21

Al día siguiente, que era domingo, fuimos en coche a Evanston para almorzar con Ivy. Comí demasiado, estuve mucho rato jugando al sol y me pasé el viaje de vuelta medio amodorrada y con una intensa sensación de plenitud.

—Tengo que encargarme de unos asuntos en el Destiny —me dijo Evan—. ¿Te importa?

—Por supuesto que no. Puedo hacer el equipaje mientras tanto. Pero esta noche sigue en pie mi plan de prepararte la cena, ¿eh? Mi vuelo sale a las ocho de la mañana, así que quiero pasar la noche contigo.

—Hecho —dijo—. ¿Y ya tienes cerrado tu vuelo de vuelta para el miércoles?

Le contesté afirmativamente con la cabeza. Había decidido que tenía que comunicarles mi decisión a mis padres en persona, y como me sentía más cómoda en terreno conocido, quería ir esa misma semana, mientras pasaban unos días en la casa de California.

—Volveré sobre las siete —me prometió Evan cuando me dejó en el ático.

Me puse unos tejanos y una camiseta, y luego tomé un taxi para ir a Fox & Obel, de donde volví con dos bolsas llenas. Había comprado más comida de la que necesitábamos, estaba segura, pero quería que todo fuese perfecto.

Acababa de dejar una de las bolsas en el suelo para pulsar el botón del ascensor cuando Kevin entró en el vestíbulo.

—Deja que te ayude con eso —dijo, recogiendo la bolsa.

—No importa, ya lo hago yo. —Agarré la bolsa—. ¿Qué quieres, Kevin?

—Tenemos que hablar.

—Creo que no tenemos nada de que hablar.

Me enseñó su placa.

—Sí —insistió—. Sí tenemos algo de que hablar.

—Ah, pues… —De pronto sentí una punzada de miedo. ¿Estaría al corriente de lo de Neely? ¿Sabría lo del manuscrito? Hice todo lo posible por mantener un tono de voz firme—. ¿A qué viene todo esto?

—Está relacionado con tu novio —contestó, con una voz acerada—. Hablemos arriba.

Asentí, sin añadir una palabra, y luego lo seguí al interior del ascensor. Una vez en el ático, me dirigí directamente a la cocina, con la esperanza de aprovechar ese momento para recobrar la serenidad, pero cuando regresé a la sala de estar no me sentía en absoluto serena. Me senté con la espalda recta en una silla, lo miré fijamente y le dije que fuese al grano.

—Puedo encerrar a esos hijos de puta —dijo, sin más preámbulos.

—¿A quién te refieres?

—No finjas que no sabes de quién hablo —dijo—: Evan Black, Tyler Sharp y Cole August.

—Escupió los nombres y el corazón se me encogió un poco más al oír cada nombre.

—¿Encerrarlos? —pregunté, tratando de aparentar aburrimiento y mucha seguridad—. ¿Por qué, exactamente?

—Por violar la Ley Mann. —Sus palabras me resultaron escalofriantes.

Quise decirle que no tenía ni idea de lo que era la Ley Mann, pero era mentira. Mi padre había participado en numerosos grupos de trabajo y había pasado muchas horas discutiendo con mi madre sobre la utilidad de la Ley Mann para combatir la trata de mujeres.

—¿Qué estás insinuando? —le pregunté con frialdad.

—Esos cabrones trafican con prostitutas. Traen a las mujeres a través de las fronteras estatales con el propósito de explotarlas con fines sexuales, y tengo la intuición de que una vez que abramos la puerta y escarbemos un poco más, encontraremos cosas peores: trata de blancas, drogas… Toda clase de mierda. Están metidos hasta el cuello, Angie, y cuanto más tiempo sigas ligada a ellos, más te hundirás tú también.

Sentí un mareo y me di cuenta de que llevaba sacudiendo la cabeza casi desde el instante en que había empezado a hablar.

—¿Por qué me lo cuentas?

—Porque tienes que saberlo —dijo—. Y porque me vas a ayudar.

—No. —Me levanté—. Te equivocas. Es imposible que Evan esté metido en algo así, y no pienso ayudarte a detenerlo.

—Siéntate —dijo bruscamente.

Le obedecí.

—Tengo testigos que están dispuestos a hablar, pero necesito algo más.

«Testigos». Era como si la palabra parpadease en grandes letras rojas en el aire. Aquello no podía ser verdad, así que ¿cómo podía tener testigos?

Me di cuenta de que Kevin continuaba hablando.

—¿Qué? —exclamé, pestañeando—. Espera un momento. ¿Qué has dicho?

—He dicho que te necesito. Vas a llevar un micrófono.

—Y una mierda.

—Vas a hablar con tu novio —prosiguió, como si yo no hubiera dicho nada—. Vas a conseguir que te confiese lo que está haciendo, y entonces verás que tengo razón.

—No la tienes —le dije. Nunca podría creer que los caballeros de Jahn tuvieran algo que ver con esa mierda.

Kevin siguió hablando como si yo no hubiera dicho ni una sola palabra.

—Y la razón por la que sé que vas a hacerlo es porque, lo quieras o no, todo eso está relacionado contigo. Estás saliendo con él, ¿verdad? Pues tú también estás involucrada en el asunto. No es una situación nada aconsejable, Angie. Y, desde luego, no es una situación nada aconsejable para tu padre —añadió, y un escalofrío me recorrió toda la espalda—. Sobre todo teniendo en cuenta que tiene previsto presentarse a la vicepresidencia. Como la prensa se entere de algo así, estará acabado.

—Eres un cabrón de mierda.

—No soy yo el cabrón de mierda. El cabrón de mierda es Evan, él y sus amigos. —Se puso de pie—. Volveré mañana. Quiero que me des una respuesta entonces. Y, Angie —añadió—, más te vale que la respuesta sea sí.

Me quedé sentada mientras Kevin se marchaba y allí seguía horas más tarde, cuando llegó Evan. Ni siquiera lo oí cuando Peterson le dejó entrar. Ni siquiera me di cuenta de que estaba en el apartamento hasta que se sentó al borde de la mesita de café, enfrente de mí.

Me había puesto una manta alrededor de los hombros, pero incluso debajo de la tela de franela tenía los músculos entumecidos por el frío.

—¿Estás enferma? —preguntó Evan, inclinándose para apoyar una cálida mano sobre mi frente.

Negué con la cabeza.

—Quieren que lleve un micrófono —dije, y vi que dejaba caer los hombros, sabiendo exactamente a qué me refería.

—Kevin —dijo—. Vaya cabronazo.

—Dice que estás metido en negocios relacionados con la prostitución. Que estás violando la Ley Mann. Que tengo que vigilarte… espiarte. Y dice que si no lo hago, todo eso salpicará a mi padre.

Se levantó, deslizándose de la mesa, para arrodillarse delante de mí, con una expresión afable.

—Cariño —dijo—, podemos solucionarlo.

Sacudí la cabeza y luego lo miré a los ojos.

—Podría destruir a mi padre.

Me miró con recelo.

—¿Qué vas a hacer, Lina?

—Lo que tengo que hacer —le dije—. Lo que puedo hacer.

—Dímelo.

—Voy a ir a California, como tenía previsto, y llamaré a Kevin de camino al aeropuerto y le diré que me has dejado y que me voy a mudar a Washington como había planeado. Y eso significa que no le va a servir de nada ponerme un micrófono. Así dejará a mi padre tranquilo, y si tú y los chicos conseguís dejar limpio el Destiny lo antes posible, estoy segura de que te dejará en paz a ti también.

—Lina, mierda… —Se pasó las manos por el pelo, y su mirada parecía salvaje y desesperada. Casi lo envidiaba: yo no sentía nada, solo estaba helada—. Cariño, escúchame. —Me agarró las manos y las presionó con ternura—. Nadie te está castigando. Esto no ha ocurrido como consecuencia de tu ansia de cometer locuras. No tienes que cumplir ninguna penitencia. Podemos solucionarlo.

Me incliné hacia delante y lo besé.

—Te quiero —le dije—. Y ya sé que no es un castigo. Lo sé, de verdad. —Apoyé la palma de mi mano en su mejilla—. Tú más que nadie deberías entenderlo.

—¿De qué estás hablando?

—Es como lo que hiciste por tu madre y por Ivy. Hiciste unos sacrificios enormes por ellas, y los hiciste porque las querías. Bueno, pues yo te quiero. Y quiero a mi padre. Y yo no puedo vivir con la idea de que no he hecho todo lo posible para que estéis seguros los dos.

—Maldita sea, Lina.

—No. —Lo dije enseguida, con firmeza, llena de una convicción absoluta—. Por favor. Ya estoy decidida. Conozco a Kevin, y sé que es un hombre rencoroso y vengativo. Si me quedo, no se rendirá. ¿Quieres que Ivy esté segura? ¿Quieres que todo a lo que has renunciado por cerrar tus operaciones tenga sentido? Pues tienes que dejarme hacer esto.

No dijo nada. Solo me miró con unos ojos de un gris tormenta, tan tristes que tuve que apartar la mirada.

—Lo siento —le dije mientras me levantaba—. Te quiero con locura, pero por eso mismo tengo que irme.

Me sentó bien estar de vuelta en California en compañía de mi madre y mi padre, pero echaba muchísimo de menos a Evan. Y cada vez que el dolor se me hacía insoportable, me recordaba a mí misma que había tenido razones muy poderosas para marcharme de Chicago. Lo había hecho por Evan. Por mis padres. E incluso un poco por mí, porque por fin podía hacer algo por ellos, aunque no llegaran a ser conscientes del sacrificio que me suponía.

Sin embargo, no podía enterrarme por completo a mí misma, así que me armé de valor, me senté delante de mis padres y les dije que no quería trabajar en Washington.

—Me parece un lugar fascinante —dije—, y no me arrepiento de haber estudiado ni de los años que le he dedicado ni nada de eso… pero no soy yo.

—Entonces ¿por qué…? —empezó a decir mi madre, pero mi padre puso las manos sobre las de ella y la interrumpió con delicadeza.

—Siempre pensé que la política era algo más acorde con el carácter de tu hermana —dijo.

Hablaba en un tono más bien tibio, pero entreví una expresión de simpatía y comprensión en su rostro, y creo que tal vez fue la primera vez que entendí que mi padre estaba verdaderamente hecho para la política.

—Le apasionaba todo lo relacionado con la política —convine—. A mí me gusta, me parece interesante, pero no me apasiona, papá. No como a ti. No como le apasionaba a Gracie.

Asintió lentamente.

—¿Qué es lo que te apasiona?

—El arte —contesté sin dudarlo.

Inclinó la cabeza.

—Ni siquiera tendría que preguntártelo: creo que naciste con un bloc de dibujo bajo el brazo.

—Es una lástima que apenas sepa dibujar una figura de palos.

—Tonterías —dijo mi madre con devoción—, tienes mucho talento.

Me reí y la abracé.

—No es verdad —le dije—, pero sé reconocer el talento. Me gustaría dirigir una galería algún día. O trabajar restaurando obras. No sé. La verdad es que no estoy segura de cuáles son todas las opciones, pero creo que quiero volver a la universidad para averiguarlo. —Arrugué nariz mientras contenía la respiración, tratando de calibrar sus reacciones.

Mi madre fue la primera en hablar.

—Mañana mismo hablaré con Candace, ¿te acuerdas de ella? Pasó dos años trabajando con una beca de prácticas en el Louvre. Si alguien conoce los mejores centros universitarios es ella.

Intenté decir algo, pero no logré articular palabra porque tenía un nudo en la garganta y casi se me saltaban las lágrimas. En cambio, me puse a sonreír como una idiota y miré a mi padre.

Él sacudió la cabeza con fingida tristeza.

—Ahora deberé algunos favores importantes en el Capitolio —dijo—. El congresista Winslow nunca encontrará a una ayudante tan competente como habrías sido tú.

Le eché los brazos al cuello y lo abracé.

Y, por primera vez en casi ocho años, me sentí como si fuera realmente yo con mis padres, y no como si encarnase el fantasma de mi hermana.

—¿Has pensado en mudarte de nuevo a Chicago? —me preguntó mi madre unos días más tarde, mientras paseábamos por algunas de las tiendas de La Jolla—. Sé que en las universidades de allí ofrecen varios programas buenos de estudios de arte.

—Sí, lo sé —contesté—, pero no lo creo. No sé si quiero volver a la misma ciudad en la que vive Kevin.

Enarcó las cejas.

—¿El joven agente que te presentó tu padre?

—No se lo digas a papá, pero es un cretino.

—¿Sí? ¿O es que has conocido a otra persona?

Hice una mueca de fastidio.

—Había un chico —dije—, pero lo nuestro no funcionó.

—¿Por qué no? —preguntó, y me reprendí a mí misma por abrir esa puerta.

—Por un montón de cosas.

—¿Te apetece hablar de eso?

Negué con la cabeza.

—No.

Caminamos en silencio durante un buen rato.

—¿Le quieres? —insistió.

Estuve a punto de mentirle, pero no podía hacerle eso a Evan. Aunque él ya no formase parte de mi vida, no podía mentir sobre lo que sentía por él.

—Sí, le quiero.

Me miró de soslayo y pensé que me iba a dar la típica charla de madre a hija, pero en lugar de eso, dijo:

—Tu padre no fue el primer hombre al que amé.

—¿Ah, no? ¿Y quién fue?

El amago de una sonrisa afloró a sus labios.

—Eso no importa, pero era un hombre increíble y muy audaz, y con él sentía que todo era posible, siempre y cuando lo tuviera a mi lado.

—Conozco esa sensación —dije. Evan era la inyección de adrenalina que necesitaba en la vida, ese algo especial que me hacía sentir viva. Y sabía que él sentía lo mismo por mí—. ¿Te sientes así con papá?

—Quiero muchísimo a tu padre, pero nuestra relación es más serena —dijo—. Es más bien de compañerismo y compenetración. Y no tiene nada de malo, Angie. Pero si logras encontrar la pasión y el compañerismo… —Se interrumpió con una sonrisa vacilante—. Esta no es la clase de cosas que se supone que recomiendan las madres, pero yo quiero que tengas lo mejor que haya en la vida.

—Entonces ¿por qué no te casaste con él? Con el primer hombre, quiero decir.

—No me quería. O, mejor dicho, no quería que estuviera con él.

—¿Por qué no?

—Estaba metido en asuntos un poco turbios, al margen de la ley. Me dijo que no era vida para mí.

Me paré en seco, volviéndome a mirar el escaparate de una tienda para que mi madre no me viera la cara. «Jahn». Por eso había todas esas fotos suyas en aquellos álbumes, sin papá.

Porque mi padre no estaba todavía en escena, literalmente, cuando se tomaron esas fotos.

—¿Y tú estabas de acuerdo? —le pregunté en voz baja.

—Nunca quise darle muchas vueltas —contestó, aunque no le creí—. Él pensaba que me estaba salvando, que estaba haciendo una especie de sacrificio para protegerme, pero en realidad solo consiguió hacernos daño a los dos. Y creo que más tarde, con el tiempo, se arrepintió.

Me sentía vacía por dentro.

—¿Cómo lo sabes?

—Por lo que me dijo cuando lo vi años después. —Ahuyentó aquellas palabras de su pensamiento—. No importa. Nunca lo sabré con certeza.

«Pero yo sí que lo sabía», me di cuenta. Por eso Jahn había guardado todas aquellas fotos.

¿Y qué me había dicho hacía años? «Sarah es especial».

«Sí —pensé—, sí que lo es». Y a pesar de que quería a mi padre con locura, no podía evitar sentir una mezcla de rabia y tristeza por mi madre y mi tío, y por el amor que nunca llegaron a vivir en toda su plenitud.

Hice un esfuerzo por no establecer paralelismos con mi historia con Evan, ni con el sacrificio que estaba haciendo por él. Un sacrificio que no contaba con su consentimiento, y del que empezaba a temer que acabara arrepintiéndome. Sin embargo, seguía sin saber qué otra opción tenía. No podía echar a los lobos a él o a mi padre, y en esos momentos, con Kevin esperando con impaciencia el más leve error, estaba segura de que se comerían vivos a aquellos dos hombres a los que tanto quería.

Me esforcé por mostrarme más alegre durante el resto de nuestra salida de compras, y cuando volvimos a casa, cargadas de bolsas, los dos nos reíamos a carcajadas de los trajes tan horribles que nos habíamos probado en una de las tiendas.

—Tendrías que haberte comprado el de color rosa —dijo mi madre.

—¿Estás loca? Parecería una muñeca pepona. —Estaba a punto de contestarle que ella debería haberse comprado aquel bodrio de caftán azul, pero habíamos llegado a la sala de estar y me quedé muda. Paré en seco. Evan estaba allí, al igual que mi padre y tres hombres más a los que no reconocí, pero que iban vestidos con traje y parecían muy formales.

—Mmm, hola. ¿Qué pasa?

—Tenía unos asuntos que tratar con tu padre —dijo Evan, cosa que para mí no tenía ningún sentido en absoluto—, pero creo que ya los hemos solventado. —Se puso de pie y le tendió la mano—. Senador, ha sido un placer.

Terminó de despedirse y luego se dirigió hacia la puerta.

—Angie, ¿puedo hablar contigo?

Por la expresión en el rostro de mi madre, vi que estaba atando cabos, pero aquel no era el momento de confirmar o negar nada. Lo seguí al exterior con una sensación de alivio y alegría que hacía días que no sentía… y al mismo tiempo, enfadada con él porque hubiese ido hasta allí justo cuando yo empezaba a tener el dolor bajo control. Porque nada había cambiado.

Seguía sin haber un futuro posible para nosotros, sobre todo estando en juego la carrera de mi padre, y ver a Evan allí solo servía para echar sal en la herida.

—¿Qué narices pasa aquí? —pregunté.

—Ya está. Solucionado —dijo—. La amenaza de la Ley Mann: se acabó, está muerta y enterrada.

Lo miré boquiabierta.

—¿Cómo…?

—Hicimos un trato. Cole, Tyler y yo.

—¿Un trato? —Una mezcla de miedo y asco me revolvió el estómago, todo ello aderezado con una reacción de incredulidad—. ¿Así que Kevin tenía razón? Os dedicabais de verdad a…

—Joder, claro que no —dijo—. Todo lo contrario, de hecho. Hay una banda que opera en California y México y que hace justamente lo que Kevin nos acusaba de estar haciendo: atraer a chicas jóvenes y obligarlas a ejercer la prostitución. Nosotros nos enteramos y les hemos estado creando problemas e interfiriendo en sus planes, llevándonos a las chicas a nuestros clubes y ofreciéndoles puestos de trabajo legales. No hacemos nada ilegal, al menos no en ese terreno, pero hemos cabreado a la banda (Larry es uno de sus gorilas) y después de lo que me dijiste que Kevin te había dicho, supe que debían de haber amenazado a algunas de las chicas para que prestasen declaraciones falsas como testigos. Por eso he venido aquí a reunirme con tu padre: lleva ya varios años en un grupo de trabajo para acabar con el tráfico de mujeres. Y a cambio de inmunidad contra las falsas acusaciones de la Ley Mann, Cole y Tyler y yo vamos a colaborar con el FBI y las autoridades locales.

—En otras palabras, Kevin no tiene una mierda —le dije—. No hay nada contra ti, ni nada que pueda perjudicar a mi padre. Y como tú y papá vais a estar juntos en ese grupo de trabajo, si Kevin trata de montar algún escándalo, será él quien acabe haciendo el ridículo.

Sonrió.

—Se nota que eres la hija de un político.

—Pero… ¡es increíble! —Tanto era así que tuve que apoyarme en el capó de su coche de alquiler para no caerme—. Gracias —le dije—. Gracias por sacar a mi padre de este lío.

—De nada, pero mis razones también eran egoístas. No quiero perderte.

—Yo tampoco quiero perderte a ti —le dije—. Te echo tantísimo de menos…

—Pero tendrás que andarte con pies de plomo, porque Kevin se va a cabrear mucho y querrá vengarse de algún modo. Yo voy a dejar ese mundo, eso ya lo sabes. Estoy legalizando mis empresas y deshaciéndome de las que no puedo legalizar, cerrándolas o vendiéndoles mi parte a Tyler y Cole. Llevo tiempo con el proceso, desde que mi madre murió, y no creo que haya una sola prueba con la que Kevin pueda incriminarme, pero eso no cambia el que yo haya hecho cosas que él puede denunciar cuando quiera. Tal vez no consiga que los cargos se sostengan ante un tribunal, pero todavía puede hacernos la vida imposible.

Me agarró la mano y se llevó mis dedos a los labios.

—En resumen, mientras Kevin siga decidido a continuar hurgando en mi vida, seguiré siendo un mal partido.

Lo miré, pensando en lo que me hacía sentir cuando estaba a su lado. Pensando en los remordimientos de mi tío. De mi madre.

Pero, sobre todo, pensé en qué era lo que quería. Y lo que quería era a aquel hombre.

—Te amo, Evan. Quiero irme a casa. Y estoy dispuesta a aceptar cualquier riesgo. —Respiré hondo—. No quiero estar nunca sin ti.

—Y nunca estarás sin mí —dijo, y luego me dio un beso intenso y prolongado, y sentí que la adrenalina, esa hormona que tanto me gustaba y en cuyo origen siempre se hallaba Evan, me circulaba a raudales por las venas—. ¿Quieres volver a Chicago enseguida? —me preguntó.

Fruncí el ceño, sin saber adónde quería ir a parar.

—¿Por qué? ¿Quieres quedarte en California unos días?

—Estaba pensando que podríamos desviarnos un poco en el camino de vuelta —dijo—. ¿Qué te parece pasar un fin de semana en Italia? O podríamos hacer algo salvaje y quedarnos una semana entera allí. ¿Qué me dices?

Me eché a reír, encantada con aquel hombre, con el mundo, con el universo entero.

—Te digo que me parece absolutamente fabuloso.