Le había infligido a Jenkins tanto daño como me había sido posible dentro del poco tiempo de que disponía, y estaba seguro de que su situación sería ahora mucho más precaria. Pero pensándolo bien, no había hecho nada que lo detuviera. Tendrían que abandonar los apartamentos que Gómez me había preparado, pero no tardarían en disponer otros. Y de hecho, al destruir esos objetos invisibles y hacerle más vulnerable, sólo había conseguido que ahora fuera mucho más importante que nunca atraparme lo antes posible. Al menos de momento, sólo había conseguido echarme encima aún más presión. Ellos redoblarían ahora sus esfuerzos, y yo iba a tener que redoblar los míos si pretendía seguir llevándoles la delantera.

Lo primero que hice fue empezar a reconocer edificios como el Olympic Tower y el Gallería, llenos de apartamentos pertenecientes a sudamericanos y europeos que casi nunca los ocupan. No suele haber suficiente comida en esos lugares y las medidas de seguridad pueden resultar opresivas, pero me proveerían de un techo durante el período más duro del invierno.

Sin embargo, mi objetivo primordial era conseguir que Jonathan Crosby se estableciese sólidamente en el mundo, y para ello debía encontrar la manera de abrir una cuenta bancaria. Casi todo lo que tenía pensado hacer requería referencias bancarias. Sin ellas no se puede obtener una tarjeta de crédito o abrir una cuenta corriente, y ni siquiera una cuenta para comprar a crédito en unos almacenes, por no hablar de entrar en el mercado inmobiliario. Pero un empleado de banco no querría abrirme una cuenta sin tener antes una entrevista personal. Y cuando un banco comprobase un cheque y descubriese que todo mi historial financiero se reducía a una cuenta en un corredor de bolsa abierta unos meses atrás, su desazón sería más bien aguda. Si yo demostraba el menor rechazo a presentarme allí y decir hola, ellos quedarían convencidos de estar tratando con algún importante traficante de droga recién llegado; y los bancos sólo trafican con los viejos y ya establecidos traficantes de drogas.

El único camino posible era ser presentado por alguien a quien el banco ya conociera. Necesitaba un contable o un abogado que manejase habitualmente los asuntos de otras personas y que mantuviese la adecuada relación con el banco.

La primera vez que vi a Bernie Schleifer fue en una fiesta a finales de septiembre, y estaba explicándole compulsivamente a otro invitado un sistema bastante curioso de deducir impuestos. Según lo veía yo, el sistema estaba absolutamente fuera de la ley, pero la actitud y la ingenuidad de Bernie me llamaron la atención de inmediato porque era justo lo que necesitaba. Aparte de todo era un tipo simpático y agradable, y siempre he creído que esta clase de personas son muy útiles en caso de una auditoría fiscal; y una auditoría fiscal es algo inevitable cuando se trata de establecer una identidad fiscal que merezca la pena. Además pude ver de inmediato que Bernie no se rompía la cabeza con las normas, lo cual era un requisito indispensable en mi situación. De hecho, en lo relativo a las normas es tan laxo como se puede ser sin ir a parar a la cárcel. Es cierto que Bernie luce una gran cantidad de joyas y que se baña en una colonia deplorable, pero dado que sólo hablo con él por teléfono esos defectos no me conciernen.

—¿Hola, Bernie? Soy Jonathan Crosby. Puede que no me recuerdes, pero nos conocimos hace un par de meses en una fiesta, en casa de un tal Selvaggio, ¿te suena? En cualquier caso recuerdo que me llamó la atención un sistema de deducir impuestos que tú describías y que consistía en erigir molinos de viento en edificios históricos para beneficiarse de las subvenciones a doble inversión…

—Claro que te recuerdo, Jonathan. Por cierto, ¿cómo estás? Encantado de que me llames. Ya no utilizamos ese sistema, por razones técnicas, pero tengo algo que seguramente te interesará. Está siendo…

—En realidad, Bernie, no ando buscando deducciones. Lo que necesito es alguien que me lleve las cuentas y los libros, y que pague mis impuestos.

—O.K., Jonathan, como tú quieras. ¿Cuándo podemos vernos para charlar al respecto? ¿Te parece bien el viernes?

—De hecho, Bernie, podríamos hacerlo todo por teléfono ahora mismo. Así no te hago perder el tiempo. Básicamente, acabo de instalarme en los Estados Unidos este año. He vivido con mi familia en Suiza en diferentes lugares…

—Dime, Jonathan, ¿eres un contribuyente americano?

—Sí, claro.

—Lamento saberlo —lo dijo como si le hubiera comunicado que padecía leucemia—. Aun así, creo que podremos hacer algo. ¿Cuánto tiempo a lo largo del año dirías que pasas aquí si alguien te lo preguntara?

—Tengo intención de residir aquí prácticamente todo el tiempo. Soy ciudadano americano.

—Bien, tal vez podamos considerarlo desde otro ángulo, Jonathan. ¿Puedes enviarme copias de tus declaraciones de los dos últimos años? Eso me permitirá hacerme una idea. Por cierto, ¿llevas un diario de tus gastos?

—No.

—Bien, no es muy importante. Siempre podrías ocuparte de eso después, caso de que fueses auditado, pero necesitaré las declaraciones.

—Ésta será mi primera declaración.

—¡Fantástico! Eso nos proporciona más flexibilidad. Y así podrás aplazar durante algún tiempo la declaración, siempre que…

—En realidad, Bernie, todo lo que tengo son algunos réditos de capital a corto plazo. Por debajo de los cien mil a lo largo del año. Y no estoy empleado, de hecho ni siquiera creo que pueda entrar en la categoría C.

—No te preocupes, Jonathan, te meteremos en la categoría C. Ya encontraremos la forma. Y todavía tienes tiempo de sobra para conseguir unas deducciones. Tengo…

—Bernie, permíteme que te explique un poco mi situación. Toda mi familia vive en Suiza y posee un importante capital invertido fuera del país, y creo que una parte de ese dinero ya es mío, o va a serlo. Quizá lo tenga un trust. Pienso que todo es perfectamente legal, pero aun así no quisiera hacer nada que atrajese la atención del fisco hacia mí o mi familia, especialmente si es por ahorrarme unos dólares. Más bien lo que deseo es ajustarme a las normas y no suscitar la menor atención.

—Entiendo, Jonathan. Quieres pagar hasta el último céntimo de lo que debas, es decir, atenerte estrictamente a lo mandado. Hay ciertas situaciones en las que eso es lo más apropiado, si bien puede salirte caro. Pero funciona, y sobre todo tienes razón acerca de esas inversiones en el extranjero. Tenemos algunos clientes extranjeros en la oficina y estamos familiarizados con esos problemas.

Yo había hecho una visita a su oficina y sabía que tenía varios clientes extranjeros, algunos de ellos sorprendentemente respetables.

—Fantástico, Bernie. ¿Podrías decirme cuáles serán tus honorarios?

—Claro, Jonathan. Sólo te cobraré el tiempo que te dedique. Serán cien dólares la hora, que es el precio habitual.

Habiendo visto las minutas de Bernie, sabía que ése no era su precio habitual. A cien dólares la hora, yo sería su mejor cliente, pero dadas las circunstancias eso sería excelente para ambos.

—Me parece bastante razonable, Bernie. Sabes, estoy muy ocupado con un montón de asuntos personales y voy a tener que viajar mucho; me gustaría que tu oficina se encargase de todas mis cuestiones económicas. Haré que te envíen el estado de cuentas de mis corretajes, si te parece bien.

A cien dólares la hora ya podía parecerle bien. Le di el nombre de Winslow y su número de teléfono, y le dije que esperase su llamada. Luego llamé a Willy y le pedí que llamase a Bernie y que cambiase allí la dirección de mi cuenta.

Esperé unos días para dar tiempo a que Bernie y Willy hablasen de mí y volví a llamar.

—¡Hola, Jonathan! Encantado de oírte. He hablado de tu cuenta con ese agente, como se llame, y por lo que veo estás teniendo un buen año.

—He tenido mucha suerte.

—Tenemos que conseguirte algunas deducciones ahora mismo. Se acerca el fin de año y vas a tener que pagar de impuestos cincuenta centavos por cada dólar. ¡Es como tirar dinero por la ventana! Quiero mandarte algo sobre lo que he estado trabajando y que puede ser justo lo que necesitas. Se trata de la fundación de un boletín informativo. Básicamente consiste en considerarlo un capital acumulado y declarar la porción no invertida de cada acción como pasivo, de manera que por más que crezcan los ingresos el pasivo crece más aprisa aún y todo entra directamente en lo legislado para las sociedades limitadas. Lo que quiero que veas es un boletín de previsiones económicas, algo realmente bueno. En Long Island hay un tipo con el que trabajo y que se encarga de editarlo…

—Bernie, eso parece muy interesante, pero no creo que vaya a interesarme invertir en un boletín de previsiones económicas.

—Pues está a punto de fundar uno sobre moscas para pescar que…

—Bernie, de verdad que…

—Y aún tengo otra cosa más. No es para cualquiera, pero se trata de un negocio atractivo: una productora de porno blando. Es algo muy diferente a lo que se acostumbra a ver aquí en Nueva York. La producción está pensada para el mercado del Medio Oeste. En realidad no se exhiben genitales. Tiene más clase, y además, te lo digo yo, es algo sorprendentemente bueno. Quiero decir, que miras esas películas y a quién le interesa ver el aparato de un tío proyectado en una pantalla de tres metros de largo. En cierto modo es mejor no…

—Bernie, creo que en eso estamos de acuerdo. Pero te llamo porque de pronto he caído en la cuenta de que no te he dado un anticipo. ¿Te parece que bastaría con dos mil dólares?

—Sabes, Jonathan, ésa sería una buena idea, ahora que lo pienso.

—Bien, pero ocurre también que no tengo aquí, en los Estados Unidos, una cuenta corriente para pagar este tipo de cosas. ¿No conocerás por casualidad un buen banco?

—Naturalmente, Jonathan. Hay un montón de clientes nuestros que trabajan con el Mechanics Trust.

—Bien, sería fantástico que pudieses arreglármelo. Podría hacer que Willy les mandase diez mil dólares para abrir la cuenta, si te parece suficiente.

—Es más que suficiente, Jonathan. Yo te lo arreglo todo y tú no tienes más que pasarte por el banco y firmar los formularios. Ahora te doy la dirección del banco y el nombre del empleado con el que trabajamos…

—Oye, si hay que firmar algo, podrías enviármelo al apartamento de mi tío. Sabes, ahora que lo pienso preferiría que tú llevases todo lo relativo al banco también. Pon tu nombre en la cuenta y así tu oficina podrá pagar facturas y cosas así. ¿Podrías hacerlo?

—No te preocupes, Jonathan. Nosotros nos encargaremos de todo.

A final de semana tenía mi cuenta bancaria. Unas semanas más tarde, cuando llegasen los talonarios, Bernie podría enviarme uno por correo que yo ocultaría en la despensa del apartamento de los Crosby. Y aproximadamente por las mismas fechas, recibiría mi primera tarjeta de crédito. Jonathan Crosby ya casi sería una persona.