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Ghyl volvió a la Plaza de Undle con la impresión de volver a ver un lugar que había conocido mucho tiempo antes. Un alto cortinaje de nubes cubría el cielo, que dejaba filtrarse una luz suave hacia la plaza. En la atmósfera flotaba un silencio sobrenatural; la calma que precedía a la tormenta. A su alrededor había pocos beneficiarios y éstos se apresuraban para ir a sus destinos, con las capuchas apretadas alrededor de las cabezas, como si fueran insectos que huyeran de la luz. El familiar olor del aserrín y los barnices llegó hasta su nariz; las moscas zumbaban en los cristales. Como siempre, Ghyl dirigió la mirada hacia el banco de Amianto, como si esperase ver algún día su silueta familiar. Fue a su banco y se quedó varios minutos contemplando el biombo que nunca terminaría.

No lo lamentaba. Su vida pasada era como algo muy lejano. ¡Qué limitada había sido! ¿Y el porvenir? Era informe, sin horizonte: un sitio inmenso barrido por los vientos. No podía imaginarse el sentido que tomaría su existencia… admitiendo, evidentemente, que el acto de piratería que iba a llevar a cabo tuviera éxito. Miró a su alrededor por el taller. Sus herramientas y las cosas que poseía, los disparatados aparatos de Amianto… todo se quedaría allí. Salvo la vieja carpeta, que Ghyl no abandonaría nunca. La cogió de la cómoda y se quedó inmóvil, sujetándola con incertidumbre. Era demasiado voluminosa como para llevársela. Hizo un paquete en el que colocó las cosas de más valor. En cuanto al resto… simplemente, se iría y nunca regresaría. Aquella habitación cuyas ventanas tenían cristales color ámbar y el suelo cubierto de viruta estaba llena de recuerdos.

A la mañana siguiente, Nion, Floriel, Mael y Waldo Hidle llegaron al taller, y el grupo elaboró sus planes. Nion propuso un proyecto tan simple como temerario, con todas las cualidades de una acción directa. Había notado que los garriones nunca se detenían en los portillos que controlaban el acceso a la pista sur del puerto espacial, y que salían y entraban sin ser molestados. Los miembros del grupo de disfrazarían de garriones, y podrían así llegar a la avenida en la que estaban aparcados los yates espaciales, y se ocultarían junto al Déme negro y oro. Cuando la tripulación de luschianos subiera a bordo, probablemente acompañada por uno o dos garriones, el grupo, con discreción y un mínimo de violencia —según criterio de Ghyl—, dominaría a los garriones, sometería a los tripulantes y se haría con el control del yate. Nion y Floriel querían esperar a los señores y dejarles subir a bordo, para tomarles como rehenes y retenerles hasta el pago de su rescate. Ghyl se inclinó en contra.

—En primer lugar, si esperásemos, las oportunidades de fracasar serían mayores. En segundo, los señores no pagarán ningún rescate; su pacto les protege contra los raptos.

—¡Bah! —dijo Nion—. Pagarán, no te preocupes. ¿Crees que están dispuestos a sacrificarse? ¡Yo te digo que no!

Waldo Hilde, un joven alto, de rasgos agudos, pelirrojo y ojos de un color amarillo pálido, tomó partido por Ghyl.

—Estoy de acuerdo con lo de tomar el navío y marcharnos a toda prisa. Cuando hayamos empezado, seremos muy vulnerables. Supongamos que llega un mensaje y no damos la respuesta correcta, o que nos olvidamos de alguna pequeña formalidad. La patrulla estaría encima nuestro enseguida.

—Muy bien —dijo Nion—. Pero admitamos que escapamos con el navío. ¿Cómo haríamos para conseguir dinero? Tendríamos que quedarnos en tierra. El rapto es una buena forma de conseguir dinero.

—Si se niegan a pagar el rescate —añadió Floriel—, como sugiere Ghyl, nuestra situación no será tan crítica. Los dejaríamos en cualquier lado.

—Y, además —indicó Nion—, sin duda, llevarán créditos con ellos, ¡y nos serán muy útiles!

Ghyl no pudo encontrar ningún argumento en contra lo bastante convincente y, tras algunas discusiones, el plan de Nion fue aceptado.

Todos los días, los conspiradores se reunieron en el taller para entrenarse en la imitación de las actitudes y la forma de andar de los garriones. Waldo Hilde y Nion consiguieron máscaras y trajes de garriones; luego, las repeticiones se hicieron con disfraz, criticando entre todos las impresiones o inexactitudes del comportamiento de los demás.

Por tres ocasiones, hicieron discretas visitas al puerto espacial y establecieron con precisión el plan a seguir.

La noche precedente al día señalado, se reunieron en el taller del ebanista e intentaron dormir, sin mucho éxito a causa de la tensión.

Antes del alba, se levantaron para teñirse la piel del color púrpura de los garriones y meterse los arneses, que ya les eran familiares. Luego, tras envolverse en las capas, se marcharon.

Ghyl fue el último en salir. Durante un instante se quedó en el umbral, recorriendo con la mirada los familiares bancos y las hileras de herramientas, con las lágrimas aflorando a sus ojos. Cerró la puerta, se dio la vuelta y siguió a sus compañeros.

Ya estaban comprometidos. Se encontraban en la calle, disfrazados de garriones, lo que era antirreglamentario. Si eran detenidos, tendrían que enfrentarse a una investigación minuciosa… cuando menos.

La Línea Elevada les condujo al puerto espacial, y cada uno de ellos tocó, con la hombrera de garrión, la placa de registro. En algún tiempo, sus maletas serían facturadas, pero no estarían allí para pagar; o, al menos, eso esperaban. Cuando llegaron al depósito, atravesaron la sala llena de ecos, con las grandes zancadas de los gorriones en las que tanto se habían entrenado. Nadie se fijó en ellos.

La primera prueba se realizó en el postillón de control. El guarda echó una mirada desprovista de emoción por encima del mostrador y pulsó el botón de apertura. La puerta se deslizó hacia un lado y los conspiradores salieron al sector sur de la pista.

Bajaron por la avenida de acceso, pasando ante un yate, luego otro, y deteniéndose ante la proa y las estructuras de popa del navío que precedía al Déme negro y oro del que Ghyl y Floriel fueran expulsados tantos años antes.

Pasó el tiempo. El sol se fue elevando en el cielo. Un cargo rojo y negro desapareció por el sector norte, al encuentro de las autoridades.

Nion habló con voz seca.

—Llegan. —Señaló un grupo que se aproximaba a lo largo de la avenida: seis tripulantes de Luschein y dos garriones.

El plan dependía de quiénes entrasen los primeros en el navío, los garriones o los tripulantes. Estos últimos no estarían armados, pero si eran testigos del ataque, ciertamente, darían la alarma. En el mejor de los casos, la tripulación embarcaría en el navío mientras los garriones se detenían unos segundos en el exterior para soltar las anclas de proa, o para efectuar alguna otra tarea igual de anodina.

No fue el mejor de los casos. Los garriones subieron por la rampa, abrieron la puerta, se giraron y se quedaron inmóviles, mirando a la avenida, como advertidos del asalto que los conspiradores habían planeado. La tripulación trepó por la rampa y entró en el navío. Los garriones les siguieron y la puerta se cerró.

Los conjurados observaron todo en silencio, tensos y contrariados. No habían tenido ocasión de actuar. En el mismo instante en que hubiesen aparecido, los garriones les habrían apuntado con sus armas.

—Bueno, habrá que esperar a los señores —silbó Nion—. Luego, ¡pasaremos a la acción!

Pasó una hora, dos horas; los conspiradores no aguantaban más. Al fin, a lo largo de la avenida se acercó un pequeño transporte lleno de maletas grises y paquetes. Equipajes personales. El transporte se detuvo bajo el Déme; una esclusa se abrió en la proa, y descendió por ella una plataforma de carga; las maletas y los paquetes fueron transferidos e izados al vientre del Déme. El transporte deshizo el camino que había seguido para llegar.

La atmósfera se volvió pesada a causa de la inminencia de la acción. El estómago de Ghyl empezó a revolverse; le parecía que había pasado toda su vida bajo la cala de proa del yate espacial.

—¡Ahí están los señores! —murmuró Floriel al fin—. ¡Todo el mundo atrás!

Tres señores y tres damas venían a lo largo de la avenida. Ghyl reconoció a Shanne. Tras ellos avanzaban dos garriones. Nion susurró algo a Floriel por un lado y a Mael por otro.

El grupo dejó la avenida y subió por la rampa del Déme. La puerta de entrada se abrió.

—¡Ahora! —gritó Nion. Avanzó, subió por la rampa a toda prisa; los otros le siguieron. Los garriones tomaron las armas inmediatamente, pero Nion y Mael ya estaban dispuestos. Un rayo de energía salió de sus pistolas; los garriones se derrumbaron por el suelo.

—¡Deprisa! —ordenó secamente Nion a los señores—. ¡Al navíoo! ¡Cooperad si en algo valoráis la vida!

Los señores y las damas se replegaron al yate espacial; detrás entraron Nion, Mael y Floriel, luego lo hicieron Ghyl y Waldo.

Irrumpieron en la cabina principal. Los dos garriones que habían subido a bordo con la tripulación se quedaron un momento tan amenazantes como indecisos; luego se lanzaron hacia adelante, chascando las mandíbulas. Nion, Mael y Floriel dispararon contra los garriones, que se convirtieron en masas de carne negruzca, hirviente. Las damas empezaron a gemir, horrorizadas, y los señores emitieron roncos sonidos.

Del depósito se elevó el sonido de una sierra, primero calmada y luego furiosa. Era evidente que alguien había visto la agresión desde la torre.

Nion Bohart corrió a la sala de máquinas y agitó el arma frente a los tripulantes luschianos.

—¡Despegad! ¡Hemos tomado el control y, si nos vemos amenazados, seréis los primeros en morir!

—¡Insensatos! —gritó uno de los señores—. ¡Haréis que nos maten a todos! ¡La torre de control tiene orden de disparar y abatir todos los aparatos capturados! Poco importa quién se encuentre a bordo, ¿lo sabíais?

—¡Deprisa! —aulló Nion—. ¡Despegad! ¡Despegad o estamos todos muertos!

—¡Los motores apenas están calientes; el sistema pretrans no ha sido verificado! —gimió el ingeniero de Luschein.

—¡Despega… o te corto las piernas!

El navío se elevó, oscilando y tambaleándose por los desequilibrados propulsores, y aquello les salvó de la destrucción cuando los cañones de energía, guiados desde la torre, hicieron puntería, pues, antes de que pudieran disparar, el navío tomó velocidad y se desvanecieron en el espacio.