Después de aquello empecé a evitar a la gente que había conocido en mi vida anterior, pero en mi búsqueda de un corredor de bolsa continué yendo a diario, durante semanas, a fiestas de todas las clases imaginables. Era la época del año perfecta para ello. Quienes todavía siguen en la ciudad en julio, especialmente si son solteros o si sus familias están pasando el verano fuera, muchas veces salen todas las noches de la semana; cenan en restaurantes y luego van de reunión en reunión. Veía por la calle una bandada o los veía bajar de taxis y les seguía hasta el lugar de la celebración, o también podía limitarme a entrar en uno de aquellos grandes edificios de apartamentos de la postguerra con centenares de apartamentos y pasearme por los corredores hasta oír los murmullos de una fiesta al otro lado de una puerta. No costaba mucho. A veces podía visitar tres o cuatro fiestas en una misma tarde hasta encontrar una que me pareciese prometedora, en cuyo caso me quedaba allí unas horas yendo de conversación en conversación; a veces bebía cautelosamente de un vaso olvidado en algún rincón, para lo cual usaba como paja mi bolígrafo invisible (por otra parte inútil) al que había quitado el cartucho de tinta. Creo que en esos momentos muchas veces perdí de vista el hecho de que en realidad no estaba invitado a la fiesta.
A mediados de julio ya tenía echado el ojo a varios posibles agentes, pero finalmente me decidí por un tal Willis T. Winslow III. La primera vez que vi a Willy, como era conocido entre sus amigos, fue en una fiesta celebrada en la Calle 72, y estaba contándole agresivamente a un joven una historia acerca de un interesante fabricante de discos de transmisión que vendía con beneficios del cuarenta y hasta el cincuenta por ciento. Pude ver de inmediato que no perdía el tiempo. Por una parte, aunque era a primera hora de la tarde, ya llevaba encima una considerable borrachera, y seguía avanzando. Willis, según podría comprobar de inmediato, no paraba de beber mientras estuviese con alguien. Pero a diferencia de mucha otra gente, no perdía el ritmo al quedarse solo: seguía bebiendo. Me pasé con él el resto de la tarde y, mucho antes de que acabase la fiesta, ya tenía serias dificultades para caminar. En los dos días siguientes, descubrí dónde vivía Willis, a qué universidad había ido y quiénes eran sus amigos. Fui a muchas fiestas con él. Un día, incluso lo acompañé y permanecí varias horas junto a su mesa de trabajo oyéndole hablar por teléfono con sus clientes y observando sus esporádicos intentos de leer algún informe bursátil. Hacia las once de la mañana, regresó de la máquina de agua con un vaso de papel e, introduciéndolo en un cajón de la mesa, lo llenó de ginebra con una botella que tenía escondida allí.
En la tercera semana de julio, llegó mi oportunidad. Una de las muchas oficinas en las que tantas horas de tedio había pasado durante el mes anterior resultó ser la de Myron Stone, uno de los corredores de acciones más temido y de mayor éxito: y en este negocio un historial de éxitos en el pasado es con mucho el arma más segura para éxitos futuros. A lo largo de siete meses había estado acumulando valores discretamente —valiéndose de varias cuentas que él y sus colaboradores controlaban— hasta llegar justo por debajo del cinco por ciento de las acciones de Allied Resources Corp., a precios que oscilaban entre nueve cincuenta y once dólares la acción; una vez alcanzado ese punto, llevaba varias semanas parado, como si reagrupara sus fuerzas para el asalto final. Durante el tiempo en que le estuve siguiendo, había reunido fondos por algo así como cien millones de dólares en compromisos (que más tarde se convertirían en trescientos millones para la prensa) y había trabajado con sus abogados para enfrentarse a cualquier ataque o defensa legal que pudieran sobrevenir. En la segunda semana de julio, advertí que su actividad había alcanzado un nuevo nivel de intensidad y que no tardaría en dar la estocada final. Stone estaba siempre en su oficina, día y noche, y debido a la creciente fascinación que yo sentía por su campaña, pasé allí muchas más horas de las que realmente necesitaba para mis propósitos. Lo que más me asombraba era lo mucho que sabía acerca de Allied Resources y de la gente que la dirigía, y lo minuciosos que eran ya sus planes para desmembrarla y reconstruirla de nuevo. Sin embargo, como no era un sentimental, se avecinaban momentos de angustia para los administradores de los recursos de Allied Resources. Quizá fuera un acto de caridad, y lo mejor para todos, que la dirección actual estuviera tan ajena a lo que Myron Stone pensaba hacerles a los accionistas, o sea mucho más de lo que ellos considerarían necesario.
Cuando abrieron los mercados el lunes de la tercera semana de julio, Stone empezó a comprar otra vez acciones de la Allied Resources, sobrepasando rápidamente el límite del cinco por ciento. Ahora dispondría de diez días para comprar acciones en secreto, antes de firmar el 13D con la Comisión de Cambios y Valores y anunciar sus propósitos a un mundo inocente y desprevenido. Durante esos diez días, haciendo uso de corredores y cuentas bajo nombres diferentes para que la gente no lo relacionase con él, Stone amasaría tantas acciones nuevas como le fuera posible antes de que el anuncio público hiciese dispararse los precios, y antes de que la dirección de Allied Resources supiese lo que estaba pasando y tratase de impedirlo. Pero esa compra masiva, por sí misma, haría que subiesen los precios e, inevitablemente, cada vez habría más gente que imaginaría lo que estaba ocurriendo, o al menos que algo estaba ocurriendo, lo cual incrementaría la tendencia alcista de los precios durante los días previos al anuncio.
Al día siguiente de que Stone cruzase la línea del cinco por ciento yo estaba en el apartamento de los Crosby aguardando a que la señora Dixon se fuese. Y en cuanto la puerta se cerró a su espalda, marqué el número de Willis T. Winslow.
—¿Willy? Hola, soy Jonathan Crosby… Nos conocimos anoche.
—Ah, sí, naturalmente —respondió—. ¿Cómo estás? —el recuerdo de Willy de la noche anterior debía ser, en el mejor de los casos, esquemático.
—Bien, gracias —dije con todo el entusiasmo juvenil del que fui capaz—. Me gustó mucho nuestra conversación de anoche y quisiera seguir tus consejos y abrir una cuenta contigo. ¿Tienes tiempo ahora? No quisiera molestarte si estás ocupado.
—Oh, no. En absoluto… Quiero decir que estoy siempre ocupado y este momento es tan bueno como cualquier otro. Lo único… déjame que tome unas notas, Jonathan… ¡Uf!, tengo los papeles un poco revueltos… Sólo un segundo… Los formularios están…
—Me gustó mucho —proseguí mientras él buscaba el formulario para una solicitud de cuenta— volver a saber de Jim Washburn. Aunque yo realmente era más amigo de su hermano Bob. Del pobre Bob.
—Terrible —dijo Willis distraído—. Veamos. No, éstos no son… La gente apremia demasiado… Lamento tardar tanto. ¿Fuiste a Hotchkis con Bob?
—En realidad, lo conocí antes. Antes de que nos fuéramos a vivir a Suiza. Buena gente los Washburn. Tú debiste conocer también a Peter Andrews en la universidad.
—Claro. Gran tipo. Creo que ahora está viviendo en California.
—Eso es lo que alguien me dijo. ¿Eras del mismo curso que Peter?
—Del siguiente. Gran tipo… Aquí están. Déjame que tome algunas notas sobre ti. En primer lugar, ¿cómo quieres exactamente que figure tu nombre en la cuenta?
Se lo deletreé: Jonathan B. Crosby. Me pidió mi dirección. Le di la de la Quinta Avenida y sé que eso le gustó. Me pidió la dirección profesional. Le dije que ahora mismo no estaba haciendo nada; vivía en Nueva York en casa de mi tío mientras decidía qué iba a hacer. ¿Número de la Seguridad Social? Le di mi nuevo número. ¿Referencias bancarias?
—Bueno, si he de serte sincero, creo que nunca he tenido una cuenta. Al menos que yo sepa, si dejamos aparte los fondos de la compañía. Quiero decir que si necesito dinero llamo a Herr Wengler, que trabaja para mi padre, y él me lo soluciona. En realidad, él lo lleva todo. Tengo intención de abrir una cuenta bancaria aquí. Es una de las cosas que pienso hacer de inmediato. Lo que pasa es que todavía no estoy muy bien organizado.
Willis quiso saber si mi padre era cliente de algún banco aquí en los Estados Unidos.
—No creo que tenga ninguna cuenta propia, pero sé que hace unos años, cuando todavía venía por aquí tenía algún tipo de acuerdo con un banco para que le enviasen fondos de Suiza. ¿Hay aquí algún banco que se llame Morgan o no sé qué?
Me dijo que había un banco llamado Morgan Guaranty. Quiso saber en qué banco pensaba abrir mi cuenta.
—¿Mi cuenta? —pregunté—. Creí que podría abrirla contigo. Por teléfono. De hecho quería comprar hoy unas acciones.
—Me refiero al dinero o los valores que pensabas poner como garantía en la cuenta para empezar.
—Bueno, ésa era una de las cosas que deseaba preguntarte. ¿Cuánto dinero piensas tú que debo depositar?
—Yo… Cuánto te… Jonathan, sería útil para empezar que me indicaras tus objetivos de inversión en relación con tus posibilidades financieras. De esta forma podríamos desarrollar…
—Yo tenía pensado poner cien o doscientos mil dólares para empezar y esperar a ver qué pasa. ¿Crees que con eso bastará?
—Hombre, claro —dijo rápidamente. Debía de estar computando mentalmente la parte de comisión que le correspondería por esos doscientos mil dólares—. Naturalmente, hay determinadas estrategias que no puedes considerar sin un incremento sustancial del capital, pero sí, ése sería un nivel prudente para empezar. Dime, Jonathan, ¿cómo tienes pensado efectuar el pago? Al parecer tú no…
—Exacto. Haces bien en mencionarlo. Me lo van a transferir o algo así. Yo no sé exactamente como va eso pero ya he hablado con Herr Wengler al respecto. Me dice que si me das un número de cuenta él lo arreglará.
—Te lo doy ahora mismo, Jonathan —podía oírle pulsando teclas en su terminal—. Dame un par de datos más que necesito para abrirte la cuenta… ¿Cuáles son tus objetivos inversores con esta cuenta?
—Hacer un montón de dinero, sobre todo.
—Sí, pero…
—Mi abuelo y mi padre lo hicieron y creo que me gustaría poder hacer lo propio.
—Bien. Eso está muy bien, Jonathan. Pero me refiero particularmente a la estrategia para estos valores en concreto. Es decir, ¿te interesa conservar el capital, hacer una imposición a largo plazo, moverlo o qué?
—Moverlo, supongo. Quiero entrar en el mercado y cogerle el pulso. Quiero decir que estoy dispuesto incluso a perder dinero al principio hasta aprender a tirar de los hilos. Quiero moverlo tanto como sea posible.
Hubo una pausa. Willis T. Winslow III no dijo nada. Debía de estar mareado de codicia al pensar en las comisiones. Proseguí:
—Es que anoche me interesaron mucho tus opiniones. Tú lo tienes todo muy pensado. ¿Podrías decirme, y creo que esto es algo que debo preguntarte, si la mayoría de tus clientes gana dinero? No quiero ser grosero, pero…
—En absoluto, en absoluto. Es una pregunta lógica —su voz era mucho más profunda—. Creo poder decir que mis clientes están satisfechos del papel que he desempeñado en sus programas de inversiones.
En cierta manera, esta gente es sincera cuando dice cosas así. Los clientes continúan con un corredor determinado porque les va bien, ya que de lo contrario no le aceptarían ni la correspondencia.
—Fantástico. Lamento tener tanta prisa, pero como te dije anoche quisiera comprar de inmediato acciones de las que me ha hablado un amigo de mi padre.
—Bien, de hecho necesitaríamos tener fondos en la cuenta para…
—Vaya por Dios. Debí entender mal lo que me dijiste anoche. Yo creía que si el dinero llega en el plazo de unos días… En realidad, ésa es la razón de que tenga tanta prisa en abrir una cuenta.
—No tengo tu solicitud firmada…
—No hago más que crearte problemas, ¿verdad? No me había dado cuenta. De hecho hay alguien a quien conoce mi padre… Kidder, ¿Peabody Kidder? Creo que es una firma de corredores de bolsa. Creo que sí, que se llama Kidder. Tal vez ellos podrían ocuparse de esto mío ahora y, cuando dentro de unas semanas tenga ya la cuenta bancaria y todo eso, podría llamarte otra vez. ¿Te iría mejor así?
—Jonathan, ¿qué es exactamente lo que querías comprar hoy?
—Bueno, quería comprar —volví a preguntarme hasta dónde podría presionarle— dos mil acciones de una compañía llamada Allied Resources. El amigo de mi padre me dijo que lo hiciera inmediatamente…
Pude oírle manipular las teclas de su ordenador.
—Están a 10 3/4 ya 11 1/4 la demanda —iba diciendo distraídamente. Debía de estar haciendo la multiplicación. Digamos veinte mil dólares en acciones que se cotizaban a seis veces su valor nominal y a un punto y medio de su precio más bajo del año. Pero estaba dispuesto a llegar a un acuerdo si Winslow ponía objeciones: bajaría mil acciones. O incluso a cien. El caso era conseguir pasar de cero acciones a unas cuantas. Las que fueran—. La cuestión es que debes tener los fondos aquí en un plazo de cinco días hábiles.
—Creo que la transferencia sólo tarda veinticuatro horas. Al menos es lo que me dijo Herr Wengler. ¿Seguro que no es demasiado lío? Lo único que pasa es que no quiero perder esta oportunidad.
—Siempre que los fondos sean transferidos mañana… Jonathan, voy a buscar ahora mismo información acerca de esas acciones. ¿Sabes exactamente por qué te las ha recomendado ese amigo de tu padre? Yo no las he seguido muy de cerca, pero veo que este año no han dado gran cosa.
Lo cual quería decir que le parecían baratas y que preferiría algo que ya se hubiese encarecido. Es la manera de pensar de los agentes. Le expliqué que la recomendación venía de un íntimo amigo de mi padre y que yo estaba seguro de que saldría bien. Dijo que me enviaba por medio de un mensajero unos papeles que debía firmar. Le dije que yo estaría fuera cuando llegasen, pero que se los pondría en el correo esta misma noche.
Cinco minutos después de colgar me llamó para decirme que me había comprado dos mil acciones a 11 1/2. A veces te preguntas cómo es posible que ocurran cosas así cuando acaban de anunciarte que están a 10 3/4 y 11 1/4. Pero ésa era la ventaja de pagar comisiones: no sólo tenía a mi disposición el interés de Willis T. Winslow sino cuando se trataba de pasar al ataque, la habilidad y el nervio del departamento comercial de su firma.
Por otra parte, era posible que Allied Resources empezase a moverse a medida que Myron Stone fuese pagando voraces bocados desde sus diversas cuentas. Confié en que así fuera. Me había costado mucho trabajo y lo estaba apostando todo a Allied Resources, lo cual era lo más cercano posible a una ganancia segura. Incluso sin la ayuda de la fiebre compradora, a mí me parecía tan infravalorada como se lo parecía a Myron Stone, y no era previsible un fracaso. Pero nunca puedes estar seguro. Si en los próximos días Allied Resources bajaba inexplicablemente —o incluso si el precio se mantenía estable— ya podía olvidarme de Jonathan B. Crosby, y de Willis T. Winslow III, y empezar desde cero otra vez.
Aguardé todo el día en el apartamento de los Crosby. La solicitud de cuenta le fue entregada al portero hacia las tres de la tarde; la subió inmediatamente y la dejó en el vestíbulo. La firmé y la deposité en el correo.
Nunca he sido aficionado a mirar los teletextos, pero puse la televisión y cambié al canal que los transmite por cable; miré con ansiedad hasta el cierre del mercado. Allied Resources cerró a 12 1/4, lo cual no estaba mal para empezar. Ya tenía cubiertas de sobra las comisiones de la compraventa. Naturalmente, mañana podía caer a 10 y quedarse así durante un año. Y no es que un año tuviese importancia en estos casos. Pero yo disponía de una semana, con suerte. Es probable que no haya nada seguro nunca, pero ciertamente no hay nada pues tan seguro como para confiar en que vaya a ocurrir en el plazo de una semana.
Esperé hasta el jueves por la tarde antes de llamar otra vez a Willis. Le dije que había hablado con Herr Wengler, que el dinero estaba siendo transferido y que debía llegar en el plazo de dos días hábiles.
—Sospecho que eso quiere decir que llegará en cualquier momento entre mañana y el lunes —le dije como quien acaba de resolver por primera vez en su vida un difícil problema.
—Está bien —dijo Winslow distraído. Todavía no estaba preocupado. Sería interesante saber cómo se sentiría hacia el miércoles o el jueves de la semana próxima.
—Voy a pasar fuera el fin de semana y no volveré hasta el lunes por la tarde. Te llamaré entonces para asegurarme de que todo está en orden.
—O.K. Veo que Allied Resources ha subido un poco. La oferta está en torno a los 12 1/2. Tu amigo parece haberte dado una buena información. ¿Cómo dijiste exactamente que se llamaba?
—¿El tío David? Es amigo de mi padre. Una especie de banquero. Creo que es consejero de un montón de empresas o algo así. Ahora tengo que darme prisa si quiero llegar a Southampton. Que tengas un buen fin de semana.
Allied Resources cerró a 13 1/2. Se me había olvidado la exaltación que produce hacer una apuesta ganadora. Especialmente cuando te ha costado un montón de trabajo. Todo sería más fácil a partir de ahora, según creía.
El viernes cerró a 13, descendiendo inexplicablemente medio punto. Confié en que todo se arreglase. No tenía objeto pensar en ello. La bolsa estaría cerrada dos días. No había nada que hacer mientras tanto.
Volví a llamar a Willis el lunes por la tarde.
—Hola Willis, te llamaba para asegurarme de que has recibido mi solicitud y todo eso.
—Oh, Jonathan. Menos mal que llamas. He estado intentando localizarte. Tu solicitud de cuenta ha llegado, pero todavía…
—¿No ha llegado el dinero aún?
—Todavía no hemos recibido nada. He dado instrucciones para que me avisen tan pronto como llegue. Quisiera que me dijeras exactamente cuál es el banco de origen y qué procedimiento han utilizado para la transferencia de forma que nosotros…
—Vaya, qué contratiempo. No entiendo qué puede haber pasado. Herr Wengler dijo que ya estaría aquí hoy.
—Bueno, si me das el nombre del banco nosotros podemos averiguar cuál es el problema.
—¡Vaya por Dios!, voy a tener que preguntárselo a Herr Wengler. De hecho no sé absolutamente nada… Tal vez debería telefonearte él. ¿Crees que sería una buena idea?
—Sería la forma más sencilla de arreglarlo. ¿Estás seguro de que ha hecho la transferencia? ¿No puso ningún problema para mandarlo?
—¡Oh, no! fue muy preciso al respecto. Siempre es condenadamente preciso.
—Me alegro de oírlo, Jonathan, porque en cierto modo me estoy jugando el pescuezo en este asunto de Allied Resources, y mañana es la fecha de vencimiento.
—¡Dios mío!, ahora mismo llamo a Herr Wengler. Te aseguro que siempre es absolutamente eficaz… Por cierto, ¿cómo va Allied Resources?
—La última vez que miré estaba un punto sobre el precio de compra… Espera un momento… 13. Un punto y medio más que cuando tú las compraste.
—Fantástico. Pero lamento mucho que no haya llegado el dinero. No entiendo qué ha podido pasar. Lo primero que haré por la mañana es llamar a Herr Wengler y luego te llamaré a ti para decirte lo que haya averiguado. ¿Estarás ahí a la una del mediodía?
—No me moveré de aquí.
—Entonces hasta mañana. Lamento de veras todo esto.
Todavía un punto y medio nada más. Y con Stone engullendo todas las acciones que fuera capaz de encontrar. Confiaba en que todo saliese bien. Probablemente disponía de otros dos o tres días antes de que empezasen a presionarme. Pensé en la posibilidad de hacer circular un rumor acerca de Myron Stone y Allied Resources para facilitar un poco las cosas, pero no deseaba en absoluto correr el riesgo, por leve que fuera, de provocar una investigación de la Comisión de Cambios y Valores. Lo que debía hacer era impedir, dentro de lo posible, que Willis y sus empleados vendieran mis acciones. Y debía asegurarme asimismo de que Willis no hablase con la señora Dixon. Mañana era martes.
Esa noche dormí en el apartamento de los Crosby. Me levanté a las siete de la mañana y desconecté los timbres de todos los teléfonos de la casa. La señora Dixon llegó a las nueve en punto y yo permanecí junto a su mesa todo el tiempo que ella estuvo allí. Si daba la casualidad de que levantaba el teléfono justo cuando Winslow estuviese llamando, quería saber qué pasaba. No hubo llamadas. Se marchó poco antes de las once.
Yo salí inmediatamente después y fui a otro apartamento para hacer mis llamadas. No quería usar el teléfono de los Crosby más de lo estrictamente necesario porque la señora Dixon parecía la clase de persona capaz de advertir unos pocos dólares de más en la factura mensual.
Cuando descolgué el receptor lo envolví con un trapo de cocina y, para mayor seguridad, lo mantuve cerca de una radio que sólo emitía ruidos estáticos. Marqué el número de Willis.
—Hola, ¿el señor Winslow? —dije rápida y bruscamente tan pronto como él descolgó el receptor.
—¿Sí?
—Aquí Rudi Schlesslgemuenze, del Schildkreuzige Landsschleieschafts Bank.
—Hola. Lo lamento, pero…
—Le llamo a propósito de la transferencia de doscientos mil dólares USA que hemos ingresado en la cuenta de Jonathan Crosby.
—Sí, exacto —dijo Winslow ansiosamente—, ¿podría darme su…?
—También quisiera confirmar el número de la cuenta, si no le molesta —leí el número que él me había dado tan rápidamente como pude.
—Sí, ése… Bueno, creo que… ¿Le importaría repetirlo?
Se lo volví a leer, quizá más confusamente, e incluso tal vez más rápido.
—Parece que tenemos algunas transferencias. Voy a leerle el número exacto de la cuenta —rebuscó un momento y luego lo leyó.
—Exactamente —dije—. Estamos tratando de localizar ahora esa transferencia. Creemos que está ya en Nueva York desde ayer.
—Me alegro. Espero que puedan localizarla porque de hecho necesitamos esos fondos hoy mismo.
—Confiamos en tener resuelto el asunto en cuestión de horas pero, en cualquier caso, si está usted en tratos con los Crosby no creo que haya nada que deba preocuparle. Volveré a llamarle mañana para confirmar la transferencia.
—¿Podría usted darme su nombre y su teléfono por si tuviéramos necesidad de ponernos en contacto con usted? —dijo Winslow.
—Naturalmente —dije—. Mañana le llamo. Buenos días —y colgué.
Aguardé cinco minutos y volví a llamar, pero como Jonathan Crosby.
—Hola, Willy. Soy Jonathan. Acabo de hablar hace unos minutos con Herr Wengler y me ha dicho que el banco va a arreglar lo de la transferencia. Me ha dicho que alguien te llamará desde aquí hoy mismo.
—Ya ha llamado. Por cierto, ¿podrías darme el nombre de tu banco en Suiza?
—Maldición —dije—. Tenía que habérselo preguntado a Herr Wengler.
—Bueno, parece que se están ocupando del asunto. Lo que pasa es que hoy es el día de vencimiento de esas acciones de Allied Resources que compraste. Que por cierto van muy bien —le oí teclear en su terminal—, 14 a la venta, 14 1/2 a la compra.
—Oye, eso es fantástico. Pero lamento mucho todo este lío. Confío de veras en no haberte causado muchos problemas. Volveré a llamarte mañana para asegurarme de que todo está arreglado.
Parecía bastante tranquilizado, pero sólo para asegurarme de que seguiría de buen humor, le dejé que me contase sus planes para mis doscientos mil dólares. Su estrategia parecía constituir, básicamente, en buscar acciones con un P/E muy alto y que nunca hubiesen pagado dividendos. Parecía sobre todo atraído por emisiones que hubiesen sufrido un alza reciente, lo cual le indicaba que «algo empezaba a moverse». Pensándolo bien, iba a ser una suerte que esos doscientos mil dólares no apareciesen nunca.
Allied Resources cerró a 15 1/8 y eso me indicó que lo había conseguido. La cuestión ahora era saber cuánto podría estirar de la cuerda. Volví a llamar a Winslow al día siguiente. Empezaba a desconfiar y me presionó para que le diera el nombre del banco suizo, el teléfono de Herr Wengler, o lo que fuera. Le dije que llamaría a Herr Wengler ahora mismo y que luego le llamaría a él. Mientras tanto la gente estaba comprando y vendiendo Allied Resources a dieciséis y ello nos supuso a todos un gran alivio.
Volví a llamar poco después de las cuatro de forma que la bolsa estuviese ya cerrada para cuando terminásemos de hablar. Yo le conté que, maldita sea, Herr Wengler estaba asombrado de que el dinero no estuviese ya aquí, pues creía haberlo resuelto todo. Willis T. Winslow III pareció muy desgraciado.
—El problema es, Jonathan, que yo estoy atrapado en realidad, al abrir una nueva cuenta, debería haber esperado a que los fondos hubiesen llegado antes de iniciar una transacción. Hablando con unos y otros, Jonathan, creo haber mencionado que conozco a tu familia desde hace años, lo cual en cierto modo no es una inexactitud, pero si algún día llega a saberse debes tener en cuenta que…
—Por Dios, no sabes cuánto lo lamento —dije—. No sé qué hacer.
—Bien, Jonathan, creo que vamos a tener que vender tus acciones de Allied ahora mismo. La bolsa acaba de cerrar, pero mañana por la mañana… No quisiera verme cogido en una cosa así.
—Desde luego. Haz lo que creas mejor. Estoy terriblemente confuso. Ahora es de noche en Europa pero voy a llamar de todas formas, y mañana por la mañana te llamo a primera hora. Podrías esperar a que yo te llame, pero puedes tirar adelante y hacer lo que mejor te parezca. Sólo espero no haberte causado muchas molestias. Porque yo tenía la esperanza de poder seguir trabajando contigo. Quizá podría pedirles que me manden otros doscientos mil dólares. ¿Tú qué opinas?
—Podría ser una buena idea, Jonathan. Pero no quiero que te preocupes. Yo podré arreglarlo todo. Esto no afectará en absoluto a nuestras relaciones comerciales. Son cosas que pasan.
Cuando finalmente vendieron mis acciones al día siguiente, les pagaron 17 1/4 por ellas. Descontadas las comisiones, ello me supondría diez mil quinientos dólares, lo cual era un rendimiento excelente para una inversión cero. Y aunque en sí mismo no era mucho, era más que suficiente para empezar. Jonathan B. Crosby tenía de repente un valor neto. Empezaba a adquirir sustancia. En ese momento supe con toda certeza que había ganado. Nunca me atraparían ya. Podría llevar mi propia vida y hacer lo que me viniese en gana.
En mi exaltación, estaba ansioso por seguir adelante inmediatamente. Pronto podría abrir una cuenta bancaria y comprar un apartamento. Al igual que había encontrado un Willis T. Winslow, podría encontrar ahora abogados y contables que hiciesen esas cosas por mí. Y a ver si Jenkins lograba dar conmigo entonces.