17

Pasé las noches siguientes en el barco con Evan, y solo iba al ático de vez en cuando para tranquilizar a Peterson, dar señales de vida y recoger ropa limpia. Pasábamos la mayoría de las noches a bordo, haciendo el amor bajo las estrellas, tumbados en la cubierta con una botella de vino o encerrados en el camarote, viendo toda clase de películas, desde Terminator hasta Resacón en Las Vegas, pasando por Los Intocables. Nos instalamos en una plácida sensación de rutina y familiaridad que me gustaba muchísimo, y las únicas veces que me sentía un poco triste o insegura era cuando recordaba que aquello iba a acabar… y que el final llegaría muy pronto.

—Evan —le decía, y él ya lo sabía, solo por el tono de mi voz. Me estrechaba en sus brazos, me besaba y me decía que lo único que importaba era el presente. Y cuando me hacía el amor, lenta y delicadamente, yo ponía mucho empeño, todo mi empeño, en creerle.

A veces, casi lo conseguía.

No es que estuviésemos siempre los dos solos, encerrados como dos ermitaños. Una noche acudí con él a una exposición con todos los alumnos de la clase de arte que Cole impartía en un centro universitario público de las afueras de Wrigleyville. Las paredes del centro estaban recubiertas de toda clase de obras artísticas, desde bodegones hasta murales de grafiti o primorosos dibujos al carboncillo. Cole se dedicaba a pasearse por delante de todas ellas como un padre orgulloso, y Evan parecía casi tan orgulloso como su amigo.

—Bueno, ¿qué te parece, pequeña? —me preguntó Cole, abrazándome.

—Estoy impresionada —le contesté—. Y parece que tus alumnos se lo están pasando en grande. —Era verdad. Los alumnos, de edades comprendidas entre los doce y los ochenta, se paseaban como si fuesen auténticas celebridades. Parecía evidente que la exposición era el momento culminante del curso académico—. ¿Dónde está Tyler? —le pregunté cuando caí en la cuenta de que no lo había visto entre la multitud.

—En California —dijo Evan.

Me acordé de la llamada telefónica que había oído en el barco.

—¿Algún problema?

—Nada que no pueda arreglar. —Me agarró del brazo—. Vamos a por una copa —le dijo a Cole—. Buen trabajo, amigo.

—Gracias, tío.

Eché un vistazo a la inmensa sala mientras Evan me conducía hasta la barra.

—Tal vez debería hacer algo parecido para el acto de la fundación para recaudar fondos —comenté—. En lugar de elegir un anfitrión, podría celebrarlo en un terreno neutral.

—¿Quién compite por el honor de acoger el evento? —quiso saber Evan mientras esperábamos a que el camarero preparase las bebidas.

—La pregunta es quién no compite. Y en cuanto escoja a uno, será como hacer un feo a todos los demás. No estoy convencida de que haga falta cabrear a la flor y nata de la sociedad de Chicago. Están Thomas Claymore, Reginald Berry… Bueno, es que la lista es muy larga. El mismísimo Victor Neely aparece en ella, y ya sabes el cariño que le tengo… —Hice una mueca de disgusto.

—Cielo, si te sirve de consuelo, yo siento exactamente lo mismo.

—Tengo que admitir que no encabeza mi lista de posibles candidatos. No es solo que Jahn no lo soportase, es que el muy capullo ni siquiera se ofrece a donar una pequeña parte de su colección a la fundación. Tengo entendido que ya ha firmado el acuerdo para donar su colección de manuscritos a un museo de Bélgica. Y creo que está negociando con el Museo Británico la donación de algunos de sus cuadros. —Miré a Evan a la cara—. ¿Qué te pasa?

—Había oído rumores, pero no sabía que el trato con Bélgica ya estuviera cerrado.

—Estás pensando en el Bestiario, ¿verdad?

Torció la boca con una sonrisa amarga mientras cogía el whisky escocés que le ofrecía el camarero y me pasaba mi copa de vino.

—Qué bien me conoces.

—Sí, bueno, yo también estaba pensando lo mismo. Me encantaría conseguir el cuaderno original para la fundación. Hasta le pedí a Esther que le preguntase a Neely al respecto.

—¿Ah, sí? ¿Y qué dijo?

—Imposible. No puedo decir que me sorprendiera. Pagó un montón de pasta para impedir que el cuaderno formara parte de la colección privada de Jahn, y no me lo imagino donándolo ahora por voluntad propia.

—Ni yo —convino Evan. Tenía el ceño fruncido, como si estuviera dándole vueltas a un asunto espinoso.

—¿Qué pasa?

—Es que no me gusta nada ese tipo, simplemente. —Miró a su alrededor, e intuí que buscaba a Cole con la mirada—. Tengo que comentarle algo a Cole. ¿Te importa quedarte sola un momento?

Me eché a reír.

—Soy la hija de un hombre que se presenta a candidato a la vicepresidencia —le contesté—. Créeme si te digo que sé desenvolverme con naturalidad en cualquier reunión.

Me dio un beso en la mejilla.

—En ese caso, vuelvo en un momento.

Mientras lo observaba alejarse, no pude evitar preguntarme qué era eso tan urgente que tenía que hablar con Cole… y por qué el Bestiario se lo había recordado.

Aunque tampoco tuve tiempo de darle más vueltas, porque Cole había preparado la inauguración para sus alumnos y había invitado a buena parte de la élite de Chicago, así que no tardé en encontrarme al lado de Thomas Claymore, quien con el pretexto de una charla amigable y cortés se ofreció como candidato para albergar la gala de la fundación.

Lo escuché educadamente y después me las arreglé para desembarazarme de él; entonces me puse a hablar con una joven alumna de Cole y luego con un hombre bajito vestido con un traje de corte perfecto que me tendió la mano a modo de saludo.

—Señorita Raine —dijo con un gesto afable—. Me alegro de verla por aquí.

—Gracias —le dije—. Lo siento, pero no he oído su nombre.

—Larry —dijo sin soltarme la mano.

Empecé a tirar con disimulo para apartar la mano de la suya, pero Larry me la apretó con más fuerza. Arrugué la frente, pensando que sería uno de esos hombres que no habían llegado a dominar el arte del apretón de manos, pero entonces tensó aún más los dedos y, antes incluso de que me hablase, sentí que se me erizaba el vello de la nuca.

—Dile a tu novio y a sus amigos que se olviden del asunto y lo dejen de una puta vez —dijo sin un atisbo de amenaza en la voz, y precisamente su tono agradable hizo la conversación mucho más espeluznante—. Diles que si no lo hacen, tendrán problemas. Más problemas.

Diles que es una promesa. ¿Lo has entendido?

—Pues… —Yo quería hacerme la dura y soltarle una respuesta brillante para ponerlo en su sitio, para demostrarle que no me daba ningún miedo. Pero no era verdad, y yo no era una gran actriz, así que lo único que hice fue quedarme mirándolo boquiabierta, como un pez atrapado en un anzuelo.

Me miró fijamente a la cara; sus rasgos antes afables se habían vuelto amenazadores.

—Sí, creo que me has entendido.

Luego me soltó la mano, inclinó la cabeza y desapareció entre la multitud. Me quedé allí, helada e inmóvil. «Evan». Obligué a mi cuerpo a moverse. Necesitaba encontrar a Evan. Tenía que advertirle. Que viera a aquel tipo, Larry. Preguntarle qué demonios pasaba. «Muévete, maldita sea, muévete».

Eso hice. Un paso y después otro.

Y luego otro hasta que moverme volvió a parecerme lo más normal del mundo.

Sin embargo, cuando al fin logré atravesar la sala no encontré a Evan, sino a Kevin.

Lo saludé con una sonrisa forzada.

—Hola. No sabía que estabas aquí.

—Angie —dijo—. Te he echado de menos.

Le sonreí otra vez, sintiéndome un poco incómoda, porque no le había respondido como cabría esperar, diciéndole que yo también le había echado de menos.

Pero no era verdad. No lo había echado de menos en absoluto, y la verdad era que deseaba que pudiese pasar página y seguir adelante con su vida.

Por desgracia, Kevin no parecía desear lo mismo que yo, y precisamente ese había sido uno de nuestros problemas durante toda la relación.

—Bueno, ¿con quién hablabas hace un momento? —me preguntó.

Volví a experimentar la misma sensación angustiosa de hacía unos instantes.

—No… no lo sé. Con un tipo normal y corriente.

—Pensé que a lo mejor lo conocías —dijo Kevin con el tono de voz que sugería que sabía exactamente quién era Larry y qué hacía allí—. Parecía un poco tenso. —Dio un paso hacia mí—. He estado a punto de acercarme por si podía ayudarte. ¿Debería haberlo hecho?

¿Necesitabas ayuda, Angie?

Me obligué a mirarlo a los ojos. Me obligué a disimular el miedo que me atenazaba.

Ojalá lo lograra.

—No, no pasaba nada. Solo era un tipo cualquiera, Kevin. —Me encogí de hombros—. Me parece que tienes demasiada imaginación.

—¿Tú crees? —Torció la boca en una mueca—. Pues no sé. —Se calló durante tanto rato que creí que iba a despedirse, pero por lo visto no era mi día de suerte.

—Parece que tú y Black vais en serio.

No dije nada, pero por dentro estaba aterrorizada, porque sabía leer perfectamente entre líneas. Larry era un personaje oscuro, ligado a la parte de la vida de Evan que este mantenía oculta. Y Kevin trabajaba para el FBI.

—Pensaba que te ibas a ir a vivir a Washington —me presionó.

—Pues sí —le respondí con recelo. ¿De verdad creía que iba a dejarme en paz tan fácilmente?—. Mi madre ya está planeando una salida para ir a comprarme ropa en cuanto llegue a la ciudad, y mi padre me ha enviado como cien mil anuncios de apartamentos en venta.

Sonreía como una idiota, convencida de que se me notaba a la legua que lo hacía a la fuerza.

—Bueno, ¿y qué harás con Black entonces? —inquirió, haciendo añicos mi fantasía de que iba a dejarme en paz—. ¿Solo es uno de esos rollos de chica buena que conoce a chico malo?

—¿Qué coño te pasa, Kevin? —Pretendía que mi tono de voz sonase intimidatorio, la frase ofensiva perfecta para zanjar la conversación, pero me salió un tono cansado y algo vacilante.

—Todavía me importas. Es más, me preocupas.

Levanté la mano para interrumpirlo.

—No pienso mantener esta conversación contigo. —Tenía que moverme. Tenía que irme de allí, pero cuando eché a andar, me agarró del brazo. Me zafé de él.

—Joder, Kevin…

—Si no cortas con él cuanto antes, no sé si podré ayudarte.

—No sé de qué me hablas —le espeté. No era exactamente una mentira, pero tampoco era la verdad.

—Lo sabes perfectamente —dijo—, porque ya te lo dije, y te conté más de lo que debería haberte contado. No es trigo limpio, Angie. Igual que Cole August y Tyler Sharp. Mantente alejada de ellos.

El corazón me latía con tanta fuerza que apenas oía mis propias palabras por culpa del zumbido en los oídos.

—¿Sabes qué, Kevin? Me gustaría decir que ha sido un placer verte, pero sería una mentira como una casa. Y ahora, si me disculpas, voy a buscar a mi acompañante.

Solo que no fui en busca de Evan, sino que me fui de la sala principal y me metí en una sala contigua, más pequeña. Luego me apoyé en la pared, cerré los ojos y me concentré en respirar mientras trataba de poner orden en toda aquella mierda.

¿Qué diablos me pasaba?

Sabía casi desde el principio que lo que había dicho Kevin de Evan seguramente era cierto.

Que había algún trapicheo ilegal en el fondo de todo aquel asunto. Además, hasta el mismísimo Evan prácticamente me lo había confesado, joder. Y, maldita sea, ¿acaso esa misma posibilidad no me había puesto cachonda? La posibilidad de que Evan llevase de cabeza al FBI lo convertía en todo un héroe a mis ojos. En un personaje excitante. Sensual.

Emocionante.

Pero de pronto…

Con gusanos como Larry amenazándome y Kevin acosándome… oh, Dios… todo parecía demasiado real. Demasiado aterrador.

Me acordé del miedo nauseabundo y paralizante que sentí cuando me detuvieron. No, no era miedo, era terror. Saber que podían arrebatarme en un instante todo aquello por lo que había trabajado y todo lo que amaba, mover el suelo bajo mis pies y sustituirlo por unos barrotes y una celda fría, mientras los ojos del mundo me miraban con aire acusador, sabiendo que había metido la pata.

No deseaba eso para Evan… ni para ninguno de los tres caballeros.

Es más: no lo deseaba para mí. No quería correr el riesgo de que me llamasen a declarar como testigo, de tener que sentarme en una sala a que me acribillasen a preguntas. Y no quería correr el riesgo de que pudiesen arrancar de mi lado a alguien a quien amaba.

Alguien a quien amaba…

Cerré los ojos con fuerza, ahuyentando aquel pensamiento. Respiré hondo, tratando desesperadamente de mantener un poco la compostura.

Unos golpecitos en el marco de la puerta me dieron un susto de muerte. Abrí los ojos y, al volver la cabeza, me encontré de frente con Evan.

—¿Qué te pasa?

Acerté a esbozar una media sonrisa.

—¿Es tan evidente?

Se acercó a mi lado.

—Te conozco, ¿recuerdas?

—También me conoce un tipo llamado Larry. —Lo observé mientras le hablaba y vi que la tensión se apoderaba de los músculos de todo su cuerpo—. Me acaba de dar un mensaje para ti. Se supone que tengo que decirte que te olvides del asunto. —Contuve la respiración—. ¿Vas a decirme quién es?

Se quedó callado durante un minuto eterno y luego levantó la mano, enseñándome los nudillos.

—Ya te he hablado alguna vez de él —dijo—. Es uno de los cabrones que se metía con las chicas.

—Ah. —Ya lo había pensado, así que decidí no insistir. Evan ya sabía de qué se trataba. Y no vi ni una pizca de miedo en sus ojos. En cambio, sí percibí un atisbo de ira cuando extendió la mano y me acarició suavemente la mejilla.

—Te ha asustado.

—Me ha dado escalofríos —admití—. Pero ya estoy bien. —Lo miré a los ojos y me di cuenta de que era verdad. Por muy cursi que sonase, la verdad era que estaba bien porque tenía a Evan a mi lado.

—Te he visto hablando con Kevin.

—Menuda suerte la mía.

—¿Todo bien con él, también?

Asentí. ¿Qué iba a decirle? ¿Que me había dado cuenta de que tenía miedo por lo que pudiera pasarle a Evan y que, ah, por cierto, tal vez estuviera enamorada de él? Me decanté por otra cosa.

—Sí, todo bien. Me ha visto hablando con Larry.

Lo miré a los ojos, y aunque se limitó a asentir con la cabeza, supe que había entendido mi mensaje implícito: «Ten cuidado. Por favor, ten cuidado».

—¿Qué más te ha dicho?

—Me ha dicho que me echaba de menos.

—Ya. —Descubrí un rastro de vulnerabilidad en sus ojos, y tuve que reprimir un grito ahogado cuando de repente me di cuenta de que tal vez Evan fuese culpable de todo aquello de lo que Kevin le acusaba. Podía ser extremadamente peligroso, pero, en ese instante, era yo quien tenía el poder de hacerle daño.

Alargué la mano y le acaricié el labio con el pulgar.

—Le he dicho que yo no le echaba de menos para nada —añadí.

Me sostuvo la mirada durante lo que me pareció una eternidad, y entonces descubrí una expresión de alivio en sus ojos. También me pareció descubrir amor en su mirada.

Al cabo de un momento, apartó los ojos.

—Tengo que ocuparme de un asunto —dijo en voz baja, y aunque no se lo pregunté, tuve la sensación de que Larry era la razón de aquel cambio de planes—. No tardaré mucho. Espérame en el barco, ¿vale?

Sentí que se me emborronaba la sonrisa.

—Creo que me iré a casa —contesté. Quería estar en terreno familiar para poner en orden mis pensamientos.

Evan me miró con recelo.

—¿Estás segura de que estás bien?

Me acerqué y lo besé con fuerza; fue un beso largo e intenso.

—Estoy bien. Mi padre me ha enviado un montón de fotos de apartamentos. Debería echarles un vistazo.

Su expresión se endureció.

—Sí, claro. Estará esperando tu respuesta.

—¿Vendrás luego?

—En cuanto pueda.

—Vale —le dije.

—Le diré a Red que te lleve a casa. Yo me voy con Cole.

El trayecto apenas duró unos minutos, y en menos de una hora ya estaba en el ático, sirviéndome una copa de vino. Tenía un mensaje de Evan en el móvil, y deduje que debía de haberme llamado en el corto espacio de tiempo en el que estaba sin cobertura en el ascensor.

«Cambio de planes. Tengo que coger un vuelo a Indiana para encargarme de unos asuntos, pero estaré de vuelta mañana. Que tengas un buen día en el trabajo. Pensaré en ti a cada momento».

Me llevé la copa de vino a la cama y me repetí sus palabras. Yo también pensaría en él a cada momento. En todo lo que lo rodeaba; en las amenazas, los delitos y el FBI. En Washington. Y sí. En volar también.

Me quedé despierta el máximo de tiempo posible, luchando contra el sueño. Las noches anteriores no había sufrido ninguna pesadilla, pero esa noche, sin Evan a mi lado, sabía que volverían a atormentarme. Sueños con olor a agua salada marcados por los gritos desgarradores de mi hermana. Pesadillas que extendían los brazos y me arrancaban del sueño, tan dañinas que incluso me persiguieron hasta el trabajo al día siguiente, cuando me senté con cara de sueño a mi escritorio y traté de concentrarme en la voz de Kat, metálica y débil, al otro lado del teléfono.

—Kevin es un capullo —me decía—. Se pasea por ahí enseñando su placa para sentirse un tipo duro.

—Puede que tengas razón. No lo sé. —Le había contado lo de Kevin, pero no le había hablado de Larry—. Pero no quiero pensar en Kevin. —Suspiré—. Hoy todavía no he sabido nada de Evan. Necesito algo de distracción. ¿Te apetece tomar algo? Flynn trabaja esta noche.

Podríamos ir al bar a agobiarlo un poco.

—Suena divertido. ¿Nos vemos allí a las ocho?

—Perfecto.

Le dejé un mensaje a Flynn en cuanto llegué a casa del trabajo diciéndole que nos esperara esa noche y luego, como disponía de un par de horas antes de cambiarme y salir para el bar, decidí coger un cuaderno de dibujo y una copa de vino y salir a la terraza.

Estaba dibujando el rostro de Evan de memoria cuando sonó el interfono del exterior, seguido por la educada voz de Peterson.

—Está aquí el señor Black. ¿Puedo decirle que suba?

Pulsé el botón para responder.

—¿Está aquí? ¿O está abajo?

—Lo tengo aquí mismo, delante de mí.

Se me aceleró el pulso.

—Dígale que suba. —Me levanté y empecé a pasearme arriba y abajo. Joder, estaba tan ansiosa e impaciente que me sentía como una idiota. Había estado fuera menos de veinticuatro horas y a mí me había parecido un suplicio de un año.

En otras palabras, que lo mío era grave.

En otras palabras, que al cabo de una semana aproximadamente iba a pasarlas canutas.

«Peligroso». Evan Black era algo más que peligroso: era lo más peligroso que me había pasado en mi vida.

Le oí empujar la puerta y salí corriendo en su dirección; acto seguido, paré en seco al verlo tranquilo y relajado, con el pelo alborotado y más sexy que nunca.

Quería quedarme allí y comerme con los ojos aquella maravilla. Quería conservar aquel momento para siempre, en el que estábamos los dos solos, sin secretos ni amenazas.

Entonces extendió los brazos y yo me lancé a ellos, abrumada por la repentina sensación, muy real, de que aquello era como volver a casa.

Solo que era una ilusión, nada más.

Apenas conocía superficialmente sus secretos, lo que él había querido revelarme, y de manera velada. Y aunque había tratado de convencerme de que estaba bien así porque yo iba a marcharme a Washington, de que era lo mejor, incluso, la verdad era que quería más. Quería mucho más.

Porque entonces me di cuenta de que no era la fantasía que yo misma había tejido en torno a la figura de Evan Black lo que me procuraba la emoción que tanto necesitaba: era el verdadero hombre. Su presencia, su humor, su ternura… Incluso sus secretos.

Y lo único que quería en ese momento era conocerlo a fondo, conocerlo de verdad.

—¿Qué pasa? ¿Qué tienes? —preguntó, dando un paso atrás para observarme detenidamente.

Me reí solo a medias. ¿Qué era lo que yo misma había dicho? ¿Que veía a través de mí? Al parecer, había dado en el clavo: para él, yo era transparente. Imposible guardar secretos con aquel hombre.

Quería rogarle que me contase sus secretos, pero tenía un miedo atroz a que se negase si se lo pedía, y no quería enfrentarme a eso, al menos no en ese momento. Justo cuando acababa de cruzar el umbral de mi puerta.

Así que guardé mi propio secreto, escondiendo mis verdaderas necesidades bajo una sonrisa falsa.

—Nada —le dije—. Es que no te esperaba esta noche y ya había hecho planes con Kat y Flynn en el pub. Pero puedo cambiarlos.

—No, ni hablar. Iré contigo. Cole quería salir a tomar una copa esta noche de todos modos.

Le diré que nos acompañe.

—¿Sí? —No pude evitar sonreír. Era tan maravilloso, tan «normal» estar planeando una salida nocturna con amigos…—. ¿Qué hay de Tyler?

—Tyler opina que tú y yo no deberíamos estar juntos. Es una mala idea.

Asentí con la cabeza, con una incómoda sensación de ahogo en el pecho. Quería a Tyler como a un hermano y detestaba la sensación de decepcionarlo de algún modo.

—¿Y Cole no opina lo mismo? —Desde luego, no había sido lo que se dice la personificación del apoyo incondicional en el Destiny.

Evan torció la boca en una mueca.

—Él cree que lo nuestro es un disparate, pero también sabe que te vas a ir muy pronto. Dijo algo así como que podemos hartarnos todos estos días para quitarnos la espinita y así olvidarnos luego el uno del otro para siempre.

—Vaya. Entiendo. —Sentí un nudo en el estómago—. Bueno, pues ahí lo tienes. Siempre he sabido que Cole era un tipo inteligente. —Sonreí con aire vacilante—. Un rollo sin importancia antes de Washington. Casi suena a título de película mala.

Traté de esbozar una sonrisa forzada, pero la expresión de Evan era muy seria. Extendió la mano y me acarició suavemente la mandíbula.

—Eso no va pasar nunca, ¿sabes? Es imposible que yo me olvide de ti. Aunque te fueras ahora mismo muy, muy lejos, aunque no volviera a verte nunca más, siempre te llevaría muy dentro de mí.

El nudo se deshizo al instante y me sentí más ligera que el aire. Fui incapaz de articular una respuesta coherente a sus palabras, pero cuando me puse de puntillas y presioné mis labios contra los suyos, creo que lo entendió. Su boca sabía a menta, y aunque solo habíamos estado separados una noche, lo había echado muchísimo de menos. Ni siquiera quería pensar cómo iba a sobrevivir en Washington. Bueno, al menos el congresista Winslow estaba a punto de contratar a la mejor ayudante del mundo, porque pensaba sumergirme de tal forma en el trabajo que no me quedaría tiempo ni energías para pensar en nada más, ni siquiera en el hombre del que me había enamorado.

Me estremecí entre sus brazos, reconociendo al fin el pensamiento que había tratado de ignorar en la exposición: había fantaseado con Evan Black desde hacía años, pero me había enamorado de él durante los últimos días. Cuando tuviera que marcharme, padecería una herida sentimental.

—Oye —dijo interrumpiendo el beso e inclinando la cabeza para rozarme la punta de la nariz con los labios—, ¿qué piensas?

—Que te quiero dentro de mí —le contesté.

Echó un vistazo al reloj y luego volvió a mirarme. Me dedicó una sonrisa tan sensual que me derritió por completo.

—¿A qué hora se supone que tenemos que estar en el pub?

—¿Te importa si llegamos tarde?

—Te aseguro que no me importa nada —dijo.

—Pues entonces no importa. —Me aferré a él—. Deberíamos ir al dormitorio.

—Deberíamos —convino.

—No quiero moverme.

—Entonces no te muevas.

—Quiero algo bruto —dije—. Nada de hablar ni de sutilezas. Solo tú dentro de mí. Ahora mismo.

—Joder, Lina… —gruñó, y luego me levantó en el aire de manera que mis piernas le rodearan la cintura. Estábamos a solo unos metros de la cocina y me depositó sobre la encimera, subiéndome la falda bruscamente, y entonces se desabrochó los pantalones tan deprisa que me sorprendió que los botones no saltaran por los aires. Me abrí de piernas, incapaz de contener el deseo, incapaz de esperar ni un segundo más, y luego bajé el brazo para intentar quitarme las bragas—. No —dijo, y cuando ladeé la cabeza con un gesto interrogante, extendió la mano y apartó la tela de la parte central de las bragas a un lado. Me metió dos dedos dentro, con tanta fuerza y de manera tan rápida y profunda que lancé un grito, y a continuación se situó entre mis piernas, colocando su miembro donde hasta entonces habían estado sus dos dedos. Yo ya estaba empapada, pero cuando bajé la vista hacia donde se unían nuestros cuerpos, cuando vi cómo se movía dentro de mí y cómo lo acogía mi cuerpo, me puse más húmeda todavía.

—Más fuerte —exigí mientras me bombeaba, sujetándome las caderas con las manos. Yo me eché hacia atrás, agarrándome a la encimera—. Sí, por favor, más. —Ya no lograba expresar ni un pensamiento coherente. Toda yo era necesidad en estado puro. Puro deseo.

Y entonces, más rápido de lo que recordaba haberme corrido en toda mi vida, estallé en un frenesí salvaje de moléculas, toda yo derritiéndose en Evan.

—Nena… —Suspiró con el cuerpo aún temblando contra el mío mientras me aferraba a él.

Al cabo de un momento, me retiré de mala gana.

—Será mejor que me cambie de ropa antes de irnos.

—No —dijo mientras cogía unas servilletas y nos limpiaba a ambos—. Déjate la falda y las bragas.

—¿Por qué?

—Me gusta —dijo—. Me gusta saber que estás recién follada, que hace solo unos minutos estabas completamente abierta de piernas y yo estaba dentro de ti, bien adentro. Me gusta verte ahí sentada, con tu traje del trabajo, con ese aire tan formal, y saber que yo soy la razón de que lleves las bragas mojadas. Me recuerda que eres mía. Al menos durante unos pocos días más.

—Soy tuya —le dije. «Siempre lo seré».

No dije lo último en voz alta, pero él lo sabía. ¿Cómo no iba a saberlo? ¿Acaso no había descubierto que Evan Black me conocía mejor que nadie?

—Lo digo en serio —afirmó Kat, sujetando su tercera cerveza—. Creo que vosotros dos deberíais probar el paracaidismo.

Miré a Evan, que al parecer encontraba los comentarios de mi amiga borracha muy graciosos.

—¿Y por qué? —le preguntó Evan.

—Bueno —dijo Kat, inclinándose sobre la mesa con una expresión muy seria—, por si no te has dado cuenta, a nuestra pequeña Angie le van las emociones fuertes.

—No… —dijo Evan, con la voz impregnada de sorpresa fingida.

—Pues sí. —Kat asintió unas cuantas veces más de lo necesario, como si estuviese imitando a uno de esos muñecos con la cabeza bamboleante—. Y tienes que hacer lo posible para que se quite esas cosas de la cabeza, porque en cuanto aterrice en Washington, su vida va a ser soporífera. Tiene asuntos pendientes con su padre… —añadió, haciendo como que susurraba—. Es verdad. Te lo juro.

—Lo que te juro yo es que te vas a ir en un taxi a casa —le dije, obligándome a sonreír y hablar con un tono desenfadado cuando en realidad quería estrangular a mi amiga. Mi traslado a Washington era como una tortura para mí, y no quería que nadie me lo recordase. Es más, no quería que nadie se lo recordase a Evan.

—¿Estás sugiriendo que estoy borracha?

—No es ninguna sugerencia: lo afirmo rotundamente.

—Borracha o no —dijo Evan—, creo que tu amiga ha tenido una gran idea. ¿Quieres que organice una salida para tirarnos en paracaídas?

—Ni se te ocurra.

—Y yo que pensaba que querías volar…

Por debajo de la mesa, apoyé la mano en su polla y le sonreí con dulzura.

—Para eso te tengo a ti —le dije. Le hablaba en tono de broma, pero lo decía muy en serio.

Decidí atenerme a las reglas del decoro y empecé a desplazar la mano, pero él apretó la suya sobre la mía para impedírmelo. Me miró a los ojos, con una expresión divertida, y no pude evitar sonreír.

—Lo cierto es que no le falta razón —dijo Evan, y no tuve más remedio que reír. Yo no era la única a quien le iban las emociones fuertes.

—Esta te tiene muy pillado —dijo Kat.

—Es verdad —confirmó Evan alegremente, y Kat me dedicó una sonrisa radiante de aprobación.

—Bueno, ¿y dónde está Cole? —pregunté mientras Kat hacía señas a una camarera para pedirle otra ronda de bebidas—. Son casi las ocho y media.

—Le he enviado dos mensajes —dijo Evan—, pero no me contesta.

Solo habíamos llegado diez minutos tarde, gracias a la habilidad de Evan para conducir el Thunderbird a una velocidad increíblemente rápida y peligrosa, pero al final resultó que nos habíamos dado prisa para nada: Cole seguía sin dar señales de vida y Flynn estaba ocupado cubriendo otro turno, así que la hora que se había reservado para estar con nosotros debía dedicarla a matarse a trabajar detrás de la barra. Y cuando no estaba corriendo de un lado para otro mezclando cócteles y combinados, lo acaparaba una mujer de unos cuarenta y pocos años, que lo llamaba una y otra vez para que hablase con ella.

Kat ya se había fijado en ella y me la había señalado. La observamos juntas, tratando de adivinar qué significaba ella para Flynn. Supuse que nada importante, solo sería una mujer con ganas de ligarse al camarero más macizo del bar. Seguramente recién divorciada. Seguramente había tenido un mal día en el trabajo.

—Creo que esa está tonteando para divertirse un poco mientras su marido está de viaje de negocios —dijo Kat cuando fuimos juntas al lavabo.

—Espero que no. Lo último que le hace falta a Flynn es tener que vérselas con un marido cabreado.

Fuera quien fuese, mantenía a Flynn muy ocupado. Solo había conseguido llegar hasta nuestra mesa una vez, y únicamente para conocer a Evan. Yo tenía la esperanza de que cuando apareciese Cole el otro camarero hubiera empezado su turno de trabajo y Flynn podría tomarse un descanso.

—Ahí está —dijo Evan, mirando hacia la entrada. Luego empujó su silla hacia atrás y se levantó—. Algo va mal…

Como yo era más baja que Evan, no pude ver a Cole acercándose hasta que me levanté yo también. En cuanto me puse de pie, supe que Evan tenía razón. Cole había entrado como un vendaval y se dirigía hacia nosotros con una expresión furibunda. Incluso sus ojos, de costumbre afables, despedían un brillo colérico que no se molestaba en ocultar.

—¿Qué cojones…? —preguntó Evan, a todas luces tan desconcertado como yo.

Cole me miró.

—Lo siento, pequeña. Necesito hablar con él un momento —me dijo señalando a Evan—. Tenemos un problema.

—¿Qué pasa? —exclamé, pero Cole ya se estaba alejando y Evan lo seguía a toda prisa, con el móvil pegado a la oreja.

—¿Qué coño pasa aquí? —exclamó Kat.

—Cosas de negocios, supongo. Evan me dijo que tenían un problema con una de sus empresas en California. —Traté de aparentar indiferencia, pero estaba preocupada, y la advertencia de Larry y la voz de Kevin me retumbaban en los oídos.

Llevaban fuera cinco minutos cuando Flynn se acercó y se sentó con nosotras.

—¿Adónde se han ido?

—Al aparcamiento, creo. —Miré a la barra y vi que la pantera ya se había marchado.

—¿Dónde se ha metido tu amiguita?

—Que le den —dijo Flynn.

Kat se echó a reír.

—Creíamos que eso era justo lo que pensabas hacerle tú —bromeó—. ¿Qué ha pasado?

—Es como una negociación —dijo Flynn—. No hemos podido llegar a un acuerdo.

—Más rollos de negocios —comenté, y luego me tragué el último sorbo de cabernet mientras Flynn y Kat se reían—. ¿Otra ronda?

—Hostia, sí, por favor —soltó Flynn mientras hacía señas a una de las camareras—. No tengo que trabajar hasta dentro de treinta y seis horas.

Yo me había bebido dos copas de vino y cuando Evan regresó ya empezaba a sentir sus efectos. Cole no estaba con él y descubrí un gesto de decepción en el rostro de Kat, expresión que se acentuó aún más cuando Evan se negó a explicarnos por qué Cole no iba a acompañarnos.

—Cosas de trabajo —dijo, una explicación en absoluto satisfactoria.

Lo peor fue que Evan se pasó el resto de la velada completamente ausente. Se mostraba amable con mis amigos, decía lo que se suponía que debía decir, se reía de sus chistes y pagaba las rondas, pero, en cierto modo, era como si no estuviera. Aguanté hasta que nos fuimos, pero en el coche ya no pude soportarlo más y le exigí algunas respuestas.

—¿Qué pasa, Evan?

—Cosas de trabajo —dijo. Se detuvo en un cruce y me miró de reojo—. Ya se solucionará.

—Bueno, ¿y qué ha pasado?

—Problemas —dijo—. En el Destiny.

Me mordí el labio inferior, recordando sus nudillos rojos, en carne viva.

—¿Ese tipo? ¿Larry? ¿Las chicas están bien?

Fijó la mirada en la carretera.

—Están bien. Nos estamos encargando del asunto.

Saltaba a la vista que le molestaba hablar de aquello, pero insistí de todas formas.

—Bueno, ¿y todo esto tiene que ver con algo lícito? ¿O debería preocuparme por si el FBI va a por ti?

Dio un volantazo a la izquierda y pisó a fondo el pedal del freno a la vez. Lancé un chillido y el sonido de mi voz se superpuso al chirrido de los neumáticos cuando el coche derrapó para entrar en un aparcamiento. Evan apagó el motor.

—¿Qué narices quieres, Lina?

Lo miré boquiabierta.

—Lo digo en serio. ¿Qué diablos quieres? —insistió.

Negué con la cabeza.

—Quiero saber qué pasa, Evan. ¿Es que Cole te ha dado un golpe en la cabeza? Porque, de repente, te has convertido en otra persona y no sé qué pasa, pero te estás desquitando conmigo.

—¿Te quedarás?

—¿Quedarme? —repetí, porque de pronto no entendía nada.

—¿Te quedarás en Chicago o te irás a Washington dentro de poco más de una semana?

Me humedecí los labios.

—Solo quiero salvar esta distancia que hay entre nosotros, Evan. De pronto, aparece Cole y tú te vas con él, y cuando vuelves, es como si estuvieras en otra parte, detrás de un muro de silencio. Y lo entiendo. Hay cosas que no me puedes contar, cosas que ambos sabemos, pero que hemos estado evitando, y es culpa mía, porque yo también las he intentado esquivar. —Aspiré una bocanada de aire, sin saber si las palpitaciones que sentía eran a causa de mis palabras o como efecto retardado de su conducción temeraria—. Se acabaron las evasivas. No quiero historias ni alegorías de qué pasaría si… Te deseo, Evan, pero te quiero a ti, quiero estar con tu verdadero yo.

Le hablaba con el corazón en la mano, con una sinceridad absoluta, al mismo tiempo que escudriñaba su expresión, buscando algún signo de ternura, de aceptación o de alivio.

Pero solo vi los rasgos duros y angulosos de su rostro. También descubrí una expresión de tristeza, y eso me provocó un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo.

Volvió la cara, desviando la mirada hacia algún punto fuera del parabrisas.

—Yo también quiero eso mismo —dijo al fin.

Dejé escapar un suspiro de alivio y esperé a que dijera algo más. A que me dijera la verdad.

A que me dejase entrever al fin qué se escondía bajo su brillante armadura de caballero.

Pero no fue eso lo que me dijo.

—¿Te quedarás en Chicago? —repitió, esta vez muy despacio y con mucha claridad—. ¿O te irás a Washington dentro de una semana?

—¡Maldita sea, Evan! —grité, perdiendo la paciencia—. ¿Por qué continúas preguntándomelo?

Siguió con la vista fija hacia delante, pero su voz conservó el mismo tono de dureza.

—Responde a la pregunta.

—Sí… sí —solté—. Sabes que me espera un trabajo. Y dentro de unos días, incluso tendré un sitio donde vivir.

Volvió a poner el motor en marcha y salió a la calle. Me quedé paralizada, convencida de que acabábamos de cruzar un límite que él había trazado y del que yo ni siquiera era consciente. Cuando llegamos a mi apartamento, pasó de largo el servicio de aparcacoches y detuvo el vehículo junto al bordillo. Se quedó en silencio y tardé un momento en darme cuenta de que estaba esperando a que me bajara del coche.

—¿Qué coño te pasa, Evan?

—No estás siendo sincera contigo misma, Lina —dijo, volviéndose hacia mí—. No esperes de mí lo que ni siquiera tú misma estás dispuesta a darte.