—¿Quieres explicarme de qué demonios estás hablando? —Me había levantado de la cama para ir a buscar mi camisa.
Evan estaba incorporándose, todavía desnudo, y la distracción no me pareció nada oportuna.
—Cielo, cálmate.
—¿Que me calme? Acabas de decirme que yo soy el obstáculo para que puedas abandonar para siempre tus asuntos turbios. ¿Cómo quieres que me calme?
Me miró fijamente y sentí que se me apaciguaba el pulso.
—De acuerdo —dije—. Quizá ahora ya estoy un poco más calmada. —Metí los brazos por las mangas y me dejé caer sobre la cama—. Te escucho.
—El Bestiario.
Enarqué una ceja.
—Como me digas que solo has estado conmigo para intentar echarle el guante a ese libro, vamos a tener un problema muy gordo, Evan Black.
—Me dan ganas de decírtelo solo de pensar en lo increíble que sería follarte cuando estás furiosa. Pero no. El caso es que a pesar de que debería haber encontrado la manera de arrancarte el cuaderno a base de polvos o haberte seducido para que me lo dieras, o incluso habértelo robado, no he podido.
—¿Por qué no?
—Porque ese cuaderno eres tú. Y porque Jahn te lo dio a ti. Y porque significa mucho para ti.
Arrugué la frente, buscando la manera de ir un paso por delante de él.
—Pero el hecho de que no me lo hayas quitado te está causando un problema.
—Más o menos.
—Explícate —le exigí.
—Es complicado —dijo.
—Entonces simplifícalo.
—Bien —dijo—. Tu tío quería el Bestiario, pero Neely se le adelantó. Así que Jahn encargó a Cole que hiciese una falsificación.
—¿Cole? —repetí.
—¿Quieres dejarme terminar?
Levanté las manos en señal de rendición.
—Cambiamos el original por la falsificación, es decir que el original se encuentra en tu sala de estar y Neely está a punto de donar un ejemplar falso a un museo de Bélgica.
—¿De verdad que Cole hizo una falsificación? La calidad de ese trabajo debe de ser excepcional. —Estaba muy impresionada, porque había dedicado algún tiempo a estudiar las falsificaciones, y aquello era una verdadera hazaña.
—A ver, concéntrate, cariño —dijo Evan—. No supondría ningún problema si Neely mantuviese la copia en su galería privada, pero ahora está a punto de ir a un museo. Lo van a examinar, a estudiar y a analizar, y a pesar de que creo que Cole tiene mucho talento, lo más probable es que descubran que se trata de una falsificación. Y en tal caso…
—Todas las pistas conducirán hasta Cole —concluí—. Sí, lo entiendo.
—No, no lo entiendes —dijo Evan—, porque no solo conducirán hasta Cole: conducirán hasta Jahn. Eso echará a perder su empresa, su reputación y la fundación. Por no hablar de las consecuencias para mí y para Tyler.
—Entonces ¿qué quieres hacer?
—Queremos tu cuaderno —dijo, simplemente—. Y entonces los intercambiaremos de nuevo.
—Está bien —dije—. ¿Cómo puedo ayudar?
Sacudió la cabeza.
—Ya te lo he dicho, danos el cuaderno.
—¿Y luego?
—No —repuso—, de ninguna manera. Esa es exactamente la clase de cosas que tu tío no quería que hicieras. Es el tipo de historias de las que quería mantenerte alejada.
—Pues a mí me parece que no —le dije. Avancé a gatas sobre la cama hacia él y apreté la mano contra su pecho—. Creo que él quería que participara.
Evan ladeó la cabeza, y supe por su expresión que intentaba descubrir si le estaba tomando el pelo.
—¿Por qué lo piensas?
—Por la fecha del testamento —le dije—. Por la carta que te dejó —añadí—. Y porque a mí me dejó la copia, no el original.
Evan entrecerró los ojos y supe que me escuchaba con toda su atención.
—Tú crees que él te estaba dando su bendición con la carta —le dije—, pero yo creo que era algo más que eso. Creo que la carta y el testamento juntos eran su forma de decir que formaríamos un buen equipo.
—Sigue —me animó Evan. Hice amago de retirarme hacia atrás y le aparté la mano del pecho, pero él me sujetó y luego sacudió la cabeza con suavidad—. Quédate ahí —dijo—, y habla.
Me tumbé a su lado y lo agarré de la mano.
—¿Es que no lo entiendes? Jahn me conocía mejor que nadie, y ahora que me has contado en qué estaba metido, aún estoy más convencida de que tengo razón. Él esperaba que trabajásemos juntos. Quería que lo hiciésemos.
—Tal vez —concedió Evan.
—Y hay una razón aún más poderosa para que aceptes que te ayude.
—¿Cuál?
—Si de verdad eso es lo único que te impide abandonar la ilegalidad, si eso es lo que te impide dejar de ser el foco de atención del puto FBI, entonces quiero ayudarte. Es importante para mí, Evan. Muy importante. Por favor. Por favor, no digas que no.
—Cariño mío —dijo, llevándose mis dedos a los labios—. ¿Cuándo he sido capaz de decirte que no a algo?
—De ninguna manera —dijo Cole—. No quiero que te ofendas, pequeña, pero, joder, es imposible, ni hablar.
Estaba sentada al lado de Evan en el sofá de cuero. En ese momento le agarré la mano, pues necesitaba su comprensión, y obtuve la recompensa cuando me devolvió el apretón.
Estábamos de vuelta en el ático. Evan y yo habíamos pasado la mañana desayunando con Ivy y jugando luego cuatro partidas de Candy Land. Evan había llamado a los demás desde el coche y los había convocado a una reunión. Les había dicho que teníamos muchas cosas de las que hablar.
—Joder, que sí es posible —exclamé, y entonces Cole puso cara de exasperación—. ¿Y sabes qué? Esta mañana he trasladado el manuscrito a una caja de seguridad de HJH&A. Así que a menos que me dejéis participar en esto, no habrá «esto». ¿Lo pillas?
Tyler miró a Evan.
—¿Qué coño quiere decir?
—¿Por qué me miráis a mí? Fue Jahn quien le dejó a ella el manuscrito, no yo. A menos que esperéis que la ate de pies y manos, la verdad es que no puedo impedirle que cambie el manuscrito de sitio. —Se volvió hacia mí con una sonrisa malévola—. Aunque, ahora que lo pienso, eso de atarte tampoco habría estado nada mal…
Le di un manotazo y Tyler lanzó un resoplido de impaciencia.
—Joder, Evan. Es como si fuera mi hermana pequeña. ¿Podrías dejar de hablar así de ella?
Evan y yo nos reímos, pero Evan asintió con caballerosa convicción.
—No hablaré más así de ella —accedió, mirando con firmeza a Tyler y Cole. Luego inclinó la cabeza deliberadamente hacia mí—. Ahora bien, que lo hagamos o no de ese modo, eso ya es otra cuestión.
Tyler puso los ojos en blanco, pero Cole se rió.
—Vamos, chicos —dije, sintiendo como si hubieran hecho una regresión a sus años de instituto—. Esto no es negociable. Evan ya ha intentado convencerme y no lo ha conseguido.
La única razón por la que estáis los dos aquí con nosotros es para decidir si vais a participar también. —Les lancé una cautivadora sonrisa—. ¿Entendido?
Tyler miró a Evan.
—¿Estás seguro de que la quieres para este trabajo? Es un auténtico coñazo.
Reprimí una sonrisa de satisfacción. Tyler, al menos, había entrado en razón.
—La quiero —contestó Evan—. Para este trabajo y también después.
—Pues menudo giro de ciento ochenta grados, tío —exclamó Cole—. ¿No eras tú el que decía que no querías acercarte a ella para no ensuciarla con tu alma negra y contaminada?
Evan lo señaló con el dedo.
—Tal vez a él le gusto sucia y contaminada —dije, y los tres se echaron a reír—. Escuchad —añadí, antes de que Tyler y Cole pudiesen intervenir otra vez—. Ya sé que solo intentáis protegerme, pero todo saldrá bien. Voy a hacer todo lo que sea necesario para que esto vaya como la seda, así que no me consideréis un puto estorbo. Todo lo contrario. Puedo ser vuestra mejor aliada, porque puedo solucionar vuestro problema más grave: tengo acceso a la falsificación.
Miré a Evan, que me observaba con orgullo, y a continuación volví a mirar a Cole y a Tyler.
Al cabo de un segundo, Tyler cruzó los brazos sobre el pecho y se echó hacia atrás en la silla, con las piernas estiradas.
—No digo que sí, pero te voy a escuchar.
A efectos prácticos, para mí aquello en realidad era un sí. No tenía intención de darles el cuaderno si no participaba en el trabajo, pero quería verlos convencidos de las ventajas de contar conmigo en el equipo. Si tenían miedo de que lo fastidiase todo, no actuarían con el cuidado necesario. Ninguno de nosotros actuaría con el cuidado necesario. Y entonces no sería ninguna inyección de adrenalina para mí, sino puro miedo.
—Está bien —dije, poniéndome de pie, tan nerviosa como si estuviera a punto de salir en la función de fin de curso de la escuela—. Evan me ha puesto al corriente esta mañana de todo lo que habéis hablado ya. Sé que Neely guarda el manuscrito en un cajón de la galería privada de la planta superior de su casa en Winnetka. Sé que el cajón se cierra con una llave normal, de las antiguas, así que no será tan complicado como forzar una cerradura electrónica. Y sé que, aparte de la cerradura, el cajón no cuenta con ninguna otra medida de seguridad adicional, así que si podemos abrirlo y dar el cambiazo, estamos salvados.
Hice una pausa para ver si había olvidado algo. Cole asintió con la cabeza, animándome a continuar.
—Es la galería lo que supone un problema. El Bestiario solo es uno de los muchos objetos valiosos que posee Neely, y los tiene guardados con fuertes medidas de seguridad en una sala casi impenetrable.
—No sería impenetrable si tuviéramos más tiempo —dijo Tyler—. Tengo los planos y las especificaciones técnicas. Sé que podría encontrar la manera de burlar su sistema de seguridad.
—Pero no tenemos tiempo —dijo Evan—. El traslado está previsto dentro de dos semanas.
Para un trabajo de esa magnitud se necesitan por lo menos tres meses de planificación.
—Así que lo que necesitamos es conseguir que Neely desactive las medidas de seguridad —expliqué—. Y yo tengo la solución.
—Soy todo oídos —dijo Cole.
—Mañana por la mañana Neely va a recibir una llamada de Esther Martin, de la Fundación Jahn, diciéndole que tenemos un nuevo y fabuloso plan para la gala. Como hemos percibido mucho interés por parte de los amigos de Jahn, hemos decidido que sea un evento itinerante.
Habrá seis lugares de celebración con seis clases de refrigerios distintos, todos con diversas especialidades culinarias. La fundación proporcionará miniautocares para desplazar a los invitados de un lugar a otro. Queremos que él sea el primero en la lista con cócteles y quesos artesanales.
—Estoy impresionado —dijo Tyler—. Sigue.
Me regodeé en la sensación de orgullo, además de en la forma en que Evan me apretaba la mano con gesto tranquilizador.
—No podemos dar el cambiazo durante el evento, porque tendrá lugar después de que las donaciones se hayan enviado a Bélgica. Así que vamos a organizar una visita de inspección.
Esther va a decirle que su ayudante, es decir, yo misma, se pondrá en contacto con él para concertar una visita para ir a ver el espacio y asegurarse de que es lo bastante grande para la multitud que se espera, sacar las fotos para el seguro y todos esos detalles. Todo eso es rigurosamente cierto. Lo que Esther y Neely no sabrán es que vamos a utilizar la visita de inspección para hacer el cambio. Así recuperaremos la copia del manuscrito, la fundación celebrará un evento increíble y todo el mundo contento.
—¿Y esto ha sido idea tuya? —preguntó Tyler, mirándome con una expresión indescifrable.
—Mmm…, sí.
Tyler miró a Cole, quien asintió con la cabeza. Luego volvió a mirarme a mí.
—Buen trabajo, joder. En serio, es muy buen trabajo.
Sentí aflorar una sonrisa a mis labios.
—Os lo dije —añadió Evan—. Es una joya. Ahora centrémonos en algunos de los detalles.
—En la cerradura, para empezar —dijo Cole—. No tendremos mucho tiempo. No podemos forzarla.
—No —convino Evan. Miró a Tyler—. Necesitamos la llave.
Tyler esbozó una sonrisa pícara y diabólica.
—Y supongo que hay una mujer de por medio.
—Exacto. Neely guarda la llave en su mesita de noche. Renee es la sirvienta que se encarga de esa habitación. Tengo todos los detalles listos para ti —añadió, mientras sacaba un sobre de su maletín para dárselo a Tyler—. Sedúcela y rápido. Consigue un molde y haremos una copia.
—Me encanta mi trabajo —comentó Tyler con una sonrisa tan maliciosa que no tuve más remedio que reírme.
—¿Y cómo vamos a hacer el cambio? —preguntó Cole—. El plan de Angie ha sido brillante hasta ahora, pero sería pedirle demasiado.
—Por eso lo vas a hacer tú —dijo Evan—. Y todos estaremos allí.
—Imposible —dijo Tyler—. ¿Por qué demonios tendríamos que estar todos allí?
—Porque la empresa de seguridad BAS va a donar sus servicios a la fundación para la gala —dije, refiriéndome a la empresa de la que me había hablado Evan. Los tres eran sus dueños, Black, August y Sharp, y en su mayor parte, su funcionamiento era del todo legal, pero cuando los chicos necesitaban realizar alguna operación de vigilancia o meterse en algún sistema electrónico, utilizaban los recursos de BAS—. Tiene sentido. Todo el mundo sabe lo unidos que estabais los tres a Jahn. Es la tapadera perfecta. Y os lleva directamente a la sala de seguridad de Neely.
—Lo programaremos todo de manera que durante el evento sus cámaras de seguridad retransmitan las imágenes a nuestros dispositivos de mano, y cuando tengamos que instalar el software para poder hacerlo, insertaremos un bucle de imágenes que durará treinta segundos.
Aunque solo podemos insertar treinta —dijo Evan, mirando a Cole—. ¿Habrá suficiente tiempo?
—Si estoy completamente a mi aire esos treinta segundos, sí —dijo.
—Lo estarás. Angie se ocupará de Neely, lo tendrá ocupado hablando de cócteles. Tyler irá alternando entre Neely y Cole, en función de las necesidades del momento. Cole, tú solo tienes que encargarte del cambio: colocar el cuaderno en la posición exacta y abierto por la página correcta, sacar la copia y guardarla en la bolsa. Y eso es todo. Misión cumplida. Estamos a salvo. Y también la reputación de Jahn. —Nos miró a los tres, uno a uno—. ¿Alguna pregunta?
No había ninguna.
—Infórmanos cuando tengas la visita confirmada —dijo Tyler. Miró su reloj y luego se puso de pie—. Me encantaría quedarme, pero tengo una cita amorosa con cierta dama.
—Lo prepararé todo para que saques el molde —dijo Cole, y luego se volvió hacia mí—. En cuanto a ti, por lo que más quieras, recupera ese manuscrito ya.
Sonreí y abrí el cajón de la mesita de café. Metí la mano y luego saqué el manuscrito, protegido por una carpeta transparente.
—Tal vez os haya dicho una pequeña mentirijilla… —dije, y sentí un gran alivio cuando los tres se echaron a reír.
Los seguimos hasta la puerta.
—¿Vienes? —le preguntó Tyler a Evan.
—Claro que no —dijo Evan, agarrándome por la cintura—. Lo ha hecho muy bien, así que voy a quedarme aquí para agradecérselo como se merece.
Sentí que se me encendían las mejillas, pero Tyler y Cole se limitaron a sonreír.
—¿Y cómo piensas demostrarme tu agradecimiento exactamente? —le pregunté en cuanto nos quedamos los dos solos en el ático.
—Pensaba echarte un polvo —contestó.
—Pues parece un buen plan.
—Un momento —continuó, con voz áspera—. Primero tengo que asegurarme de que quieres.
Me relamí los labios. Desde luego que quería, pero me quedé callada. Quería oír lo que tenía en mente.
—Voy a atarte, Lina. Voy a atarte las muñecas con una sola cuerda para fijarlas en su sitio.
¿Sabes por qué quiero una sola cuerda en lugar de estirarte los brazos?
Negué con la cabeza y trasladé el peso de mi cuerpo de un pie al otro, tratando de aliviar la presión que se me acumulaba entre las piernas.
—Para poder tenerte tumbada de espaldas sobre la cama y chuparte los pechos. Para poder besarte y lamerte y dejarte un reguero de besos que vaya hasta ese coño tuyo tan dulce y húmedo.
Tragué saliva. Puede que se me escapase un gemido.
—Y entonces volverte boca abajo de golpe, haciendo girar tu cuerpo por ese punto, y poder darte unos azotes en el culo hasta que me supliques que te folle, y luego hincarme dentro de ti por detrás, hasta el fondo, llenarte hasta que creas que ya no puedes más, y después meterte la polla aún más a fondo. —Se acercó, inclinándose, y luego me mordisqueó con aire travieso el lóbulo de la oreja antes de susurrar—: Así que, dime, cariño, ¿te parece una buena manera de demostrarte mi agradecimiento?
—Sí —le contesté con la voz entrecortada por el deseo. Sentía las palpitaciones en mi sexo y tenía los pezones dolorosamente erectos bajo la camisa—. ¡Sí, por favor!
—Entonces ¿a qué esperamos? —preguntó mientras me agarraba de la mano y se inclinaba para recoger su maletín.
Creía que iba a llevarme al dormitorio, pero se dirigió a la escalera de caracol.
—¿Evan?
—Silencio —dijo, y me quedé callada, plenamente convencida de que fuera lo que fuese lo que tenía planeado, me encantaría.
Cuando llegamos a la terraza, me llevó hasta la barandilla. Cada panel de cristal estaba sujeto por unas barras de hierro coronadas con un remate decorativo.
—Ponte aquí —dijo, moviendo una maceta para hacerme sitio—. Quítate la ropa.
Lo miré a los ojos, deseando ser tan audaz como él. Dándole a entender lo mucho que lo deseaba yo también. Aquel momento. Aquel hombre. Y, sí, la emoción de la aventura inminente.
Con una lentitud deliberada, me quité la camisa, acariciándome la piel con los dedos, y luego la dejé caer al suelo. A continuación me quité el sujetador, pero no sin recorrer primero con los dedos la silueta de la curva de mis pechos, por encima de la copa.
Me humedecí los labios sin apartar los ojos del rostro de Evan. Parecía que intentara mantener el control, y cuando miré hacia abajo y vi que tenía los puños apretados, se apoderó de mí una gran satisfacción al saber lo mucho que tenía que luchar por reprimirse y no alargar los brazos para tocarme. Todavía no.
A continuación me centré en el cierre del sujetador, desabrochándolo lentamente, y luego, con ambas manos, retiré las copas hacia fuera y sacudí los hombros para que se deslizaran los tirantes, pero no lo dejé caer al suelo. En vez de eso, dejé uno de los tirantes colgando de un dedo en gancho.
—Joder, Lina… —exclamó.
Me limité a sonreír, disfrutando enormemente mientras se lo arrojaba, satisfecha cuando lo atrapó y lo sujetó con fuerza. Me masajeé los pechos con las manos y luego cerré los ojos y me tiré con delicadeza de los pezones imaginándome que era la mano de Evan la que me tocaba, y no la mía. Una descarga eléctrica de deseo chisporroteó por todo mi cuerpo y me recorrió desde los pechos hasta el coño, caliente y húmedo de deseo.
Oí un gemido y supe que había sido yo. Mi plan era volverlo completamente loco de deseo y desesperación, darle la vuelta a la tortilla y que esta vez fuese yo quien mantuviese el control.
Sin embargo, allí estaba yo, desesperada por que me tocase. Tan caliente que lo más probable es que me corriese en cuanto se inclinase hacia delante y me susurrase algo al oído.
Menudo plan.
Aunque, por otra parte, no tenía ninguna queja sobre cómo se estaban desarrollando las cosas. Él parecía igual de desesperado que yo, y con una sonrisa ufana de satisfacción me ocupé de los tejanos, desabrochándomelos muy despacio, primero un botón y luego otro.
Como los llevaba ajustados, y no estaba muy, muy flaca, tuve que contonearme bastante para bajármelos, y aproveché la ocasión para exagerar un poco los movimientos y alegrarle aún más la vista a Evan.
Ya estaba descalza y por fin había conseguido bajarme los tejanos y sacármelos por los pies.
Luego me quedé plantada delante de él únicamente con un tanga, muy sexy, ya que había empezado a prestar más atención a la ropa interior desde que Evan había aparecido en mi vida y en mi cama.
Lo miré a los ojos y le sostuve la mirada, y a continuación deslicé el dedo por debajo del elástico del tanga y empecé a tirar de él hacia abajo.
—No —dijo, y la firmeza que percibí en su tono me paralizó la mano—. Eso es para mí. —Se acercó un poco más, y el aire que había entre nosotros se electrizó, como siempre que estábamos juntos—. Sube esos brazos —me ordenó— y quédate así.
Obedecí y dejó escapar un susurro.
—Dios, Lina… ¿Tienes idea de lo guapa que eres?
—Solo me importa lo guapa que pueda parecerte a ti.
—Mucho —dijo—. Increíblemente guapa. —Se agachó para sacar algo de su maletín y cuando se puso de pie vi que era un trozo de cuerda. Me la ató alrededor de las muñecas y luego envolvió con ella el remate decorativo que había detrás de mí, coronando la barra—. No te voy a atar las piernas. Pero espero que dejes los pies donde yo te diga.
Asentí.
—De acuerdo.
—Sepáralos más —dijo, y me separó las piernas—. Fantástico.
Deslizó la mano por mi pubis, acariciando el trozo de tela que en ese momento era la única prenda que llevaba puesta.
—No muevas los pies —me ordenó—. No te muevas hasta que yo te lo diga.
Asentí y cerré los ojos mientras él se acercaba, acariciándome todo el cuerpo.
Atormentándome con ligeros roces. Jugando con mis pechos, con mis labios, con mis dedos…
A continuación me acarició la parte interna de los muslos, y la sensación fue tan salvajemente erótica que no tuve más remedio que retorcerme de placer, haciendo un gran esfuerzo para no mover los pies.
—Date la vuelta —dijo, y le obedecí—. Mantén los ojos abiertos. Quiero que mires la ciudad mientras te toco. Quiero que veas lo alto que llegamos mientras te hago volar. —Se apretó contra mí por detrás, y aunque todavía llevaba los pantalones puestos, sentí su erección en la parte baja de mi espalda. Luego sentí el roce de su mano acariciándome y la violenta sacudida mientras me arrancaba las bragas.
Mi reacción instintiva fue bajar los brazos para taparme, pero no podía. Estaba atada al adorno de la barra metálica. Desnuda y atada, con Evan detrás de mí, susurrándome al oído.
—¿Sabes de qué va esto? —dijo—. ¿Por qué te quiero así? ¿Qué quiero hacer y por qué?
—No… dímelo.
—Control —dijo—. Hoy has estado increíble. Tenías un plan y has conseguido lo que querías. Has sido tú quien ha manejado la situación con Cole y Tyler. Y en cierto modo, incluso conmigo. —Se inclinó un poco más, de modo que sus labios me rozaban la parte posterior de la oreja cuando hablaba—. Eso está bien de cara a los demás, nena. Pero cuando estamos solos, eres mía. Si tú asumes el control es porque yo te lo doy. ¿Lo entiendes?
Asentí. Sus palabras me habían dejado sin aliento. Se me aceleró el pulso, me palpitaba el coño. Era eso: eso era lo que yo quería. Entregarme al placer. Entregarme a un hombre en el que confiaba y saber con absoluta certeza que iba a satisfacerme.
—Somos un equipo —dijo—. Nos complementamos. Tú necesitas la adrenalina y yo estoy deseando dártela. Tú quieres entregarte y yo estoy aquí para atraparte.
Di un respingo. La claridad de sus palabras era apabullante.
—¿Cómo lo sabías?
—Veo a través de ti, Lina. Siempre lo he hecho.
—¿Y…?
—¿Qué?
—No importa. —Iba a preguntarle si me tocaría, pero ya sabía que acabaría tocándome, y mientras esperaba, se me endurecieron los pezones y mi sexo siguió con su palpitante aleteo.
Estaba húmeda de deseo, y la necesidad y la urgencia se aliaban con una intensidad extraordinaria. El estallido, cuando se produjese, podía ser apoteósico y catapultarme al mismísimo cielo.
Evan estaba detrás de mí, pero pude oír el susurro de la ropa mientras se desnudaba.
Entonces sentí la presión de su erección contra mi culo. Sus manos se amoldaron a mis nalgas redondas, y deslizó los dedos hacia abajo para metérmelos dentro, luego sacarlos y volver a deslizarlos hacia arriba, untados con mi propio deseo, y presionarlos una vez más contra la tensión de mis glúteos.
—Evan…
—Chis…
Se apartó y al cabo de un momento sentí la misma presión allí de nuevo, solo que esta vez no era su dedo. Era algo duro y lubricado, y oí la voz de Evan diciéndome que me relajase, que confiase en él y me entregase, y yo respiré hondo y le dejé deslizar aquello dentro de mí.
—¿Has usado alguna vez un dilatador anal?
—No.
—Pues tendrás una sensación increíble cuando te esté follando. Y muy, muy intensa cuando te dé unos azotes.
Cerré los ojos y me agaché a modo de invitación inconsciente.
La suave risa de Evan me acarició la piel.
—Te gusta, ¿eh? —dijo, y sentí el calor en las mejillas al ruborizarme cuando me introdujo el dilatador.
—Me gusta todo lo que me haces —le dije, porque era verdad y no quería que se detuviese.
Ni entonces ni nunca.
—Inclínate más —dijo—. Todo lo que puedas con las manos atadas.
Lo obedecí y luego contuve la respiración mientras un objeto plano y duro me golpeaba el culo una y otra vez, y luego otra vez, hasta que Evan se detuvo y me apretó la zona con las manos, masajeándome para aliviar el escozor, calmándolo, transformando el dolor en placer y el placer en la intensidad de un deseo más ardiente aún por la incorporación de aquel dilatador que, con cada azote, parecía atormentarme y dejarme aún con más ganas.
—Oh, nena —dijo—. No quiero parar.
—Pues no pares.
—Tengo que hacerlo. No puedo esperar. Necesito tenerte. Estás toda enrojecida y lista, y ya veo las ganas que tienes. Yo también. Tengo que follarte, Lina. No creo que pueda aguantar ni un minuto más sin estar dentro de ti.
Sentí que sus palabras me provocaban un mareo y apenas lo oí cuando me dijo que me abriera de piernas. Mi culo sufría pequeños estremecimientos que se sumaban al cúmulo de sensaciones cuando se acercó por detrás. Me agarró un pecho con la mano y luego me separó bien las piernas para poder embestirme sin obstáculos, empujando cada vez más y más hondo a la vez que yo me inclinaba, mirando hacia abajo las luces de la ciudad, mientras Evan se adentraba en mi interior.
Deslizó la mano hacia delante y me rodeó el clítoris, reproduciendo el ritmo de sus embestidas, y al mirar hacia la ciudad que se extendía a mis pies, mientras sentía cómo giraba y ardía en llamas cada una de las diminutas partículas que formaban el cuerpo de Angelina Raine, supe que yo no era nada más que pura sensación. Yo no era más que la encarnación de la entrega absoluta. Le daría todo lo que quisiese de mí, si me ofrecía a cambio aquella sensación, aquella dicha. Aquel permiso para entregarme al más completo abandono con total seguridad y protección.
Porque para mí no había otro lugar en el mundo más que los brazos de Evan.
Y cuando estallé sobre las luces de Chicago, supe que pasara lo que pasase, siempre pertenecería a aquel hombre.
La visita a Neely estaba programada el sábado, y me pasé toda la mañana dividida entre sensaciones de pánico y de entusiasmo. Tuve que cambiarme de camiseta dos veces porque estaba sudando a mares, y al final arrastré a Evan a la ducha y le obligué a echarme un buen polvo, solo para quitarme el plan de la cabeza durante un rato.
Funcionó, pero solo hasta que nos vestimos de nuevo.
—Menos mal que la cita es ahora mismo —dije, mirando la hora en el móvil—. Si hubiésemos tenido que esperar hasta la tarde, creo que no lo habría soportado. —Miré a Evan—. ¿Y tú? ¿Cómo es posible que estés tan tranquilo?
—Son los años de práctica —dijo—. Y solo parezco tranquilo por fuera. Un poco de energía nerviosa antes de un trabajo es beneficioso: te mantiene alerta.
—Entonces debo de ser la persona más alerta del planeta en este momento.
Me abrazó y me besó apasionadamente.
—Todo saldrá bien. No olvides que trabajas con un equipo que tiene mucha experiencia.
—Lo que me convierte en el eslabón más débil.
—Lo que te convierte en sangre nueva, con mucha energía. —Sonó su teléfono y le echó un vistazo—. Están delante del edificio —dijo—. Vamos.
Nos reunimos con Cole y Tyler en la furgoneta de Seguridad BAS y fuimos juntos a la casa de Victor Neely en Winnetka. Nos recibió en la puerta, deshaciéndose en halagos exagerados sobre el hombre tan maravilloso que había sido mi tío, y nos guió a la galería, en el piso superior.
Capté la mirada de Evan mientras subíamos las escaleras e intuí que su reacción era exactamente la misma que la mía: a ninguno de los dos nos hacía ni pizca de gracia aquel tipo, y durante una fracción de segundo deseé poder cancelar todo aquel asunto. Al fin y al cabo, si todo salía según nuestros planes, él se quedaría con el verdadero Bestiario y nosotros tendríamos una falsificación.
No parecía muy justo.
Llegamos a la galería y entramos cuando Neely desconectó la alarma.
—Es un sitio maravilloso —comenté mientras Evan se separaba de nosotros para irse con el jefe de seguridad, un hombre alto y larguirucho, que nos había acompañado a la galería. Cole y Tyler entraron y empezaron a inspeccionar el área, haciéndole a Neely preguntas sobre seguridad y dimensiones, y afirmando en todo momento que la información estaba relacionada con la contratación del seguro.
Neely respondió a todo sin vacilar, y cuando sentí que me vibraba el móvil en el bolsillo, siguiendo nuestro plan, le dije a Neely que quería comentar con él dónde disponer la comida y las bebidas pensando en los distintos movimientos de los invitados.
—He estado pensando que podríamos colocar una mesa para los cócteles aquí —le expliqué, atrayéndolo hacia una pared cubierta de páginas enmarcadas de distintos manuscritos históricos. Yo estaba de espaldas a la pared, de forma que veía el interior de la sala, mientras que Neely estaba frente a mí, de espaldas a Cole—. Podemos disponer las mesas de la comida y las bebidas alrededor de la sala, por todo el perímetro —continué—. Eso facilitaría el movimiento de la gente.
—Como a usted le parezca —dijo con un tono distendido y con rapidez. Con demasiada rapidez, en realidad, porque solo habían pasado veinte segundos. Estaba a punto de darse media vuelta, y si lo hacía, sorprendería a Cole con la mano dentro del cajón supuestamente cerrado con llave, y entonces estaríamos muy jodidos.
Tyler me miró a los ojos, y en esa fracción de segundo supe que todo dependía de mí, y a pesar de que mi cerebro no había formulado ningún pensamiento consciente sobre cómo sacarnos de aquel atolladero, seguía en movimiento. Di un paso hacia delante, hice como que me tropezaba y me agarré al brazo de Neely mientras me caía al suelo, perdiendo el zapato por el camino y arañándome la rodilla al chocar contra el áspero suelo de madera.
—Lo siento mucho —dije mientras él interrumpía el movimiento de volverse y se agachaba de inmediato a socorrerme—. Son los tacones de estos zapatos, que son…
—No, no se preocupe —respondió—. No se disculpe, faltaría más. ¿Está bien? —Volvía a estar de espaldas a Cole y entonces hice una mueca de dolor, manteniendo su atención centrada en mí a pesar de que ya habían transcurrido más de treinta segundos, pero desde donde estaba yo, en el suelo, no podía ver qué ocurría en la galería.
Entonces Cole y Tyler asomaron por detrás de Neely y este me ayudó a levantarme. Cole y Tyler me preguntaron si estaba bien, y todos nos dirigimos a la puerta de salida de la galería, Cole, Tyler y yo agradeciéndole a Neely el tiempo que nos había dedicado y el magnate disculpándose profusamente y prometiendo que se aseguraría de que nadie encerase el suelo de la sala la noche de la gala para que las mujeres pudiesen lucir tacones sin problemas.
—Ay, Dios… —exclamé cuando volvimos a la furgoneta. Me lancé a los brazos de Evan—. Mierda, joder. Qué miedo he pasado, Dios.
Estaba a punto de soltar la misma retahíla de palabras cuando Evan me cerró la boca con la suya, con un beso firme e intenso.
El beso fue largo y apasionado, y si lo que pretendía era calmarme, consiguió justo lo contrario.
—Ha sido una locura —exclamé.
—Lo has hecho muy bien —dijo Evan.
—En serio —recalcó Cole—. Me has salvado el culo.
—Bueno, es que el tuyo es un culo digno de ser salvado —comenté, y Tyler soltó una carcajada—. Estoy tan nerviosa… —Estaba tan agitada e histérica que si no hacía algo para liberar toda aquella energía nerviosa acabaría explotando—. Esto es una locura —dije—. Es como si me hubiese puesto hasta arriba de cafeína. ¿Siempre se siente este chute de adrenalina o es porque nos hemos salvado por los pelos?
—No importa —dijo Evan—, porque esta es la última vez que haces algo así.
Solté una carcajada.
—Eso es verdad —convine—. No necesito robar cuadernos antiguos para sentirme así. —Le rodeé el cuello y lo atraje hacia mí—. Para eso ya te tengo a ti.
—Joder, mierda —exclamó Tyler—. Ya empiezan otra vez. Es como para pegarse un tiro.
Evan le hizo un gesto grosero y luego nos fundimos en un beso lento y prolongado que ilustraba muy bien lo que había querido decir. «Sí —pensé—. ¿Quién necesita dedicarse al robo con un hombre así al lado?»
—¿Queréis ir a almorzar? —preguntó Tyler, y me dieron ganas de gritar de frustración e incredulidad. ¿Cómo era posible que estuviese tan tranquilo, como si no hubiese pasado nada?
—Claro —dijo Cole.
—No —dije yo, volviéndome y mirando a Evan—. Y tú tampoco.
—Por lo visto, tenemos otros planes —dijo Evan con una voz risueña.
Vi las sonrisas cómplices de Cole y Tyler y la verdad es que no me importó nada. Tenía la intención de abalanzarme sobre Evan Black en cuanto nos bajásemos de la camioneta, y desde luego, me traía sin cuidado quién lo supiese.
—¿Estás segura de que no quieres comer nada? —me preguntó Evan en cuanto estuvimos solos en su barco—. Creo que tengo una pizza congelada que podría meter en el horno.
—Ni se te ocurra tomarme el pelo —dije—. No quiero pizza. No quiero comida. Solo te quiero a ti. Ahora mismo. Aquí mismo.
—¿Aquí mismo? —exclamó, mirando la mesa de comedor.
—¡Sí, joder! —Me desabroché la blusa y me la quité, y luego me quité la camiseta que llevaba debajo. Evan me observaba con una expresión divertida, que solo logró provocarme aún más. «Ahora te vas a enterar de lo que es divertido».
Me bajé la cremallera de la falda y la dejé caer al suelo junto con mi ropa interior antes de subirme de un salto a la mesa.
—Lo dices en serio —dijo, pero el brillo divertido de sus ojos se había convertido en un fulgor ardiente y encendido.
—Por favor —le supliqué—. Me muero de ganas…
—Creo que me gustas así, desesperada —dijo, desabrochándose los tejanos y acercándose.
Se los quitó y luego se situó entre mis piernas.
A mí me costaba trabajo respirar, anticipando la sensación de tenerlo dentro de mí.
Deseando aquel momento apasionado y salvaje. Y sí, lo quería cuanto antes.
Entonces se dejó caer de rodillas y experimenté una enorme frustración, pero solo hasta que me colocó las piernas por encima de sus hombros y luego hundió la lengua dentro de mí.
Grité, retorciéndole el pelo con los dedos, mientras él me lamía y me succionaba hasta que, sin previo aviso, interrumpió sus movimientos y se puso de pie.
Y antes de darme tiempo a protestar o prever qué iba a hacer a continuación, se puso justo delante de mí, me arrimó hacia él y orientó su pene para poder arremeter de manera directa y rápida contra mí.
Arqueé la espalda, gritando, mientras mi cuerpo reclamaba más. Más adentro. Más fuerte.
—¡Sí! —grité, alternando los gritos de puro placer con otros suplicándole—: Más fuerte, Evan, por favor, más adentro. Oh, Dios, sí…
Me aplasté contra él, para recibir cada embiste, sintiéndome salvaje y desenfrenada, eufórica. Y cuando el orgasmo se apoderó de mí, solo pude seguir aferrándome a aquel hombre que me había hecho sentir todo y de todo a la vez.
Se echó hacia atrás, arrastrándome consigo, y caímos sobre el suelo de moqueta.
—Deberíamos irnos —dije cuando ya llevábamos un rato en el suelo.
—Al diablo —repuso abrazándome con más fuerza.
Me acurruqué contra él, con las emociones a flor de piel, y mi deseo de acercarme aún más a él se hizo palpable.
—Es lo mismo, ¿sabes? —dije con la voz entrecortada.
—¿A qué te refieres?
—La inyección de adrenalina que he sentido hoy en casa de Neely. Es la misma emoción que sentía cuando robaba. Es lo mismo que siento cuando estás dentro de mí. —Me incorporé para verlo mejor—. Tú me haces sentir viva, Evan. Me haces sentir como soy de verdad. —Era cierto. Con Evan podía ser yo misma. Sin secretos, sin reproches. Jamás había entendido qué significaba ser libre hasta que estuve en sus brazos—. ¿Yo también hago que te sientas así? —le pregunté. Para mí era un regalo inmenso que estando conmigo Evan simplemente fuese él mismo, y en ese momento, más que cualquier otra cosa, quería saber si él también lo experimentaba. Si para él también era un regalo que yo pudiera darle un placer tan profundo.
—¿Que si me haces sentirme así? —repitió—. Dios, Lina. ¿Es que no lo sabes? Tú eres la emoción más fuerte de mi vida. La mayor inyección de adrenalina. El viaje más intenso y salvaje. Tú eres todo lo que siempre he querido, y lo que creía que no merecía. Eres una mujer excepcional. Eres preciosa. Eres mía. Y te quiero.
Pestañeé y luego me di cuenta de que estaba llorando.
—¿Podrías repetirlo, por favor?
Su sonrisa se volvió aún más radiante.
—Te quiero —dijo mientras se deslizaba por mi cuerpo dejándome un reguero de besos sobre la piel desnuda—. ¿Quieres que te demuestre cuánto?
Me recosté hacia atrás, separando los brazos y las piernas, con el cuerpo completamente abierto para él.
—Sí —le dije, sonriendo de felicidad—. Claro que sí.