El lejano y ronroneante zumbido que producía la planta motriz que facilitaba la energía para iluminar todas las dependencias del búnker, aunque lejos de la zona de dormitorios y matizado por sólidas paredes de cemento armado forradas con gruesos paneles de madera, despertó al Standartenführer Günsche. En realidad, lo que le despertó, más que el ruido de la planta, fue la constante preocupación que le embargaba desde el momento en que había topado con ese extrañísimo personaje conocido como Hauptsturmführer Schultz. Por más que le daba vueltas a la cabeza, no podía dejar de culparse por su debilidad al no haber apartado de inmediato a aquel presuntuoso mequetrefe del caso.
Sus eternos miedos a ser culpable de crear una situación anormal o extraña le habían impedido prohibir a aquel ser extravagante hacerse cargo de la búsqueda del sobre marrón y, a causa de ello, estaba seguro de haber detectado una gran desolación en la última mirada del Obersturmführer Adler. Pero hasta en ese momento crítico se impuso su falta de decisión, lo que le hizo sentirse incapaz de aclarar qué pintaba aquel Hauptsturmführer Schultz en su investigación. Sobre todo, le molestaba haber sido incapaz de averiguar quién lo había introducido en el caso. Debía de haberlo aclarado de inmediato, era un dato sumamente importante. Ahora, por el simple hecho de no haber tomado la determinación de hacerlo, estaba pagando las consecuencias. En la oscuridad de su pequeña aunque confortable celda, su cabeza no dejaba de reflexionar buscando una solución. Sabía que el tiempo volaba y que el tal Schultz ya estaría llegando a Stuttgart, y por alguna razón que él desconocía en ese momento, aunque muy pronto trataría de averiguarlo, al Obersturmführer Adalbert Adler lo habían dejado al margen del viaje a aquella ciudad. Eso era algo que no comprendía, puesto que él personalmente había encargado la búsqueda del sobre al Obersturmführer y a nadie más que a él, y le había advertido sobre la importancia de mantener la búsqueda en el máximo secreto. Entonces, ¿quién había asignado al Hauptsturmführer Schultz el viaje a Stuttgart? ¿Quién o quiénes habían dejado a Adalbert Adler prácticamente fuera de la investigación? Su preocupación crecía por momentos. Cada vez estaba más confuso y era más consciente de su responsabilidad. Sabía que tenía que ponerse en marcha de inmediato, su obligación era aclarar la situación con la mayor brevedad posible.
Encendió la lámpara de la mesilla de noche y miró la hora en su reloj de pulsera: las tres y veinte de la madrugada. Demasiado temprano para iniciar la investigación; a esa hora no encontraría despierto a nadie de importancia, los puestos de responsabilidad dormían de madrugada, ya que durante las mañanas, las tardes y las noches sufrían los bombardeos de los estadounidenses, los rusos y los ingleses, a los que había que dar réplica tanto con la defensa antiaérea como con la propia Luftwaffe. Günsche sabía también que mucho menos encontraría disponible a ningún cargo responsable de la Gestapo ni de las SS. Esos dos cuerpos, ahora unificados, solían permanecer muy ocupados durante las interminables noches de la guerra. Pensó que él debería igualmente tratar de dormir hasta las seis de la mañana, esa sería una hora prudente para comenzar la investigación. Aunque una cosa era lo que él proponía a su cerebro y otra muy distinta lo que este disponía. Arrebujado entre las sábanas y las mantas, y con la almohada cubriéndole la cabeza, trataba de conciliar el sueño pensando en la nada, pero al final de la nada siempre aparecía, soez y desaliñado, el inconfundible Hauptsturmführer Schultz con su desagradable y repelente aspecto. Agotado por la desazón que le producía aquel sorprendente ataque de insomnio y buscando librarse de aquella preocupación obsesiva, decidió levantarse y situarse bajo el potente y reparador chorro de agua caliente de su ducha. Aquel vigorizante masaje, producto del batir del chorro de agua casi hirviendo en su nuca y a lo largo de su columna vertebral, realizó el milagro de estabilizar su sistema nervioso al tiempo que le hacía sentir un especial bienestar, a pesar de la falta de descanso.
Envuelto en el albornoz y con una taza de café caliente entre las manos, fue a sentarse frente al minúsculo e incómodo escritorio que tenía a su disposición junto a la cama y que jamás había utilizado porque era muy pequeño. Abrió un cajón de la mesita del que extrajo varios folios de papel en blanco donde comenzó a anotar nombres de oficiales de la Gestapo y de las SS que pudieran serle útiles para lo que pretendía. Cuando estimó que en aquella lista estaban todos los oficiales que conocía personalmente, comenzó la labor de recordar los historiales de cada uno de ellos. Conforme los analizaba, los iba desechando haciendo una tachadura sobre el nombre. Al poco rato se encontró sin nombres que analizar, excepto uno al que, curiosamente, le había hecho una marca como recordatorio. Con el pensamiento puesto en aquel oficial, recordó que alguien le había comentado que este hábil personaje se había convertido en el creador de un nuevo cuerpo dentro de las SS. Se trataba de un reducido grupo de élite femenino al servicio del espionaje y la investigación. Escribió una nota para acordarse de llamar a la División SS Polizei y junto a ella anotó el apellido del oficial, Rosenhauer, y su graduación según la recordaba: SS-Sturmbannführer.
Después de la ducha, una idea había comenzado a germinar en su cabeza y sólo esperaba que llegase pronto la mañana para ponerla en práctica. La experiencia le había enseñado que cuanto más grave era un asunto y más urgente el resolverlo, menos ruido había que hacer, y nadie mejor que él para evitar los ruidos. En eso era un auténtico maestro.
A las seis menos cinco abrió su despacho, encendió las luces y estas parpadearon con intermitencia. En la lejanía se oía el retumbar de la artillería rusa. El asedio a Berlín continuaba inmisericorde. Al pensar en ello, las imágenes de la ciudad que invadían su mente mostraron la más terrible desolación. Trató de alejar aquella representación imaginando sus calles, parques y habitantes en mejores momentos, pero su mente no obedecía, se había engolfado con los bombardeos y las consecuencias del inmisericorde trabajo realizado por la artillería rusa, y le mostraba aquellas escenas cada vez con más dureza. Pensó entonces en la importancia que adquiría el sobre marrón ante la situación que se avecinaba a pasos de gigante y logró alejar, al menos por el momento, las perturbadoras visiones que habían impregnado su cerebro.
Unos golpes en la puerta terminaron por devolverlo a la realidad. Fue hasta ella, abrió, y allí estaba Traudl, la secretaria del Führer, quien con una mirada de tristeza le mostraba el limitado contenido de una pequeña bandeja.
—Es todo lo que podemos desayunar hoy… —mencionó con pesadumbre.
—Gracias —dijo Günsche aceptando la bandeja. Y añadió con un gesto de amargura—: Habrá otros que dispongan de menos.
Traudl, respetuosa, cerró la puerta con gesto de resignación. Günsche depositó la bandejita a un lado de su escritorio y tomó un sorbo de café sin probar ni un bocado del pan de centeno y la mantequilla que lo acompañaban. En aquel momento no hubiese podido tragar nada sólido, su garganta no lo habría aceptado. Una total desgana invadía su organismo y le provocaba un asco infinito. Sólo el café se imponía a la náusea.
Con vistas a superar aquel desagradable momento tomó en sus manos la agenda y buscó con interés el número de teléfono de la División SS Polizei. Tres minutos más tarde tenía al otro lado de la línea al Sturmbannführer Rosenhauer.
—Buenos días, mayor, le habla el Standartenführer Günsche. Tengo verdadera urgencia en hablar personalmente con usted. ¿Podría acercarse a mi oficina durante la próxima hora?
—¿En el Estado Mayor? —preguntó Rosenhauer.
Günsche sabía que nadie se atrevía a llamar al búnker por su nombre, por lo que respondió:
—Efectivamente. A partir de este momento estaré esperándole.
Treinta y cinco minutos más tarde entraba por la puerta de su oficina el Sturmbannführer Blaz Rosenhauer y, tras saludar con su mano en alto y estrechar la de Günsche, tomó asiento en una de las dos pequeñas butacas disponibles frente a la mesa de despacho.
Al Standartenführer le había impresionado en principio la gran altura y extremada delgadez del mayor, en quien, por otra parte, destacaban también otros rasgos, como el pronunciado y afilado tamaño de su nariz y una raya por boca sin labios que dotaba a su rostro, junto con los pequeños puntos que tenía por ojos, de un semblante cercano a la caricatura. A pesar de su especial talla, vestía con corrección y lucía una imagen de pulcritud, aunque de su uniforme emanase un fuerte olor a incienso quemado mezclado con betún al que el Standartenführer no fue ajeno. Tras observarse mutuamente por unos segundos, Günsche rompió el silencio.
—Para comenzar, le diré que tengo muy buenas referencias sobre usted.
—Espero que sean tan buenas como las que tengo yo sobre usted —respondió Rosenhauer entrecerrando los ojos—. Con mucho menos me conformaría.
—Agradezco sus cumplidos —dijo Günsche mientras mostraba una leve sonrisa.
Tras estas palabras, se quedó mirando a Rosenhauer en silencio. Trataba de despojarse de un pensamiento que bloqueaba su mente y le incitaba a preguntarse el porqué de la presencia de tan extraños personajes en su vida. Tanto el Hauptsturmführer Schultz como el Sturmbannführer Rosenhauer eran dignos de que los exhibieran en una caseta de feria. Interlocutores inolvidables una vez vistos que, por una curiosa jugarreta del destino, habían aparecido en su camino de repente y, además, se habían hecho imprescindibles para el logro de sus propósitos. Para disimular la pausa, Günsche no tuvo más remedio que recurrir a una mentira piadosa:
—Perdone, pero estaba pensando que sólo puedo ofrecerle una taza de café, si es que queda.
—No se moleste, en estos momentos sería un abuso y una falta de respeto aceptarla. En cualquier caso, queda pendiente.
—Gracias —aceptó Günsche. E, inclinándose hacia delante y apoyando sus brazos en la mesa con un estudiado ademán que denotaba confidencialidad, comenzó a decir—: Tengo entendido que está usted a cargo de un nuevo cuerpo en las SS.
—Efectivamente —respondió Rosenhauer.
—¿Es sólo un proyecto o un hecho consumado?
—Es un hecho consumado con excelentes resultados, Standartenführer.
—No tenía noticia.
—En realidad no nos promocionamos, sino todo lo contrario. Verá, cuanto menos se conozca el trabajo de mis pupilas, mejores resultados obtendremos y menores riesgos correremos. Se trata de una profesión muy sacrificada para la que hay que gozar de una cabeza muy bien amueblada.
—Me lo imagino. ¿Y me asegura usted que ese nuevo cuerpo funciona?
—Mucho mejor de lo que esperábamos en principio.
—Le ruego que me responda a la siguiente pregunta con la mayor sinceridad: ¿hasta qué grado de confianza y seguridad podemos llegar con sus pupilas, como usted las llama?
—Perdone, Standartenführer, pero no entiendo su pregunta.
—Trataré de ser más claro: en un caso extremo, ¿podríamos poner en sus manos un secreto de Estado?
—Yo le diría que no en todos los casos podemos llegar a ese nivel de confianza, pero puedo asegurarle que dispongo de un par de agentes de absoluta garantía. ¿Puedo saber de qué se trata?
—Llegado el momento, por supuesto, pondría toda la información a su disposición. En cualquier caso, sería imprescindible que se la diera, porque supongo que usted aleccionará a su gente dependiendo de cada circunstancia que se les presente.
—No sólo aleccionarla, hay que montar una estrategia para cada caso y mantener una apropiada vigilancia y protección por parte de todo un equipo de apoyo. Es la única manera de garantizarnos el éxito.
—Ya veo —aceptó Günsche en un suspiro. Después dudó, como si no se atreviese a hacer la siguiente pregunta, hasta que, decidido y mirando fijamente a los ojos de Rosenhauer, encontró las palabras—: ¿Conoce usted a un miembro de la Gestapo que responde al grado y apellido de Hauptsturmführer Schultz?
Rosenhauer quedó pensativo por un instante, parecía estar a punto de responder con un no rotundo cuando, de pronto, pareció recordar algo:
—Conozco a uno, pero no creo que estemos hablando del mismo Hauptsturmführer. Sé de buena fuente que al que yo conozco están a punto de expulsarlo del cuerpo.
—Hablamos del mismo —afirmó con una sonrisa de satisfacción Günsche—. Estoy seguro. Es más, con esos antecedentes podemos entrar de lleno en materia.
Media hora más tarde habían llegado a un acuerdo. La agente especial de las SS Brunhilde Zihmer, políglota y una experta investigadora, se haría cargo del caso.