Nion Bohart tomó el mando del navío, un hecho que aceptaron tácitamente sus compañeros… y que les fue impuesto a los señores. Llevaba la autoridad con modos chabacanos y arrogantes, pero sus amigos no ponían en duda su fervor, su devoción y el placer que le proporcionaba el éxito de su proeza.
Apuntó a los señores mientras Floriel les cacheaba. No encontró armas, ni la importante cantidad de dinero que esperaban hallar los conjurados.
—Veamos —dijo Nion duramente—, ¿dónde está el dinero? ¿Tenéis créditos, valores, o cualquier otra cosa?
El señor que poseía el navío, un individuo de rostro delgado y taciturno, vestido con un traje de lame plateado y terciopelo rosa con un elegante sombrero de mallas de plata, le respondió con voz socarrona.
—El dinero se encuentra en las maletas, ¿dónde si no?
Nion, sin embarazarse excesivamente por el desprecio del señor, se pasó las armas a la cintura.
—Tu nombre, por favor.
—Soy Fanton el Spay. Ésta es mi esposa, Dama Radance, y esta mi hija, Dama Shanne.
—Muy bien. ¿Y usted, señor?
—Yo soy Ilseth el Spay, y ésta mi esposa, Dama Jacinta.
—Bien. ¿Vos?
—Soy Xane el Spay.
—Vale. Si queréis, podéis sentaros.
Los señores y las damas se quedaron en pie unos instantes, luego Fanton murmuró algo y el grupo se dirigió a un diván que recorría el casco.
Nion echó un vistazo por la cabina. Señaló a los cadáveres de los garriones.
—¡Ghyl, Waldo, quitad de en medio esta basura!
Ghyl se inmovilizó, tenso, ardiendo de resentimiento. En cada grupo parecido al suyo, hacía falta un jefe. Pese a todo, según Ghyl, Nion se había apoderado del cargo un tanto arbitrariamente. Si obedecía aquella orden sin decir nada, admitiría la autoridad de Nion. Si se negaba a obedecerla, daría pie a un conflicto, y se ganaría el odio inmediato y tenaz de Nion. Así que, había que someterse o luchar.
Prefirió el enfrentamiento.
—El estado de urgencia ha terminado, Nion. Hemos empezado esta aventura en pie de igualdad, sigamos así.
—¿Qué quieres decir? —aulló Nion—. ¿Te niegas a hacer el trabajo ingrato?
Durante un momento de tensión, se miraron cara a cara, Nion sonriente, pero visiblemente contrariado.
—No podemos permitirnos el lujo de empezar a discutir con cada detalle —gruñó—. Alguien tiene que dar las órdenes.
—En ese caso, habrá que organizar un turno de responsabilidades. Floriel puede comenzar, y yo seré el siguiente, o Mael, o tú, o Waldo… no tiene importancia. Pero nuestro grupo tiene que ser una asociación de igualdad más que un capitán y sus secuaces… —Ghyl, que creía que era el momento de conseguir alguna ayuda, miró a los demás—. ¿Estáis de acuerdo, muchachos?
Waldo, dudoso, habló en primer término.
—Sí, estoy de acuerdo. No hemos tenido que enfrentarnos a un peligro hasta ahora.
—No me gusta recibir órdenes —aprobó Mael—. Como ha dicho Ghyl, formamos un grupo. Antes de actuar, tomemos juntos las decisiones.
Nion miró a Floriel.
—¿Y tú?
Floriel se pasó la lengua por los labios.
—Aceptaré la decisión de la mayoría.
Nion se rindió graciosamente.
—Está bien. Formamos un grupo, y actuaremos como tal. Sin embargo, debemos tener reglas y directivas, pues de otro modo nos disgregaremos.
—No hay objeción a ese respecto —respondió Ghyl—. Sugiero que encerremos a nuestros invitados, pasajeros, prisioneros —o como queráis llamarles— en sus camarotes y mantengamos una reunión.
—Muy bien —asintió Nion, que añadió con la voz cargada de sarcasmo—: Quizá Mael y Floriel podrían encerrar a nuestros huéspedes mientras que yo, Waldo y Ghyl, si así se decide, nos libramos de los cadáveres.
—Les ruego que me perdonen un momento antes de empezar la conferencia —intervino el Señor Fanton—. ¿Qué intenciones tienen con respecto a nosotros?
—Obtener rescate —respondió Nion—. Tan simple como eso.
—En ese caso, tendrán que revisar sus planes. No pediremos nada y, además, aunque lo hiciéramos, no les pagarían tampoco nada. Es nuestra ley. Vuestro acto de piratería no sirve de nada.
—No del todo —replicó Nion—. Aunque lo que dice sea verdad, estamos en posesión del navío, lo que ya representa una fortuna. Si no pagáis el rescate, os llevaremos al mercado de esclavos de Wale. Las mujeres irán a los burdeles y los hombres a trabajar en las minas, o a recoger flores de silicio en el desierto. ¡Si preferís eso a un rescate, por nosotros no hay inconveniente!
—No es una cuestión de preferencia —dijo Ilseth el Spay, que parecía menos decidido que Fanton—. Tenemos una ley y hemos de cumplirla.
Ghyl, a su vez, también habló, sobre todo para cortar a Nion.
—Discutiremos su situación en la conferencia. No tenemos intención de hacerles ningún daño, siempre que no creen problemas.
—Por favor, a los camarotes —ordenó Nion.
El navío flotaba tranquilamente en el espacio, con los propulsores detenidos, mientras los cinco jóvenes piratas conferenciaban.
Se habló en primer lugar de la cuestión del mando. Nion Bohart era todo miel.
—En una situación como la nuestra, alguien debe actuar de coordinador. Es una cuestión de responsabilidad, de competencia, de confianza mutua. Si alguien quiere el trabajo de jefe, ése no soy yo. Pero si quiero atribuírmelo es porque me siento responsable del grupo.
—Yo no quiero ser el jefe —dijo Floriel virtuosamente, lanzando una mirada bastante maliciosa hacia Ghyl—. Me alegraría que alguien más competente se ocupase de todo.
Mael sonrió, un poco disgustado.
—Tampoco yo quiero ese trabajo, pero, por otro lado, tampoco quiero hacer el trabajo sucio e ir de un lado a otro mientras los demás juegan a ser los jefes.
—Ni yo —le hizo eco Waldo—. Quizá no tengamos realmente necesidad de un jefe. Es fácil discutir y llegar a un compromiso unánime.
—Eso significaría discusiones continuas —rezongó Floriel—. Sería más práctico confiar el trabajo a un hombre que sepamos que es competente.
—No habrá discusiones si establecemos unas reglas y nos atenemos a ellas —afirmó Ghyl—. Después de todo, no somos piratas; no pensamos dedicarnos al pillaje, ni a actos violentos.
—¿Y cómo piensas vivir si no obtenemos el dinero del rescate? —le interrogó Nion—. Tenemos un yate espacial, pero no medios para mantenerlo.
—Nuestro pacto original estaba claro —observó Ghyl—. Convinimos en no matar. Han muerto cuatro garriones, y supongo que era algo inevitable. Estábamos de acuerdo en intentar conseguir un rescate, y, después de todo, ¿por qué no? Los señores son parásitos y sin las presas ideales. Pero, lo que es más importante, estuvimos de acuerdo en no utilizar el yate espacial ni para el pillaje ni para la piratería, sino para viajar. ¡Viajar a los mundos lejanos que todos hemos soñado visitar!
—Todo eso es muy bonito —dijo Floriel mirando a Nion—. Pero, cuando las provisiones se acaben, ¿qué comeremos? ¿Cómo pagaremos las tasas de los puertos espaciales?
—Podemos alquilar el navío, llevar gente aquí o allá, organizar exploraciones o aventuras. Estoy seguro de que se pueden sacar honestos beneficios de un yate espacial, ¿no?
Nion sacudió la cabeza con tranquila sonrisa.
—Ghyl, amigo mío, nuestro universo es cruel. La honestidad es una palabra muy noble, pero sin sentido. No podemos permitirnos mostrarnos sentimentales. Nos hemos comprometido, y ya no podemos volvernos atrás.
—¡Eso no es lo que convinimos al empezar! —insistió Ghyl—. ¡Nos comprometimos a no cometer ni asesinatos ni pillaje! Nion se encogió de hombros.
—¿Qué piensan los demás?
—Debemos vivir bien —dijo Floriel muy tranquilo—. No tengo escrúpulos al respecto.
Mael, molesto, sacudió la cabeza.
—No tengo nada que objetar al robo, siempre que las víctimas sean ricas. Pero no quiero matar, esclavizar ni raptar gente.
—Pienso igual —dijo Waldo—. Robar es, de un modo u otro, ley de la naturaleza y todos los seres vivientes roban a sus prójimos, lo que forma parte del proceso de supervivencia.
Una sonrisa, lenta, tranquila, se formó en el rostro de Nion.
—¡Ése no era nuestro pacto! —gritó Ghyl apasionadamente—. Decidimos vivir honestamente cuando tuviéramos el yate. ¡Sería inadmisible que rompierais el acuerdo! ¿Cómo íbamos a confiar los unos en los otros? ¿No nos hemos lanzando a esta aventura en busca de la verdad?
—¿La verdad? —ladró Nion—. ¡Sólo un idiota pronunciaría esa palabra! ¿Qué significa? No lo sé.
—Uno de los aspectos de la verdad es respetar las promesas. Lo que más interesa, por el momento —le respondió Ghyl.
—Sugieres… —empezó Nion.
Mael se levantó y abrió los brazos.
—¡Basta de disputas! ¡Esto es una locura! Debemos trabajar juntos.
—Exacto —aprobó Floriel mirando a Ghyl con desprecio—. ¡Tenemos que pensar en el bien común y en el beneficio de todos!
—Pero seamos honestos entre nosotros —intervino Waldo—. No podemos negar que cerramos un pacto con los términos que dice Ghyl.
—Quizá —reconoció Floriel—, pero si cuatro de nosotros quieren hacer modificaciones al mismo, ¿los proyectos de la mayoría deben doblegarse a los caprichos de Ghyl? Recordad que la búsqueda de la verdad…
—¡Sea cual sea el significado de esa palabra! —exclamó Nion—… no nos va a llenar el estómago.
—Olvidaros de mi idealismo durante cinco minutos —sugirió Ghyl—. Sólo quiero que nos atengamos a los términos de nuestro pacto. ¿Quién sabe? Quizá nos fuera mejor como hombres honestos que como bandidos. A lo mejor lo encontráis preferible a vivir continuamente con el temor de ser arrestados y castigados.
—Ghyl lleva un punto —admitió Waldo—. Siempre podemos probar.
—Nunca había oído decir que alguien viviera a gusto con sólo un yate espacial —rezongó Nion—. Seamos razonables: ¿quién nos molestará si nos dedicamos a unas pocas y tranquilas confiscaciones?
—Nuestro pacto era claro y preciso —recordó Ghyl—. No robos, no piratería. Hemos llevado a buen término nuestro proyecto principal: tenemos un yate espacial. Si cinco hombres como nosotros no pueden vivir honestamente por sí mismos, ¡merecemos morirnos de hambre!
Hubo un silencio. Nion hizo una mueca de desagrado. Floriel se agitó nerviosamente y miró al suelo, al techo, a todos lados menos a Ghyl.
—Muy bien, entonces. Probemos —dijo Mael pesadamente—. Si fracasamos, deberemos probar otra cosa… o quizá separarnos.
—En ese caso —preguntó Nion—, ¿qué pasaría con el yate espacial?
—Podríamos venderlo y repartir el dinero. O echarlo a suertes.
—Bah. ¡Qué historia más mala!
—¿Cómo dices eso? —gritó Ghyl—. ¡Lo hemos conseguido! ¡Tenemos nuestro yate espacial! ¿Qué más podemos pedir?
Nion le dio la espalda y se fue a mirar por la compuerta delantera.
—Siempre podemos intentar conseguir el rescate de los señores. Escuchad, les impondremos nuestras condiciones por separado y así les sacaremos la verdad. No puedo admitir que no paguen para ahorrarse lo de Wale.
—Intentaremos convencerles por todos los medios —aprobó Waldo, deseoso de restaurar los lazos de cooperación y buena camaradería.
El señor Fanton fue el primero en ser conducido a la cabina principal. Hizo correr la mirada airada de un rostro a otro.
—¡Sé lo que queréis: el rescate! ¡No contéis con él! Nion habló con voz suave.
—¿No querrá que usted y su familia sean enviados a los mercados de esclavos?
—Evidentemente. Pero no puedo pagar rescate, ni mis amigos tampoco. Así que haced lo que queráis, que no sacaréis nada de nosotros.
—Sólo el valor de vuestras personas —respondió Nion—. Muy bien, vuelva al camarote.
Xane el Spay fue llevado a la cabina principal. Nion avanzó hacia él, dándose importancia, con las manos en las caderas; pero Ghyl se le adelantó.
—Señor Xane, no deseamos que nadie padezca innecesariamente; sin embargo, esperamos obtener un rescate a cambio de vuestro regreso sano y salvo a Ambroy.
El Señor Xane abrió los brazos en signo de impotencia.
—Las esperanzas son gratuitas. Yo también tengo las mías, pero ¿se cumplirán? Lo dudo.
—¿Es cierto que no podéis pagar rescate?
Xane el Spay se rió embarazado.
—Lo primero que debéis saber es que tenemos muy poco dinero disponible.
—¿Qué? —exclamó Mael—. ¿Con el 1,18 por ciento de todas las rentas de Ambroy?
—Pues es cierto. El Gran Señor Dugald el Boimarc es un contable muy estricto. Una vez deducidas las tasas, los gastos generales y otras cosas, nos queda muy poca cosa, podéis creerme.
—¡Yo, en todo caso, no me lo creo! —explotó Floriel—. Gastos, tasas… ¿nos toma por imbéciles?
Con voz de falsete, Nion preguntó:
—¿Dónde va todo ese dinero? Es una suma importante.
—Tendríais que preguntarle al Gran Señor Dugald. Y, además, no debéis olvidar que nuestras leyes prohíben el pago de un rescate, aunque fuera el de un viejo sequín usado.
El Señor Ilseth el Espay hizo una afirmación parecida. Lo mismo que Fanton y Xane, declaró que no podía pagarse ni un billete de rescate…
—Entonces —dijo Nion con tono siniestro—, os venderemos en Wale. —Ilseth hizo un gesto de desesperación.
—¿No es ir un poco lejos con el espíritu revanchista? Después de todo, tenéis nuestro dinero y el yate espacial del Señor Fanton.
—Queremos doscientos mil créditos más.
—Es imposible. Haced lo que os plazca.
Ilseth salió de la cabina y Nion le gritó:
—¡No se preocupe, cuente con ello!
—Son testarudos —dijo Floriel, sombrío.
—Es extraño que invoquen la pobreza —se preguntó Ghyl soñadoramente—. ¿Qué harán con todo ese dinero?
—Creo que esa afirmación es una mentira desvergonzada —gruñó Floriel—. Creo que no deberíamos mostrarnos misericordiosos.
—Parece muy raro —convino Waldo.
—Nos darán mil créditos por cabeza en Wale —dijo Nion vivamente—. Cinco mil o más por la chica.
—Puf, nueve mil créditos está bastante lejos de los cien, pero es mejor que nada —observó Floriel.
—Entonces, rumbo a Wale —declaró Nion—. Voy a darles las órdenes a la tripulación.
—¡No, no, no! —gritó Ghyl—. ¡Dijimos que dejaríamos a los señores en Morgan! ¡Son los términos del acuerdo!
Floriel gritó de forma ultrajada. Nion volvió la cara, siniestra pero sonriente, hacia Ghyl.
—Es la tercera vez que te opones a la voluntad de todos.
—Di más bien que es la tercera vez que os recuerdo las promesas hechas.
Nion se quedó inmóvil, indolente, con los brazos cruzados.
—Has traído la disensión a nuestro grupo, lo que es completamente intolerable. —Abrió los brazos y todos pudieron ver que tenía una pistola en la mano—. Una desagradable necesidad, pero… —Apuntó a Ghyl con el arma.
—¿Te has vuelto loco? —le gritó Waldo. Avanzó para tomar a Nion del brazo. El arma se descargó en su boca abierta y cayó hacia adelante. Mael, empuñando su propia pistola, se levantó de un salto y apuntó con el cañón a Nion, pero no pudo encontrar el valor necesario para apretar el gatillo. Floriel se echó a espaldas de Nion, disparó y Mael cayó en el puente. Ghyl saltó hacia atrás, a la sala de máquinas, desenfundó, apuntó a Nion… pero se detuvo por miedo a fallar y atravesar la pared exterior con un rayo de energía. Floriel, de nuevo al descubierto, ofrecía un buen blanco; pero Ghyl no consiguió decidirse a disparar. ¡Era Floriel, su amigo de la infancia!
Nion y Floriel se retiraron a la parte delantera de la cabina principal. Ghyl podía oírles murmurar. A sus espaldas, la tripulación de luschianos les observaba con ojos aterrorizados.
—¡No podéis ganar! —gritó Ghyl—. Puedo dejar que os muráis de hambre. Controlo los motores, la comida y el agua. ¡Haríais bien en obedecerme!
Nion y Floriel murmuraron un buen rato, hasta que Nion gritó:
—¿Cuáles son tus condiciones?
—Salid, de espaldas a mí y con las manos arriba.
—¿Y luego?
—Os encerraré en un camarote y os abandonaré en un planeta civilizado.
Nion emitió una dura risotada.
—¡Pobre idiota!
—¡Pues os moriréis de inanición y de sed!
—¿Y los señores? ¿Y las damas? ¿Morirán de hambre como nosotros?
Ghyl lo pensó.
—Podrán venir aquí, por turnos, cuando tengan hambre.
Nion volvió a reírse burlonamente.
—Ahora, voy a decirte nuestras condiciones. Ríndete y te dejaré en un planeta civilizado.
—¿Rendirme? ¿Por qué? No tienes nada que ofrecerme a cambio.
—Pues sí. —Se oyó un ruido de movimiento, un arrastrar de pies, susurros. El Señor Xane el Spay entró en la cabina con paso tenso.
—¡Alto! —ordenó Nion—. No te muevas. —Amplificó el sonido de su voz para dirigirse a Ghyl—. No tenemos mucho que ofrecer, pero me parece que será suficiente. Te horrorizan los asesinatos así que intentarás impedir la muerte de nuestros invitados.
—¿Qué quieres decir?
—Vamos a matarlos uno por uno a menos que aceptes nuestras condiciones.
—¡No harías una cosa parecida!
El arma escupió un rayo y el Señor Xane el Spay cayó al suelo con la cabeza calcinada.
—Y, ahora, ¿nos crees? El siguiente: le toca el turno a la Dama Radance.
¿Podría precipitarse en la cabina y matar a los dos asesinos antes de que le matasen ellos? No, pensó Ghyl, no tengo ninguna oportunidad.
—Aceptas, ¿sí o no? —gritó Nion.
—¿El qué?
—Rendirte.
—¡No!
—Muy bien, mataremos a los señores y a las damas y derribaremos la pared trasera, así moriremos todos. No puedes ganar.
—Seguiremos hasta un planeta civilizado —dijo Ghyl—. Allí podréis bajar. Esas son mis condiciones.
Hubo más ruidos, pasos, un atemorizado lloriqueo. Dama Radance avanzó tambaleándose por la cabina principal.
—¡Espera!
—¿Te rindes?
—Te propongo una cosa. Nos posamos en un planeta civilizado Los señores, las damas y yo nos bajamos. El navío os lo quedáis vosotros.
Nion y Floriel susurraron unos momentos.
—De acuerdo.
El yate espacial descendió en el mundo de Maastricht, el quinto planeta de Capella: un destino elegido tras prudentes discusiones cargadas de emoción entre el Señor Fanton, Ghyl y Nion Bohart.
Las composición del aire, la presión atmosférica, fueron verificados; los que desembarcarían recibieron tónicos mejoradores y antígenos específicos contra los complejos bioquímicos de Maastricht.
La puerta de la cabina se abrió, dejando entrar un chorro de luz. Pantos, Ilseth, Radance, Jacinta y Shanne se dirigieron a la esclusa de entrada, bajaron y se detuvieron al llegar al suelo, deslumbrados.
Ghyl no se atrevía a atravesar la cabina. Nion Bohart era vengativo y maligno; Floriel, enteramente dominado por su compañero, no valía mucho más. Ghyl se retiró a la sala de máquinas, abrió la esclusa de las mercancías pesadas. Dejó caer al exterior unos paquetes de comida y agua, luego los equipajes de los señores, de los que ya habían quitado todo el dinero… una suma importante. Metiendo sus cosas en la chaqueta, se dejó caer al suelo y se echó tras el tronco de un árbol, dispuesto a todo.
Pero Nion y Floriel parecían felices por encontrarse solos. Las puertas se cerraron, los propulsores ronronearon. El yate espacial se elevó en la atmósfera, ganó velocidad y desapareció.