Los robots submarinos patrullan las profundidades, haciendo investigación oceanográfica. Los «batiscafos» y otros VAU (vehículos autónomos submarinos), como torpedos con alas, atracan en los observatorios submarinos para recargar las baterías y vaciar datos. Por fin los oceanógrafos cuentan casi con tantos datos como los meteorólogos. Entre otras cosas, observan la profunda capa de agua relativamente cálida que fluye del Atlántico al Ártico. (ALTEX, el Experimento de Seguimiento de la Capa del Atlántico).
Pero no son tan buenos como las ballenas. En algunas ballenas beluga, que se pasan la vida en mar abierto, se han colocado sensores para grabar la temperatura, la salinidad y el contenido en nitratos, equipados con un dispositivo GPS y un medidor de la profundidad. Ellas retozan de un lado a otro en su mundo azul, sumergiéndose en el tenebroso reino de las profundidades, subiendo en busca de aire, siempre grabando datos. Casper el pequeño fantasma, Whitey Ford, La dama de blanco, Moby Dick y todos los demás: nadan según les apetece, subiendo y bajando sin parar por sus inmensos territorios, rápidas y ágiles, incansables y exhaustivas, capaces de alcanzar grandes profundidades, destellos pálidos en el azul más oscuro, la oscuridad más azul. Luego suben en busca de aire. Son primas nuestras. Las ballenas blancas nos ayudan a conocer este mundo. La capa cálida está disminuyendo.
El resto de la estancia de Frank en San Diego fue difícil. El encuentro con Marta lo puso de un pésimo humor del que no fue capaz de desprenderse.
Intentó buscar vivienda para cuando volviera en otoño, y estuvo mirando algunas páginas de anuncios inmobiliarios en el periódico, pero fue desalentador. Llegó a la conclusión de que tendría que alquilar un apartamento y esperar un tiempo antes de comprar nada. Iba a ser duro, quizá imposible, encontrar una casa que le gustara y pudiera pagar. Tenía ciertos problemas económicos. Y en la actualidad hacía falta una cantidad de dinero más que considerable para comprarse una casa en el norte de San Diego. Él y Marta se habían comprado un bungalow perfecto para una pareja en Cardiff, pero lo vendieron cuando se separaron, lo que empeoró la situación. Ahora la zona era más cara de lo que podía permitirse un simple profesor. Sería esencial conseguir ingresos adicionales.
Así que estuvo mirando algunas viviendas de alquiler en North County, y luego, por las tardes, iba a la oficina vacía del campus para encontrarse con dos estudiantes de postdoctorado que seguían trabajando para él en su ausencia. También habló con el jefe del departamento sobre las clases que daría en otoño. Todo era muy tedioso.
Y peor aún, recibió una carta en su buzón personal del departamento de la Oficina de Transferencia de Tecnología de la UCSD, Comisión de Revisión Independiente. Con el corazón acelerado, la abrió y la leyó, y a continuación llamó por teléfono a la Oficina de Transferencia de Tecnología.
—Hola, Delphina, soy Frank Vanderwal. Acabo de recibir una carta de la Comisión de Revisión, ¿puedes contarme por favor de qué va todo esto?
—Oh, hola, doctor Vanderwal. Déjeme ver… la Comisión de Supervisión de Ingresos Extrauniversitarios quería preguntarle sobre unos ingresos que ha recibido de sus acciones en Torrey Pines Generique. Hay que informar de todo lo que supere los dos mil dólares al año, y usted no les ha dicho nada.
—Este año estoy en la FNC, y tengo todas las acciones en un fideicomiso ciego. No sé nada al respecto.
—Oh, así no hay problema, ¿no? A lo mejor… espere un momento. Aquí está. Quizá no lo sabían. No estoy segura. Estoy buscando el memorándum… ah. Han sido informados de que va a reincorporarse a Torrey Pines cuando regrese, y…
—Espere, ¿qué? ¿De dónde diablos han sacado eso?
—No sé…
—¡Porque no es verdad! He estado hablando con unos colegas de Torrey Pines, pero eso es algo privado. ¿De qué pueden haberse enterado?
—No lo sé. —Delphina empezaba a hartarse de su indignación. Sin duda su trabajo la obligaba a aguantar un montón de indignación, pero eso sólo empeoraba las cosas, porque esta vez él tenía razón.
—Vamos, Delphina —dijo—. Ya hablamos de todo esto cuando colaboré en la creación de Torrey Pines, y no lo he olvidado. Los miembros del cuerpo docente pueden dedicar hasta el veinte por ciento de su tiempo de trabajo a realizar consultorías externas. Lo que yo haga es asunto mío, sólo tengo que informar de ello. Así que, aunque realmente volviera a Torrey Pines, ¿qué tendría de malo? No me incorporaría al consejo de administración, y no utilizaría más del veinte por ciento de mi tiempo.
—Eso está bien…
—Y de todas formas, casi todo mi trabajo lo hago con el cerebro, así que si dedicara más tiempo del estipulado, ¿cómo ibais a saberlo? ¿Ibais a leerme la mente?
Delphina suspiró.
—Claro que no podríamos leer su mente. En el fondo se trata de un sistema basado en el honor. Obviamente. Preguntamos a la gente lo que está ocurriendo cuando vemos cosas en los informes financieros, para recordarles cuáles son las reglas.
—No entiendo qué significa todo eso. Explícale a la comisión de supervisión cuál es la situación de mis acciones, y diles que investiguen bien las cosas antes de molestar a la gente.
—Muy bien. Lamento lo ocurrido. —No parecía alterada.
Frank salió a dar un paseo por el campus. Normalmente eso lo tranquilizaba, pero esta vez estaba demasiado alterado. ¿Quién le había dicho a la comisión de supervisión que pensaba reincorporarse a Torrey Pines? ¿Y por qué? ¿Habría hecho una llamada alguien de Torrey Pines? Sólo Derek lo sabía a ciencia cierta, y no podía haber sido él.
Pero los otros podían haberse enterado de algo. O habían deducido sus intenciones después de la visita. Eso había sido sólo unos días antes, pero había transcurrido tiempo suficiente para que alguien hiciera una llamada. ¿Sam Houston, quizá, para seguir siendo el asesor científico jefe?
¿O Marta?
Inquieto ante la idea, ante todas aquellas maquinaciones, descubrió que estaba deseando volver a Washington. Era asombroso, porque cuando estaba en Washington se moría de ganas de volver a San Diego, y contaba las horas que faltaban para su regreso, momento en el que podría retomar su vida de verdad. Pero era innegable: ahora estaba en San Diego, y quería estar en Washington. Algo iba mal.
En parte debía de ser el hecho de que no había regresado realmente a su vida en San Diego, aquello era sólo un anticipo. No tenía un sitio para vivir, todavía estaba de excedencia, sus días no estaban llenos del todo. Estaba un poco sin rumbo, como en ese momento. Y no era propio de él.
Muy bien, ¿qué haría en su tiempo libre si viviera allí?
Se iría a hacer surf.
Buena idea. Tenía sus cosas guardadas en una taquilla de la zona comercial que había detrás de Encinitas, así que fue hasta allí en coche y sacó su equipo de surf, y luego volvió al aparcamiento de Cardiff Reef, en el extremo meridional de Cardiff-by-the-Sea. Tras unos minutos de observación mientras se ponía el traje de neopreno (que empezaba a quedarle pequeño) advirtió que el reflujo y la corriente meridional creaban unas olas estupendas que rompían en las rocas más alejadas de la orilla. Había una pequeña multitud de surfistas y practicantes de bodyboard.
Feliz ante aquella visión, Frank entró en el agua, que estaba muy fría para ser pleno verano, como decían todos. Ya nunca se calentaba como antes. Pero era tan agradable que echó a correr y se tiró de cabeza a una ola, de la que emergió gritando de alegría. Se sentó en el agua y flotó, se puso las botas, se sujetó a la tabla con la tira de velcro del tobillo y luego empezó a remar. El mar lo hacía sentir como en casa.
Toda la mañana fue agradable. Cardiff Reef era un lugar de vacaciones que conocía muy bien, y nada había cambiado en los años que llevaba allí. Había ido a menudo a hacer surf con Marta, pero aquello tenía poco que ver. Aunque si se la encontraba allí, tendrían otra oportunidad para hablar. En cualquier caso, las olas eran eternas, y Cardiff Reef, con su sencilla punta, era como un viejo amigo que siempre decía lo mismo. Estaba en casa. Aquello era lo que hacía que San Diego fuera su hogar, no la gente, el trabajo o las casas prohibitivas, sino la experiencia de estar en el mar, que durante muchos años de su juventud había sido la más importante de su vida, en comparación con la cual las demás parecían anodinas, hasta que descubrió la escalada.
Mientras remaba, buscando olas que cabalgaba en largos segundos de éxtasis y luego braceando con fuerza para salir de ellas, se maravilló una vez más ante aquella sensación de estar en casa, extrañamente intensa, que despertaba en él el agua salada. Debía de haber una razón evolutiva que explicara el placer que sentía cuando lo empujaba una ola. Tal vez había una parte del cerebro anterior a la separación de los mamíferos de los animales acuáticos, alguna parte de la actividad mental, profunda y básica, que ansiaba aquella experiencia. Sin duda el cerebelo conservaba operaciones mentales muy antiguas. Por otro lado, quizá los momentos de ingravidez, y la manera en que se flotaba eran similares a los meses que se pasaba en el útero y que se rememoraban al nadar. O quizá se trataba de una respuesta estética muy sofisticada, un encuentro con lo sublime, en el que se estaba constantemente cayendo pero sin morir ni hacerse daño, de modo que la discrepancia en la información entre las señales de peligro y las de comodidad se experimentaban como una especie de triunfo sobre la realidad.
Fuera como fuese, era muy divertido. Y lo hacía sentir muchísimo mejor.
Llegó la hora de irse. Cabalgó una última ola y, en lugar de dejarla cuando terminó el impulso, la siguió hasta la orilla.
Se tumbó en la zona poco profunda y dejó que la sibilante corriente lo empujara de un lado a otro. Adelante y atrás, flujo y reflujo. Estuvo holgazaneando allí un largo rato. Durante su infancia y juventud, al finalizar cada sesión marítima pasaba un tiempo considerable haciendo eso, «peceando», lo llamaba él; y muchas veces pensaba que no hacía falta que la gente se esforzara por inventar deportes complicados en el mar, en realidad lo único necesario era pecear. Separó las piernas y los brazos y dejó que el agua lo arrastrara adelante y atrás, sintiendo cómo las olas llenas de arena lo levantaban y empujaban. El océano lo limpiaba. Cuando retrocedía hacia el mar, el agua esparcía finos fragmentos negros sobre la arena, mezclándolos con los granos redondeados, marrones y blancos, hasta formar una cadena de uves negras superpuestas. Dibujos de caminos de la naturaleza…
—¿Estás bien?
Levantó de golpe la cabeza. Era Marta, que había salido del trabajo.
—Oh, hola. Sí, estoy bien.
—¿Qué es esto, ahora me acosas?
—No. —Entonces se dio cuenta de que podría haber algo de verdad—: ¡No! —repitió.
La miró fijamente, enfadándose. Ella le devolvió la mirada.
—Sólo estoy buscando olas —dijo, con la boca tensa—. No tienes por qué decirme eso.
—¿No? Entonces ¿por qué me pediste ayer que saliéramos?
—Fue un error, obviamente. Pensé que hablar podría servir de algo.
—El año pasado, tal vez. Pero entonces no quisiste. Lo quisiste tan poco que en lugar de eso te fuiste corriendo a la FNC. Ahora ya es tarde. Así que déjame en paz, Frank.
—¡Eso hago!
—Déjame en paz.
Se volvió y corrió hacia el rompiente de las olas, se tiró sobre la tabla y empezó a remar con fuerza con los brazos. Cuando estuvo lo bastante lejos se sentó en la tabla y mantuvo el equilibro, mirando hacia lo lejos.
Las mujeres tenían un aspecto extraño en traje de baño, pensó Frank mientras la observaba. Con él acentuaban no sólo las diferencias obvias de la morfología corporal, sino también las más sutiles: la bonita proporción del trasero, la menor proporción torso-pierna, la proporción cintura-cadera: en cualquier caso, eran diferentes y atraían sus ojos como un imán. Era capaz de notar la diferencia a la máxima distancia a la que era capaz de ver. A todos los surfistas les pasaba lo mismo.
¿Qué significaba eso? ¿Que era esclavo de una mujer que lo despreciaba? ¿Que había estropeado la relación más importante de su vida y su mejor oportunidad de obtener el éxito reproductivo? ¿Que el dimorfismo sexual era una fuerza importante en el impulso de reproducción? ¿Que seguía los dictados de su esperma, y era idiota?
Todo eso a la vez.
Con el buen humor hecho añicos, se puso en pie. Se quitó las botas y el traje, se secó en el coche alquilado, condujo hasta el aparcamiento y apagó el motor. Volvió a su habitación de hotel, se duchó, pagó y recorrió la autopista de la costa hasta el aeropuerto, sintiéndose un exiliado a pesar de encontrarse en su tierra natal.
Algo iba muy mal.
Dejó el coche, siguió como un autómata las rutinas para subir al avión que lo llevaría a Dallas. Se sentó junto a la ventanilla y miró el paisaje mientras el avión despegaba. Point Loma, el azul del océano desde aquí arriba, las olas rompiendo en la costa, renovando permanentemente su blanco tapiz. Bajío, giro, Mount Soledad, atravesando la capa de nubes, arriba y hacia el este.
Se durmió. Cuando despertó estaban descendiendo hacia Dallas. Era extraño observar el proceso de aterrizar: al principio los edificios y los coches parecían juguetes, y luego iban creciendo con rapidez hasta convertirse en objetos reales que pasaban a gran velocidad. A continuación se levantó, desembarcó en las grandes curvas del aeropuerto de Dallas, subió a la conexión ferroviaria, hasta otro enlace, para sentarse allí y esperar el avión a Washington.
Sombrío, observó América pasar. ¿Quiénes eran aquellas personas que podían vivir tan plácidamente mientras el mundo caía en una grave crisis ambiental? Expertos de la negación. Expertos en el filtrado de la información para oír sólo lo que les hacía pensar que era sensato comportarse como lo hacían. Muchas de aquellas personas iban a la iglesia los domingos, creían en Dios, votaban al Partido Republicano, y en su tiempo libre compraban y veían la televisión. Obviamente, eran personas agradables. El mundo estaba condenado.
Se instaló en su siguiente asiento de avión (esta vez en el pasillo, porque la vista no le importaba), sintiéndose cada vez más asqueado y furioso. La FNC contribuía a ello; no estaban haciendo nada por ayudar. Sacó el portátil, lo conectó y creó un nuevo documento de texto. Empezó a escribir.
Crítica a la FNC, primer borrador. Carta personal para Diane Chang.
La FNC fue creada para apoyar la investigación científica básica, y en general consigue buenos resultados en eso. Pero su presupuesto nunca ha superado los diez mil millones de dólares al año, en una economía total de unos diez billones. Cabe temer que, tal como están las cosas, la FNC sea simplemente demasiado pequeña para tener un impacto real.
Mientras tanto, la humanidad está superando la capacidad del planeta de sostener nuestra especie, causando daños considerables en la biosfera. La economía neoclásica es incapaz de reaccionar frente a esta situación y, en realidad, con sus costos falsamente externalizados, en parte fue diseñada para ocultarlo. Si la Tierra sufriera una extinción catastrófica en los próximos diez años, cosa que pasará, las empresas norteamericanas seguirían centrándose en sus beneficios y pérdidas trimestrales. No hay mecanismos económicos para abordar una catástrofe. Pero el gobierno y la comunidad científica tampoco tratan de resolver la situación, de hecho ambos se han sometido de buen grado a la economía neoclásica, una pseudociencia evidente. Podríamos muy bien ser gobernados por astrólogos. Todo el mundo en la FNC sabe cuál es la situación, y sin embargo nadie hace nada al respecto. No intentan promover que se salve la biosfera, ni siquiera reclaman ningún tipo de proyecto de mitigación. Se limitan a esperar a ver lo que pasa. Es una posición ridículamente pasiva.
¿Por qué esta pasividad?, preguntas. ¡Porque la FNC es una gallina! ¡Es una gallina que entierra la inteligente cabecita en la arena como una avestruz! Es una (posición de) avestruz gallina. Tiene miedo de enfrentarse al congreso, tiene miedo de enfrentarse a las empresas, tiene miedo de enfrentarse al pueblo americano. Los fundamentalistas del libre mercado están arrastrándonos a una terrible eternidad feudal, destrozándolo todo en el proceso, a pesar de que disponemos de los medios para dar comida, casa, ropa, asistencia sanitaria y educación a todo el mundo: la capacidad de terminar con el sufrimiento y las carencias, además del desastre ecológico está a nuestro alcance, y sin embargo la FNC continúa repartiendo sus pequeñas subvenciones, ¡¡¡jugando mientras Roma se quema!!!
Bueno, de todas formas no se va a hacer nada, estoy seguro de que estás pensando, pobre Frank Vanderwal, pasar un año en el pantano lo ha vuelto loco, y es cierto, pero también tengo razón en lo que digo, el mundo tiene problemas muy graves y la FNC es una de las pocas organizaciones de la Tierra que podría ayudar de verdad a solucionarlos, y no lo está haciendo. Debería estar trazando una política científica mundial y forzando algún tipo de mitigación climática y gestión de la biosfera, debería estar trabajando en el congreso como la maldita Asociación del Rifle para conseguir el presupuesto que se merece, que es un presupuesto mayor, tan grande como el del Pentágono, en realidad esos dos presupuestos deberían revisarse a un nivel adecuado de financiación, pero nada de eso está pasando ni pasará, y por eso no voy a volver, como no volvería nadie que estuviera en sus cabales.
El avión había empezado a descender.
Bueno, habría que revisarlo un poco. Metáforas mezcladas; tendría que decidirse por una gallina o una avestruz, aunque en realidad fuera ambos. Pero podía trabajar en ello. Tenía hecho un borrador, lo revisaría y luego se lo entregaría a Diane Chang, directora de la FNC, con la débil esperanza de que le hiciera abrir los ojos.
Apretó la tecla de «guardar» por primera vez en una hora aproximadamente. El avión giró para efectuar el descenso final hacia el aeropuerto Ronald Reagan. Pronto estaría de vuelta en el desierto de su vida actual. De vuelta en el pantano.
De nuevo en el laboratorio de Leo, estuvieron probando el algoritmo de Pierzinski mientras proseguían los experimentos con la «inserción hidrodinámica rápida», como la denominaban ahora en los artículos publicados. Había muchos laboratorios trabajando en el problema de la liberación y, por absurdo que pareciera, ése era uno de los métodos más prometedores investigados. Mala señal.
Así pues, estaban tan ocupados en los dos frentes que al principio no se dieron cuenta de los resultados que una de las colaboradoras de Marta estaba obteniendo con el método de Pierzinski. Marta había hecho su doctorado sobre la microbiología de ciertas algas, y todavía escribía artículos conjuntamente con una estudiante de postdoctorado llamada Eleanor Dufours. Leo había conocido a Eleanor, y luego había leído sus artículos, y estaba impresionado. Ahora, Marta había introducido a Eleanor en una versión del algoritmo de Pierzinski, y las cosas iban bien, decía Marta. Leo pensaba que su grupo podría aprender algo de aquel trabajo, así que organizó una pequeña comida de fiambrera para que Eleanor diera una charla.
—Lo que hemos estado investigando —dijo Eleanor aquel día con su voz tranquila y firme, muy diferente de la de Marta— son las algas de ciertos líquenes. Lo que sabemos del ADN deja muy claro que algunos líquenes son en realidad antiguos socios de las algas y los hongos, y nosotros hemos alterado genéticamente las algas de uno de los más viejos, el Cornicularia cornuta. Crece en los árboles, y penetra en su interior hasta extremos absolutamente asombrosos. Creemos que el liquen ayuda a los árboles que coloniza encargándose de su regulación hormonal y aumentando su capacidad de absorción de ligninas durante la estación de crecimiento.
Habló de la posibilidad de cambiar sus parámetros de metabolismo.
—Últimamente hemos estado aplicando los algoritmos que nos pasó Marta, intentando encontrar simbiontes que aceleren la capacidad del liquen para añadir lignina a los árboles.
Ingeniería evolutiva, pensó Leo, sacudiendo la cabeza. Su laboratorio intentaba hacer cosas similares, por supuesto, pero rara vez pensaba en ello de aquella manera. Necesitaba una visión externa para tomar perspectiva sobre lo que hacía, para ver mejor lo que estaba ocurriendo.
—¿Por qué acelerar el almacenamiento de lignina? —Quiso saber Brian—. Quiero decir, ¿para qué sirve?
—Hemos pensado que podría funcionar como sumidero de carbono.
—¿Cómo?
—Bueno, ya sabéis, la gente habla de capturar y aislar parte del monóxido de carbono que arrojamos a la atmósfera, mediante sumideros de algún tipo. Pero no se ha hallado ningún método que sea realmente bueno. Una de las sugerencias consiste en estimular el crecimiento de las plantas, pero el problema es que la mayoría de las plantas en cuestión tienen una vida muy corta, y su descomposición libera rápidamente el CO2 capturado previamente por ella. Así que a menos que se pueda preparar turberas muy profundas, capturar CO2 en plantas pequeñas no ha resultado muy eficaz.
Los oyentes asintieron.
—Y la cuestión es que los árboles vivos tienen cientos de millones de años de práctica en evitar que los bichos los devoren y los asfixien. Así pues que una posibilidad sería cultivar árboles más grandes. Eso no es tan fácil. —Con un rotulador rojo esbozó en la pizarra un suelo y un árbol que crecía de él, con líneas que parecían dibujadas por un niño de cinco años—. Lo siento. Mirad, la mayoría de los árboles llegados a un punto dejan de crecer, debido a limitaciones físicas como las cualidades del suelo y la velocidad del viento. Así que o bien hacéis que los árboles sean más gruesos —dibujó más raíces debajo de la línea del suelo— o bien hacéis que las raíces sean más gruesas. Pero intentarlo directamente implica cambios genéticos que dañan a los árboles en otros aspectos, y de todas formas suele ser muy lento.
—Entonces no funciona —dijo Brian.
—Correcto —dijo ella con paciencia—, pero muchos árboles albergan esos líquenes, y los líquenes regulan la producción de lignina de una manera que podría ser implantada a fin de que el árbol capturase carbono muy rápidamente y lo retuviese mientras viviera.
»Teniendo en cuenta todo esto, hemos trabajado sobre todo en la alteración de un tipo de liquen arbóreo. La fotosíntesis del liquen se lleva a cabo mediante las algas que contiene, y hemos estado aplicando el algoritmo de Yann para encontrar genes que puedan alterarse con el fin de acelerar el proceso. De momento estamos consiguiendo que el liquen exporte el azúcar sobrante a su árbol anfitrión, a las raíces. Parece que así podremos acelerar considerablemente el crecimiento de las raíces y la circunferencia de los árboles en los que crecen estos líquenes.
—¿Y cuánto carbono capturarían?
—Bueno, hemos calculado escenarios distintos, con la introducción del liquen alterado en bosques de tamaños diferentes, hasta llegar al cinturón de bosques templados de todo el mundo. Esto nos daría una cantidad de CO2 de miles de millones de toneladas.
—Vaya.
—Sí. Y bastante rápido, además.
—Ojo —bromeó Brian— no querréis provocar una edad de hielo.
—Cierto. Pero eso sería un problema posterior. Y al fin y al cabo, sabemos cómo calentar el ambiente. Pero en el momento presente cualquier captura de carbono sería buena. Ahora mismo los efectos negativos están en su punto álgido, como ya sabéis.
—Cierto.
Todos observaron el revoltijo de letras, líneas y pequeños dibujos de árboles que Eleanor había garabateado en la pizarra.
Leo rompió el silencio.
—Vaya, Eleanor. Esto es muy interesante.
—Sé que no os ayuda con vuestro problema de liberación.
—No, pero está bien, tú no te dedicas a eso. Y esto es muy interesante. Se trata de un problema completamente distinto, pero son cosas que pasan. Es un trabajo excelente. ¿Se lo has enseñado ya al rector?
—No. —Parecía sorprendida.
—Deberías. Le encantan este tipo de cosas y, como ya sabes, él también es un científico en activo. Mantiene su laboratorio en funcionamiento mientras se encarga de sus obligaciones como rector. —Eso lo hacía sobresalir para arder por encima de toda la comunidad científica de la ciudad.
Eleanor asentía.
—Lo haré, gracias. Él me ha apoyado mucho.
—Muy bien. Y mira, supongo que tú y Marta seguís colaborando. Tal vez podamos traerte a Torrey Pines. A lo mejor hay algún aspecto de la regulación hormonal que tú ves y nosotros no.
—Oh, lo dudo, pero gracias.
Poco después, Leo recibió un correo electrónico de Derek pidiéndole que asistiera a una reunión con un representante de un grupo de capital de riesgo, para explicarle las cuestiones científicas. Ya había ocurrido unas cuantas veces, cuando Torrey Pines era una empresa recién creada, así que Leo sabía de qué iba y por tanto se sentía muy incómodo con la idea de volver a pasar por eso, sobre todo si había que hablar de la «inserción hidrodinámica rápida». Leo no tenía el menor deseo de apoyar las infundadas afirmaciones de Derek ante un extraño.
Derek le aseguró que él se encargaría de responder todas las «preguntas especulativas» del hombre, exactamente el tipo de preguntas que un inversor de capital de riesgo tendría que hacer.
—Entonces yo estaré allí para…
—Tú estarás allí para responder las preguntas técnicas sobre el método que estamos usando ahora.
Fantástico.
Antes de la reunión a Leo se le mostró un ejemplar del resumen ejecutivo y del memorándum que Derek había enviado a Biocal, una firma de capital riesgo de la que había conseguido una inversión en los primeros años de la compañía. El documento era muy optimista sobre las posibilidades del método de liberación hidrodinámica. Cuando terminó de leerlo, el estómago de Leo había encogido hasta el tamaño de una nuez.
Aquella misma semana, el día de la reunión, Leo condujo desde el trabajo hasta las oficinas de Biocal, situadas en un edificio de alto nivel en el centro de La Jolla, justo en las afueras de Prospect, cerca del cabo. Las ventanas de la sala de reuniones ofrecían una buena vista de la costa. Leo casi distinguió su propio edificio, en el acantilado, al otro lado de La Jolla Cove.
Su anfitrión, Henry Bannet, era un hombre esbelto, en la cuarentena, relajado y de aspecto atlético, amable al estilo habitual de San Diego. Su firma era una sociedad privada que realizaba inversiones estratégicas en biotecnología. Un fondo de mil millones de dólares, había dicho Derek. Y no esperaban que sus inversiones arrojaran beneficios durante cuatro o cinco años, a veces más tiempo. Podían permitirse trabajar, o habían decidido hacerlo, al mismo ritmo que los avances médicos. Su estrategia consistía en una inversión de alto riesgo, altos beneficios y largo alcance. No era del tipo de inversiones que haría un banco, ni ningún otro prestamista. Los riesgos eran demasiado elevados, los beneficios demasiado lejanos. Sólo los capitalistas de riesgo se atrevían a hacerlo.
Por tanto, su ayuda estaba muy solicitada entre las pequeñas compañías biotecnológicas. Había unas trescientas empresas de ese tipo sólo en la zona de San Diego, y muchas de ellas pendían de un hilo, esperando un primer éxito que les permitiera seguir adelante o ser compradas. Los capitalistas de riesgo, por tanto, sólo tenían que escoger dónde querían invertir; y muchos perseguían intereses particulares, o incluso pasiones. Naturalmente, estaban muy bien informados, eran expertos en combinar análisis científicos y financieros en lo que denominaban «diligencia debida de actuación». Se autodenominaban «inversores de valor añadido», mucho más que dinero puesto encima de la mesa: pericia, contactos, consejo.
Aquel tipo, Bannet, le pareció a Leo uno de los apasionados. Era amable, pero resuelto. Un hombre concienzudo. Había muy pocas posibilidades de que Derek pudiera impresionarlo con humo y espejos.
—Gracias por recibirnos —dijo Derek.
Bannet hizo un movimiento con la mano.
—Siempre estoy interesado en hablar con vosotros. He leído algunos de vuestros artículos, y fui al simposio de Los Ángeles el año pasado. Estáis haciendo cosas muy interesantes.
—Es verdad, y ahora nos hemos embarcado en algo realmente bueno, algo que podría revolucionar la ingeniería genética mediante la inserción de ADN modificado en las personas que lo necesitasen. Podría ser un método útil para una gran cantidad de terapias distintas, y ésa es una de las razones por las que estamos tan entusiasmados con él, y por lo que estamos intentando redoblar esfuerzos para acelerar el proceso. Así que me acordé de lo mucho que nos ayudó durante la puesta en marcha, y el beneficio que le reportó eso, y se me ocurrió exponerle la situación actual para saber si le interesaría realizar una PIPE en nosotros.
Aquello a Leo le sonó extraño, como a indios ofreciendo la pipa de la paz, o estudiantes universitarios pasándose una pipa de agua, pero Bannet no pestañeó: una PIPE era uno de sus mecanismos de inversión, tal como Leo descubrió en seguida. Algo así como inversión privada en participación pública. Y por una vez la consideró una denominación bastante buena, porque implicaba la creación de un conducto o pipeline para que el dinero fluyera directamente de los fondos de la empresa de inversión a la compañía sin blanca de Derek.
Pero Bannet era un veterano, y podía detectar todas las pequeñas opacidades estratégicas incorporadas a la charla típica de Derek frente a accionistas o inversores potenciales. Aproximadamente el sesenta por ciento de las nuevas empresas biotecnológicas fracasaban, así que el peligro de perder parte o la totalidad de una inversión por quiebra era muy real. Era imposible que Derek lo engañara. Tendrían que ser sinceros y esperar que le gustara lo que veía.
Leo miró por la ventana el nebuloso Pacífico, escuchando hablar a Derek. Olas ininterrumpidas envolvían el cabo de La Jolla y golpeaban la cala. El enorme bloque de apartamentos al final de La Jolla bloqueaba su vista en dirección oeste, recordándole que con mucho dinero se podían llevar a cabo cosas improbables.
Derek terminó de recorrer con Bannet una serie de hojas de cálculo llenas de datos financieros en el portátil, incapaz de ocultar su trágica historia. Pocos beneficios y muchas pérdidas; despidos; venta de algunos contratos secundarios, incluso de ciertas patentes, sus joyas de la corona; fondos inexistentes.
—Hemos tenido que concentrarnos en las cosas que consideramos más importantes —admitió Derek—. Eso nos ha hecho más eficientes, sin duda alguna. Pero significa que en realidad no tenemos reservas de ningún tipo. No hay recursos que podamos dedicar a la tarea, a pesar de su increíble potencial. Por eso nos ha parecido que había llegado el momento de pedir ayuda financiera exterior, con la idea de que la financiación sería tan crucial en estos momentos que los rendimientos del inversor podrían y deberían ser realmente significativos.
—Hum, hum —dijo Bannet, aunque no estaba claro con qué estaba de acuerdo. Emitió unos chasquidos pensativos mientras examinaba las hojas de cálculo y seguía murmurando «Hum, hum» en tono amable, aunque ahora que reflexionaba sobre la información de las hojas de cálculo su rostro revelaba una intensidad casi ardiente. Aquel tipo era definitivamente uno de los apasionados, se dijo Leo.
—Habladme del algoritmo —dijo por fin.
Derek miró a Leo, quien dijo:
—Bueno, el matemático que lo está desarrollando se ha incorporado recientemente a Torrey Pines, y ha estado colaborando con nuestro laboratorio para probar una serie de operaciones que ha desarrollado y ver hasta qué punto pueden predecir las proteínas asociadas a cualquier gen determinado y, como puede ver —pulsó la pantalla de su portátil para mostrarle la primera diapositiva del informe del proyecto—, los resultados son francamente buenos en ciertas situaciones —añadió, señalando la pantalla.
—¿Y cómo afectaría eso al sistema de liberación dirigida en el que estáis trabajando?
—Bueno, ahora mismo nos está ayudando a encontrar proteínas con ligandos que enlacen mejor con sus ligandos receptores en las células del órgano diana. También a probar proteínas que atraviesen mejor las paredes celulares, usando los métodos hidrodinámicos que hemos investigado en los últimos meses.
Pasó a la diapositiva que mostraba los resultados del trabajo, intentando apartar de su mente los nombres que le habían dado Brian y Marta: definitivamente, no quería llamarlo Método de las Cuencas Saltonas, ni Método de los Ratones Explosivos.
—Como puede ver —prosiguió señalando los resultados relevantes— hemos logrado una buena saturación en ciertas condiciones. —Parecía un poco inconsistente, así que añadió—: El algoritmo también está dando muy buenos resultados como guía del trabajo que estamos llevando a cabo con botánicos del campus, sobre diseños de algas.
—¿Qué relación tiene?
—Bueno, la tiene en ingeniería botánica.
Bannet miró a Derek.
Derek dijo:
—Tenemos planeado aplicar los resultados a la liberación dirigida. Se trata de un método evidentemente sólido que puede ser utilizado en un amplio abanico de aplicaciones.
Pero era imposible ocultar que sus mejores resultados hasta la fecha se habían dado en un área que no tenía por qué llegar a ser útil para la medicina humana. Y sin embargo, la medicina humana era el objetivo de Torrey Pines Generique. Y también el de Biocal.
—Parece realmente prometedor, ¿eh? —Dijo Derek—. Este algoritmo podría ser más que un simple ejercicio matemático, más bien como una ley de la naturaleza. La gramática de la expresión génica. Podría dar lugar a toda una serie de patentes, cuando se hayan desarrollado todas las aplicaciones.
—Hum, hum —dijo Bannet, mirando de nuevo el portátil de Derek, todavía con la página financiera. Era casi patético, en realidad; aunque debía de ser una historia bastante común, y Bannet no tenía por qué sentirse asombrado o desanimado. Simplemente, debía de estar considerando la inversión desde el punto de vista de asunción de riesgos, lo que implicaba tener en cuenta la situación real.
Al fin dijo:
—Parece muy interesante. Por supuesto, siempre se tiene una cierta sensación aprensiva cuando se decide poner todos los huevos en la misma cesta. Pero a veces con uno basta. La verdad es que todavía no lo sé.
Derek asintió con reticencia.
—Bueno, ya sabe. Nosotros creemos firmemente en la importancia de la terapia de enfermedades graves, y por eso nos hemos concentrado en esto, y ahora, bueno, tenemos que seguir adelante a partir de aquí, con nuestras mejores ideas. Por eso nos centramos en el aumento de producción de HDL. Con esta liberación dirigida, eso podría valer miles de millones.
—Y el aumento de producción de HDL…
—No hemos publicado nada aún. Todavía estamos examinando la situación de las patentes en ese ámbito.
El estómago de Leo se tensó, sin embargo mantuvo la expresión neutra.
La de Bannet era más inexpresiva aún; seguía siendo amable y comprensiva, pero sus ojos eran penetrantes.
—Enviadme el resto de vuestro plan de negocio, y todas las publicaciones científicas relacionadas. Todos los datos. Lo comentaré con algunos de mis socios. En este tipo de cosas me gusta escuchar las aportaciones de mis socios. No es lo corriente, pero se trata de una inversión más grande de las que suelo hacer por mi cuenta. Y algunos de mis colegas trabajan en agrofarmacia.
—Claro —dijo Derek, pasándole una carpeta satinada que tenía preparada—. Lo entiendo. Podemos volver y hablar con ellos también, si quiere, responder todas las preguntas.
—Muy bien, gracias. —Bannet dejó la carpeta encima de la mesa. Con unas cuantas cortesías más y una ronda de apretones de manos, Derek y Leo salieron de la habitación.
Leo descubrió que no tenía ni idea de si la reunión había salido bien o mal. ¿Eso era buena o mala señal?