Pasamos las horas siguientes en el jardín de la parte posterior de la casa, mientras Ivy iba cambiando de actividad, lanzando un disco volador primero, jugando luego en una caja de arena y contando chistes. No hice más preguntas a Evan, no habría sabido por dónde empezar.
Además, sabía que ya me lo explicaría a su manera cuando lo considerase oportuno.
—¡Ivy! —la llamó Ava desde la cocina—. Es la hora de tomarte tu medicación y de irte a la cama.
—¿Puedo ver Bob Esponja? —le preguntó a Evan.
—Si Ava te deja… —respondió, poniéndose de pie—. Vamos, te acompañaremos. —La agarró de la mano y cuando Ivy me ofreció la otra, yo también se la cogí.
Estaba llena de marcas y cicatrices, y tuve la horrible sensación de que cuando se quitase la ropa tendría todo el cuerpo repleto de extensiones de tejido cicatricial. Al pensarlo, me invadió una profunda tristeza.
Sin embargo, Ivy estaba feliz y contenta como una niña pequeña.
—¿Estarás aquí mañana? —me preguntó.
Miré a Evan.
—Estaremos aquí para el desayuno —dijo—. Luego tendré que volver al trabajo.
—Trabajas demasiado —señaló ella.
Él se echó a reír.
—Ya, voy a ver si cambio eso. En cuanto lo consiga, tendré más tiempo para estar contigo.
—¡Yupi! —Se puso a dar palmadas y luego echó a correr hacia la cocina, junto a Ava.
—Es maravillosa —dije cuando se hubo marchado.
—Básicamente, es como si tuviera seis años —dijo con una voz llena de afecto—, lo que significa que aunque esta noche se haya portado de maravilla, mañana por la mañana podría entrarle cualquier berrinche y montar un número en toda regla.
Me buscó la mano y sonrió cuando se la cogí.
—Nadie sabe nada de ella —dijo—. Nadie, excepto Tyler y Cole.
—¿Y Jahn?
Evan asintió.
Recordé lo que había dicho sobre lo mucho que le costaba confiar en los demás y en ese momento comprendí la magnitud del regalo que me estaba haciendo: no era solo su confianza, sino la oportunidad de verlo como era en realidad, de conocer completamente a aquel hombre.
—Creía que tu madre y tu hermana vivían en otro estado.
—Y me he esforzado mucho por conseguir que lo creyera todo el mundo.
—¿Por qué?
Habíamos llegado a los escalones del porche y se sentó, dejándome espacio a su lado.
—Para mantenerla a salvo —dijo—. El mundo en el que me muevo es peligroso, y a veces la familia se lleva la peor parte.
—Estás hablando de cosas muy feas —dije con valentía.
—Pues sí —contestó—. Y sí, te hablaré de ellas, pero primero quiero saber cómo has descubierto lo de Ivy. ¿No habrá sido Kevin?
—No —le dije enseguida, entendiendo su miedo—. Por una de las chicas del club. Una rubia. Trabajaba en la entrada la primera vez que fui allí.
—Donna —dijo—. Es un mal bicho, y lleva intentando meterse en mi cama desde hace más de un año.
—Creía que no te acostabas con las chicas.
—Y no lo hago —dijo—. Y Cole y Tyler tampoco. Tyler tuvo un rollo con una de las camareras justo después de que compráramos el local. No acabó bien. —Se volvió hacia mí—. Solo para que quede muy, muy claro y no haya malentendidos entre nosotros: he salido con muchas mujeres y me he acostado con montones de chicas, pero nunca significaron nada más que alguien con quien pasar un buen rato y compartir una cena. ¿Entiendes lo que estoy diciendo?
Me humedecí los labios, tratando de apaciguar los latidos desbocados de mi corazón.
—No estoy segura. No quiero imaginarme cosas y estar equivocada.
Me dedicó una sonrisa cariñosa.
—Quiero decir que nunca ha habido ninguna otra mujer. Tú has sido la única, Lina. Incluso antes de que fuera consciente de ello, siempre has estado aquí, dentro de mí.
Cerré los ojos y respiré hondo, y me di cuenta de que por primera vez desde que Cole había entrado en el pub de Flynn y se había llevado a Evan, estaba tranquila y relajada.
—Te he echado de menos —le dije—. Has estado a mi lado durante horas, todo este tiempo, pero te he echado de menos igualmente.
—Yo también te he echado de menos. —Se puso de pie y me ayudó a levantarme.
—¿Me contarás qué le pasó a Ivy?
—Sí —dijo mientras me conducía al interior de la casa, a la planta de arriba—. Te lo contaré todo.
El dormitorio al que me llevó era pequeño, con una cama doble, un escritorio y poco más.
—Este era mi cuarto cuando era adolescente —dijo—. Apenas he cambiado algunas cosas, pero duermo aquí cuando vengo de visita.
—¿Quién duerme en el dormitorio principal?
—Ahora mismo nadie. Mi madre murió hace casi un año, pero Ivy y yo no hemos pasado mucho tiempo allí dentro.
—Lo siento —dije.
—Gracias. —Se tendió en la cama y se apoyó en un codo. Me senté a su lado, con las piernas cruzadas y los codos apoyados en las rodillas—. La historia empieza y acaba con Ivy, por eso quería que la conocieras. ¿Leíste lo del incendio?
—Sí, claro. Salió en todos los periódicos. Siento lo de tu padre.
—Pues no lo sientas —comentó Evan con dureza—. Pero Ivy… —Se le apagó la voz y luego respiró hondo, como si estuviera reordenando sus pensamientos. O quizá armándose de valor.
—Oye —le dije—, no tienes que hablar de eso si no quieres, lo comprendo.
Extendió la mano y la apoyó en mi rodilla, y el simple gesto me pareció tan íntimo como todas las veces que habíamos hecho el amor.
—Quiero contártelo —dijo—. Ella tenía seis años, y como sufre un trastorno autoinmune, los médicos tuvieron muchas limitaciones con la cantidad de cirugía reconstructiva que su cuerpo podía soportar, puesto que seguía rechazándola. Además, también inhaló mucho humo.
Y por si fuera poco, estuvo clínicamente muerta durante más de un minuto antes de que consiguieran reanimarla. Sufrió daños cerebrales muy graves, que se manifiestan en el hecho de que va a permanecer en la edad mental de los seis años durante mucho tiempo. Tal vez madure un poco más, pero, en el mejor de los casos, llegará a desarrollar capacidades cognitivas propias de los nueve años. Para ser sincero, yo no lo creo, y sus tutores tampoco.
Pero la quiero, y pase lo que pase, me ocuparé de ella.
—El incendio lo provocó un fallo eléctrico, ¿verdad?
—Esa es la historia que hicimos circular mi madre y yo.
Fruncí el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que el cabrón de mi padre decidió suicidarse y casi se lleva a Ivy por delante.
Lo miré horrorizada.
Se incorporó y luego se recostó de nuevo, apoyándose en el cabezal de la cama. Ya no me tocaba. Tenía la mano por encima de la cabeza, agarrada a una de las barras metálicas que formaban el armazón de la cama, mientras con la otra mano retorcía distraídamente el edredón hasta formar un nudo. No creo que fuese consciente de ello siquiera.
—Trabajaba en el sector de la banca. Hizo una fortuna y luego, cuando lo perdimos todo, fue demasiado cobarde para intentar dar la cara. Así que se suicidó. Fue a la casa de invitados y se tomó un bote de pastillas para dormir, pero llevaba un cigarrillo en la mano y prendió fuego a la colcha de la cama. Ivy solía colarse en la casa de invitados para jugar, y ese día estaba allí.
—Dios mío… —Ni siquiera podía llegar a imaginar lo asustada que habría estado la pobre niña—. ¿Recuerda algo?
—No mucho, por suerte.
—¿Y tu madre?
—Estaba destrozada. No había trabajado en su vida, y resultó que mi maravilloso y brillante padre había pedido un préstamo con su propio seguro de vida como garantía, así que nos quedamos en la puta ruina, no nos quedó nada más que un montón de deudas y una pila enorme de facturas médicas por pagar.
—Los periódicos insinuaban que tu madre tenía un fondo fiduciario, y que eso os ayudó a manteneros a flote. —Le escudriñé la expresión de la cara—. Vaya, ya veo que eso también os lo inventasteis.
—Él no nos dejó una mierda, pero yo necesitaba inventarme una historia. No quería que la gente empezara a investigar y meter las narices en lo que yo hacía.
—¿Y qué hacías? —pregunté, aunque creía poder adivinarlo. Quizá no todos los detalles, pero sí lo suficiente para saber que no ganaba el sueldo mínimo trabajando en un restaurante de comida rápida.
—Mi hermana prácticamente vivía en el hospital, y mi madre cayó en una depresión y se entregó al alcohol. Yo tenía quince años y hasta entonces había sido el típico niño rico, mimado e imbécil. Tenía demasiado dinero, compraba alcohol sin tener la edad legal y fumaba marihuana detrás del patio del colegio con mis amigos. Podía seguir siendo un gilipollas o tomar las riendas de mi vida y convertirme en el hombre de la familia. Escogí lo segundo.
—Pero la mayoría de los chicos de quince años trabajan en McDonald’s. Y con eso no ibas a pagar las facturas.
—No —dijo—. La verdad es que no.
—Y como el universo no juega limpio… —empecé a decir, recordando lo que me había dicho.
—Yo tampoco tenía que jugar según las reglas.
—Sigue. —Me acerqué más a él y apoyé la palma de la mano suavemente sobre su pierna—. Quiero saber cómo sobreviviste.
—A base de necesidad y adrenalina —dijo, y sonrió—. Y cada vez que hacía algo peligroso y salía airoso del asunto, me sentía como si le hubiese marcado un gol al universo y mucho más fuerte y poderoso. Empecé a correr riesgos para experimentar emociones fuertes y sacar más dinero. Hice de todo: robar coches, traficar con drogas… Joder, si hasta empecé a labrarme cierta reputación como ladrón de casas… aunque nadie llegó a enterarse nunca de que era yo el que andaba merodeando por ahí.
—¿Y no tenías miedo?
—Todo lo contrario. —Sonreía como un niño—. A mí también me gusta el subidón de adrenalina.
Siguió contándome más cosas. Me habló de que la escuela secundaria resultó ser el mejor campo de entrenamiento, porque allí podía investigar cualquier cosa y aprendió de forma autodidacta a reventar las cerraduras de los coches y desactivar los sistemas de alarma. Hasta hizo una incursión en el terreno de las falsificaciones. Y a lo largo de todo el tiempo guardaba un registro detallado, calculando cuáles eran los «proyectos» más lucrativos para poder mantener a su madre y a su hermana de la forma más eficiente.
—Pero en el último año de secundaria la cagué. Me mezclé con la gente equivocada, gente que no era tan cuidadosa como yo.
—¿Y te detuvieron?
—Y me condenaron.
—¿De verdad? —Cogí una almohada y me la apreté contra el pecho. El corazón me latía con fuerza al recordar mi propio arresto, y me parecía increíble que hablase como si tal cosa sobre una condena—. ¿Y no estabas muerto de miedo?
—No fueron unas vacaciones de placer, si es eso lo que quieres decir, pero me cambió la vida.
Acabó en un programa piloto para menores y lo mandaron a un reformatorio, donde conoció a Cole y Tyler.
—Lo que nos enseñaban en el reformatorio no nos sirvió para nada —explicó—, pero nuestra amistad sí.
—En resumen, resulta que tres de los hombres de negocios más íntegros de Chicago no son tan íntegros, a fin de cuentas.
—Yo diría que eso es así, efectivamente —reconoció con una sonrisa—. Aunque ya no tanto, en mi caso. He vendido mi parte de los negocios más turbios a Cole y Tyler. Y he dado cobertura legal a mis propias operaciones. Para serte sincero, he llegado al punto en que me produce el mismo subidón seguir una dura negociación con un competidor que robarle todos sus activos sin que se dé cuenta. Tal vez más.
—¿Por qué?
—¿Por qué siento un subidón?
—¿Por qué quieres dejar los negocios turbios?
—Ya la has conocido, por Ivy —dijo.
Asentí con la cabeza, pero seguía sin entenderlo.
—¿Por qué ahora?
—Porque mi madre ha muerto. Cuando estaba viva, sabía que Ivy siempre tendría una familia, pero ahora que ella se ha ido, quiero asegurarme de que no estaré encerrado en una celda de seguridad cuando me necesite.
—Pero aunque te pases al bando de la legalidad, aún podrían detenerte.
Se echó a reír.
—Gracias por la dosis de realismo.
Me arrepentí al instante.
—Lo siento. Es solo que me acuerdo de lo que sentí cuando me metieron en aquella celda. Y la idea de que te detengan a ti me produce verdadero pánico.
Me buscó la mano.
—A mí también me asusta. Por eso mismo. Por eso quiero dejarlo.
—Evan… —Su nombre sabía delicioso en mis labios. El mundo entero era delicioso. Y sí, temía por él, pero siempre y cuando abandonase de veras aquel mundo…
—¿Qué piensas? —preguntó, y me di cuenta de que estaba arrugando la frente.
—En que si realmente vas a salir de ese mundo, entonces es probable que no tengas por qué preocuparte. Quiero decir, si solo cometíais delitos de guante blanco, probablemente a nadie le importarán cosas que son agua pasada, ¿verdad? Y al final, los delitos acabarán prescribiendo, ¿no? Porque hablamos de eso, ¿verdad? ¿Solo fueron delitos de guante blanco?
Asintió.
—Bueno, ¿y qué hacéis exactamente? O mejor dicho, ¿qué hacíais?
—Empezamos con cosas de poca monta, pero luego fuimos ampliando el terreno, desde contrabando hasta blanqueo de dinero y el mundo del juego y las apuestas. Nada de drogas: esa era nuestra línea roja. Y luego, cuando nos asociamos con tu tío, fuimos escalando puestos en el mundo de la alta sociedad. Él nos introdujo en el mundo del arte. Incluido el submundo del arte.
—Espera, espera, repite eso. ¿Qué? ¿El tío Jahn? —No daba crédito a lo que estaba diciendo—. ¿El tío Jahn se asoció con vosotros tres?
—Al revés, cariño: tu tío era nuestro mentor y, básicamente, el hombre más inteligente que conozco. ¿Recuerdas esa clase que daba? La utilizaba como tapadera. Era una clase normal y corriente, pero si estaba trabajando con alguien, lo metía en su clase y así siempre había una razón para que los vieran juntos. La historia funcionó estupendamente y nadie sospechó nunca nada.
—¿Durante cuánto tiempo lo estuvo haciendo? —pregunté. Me di cuenta de que me había levantado de la cama y me paseaba arriba y abajo por la pequeña habitación.
—Cerca de ocho años con las clases, pero ya llevaba décadas con el contrabando, las falsificaciones y todo lo demás. Por lo que nos dijo, empezó a coquetear con el robo de obras de arte cuando tenía unos trece años.
—Joder… —Había una silla debajo de un pequeño escritorio. La saqué y me dejé caer en ella de golpe.
¿Cómo era posible que no conociese a aquel hombre, al que tanto había querido? Entonces recordé lo que me dijo sobre sus esposas, quienes siempre acababan abandonándolo.
«Demasiados secretos».
—Joder… —repetí. Mi tío había vivido una doble vida, una vida de la que ni siquiera los que pertenecíamos a su círculo más íntimo habíamos sabido nunca nada. Aquel pensamiento me entristeció. Sobre todo porque yo también había guardado muchos secretos.
—Bueno, ¿y te falta mucho para poder salir de todo ese mundo? —pregunté.
Quería que lo abandonara, que cortase con todo aquello, y me preguntaba si eso me convertía en una mala persona, pero no quería que se alejara de ese mundo porque yo tuviese algún reparo moral por su pasado criminal. No, yo quería que dejara ese mundo porque sabía que Kevin lo tenía en su punto de mira y no estaba dispuesta a que siguiera expuesto a ese riesgo.
—Muy poco —dijo, y respiré aliviada—. Ya has oído hablar de los problemas que tenemos en el Destiny.
—Larry —dije, y sentí un escalofrío—. Pero desconozco los detalles. Solo que tiene algo que ver con las chicas, ¿verdad?
Asintió con la cabeza.
—Algunas de ellas eran prostitutas, pero no, no te preocupes, nosotros no tenemos nada que ver con esa mierda. Y el Destiny es un negocio legal, aunque sí que lo utilizamos para blanquear dinero.
Arqueé una ceja.
—En ese caso, tengo que cuestionar tu definición de «legal».
—En eso tienes razón. De todos modos, eso se va a acabar. Yo no quiero renunciar a mi participación en el negocio y Cole y Tyler no quieren pasarse por completo a la legalidad, así que la operación de blanqueo de dinero se va a trasladar a otro sitio.
—¿Adónde?
—No lo sé —dijo—. Y pienso asegurarme de que no me lo digan nunca.
—Vas en serio.
—Completamente. —Me miró a los ojos—. Estoy muy motivado.
—Te creo. Y me alegro. —Seguiría preocupada por Cole y Tyler, pero no podía negar que mi principal preocupación era Evan.
—Bueno, el caso es que ya no se prostituye ninguna de las chicas y parte de su sueldo consiste en pagarles la matrícula de la universidad si quieren volver a estudiar. Eso suele cabrear a sus antiguos chulos. —Levantó la mano y me enseñó los nudillos, ya del todo curados—. Tenemos porteros y personal de seguridad, pero a veces es más fácil encargarte del problema personalmente. Eso también tuvo que ver con nuestra pequeña crisis del otro día.
Cuando Cole apareció en el pub y nos fuimos…
Sacudí la cabeza, tratando de asimilar todo aquello.
—¿Qué? —exclamó, alargando el brazo para tocarme—. ¿En qué piensas?
—¿En qué pienso? —Me incliné hacia delante y le agarré la mano, y luego dejé que me arrancara de la silla y me llevara a la cama de nuevo—. Estoy pensando que estoy preocupada por ti porque el FBI vigila todos tus movimientos, y estoy pensando que no hay muchos hombres capaces de plantar las semillas de todo un imperio a los quince años. Ni tampoco de derribar ese mismo imperio para asegurarse de no exponer a otras personas a determinados riesgos. —Le acaricié la cara—. Eres un hombre increíble, Evan Black.
Empezó a trazar el contorno de mi cuello con el dedo.
—Hay otra razón por la que voy a derribar ese imperio.
—Te refieres a otra razón aparte de Ivy.
—Sí, a eso me refiero —dijo.
—¿Y cuál es la razón?
—Una mujer muy hermosa —respondió, con unos ojos tan abrasadores que creí que iba a consumirme en ellos.
—¿Ah, sí? Háblame de ella.
—Es una mujer excepcional, y ella hace que quiera ser un hombre mejor. —Yo llevaba una fina camisa de algodón con botones, y en ese momento empezó a desabrochármelos—. Una vez le dije que yo no era un buen partido. Esa mujer hace que quiera cambiar eso. Hace que desee un futuro. —Me quitó la camisa deslizándomela por los hombros—. Hace que desee… —susurró.
Empecé a temblar cuando sus dedos soltaron el broche delantero del sujetador.
—Que desees… ¿qué?
—Todo —dijo, y luego se inclinó para atrapar mi pecho con la boca. Arqueé la espalda al sentir el contacto, regodeándome en sus caricias. Pero yo quería más, lo quería a él, de modo que deslicé la mano hacia abajo, forcejeando con la bragueta de sus pantalones, y luego se los bajé hasta las caderas.
—Quítatelos —le pedí en tono suplicante—. Por favor. Quiero sentir el roce de tu piel sobre la mía.
No protestó, y mientras se quitaba los tejanos y la camisa, yo también me despojé del resto de mi ropa.
Se deslizó sobre mí, y sus músculos duros se apretaron con fuerza contra mis suaves curvas, haciéndome sentir femenina y entregada al más puro abandono.
—Quiero ir despacio —dije—, pero nada de preliminares. Esta noche no. Te quiero dentro de mí. Quiero sentirte moviéndote dentro de mí hasta que ninguno de los dos pueda soportarlo más. Por favor, Evan. Quiero llegar al límite, y no quiero que termine.
—Oh, cariño… —exclamó mientras me abría de piernas y levantaba las rodillas para poder embestirme de manera lenta y profunda—. ¿Así? —dijo mientras yo entrelazaba los tobillos por detrás de la zona lumbar de su espalda, tensando las piernas al ritmo de sus embestidas, lentas y lánguidas, luego más rápidas y después lentas de nuevo a medida que se acercaba al orgasmo.
Me di cuenta de que Evan se estaba conteniendo por mí, y el hecho de saber que estaba reprimiendo su propio placer a fin de satisfacerme lo volvía todo aún más erótico.
—Más rápido —murmuré—. Más fuerte.
No lo dudó ni un instante y empujó con fuerza dentro de mí mientras mi cuerpo lo atenazaba por completo, como si estuviera decidido a no dejarlo escapar jamás. Me sujetaba las caderas con las manos, y nos movíamos al unísono, siguiendo un ritmo que parecía sosegado y frenético a la vez, un ritmo que iba aumentando de intensidad, cada vez más y más, hasta que al final no pude soportarlo y grité su nombre mientras el mundo estallaba en pedazos a mi alrededor.
Estaba desintegrándome, toda yo era pura sensación, un cúmulo de sensaciones, y pese a todo, Evan todavía fue capaz de sujetarme y arremeter adentrándose una vez más, con un movimiento más profundo y más fuerte, hasta que sentí cómo explotaba él también, su orgasmo sofocando el mío, acoplándose a él para fundirnos los dos mientras nuestros cuerpos, trémulos y entre convulsiones, exprimían hasta la última gota de placer de aquel momento compartido.
Lancé un grito ahogado cuando bajé de nuevo a la tierra, a salvo en los brazos de aquel hombre, aquel hombre tan peligroso que me había hecho el amor de una forma tan salvaje y tan tierna a la vez.
—Evan —murmuré.
—¿Qué? —preguntó, y al abrir los ojos, lo vi sonriéndome.
—Solo estaba pensando en lo segura que me siento contigo. Es un poco irónico, dadas las circunstancias.
—Yo no lo creo —dijo con una expresión más grave de lo habitual—. Voy a hacer lo que sea necesario para que estés segura, Lina. Quiero que lo sepas.
—Ya lo sé —dije, y luego me levanté para acercar mis labios a los suyos. Volví a recostarme hacia atrás—. Me siento tan feliz que debería ser un delito.
Puso cara de exasperación y me reí a carcajadas.
—No me has contado qué es lo segundo —le dije, acordándome de repente.
—¿Lo segundo?
—Has dicho que tenías que solucionar dos cosas. Antes de que tu presente criminal pueda pasar a ser tu pasado criminal. Me has contado lo que pasa en el Destiny, pero no me has dicho qué es lo otro.
—No, supongo que no.
—Bueno, ¿y qué es?
—Hay un trabajo que pensábamos que estaba terminado y que podíamos dar por cerrado, pero ha surgido algo últimamente. Algo que podría volverse contra nosotros.
—¿Y no puedes solucionarlo? —le pregunté, preocupada de repente.
—Lo he intentado, pero sigue habiendo un obstáculo.
—¿Y cuál es? —le pregunté, y la respuesta, tan simple, me golpeó con la fuerza de una bofetada.
—Tú.