la mañana del sábado, Ron Williamson miró por su ventanuco y vio a Vicki. Williamson le gritó que era una mala puta y la acusó de haberlo llevado a la casa de Debbie Carter y de ahora traerle el espíritu de Debbie a la celda para que le hiciera la vida imposible. Williamson pidió también a gritos el perdón de su madre.
En diciembre, un año después del asesinato, se le pidió a Glen Gore que acudiera a la comisaría para hacer una declaración. Este negó cualquier participación en el asesinato de Debbie Carter. Dijo haberla visto en el Coachlight unas horas antes de su muerte y añadió un nuevo detalle: al parecer Debbie le había pedido que bailara con ella porque Ron Williamson la estaba incomodando. Por lo visto, el hecho de que nadie más del Coachlight afirmara haber visto a Ron carecía de importancia.
Pero, a pesar de los esfuerzos de la policía por reunir los elementos necesarios para una acusación, las pruebas eran insuficientes. No se había descubierto en el apartamento de la víctima ni una sola huella que coincidiera con las de Ron o Dennis Fritz, lo cual constituía un agujero enorme en la teoría según la cual ambos habían participado en la prolongada y violenta agresión. No había ningún testigo directo y nadie había oído el menor ruido aquella noche. El análisis del cabello, que siempre resultaba dudoso en el mejor de los casos, seguía atascado en el despacho de Melvin Hett en el OSBI.
La acusación contra Ron constaba de dos pruebas «imprecisas» con el detector de mentiras, una mala fama, el hecho de vivir muy cerca de la víctima y la tardía y vaga identificación del testigo presencial Glen Gore.
La acusación contra Dennis Fritz era todavía más endeble. Un año después del asesinato, el único resultado tangible de la investigación era el despido de un profesor de ciencias de bachillerato.
En enero de 1984, Ron se declaró culpable de falsificación documentaria y fue condenado a tres años de cárcel. Lo trasladaron a un penal cerca de Tulsa, donde su extraño comportamiento no tardó en llamar la atención. De allí lo trasladaron a una unidad psiquiátrica intermedia para someterlo a observación. El doctor Robert Briody lo examinó la mañana del 3 de febrero y escribió: «Se muestra habitualmente apagado y, al parecer, es dueño de sus actos». Pero, en el transcurso de una entrevista aquella misma tarde, Briody vio a una persona distinta. Ron era «hipomaníaco, ruidoso, irritable, fácilmente excitable, presenta asociaciones inconexas, fuga de ideas, pensamientos irracionales y ciertas ideas de carácter paranoide». Aconsejó una ulterior evaluación.
Las medidas de seguridad no eran muy estrictas en la unidad intermedia. Ron descubrió un campo de béisbol cerca de allí y disfrutaba saliendo subrepticiamente por la noche en busca de soledad. Una vez un policía lo encontró durmiendo en el campo y lo acompañó de nuevo a la unidad. Tras darle una reprimenda, le pidieron que pusiera por escrito lo sucedido. Ron escribió lo siguiente:
La otra noche estaba deprimido y necesitaba un poco de tiempo para pensar las cosas. Siempre me he sentido a gusto en un campo de béisbol. Me acerqué a la esquina sudeste del campo y como un viejo perro sarnoso me acurruqué bajo un árbol. A los pocos minutos un policía me ordenó que volviera al edificio. Juntos nos dirigimos a la puerta principal y él me dijo que, como yo no estaba haciendo nada malo, olvidaría el episodio. Pero, tal como se ve, me han obligado a escribir una redacción.
Teniendo al principal sospechoso entre rejas, la investigación del caso Carter quedó prácticamente interrumpida. Transcurrieron semanas sin que apenas se hiciera nada. Dennis Fritz trabajó un breve período en una residencia de ancianos y después en una fábrica. La policía de Ada lo hostigaba de vez en cuando, pero al final perdieron el interés. Glen Gore seguía en la ciudad, más las autoridades no se fijaban en él.
La policía estaba frustrada por no haber logrado resolver el caso, y la presión estaba a punto de aumentar considerablemente.
En abril de 19844 otra joven fue asesinada en Ada y, a pesar de que su muerte no guardaba relación con la de Debbie Carter, al final acabaría ejerciendo un profundo impacto en las vidas de Ron Williamson y Dennis Fritz.
Denice Haraway era una estudiante de veinticuatro años de la East Center que trabajaba a tiempo parcial en una tienda de la cadena McAnally’s abierta las veinticuatro horas en el extremo oriental de Ada. Llevaba ocho meses casada con Steve Haraway, hijo de un conocido dentista de la ciudad y también alumno de la universidad. Vivían en un pequeño apartamento propiedad del doctor Haraway y trabajaban para pagarse los estudios.
La noche del sábado 28 de abril, sobre las ocho y media, un cliente que entraba en el McAnally’s se tropezó con la agraciada joven que trabajaba allí, quien en ese momento salía de la tienda. La acompañaba un joven, también de veintitantos años. Su brazo le rodeaba la cintura y parecían una pareja corriente de enamorados. Se acercaron a una camioneta y la chica subió por el lado del pasajero. El joven se sentó al volante y a los pocos segundos el motor se puso en marcha. La camioneta era una vieja Chevrolet gris manchada y con la pintura deteriorada.
En el interior de la tienda el cliente no vio a nadie. La caja registradora estaba abierta y vacía. Un cigarrillo humeaba todavía en el cenicero. A su lado había una lata de cerveza abierta y detrás del mostrador se podía ver un bolso marrón de mujer y un libro de texto abierto. El cliente trató de localizar a algún empleado, pero no había nadie. Entonces pensó que tal vez se había producido un atraco y llamó a la policía.
En el bolso marrón un agente encontró un carnet de conducir a nombre de Denice Haraway. El cliente examinó la fotografía y la identificó: era la joven con quien se había cruzado al entrar en la tienda menos de media hora antes. Sí, estaba seguro de que era Denice Haraway porque él pasaba a menudo por el McAnally’s y la conocía de vista.
El detective Smith ya estaba en la cama cuando recibió la llamada.
—Tratadlo como si fuera la escena de un crimen —ordenó, y volvió a dormirse.
Pero su orden no se cumplió. El encargado de la tienda vivía muy cerca y no tardó en llegar. Examinó la caja de seguridad; no la habían abierto. Encontró cuatrocientos dólares de bajo del mostrador a la espera de ser guardados en la caja, y ciento cincuenta dólares en otro cajón. Mientras aguardaban la llegada de un oficial, el encargado puso orden en la tienda. Vació el cenicero en el que sólo había una colilla y tiró la lata de cerveza. Los policías no se lo impidieron. Si contenían huellas, acababan de perderse.
Steve Haraway estaba estudiando a la espera de que su mujer regresara a casa cuando cerrara el McAnally’s a las once de la noche. Una llamada de la policía lo dejó estupefacto e inmediatamente se trasladó a la tienda, donde identificó el automóvil, los libros de texto y el bolso de su mujer. Después facilitó una descripción a la policía y trató de recordar qué ropa llevaba su mujer ese día: vaqueros azules, zapatillas de tenis y una blusa cuyo color no recordaba.
A primera hora de la mañana del domingo los treinta y tres agentes de la policía de Ada fueron llamados al servicio. Llegaron policías estatales desde los distritos vecinos. Varios grupos locales, incluidos los miembros de la fraternidad universitaria de Steve, se ofrecieron a participar en la búsqueda. El agente Gary Rogers del OSBI fue encargado de las investigaciones a nivel estatal mientras que, una vez más, Dennis Smith dirigiría a la policía de Ada. Dividieron el condado en sectores y asignaron equipos para rastrear todas las calles, autopistas, carreteras, ríos, acequias y campos.
Una empleada de JP’s, otra tienda abierta las veinticuatro horas a un kilómetro de distancia de McAnally’s, se presentó para contar a la policía acerca de unos jóvenes muy raros que habían entrado en su tienda y le habían dado un susto poco antes de la desaparición de Denice. Ambos tenían veintitantos años, llevaban el cabello largo y se comportaban de una forma muy extraña. Jugaron una partida de billar antes de alejarse en una vieja camioneta.
El cliente del McAnally’s sólo había visto a un hombre marchándose con Denice y no parecía que ésta le tuviera miedo. Su descripción aproximada coincidía con la de los dos extraños jóvenes de la tienda JP’s y, por consiguiente, la policía ya disponía de una primera pista. Buscaban a dos varones de raza blanca de entre veintidós y veinticuatro años de edad, uno de ellos entre metro setenta y metro ochenta de estatura, cabello rubio por debajo de las orejas y complexión frágil, y el otro de cabello castaño claro largo hasta los hombros y complexión delgada.
La intensa búsqueda del sábado no arrojó ningún resultado Dennis Smith y Gary Rogers ordenaron interrumpir la búsqueda para reanudarla a primera hora de la mañana siguiente.
El lunes imprimieron octavillas con el bonito rostro de Denice y una descripción general: un metro sesenta y cinco, cincuenta y cinco kilos, ojos castaños, complexión delgada. La octavilla incluía también una descripción de los dos jóvenes vistos en el JP’s junto con la de la vieja camioneta. Policías y voluntarios las repartieron por todas las tiendas de Ada y alrededores.
Un dibujante de la policía trabajó con la dependienta del JP’s para poner a punto dos bocetos. Cuando se los mostraron al cliente del McAnally’s, éste dijo que uno de ellos se parecía al joven que se había marchado con Denice. Las dos imágenes se emitieron por la televisión local y, en cuanto la ciudad pudo echar un vistazo a los dos posibles sospechosos, empezaron a producirse llamadas a la comisaría.
Ada contaba por entonces con cuatro detectives —Dennis Smith, Mike Baskin, D. W. Barrett y James Fox—, los cuales no tardaron en recibir un alud de llamadas. Más de cien, con unos veinticinco nombres de posibles sospechosos.
Dos nombres destacaban. Billy Charley fue mencionado unas treinta veces, por cuyo motivo la policía lo citó para una entrevista. Llegó a la comisaría acompañado por sus padres, los cuales afirmaron que había estado con ellos en casa toda la noche del sábado.
El otro nombre, mencionado también por unos treinta solícitos ciudadanos, fue el de Tommy Ward, un chico del lugar muy conocido por la policía. Tommy había sido detenido varias veces por faltas leves —estado de embriaguez, pequeños hurtos—, nada de carácter violento. Los miembros de su familia vivían por toda la ciudad y los Ward estaban considerados gente honrada y trabajadora que se ocupaba de sus propios asuntos. Tommy tenía veinticuatro años, era el penúltimo de ocho hermanos y había abandonado los estudios secundarios.
Se presentó voluntariamente para el interrogatorio. Los detectives Smith y Baskin le preguntaron qué había hecho el sábado por la noche. Había ido de pesca con un amigo, Karl Fontenot, luego ambos habían asistido a una fiesta donde permanecieron hasta las cuatro de la madrugada y después habían regresado a casa. Tommy no tenía coche. Los policías observaron que Ward se había cortado el cabello rubio muy corto, una chapuza no hecha por un profesional. Tomaron una fotografía Polaroid de la parte posterior de su cabeza y la fecharon el 1 de mayo.
Los sospechosos de los retratos robot tenían el cabello largo y de color claro.
El detective Baskin localizó a Karl Fontenot, al que no conocía, y le pidió que se pasara por la comisaría para responder a unas preguntas. Fontenot dijo que iría, pero no se presentó. Baskin no fue en su busca. Fontenot tenía pelo largo y oscuro.
Mientras la búsqueda seguía con la mayor urgencia en el condado de Pontotoc y alrededores, el nombre y la descripción de Denice Haraway se transmitió a todas las fuerzas del orden del país. Se recibían llamadas de todas partes, pero ninguna servía de nada. Denice había desaparecido sin más, sin dejar huella alguna.
Cuando no estaba repartiendo octavillas o recorriendo en su automóvil las carreteras secundarias, Steve Haraway permanecía en su casa acompañado por algunos amigos. El teléfono sonaba continuamente y, con cada llamada, se vivía un momento de esperanza.
No había ninguna razón para que Denice hubiera huido. Llevaban menos de un año casados y estaban muy enamorados. Ambos cursaban el penúltimo curso en la universidad y estaban deseando graduarse para mudarse a otro sitio. Se la habían llevado contra su voluntad, Steve no tenía dudas.
A cada día que pasaba aumentaban las posibilidades de que Denice no fuera encontrada con vida. Si se la había llevado un violador, la habría soltado después de la agresión. Si la habían secuestrado, habrían pedido un rescate. Corrían rumores acerca de un antiguo enamorado de ella oriundo de Tejas. Y también se rumoreaba acerca de narcotraficantes, pero en todos los delitos graves siempre se hablaba de eso.
Una vez más, Ada se estremeció de espanto. Debbie Carter había sido asesinada diecisiete meses atrás y la ciudad acababa de despertar de aquella pesadilla. Ahora las puertas se cerraban con llave, los toques de queda para los adolescentes eran más rigurosos y las tiendas registraban un considerable incremento de la venta de armas. ¿Qué estaba ocurriendo en aquella bonita ciudad universitaria con un par de iglesias en cada esquina?
Pasaron las semanas y la vida volvió lentamente a la normalidad para la mayoría de los habitantes de Ada. Pronto llegaría el verano y los niños ya habían terminado las clases. Los rumores disminuyeron pero no se apagaron del todo. Un detenido en Tejas se jactó de haber matado a diez mujeres y la policía de Ada fue a interrogarlo. En Misuri se descubrió el cadáver de una mujer con tatuajes en las piernas, pero Denice no tenía tatuajes.
Y así pasó el verano y llegó el otoño. Ni una sola novedad, ni la menor prueba capaz de conducir hasta Denice Haraway.
Y ningún progreso tampoco en el caso Carter. Con dos inquietantes crímenes sin resolver, en el departamento de policía se respiraba una atmósfera tensa y pesada. Las largas horas de trabajo no arrojaban ningún resultado. Dennis Smith y Gary Rogers estaban enteramente dedicados a los dos casos.
La presión en el caso Denice Haraway era todavía más fuerte. Un año antes de la desaparición de la chica se había producido un crimen similar en Seminole, cincuenta kilómetros al norte de Ada. Patty Hamilton, de dieciocho años, había desaparecido mientras trabajaba en una tienda abierta toda la noche. Un cliente había encontrado la tienda desierta, la caja registradora vacía y dos latas de refresco abiertas sobre el mostrador, sin que se observara el menor signo de lucha. El automóvil cerrado de la chica permanecía delante de la tienda. Había desaparecido sin dejar rastro y la policía creía que se trataba de un secuestro y asesinato.
El agente del OSBI encargado del caso de Patty Hamilton era Gary Rogers. Debbie, Denice y Patty. Rogers tenía en su mesa tres asesinatos de chicas sin resolver.
En los tiempos de los pioneros, cuando Oklahoma era todavía un territorio, Ada disfrutaba de una pintoresca y bien merecida fama de refugio para pistoleros y forajidos. Las disputas se resolvían con revólveres de seis disparos, y el más rápido en desenfundar se podía largar sin temor al castigo por parte de las autoridades. Los atracadores de bancos y los cuatreros afluían a Ada por ser todavía territorio indio y no formar parte de Estados Unidos. Los sheriffs, cuando se les podía encontrar, no estaban a la altura de los forajidos que se instalaban en Ada y sus alrededores.
Su fama de ciudad sin ley cambió drásticamente en 1909, cuando sus habitantes se hartaron de vivir atemorizados. Un respetado ranchero llamado Gus Bobbitt fue abatido por un asesino a sueldo contratado por un terrateniente rival. El pistolero y tres cómplices fueron detenidos y una fiebre de ahorcamientos recorrió la ciudad. Encabezados por los masones, los miembros más conspicuos de Ada, a primera hora de la mañana del 19 de abril de 1909 se formó una partida de linchamiento. Cuarenta miembros salieron solemnemente de la Logia Masónica que se levantaba en la esquina entre la calle Doce y Broadway en el centro de la ciudad y a los pocos minutos llegaron a la cárcel. Redujeron al sheriff, sacaron a los cuatro malhechores fuera de sus celdas y los arrastraron por la calle hasta una caballeriza. Les ataron muñecas y tobillos con alambre y después los ahorcaron ceremoniosamente.
Por la mañana un fotógrafo instaló su cámara en la caballeriza y tomó varias fotografías. Una de ellas sobrevivió a los años, una borrosa imagen en blanco y negro que muestra a los cuatro hombres colgando casi serenamente de las sogas, bien muertos. Años más tarde la fotografía se reprodujo en una postal que repartía la Cámara de Comercio de Ada.
Durante décadas, aquellos linchamientos fueron el máximo orgullo de Ada.