Tengo poco más que decir ya, y poco tiempo. Me hubiera gustado poder contar la experiencia entera y ofrecerles, desde mi ventajoso punto de vista, alguna ocurrencia valiosa acerca de la condición humana, o al menos una despedida algo más conmovedora que la de «a que no me cogen». El problema es que me he acostumbrado tanto a mi posición ventajosa que su peculiaridad se me escapa, y aunque cabría esperar de un hombre invisible que diese algún dato acerca de una invisible razón de ser del mundo, suponiendo que la haya, yo todavía no la he sabido ver. Naturalmente, la estoy buscando pero no la puedo ver. Es como el dibujo de la alfombra. O como yo, en este sentido. Si algún día la encuentro, tengan por seguro que se la contaré.

Mientras tanto puedo afirmar que los aspectos negativos de esta existencia son la frecuente soledad y su discutible sin sentido. Los positivos son que sigo vivo y Alice.

Ahora, mientras escribo para ustedes estas palabras finales, sé que Jenkins me busca otra vez. Puedo decir que —no sé cómo— acabará encontrando el apartamento de Jonathan Crosby. Pero no me importa. Yo me habré ido. Y esta vez le resultará más difícil encontrarme. Como el leopardo, cambiaré de pelaje.

El problema es que Alice confía en venir conmigo. He tratado de explicarle que eso carece de sentido para ambos. El riesgo es enorme. Pero, naturalmente, todo es posible, y lo he estado pensando. Quizá se podría hacer.

Un día, quizá, mientras vuelva a casa en el metro, justo cuando las puertas estén a punto de cerrarse, Alice salte al andén de una estación en la que nunca haya bajado antes y salga a la calle. Allí subirá a un automóvil que la estará aguardando; atravesaremos un puente, o nos adentraremos en un túnel y desapareceremos para siempre. Al día siguiente lucirá unos cabellos negros muy cortos, vestirá ropas muy diferentes y estaremos en San Francisco, en Londres, o de vuelta a Nueva York pero con nombres, edad y acentos diferentes.

He tratado de explicarle por qué no es una salida razonable. He tratado de explicárselo todo, ofreciéndole un resumen racional de la situación, pero resulta difícil decir si lo he conseguido.

—Nick, explícame otra vez tu teoría acerca de lo que le ocurrió a tu cuerpo —la sonriente expresión de su rostro es de inocencia, o quizá de burla. Nunca estoy seguro porque siempre me deslumbra—. Dime otra vez qué es un quark.

—En el fondo es muy sencillo. Es uno de esos núcleos de materia básicos. El mundo entero está compuesto de ellos. Aunque, en realidad, me parece, son más bien una abstracción matemática… por decirlo de alguna manera.

—Entonces, ¿el mundo está compuesto de abstracciones matemáticas? ¿Sabes?, prefiero mi propia forma de hablar. Creo que tú no has entendido nada de lo que pasó. Al fin y al cabo eres un fantasma. Tú falleciste en aquel accidente y has sido enviado de nuevo a la tierra para llevar a cabo ciertas cosas importantes.

—¿Qué clase de cosas?

—Para empezar, portarte conmigo como un caballero. Me parece que quiero una boda por la iglesia.

—No veo cómo pueda ser eso posible en la práctica. O incluso teológicamente, dada tu teoría de que yo soy un fantasma.

—Ya te las arreglarás, porque eso es asunto tuyo. Prometiste hacer todo lo que yo quisiera.

El tiempo pasa y ya no puedo quedarme aquí mucho más. Pero me parece que al final acabaré haciendo lo que Alice quiera. No lo sé. Es absurdo, pero de lo contrario, ¿qué sentido tendría todo lo demás? En cualquier caso, mientras sigamos adelante, todo irá bien.